Cuadernos de Occidente

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CO “Que en el Oriente se encienda lo que en Occidente cobra forma”

Arte Ciencia Pensamiento Vida Espiritual Libre

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Abril 2012

Editorial Itaca La clave del fracaso Ars Lineandi El proceso artístco Galeria Arte


Apreciado lector, Gracias por acercarte a esta revista. Es para mí un motivo de alegría que la tengas ante ti, pues significará entonces la materialización de una aspiración compartida largo tiempo por los integrantes de este proyecto. Junto con la editorial IAO, Cuadernos de Occidente quiere aportar un punto de vista que consideramos necesario en nuestro contexto cultural y social. No se trata de una revista que siga una tendencia ni una ideología, ni siquiera está acotada a una temática específica. Se trata de una revista que quiere aportar un momento concreto de la conciencia, el que ahora corresponde por más que muchas veces nos mantengamos firmes en posiciones caducas pero seguras. La actualidad nos ha dejado múltiples ejemplos que han marcado hitos muy significativos para la comprensión de nuestro entorno social; son muchos y variados los ejemplos de estructuras que ya no facilitan la vida del individuo, sino que más bien lo separan de toda posibilidad de vivir de acuerdo a su conciencia, de expresarse y de ser; de ser individual, en definitiva. Ha emergido una queja contra un modelo de pensar antiguo, pero ¿qué conciencia puede hacerse cargo de esta situación? Este momento de la conciencia puede llamarse conciencia del retorno, aunque puede tomar otros nombres pues no surge de una exposición teórica sino de una experiencia. Podemos llamarlo, si se quiere, un “momento de vista”, por enfrentarlo al familiar punto de vista, causante de cuantos enfrentamientos queramos recordar. Esta conciencia es la del viaje a Ítaca en el poema de Kavafis que -no por casualidad- podréis leer a continuación, que no quiere conquistar el destino, sino que éste sea la guía por la que la experiencia se ilumina. Evocando el Occidente en su sentido más verdadero -la fuerza concedida por el elemento de destino, frente a las formas de pensamiento heredadas que llegan a nosotros desde el pasado- queremos ofreceros a través de este soporte la experiencia de esta conciencia, expresada en artículos y obras artísticas, pero además queremos salir al encuentro de tus aportaciones, lector. Pues todos estamos llamados a construir las formas culturales del futuro. Queremos, pues, ofrecer el soporte para esta nueva cultura, para la expresión del límite, para el testimonio de la forma renovada, para el encuentro entre aquellos que estamos en el camino. Esperamos que encuentres lo que buscas y estamos a tu disposición. Carlos Blanco Abril de 2012

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ÍTACA Cuando emprendas tu viaje a Ítaca

Ve a muchas ciudades egipcias

pide que el camino sea largo,

a aprender de sus sabios.

lleno de aventuras, lleno de experiencias.

Ten siempre a Ítaca en tu pensamiento.

No temas a los lestrigones ni a los cíclopes,

Tu llegada allí es tu destino.

ni al colérico Poseidón,

Mas no apresures nunca el viaje.

seres tales jamás hallarás en tu camino,

Mejor que dure muchos años

si tu pensar es elevado, si selecta

y atracar, viejo ya, en la isla,

es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.

enriquecido de cuanto ganaste en el camino

Ni a los lestrigones ni a los cíclopes

sin aguardar a que Ítaca te enriquezca.

ni al salvaje Poseidón encontrarás,

Ítaca te brindó tan hermoso viaje.

si no lo llevas dentro de tu alma,

Sin ella no habrías emprendido el camino.

si no los yergue tu alma ante tí.

Pero no tiene ya nada que darte.

Pide que el camino sea largo.

Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.

Que sean muchas las mañanas de verano

Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,

en que llegues -¡con qué placer y alegría!-

entenderás ya qué significan las Ítacas.

a puertos antes nunca vistos. Detente en los emporios de Fenicia y hazte con hermosas mercancías, nácar y coral, ámbar y ébano y toda suerte de perfumes voluptuosos, cuantos más abundantes perfumes voluptuosos puedas.

CONSTANTIN KAVAFIS

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LA CLAVE DEL FRACASO polaridades conceptuales: aumento-crecimiento, progreso-evolución, repetición-transformación, vida-muerte..., logro-fracaso. Y curiosamente nuestra preferencia "habitual", nuestra simpatía se manifiesta conscientemente a favor, o más bien inconscientemente, del primer término de las polaridades. En pocas palabras, valoramos más el aumento, en contraposición con el crecimiento, donde habríamos de tener en cuenta el devenir; valoramos el progreso e ignoramos la evolución; nos interesan más los resultados que los procesos, y preferimos la exasperante repetición frente a la imprevisibilidad de la transformación o metamorfosis, y, desde luego, y casi sin discusión, escogemos la vida ignorando la muerte. Ahora bien, por ejemplo, ¿es posible adquirir un verdadero significado de la vida ignorando el encuentro con la muerte ? Y, sin embargo, y de forma inevitable, todo lo que vive desemboca en determinada crisis que manifiesta el fin de lo que alimentaba su progresión y su imparable crecimiento en un auténtico estrellarse contra sí mismo. Procesos de crecimiento y decadencia, de nacer y perecer, se encuentran tras la fenomenología de lo viviente ocultándose a la mirada del tiempo discursivo. Y el progreso, al que se le atribuye el sentido de la ascensión continua y visible (progresiva), se interrumpe para dar lugar a la evolución, con su vocación transformadora, discontinua e invisible (metamórfica).

El fracaso no goza de estima, no gusta a nadie, no vale en esta época. Y no podría ser menos, pues ¿a quién le gusta perder, a quién le gusta fracasar, no triunfar?... Esta actitud es coherente con los valores corrientes de nuestro tiempo, pues hoy todo viene a ser medido por su eficiencia, por su resultado "positivo". Pero por muy poco que se profundice en la concepción que se esconde detrás de estos valores comunes, saltan a nuestro encuentro determinadas

Este devenir siempre está detrás de todo aspecto aparente de la vida, que se nos muestra en instantes y fragmentos de un proceso que se oculta... Igual el bosque se oculta detrás de los árboles que lo forman, las plantas ocultan su figura en la innumerable serie de estados distintos entre sí: germinal, crecimiento de hojas y raíces, nudos, metamorfosis, flores, semillas. ¿Y cuál de estas figuras representa la planta? Si bien en estos fragmentos se nos muestran las cosas ya formadas, en los distintos estados los procesos son puro despliegue y lucha de fuerzas pujantes, de dinamismo incesante que impide la permanencia como tal de los aspectos alcanzados. Todo se transforma según su vocación evolutiva, su plan creador, en devenir. Vida y muerte

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impregnan de forma cíclica la vida natural, que de esta manera renace de sus propios "fracasos". Ahora bien, si respecto a la naturaleza estas imágenes maravillosas nos pueden resultar bastante obvias - y esto a pesar de que el pensamiento metamórfico todavía no ha llegado a ser parte innegable de la metodología de la ciencia natural -, en lo que respecta a la vida humana las dificultades para reconocer y caracterizar estos elementos parecen insuperables. La Naturaleza que se extiende por doquier en nuestro entorno es, sin duda, el prodigioso escaparate de los fenómenos que nos remiten a estos conceptos y representa genuinamente el libro abierto de su aprendizaje. ¿Pero disponemos de una concepción suficiente sobre la vida humana que nos permita distinguirla y no verla completamente confundida con la vida natural? El propio ser humano está inmerso en todo ello, ya que su vida se encuentra dentro de esta Vida. Sin embargo, y así entramos en lo que nos ocupa, la vida de los hombres y la vida natural se encuentran en franca contraposición. Así, resulta que podemos aceptar la muerte como seres naturales - ¡qué remedio! -, pero se nos antoja del todo inaceptable desde nuestra condición de seres conscientes, es decir, como sujetos que adquieren experiencia, dan sentido a su vida, evolucionan y se perfeccionan. La extrapolación fenomenológica de la vida natural a la vida humana es propia de una época heredera de la concepción evolucionista proveniente de las ciencias naturales. La vida humana se sitúa como cumbre en el devenir de la naturaleza, y los atributos propiamente humanos son vistos como una continuación de ésta. Por ejemplo, el hecho de que los animales superiores y los humanos compartan sentidos de percepción nos oculta otro hecho enormemente diferenciado: los primeros hacen uso de éstos para su vida instintiva, a diferencia del hombre, que los usa para su vida cognitiva. Y dicha extrapolación fenomenológica se debe a nuestra incapacidad para captar tanto lo espiritual-subjetivo y actuante en la vida humana como el concierto de seres y fuerzas que actúan en los procesos de la vida natural. Se nos hace transparente el hecho de que la auto-percepción del sujeto y la representación que éste se forma de sí mismo son el fondo del problema: que el sujeto experimentador de la vida humana ha de resolverse en su propio devenir. Y para éste los fracasos son los puntos clave, los peldaños que le permiten empujar su biografía hacia la corrección de los errores de acción y representación y canalizarla hacia las nuevas experiencias que le permitan su propia actualización en base al conocimiento de sí mismo. De ello dependen todas las consideraciones sobre el sentido y la dignidad de la vida de un ser humano. "El hombre no tiene naturaleza...tiene biografía". La genial síntesis de Ortega

y Gasset de la contradicción enunciada más arriba nos sirve de guía para observar el peregrinar del sujeto consciente implícito en sus vivencias y la renovación contínua del conocimiento de sí mismo, siempre provisional, a lo largo de la biografía. Esto pone de manifiesto que no se pueden medir en términos naturales los acontecimientos de la biografía, la cual está sujeta completamente a la evolución de la propia individualidad y no a los resultados de los procesos biológicos, fisiológicos, instintivos o naturales, propios, más bien, de la vida animal. Llegados a este punto nos deberíamos preguntar sobre la imagen y el alcance de nuestra visión respecto a lo que consideramos íntimamente como propiamente humano. ¿Podemos considerar los instintos biológicos un logro humano? ¿Y los fisiológicos? ¿Tal vez la percepción o la actividad sensorial? ¿O más bien nos sentimos representados humanamente en nuestra cultura científica, artística y religiosa - y en la realización de los sempiternos ideales de lo verdadero, lo bello y lo bueno? Las grandes culturas de la humanidad nos recuerdan sin equívoco esta diferenciación de lo humano respecto a lo que venimos llamando Naturaleza. No es menos cierto que la relación del hombre con la naturaleza se manifiesta de una forma muy diferente de una cultura a otra, estando mucho más cercana a la vida espiritual de los hombres y a sus designios cuanto más nos remontamos a los tiempos antiguos, cuando podíamos hablar de auténticas religiones de la naturaleza. Las culturas antiguas eran gobernadas por los dioses, y la actividad humana se insertaba escrupulosamente en sus designios. Los principios eran perfectos; sólo cabía la decadencia. Las metas de realización de las culturas antiguas se centraban en el recuerdo de los orígenes y en la preparación del retorno a los principios primordiales. Todas las concepciones antiguas del mundo se basaban en la restauración de los principios creadores, en la restauración del origen. Evolución y progreso no podían, sencillamente, concebirse. Cabe preguntarse qué imagen se podía tener entonces sobre la perfección. Obviamente, ésta era la de los principios, y su alcance era posible en tanto se recreaban éstos, es decir, en tanto se volvía a la perfección del origen. Pero los hombres se separan cada vez más de sus padres en los cielos, y con ello pierden a la vez la relación con los seres espirituales tutelares y los elementales de la naturaleza. Pierden su realidad de criatura natural, y se convierten, eso sí, en una singular criatura dotada de auto-conciencia pensante. Son precisamente los griegos quienes fundan la "polis", la ciudad, y el "ágora", el lugar de encuentro y plaza de uso exclusivo para los hombres, dando la

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espalda al campo y al mundo natural y creando así el recinto propio de lo humano. Creación de un lugar adecuado para el cultivo de una vida humana, que finalmente se verá librada a sus propias fuerzas autoconscientes y a un destino personal y biográfico. Ésta es la época en que la actividad pensante sale de los templos, abandona los misterios y es entregada a los hombres, a través de los profetas, en los liceos de Pitágoras, en los diálogos de Sócrates y Platón, y, finalmente, en la lógica de Aristóteles. ¿Pero cuándo podemos realmente considerar el principio de la historia? Emparentados, los conceptos de progreso y de evolución alimentan en nuestro tiempo el afán de los hombres, pero no ha sido una representación compartida a lo largo de las distintas culturas y por tanto no podemos considerarla como la esencia del devenir de dichas culturas, de su crecimiento, desarrollo, florecimiento y decadencia. Esto es lo que se comparte hoy, por lo general, a raíz de la moderna concepción del materialismo histórico como fruto de la teoría de la evolución. ¿Entonces, cuándo aparecen estos conceptos tan familiares hoy en día?

Y, como ironía del destino, la teoría de la evolución de las especies y el mismo concepto de evolución deben su origen y significado al Cristo, sin el cual ambos contenidos serían inconcebibles. ¿No tendría sentido, entonces, preguntarnos con toda la sinceridad qué clase de maravilla, si no milagro, hace posible remontar los errores y los fracasos, perfeccionarnos luego, y, por ende, aprender? ¿Es quizá aquello que hace que la verdad sea una superación del error, que la realidad sea un despejar la ilusión, que la pureza sea eliminar lo sucio y que el bien sea un mal transformado? Quien da sentido a sus vivencias transformándolas en experiencia es el auténtico sujeto de la peregrinación biográfica, quien reformula su identidad partiendo del fracaso de su provisionalidad, de su situación siempre implícita en sus actos, situación de fracaso y de muerte de la cual tiene que renacer. Y esto sí, finalmente, puede recordarlo, y para siempre, pasando ya a formar parte sustancial de su propio ser. El renacer, la memoria personal, el reconocimiento..., la inmortalidad. Gracias a un auténtico estrellarse contra sí mismo.

No pasaremos por alto el hecho de que el genio de la historia haya señalado el comienzo del calendario de ésta en el preciso año del nacimiento de Jesús, luego Jesu-Cristo, y la posterior incorporación del Ser de Cristo al Ser de la Tierra.

Vlad Apetrei Febrero 2012

Curiosamente es en este preciso momento cuando el hombre empieza a rescatar su ser individual del conjunto sacrosanto de sus antepasados (antes su voz es siempre idéntica a la de todos ellos juntos), de los grupos étnicos, sanguíneos, tribus, clanes y familias. Es en el derecho romano donde recién se establece la posibilidad de testar libremente los propios bienes a otros individuos; anteriormente, este derecho siempre recaía a favor de la comunidad humana a la cual el hombre pertenecía. En la concepción del cristianismo pasan a formar parte de la vida humana posibilidades que sólo pertenecían a los Dioses creadores, como el hecho de que el ser humano pueda redimir su vida libremente y tener una biografía y un devenir que a través del auto-conocimiento incluye la posibilidad de perfeccionarse, hasta alcanzar la inmortalidad gracias a la llegada, la incorporación y el sacrificio del divino "Yo soy" a la Tierra. La historia viene así a representar gráficamente la contraposición entre la vida natural y la propiamente humana, es decir, de aquello que vive, se mueve, crece y perece como especie, contrapuesto a aquella vida que individualmente tiene experiencias conscientes, las recuerda, las representa, las conoce y libremente puede corregir los errores, amar, transformarse y perfeccionarse, renaciendo de sus fracasos, de su muerte.

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ARS LINEANDI... El orden y la medida deben siempre ser creados, auxiliados; el desorden y la falta de medida se instalan solos. (Michel Seuphor)

CAPITULO I

. Huella de un movimiento... . Del movimiento a la forma... . Aprender lo nuevo... . Camino de desarrollo espiritual... . Sentidos de las formas... . El mejor trazador... . Evitar las hojas satinadas... . Campo de líneas rectas... . Actividad calmada y apacible... . Con intervalos regulares... . Estar totalmente presente... . Dejarlo partir... . Toda línea evolucionada... . Yo se hace creativo... . Las fases de expansión alternan con las de contracción... . ¡No perder el valor...! . Equilibrio, movimiento, orden, tacto...

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Del movimiento a la forma... Del devenir, de las metamorfosis, de la transformación, de la aventura del conocimiento; de la biografía de las líneas que laten en mis manos, que parten del carbón y que van yendo hacia la geometría del diamante; de la veracidad de mi memoria y la cordial razón de los recuerdos; del dibujo de formas de la vida, del radiante diseño del fervor. Aprender lo nuevo... El primer sentimiento es el asombro, es este asombro tan conmovedor; es esta admiración, y una inocencia casi en cruz, virginal, de criatura; el segundo que llega es el respeto: ¡tanta distancia siento entre El bien, La Verdad y La Belleza y mi bien, mi verdad y mi belleza! Y entonces, enseguida se presenta el velo azul de la melancolía (¿dónde estoy y qué ha sido de mí y porqué y cuándo...?) que ondea en la calima del recuerdo, acaricia mis párpados y quiere quedarse ante mis ojos, impidiéndome... Pero, al poco, en mi alma y en mis manos entra el amanecer y voy sintiendo el latido señero de la imaginación y el anhelo, el anhelo, el vivo anhelo, este regalo que es la aspiración: puedo emprender viaje hacia lo nuevo para aprender lo nuevo (Tomo I, Capítulo Primero, del Dibujo de Formas, de Kutzli,) junto a lo permanente de mi historia. ¡Y qué agradecimiento el que me habita con este impulso-rúbrica, con esta decisión cainita: intervenir; colaborar y transformar! ¡Obrar! Camino de desarrollo ... Huella de un movimiento... ¿Se trata del sentido de la línea... o del significado de mi esfuerzo? ¿Se trata de algún paso suelto, solo, ocasional, brillante y caprichoso... o de una danza entera y verdadera sobre la superficie del papel? ¿Se trata del estilo de mi trazo y las revelaciones de mi pulso, del movimiento y su dirección, de conquistas y aplausos... o se trata de una celebración bien matizada por el calor de una meditación que comienza en las yemas de mis dedos? ¿Se trata del compás de mi impaciencia o se trata del ritmo con que nace lentamente el dibujo como olas hacia la orilla de la realidad? ¿Se trata de los rumbos de un antojo, de una veleidad, de una humorada y de simulación, de imitación y ese frío de Rilke (el que se siente con el dibujo de la soledad)... o de atención, firmeza y decisión para exponerse y permanecer en la gran compañía de un enigma? Se trata de elegir cómo, hacia dónde, para qué y de qué forma ir dando forma a este capacitarse, a este Ars Lineandi, huella de un movimiento extraordinario despierto entre las líneas de mi vida, acompañado por mi pensamiento, acompasado con mi corazón.

A ras del horizonte, despacito, sin asaltar el cielo, poco a poco, sin usar como pértiga la mina, dándole a cada trazo su silencio y su sonoridad, y escuchando lo recién acabado y lo emprendido; cuidando especialmente los enlaces, la fluidez de la mañana, el cruce entre el pasado y el futuro; a ras del horizonte, sin fatiga ni precipitación, sin desplegar las alas del deseo, y confiando siempre en la germinación de las promesas que aman mi propia luz y que valoran las cálidas medidas de esta técnica, las cualidades, la capacidad. Sentidos de las formas... Pesos y resistencias: los amigos que encuentra a cada paso el gran viaje de mi voluntad; pesos y resistencias... y el anhelo vuelto resolución práctica, viva, de entender los sentidos de las formas; pesos y resistencias: los obstáculos que favorecen siempre el equilibrio, el movimiento claro del avance; pesos y resistencias... y orden, orden, orden vital, sentido de la vida en su respiración, en su alternancia; pesos y resistencias: luz del tacto que me estremece con su libertad.

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El mejor trazador... El mejor trazador de líneas es... un lápiz graso, blando, grueso, amigo; un lápiz... indio, persa, egipcio, griego, hebreo, occidental; mezcla del mineral duro y la arcilla y el agua y el calor, el fuego, el éter; que recuerde que es alma de un sauce o alma de un enebro, que no olvide; una mina muy dulce, calibrada, sin altivez, sin rigidez, sin miedo, que quiera discurrir con huella alegre, sin enfrentarse al viento huracanado de la jactancia ni de la avidez, mas con autoridad: que favorezca el encuentro de nuevas facultades; un lápiz con un roce generoso, guardián de la elocuencia de las épocas todavía invisibles, por venir; un lápiz muy paciente con el pulso vivo de mi entusiasmo, este entusiasmo tentado por la llama del exceso; lápiz que colabore, que ejercite conmigo cada ritmo, cada dificultad, cada experiencia, cada mañana de descubrimiento, como estas distancias planetarias que muestran las medidas del papel. Evitar las hojas satinadas... No, esta hoja tersa, no: su lustre impide que la luz sea acogida por igual; me engaña su elegancia, y su caricia quiere llevarme a donde no he de ir. No es del gusto sobrio de la línea de mano alzada sobre el plano, no: aprueba lo inconcreto, me conmueve con mi tan conocida levedad. Esta hoja educadísima no puede ser la idónea, la adecuada para que se revelen mis carencias ni para que mi trazo reflexione sobre la sombra justa de la luz... No puede ser esta hoja satinada Residencia en la tierra para el peso que ahora quiero aprender a valorar. No han de rielar de esta manera, no, las líneas que es preciso que se encarnen una vez y otra vez pues ya es la hora, y este toque de pétalo, esta nana no ha de encantarme más con su cadencia, ni esta brisa que ahora está pasando sobre la superficie de la hoja y le dice a mi mano que persista en todos sus errores, en sus tan sorprendentes ligerezas, en su capacidad satinadísima para desentenderse del proceso de las dificultades, ay, por siempre... dificultad de ser y devenir...

o asténicas y abúlicas, difíciles para dejar atrás la ensoñación...; líneas pura añoranza o puro orgullo y pura sangre en su discurrir: reveladoras siempre de la índole de cada cual a mano alzada; líneas que transparentan, tan veraces como la intimidad, líneas honradas para las formas autobiográficas. ¡Campo de líneas rectas pero vivas son las valijas del temperamento, son mi peligro, son mis desventuras, mis aventuras plenas, mi esperanza, con el coraje de otra libertad! Actividad calmada y apacible... Erguido el corazón, derecho el tronco, la muñeca flexible y las distancias y el papel y hasta el aire que respiro; sin prescindir de facultad alguna para tender las líneas que se acercan, que pongo ahora a nacer, que toman cuerpo, adquieren sombra, gravedad, empuje, extensión y expresión (un mundo raro...) Y yo quiero vivir la actividad con ánimo apacible, sí, mas sé... también que necesito la tensión de un toque de iracundia justa, un poco de sobreactuación en cada instante de cita con la Musa, y no perder de vista el ejercicio de la benevolencia verdadera: la que no aprueba formas imprecisas, inhábiles, mediocres, infundadas, para que no se ablanden vanamente lo serios huesos del rigor en mí. Con intervalos regulares... Con regularidad, pautando en punto, como cuando se entona una canción; con simetría temporal, cumpliendo como si dependiera de mí siempre que encontrase su luz cada mañana; dando su proporción y su distancia a cada tramo, a cada discurrir, sin permitir que pierda lo adquirido el estilo y el paso, gobernando; con regularidad, guardando el ritmo, yendo de un hito a otro, alegremente; de una hora de un día hasta la hora del día siguiente, como si estrenara cada vez el valor del intervalo. Pero alejándome de la adicción..., de la manía, de la rigidez, de la persecución cristalizada. Con el anhelo y la oportunidad de recrear las líneas cuando siento este pulso feliz del compromiso, equilibradamente, sin arder.

Campo de líneas rectas... Estar totalmente presente... Campo de líneas rectas, pero rectas no obedientes al eco de la ley. Rítmicamente vivas, sin cadáver, geométricamente muertas, no: viviendo, viviendo entre los reinos del impulso. Líneas que vienen del pasado, vienen desde el aire a la arena y a la piedra, emprenden el viaje del presente y van creando formas del futuro. Líneas que van abandonando el mármol como su único amor... y que se acercan al labio de la acequia y del aceite, a la miel, al cereal y al cabeceo de este mar interior, el del delfín, el laurel y el calor de los hibiscos. Sin regla, sin mandato, sin escudo, sin filos, sin temor, con el alma alentando por la tierra cerca siempre del cielo; con el alma, con mi alma las líneas ahora, aquí: las líneas melodía de doble flauta y lira rumorosa, o de allegro y timbal, muy arriesgadas, valerosas, bizarras, fatigosas,

Ni antes ni luego, ahora, en el instante en que traza mi lápiz cada tramo; aquí y ahora: aparición, estreno, como un golpe de ala sobre el aire. Ni antes ni luego, aquí, ahora, ahora... y así, sin que me oculten los recuerdos ni ejerzan su poder tramos y líneas que van quedando atrás, o que no están, que no están todavía, que aún no están...

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Dejarlo partir...

¡No perder el valor...!

Ese instante que llega hasta mis dedos con la línea que viene del oriente, esa aproximación del infinito con el alma en la mano, hasta esta sombra..., es un baile, es un baile, un vals armónico entre mi corazón y la belleza. Mas debo ya dejarlo ir, dejar que parta suavemente el movimiento, para que continúe su andadura este impulso que llega con la luz...

¡Coraggio ante el error! ¡Arrojo, arrojo ante las formas de mi libertad y ante las apariencias destempladas de esta coreografía! ¡Nueva calma, calma e intrepidez, audacia y tino! ¡Válgate el corazón, válgate el pulso que te alzará del barro y del fragor de esta línea enturbiada! ¡Fe y coraje! ¡Comienza y recomienza, vuelve y vive! ¡Entra de nuevo en el dibujo, avanza con tu alma consciente hacia el espíritu! ¡Y considera tu diseño ahora muy valerosamente, como sabes cuando dejas de lado esa panoplia que exhibe armas melladas, que te tienta con el gran oropel de la inconstancia, con el brebaje de la laxitud!

Toda línea evolucionada... Ruido del tacto, sentimiento pobre, sombra que arrastra el barro de un artista... Cosas así no pueden trazar líneas bien evolucionadas, realzadas como los versos bien acentuados. Será el dibujo un pantanal de dudas, reacción y no acción, temor al cambio, temor al desarrollo de mi pulso, imagen falsa de mi fantasía, eco de un eco de otro eco, bromas, bromas pesadas de la mansedumbre, bromas pesadas de la insuficiencia, bromas pesadas de mi libertad. Yo se hace creativo... ¡Impulso nuevo al movimiento, al fin! ¡Para no adormecerme con las normas! ¡Desplazo ya la dirección del lápiz! ¡Líneas curvas que quieren respirar!

Las fases de expansión alternan con las de contracción...

Equilibrio, movimiento, orden, tacto... Si es música del tacto, si es una melodía visible, si es caricia del orden y si es sonoridad del equilibrio, si estos son mis denarios cultivados, si es el fragor de todos los obstáculos y toda disonancia, si es integritas, consonantia y claritas, tres aspectos altos de la Belleza (el aquinate), si esta articulación es beso gráfico de las pautas y frutos del estudio, si es la prueba de tanta cercanía y tanto ofrecimiento del destino... (perfección, proporción o armonía, claridad)..., que sean mis sentidos interiores los que modulen tal conocimiento, la aspiración, la teoría y la práctica hasta que sean la casa del grafito y sean verdad las formas de este amor. (Continuará...) Carmen Pallarés

Otro yo en mí, el de antes, el hostil al paseo sereno y minucioso, ya habría trazado un cúmulo de curvas... insensatas, de gran volatinero, antes de tiempo, antes, siempre antes... ; o habría trazado una curva-fábula que alcanzara esa nube-paraíso, ingenua y turbulenta por igual; y estaría admirando el resultado de toda su ceguera confundiéndola con visión iniciada, de la mano de dioses que creía que aprobaban tal forma de crear. Mas otro yo, otro yo, el que sin prisa ha decidido componer su vida caminando con calma por la tierra, el que ya ha comprendido suavemente que la expansión de toda línea curva ha de tener un tiempo de caída, de lágrima, de vuelta, de regreso a la paciente casa del ocaso, agradece y valora esta experiencia, este morar entre los dos confines del sueño y la vigilia, y enaltece su sobrio sentimiento, su calmo despertar, sin alharacas, sin tumba abierta, sin voracidad. Otro yo es el que traza curvas-niñas, pequeñas curvas, curvas animadas que comprenden el doble movimiento de la respiración, que han aprendido a dibujar el orbe del cansancio, las etapas oscuras del aliento, las curvas-cuevas, cuando falta el sol...

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EL PROCESO ARTÍSTICO: el arte de la naturaleza y la naturaleza del arte

En su Comunicación sobre el muro, Tápies y Valente mantienen un diálogo que parte inicialmente de la observación de la obra matérica del pintor, pero que enseguida se bifurca por los inextricables caminos que llevan a los mundos comunicantes del proceso creativo. En esta conversación entre el pintor y el poeta, celebrada en el estudio del primero, en Barcelona, en el otoño de 1995, pronto en el tiempo surgen de sus labios, junto a la palabra pintura, otras como poesía, música, filosofía. Oigámosles un momento: A. T. – (...) ese cuadro del que me hablas también me sorprendió a mí. Eso me gusta, que pasen cosas de las que yo mismo me sorprenda. J. A. V. -¿No te parece que justamente esa sorpresa es la señal de que el artista ha encontrado algo? Algo que no ha buscado y le sale al paso. A. T. –Quizá eso explica aquel “yo no busco, yo encuentro”, que en una ocasión dijo Picasso. Los poetas y los pintores estamos en un estado de ánimo especial que nos provoca como visiones. J. A. V. –Quería que justamente me hablaras de la relación entre poesía y pintura. La verdad es que yo mismo he aprendido mucho de la pintura. Como poeta debo muchísimo a los pintores. A.T. –Y los pintores debemos mucho a la poesía, a la poesía y a la música... J. A. V. –Ocurre que la materia original sobre la que trabajamos todos es la misma. Es esa materia en la que uno no sabe muy bien qué va a encontrar, esa materia oscura. De ella cada uno saca algo con los instrumentos de cada arte particular.

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Dejémosles ahí, por ahora, enfrascados en su charla, mirando esa “materia oscura”. Y percibamos en la resonancia silenciosa de sus palabras la relación que el artista y el literato establecen, tácitamente, entre dicha materia oscura y el comienzo mismo del proceso creativo. El artista plástico, el poeta, el músico, el creador en general, sumidos al borde de un mundo desconocido, momentáneamente indescifrable... El alma sobre la línea invisible que separa lo tangible de lo intangible, sobre la misteriosa frontera entre la potencia y el acto: posibilidad misma del encuentro de la materia consigo misma en una forma renovada y nueva, entre el ser y su arquetipo. Línea o modulación, apenas trazo, tentativa del cuerpo, envite oscuro del ángel que aún no puede afirmarse en el borde sumido de la luz Palabras de Valente –el poema- para poner ahora música a la contemplación de sus palabras, cuyo recorrido continuamos:

J.A.V. –(...) La modernidad empieza con una hoguera, que es en la que arde el cuerpo de Giordano Bruno, exactamente en el año 1600 (...) Bruno dijo que la verdadera filosofía es tanto poesía como pintura. La verdadera pintura es tanto música como poesía. La verdadera poesía o música es tanto pintura como cierta sabiduría divina. Esto me parece que plantea de forma muy radical el principio de que toda creación parte de una misma materia. A.T. –Este cuarto elemento, la divina sabiduría, es muy importante. A veces se interpreta mal, porque en una época tan materialista como la nuestra puede parecer un retorno a viejas creencias religiosas institucionales. Pero según cómo lo interpretemos el nombre divino puede ser algo muy actual. J.A.V. –Te diría que ese elemento, por llamarle algo, sería el elemento sacro, que es absolutamente necesario en la creación de cualquier orden. Vuelvo otra vez a la imagen utilizada antes: el creador se mueve en mundos oscuros por donde va tanteando... A.T. –Por un telón de fondo que no sabes si es sacro o profano, porque en el fondo no importa... J.A.V. -...sí, lo que es sacro es la actitud, porque no estás operando con un procedimiento racional. Estás afrontando una realidad que desconoces con instrumentos que no se fundan en la razón... A.T. -...que no se pueden explicar, que son mundos inefables... J.A.V. –Creo que lo que los explica es la obra de arte. Ante la puerta misma que abre el mundo de la materia oscura, casi con un pie en los mundos inefables, la percepción de un espacio que es divino y que acaso no se puede hollar si no es con una actitud sacra, reverencial. El proceso creativo, pues, requiere de una actitud precisa del alma como condición imprescindible para entrar en el recinto del arte. ¿Pero cuál es esta actitud? ¿De qué precisa condición nos hablan? Valente señala que el artista no opera “con un procedimiento racional”, porque afronta una realidad desconocida “con instrumentos que no se fundan en la razón”; y más adelante nos aportará una nueva clave que, por familiar y recurrente en su experiencia poética, queda meridianamente expresada en otro momento de sus meditaciones sobre el arte.

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En Cinco fragmentos para Antoni Tápies, dice: “Quizá el supremo, el solo ejercicio radical del arte sea un ejercicio de retracción. Crear no es un acto de poder (poder y creación se niegan); es un acto de aceptación y reconocimiento. Crear lleva el signo de la feminidad. No es un acto de penetración en la materia, sino pasión de ser penetrado por ella. Crear es generar un estado de disponibilidad, en el que la primera cosa creada es el vacío, un espacio vacío. Y en el espacio de la creación no hay nada (para que algo pueda ser en él creado).” Aceptación y reconocimiento. Reconocimiento: volver a conocer. El artista reconoce lo que, desde la actitud de vaciamiento del alma, se le muestra como nuevo. El artista, espacio receptivo –cuenco- de la “respiración de la materia”, primer espectador (reconocedor) de la aparición de la forma “no como algo impuesto a la materia, sino como epifanía natural de ésta”. El acto verdadero del arte, por tanto, no es un proceso en el que el artista pone técnica y esfuerzo al servicio de su voluntad representativa, sino todo lo contrario: es desprendimiento, ara de sacrificio de todo deseo personal de forma, liturgia de la transmutación de la materia donde el artista oficia en la atenta entrega al modo particular de manifestación de ésta . Para que algo se manifieste, algo ha de velarse. José-Ramón Blanco. Madrid

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