22-01-2012 LITERARIA LA GACETA

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SAN MIGUEL DE TUCUMAN, DOMINGO 22 DE ENERO DE 2012

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Abelardo Castillo considera que a lo largo de su prolífica vida como escritor, asistió a sólo un taller literario: duró apenas cinco minutos.

Ensayo, poesía, historia y filosofía son los géneros de seis libros que los colaboradores de estas páginas sugieren para las horas de papel.

5 a SECCION

ESCRIBIR DESDE EL INTERIOR

¿Cómo influye en un autor nacer y vivir lejos de Buenos Aires, de las grandes editoriales, de los medios de alcance nacional y de un público lector amplio? ¿Cuánto del ámbito geográfico se filtra en la obra? ¿Qué aprendieron en sus lugares de origen? ¿Qué pasa con los que se van y con los que se quedan? ¿Hay una “literatura del interior” o es una categoría artificial? Distintos y destacados escritores del interior cuentan sus experiencias personales. ◆

Por Hernán Carbonel

PARA LA GACETA – SALTO (PROVINCIA DE BUENOS AIRES)

anta Andrés Calamaro en El punto argentino: “Si soy del interior no estoy adentro”. Si bien son sólo dos versos de una canción entre millones de canciones -versos que, si se quiere, suenan a reduccionistas-, algo de verdad contienen. En un país que se jacta -histórica, constitucional y pragmáticamente- de federalista, el interior suele verse mermado por la antes llamada Capital Federal, hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Y hay, ante él y en muchos aspectos, una deuda de integración. Pero siguiendo con la reducción: ¿cómo se refleja esto en la literatura? ¿Qué legado nos hubiesen dejado Héctor Tizón, Velmiro Ayala Gauna, Horacio Quiroga y Juan José Saer -entre tantísimos otros- si hubiesen nacido y vivido toda su vida en la Gran Metrópolis Nacional? Lo más probable es que las respuestas, como en cualquier otra proposición así de dicotómica, sean arbitrarias e incompletas, y los planteos que de ellas deriven, infinitos. De hecho, en la era de la anto-

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logía, no abundan -si es que las hay- las que abordan este tema. Claro que “escribir desde el interior” (siempre se escribe desde el interior de

uno mismo: aquí hablamos de un país, y no de un sujeto) puede verse -como mínimo- de dos maneras: escritores que viven y escriben desde sus propios territorios,

Romanticismo y realismo ◆

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El escritor argentino y la tradición

Por Sylvia Iparraguirre

i infancia fue muy cuidada, muy hermosa, muy protegida, con una familia nuclear (mi padre, mi madre, mi hermana y yo) y luego la familia grande, en un sentido más extenso, mis abuelos, mis primos y mis tíos. La familia de mi madre era italiana, y la de mi padre, vasco-española. Tengo una escena que cifra mi infancia, que es la de los cumpleaños de mi abuela en Los Toldos (Partido de General Viamonte, Provincia de Buenos Aires), al que llegábamos todos los 25 de agosto, de todas partes, a esa casa enorme: tenía el llamador en la puerta -que era una manito de bronce-, el zaguán, una biblioteca, donde yo leí a los 12 años, sin saber quién era, a un tal Tolstói (un libro que se llamaba Marido y mujer), enormes patios. Esa casa es una imagen tutelar de mi infancia. Mi abuela tenía una memoria extraordinaria. Había heredado toda una tradición oral, típicamente española, que traía desde que llegó a la Argentina a los siete años. De ella me viene la primera noción que tuve de que el lenguaje iba más allá de la comunicación coloquial de todos los días. Mi abuela recitaba un larguísimo poema que se llamaba Romanticismo y Realismo, y que tenía dos personajes. Realismo era una especie de campesino, al estilo Sancho Panza, y Romanticismo era una

especie de niña de ciudad, una señorita finoli; dialogaban, y mi abuela hacía las dos voces. La señorita finoli de ciudad opinaba haciéndose la exquisita y el campesino, lapidario, le bajaba a tierra todos los humos. Guardo una auto-imagen -yo tendría cinco años- de estar con la boca abierta, escuchando a mi abuela, de la que salían dos voces, como en el teatro. Y creo que esa fue la primera vez que tuve la noción de que el lenguaje era otra cosa. Que podía cumplir una función poética. El hecho es que tantísimos años después lo estoy recordando. Es un punto fuerte en mi memoria. Un lugar de mi memoria es la casa de mi abuela. Es un lugar al que yo entro. Y lo veo, y está todo como yo lo recuerdo en mi infancia, con total perfección. Cuando terminé la secundaria, me fui a estudiar Letras a Buenos Aires. Siempre supe que iba a estudiar Letras. Nunca tuve dudas porque fui muy lectora. Desde muy chica, una lectora desordenada, ávida, de una avidez un tanto estrafalaria, y de una concentración en la lectura que llamaba la atención en mi casa. Decidí muy pronto que iba a cursar Letras por una razón muy simple: quería que se me ordenara el mundo de las lecturas. Por ese motivo, a los 18 años, puse mis cosas en un bolso azul que me compró mi madre, me subí a un colectivo y me fui a Buenos Aires.

la “tierra adentro”, y escritores que han nacido en pueblos, parajes rurales o ciudades pequeñas y se han movido hacia la gran ciudad, acarreando con ellos el pe-

so de la experiencia, las marcas de los espacios geográficos que los vieron nacer. (La provincia de Buenos Aires, como para seguir con ejemplos centralistas, es rica en esto: Abelardo Castillo, de San Pedro; Haroldo Conti, de Chacabuco; Miguel Briante, de General Belgrano; Jorge Di Paola y Osvaldo Soriano, de Tandil; y los ejemplos siguen). Tampoco es la idea alimentar aquella vieja dicotomía “campo-ciudad” o “interior-ciudad puerto”, y su consecuente fundacional: unitarios-federales. Pero si alguien escribió “Pinta tu aldea y serás universal”, y esa frase quedó para la inmortalidad, por algo ha de ser. Es que el mundo no está lleno de Faulkneres, pero sigue siendo el mundo. Y ya se sabe que Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires. Como la mayoría de los editores. Por eso, LA GACETA Literaria recogió los testimonios de muchos y grandes escritores argentinos para que opinasen, desde diferentes ángulos -desde diferentes territorios- sobre un tema por lo demás vasto y complejo.

Por Fabián Soberón

reo que hay que abandonar una serie de ideas ridículas y perimidas: la dicotomía campo ciudad. La antigua tesis que sostenía que Buenos Aires es la ciudad y que las provincias implican el campo es una hipótesis obsoleta y reduccionista. En el llamado “interior” (esta denominación es una simplificación desmesurada. No creo que exista una esencia o una entelequia llamada “interior”) hay ciudades diversas y cosmovisiones heteróclitas. Y, si bien las ciudades provinciales poseen rasgos comunes, también tienen diferencias notorias. O sea, la idea misma de “interior” es simplificadora. Si bien los escritores son personas que viven en la sociedad de su tiempo (no tienen otra posibilidad) no están obligados a reproducir la lógica de la realidad política. Creo que la literatura, y, más puntualmente la novela, no reproduce esa lógica. La literatura no es una mímesis de la geografía política. La novela surge de una serie de factores que permiten que sea un conjunto de géneros mezclados en un orbe plural y múltiple. Por eso es que tenemos novelas de autores tan dispares en lugares similares: Antonio Di Benedetto, Daniel Moyano, Juan José Hernández, Libertad Demitrópulos, Haroldo Conti o Miguel Briante. Por otra parte, no creo que el paisaje sea una condición determinante para la literatura. No hay regiones literarias. En todo caso, siguiendo a Juan José Saer, hay zonas, marcos simbólicos que el escritor inventa o recrea a partir del agua móvil de lo real. Un novelista inventa una zona única y propia con la

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lupa ficcional y lo hace con las limitaciones de sus herramientas formales. Para un escritor el desafío es ante todo formal: de qué modo trabaja el contrapunto de las voces, el ritmo de la frase, el lugar central o marginal de las descripciones, el tono del narrador. En este sentido, haber nacido en Córdoba o en Frankfurt es secundario o trivial. Las preocupaciones de un escritor no son principalmente temáticas. La cuestión estética de una novela sigue siendo la modulación del tiempo, la música de la prosa, la construcción de la trama. ¿De qué manera se establece la forma de entender la novela? ¿Qué instituciones contribuyen a crear la idea de la novela argentina? Una de esas plataformas es la crítica. Otros factores cruciales son los lectores y el mercado cultural. Aunque los lectores generan sus propios recorridos subterráneos y solitarios, creo que la crítica propone un canon, establece una jerarquía literaria. Y cierta crítica académica se ha ocupado de instalar y de propalar una idea falsa sobre “la literatura del interior”. Borges escribió que los escritores argentinos –como los judíos y los irlandeses– estaban en mejores condiciones para asimilar la tradición universal porque conformaban los márgenes de la cultura europea. Partiendo de esas ideas, ¿qué pensaríamos sobre un escritor del interior? Si seguimos la lógica del ensayo, ¿los escritores que viven en los márgenes de la Argentina están en mejores condiciones para asimilar o procesar la tradición cultural de la Argentina y del mundo?


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