16 06 2013 Literaria LA GACETA

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SAN MIGUEL DE TUCUMAN, DOMINGO 16 DE JUNIO DE 2013

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En Ojalá Octubre, Juan Cruz Ruiz aborda ese momento en que se sabe que todo, irremediablemente, acaba.

Claudia Piñeiro confiesa que en su novela Un comunista en calzoncillos, “la idea es desbaratar la palabra”.

5 a SECCION

Padres, hijosy libros La literatura está poblada de historias que abordan ese complejo vínculo que une a dos seres humanos. Ocupa un lugar privilegiado dentro de los denominados “grandes temas” abordados por los escritores a lo largo del tiempo. En este número proponemos un recorrido por algunos de los libros que mejor han reflejado la relación de padres e hijos.

La ley de la paternidad ◆

Por Alejandro Duchini

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES principios de los 90 creí haber encontrado el mejor libro sobre padres e hijos: se llama La invención de la soledad y su autor es Paul Auster. Allí estaba todo, porque Auster habla de su posición como hijo primero y como padre después. La forma en que describe a su papá es maravillosa. Aunque empieza con la muerte, esas páginas están llenas de vida. Ese “fue. Nunca volverá a ser. Recuérdalo” encierra demasiado. Tanto como su comienzo: “Un día hay vida. Por ejemplo, un hombre de excelente salud, ni siquiera viejo, sin ninguna enfermedad previa. Todo es como era, como será siempre. Pasa un día y otro, ocupándose sólo de sus asuntos y soñando con la vida que le queda por delante.Y entonces, de repente, aparece la muerte”. Pero resulta que tras haber leído más novelas y cuentos sobre padres me encontré con La Carretera, de Cormac Mccarthy, y ya nada fue igual en esa temática.Y resulta más: cuando llegué al final me encontré llorando. Llorando literalmente, quebrado en el alma. Hay muy pocos libros que pueden provocar esas cosas. Este es uno de ellos. La historia transcurre siempre en la ruta, después de una hecatombe mundial que el autor no describe y que tampoco vale la pena hacerlo. Un hombre y su hijo caminan hacia la nada, esquivando al hambre y a los hombres que se volvieron caníbales. Esquivando al invierno y a la muerte, acompañados siempre por la tristeza. Con apenas un carrito de supermercado con pocos víveres, el protagonista irá protegiendo a su hijo con un amor que sólo un padre puede dar. Hasta que llega el final. Entonces, prepárense. No me refiero a clásicos literarios sobre padres e hijos sino a libros editados en los últimos tiempos. Muchos de ellos los elegí al azar. Así llegué a Carreteras secundarias, de Ignacio Martínez de Pisón. El protagonista habla de su padre, un tipo que no puede consigo mis-

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mo, que carga más derrotas que otra cosa pero que no olvida a su hijo. Viudo, va cambiando de empleos, buscando sobrevivir en medio de la pobreza, encontrando alguna pareja sin futuro, mientras el chico pelea contra la rebeldía que le sale y su intento por sacar a su padre de cada lío en que se mete. “Me senté a su lado. Mi padre me cubrió las piernas con una manta de cuadros escoceses y arrancó. Luego estuvo unos minutos manipulando la radio y encontró una emisora en la que sonaban las canciones de My Fair Lady y Los paraguas de Cherburgo. Nos pasamos más de una hora tarareándo-

las, porque en aquella época a mí todavía no me disgustaba la música de películas, y recuerdo que me sentía feliz así, envuelto en aquella manta al lado de mi padre, siguiendo con la mirada las rayas blancas de la carretera, canturreando”. El final es buenísimo. No como el de Mccarthy, pero deja sensaciones profundas. Eso es, al fin de cuentas, lo que se busca en una historia.

Lazo complejo En el último año me encontré con tres libros que me llegaron de casualidad. Uno es Tiempo de vida, de

Marcos Giralt Torrente. Parece un espejo: muchos nos sentiremos reflejados en esas páginas en las que el autor cuenta todo sobre su padre, hasta que llega el tiempo de la muerte. Una frase inolvidable: “Su pena, en todo caso, fue no haberle podido decir nunca lo que todos los padres quieren oír alguna vez en boca de sus hijos: que los errores no cuentan, que las intenciones eran buenas y que simplemente les sorprendió el tiempo”. Otro es el breve relato Paternidad, de Andrés Barba, en Ha dejado de llover, donde un hombre separado da cuenta de sus miedos como padre ante un hijo pequeño con el que no sabe cómo relacionarse. En medio, su ex esposa se la irá haciendo más difícil cada vez. La muerte del padre, de Karl Ove Knausgard, es un desgarrador testimonio de alguien que no puede por sí mismo enfrentar el fallecimiento de un progenitor con el que nunca se ha llevado del todo bien. “Y la muerte, que yo siempre había considerado la magnitud más importante de la vida, oscura, atrayente, no era más que una tubería que revienta, una rama que se rompe con el viento, una chaqueta que cae de la percha al suelo”. Podría rescatar muchísimas frases de Ojalá octubre, del español Juan Cruz Ruíz. Pero no hay espacio para todas, así que escojo algunas: “Porque los padres y los hijos experimentan a lo largo de los años sensaciones paralelas, la vida los va haciendo iguales”, “cuando pasan los años uno siente que se va pareciendo a los silencios de sus padres” y “fue mucho más tarde cuando yo entendí ese modo de presentarme. ‘Mi hijo’. Quería decir que estaba contento de tenerme a su lado; su hijo, estaba orgulloso. Continúa en la página 3...

La mano de Abraham ◆

El camarada Carlos

Por Gonzalo Garcés

Por Alicia Dujovne Ortiz

PARA LA GACETA – BUENOS AIRES

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

ara Freud, en Tótem y tabú, el acto paterno por antonomasia -la madurez en su sentido genuino- no consiste en renunciar a la propia sexualidad para dejar paso a los hijos, lo cual en definitiva es imposible (el fuego sexual sólo se extingue con la muerte), sino en ocultarla voluntariamente ahí donde se juegan los vínculos filiales. En apartar, por así decirlo, a la sexualidad de la discusión con los hijos, a fin de que esa relación esté libre de la competencia a muerte, que es la regla en las demás relaciones entre primates de sexo masculino. En esta visión, el ángel que detiene la mano de Abraham antes de que sacrifique a Isaac trae un mandato único: en presencia de tu hijo, que no te muevan tus pasiones. En lo que concerniere a tu hijo, aunque seas un cúmulo de pulsiones sexuales, de pánico a la muerte y competencia desquiciada, compórtate como si fueras Dios. Con esta simulación abnegada, con esta ficción generosa, para Freud, empezaba la civilización. Con igual criterio y ambiciones más modestas podríamos decir que empieza la madurez. Entonces, las cosas se complican de otra forma. Porque la madurez así entendida es un trabajo de Sísifo, un esfuerzo que no tiene fin en pos de un ideal inalcanzable. Es decir, la materia de la que está hecha la tragedia. ¿Pero dónde está la novela, la película, la serie de TV que se anime a contarla? © LA GACETA

l regresar de Moscú, donde pude consultar los archivos de la Internacional Comunista para investigar la historia de mi padre, Carlos Dujovne, fui a Montevideo a continuar mi búsqueda. Carlos había sido enviado allí en 1928 como enviado secreto soviético para organizar el Buró Sudamericano de la Internacional Sindical Roja donde actuó hasta 1935. Y fue en Montevideo donde me contaron la historia de Africa de las Heras, heroína de la Guerra Civil española y miembro del KGB, enviada a la capital uruguaya en 1949, en plena Guerra Fría, para organizar una red de espionaje. Para mí resultó evidente que la elección de Montevideo por parte de los rusos respondía a una “tradición”: en esa ciudad había funcionado el Buró hasta 1943, y seguramente vivían allí unos cuantos “topos” a la espera de que Africa les encargara nuevas misiones, ahora de sabotaje atómico en los Estados Unidos. De modo que La muñeca rusa sale directamente de El camarada Carlos (la biografía sobre mi padre), por la sencilla razón de que yo estaba estudiando el tema soviético en ese mismo momento, y de que, por motivos familiares, tengo ese tema en las vísceras desde mi nacimiento. © LA GACETA

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Gonzalo Garcés - Novelista. Su último libro es El miedo (Mondadori, 2012).

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Influencias ◆

Por Claudia Piñeiro

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES lgo de Philippe Claudel sentí cerca cuando escribía mi última novela (Un comunista en calzoncillos, Alfaguara, 2013). La nieta del señor Linh estuvo presente en la escritura de la segunda parte. Mientras escribía, pensé en las novelas que tienen que ver con la madre. Hay un libro de Richard Ford que se llama Mi madre. También están los libros de Natalia Ginzburg. En un punto, también está Barón Biza. Son los relatos de madres y de padres. Me asocié más con el relato de hijo sobre la madre porque hay pocos de hija con el padre. Hay algunos relatos pero los de padre, como Carta al padre (de Kafka)

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o La invención de la soledad (de Paul Auster). Son relatos que pasan factura, tienen algo de la masculinidad, del hombre que corta con el padre, que no pasa en la relación de la hija con el padre. La hija idealiza al padre y ese proceso de idealización es más fácil encontrarlo en los textos de los hijos sobre la madre que de los hijos sobre el padre. En lugar de Carta al padre, de Kafka, el modelo fue Mi madre, de Ford. © LA GACETA Claudia Piñeiro – Novelista. Acaba de publicar Un comunista en calzoncillos (Alfaguara).

Alicia Dujovne Ortiz – Novelista y ensayista. Publicó El camarada Carlos en 2007.


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