La Cigarra No. 2 error

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revista literaria




Edición: Alejandro Cámara Alexia Halteman Julio Rivas Rojas Rubén Gil La Cigarra Número dos lacigarrarevista@gmail.com La Cigarra es una revista independiente hecha en Guadalajara, México. El contenido de los textos es responsibilidad de los autores. Ilustración de portada: Colectivo Amable Dibujos de cigarras : José Clemente Orozco Farías

Mayo-julio 2013 Impreso en Amate Editorial S.A. de C.V. ISSN en trámite


Ilustraciones: 5 | Emanuel Eduardo 9 | Emerson Balderas 17 | Javier Corro Tapia 24 | Víctor Lucero 30 | Yanina Pelle 5 | Los primeros dioses Alejandro Badillo 6 | Alto reflejo Roberto Aztlán 8| El otro John Manuel Fons 11 | Escritor a sueldo Gerardo Esparza 15 | Cabriola Génesis Jezabel Guerrero 16 | Literatura Maria Alzira Brum 18 | “hola estefy” Sebastián Lampasone 23 |Las bendiciones Hulisses de la Rosa 28 | Omisiones Kevin Cárdenas 29 | Queda en familia Álvaro Luquín

Índice 3


Editorial 4

Una revista y sus distintos niveles del error: como material literario, como material vivencial, typos, espacios mal distribuidos, el impresor y sus vicios, los pseudo-editores y sus vicios, la incompetencia para escribir una editorial (¡sí!). Todo siempre (nos) sale mal. El error es inherente a la creación artística y a cualquier actividad humana. A veces la obra resulta ser una equivocación, otras es el error lo que la pone en movimiento, un motor. Es sugestivo partir de un defecto, porque difícilmente se ve al error como una cualidad (el error afortunado, cierto, serendipia, happy accident!); en un texto no es la excepción. Un cambio de estado: de la certeza a la inexactitud. “Si Waldo Frank y Mallea cometieron un error al elegirme, yo lo agravé perseverando”. El error es la única constante (o certeza). Ya está allí antes de ser nombrado. Quien lo nota deviene creador. El adagio dice que toda creación humana es “perfectible”. Todo es perfectible, mas es subjetivo decir que llegamos a la perfección [creo que la perfección es histórica]. Es más honesto decir que llegamos al error. Pero, ¿buscamos la honestidad? El error es ayuno de validez. El error es contingencia. Luego vienen los textos incluidos, a ellos les legamos nuestro cuidado. Algunos apuntan hacia el error en los detalles: tildes olvidadas, danzas de borrador, creer encontrar el cielo en un charco, accidentes con lavadoras literarias. Otros ven hacia la errata en la narrativa de una identidad: no ser quienes creemos ser, no vivir la realidad que quisiéramos vivir. Fe de errata: Donde dice revista literaria debería decir “confluencia de voces”.


Los primeros dioses Alejandro Badillo Una nueva teoría sobre el origen del universo afirma que hubo una condición especial o un “error” en el Big Bang. Según esta perspectiva la expansión que siguió al gran evento se detuvo casi inmediatamente por causas desconocidas. El polvo y materia estelar quedaron concentrados bajo presiones inimaginables y el infinito no pudo ser colmado. La polémica teoría afirma que un poco de materia logró escapar de la gravedad concentrada y evolucionó hasta crear su propio espacio-tiempo y sus leyes físicas. Con el paso de miles de millones de años la materia tomó forma y moldeó un sistema solar que flotó a poca distancia, como un apéndice luminoso del universo abortado. Uno de los planetas tuvo las condiciones necesarias para crear vida inteligente. Estos seres primigenios se desarrollaron de forma ininterrumpida bajo un cielo sin estrellas, nebulosas y

galaxias. Con el tiempo construyeron enormes telescopios y descubrieron la condición anormal del universo que seguía concentrado, latiendo pero sin lograr la explosión definitiva. Muchos años después tuvieron la tecnología suficiente para mandar una nave que extrajera materia condensada del centro del universo fallido y esparcirla por el vacío que los rodeaba: moldearon galaxias, colorearon nebulosas y comprimieron pesados agujeros negros. Así nació de manera artificial un segundo universo que reemplazó al original y que nosotros tomamos por verdadero.

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Alto reflejo Roberto Aztlรกn

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1 Hender el canto en el charco no es volar, pรกjaro herido. 2 Pisotear un charco que retiene nubes eleva la lluvia.


3 Un ĂĄrbol reflejado en el charco da lo mismo. El ĂĄrbol por sĂ­ solo nada. 4 Beber hasta llegar al fondo del charco no es volar / sino hundirse. 5 El charco no es un pedazo de cielo desterrado. En-tierra otra cosa.

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El otro John Manuel Fons

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Vivió por y para los Beatles, sobre todo para su líder; yo, en cambio, vivía para él, aunque sin ese nivel de fanatismo, o eso creo. Hasta ahora no estoy segura de a quién me refiero cuando digo “él”, pues sólo me dejó conocer un fragmento, una cortina holográfica donde proyectaba a quien quiso ser. Llegamos al aeropuerto John F. Kennedy una tarde invernal, en la primera nevada de la temporada. La ciudad resplandecía como el mejor disco de los Beatles, y como la casa y el piano donde Lennon compuso, en sencillas estrofas, una utopía sin dinero ni religión. Él también se llamaba John o así le gustaba que lo llamara. Nunca me dijo su verdadero nombre, ni cuál era su familia, ni tantas otras cosas, pero supe por otras personas que, en cuanto pudo cobrar su herencia, se mudó a un departamento de Liverpool, en el mismo ve-

cindario donde nació Lennon, para ver el mundo desde el ángulo que lo vio la Morsa en su niñez. No hubo un sólo día, desde que compró su primer álbum a los diez años y hasta el último de su vida, en que no escuchara al menos una de sus canciones, como solista o como beatle, en las versiones originales, a ritmo de salsa o bossa nova, traducidas al ruso, contrapunteadas con fugas y cantatas de Bach. Se caracterizaba como John, según sus diversas etapas, con el cabello engominado, imberbe, peludo, sicodélico. Tenía un disco de vinil del Rubber Soul firmado por Lennon que compró en eBay por una cifra escandalosa, y también consiguió una servilleta donde el músico garabateó la letra de una canción que nunca compuso. Todos sus pensamientos y acciones buscaban la consonancia con la vida del beatle. Soñaba ser como él,


o ser él, en la medida de lo posible, pero no tenía ni el talento, ni la fama, así que lo emulaba en las circunstancias triviales o accesibles. Al principio pensé que me amaba, pero después entendí que, si yo no hubiera tenido la piel amarilla, jamás se habría esmerado en conquistarme, ni en que me prestara a su juego de simetrías donde poco importaba quién era yo en realidad. Pero a mí no me interesaba llamarme Yoko, ni fotografiarme desnuda con él para subir nuestra foto a Facebook, ni incursionar en el arte conceptual. Su vida estaba prefijada en un guion donde sólo aceptaba mínimas variaciones con la de su ídolo, pero la mía reclamaba una ruta propia. Por eso no fue una locura viajar a Nueva York, ni llevarlo al Central Park West, ni disparar sobre su espalda esas cinco balas calibre 38 que lo redimieron de su vida camaleónica. Yo sólo facilité su mayor anhelo y le regalé esa última alegría, para que sintiera que él era el músico y el activista, el autor de Strawberry Fields y Give Peace a Chance. No era todavía ocho de diciembre, ni estábamos en los ochenta, pero se desangraba frente al edificio Dakota, en la ciudad de los rascacielos, delante de mis ojos rasgados.

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En medio de la agonía, su expresión era del goce más vivo. Para satisfacer su última voluntad, le acerqué unos audífonos que reproducían A Day in the Life, e imaginé que del otro lado del túnel lo esperaba el verdadero John, con sus lentes circulares y su playera sin mangas de New York City. Cuando sonó la frase I´d like to turn you on, y transcurría la progresión de cuerdas más intensa en la historia del rock, su mirada se fugó en esa sucesión de acordes cromáticos que se diluían en el horizonte como un violento atardecer. El sueño había terminado.


Escritor a sueldo Gerardo Esparza

El escritor creyó que al escribir de nuevo —como al inicio— un poema, los pecados se desprenderían como la piel enferma de lepra. Buscaba la palabra, sin rima menor, sin epopeyas a caudillos, sin apologías a la violencia, para convertirla en la pira que lavaría su traición al arte, su canallada a la poesía. Vio la nota por error, hacía años que no leía revistas literarias ni suplementos; el escritor estaba marcado con escarlata en los círculos literarios desde que se supo que había renunciado a su compromiso del arte por el arte, a su beca, a sus ganas de vivir en buhardillas bohemias, a las migajas que le entregaba mensualmente el Estado por libros que no verían nunca la luz de unos ojos lectores; desde que prefirió buscarse un sustento de muchas cifras y pocas palabras. Él un cancionero,

A Sergio

un letrista, pero no un escritor. Por eso aquella tarde, en la sala de espera de un estudio de grabación, se llenó de sorpresa al saber que el premio al que tanto había aspirado seguía vigente. Se dio cuenta al leer la convocatoria que el destino no erraba nunca y esa revista de literatura estaba en ese lugar, en ese momento, como un mensaje de reconciliación de la madre poesía para su hijo más pródigo. Desde ese día se dedicó a buscar las palabras precisas para su composición, la acentuación, cadencia, silencio y respiración que harían de aquel poema una pieza excepcional que renovaría el lenguaje. Descartó las palabras comunes por comunes y manoseadas, rebuscó en el diccionario de Sebastián Covarrubias, fue a la caza de latinismos, revisó a María Moliner, consideró el len-

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guaje de Zamenhof y el arameo, y finalmente, al darse cuenta de lo insuficiente de todo lo anterior, comenzó a crear sus propias palabras. La primera palabra le llegó como relámpago que rompe la noche oscura y tras ésta se desgranaron una a una sobre el papel, oscureciendo la página con sus letras negras: extraños verbos, absurdos sinónimos, incomprensibles adjetivos. Con el desvelo surcando su rostro fue a una nueva reunión con el grupo musical que grababa sus composiciones y que había accedido a incluir una canción entregada de último momento. Los Bravos de Jiquilpan lo habían lanzado a la fama como compositor en el mundo grupero, era gracias a ellos que por fin logró vivir alejado de los clichés de poeta maldito, a pesar de que lo habían sumido en la sima de la literatura para alzarlo a la cima de las clases sociales. El escritor pretendía con esa nueva canción revitalizar la música de los corridos, pasar de la revolución de inicios del siglo xx a las revueltas del siglo xxi, de los caudillos del sur a los descabezados del norte, sabía que ahí estaba la nueva veta del dinero. Sí, era un escritor pretencioso y avaro.

Pasaron los días y el proyecto para su poesía se detuvo igual que como arrancó. Se sintió agobiado, las páginas blancas eran más que las llenas de tinta, el poema le pareció inmenso, inabarcable. El tiempo fue cerrándose mientras el escritor buscó refugio en la poesía del siglo de oro, leía casi en estado místico y garabateaba cosas sin sentido. Y sin embargo la planeación se fue al carajo, el premio y la revaloración de su carrera como poeta se hundieron en una pausa sin forma que sólo admitía la escritura de canciones para un público que no tenía idea de quién era Mario Santiago Papasquiaro o Antonio Machado. Así llegó la fecha fatal, el plazo límite para enviar una composición lírica al Premio Nacional de Poesía. El escritor estaba derrotado, supo que su nombre jamás estaría entre la pléyade celestial a la que siempre quiso pertenecer. Supo que el dinero bastaría para suplir la amargura de haber cursado una licenciatura en Letras Hispánicas y una maestría en Literatura Mexicana. Supo que sería siempre el paria que derrochaba talento por unas cuantas monedas. Y supo también que el destino no erraba nunca y que su futuro era ese: ser reco-


nocido como el nuevo cancionero de México. Entonces, como una jugada contra la muerte, decidió enviar su última canción escrita al concurso para sumergirse en la vida bohemia de la que tanto rehuyó; gastó todo su dinero en putas, alcohol y cigarros. Murió atropellado días después, ahogado de borracho. Nadie reclamó su cuerpo. ♦ El fallo fue dado a conocer meses después en un breve comunicado de prensa: De un total de 541 trabajos recibidos, el jurado seleccionó esta obra debido a que su visión permite un acercamiento original a lo cotidiano con un lenguaje fresco, cuya fuerza expresiva salva algunos escollos formales; una propuesta orgánica resuelta, que contiene registros expresivos con imágenes intensas, así como la diversidad de climas y trama. El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes a través del Instituto Nacional de Bellas Artes, otorgará post mortem un diploma y una escultura a la familia del escritor y ha decidido crear una cáte-

dra de poesía contemporánea en su honor. El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes lamenta el fallecimiento del poeta en un accidente vial, acaecido hace dos meses. El poema fue publicado en casi todas las revistas y suplementos literarios, alabado al extremo por romper los paradigmas de la poesía en México. Sin embargo, en un país que se alimenta de sospecha, siempre quedó la vaga idea de que el premio era sólo una estrategia para legitimar la reciente aprobación de la legalización de las drogas y el ascenso del capo de moda a los círculos políticos. Con cuerno de chivo y bazuca en la nuca volando cabezas al que se atraviesa somos sanguinarios locos bien ondeados nos gusta matar. Pa’ dar levantones somos los mejores siempre en caravana, toda mi plebada bien empecherados, blindados y listos para ejecutar.

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Con una llamada privada se activan los altos niveles, de los aceleres de torturaciones, balas y explosiones para controlar. La gente se asusta y nunca se pregunta si ven los comandos, cuando van pasando todos enfierrados, bien encapuchados y bien camuflash.

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Van endemoniados, muy bien comandados listos y a la orden, pa’ hacer un desorden para hacer sufrir y morir a los contras hasta agonizar. Van y hacen pedazos, a gente a balazos ráfagas continuas, que no se terminan cuchillo afilado, cuerno atravesado para degollar. Traen mente de varios revolucionarios como Pancho Villa, limpiando en

guerrilla, limpiado el terreno, con bazuca y cuerno que hacen retumbar. El Macho adelante, con el comandante pa’ acabar con lacras, todo el virus Ántrax equipo violento, trabajo sangriento pa traumatizar. Seguiré creciendo, hay más gente cayendo por algo soy el Ondeado respetado El Escritor mi nombre y saludos para Culiacán.


Cabriola Génesis Jezabel Guerrero

Al sentir el roce de la hoja, el disparate se va deshilachando, se revuelve con la goma, danzan. Se colocan en tercera posición y empieza un tango, entrelazan los pies, chocan sin quejarse. Se pisan pero siguen, se frotan y ruedan uno sobre el otro despertando a las palabras contiguas. Ahora es una lucha cautivante y se comen, se hacen una sola masa, una tirita suave coloreada por diminutos puntos grisáceos de mugre, de grafito inexacto. Terminan enrollados por delante y por detrás, trenzados. Se arrastran las letras torpes escritas sin querer, coladas en párrafos rígidos sin espacio para ellas; letras zopencas que se dejan chupar por la goma hambrienta como si fuera una ola cálida. Mareo. Luego la quietud: adheridas la una con la otra, las migas de palabrería y caucho dejan de contorsionarse y se recuestan en los bordes del papel. Finalmente una boca lanza brisa calada, empujando la pelusilla de borrador directo al vacío, obligándola a festejar el error en otra parte.

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Literatura Maria Alzira Brum

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Fue un accidente. Mi madre llora porque la lavadora no se apaga y yo estoy dentro. Oigo su voz distante diciendo mi nombre. La lavadora es de la marca Literatura, fabricada en los años sesenta y, aunque ya desconectada de la corriente, no para de funcionar, contrariando todas las leyes de la física. Tiembla, salta, gruñe, se resiste al fracaso de su cuerpo, a su naturaleza de máquina programada para ser alimentada por una fuente de energía y dejar de trabajar cuando ésta cese. Se resiste al hecho de que, como máquina, su vida se determina por una combinación de factores como fuerza, fricción, temperatura, humedad, condiciones de uso. Casi para, pero con un brinco vuelve a girar y roncar, un ronco que suena eterno desde el interior donde mis órganos se comprimen por su movimiento que parece sorber mi energía en su esfuerzo por alimentarse.

De repente, mi padre entra por la puerta de la cocina, corre hacia la caja de herramientas, agarra un martillo y le da varios golpes a la lavadora. Ésta tambalea, emite un gemido metálico y finalmente se detiene destruida. Yo salgo atontada hacia los brazos de mi mamá, que me abraza y sigue llorando, mientras reprocha a mi papá: “Mi Literatura, mataste a mi Literatura, ¿qué va a ser de mí?”. Pienso que mi papá va a golpearla como hizo con la máquina, proporcionando así el trauma que despertaría mi vocación, la razón de mi primer texto. Pero no. Deja a un lado la presunta arma del crimen, recoge los restos de la Literatura, los envuelve en papel de periódico y los acomoda en un estante. Devuelve el martillo a la caja y sale sin decir nada. Mi mamá sigue llorando.


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“hola estefy” Sebastián Lampasone hola estas en españa? estefy

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estoy algo pasado son las 8 o 7 11:33 son las 11.30 aqui asi q ahi son las 7.30 11:33 spain parece la luz entra por mi ventana trato de taparla con sabanas sucias trato de cambiar la musica


suena un regue hipjopeado muy feo 11:34 hacen 4 grados veo lluvia, verde 11:35 aca la semitera estรก por pasar estuve fumando supongo que se nota pero sos bella humana 11:40 Epi estรก desconectado/a. 11:40 las perras duermen en el sillรณn y del equipo de musica sale una lucecita azul 11:40 Epi estรก desconectado/a. 11:40 en mi escritorio hay tres encendedores

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11:40 Epi está conectado/a. 11:40 te escucho 11:40 oigo redemption song cantada por una banda local un monedero que dice S a l t a el paquete de galletas imitacion de Traviatta esos son los grados como a la espera de un terremoto

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calma perros durmiendo el empleado publico enciende el motor el winamp hace su trabajo escucho “Alerta Kamarada cantando aquí” estoy escribiendo un comentario en el blog de lucas carrasco a ver qué opina de la muerte del qom


a ver qué dice el escriba Nac y Pop puse el comentario antes, el martes 30, firmé anonimo, y no lo aceptó vuelvo a escribirle pero firmo con mi cuenta de gmail y blogger me dice se ha guardado su comentario y podrá visualizarse una vez que el propietario del blog lo haya aprobado un océano muchos años millones y contándote esto ... un rayo de sol por el este

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se mete sin importarle nada el océano los millones muchos años da justo sobre una franja

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arriba del teclado, ilumina el tenedor de mango negro de plástico, cómo harán el plástico ... ahora volví el modem de 200 mangos al mes no es infalible Si ves lluvia, verde, dónde estás?


Las bendiciones Hulisses de la Rosa Como todos los domingos, se levantó muy temprano. Encendió un cerillo y lo acercó al pabilo de la veladora. La llama acariciaba la punta de su dedo índice, pero no quiso apartarlo hasta que la mecha estuvo encendida. Con un exagerado ademán de muñeca apagó el fósforo al tiempo que la luz hacía palidecer el oscuro rincón donde un altar repleto de imágenes estaba colocado. Puso sus manos juntas e hizo su habitual plegaria a san José para pedirle que cuidara su hogar. Cuando terminó, se dispuso a extinguir la flama con un soplido, pero se distrajo al oír que en la calle una botella se hacía pedazos y luego alguien lanzaba un insulto: el hijo de su vecina tenía la costumbre de alterar la paz en todo momento. A pocas cuadras, en la parroquia, la primera campanada se produjo avisando a los fieles que la misa de ocho pronto daría inicio. Al escucharla olvidó com-

pletamente su propósito de apagar la veladora y fue directo a su dormitorio para alistarse. Tendió rigurosamente la cama. Se puso sus mejores ropas. Preparó el desayuno, pero no lo comió. Los años no habían conseguido diluir ni siquiera un poco las palabras que su abuelo solía decirle cuando era apenas una niña: “El cuerpo de cristo se recibe mejor con el estómago vacío”, como si se tratara de un medicamento de efecto prolongado. Al escuchar la segunda campanada se puso el suéter, sin importarle que aquella fuera una mañana calurosa, y salió por fin a la calle. Sentía hambre. Eso, de algún modo, al igual que la quemadura en su dedo índice, le producía satisfacción. La vida de mujer pensionada y sola había reducido su rutina a un diminuto manojo de acciones repetidas

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maquinalmente a diario: se ocupaba del aseo, iba por la compra y preparaba la comida. Su tiempo “libre” se escapaba entre plegarias, imágenes, veladoras y las agotadas cuentas del rosario con el que habría de ser enterrada. Cometía de vez en cuando algún pecado venial para poder confesarlo los miércoles por la tarde. Vestía con devoción el mismo suéter negro todos los días para refrendar que su viudez, tres décadas después de la muerte de su esposo, permanecía intacta. Sus ochenta años se adornaban con el orgullo que producen el dolor y la vigilia. Entró a la iglesia al tiempo que repicaba la tercera campanada. Escuchó atentamente la misa hasta la mitad del sermón, cuando el padre exhortó a los asistentes a permanecer atentos frente a las tentaciones sutiles: “Son las más peligrosas; esas que incendian el espíritu en un descuido y terminan por consumirlo todo”. Aquellas palabras le provocaron un sobresalto. No porque advirtiera la latencia del pecado dentro suyo, sino porque en ese momento recordó que había olvidado apagar la veladora puesta a San José esa mañana. Tuvo que reprimir el impulso de salir corriendo de vuelta a casa.

No había, para ella, razón suficiente que la hiciera abandonar una misa. No pudo apartar la inquietud de su mente: imaginó su hogar en llamas; los gritos de los vecinos, siempre egoístas, preocupados porque el fuego no alcanzara sus casas; el esfuerzo de los bomberos, tan valientes, por salvar lo poco que ella tenía. Trató de calmarse, pero era incapaz de pensar en otra cosa que no fueran los terribles escenarios que desatarían el incendio: tal vez la llama alcanzaría uno de los listones puestos a san Charbel. O quizá, a causa del calor, el vaso de vidrio que contenía la veladora estallaría haciéndola caer. Cuando el sermón llegó a su fin, ella estaba segura de que aquello ocurriría, si no estaba ocurriendo ya. En el altar el padre había comenzado la consagración, pero ella estaba absorta, especulando cómo serían sus últimos días ahora que iba a perderlo todo: tendría que ir a vivir con su hermana porque su hijo no quería verla. No volvería a sostener una conversación de patio a patio con la vecina —su único contacto humano más allá del momento de dar la paz durante la misa—, aunque eso le daba igual. Después de todo, ella no le

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agradaba tanto; odiaba sus críticas “amistosas” sobre el plástico que cubría los muebles de su casa. Qué sabía esa mujer de cuidar algo, su hijo era un ladrón y un vago que desperdiciaba sus días en una banqueta. El suyo, al menos, era un brillante contador con una familia y una casa elegante. No importaba que él lo negara, si tenía esa vida era por los valores que ella le había inculcado. Pensó en sus posesiones más valiosas: el comedor que le había regalado su abuela. La cama de sus padres. El álbum de fotos que, al interior de un cajón, guardaba los recuerdos de una vida llena de bendiciones. Todo reducido a una pila de cenizas que el viento se encargaría de desaparecer. Podía imaginarlo: al ver su hogar en llamas estallaría en llanto e imploraría por la ayuda que nadie sería capaz de brindarle. Aparecería algún vecino y la tomaría entre sus brazos para decirle: “Ya, no se preocupe. Lo importante es que usted está bien. Lo material es lo de menos”. Y tal vez, con algo de suerte, aparecerían los reporteros con sus cámaras y la convertirían en la nueva tragedia nacional. Los extraños la llenarían con esas palabras dulces que tanto le faltaban. No volvería a pasar un día sin que alguien le dedicara

una mirada llena de compasión. Incluso, quizá, su hijo podría enterarse de lo ocurrido y entonces volvería llorando para pedirle una disculpa por marcharse. Pensó que eso valía un poco más que todo lo que el fuego destruiría y su malestar desapareció. Mientras comulgaba dio gracias por aquel incendio que ahora parecía más que inevitable, necesario. Una bendición, la recompensa por una vida abnegada. Al concluir la misa, salió despacio. Quería dar oportunidad a que el fuego lo consumiera todo. Se llenó de tranquilidad cuando escuchó a la distancia una sirena. Entre la gente apareció una mujer que se acercó a ella y con agobio enunció la frase prevista: “Está saliendo mucho humo de su casa”. Con ensayada angustia, contestó: “No me digas eso”. Apuró el paso, tenía los ojos llenos de lágrimas que, sólo ella sabía, eran de felicidad. Cuando llegó, la gente gritaba, pero no con angustia; una multitud vitoreaba con júbilo a un muchacho, el hijo de la vecina, que sonreía cubierto de hollín. Se horrorizó cuando la madre del joven se acercó para decirle: “Comadre, se le estaba quemando su casa. Pero el José se metió y pudo apagar el incendio”. En ese mo-


mento ella se desplomó llorando. Alguien la tomó entre sus brazos e hizo el tan esperado comentario sobre la intrascendencia de los bienes materiales. Tras unos minutos apareció un indolente camión de bomberos. El altar se quemó totalmente al igual que las cortinas. El plástico sobre los sillones fue incapaz de cumplir su labor protectora. La mujer abnegada encontró, en la mancha que dejó el fuego sobre su muro, las reminiscencias de un gesto celestial indescifrable; el recordatorio de que una bendición y un castigo caben en la misma maniobra divina.

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Omisiones Kevin C谩rdenas

Lloro, gateo, camino, hablo. Imagino, creo, recreo, inmortalizo. Busco, no hallo; hallo, no busco. Abrazo, beso, tomo, engendro y, finalmente, concluyo.

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Pero nada de esto hizo porque el narrador olvid贸 tildar los verbos.


Queda en familia Álvaro Luquín 1 Juega con el balanceo de su hermano a la sombra que aún ida permanece y adquiere nuevas facultades. Hermoso venir e ir de nuevo. Qué triunfo del violeta pega su etiqueta conclusiva y llama a todos los insectos para acentuar la extravagancia (ex-lenguada) de su desaparición.

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1.1 Y en navidad hablaba de David, la estrella Hume en defensiva. Denostaba los regalos, los abrazos; gritos, amenazas y una o tres pastillas. No era mal muchacho.

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DirĂ­ase cargaba un muerto a cuestas, siempre lo nombraba, pero hoy pienso en toda una familia. 2 La pachorra del Ăşltimo finado sale como piedra en mano ajena sin fijar la consecuencia.


No importa cuántos saltos lances o expulsiones… La chispa regresa a su fuego —sonrisa final de un retrato—. Luego, abrazos, discursos y un brindis. Ya ves, nadie sale lastimado. 3 Mantener un llanto al límite de la cordura, ¡eso sí es algo grande! Hermosa calma anémica porque en Nada regresará un orden principal. Algunos ciclos no operan de noche.

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4 Abres una puerta, nada, otra, algo, otra, nada. Nada vs. algo, nada brillando se aproxima. Efigie cenizada vuelta grito: discreto como la cordura. Así la historia llega próxima a las consecuencias: la madre inresignada, volatilidad estable. ¿Para qué morir, dice, si hay sillas de ruedas?

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No lo entiende. Hay días ocultos en un cristal del candelabro.


Colaboradores

Alejandro Badillo 1977. Ciudad de México. Ha publicado los libros de cuentos Ella sigue dormida (Fondo Editorial Tierra Adentro), Tolvaneras (Secretaría de Cultura de Puebla), Vidas volátiles (Universidad Autónoma de Puebla) y La herrumbre y las huellas (Ediciones de Educación y Cultura). También es autor de la novela La mujer de los macacos (Libros Magenta). Es colaborador habitual de la revista Crítica. Ha sido becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla (foescap) y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (fonca). Actualmente es coordinador del Taller de Creación Literaria de la Universidad Iberoamericana Puebla. @alebadilloc Álvaro Luquín 1984. Guadalajara, Jalisco. Estudió medios audiovisuales. Fue becario del programa de Estímulos a la Creación Artística del estado de Jalisco 2011-2012 y del programa de Jóvenes Creadores del fonca 2012-2013. Ha publicado los libros Praderas silenciosas (La Zonámbula, 2011) y Blanco sucio (Filodecaballos, 2013). Génesis Jezabel Guerrero Junio de 1993. Guadalajara, Jalisco. Estudiante de la Licenciatura en letras hispánicas de la UdeG. Ha publicado en el blog de La Zonámbula en la sección “Zonambulantes” y trabajó como asistente de editor en el suplemento “Ocio”. huracanes.posterous.com @GeneJezabel

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Gerardo Esparza Rivas 1983. Acatlán de Juárez, Jalisco. Estudió la Licenciatura en estudios políticos y gobierno y la Licenciatura en letras hispánicas de la UdeG. Fundador y editor en De lo imposible ediciones. Hulisses de la Rosa Febrero de 1989. Ciudad de México. Estudiante de la Licenciatura en letras hispánicas de la UAM Iztapalapa. Fue becado en dos ocasiones por el Curso de creación literaria para jóvenes, de la Fundación para las Letras Mexicanas y la Universidad Veracruzana. Sus textos han sido publicados por la revista Anders Behring Breivik. @UlisesconH

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Kevin Cárdenas Agosto de 1994. Guadalajara, Jalisco. Estudiante de la Licenciatura en letras hispánicas de la UdeG. @KevORulz Manuel Fons 1982. Guadalajara, Jalisco. Estudió Artes visuales y la Licenciatura en letras hispánicas de la UdeG. Primer lugar en el concurso de cuento de la Revista Lápiz-cero en 2010. Ese mismo año fue seleccionado como ponente en la Universidad de Oxford. Es autor del libro de relatos Manuscrito hallado en un manuscrito (2009). Escribe en el suplemento “O2” de la Gaceta UdeG y es director de la revista Elipsis. manuelfons.blogspot.com

Maria Alzira Brum Brasil. Doctora en Comunicación y Semiótica por la Pontificia Universidad Católica de São Paulo. Traductora y escritora. Ha publicado las novelas La orden secreta de los ornitorrincos (2009) y Novela souvenir (2009), la biografía Aleijadinho: homem barroco, artista brasileiro (2009) y el ensayo O doutor e o jagunço (2000). Escribe en revistareplicante.com Roberto Aztlán Noviembre de 1991. Ciudad de México. Profesor de literatura a nivel primaria y miembro del consejo editorial de Revista Herética. De 2010 a 2012 trabajó para la Coordinación de Literatura y Fomento a la Lectura del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Nayarit (cecan). Radica en Tepic. salirflotandoporlaazotea.blogspot.mx Sebastián Lampasone Marzo de 1985. San Juan, Argentina. Fundador, editor, encuadernador, diagramador y corrector en la editorial Poderosa Lectura. En 2007 fundó y editó la revista El Culo Chungo. sebastianlampasone.worpress.com sopaipillasdemicorazon.blogspot.com poderosalectura.blogspot.com


35 Ilustraciones: Colectivo Amable Compuesto por cuatro artistas visuales, cada uno especializado en un medio distinto: Yanina Pelle, Emerson Balderas, Emanuel Eduardo y Víctor Lucero. Juntos realizan Cadáveres Amables, dibujos hechos a partir de la técnica del cadáver exquisito, donde distintos estilos se reúnen para formar un nuevo mundo. El Colectivo ilustró el libro de minificciones ¿Cómo terminó la humanidad? Ejercicios de Ilustración y de Ficción (conaculta y el Instituto Tlaxcalteca de la Cultura, 2013). www.colectivoamable.com


Puntos de venta

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Ciudad Guzmán: AirePAZ (Cristobal Colón #58) Chihuahua: La casa del búho (Rua de las Humanidades s/n, Campus Universitario I) Culiacán: Café Marimba (Av. El Dorado #1203) Fabuloso Chantaje (Ruperto Paliza # 80000) Guadalajara: AirePAZ (Chapultepec # 155) Café Quimera (López Cotilla #1080) Analco (cafetería en el CUCSH) Caligari (Juan Manuel #1406) Hotel Demetria (Av. La Paz #2219) La Mata Tinta (Juárez #145-11, Tlaquepaque) Laboratorio de Arte Jorge Martínez (Belén esquina Independencia) Peregrino Café Bistro (López Cotilla #875-1) Rendez Vous (Libertad #1903) Rojo Café (José Guadalupe Zuno #2027) Xalapa: 2288 (Av. Murillo Vidal #130) La Rueca de Gandhi (Úrsulo Galván #65) Librería Hyperión (Rayón #18)


@_LaCigarra_ facebook.com/lacigarrarevista lacigarrarevista@gmail.com




No. 2

$30 pesos mayo-julio 2013


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