ISBN-13: 978-1727643183 ISBN-10: 1727643186
FORO DE LA COMUNIDAD
Eliana Cárdenas / Cuento Ramón Iván Suarez Caamal / Poesía Francisco Pinzón / Literatura Juan José Morales / Ciencia Dhante Loyola / Pintura Leidi Fernández / Reseña Óscar González / Literatura Alessio Zanier Visintin / Comunidad F. López Sacha / Literatura Macarena Huicochea / Comunidad NOVIEMBRE / DICIEMBRE 2018 EDICIÓN # 45 GACETADELPENSAMIENTO.COM
Ejemplar gratuito
POR LAS FINAS LETRAS
C
ada una de nuestras ediciones tiene carácter propio y bien podría decirse que llega a reclamar sus contenidos. Las hemos tenido de sello político cuando la literatura y la lucha social se entrecruzan; de cariz filosófico y hasta de bohemios aires si se van por los caminos de la pintura o por los de la música. La edición que hoy el lector tiene entre sus manos se orientó hacia la literatura y, en especial, a la dedicada a los públicos infantil y juvenil, tantas veces relegados. Dos colaboraciones, una ilustrada con maestría, dan base a tal preferencia. La primera de ellas, en el orden de las páginas, es de la desaparecida periodista argentina Claudia Selser, quien nos habla de la historia de Consuelo Suncín, la esposa de Antoine de Saint-Exupéry, el autor de El principito, obra maestra de la literatura gala. En la otra, el gran poeta Ramón Iván Suárez Caamal nos pasea por sus versos de arte mayor dedicados a los menores. Evocando una cita del cubano José Martí, en la revista La edad de oro, no se trata aquí de poesía infantil, sino de alta poesía dedicada a los niños, que no es lo mismo. En línea parecida, pero partiendo de la memoria infantil, tenemos un sesudo artículo de Alessio Zanier, profesor de la universidad estatal, quien con su relato sobre la última carga de la caballería italiana cavila sobre la urgencia del pacifismo en un orbe tan violento como el nuestro. Para adobar el texto, con aporte de Francisco Pinzón, damos una mirada a la obra de Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz, novela donde se aborda el tema de la manipulación de las masas mucho antes del auge de las redes sociales. Guerra y manipulación van de la mano. “El misterio de lo femenino monstruoso” es el dificultoso tema que, con su maestría en entes que viven en las lindes de lo real, examina la escritora Macarena Huicochea: la historia no es como la pintan. Contamos, asimismo, con las finas letras de la narradora cubana Laidi Fernández, quien diserta sobre “La Habana: tan vieja, tan descocida, tan terca”. Sus crónicas habaneras no tienen desperdicio. Yesid Contreras, el escritor colombiano, por su parte, nos da una probada de su novela La ruleta del plagio, ambientada en Quintana Roo… El maestro Dhante Loyola nos presenta en esta ocasión una muestra de lo más nuevo de su trabajo plástico, una serie en la que el “eterno femenino” no sólo está presente, sino que también arrolla con vívidos colores la pupila del espectador. Se trata de parte de la obra que el también escultor –suya es la escultura de Perséfone que se halla junto a la puerta de la Universidad de Chapingo, entre otras estatuas–, presentará este año en la Fiesta del Fuego de Santiago de Cuba, en la que coordina la sección de pintura mexicana. En esta edición, Abecedario va con dos cuentos “Estación de autobuses”, de la pluma de Eliana Cárdenas, y “Sinandra, la pequeña flor”, con cuya reproducción se rinde homenaje a la escritora y periodista Zita Finol, fundadora de la revista, desaparecida en lo físico hace cinco años. Además, la sección se nutre con el análisis del Francisco López Sacha en torno a la novela cubana actual y un interesante artículo de Óscar González respecto de las sombras que se han cernido sobre Lewis Carroll, autor de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas. De gran prestigio internacional en el ámbito de las artes plásticas –ostenta el grado de maestra artesana escultora de la Generalitat de Catalunya, entre otros lauros–, Montserrat Faura debuta en la Gaceta del pensamiento como poeta con la edición de La luz del Yax, plaquette que por su forma evoca a la española Generación del 27, aunque en su fondo deja ver la seducción tanto por el pensamiento maya como por la naturaleza de la península de Yucatán, donde ahora tiene su residencia como vecina de Puerto Morelos, Quintana Roo. Nicolás Durán de la Sierra gacetadelpensamiento.com
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Ilustración de portada: Cortesía pixabay.com DIRECTORA
Zita Finol COORDINADOR EDITORIAL Nicolás Durán de la Sierra EDITOR Agustín Labrada Aguilera DISEÑO Arnaldo Blanco Leal
arnaldoblanco75@gmail.com
RELACIONES PÚBLICAS Flor Tapia Pastrana CONSEJO EDITORIAL Jorge Polanco Zapata Juan Carlos Arriaga-Rodríguez Pricila Sosa Ferreira Agustín Labrada Aguilera Angélica Díaz Ceballos Graf ISBN-13: 978-1727643183 ISBN-10: 1727643186
www.gacetadelpensamiento.com Gaceta del pensamiento es una revista de carácter cultural que aparece los primeros días de cada mes con un tiraje de 3000 ejemplares. Editor responsable: Nicolás Durán González. Se distribuye en todos los municipios del estado de Quintana Roo y la Ciudad de México Certificado de Licitud y Contenido de la Comisión de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación en trámite. Certificado de reserva de Derechos de uso exclusivo del título expedido por el Instituto Nacional de Derechos de Autor: 04-2014-112414141800-102.
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Dhante Loyola: La pintura y el vuelo de la imaginación
:abecedario AÑO DE GRACIA PARA LA NOVELA CUBANA Francisco López Sacha ESTACIÓN DE AUTOBUSES Eliana Cárdenas Méndez SINANDRA, LA PEQUEÑA FLOR Zita Finol OLGA CERPA: VOZ QUE TEJE CIUDADES Agustín Labrada
EL CINE SE ESTÁ DEVALUANDO Martin Scorsese
LA OTRA ROSA DE SAINT EXUPÉRY Claudia Selser
EL MISTERIO DE LO FEMENINO MONSTRUOSO Macarena Huicochea
RAZONES PARA ARMAR UN PUENTE
LEWIS CARROLL, ENTRE LUCES Y SOMBRAS Óscar González LA RULETA DEL PLAGIO Fragmento de novela
EL GUADALUPANISMO: RELIGIÓN NATIVA MEXICANA Juan José Morales
LA HABANA: TAN VIEJA, TAN DESCOCIDA, TAN TERCA Leidi Fernández HUXLEY, UN MUNDO FELIZ Y LA MODERNA ALIENACIÓN Francisco Pinzón LA ÚLTIMA CARGA DE CABALLERÍA Alessio Zanier Visintin
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EL CINE SE ESTÁ
DEVALUANDO >MARTIN SCORSESE
“Por la trascendencia de su labor creadora” y su “innovación, maestría y clasicismo”, a fines del pasado mes de octubre, en Oviedo, España, el director de cine norteamericano Martin Scorsese recibió el premio Princesa de Asturias de las Artes de 2018. Presentamos aquí fragmentos de su amplio discurso:
A
cepto este premio en nombre del cine y con agradecimiento y gratitud hacia todos los artistas que me precedieron e hicieron posible el trabajo que yo he hecho, porque no hay ni una sola película ni un solo cineasta que existan de forma aislada. Todos hemos estado inmersos en esta gran conversación continua, interrogándonos, respondiéndonos unos a otros y provocándonos mutuamente con nuestro trabajo, a lo largo de distancias extraordinarias, no sólo en el espacio, sino también en el tiempo. Para mí lo más emocionante de estos tiempos es cuando veo una película de un cineasta joven o novel y me entusiasma o me veo llevado por lo que llamaría un “gesto cinematográfico” de su creación. Podría ser una yuxtaposición de un plano, una composición, un movimiento de cámara. Me entusiasma, porque veo que el cineasta se sintió impulsado a hacerlo de ese modo. Tenía que contar esa historia particular con esas imágenes particulares. Eso es precioso e inspirador para mí, porque así fue en mi caso: yo no podía descansar hasta que hice aquella película, de aquella manera. De lo contrario, simplemente no tiene sentido. No tenía mucho que ver con el “negocio” del cine. Sí queríamos entrar en el negocio, pero para tener dinero con que hacer las películas. De hecho, nunca me sentí un profesional, de veras. Sigo sin sentirme como tal. Pero ahora, a los jóvenes cineastas, ¡qué tiempos les toca!, ¡cuántas oportunidades! Pueden hacer una película con cualquier cosa. Todas las herramientas están ahí y son asequibles y se puede hacer una película usando una de esas cámaras de teléfonos móviles. Pero, a pesar de estas oportunidades, estoy preocupado. Preocupado por el pasado del cine, sí, y muy preocupado por su futuro. Me doy cuenta de que, en los aspectos prácticos de la sociedad, el arte es siempre frágil. Se critica, se margina y a menudo se trata como si no fuera esencial para la vida. Claro, esto se podría decir de todas las artes. Siempre hay alguien tratando de poner al arte y al artista en su sitio: “Es un lujo. Es una diversión.” Pero el arte resiste y, cuando todo vuelve a su cauce, el arte sigue allí, todavía en pie, todavía presente, al margen de las influencias y las modas populares. El ARTE con mayúsculas funciona al margen del contexto. La obra se mantiene por sí
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sola, sigue siendo el presente y, en última instancia, también la necesidad de crear obra nueva en respuesta a eso. Sin embargo, me preocupa el ambiente, el clima que rodea al cine. Por un lado, tenemos el constante menosprecio y la marginación hacia el cine. O bien es sólo escapismo, o, si merece la pena, es sólo porque expone un problema, un mensaje. Por otro lado, dondequiera que mires hoy, las 24 horas del día, las imágenes en movimiento nos inundan. Sé que el cine se forma de imágenes en movimiento, pero ahora se ha convertido en sólo una corriente dentro de un enorme torrente de imágenes en movimiento: los anuncios, las series de televisión, un video de gatos o perros, videos didácticos, reality shows y reportajes… Todo se ha convertido en lo que hoy llaman “contenido”, palabra que en verdad me disgusta, y el debate serio sobre el cine, el juicio crítico –particularmente en mi país– se ha cortado de raíz. Ahora que el cine se está devaluando continuamente y, al mismo tiempo, la tecnología permite que cualquiera “haga una película”, ¿qué supone eso para los jóvenes? Es posible que necesiten expresarse en una película, pero ¿qué tipo de inspiración reciben? ¿Cuál será el resultado? ¿Se están erosionando los valores de nuestro mundo de tal forma que no podemos estar seguros de si están inspirados por el arte y por la verdad o simplemente por lo comercial? ¿Adónde van para conseguir esa valiosa inspiración? ¿Quién apoya al arte y a los artistas y, lo que es más importante, el impulso de crear arte que se vale por sí solo? ¿Cómo cambiamos este clima venenoso que nos rodea por uno en el que un joven artista pueda seguir la luz que lleva dentro, esa chispa, esa alma… su duende? Es de vital importancia mantener el arte en un lugar de honor y estima en nuestra cultura. Es aún más importante respetar la libertad de elección, pensamiento y acción que conduce a la creación del arte, y darles a los jóvenes la confianza y la capacidad de trazar su propio camino en la vida para que sean capaces de no dejarse llevar por todas las consignas y los ganchos comerciales; para que puedan ver el camino que conduce a su propia luz interior. Puede que eso lleve a la creación de ARTE con mayúsculas. Ahí es donde comienza la verdadera lucha, la lucha por el espíritu como en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Cervantes. Por supuesto, él luchó contra los molinos de viento. Se ha dicho que los molinos de viento pueden haber representado la tecnología de su época. Así que, para preservar el espíritu, luchó contra esa tecnología. Y con esa imagen en mente, una de las grandes y duraderas imágenes de nuestra civilización, podemos encontrar la manera de conquistar nuestra propia tecnología para que los artistas puedan usar esa tecnología en lugar de que tecnología utilice a los artistas.
El cineasta norteamericano Martin Scorsese
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L A OTRA ROSA DE
SAINT EXUPÉRY > CLAUDIA SELSER
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Consuelo Suncín de Saint-Exupéry la descubrí por casualidad mientras vacacionaba en el Viejo Hotel Ostende, en la costa atlántica argentina. Edificado por una compañía belga en 1913, es una casa con una torre en medio de las dunas. Allí, en la habitación 51, me dijeron, durmió Antoine de Saint-Exupéry entre 1929 y 1930. Supe entonces que el autor de El principito, a bordo de un monoplano Lateoere 25, junto a otros pilotos, había inaugurado la aviación comercial en Argentina con las rutas aeropostales desde Buenos Aires hasta la norteña provincia de Misiones. Esta saga quedó en Vol de nuit (Vuelo nocturno), novela publicada en 1932 que Hollywood llevó al cine: un aviador de la nobleza gala, un seductor aventurero tiene el coraje para volar aviones sin cabina cubierta, empapado de lluvia o helado por tormentas de nieve sin más orientación que una brújula… Consuelo Suncín era una salvadoreña pequeña, que enamoró al aviador una tarde de otoño de 1929. Hay varias versiones del flechazo de Cupido. Para unos ocurrió en el Hotel Majestic de Buenos Aires, donde ella se hospedaba, pero cuenta la leyenda que ni bien la vio Saint-Exupéry la invitó a dar un paseo por las nubes. Parece que arriba, en su avioneta, le rogó que le diera un beso. “Dame un beso o nos mataremos”, le gritó dejando caer la aeronave en picada. “Mátanos”, dijo Consuelo tranquila. Antoine elevó de nuevo la nave y empezó a llorar. Aquello le conmovió y fue entonces cuando se acercó a darle el beso. Si no fue real, tiene mucho que ver con los perfiles de ambos personajes. Consuelo y Antoine se casaron en París en 1931 y siguieron juntos en una tormentosa historia de amor hasta la muerte del piloto en 1944. Mucho después se supo que la salvadoreña de ojos negros había sido “La rosa” de El principito, aquel pequeño príncipe habitante del asteroide B-612
Consuelo Suncín en 1942
y, por tal, la inspiradora de una de las más bellas declaraciones de amor que llegó a millones de niños y grandes, traducida a más de 140 lenguas: “Rosas: Sois bellas, pero aún estáis vacías. Nadie puede morir por vosotras. Es probable que una persona común crea que mi rosa se os parece. Ella, siendo solo una, es sin duda más importante que todas vosotras, pues es ella la rosa a quien he regado, a quien he puesto bajo un globo; es la rosa que abrigué con el biombo. Ella es la rosa cuyas orugas maté (excepto unas pocas que se hicieron mariposas). Ella es a quien oí quejarse, alabarse y aún algunas veces, callarse. Ella es mi rosa...” ¿Quién fue ella, la flor coqueta, despeinada y mentirosa, que decía ser única en el mundo y que “El principito” protegía “porque las flores son tan contradictorias y él era aún joven para saber amarla?” Su figura me fue dibujada por varias fuentes, pero en lo básico por el trabajo del poeta salvadoreño Manlio Argueta. Consuelo nació en 1901 Noviembre-Diciembre 2018 GACETA DEL PENSAMIENTO I 11
en Armenia, El Salvador, y fue hija primera del coronel Félix Suncín Monchez y Ercilia Sandoval. Asmática, fue una niña débil que nunca dejó de soñar con ser alguien importante, según testimonio de la poetisa Claudia Lars en su Tierra de infancia: “Si me guardas el secreto, te diré que voy a ser reina de un país lejano, tendré vestidos de plata y oro, y anillos y collares con piedras maravillosas...” De su gran capacidad para contar historias, dice también Fabienne Bradu en Damas del corazón, donde aparece una versión escrita por Consuelo: “Nací sietemesina, bajo los trópicos, durante un terremoto. Todo se derrumbaba a mi alrededor cuando di
“La Rosa” en 1967
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mi primer grito. Me dejaron al cuidado de un campesino brujo”, escribió, y nadie cree que pueda haber sucedido. Lo cierto es que su carácter quedó de manifiesto a los 19 años cuando salió de Armenia, sola, rumbo a Estados Unidos, algo audaz para una joven de provincia de 1900. Su padre, temeroso por el asma y para calmar el afán inquieto de su hija, tramitó una visa para que estudiara inglés en San Francisco. Allí inició sus estudios de dibujo y pintura y frecuentaba el almacén de óleos donde se enamoró del mexicano Ricardo Cárdenas, con quien se casó en 1922, ni bien cumplió su mayoría de edad. El matrimonio no duraría mucho, pues junto con su aún esposo viajó a Mérida, Yucatán, donde tramitó su divorcio y de allí, estrenando libertad, viajó a la Ciudad de México donde, según parece, quería estudiar abogacía. La próxima noticia la ubica esperando audiencia de José Vasconcelos, el ministro de Educación mexicano. Según notas de Stanley Glower, secretario del político: “Ella esperó cuatro días para ser recibida y cuando la recibió la hizo esperar cuatro horas. En todo el tiempo, le miraba de reojo las pantorrillas.” Vasconcelos y Consuelo se hicieron amantes y su relación quedó retratada en El desastre, uno de los libros biográficos del filósofo. Consuelo aparece como Charito, “quien tenía música en la voz y la clave de su melodía era su forma de hablar. Oírle un relato era caer en embrujo. Se encendía platicando y los versos más triviales adquirían en sus labios un encanto de esmaltes recién lavados”, escribió él antes de pintar con entusiasmo la “melodía de su cuerpo” y la “llama de sus ojos negros”. Pero no todo fue pasión, pues pasó un mes internada por una crisis de asma en la capital de México, según unas líneas que le mandó a su hermana: “Loris, he estado más de un mes muy grave. Estaré en convalecencia y luego me iré a Madrid. Te quiere mucho. Consuelo.” Su salida del país tuvo que ver con el destierro de Vasconcelos, que
en 1926 viajó a Francia con su mujer y envió un pasaje para que Consuelo lo siguiera. Por las memorias del filósofo pudo saberse que, llegada a París, ella se inscribió en una academia de francés “y aprendió tan rápido que al mes se burlaba” de él. También, que éste la invitó a comer a un restaurante de lujo con Alfonso Reyes, y ella, mirando alrededor, preguntó: “¿Y éstas son las francesas seductoras…?” Fuera de anécdotas, al poco tiempo Consuelo se sintió sola y enamoró a Enrique Gómez Carrillo, uno de los grandes prosistas de habla hispana en los años veinte, quien había sido amante de Margaretha Geertruida o “Mata Hari” y esposo de la entonces afamada actriz española Raquel Meller. Lo que pareció ser una aventura, terminó en boda. Gómez Carrillo se casó con ella tras un duelo con Vasconcelos. La llevó a viajar, pero once meses después, a fines de 1927, él muere de un derrame cerebral y deja a su viuda como heredera universal y con envidiables relaciones: Oscar Wilde, Verlaine, Maeterlinck, Breton, Dalí, Picasso, Miró y Diego Rivera. La escritora Anne Marie Mergier retrata esos tiempos en París: “Era una catarata: excéntrica, alegre, imprevisible, fuerte, caprichosa, indefensa, misteriosa, chispeante, excesiva, atenta, egocéntrica, generosa, volcánica... y salvadoreña. Hablaba un francés exótico.” La hermana de Antoine de Saint-Exupéry, Simone, la describe en Antoine, mi hermano menor como “dotada de vitalidad infinita, esta mujer sumamente atractiva y llena de imaginación fue una constante fuente de inspiración para él...” Dos años luego de la muerte de Gómez Carrillo, en 1929, fue invitada por el presidente de Argentina Hipólito Irigoyen, que pretendía rendir un homenaje póstumo al escritor, quien había sido cónsul honorario en París. En Buenos Aires, conoce a Saint-Exupéry y se casa con él un año después. La boda fue en la capilla de Agay, en Niza, propiedad de la familia Saint-Exupéry.
1937. Antoine de Saint-Exupéry, corresponsal del diario francés L’Intransigeant en la Guerra Civil Española
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Su matrimonio no fue un lecho florido, pero eso se supo más tarde, en 1999, después de su muerte, cuando su heredero universal, el español José Martínez Fructuoso –quien había sido su mayordomo, jardinero y, se rumora, su última pareja–, cedió al escritor Alain Vircondelet los documentos, las cartas que escribía cada domingo a Saint-Exupéry y no enviaba, y el manuscrito titulado Memorias de la rosa, una autobiografía escrita en 1946 y publicada en el año 2000, en el centésimo aniversario del natalicio de Saint-Exupéry. De las memorias, reescritas por Alain Vircondelet, se vendieron en Francia más de 80 mil ejemplares. Consuelo da vuelco a los prejuicios en su contra, narra sus años de casada, la vida caótica y conflictiva de la pareja, pese a que en sus últimos días el autor de El principito le escribió reconociendo el gran significado que tuvo Consuelo en su vida. En Memorias de la rosa se retrata a Consuelo presa de las idas y venidas del impulsivo aviador y sus permanentes mudanzas, unidas a un carácter caprichoso e inestable que continuamente requería a su esposa para luego rechazarla y dedicarse a sus amantes. Mujeriego, inestable, injusto hasta el machismo, pero apegado a ella en extremo y, a menudo, frágil y enternecedor, la figura de su marido fue reconstruida en esas páginas que alternan un estilo poético, humorístico, superficial, profundo y, muchas veces, agrio. En esas páginas, también sugiere que el origen del retrato de El principito fue un esbozo suyo en una servilleta que realizó en 1939.
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Una frase resume sus quejas frecuentes: “Ser la esposa de un piloto fue un suplicio. Ser la de un escritor, un verdadero martirio.” “¿Cuál era mi papel?”, se preguntaba, para responder, sumisa: “Esperar, esperar, esperar siempre. No estaba hecha para ser la esposa de un escritor de moda…” No queda duda de que Consuelo –según Alain Vircondelet– inspira la rosa de El principito. Las cartas del aviador reconocen su papel, incluso los volcanes citados en la obra tienen relación con Armenia: el Cerro Verde aparece como el volcán apagado, y el Izalco y el Santa Ana son los volcanes activos que dan el perfil tan especial al asteroide del hombrecito. Consuelo volvió a El Salvador en 1938 y se quedó sólo un mes en Armenia con su familia. Fue un viaje inesperado porque pronto tuvo que ir a cuidar a “Tonio”, como llamaba a Antoine, a un hospital de Guatemala, donde había sido internado tras un accidente aéreo cuando se dirigía a América del Sur. La vida de su esposo era intensa. Escribía artículos para diversas revistas, adaptaciones al cine de sus libros Correo del sur y Vuelo nocturno. Mientras él se unió a la aviación durante la Segunda Guerra Mundial, ella huyó de los nazis a Oppède, ciudad casi abandonada al sur de Francia. Ahí esculpía, pintaba y escribía. En julio de 1944, el avión de Saint-Exupéry desapareció en el mar Mediterráneo. La noticia alcanzó a Consuelo en Nueva York, donde radicaba a petición de su marido. Allí permaneció hasta 1946, cuando regresó a Francia para exigir el título nobiliario y los bienes de condesa que le pertenecían por derecho de heredera universal del conde Saint-Exupéry. Luego se retiró a la Villa en Grasse –el clima seco le resultó beneficioso–, donde vivió pintando, esculpiendo, escribiendo y encontrándose con amigos como Pablo Picasso, Mauricio Maeterlinck y Albert Camus. Murió de un ataque de asma poco después de cumplir 79 años. Descansa bajo el nombre Consuelo de Saint-Exupéry junto a la tumba de Enrique Gómez Carrillo, en el cementerio de Père Lachaise, en París, un camposanto de ilustres como Víctor Hugo, Julio Cortázar y Jim Morrison.
EL MISTERIO DE LO
A MONSTRUOSO
FEMENINO >MACARENA HUICOCHEA
Lo monstruoso ha sido admirado, exhibido, soñado e imaginado, también reprimido, ocultado, castigado y torturado. Lo monstruoso tiende a adquirir la forma de un cuerpo que rompe las divisiones entre el orden y el caos, lo civilizado y lo salvaje, lo humano y lo animal, lo masculino y lo femenino… Joan Robledo-Palop
través de la historia y del desarrollo del arte, la representación de lo femenino monstruoso ha estado presente en leyendas, novelas, películas y obras plásticas de todas las culturas y todos los tiempos. Ya sean esfinges, sirenas, gorgonas o mujeres devoradoras de hombres (entre otras representaciones), todas las imágenes y narraciones las describen con atributos asociados con lo animal: garras, colas de pez; serpientes, en lugar de extremidades; vaginas dentadas… Un universo de seres cuya característica común es su capacidad de poner en peligro a la comunidad y, en particular, a aquéllos que se atreven a cruzar sus dominios… Todo hasta la llegada de un héroe capaz de hacer frente a su poder sobrenatural, resolviendo el enigma que resguardan, derrotándolas u obligarlas a huir. En su interesante ensayo “Orden y caos, un estudio sobre lo monstruoso en el arte”, José Miguel G. Cortés afirma: “La existencia de monstruos femeninos dice más de los miedos masculinos –entre otras cosas porque han sido los hombres quienes los han creado– que sobre los deseos de la mujer o la subjetividad femenina. Es decir, que estos monstruos dan cuenta, en primer lugar, de un sagrado y gozoso temor masculino de ser infectado de feminidad: de ser devorado y castrado; y, en segundo lugar, son testimonio de cierta disidencia femenina en relación con la disciplina patriarcal, mujeres al margen de la obediencia complaciente respecto del hombre, en la cual ella debería ser la hija obediente, la esposa complaciente, la madre sacrificada… “A causa de esta posición transgresora, ella es considerada lujuriosa, descontrolada, lasciva e insaciable, situada por fuera del orden masculino; se trata de una versión femenina díscola, de la cual se construyen imágenes que la consagran como un ser bestial, voraz y depredador del hombre.” Aunque no es extraño encontrar mujeres “normales” en dichas historias, resulta intrigante que muchas veces, a pesar de no poseer atributos “monstruosos”, aparezcan en mitos, leyendas y cuentos populares como las causantes de múltiples desgracias, al no ser capaces de respetar una prohibición: Eva, al comer la manzana del árbol del conocimiento; Pandora, por abrir una caja que contenía enfermedades y plagas; Helena de Troya, por no haber respetado el vínculo matrimonial. Todas ellas son personajes asociados al pecado, la aparición de enfermedades, la guerra o la muerte. La literatura y el cine tampoco han logrado escapar de la desconcertante mezcla de terror-fascinación que producen personajes femeninos Noviembre-Diciembre 2018 GACETA DEL PENSAMIENTO I 15
terribles que, ya sin los atributos de los monstruos antiguos, pueden evidenciar la “monstruosidad de sus almas” al poseer la dulce inocencia de una niña perversa que seduce a su padrastro (Lolita), o la cruel frialdad de una prostituta que denigra el amor y la inteligencia de un viejo profesor (El ángel azul). Muchos relatos ancestrales nos han llegado luego de siglos de manipulación y “adecuaciones”, generadas tanto por la cultura que las originó como por las que después las retomaron, con el afán de descalificarlas o manipularlas en beneficio de la ideología predominante. Sin embargo, estos afanes no sólo no logran aniquilar su poder, sino que, debajo de todos los velos, permiten que siga latiendo su fuerza inherente e invitan a descubrir lo que ocultan a quien tenga la voluntad de hacerlo. Las narraciones populares representan una de las fuerzas más vitales de la cultura y reflejan los miedos, las contradicciones y demás dualismos que la lógica se ve impedida a constreñir en una sola definición que pretenda restar su dinámica: todo en la naturaleza (incluida la humana) se mantiene en una constante lucha entre vida, muerte y transformación, que se ve reflejada en la polifonía y la policromía del pensamiento y las emociones humanas que sintetizan, en la representación de la lucha entre lo femenino y lo masculino, una de sus mejores me-
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táforas de la búsqueda de unión de los contrarios: razón y emoción, fuerza y sensualidad, poder y contención... Por ello, no resulta extraño descubrir que, en pleno siglo XXI, sobrevivan expresiones que siguen conectándonos y confrontándonos con la sabiduría ancestral que resguardan los símbolos, los cuales han sido una de las mejores herramientas desarrolladas por nuestra psique para tratar de comprender nuestra relación y lugar en el mundo; vínculo que sigue escapando del análisis unívoco de la razón y del “logos” que se afanan, inútilmente, en negar el misterio, lo numinoso y lo telúrico que nos vinculan con las fuerzas esenciales de la naturaleza y de la vida, que se asocian a lo femenino. Más allá de buscar en estas historias el resultado del afán masculino por controlar a la mujer como expresión de la naturaleza indómita o de tenerlas como meras ficciones de la etapa infantil de la humanidad, me gustaría llamar la atención del lector y los profesionales en el tema –sociólogos, psicólogos, antropólogos, historiadores…–, para seguir intentando develar el misterio que ocultan los mitos y las leyendas. Es una invitación a entenderlas como representaciones simbólicas –de carácter polisémico– que desbordan cualquier intento de definición que pretenda ceñirlas a un solo ámbito de la existencia, y capaces de abarcar una plu-
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ralidad de sentidos y significados (culturales, religiosas, familiares e individuales), pues como afirma Robert Graves en su maravilloso libro La diosa blanca: “La actual es una civilización en la que son deshonrados los principales emblemas de la poesía: en la que la serpiente, el león y el águila corresponden a la carpa del circo; el buey, el salmón y el jabalí, a la fábrica de conservas; el caballo de carrera y el lebrel a la pista de apuestas, y el bosquecillo sagrado, al aserradero. (Sin embargo) el lenguaje de la verdadera poesía siempre estará asociado a los viejos mitos.” Estoy convencida de que sólo a través del mito –y del arte que es el que mejor lo resguarda– podremos revelar nuestra verdadera condición y acercarnos a una visión más profunda de la vida que nos devuelva la capacidad de maravillarnos ante sus enigmas, ante las infinitas posibilidades de la existencia y la expresión humana. Sirva este texto como una provocación para explorar estos horizontes y sus nuevas posibilidades de significación, más allá de cualquier “certeza”, pues el lenguaje del mito es siempre la subversiva oportunidad de trascender y reconciliar los aparentes opuestos y entender que día y noche, vida y muerte, luz y oscuridad, bueno y malo, femenino y masculino, sublime y monstruoso no son más que la superficie aparente de algo que, aún con nuestra prodigiosa inteligencia, no hemos sido capaces de descifrar…, de ahí su riqueza y su capacidad para seducirnos.
LA RULETA DEL PLAGIO (FRAGMENTO DE NOVELA)
“
Lo llevaron a una casa en las afueras de la ciudad, hacia el norte, en el poblado de Calderitas. Vendado con cinta canela, esposado y con los pies atados fuertemente con un lazo grueso de color amarillo, de esos que usan los pescadores para amarrar sus lanchas al muelle. Guardó esperanzas de que lo condujeran a la casa cercana al aeropuerto, pero pronto concluyó que iban en dirección contraria. Su nuevo ámbito, quizás el último de su vida, era un clóset sin puertas, una colchoneta maloliente, una angustia parecida a la agonía. A altas horas de esa misma noche, sus captores lo entrevistaron para grabar un video. Sólo le quitaron la venda, lo sentaron en una silla a oscuras. Cuando inició la grabación, una lámpara de luz fuerte, adecuada para filmar, le iluminó el rostro. No podía distinguir a los hombres que lo rodeaban. Estaban armados, porque sus siluetas dejaban ver destellos de uno que otro cuerno de chivo. Le preguntaron su nombre y si trabajaba para inteligencia de la Armada. Dos o tres minutos duró el interrogatorio filmado. Tras cada pregunta, recibía golpes y varias veces debió repetir su alocución forzada cuando la respuesta no satisfacía al interrogador. Por último, lo inquirieron sobre su participación en el secuestro del “Jefe”. Sabemos que cobró una buena lana, cabrón, pero no podemos dejar cabos sueltos ni deudas por cobrar. Ante semejante argumento guardó silencio, sin quebrarse por los golpes que
le propinaron, una vez que el camarógrafo apagó el aparato y la lámpara. Quizás la única opción quedó abierta. Se atrevió a plantearles un pago. Tengo mis ahorros y los puedo compartir. Una nueva andanada de golpes lo hizo callar. “Aquí no se trata de feria, hijodelachingada. La factura que nos debe es la información que recogió. El patrón dice que usted es un peligro ambulante para el cártel. Y ya sabe cómo borramos nosotros estas chingaderas. Lo único que nos falta es recibir la orden del tratamiento especial que debemos darle al final de su vida. Así es que, si sabe rezar, récele a la Santa Muerte.” Ventas: 9831230157 Facebook Yahir Yesid Contreras
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EL GUADALUPANISMO: RELIGIÓN NATIVA
MEXICANA >JUAN JOSÉ MORALES
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e aproxima el 12 de diciembre, la fecha más importante en el calendario religioso de México, el día dedicado a la Virgen de Guadalupe, cuyo culto alcanza tales proporciones que —excepción hecha de El Vaticano—, no existe en el mundo entero santuario católico al cual acuda mayor cantidad de fieles que la Basílica de Guadalupe, en la Ciudad de México. Por ella pasan cada año entre doce y trece millones de visitantes, de los cuales más de la mitad se congregan durante las dos semanas finales de noviembre y las dos primeras de diciembre. Esto podría hacer pensar a muchos que México es un país profundamente católico. La realidad, sin embargo, es que más que de catolicismo, hay que hablar de guadalupanismo, un culto peculiar, con hondas raíces prehispánicas, muy extendido principalmente en las zonas rurales y en las zonas urbanas más pobres, mas no entre las clases media y alta ni, mucho menos, entre los sectores pudientes, pues a la Virgen de Guadalupe se le identifica con los indios, los pobres y los oprimidos. Es un culto de raíces campesinas y populares. Las grandes peregrinaciones proceden esencialmente de zonas rurales, y en las ciudades son las clases más humildes las que participan en ellas. Nunca se verá una 18
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peregrinación de señoras encopetadas o de banqueros o golfistas. Se verá, sí, a famosos personajes del espectáculo ir a cantarle “Las mañanitas” o llevarle flores a la virgen, pero ello obedece más a fines de promoción publicitaria que a verdadera religiosidad. El guadalupanismo posee todos los rasgos de una religión indígena, con numerosos elementos prehispánicos. Por ejemplo, y muy especialmente, las danzas, que los habitantes del antiguo México no practicaban como diversión o mero espectáculo, sino como actos de adoración a los dioses a través de música y movimientos que se repiten una y otra vez, prácticamente sin variación alguna, hora tras hora, como la monótona letanía de un católico que al rezar el rosario repite los padres nuestros y los avemarías. En la raíz del guadalupanismo está el culto a Tonantzin, una diosa lunar madre de la Tierra, rectora de la vida, la muerte y la fecundidad, a la cual se adoraba en tiempos de la Conquista y era consideraba virgen, pues se decía que tuvo un hijo sin haber sido fecundada. Incapaces de extirpar el culto a Tonantzin —que los indios seguían practicando a escondidas— los frailes evangelizadores optaron por sustituirla con algo parecido: la Virgen
de Guadalupe, a la cual se veneraba en la región de Extremadura, en España, y de la que Cortés era devoto. Esta virgen era también, a su vez, fruto de un sincretismo religioso entre el cristianismo y el islamismo, la religión de los árabes que por siglos ocuparon el sur de España. Se le representaba como una mujer de tez morena como la de los árabes, a cuyos pies aparece una luna en creciente, símbolo del Islam. Los frailes pensaron que por el color de su piel y su relación con la luna, los aztecas la aceptarían en reemplazo de Tonantzin.
Tonantzin, Museo Nacional de Antropología e Historia
No fue, empero, simplemente trasplantada de España a México, pues habría sido rechazada como una imposición más de los conquistadores. Se dijo que se le había aparecido a un indio, Juan Diego, hablándole en náhuatl, y que el escenario de la aparición fue el cerro del Tepeyac o Tepeyacac, donde había un importante templo dedicado a Tonantzin. Además, fue el propio Juan Diego quien comunicó el portento a las autoridades eclesiásticas, que —también según el relato oficial— al principio se negaron a creerle, pero finalmente tuvieron que rendirse a la evidencia. Todo, pues, resultaba un asunto directo entre la virgen y los indios, sin que intervinieran frailes ni soldados. Y era un indio —pobre por añadidura— quien había convencido nada menos que al mismísimo arzobispo. El truco dio buen resultado, pues para los indios resultaba muy conveniente hacer como que adoraban a la virgen cuando en realidad el objeto de su veneración era Tonantzin, y para los curas también resultaba muy conveniente hacer como que creían que los indios de verdad estaban adorando a una imagen católica. Sobre todo, porque permitieron que se le rindiera culto prácticamente con los mismos rituales que a la antigua diosa prehispánica. Por
otro lado, para mejor reemplazar a Tonantzin, la virgen no se presentó como tal sino como “madre”, y madre o madrecita sigue llamándosele casi 500 años después. JUEGO DE ENGAÑOS Aquí cabe preguntarse si los curas engañaron a los indios o éstos a aquéllos, porque, si bien se mira, la conversión al catolicismo fue en gran medida un juego de simulaciones. Los indígenas fingían aceptar la nueva religión, y los frailes fingían creerlos conversos. El mismo juego se hizo con otros dioses prehispánicos, que cambiaron de rostro, para eludir a la Santa Inquisición. Tláloc, dios de la lluvia, devino en San Isidro Labrador. Yacatecutli, deidad protectora de los pochtecas o mercaderes aztecas, está personificado en los cristos negros —el mismo color del dios prehispánico— que se veneran en Chalma en el Estado de México, Tila en Chiapas, Otatitlán en Veracruz o Esquipulas en Guatemala, sitios que en tiempos prehispánicos fueron activos puestos de comercio. Izamal, en Yucatán, ciudad sagrada de los mayas y centro de peregrinación para los devotos del dios Itzamná, terminó dedicada a la Virgen de Izamal, a la cual se declaró patrona de Yucatán. Los curas aceptaron todo esto a cambio de ocupar el lugar de los antiguos sacerdotes, y con la certidumbre de que, si los indios acudían a los santuarios para rendir culto a Tláloc, Yacatecutli o Itzamná y no a Cristo o a la Virgen, finalmente no importaba. A la larga no sabrían a quién veneraban. Aceptaron incluso que en los atrios de las iglesias se escenificaran danzas que en estricto sentido son paganas por cuanto su propósito es adorar a la lluvia, el viento y otros fenómenos naturales como la de “Los voladores”, que los totonacas dedican al agua, o la de “Los acatlaxquis”, con la que los otomíes de la Sierra de Puebla ruegan por la lluvia.
México Tenochtitlan hacia 1325
De todas estas mutaciones de deidades y de todos estos casos de sincretismo religioso, el que mayor éxito ha tenido es, sin duda, el guadalupanismo. Inicialmente se limitaba al territorio del antiguo imperio azteca en la región central del país, pero durante el siglo XX se extendió a casi todo México e incluso a Centroamérica, gracias a los medios masivos de comunicación, los medios de transporte —que facilitan las peregrinaciones— y ahora casi puede considerársele la religión nativa mexicana. Noviembre-Diciembre 2018 GACETA DEL PENSAMIENTO I 19
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so dice Tony Ávila de nuestra ciudad, en una de sus preciosas canciones. La Villa de San Cristóbal de La Habana, la metrópoli que una vez fue considerada “La llave del Nuevo Mundo”, está cumpliendo 495 años, y aún quiere presumir, canta el trovador. Efectivamente, esta gran dama se resiste al estropicio que entre todos le provocamos, y sigue mostrándose señorial, altiva, hermosísima. Son incontables los artistas que han dedicado obras a La Habana. Pintores, humoristas, poetas, ensayistas, narradores, escultores, dramaturgos, músicos de varias generaciones: la cultura, de muchísimas maneras, le ha brindado homenaje a esta ciudad bañada de mar, a su geografía, a su historia. Cabe destacar el empeño que han mostrado sus historiadores en aras de conservarla, restaurarla y embellecerla. Es una fortuna contar en nuestros días con Eusebio Leal, tan consagrado a la descomunal tarea de impedir la muerte de La Habana. Su ilustre predecesor, Emilio Roig de Leuchsenring, dejó bien clara la importancia trascendental de esta localidad que habitamos, a la que dedicó no sólo su mejor esfuerzo vital, sino también muchos textos literarios e historiográficos que han pasado con justicia a la posteridad.
LA HABANA: TAN VIEJA, TAN DESCOCIDA, TAN TERCA > LAIDI FERNÁNDEZ DE JUAN
El joven Félix Julio Alfonso, vicedecano del Colegio Universitario San Gerónimo, continuador de la batalla por mantener la ciudad digna, como parte de su trayectoria de profesor publicó hace apenas un año La Habana: ciudad mágica, compilación de varias conferencias dedicadas a la que Mañach llamó “la ciudad cortesana del sol”. Cuando el costumbrista Eladio Secades ya gozaba de amplia popularidad, a través de sus semanales “Estampas de la época”, dedicó, en 1943, una página memorable a la ciudad, titulada “La Habana es triste”. Con su habitual sentido del humor, en esta estampa aparece por primera vez su orgullo de ser habanero: “Cuando menos lo pensamos, la métrica social nos obliga a enseñarle La Habana a un extranjero. Hay que deslumbrarlo. Y no sabemos por dónde empezar. Lástima que el Valle de Viñales no esté en Belascoaín […] El forastero que se ha despeinado nos dice que La Habana es muy bonita. Y nuestra vanidad aldeana queda satisfecha.”
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belleza de nuestros parques, o la magnificencia de las avenidas, o nuestro orgullo perenne. A los habaneros se nos considera enfermos de altanería. No voy a adentrarme en una discusión estéril, pero no puedo dejar de señalar que así como los holguineros, los santiagueros, los cienfuegueros, los bayameses, los camagüeyanos, los villaclareños y los pineros (para no mencionar a todos los oriundos de las 14 provincias del país), defienden su terruño y muestran satisfacción por haber nacido ahí y no en otro lugar, nosotros, los llamados habaneros de pura cepa, hacemos exactamente lo mismo.
Considerar a esta ciudad como una aldea, según el Larousse, es catalogarla de pueblo de corto vecindario, reducirla a la condición de población. Y bien vistas las cosas, somos aldeanos toscos y habitamos una comarca. O sea, el destino quiso que naciéramos en un territorio embrujado, cuya magia no valoramos hasta que estamos lejos. Nos parece natural, por ejemplo, la contemplación diaria del mar, ser testigos del atardecer, la actividad cultural (febril, incansable) de nuestros cines, teatros, galerías, y hasta el olor a puerto nos resulta cotidiano, pero poco hacemos por la ciudad. Sólo cuando nos falta La Habana, comprendemos cuánto la echamos de menos. La vanidad de la que habló el humorista nos sale por los poros cuando alguien intenta degradar la
Vivimos y trabajamos en la capital, que es la ciudad por la que más se preocupan todos los cubanos, donde existen los más deslumbrantes teatros, y adonde acuden con mayor frecuencia artistas famosos del mundo, pero también es el pedacito de tierra donde vimos por primera vez la luz; donde aprendimos a caminar; donde nos enamoramos, estudiamos, fracasamos o triunfamos; y donde nacieron nuestros hijos, por muy cursi que resulte decirlo. La Habana es nuestra infancia y será nuestra muerte. Su elegancia, aun con todas sus grietas, merece nuestra reverencia y el ímpetu para defenderla, ayudarla y estar siempre a su lado. ¡Feliz cumpleaños, querida ciudad nuestra! Noviembre-Diciembre 2018 GACETA DEL PENSAMIENTO I 21
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DHANTE LOYOLA: La pintura y el vuelo de la imaginación >RAFAEL CARRALERO
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o siempre talento y consagración coinciden felizmente en un artista, pero cuando ocurre el resultado es garantía. Ninguna acción humana requiere tanto la unión de estas características como la creación artística y literaria, que es lo mismo, aunque me veo forzado a hacer la distinción, por aquello de la costumbre de hacer la separación. Un creador, cualquiera que sea su especialidad artística, necesita talento, pero si éste es acompañado por la consagración, estamos entonces frente a una potencialidad cuyo vuelo está garantizado. Dhante Loyola cuenta con ambas condiciones. Vehemente como pocos, este pintor, todavía joven, le ha faltado un solo ingrediente necesario para estar en las alturas: la suerte. Este factor que muchos ignoran resulta crucial para los creadores, por eso es común escuchar entre nosotros la frase lapidaria: talento y fama pocas veces coinciden. Dhante es un artista cuya consagración y virtudes creativas lo hacen acreedor de una obra extensa, que forma parte de muchas colecciones y engalana paredes por todas partes, pero le ha faltado un poco de suerte y cierta capacidad de autopromoción como nos ocurre a muchos. Por eso, tal vez, su nombre no pulula en los medios de comunicación, en las revistas de curiosidades y en las exhibiciones comerciales. Este hombre cuenta con decenas de exposiciones en lugares importantes de México y el extranjero, ha estado presente en grandes eventos internacionales como puede ser la Fiesta del Fuego, digamos. Ha sido protagonista y organizador de acciones plásticas por todas partes. Lo más importante, sin embargo, es que tiene una obra amplia, hermosa, que hace mucho tiempo pasó por lo experimental para consolidarse como estilo propio. Adueñado de ese estilo, Dhante se mueve entre lo figurativo y lo abstracto. La mujer es tema recurrente. El desnudo, que ha sido motivo a lo largo de los siglos, es trabajado por este artista con peculiar acierto, con verdadero encanto, un desnudo estético, lleno de ternura, donde lo erótico aflora, pero se trata de un erotismo y una sensualidad concebidos desde una óptica estética de magnitudes y una sensibilidad que engrandece el asunto tratado. Otras de las virtudes de la obra de este artista son el dominio del color, la línea, las proporciones, la perfección con que los cuerpos son concebidos. Todo esto se concreta en armonía, que ha sido uno de los valores y propósitos estéticos de los grandes de todos los tiempos. La mesura, el cuidado en las pinceladas, el juego de los contrastes, la búsqueda de una metáfora que nunca se aleja de esa ternura peculiar y de una propuesta que a ratos pareciera lúdica, provocadora, insinuante y, al mismo tiempo, contundente, son parte de la magia creativa de este pintor humano, imaginativo y sencillo. Quienes hemos seguido a Dhante somos testigos de una obra que trasciende y se finca en la mejor herencia de la plástica de todos los tiempos.
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RAZONES PARA ARMAR UN PUENTE
Avances de la antología de poesía para niños de Ramón Iván Suárez, en proceso de edición por la editorial Cauce, de Pinar del Río, Cuba, que habrá de presentarse en la próxima Feria Internacional del Libro de La Habana…
n esta antología, a la manera de los cofres antiguos, los niños lectores encontrarán escenarios fantásticos y personajes únicos, trenzados en versos, cuyas aventuras retan a la imaginación y se despliegan en un corpus lleno de colores y melodías, donde el poeta mexicano Ramón Iván Suárez, tras su aparente hermetismo, vuelve su letra hallazgo. Música y ondulación, metáforas y relatos poéticos, animales y flores, y todos los confines posibles entran en estas páginas coloreando con su aliento el derecho a soñar y erigir nuevas realidades desde la poesía, en la plenitud de la imagen como estandarte contra toda negrura, en la sensorialidad con que renace el origen y se expande la magia. El juego es clave en estos textos. Hay diversión, soluciones humorísticas. La poesía no asusta, se abre hacia los demás de modo lúdico o emotivo, y arropa con su lluvia metafórica y su auténtica dramaturgia, donde vibran las palabras plenas de
connotaciones y componentes alegóricos o en la sencillez coloquial, pero siempre con musicalidad. Desde la anécdota costumbrista hasta profundidades reflexivas se tensa este libro, y en ese mar de asombros, de goce y de belleza, hay espacios para releer la vida desde otra transparencia, ajena a cánones opresivos, muy cerca del corazón, porque si algo rige a este enjambre de poemas es su espíritu de libertad, una libertad sublime y cargada de sueños. El poeta Ramón invita, una y otra vez, a niños y a adultos a redescubrir sus entornos, sus pasados y un universo virtual que no tiene límites. Lo hace con efectos multisensoriales, con tonalidades auditivas y regala historias, emociones, travesuras… Lo hace como quien esparce algunas semillas e intuye que brotarán árboles florecidos. Agustín Labrada
Ilustraciones de Yancarlos Perugorría
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ORACIÓN POR LOS ABUELOS El más anciano de todos los animales es la tortuga –creo–, aunque siguen sus pasos los elefantes y las ballenas. Abuelo elefante, bisabuela tortuga, abuelaza ballena: guíenme con su sabiduría en las dificultades. Dame la mano de tu trompa, abuelo; tu canto líquido, abuelaza; la dureza de tus pacientes años, bisabuela. Soy tan pequeño en horas y en tamaño frente a ustedes. No permitan que sufra, regálenme sus historias bellas, las que contaron a sus nietos en el azul profundo, en el espejo verde, en el río que fluye en nuestros ojos. Bendita la lluvia alegre de su trompa, el chubasco de su lomo que nos moja con la buenaventura, benditos sus ojos apagados que se encienden por los niños. Hay una semilla en mi puño –yo soy la semilla– si abro mi palma, mi alma, salen al aire mariposas, saltan grillos iguales a mí de verdes y pequeños. ¡Cuántas arrugas en su piel muestran los surcos de la vida! ¡Y qué amorosas lágrimas derraman por nosotros! Abuelo elefante, bisabuela tortuga, abuelaza ballena: el mundo, nuestro mundo, no es de todos: Ya no hay espacio para los que menos tienen. Ya no hay cupo para los grandes del espíritu, para los inmensos que caminan sobre el agua y mojan sus arrugas por nosotros. Abuelo elefante, bisabuela tortuga, abuelaza ballena: creo que no son grises los días de llovizna. Bisabuela, abuelaza, abuelo: ¿Oyen mi corazón que reza todos los días con ustedes?
ÉSTA NO ES UNA DESPEDIDA No me iré aunque digan que los niños en su lecho sonríen acicalados y corteses, que la barca de tablas es en realidad de papel y que las velas se encienden con pañuelos. No quiero ir más allá de la puerta, más allá de la calle, más allá de las nubes, más allá. Soy feliz con mi libélula de alambre persiguiendo sombras, con el tigre de trapo que muerde con suavidad mi dedo gordo. No quiero irme aunque ardan los huesos y las telarañas me pongan otra piel. Voy a hacer los muros de mi casa con los guijarros que traje del río para que no entren los que esperan más allá de la puerta, más allá de la calle, más allá de las nubes, más allá.
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CANCIÓN PIRATA Naturalmente, para Espronceda
PERTENENCIAS DEL CAPITÁN Una brújula, un cuadrante, un compás y varias cartas, pluma, tintero y un diario, el pergamino de un mapa, unas botas, catalejo, el astrolabio, una jaula, un loro, tal vez un mico, un sombrero y una daga, una botella de ron, un cofrecillo, una espada, tal vez un reloj de arena, una isla imaginaria y la Rosa de los Vientos casi aire, casi nada.
TRES TRISTES TIGRES Tres tristes tigres magníficos y mansos tienen el oro de los trigales en la piel y la sombra de los troncos de la selva. Los tres triscan las trenzas doradas de las espigas. Los tres caminan atribulados. ¿En dónde estriba la razón de su tristeza? Tres tristes tigres mansos, magníficos se arrastran en tres palabras, tres, que nos traban la lengua. En las espigas llora el rocío, los trigales el cierzo dobla. Tronos del trueno tragan sus lágrimas. Tristes tigres, tres, para que no sollocen, pintaré en la cara de la luna la sonrisa de un payaso. Luego les haré cosquillas en el lomo y las orejas, con espigas; les confiaré que las nubes son plumas del ganso gordo del sol de las tardes. Tigres, no tristes, en el lecho de los trigales… 28
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En el mar de una botella sube y baja mi velero, me acompañan dos piratas: Barlovento y Sotavento (dos marinos que me ayudan: uno manco y otro tuerto). Tengo un loro, dos tortugas, cinco chivas, un jumento, y todos vamos felices en mi buque bucanero. Bajel de los Siete Mares de Maracaibo a Borneo, bajo ninguna bandera soy libre entre los espejos. ¡Qué majestad se respira! ¡Qué transparente es el cielo! ¡Y qué orgullo, capitán, navegar por este sueño! Carguen velas, saquen anclas; bogar y bogar adentro en el mar de una botella por islas del pensamiento. ¿Cupieron en este mar al que llamo Mar Adentro loro, tortugas y chivas, diez cañones, un jumento?, (me olvidaba de mis cofres, una pluma y un tintero, de las nubes, las estrellas, de las islas y los vientos, los dos piratas y yo, y el mapa de los secretos). En el mar de una botella mi barco navega quieto: ¡Nube a la vista, grumete! ¡Capitán, su catalejo! Quiten velas, echen anclas, porque se acaba este cuento.
EL TRAJE DE LUNITA Este cuento que les cuento le sucedió a luna nueva que quiso, como los peces, su traje de lentejuelas. Me lo contó Federico desde una antigua carreta –por caminos de Santiago– que polvo en el cielo deja. Es cumpleaños del sol, reparte nubes de fresa, adorna el patio del cielo con piñatas y cometas. Se fue muy triste la luna de la mar a las riberas, llora suspiros de sal, lágrimas de luz y arena. Vivía la niña luna en una casa muy negra envidiando los destellos de sus hermanas estrellas. ¡Pobrecita de la luna!, de la luna tan coqueta que quiere traje de luces para estrenar en la fiesta. Discuten los animales reunidos en asamblea y en menos que una ola cae las soluciones acuerdan: Pez aguja cosió el traje, la concha ofreció su perla, pez volador le llevó el traje de lentejuelas. La escuchan los caracoles, se acongojan las sirenas, mantarraya condolida quiere enjugarle las penas.
YA VIENE… Hoy cumple siete y ya sabe que el cuervo del bordón viene con pasos torpes a su fiesta. Le trae el confeti de una salamandra, su lengua de espantasuegras, su cola de hilo que desprende chaquiras. Bailemos sobre tu pequeño ataúd –le pide– vuelta tras vuelta hasta que se hayan ido los invitados. Vuelta tras vuelta naranja y cuchillo, vuelta tras vuelta sacapuntas y lápiz, vuelta tras vuelta aguja y bordado. Después le exige el confeti de sus pecas, su lengua que se comió el ratón, el hilo con el que zurce su espanto. Ella se hace ovillo en la caja de costura.
Se probó el traje la luna para ver cómo le queda, su sonrisa de gitana sobre el agua se refleja. Aquí termina este cuento que les contó quien les cuenta. Lunita usó desde entonces su traje de lentejuelas.
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HUXLEY, UN MUNDO FELIZ Y LA MODERNA ALIENACIÓN
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n 1932, la novela Un mundo feliz tomó al orbe por asalto. Editada por primera vez en Londres por Chatto & Windus, en la obra se detalla una sociedad sometida por un gobierno totalitario que, por medio de lavados de cerebro y drogas, privaba a todo habitante de individualidad. Si bien de brillante narrativa, la obra destaca por sus ideas implacables y por sus basamentos históricos y científicos, tan siniestramente simples, que hicieron que los eventos narrados se antojaran peligrosamente familiares. Entre la producción en masa, perfeccionada por Henry Ford, las secuelas de la Primera Guerra Mundial y las de la Gran Depresión estadounidense, Un mundo feliz no sólo era posible, sino inevitable. Un mundo feliz fue, desde su primera edición, bienvenida y elogiada. Sus osados planteamientos —ad-
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> FRANCISCO PINZÓN vertencia para unos y profecía para otros— incomodó a los círculos conservadores y la obra fue vetada en países como Irlanda y Australia. Ello no evitó que la novela fuera tenida como una obra maestra, un tour de forcé del intelecto de un hombre, de entonces 38 años, llamado Aldous Leonard Huxley. Su abordaje sobre el arte, la psicología y la ciencia como propulsora de la tecnología, banderas de su novela, es un reflejo del entorno en el que nació. Su padre, Leonard Huxley, a su vez hijo de un obstinado científico darwiniano, fue biólogo, escritor y catedrático. Su madre, Julia Arnold, nieta del poeta Matthew Arnold y hermana de la novelista Humphrey Ward, fue a su vez una de las primeras mujeres en ser admitidas en Oxford y, luego, fundadora del innovador Prior’s Field, un instituto experimental para señoritas, en Surrey, Inglaterra. Entre los hijos
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de este matrimonio se hallan también un director de la UNESCO, un premio nobel de medicina y, claro, un pequeño de nombre Aldous Leonard. Aldous Huxley estudió en Eton, Inglaterra, la escuela más reconocida de entonces, pero pronto tuvo que dejarla al contraer queratitis punctata, enfermedad que lo dejó casi ciego y frustró su sueño de estudiar medicina. Con su fe puesta en la ciencia y la tecnología, Aldous aprendió a leer braille y a tocar el piano hasta sobreponerse a la enfermedad y recuperar parte de la visión. Mientras estudiaba literatura en el Balliol College de Oxford, su hermano, Trevenan se suicida, lo que detona su interés en la parapsicología y el misticismo. A los 22 años escribe su primer libro de poemas, La rueda ardiente, y dos años más tarde se casa con Marie Nys, con quien tuvo a Matthew, su único hijo. Tras publicar diver-
El escritor Aldous Huxley
sos libros de cuentos, ya viviendo en Italia, escribe Los escándalos de Crome (Chrome Yellow), con el que consolida su reputación de escritor. Después de viajar junto con su esposa por Europa, Asia y África, durante los que escribió entre otros libros A lo largo del camino y Danza de sátiros, presentó en 1932 su piéce de résistance Un mundo feliz (Brave new world). En 1939, llegó a Estados Unidos y comenzó a escribir para The Chicago Herald, echándose a la bolsa a la comunidad intelectual. Esta novela, sin demerito en absoluto de títulos como Mono y esencia y Las puertas de la percepción, es una obra mayor no tan sólo por su construcción literaria y su espléndida narrativa, sino también por la feroz y profunda presentación que hace de una sociedad cuya supuesta perfección es una máscara para ocultar su miseria. Un mundo feliz es el retrato de una sociedad poblada por seres
diseñados a modo y predestinados genéticamente para laborar y vivir según las necesidades sociales. Las enfermedades no existen y todo el mundo goza de belleza, educación y alimento. Tampoco hay aspiraciones, sino sólo obediencia y sumisión a un gobierno totalitario que, mediante el uso de un continuo lavado de cerebro y la distribución de drogas, previene la disconformidad y destruye la individualidad. En este régimen, quien no puede vivir así es enviado a una isla donde vive y envejece como salvaje, pero en plena libertad. Es en la contraposición de estas dos sociedades cuando Huxley, de manera magistral, nos hace vivir la “distopía”. Para cuando terminamos de leer su obra, es inevitable cuestionarnos si no habíamos estado viviendo allí durante todo este tiempo. Aldous Huxley no nos describe una nación distópica, sino que prácticamente la crea para nosotros. Tal
vez la única obra comparable, en este sentido, es 1984, de George Orwell, quien por añadidura fuera su alumno. Empero, la visión de Huxley es más cínica, descarada e ilimitada tal como la sociedad actual. La pregunta principal, sin embargo, prevalece: ¿Vivimos en un México distópico? Ciertamente, hablando en términos generales, estamos cada vez más alienados. El gobierno, la religión y las corporaciones nos exponen continuamente a su propaganda con el propósito de evitar que pensemos, que nos individualicemos y nos conformemos. Habitamos un país en el que las redes sociales son el nuevo opio y en el cual el consumo de todo tipo de antidepresivos se vende como pan caliente y ya no digamos las drogas ilegales, que son más fáciles de conseguir que un medicamento sin receta. En este caso, la sociedad mexicana y muchas otras son, en la práctica, “huxleynianas”. Incluso nuestra población —alfas y salvajes— vive cada vez más dividida por las clases sociales y, como individuos, continuamos alejándonos de la espiritualidad y acercándonos a Facebook. La Real Academia de la Lengua Española, hace dos años apenas, incluyó en el diccionario la voz “distopía” (representación ficticia de una sociedad futura de características negativas que causan la alienación humana) y su definición, al tachar tal tipo de sociedad como de “ficticia” y “futura”, se presenta muy ajena al caso de México y de muchos otros países, que tienen un pie si no es que los dos en la distopía. Aldous Leonard Huxley, uno de los grandes pensadores del siglo pasado, fue amigo de Charlie Chaplin y Greta Garbo, experimentó con LSD, escribió una obra literaria indispensable y una serie de guiones cinematográficos, entre ellos, un malogrado libreto de Alicia en el país de las maravillas para Walt Disney. Falleció de cáncer en Hollywood, Estados Unidos, a la edad de setenta y nueve años.
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LA ÚLTIMA CARGA DE CABALLERÍA > ALESSIO ZANIER VISINTIN Profesor-investigador del Departamento de Lengua y Educación, Universidad de Quintana Roo
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ntre 1942 y 1943, por decisión del dictador Benito Mussolini, un gran contingente de soldados italianos fue enviado a apoyar el avance nazi para controlar el río Don, ya muy dentro del territorio soviético. No era una fuerza menor, pues estaba formado por 235 mil hombres, repartidos en doce divisiones, con casi mil cañones, 25 mil caballos, 17 mil vehículos entre tanques y camiones, y una enorme cantidad de pertrechos bélicos. En agosto de 1942, un regimiento de caballería italiano, en un contraataque contra unidades rusas, realizó la que se tiene como la última carga de caballería en la historia militar no sólo de Italia, sino también de toda Europa. El balance reportó victoria para la unidad italiana, formada por 700 jinetes, la que sólo perdió unos 50 hombres, mientras que los soviéticos sufrieron 450 bajas entre muertos y heridos, 500 soldados fueron hechos prisioneros y perdieron una gran cantidad de material militar. La historia oficial celebra aún hoy esta carga que, en sitios Web de Italia, se califica como “el ocaso de la caballería rodeado por un aura de gloria” o “un regimiento que, con desprecio de la vida, se lanzó contra el enemigo”, entre otras glosas. En 1952, en la “Guerra Fría”, se filmó la cinta La heroica carga, donde los italianos son pintados como héroes, como militares que deben socorrer a los pobres e ignorantes rusos, que no luchan por su tierra, sino por una 32
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inhumana y despiadada Unión Soviética, antítesis de la civilización europea, blanca y cristiana. La intervención italiana en Rusia concluyó con un fracaso sin precedentes. En 1943, después de múltiples derrotas, a los soldados se les ordenó retirarse frente a las ofensivas soviéticas, después de sufrir más de 50 mil bajas entre muertos y heridos, y 65 mil prisioneros. Más de cien mil hombres tuvieron que retirarse a pie, en la infinita estepa de Asia Central y en pleno invierno. Muchos murieron congelados o de hambre, mientras que los alemanes – supuestamente aliados– cortaban las manos de los italianos que intentaban subirse en sus camiones. Una tragedia sin parangón en la historia moderna de Italia. La historia oficial la describe como inevitable, dado el contexto político de la Italia fascista, y en las escuelas apenas si se cita su participación en la Segunda Guerra Mundial. El horror terminó para Italia con cientos de miles de muertos y heridos, con ciudades y pueblos arrasados, con el país invadido por los ejércitos aliados. Quince años después del último disparo, en 1958, las cicatrices estaban aún abiertas. Recuerdo las casas bombardeadas, las ruinas entre las que jugábamos los niños, la falta de víveres, las dificultades para protegerse del frío del invierno, los signos de agotamiento físico y espiritual de mis padres.
Toda mi familia se vio involucrada en esta guerra, y, desde niños, oíamos relatos acerca de increíbles sucesos que contaban quienes la habían vivido en carne propia. Algo que de niño me había llamado la atención era que a mi tío Tarsicio le faltaba un pedazo de hueso en la frente. Arriba del ojo izquierdo tenía como un hueco cubierto de piel, sin cicatrices, sin otro daño físico. Un día, llevado por la curiosidad, le pregunté con un ápice de recelo y timidez, qué le había pasado en la frente. Con una sonrisa tenue, irónica, triste, esto fue lo que me relató, con sus propias palabras, hace más de cuarenta años: “Un día de verano de 1942, un policía del pueblo, conocido por su fascismo, fue por mí a mi casa y me dijo que la patria me necesitaba, que Benito Mussolini había declarado la guerra a los rusos y que había que acabar con los bolcheviques que querían adueñarse de todo para imponer su reinado de horror y acabar con Europa. Agregó que de no escuchar el llamado del Duce me esperaba el paredón.
“Nos dieron uniformes y algo para comer, y nos encerraron en vagones para ganado en un tren que de repente empezó a moverse y siguió día tras día, noche tras noche, durante una semana. Nunca olvidaré el frío, los olores, el hambre, la sed que nos torturaron en aquel viaje. El tren se paraba dos veces al día, durante media hora, en pueblos con nombres impronunciables, destrozados por la contienda, olvidados por los dioses. ¿Hacia dónde íbamos? Los oficiales sólo contestaban: ‘A la guerra.’ “En el vagón había una atmósfera extraña, una curiosa mezcla de desesperación, enojo, resignación, fatalismo, con falsos brotes de amarga alegría, pero sobre todo de tristeza, al pensar que nada bueno nos iba a pasar, y que algo peligroso nos esperaba. No se trataba de cobardía, sino más bien del hecho de que nadie entre nosotros tenía algo contra los rusos. Ni siquiera sabíamos bien a bien dónde estaba Rusia. Huir era imposible con Europa ocupada por los nazis, y una captura significaba la ejecución sumaria con un balazo en la nuca. “Una mañana el tren se paró en la derrocada estación de Isbuschenskij, un pueblito no lejos del río Don, y bajamos allí sin esperanza, pensando en cómo lograr regresar vivos, en cómo dejar atrás de nosotros toda esta locura. Yo sentía como si una enorme araña me hubiese encerrado en su tela, sin saber cómo liberarme, cómo borrar la pesadilla de la guerra. “Al día siguiente, de mañana, montamos a caballo para formar una interminable columna que se perdía en la neblina del alba. Éramos como centauros ambulantes en la prisión sin fronteras de la inmensa estepa rusa, avanzando sobre el lodo en la búsqueda del enemigo. La voz ‘enemigo’ resonaba extraña en mi mente. Éramos nosotros los que íbamos en pos de otros hombres, iguales a nosotros, que sólo hablaban otro idioma, después de haber invadido su tierra, para matarlos, herirlos o hacerlo prisioneros, con el fin de… Ahí mi pensamiento se paraba, y un horror nunca antes experimentado me daba escalofríos, paralizaba lo
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que había quedado intacto de mis facultades, y lo único que podía hacer era concentrarme en detalles como la cantimplora del soldado que me precedía o las huellas de los otros caballos, para no volverme loco, para no salirme de la columna y huir hasta regresar a mi pueblo. “Recuerdo que uno de nosotros lo intentó. No se había alejado ni unos cien metros cuando los carabineros de la policía militar italiana, gritándole ‘bastardo, desertor, cobarde’, sin miramientos lo abatieron con sus rifles, y siguieron disparándole aun cuando ya había caído al suelo, acribillado, convertido en un patético montículo verde-gris, resto sin importancia de una imposible rebelión contra fuerzas demasiado diabólicas. “Ya al galope, de pronto, vimos a lo lejos una brillante línea, como de miles de espejos uno cerca de otro, que re-
flejaban la blanca y espectral luz mortecina del débil sol de Rusia, y los oficiales empezaron a gritar órdenes incomprensibles, a moverse sin orden de un lado a otro de la fila, desenvainando los sables. Había llegado el momento temido, pero, para mi asombro, no sentí ningún miedo, y me atrevo a decir que sentí casi un alivio, una satisfacción profunda porque mi destino allí estaba, listo, de frente, claro, simple, comprensible y, sobre todo, real. “Lo último que recuerdo de aquel día fue el satánico sonido abrumador y ensordecedor de los caballos lanzados a la carga, el polvo, los gritos, la imagen del jinete de adelante. Luego, todo se esfumó en un infinito hueco, donde yo no existía, ni sentía mi cuerpo, y todo había desaparecido… “El dolor era soportable. Era un dolor sordo, constante, y al abrir un ojo, después de ver las otras camas del hospital militar, me di cuenta de que mi cabeza estaba vendada. Sentí un alivio indescriptible, una felicidad que brotaba de todo mi ser, ganas de seguir viviendo y un impulso irresistible de levantarme, correr, brincar, comer, emborra34
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charme, volar, hacer el amor y mirar a los campos en primavera, los animales, la nieve… y me puse a llorar. Dejé que el llanto lavara todos los detalles de la pesadilla, un sueño del pasado, algo que ya no tenía nada que ver con mi vida. “Un proyectil de artillería había explotado frente a mi caballo, que se había desintegrado, salvándome la vida, y, después de la pírrica victoria del escuadrón italiano, me habían hallado en medio del lodo, sin casi la mitad del hueso frontal, pero todavía milagrosamente vivo. Sabía que los heridos graves eran enviados de regreso a Italia. “Me había jurado que nunca más me dejaría agarrar por los malditos policías militares para que me enviaran a otros países a matar a gente que tenía todos los derechos de seguir viviendo sus vidas en santa paz, igual que yo, en sus tierras, con sus tradiciones, costumbres, idiomas, religión y color de la piel. “Al cabo de unos días, vi en el espejo mi herida en la frente, pero por lo demás me sentía bastante bien, y esperaba el tren que me llevaría de regreso a mi pueblo, a mi familia. Supe lo que era la felicidad, la incontenible dicha de vivir, y empecé a reír llorando, sin que me importara si me tomaban por loco. “Tuve mucha suerte, pues de los 200 mil soldados italianos enviados al infierno ruso, más de la mitad no regresó…” Me hicieron falta algunos años para entender bien lo que mi tío me relató cuando apenas era yo un niño y todavía hay momentos en que revivo la sensación liberadora, de prematura hombría y profunda satisfacción, que experimenté cuando, a los pocos días, tiré a un riachuelo lodoso mi pistola de madera y mi sable de plástico.
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::a a bece dario espacio libre
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AÑO DE GRACIA PARA LA NOVELA CUBANA >FRANCISCO LÓPEZ SACHA
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reo que por segunda vez, para fortuna nuestra, volvemos a vivir otro año de gracia en la novela cubana. Si bien la década del sesenta del siglo XX se abre con El siglo de las luces (1962), de Alejo Carpentier, una obra maestra de la literatura hispanoamericana, no será sino hasta 1966 cuando se abran perspectivas múltiples para todos los caminos del género. En 1966, Ediciones Unión publica Paradiso, de José Lezama Lima, novela de aprendizaje que fue juzgada de inmediato como una obra excepcional, verdadero monumento de la lengua española y, también, en 36
ese mismo año, la primera parte de Pailock, el prestidigitador, la gran pieza experimental de Ezequiel Vieta. Por ambos caminos se renovaba la fuerza del estilo en el idioma con un tipo de escritura asimétrica, más cerca de la poesía que del nexo causal, con muchos puntos de contacto con la imaginería de la literatura fantástica y esotérica. Otro libro vendría a coronar ese instante con la introducción de un nuevo género, la novela-testimonio. Me refiero a Biografía de un cimarrón, de Miguel Barnet, obra cimera desde todos los puntos de vista, con un nuevo sistema discursivo y una visión histórica sumamente original de la
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esclavitud, la vida privada del negro (esclavo o cimarrón) y su integración a nuestra cultura. Ahora parece repetirse esta hazaña con la presencia y la próxima aparición de varias novelas que darán otro vuelco a nuestra historia narrativa. Después de más de cincuenta años y de tantos accidentes en el camino, la novela cubana se yergue una vez de un modo desafiante para mostrar otro rostro y quizá una nueva perspectiva en el arte de novelar. Sin embargo, desde los años noventa, ya estaban las señales de aquello que sería el futuro, sobre todo con la excelencia y la audacia de Las pala-
bras perdidas (1992), de Jesús Díaz; El polvo y el oro (1993), de Julio Travieso; Tuyo es el reino (1997), de Abilio Estévez, y El rey de La Habana (1999), de Pedro Juan Gutiérrez. Hubo, incluso, un territorio feliz en las novelas policiales de Daniel Chavarría y Leonardo Padura. Pero sin duda el cambio, el verdadero cambio, se va a producir unos años después cuando aparezcan, una detrás de otra, La novela de mi vida (2002), de Leonardo Padura; Cien botellas en una pared (2003), de Ena Lucía Portela; Muerte de nadie (2004), de Arturo Arango; Las negras brujas no vuelan (2007), de Eliseo Antunaga; En el cielo con diamantes (2007), de Senel Paz, y Viajes de Miguel Luna (2011), de Abel Prieto, quienes (junto a la obra extraordinaria de Guillermo Vidal) indicaran con claridad un sendero más íntimo y mucho más comprometido con la identidad cubana y los destinos del país. Ésta es la línea dominante, la necesidad de encontrar una o varias respuestas a la dura circunstancia de la vida cotidiana en Cuba, y el crecimiento trepidante de los mundos periféricos en la sociedad. Las novelas de hoy, de uno u otro modo, se interrogan sobre las causas de una crisis económica tan prolongada, el deterioro social y la pérdida cada vez más alarmante de los valores éticos. Ahora la
Leonardo Padura Fuentes
división en ellas, no es entre el campo y la ciudad, o entre la ética y el anonimato, sino en el seno de la ciudad misma, en un conflicto muy agudo y al parecer insalvable entre el centro y la periferia de nuestra vida. Por otra parte todas ellas, de filiación experimental, ensayan otro discurso literario, una relación más ambigua con los sistemas de referencia y un vínculo de continuidad todavía más difuso. De modo que así no hay copia ni reflejo ni ilusión del mundo, sino otra realidad donde conviven felizmente los sueños, las aspiraciones de los personajes, y las rupturas cada vez más evidentes entre los límites del género y el tradicional lenguaje novelado.
Así ocurre en Las últimas vacas no van a morir (2017), de Ulises Rodríguez Febles, ganadora del premio Guillermo Vidal, la cual pone en circulación de nuevo y con un alto nivel literario la vida de las comunidades campesinas, la crisis laboral y productiva del mundo agrícola cubano y las aspiraciones actuales de una joven generación educada de otro modo, dueña del conocimiento y de los medios tecnológicos, y aspirante a una vida más plena que ya no puede ofrecerle el campo ni el duro trabajo de la tierra. Los personajes de Rodríguez Febles oscilan, por tanto, entre la parálisis de un modo de vida y el esfuerzo por alcanzar otro estatus en medio de pueblos agrarios que no han completado su ciclo de desarrollo, detenidos aun por la violenta crisis que asoló el país en los años noventa. Ahora lo que fue un logro y una conquista de la revolución –la comunidad campesina con edificios múltiples, electricidad, escuela, hospitales y agua potable– no basta para solucionar las nuevas necesidades que surgen, ni tampoco para detener el éxodo a la ciudad o al extranjero de los jóvenes que ya no son campesinos, ni aman la tierra, ni se sienten atados a una cultura agraria. El autor logra un discurso cercano a la poesía y al mismo tiempo al juego posmoderno, al simulacro, a la ruptura sintáctica y
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:abecederario estructural, al filo de una experiencia vital que expresa la agonía de esas apariciones y el círculo cerrado de intereses que se mueven en estas diminutas comunidades. Algo similar sucede con los pueblos pequeños, pero en este caso con mucha nostalgia, en la novela Retrato de los tigres (2014-2017), de Sindo Pacheco. Su primera novela consiste en el manejo del discurso y el narrador. Desde El pan dormido (1975), la genial novela de José Soler Puig, la novelística cubana no producía un fenómeno así. Éste es un narrador múltiple, que narra en plural, en nombre de todos, rompe la lógica gramatical y crea un discurso ambiguo donde el personaje que cuenta está en todas partes, dentro y fuera de la historia, en el pasado y en el futuro, para hablarnos de un pequeño grupo de amigos que se mueven en la quietud de la provincia y los juegos inevitables de la adolescencia. Representan a un equipo de béisbol y al mismo tiempo son estudiantes, pasan el servicio militar, sufren el amor y se dispersan. Retrato de los tigres presenta otra cara de esa somnolienta realidad, de esos juegos de pelota en manigua, de nexos casuales (y trágicos) y de la agonía de vivir, anunciada y descrita por un narrador especial que puede decir: “El problema de nuestro equipo era que no tenía director, es decir, que tenía
Ulises Rodríguez Febles
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muchos directores. Todo el mundo jugábamos y todos éramos directores”, para rematar después: “Por nosotros abrimos lanzando Juan Ramón”, con una total discordancia en la sintaxis del idioma, con un olímpico desprecio por las normas gramaticales. Más tarde sabremos por qué y ése es el secreto mejor guardado de la narrativa cubana contemporánea. Por último, en la saga del detective Mario Conde, Leonardo Padura acaba de publicar La transparencia del tiempo (2017) en Tusquets Editores, acaso su más auténtica novela policial. En su trama, el autor desarrolla dos líneas, una en el pasado, como siempre, que se remonta a las cruzadas y al origen de un ritual, a la existencia
milagrosa de una virgen negra, algo por completo insólito en la Hispania del siglo XIII; y otra en el presente, su búsqueda en Cuba, nueve siglos después, la visión de una Habana marginal en sus barrios más periféricos, en el mundo del negocio ilícito y la venta clandestina de obras de arte. Su protagonista, cada vez más escéptico, rinde una notable labor, arriesga su vida y al mismo tiempo reflexiona sobre la vejez, los años mozos, el destino de todos sus amigos y la caída inevitable de la ciudad, en una prosa cada vez más certera, de mucha precisión e intensidad. Padura logra fundir los dos universos en su temática habitual de hacer confluir el pasado y el presente,
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Francisco López Sacha
lo más remoto con lo más cercano, y poner a brillar los valores de la amistad y el amor en medio de la sordidez de esa vida. Todavía no puedo predecir si este año de gracia, 2017, se extenderá al presente o se prolongará por mucho tiempo más. Por lo pronto, el vigor de nuestra narrativa puede insinuarse de estas tres novelas y el fogonazo que nos ilumina quizá nos advierta de nuevas cumbres, de la mayor ilusión para un crítico, de esa calidad que todos soñamos y esa unión entre el autor, el texto y el lector que es el propósito final de toda literatura. (Infanta y Manglar, julio de 2018.)
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ESTACIÓN DE AUTOBUSES > ELIANA CÁRDENAS MÉNDEZ
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o digo que todas las cosas abandonadas desfallecen y languidecen hasta convertirse en escombros acechantes, y que, por sus entresijos, el viento da siempre la vuelta para recoger sus pasos; y digo, además, que es el viento el que esparce ese vaho contagioso de las cosas residuales. En vano consulté a varios allegados y también en el ciberespacio sobre la ubicación de la mensajería “La Europea”. Finalmente decidí hacerle caso a Kevin, el estudiante de 22 años que anda en moto por toda la ciudad, desde esa orilla del mar, adonde se llega serpenteando el Boulevard, hasta ese punto fronterizo, en la margen izquierda del Río Hondo. “Debe estar en la antigua terminal de autobuses”, dijo convencido. Allá me dirigí buscando la estación de policía, que siempre fue mi guía para darle la vuelta a la rotonda y llegar a esa antigua terminal de autobuses. Mientras manejaba, recordé que alguna vez, en efecto, desde allí había remitido una caja de libros a la capital y que allí mismo había reclamado mis doce cajas de libros como parte de aquella mudanza, que consumé cuando vine a vivir a esta ciudad bochornosa, que disimula la pena de haber crecido de espaldas al mar, avergonzada, digo yo, como cuando las cosas importantes se pierden por tontería o por barbarie. Pensé en la secuencia de los trámites: la báscula, las identificaciones, los papeles, los sellos y las discusiones con los agentes aduanales, que terminaron siempre amonestando: “¡Éste es un punto fronterizo, punto!”
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Bueno, en esta ocasión, lo mío es un sobre de manila que contiene una factura; no creo que sea gran cosa, me consolé. La entrada, ¿por dónde quedará la entrada? Traté de imaginar cómo funcionaría en la actualidad esa terminal que tenía un aire de estación de tren, pero en vez de eso me vino a la memoria su salón espacioso y un imponente mural que evocaba un lugar poblado con hermosas casas de madera, hombres con sombreros de copa, palmeras de coco y barcos lejanos en alta mar. Espaciosa, sí, eso es lo que más resiento ahora en la nueva terminal de autobuses, que no da lugar más que al pasajero. En la antigua terminal, los viajeros eran despedidos por toda la familia. Llegué a presenciar cenas a la media noche, con tortas de carne asada, refrescos e incluso flanes, a manera de postre; comensales que despedían a sus hijos que estudiaban en otras ciudades o a los padres de familia que irían a trabajar en las refinerías petroleros en los estados vecinos. Todos tenían tiempo de abrazarse largamente, delante del oficial de la infantería de marina, que revisaba los boletos. La espaciosa sala de espera permitía a los mochileros europeos y gringos tenderse en bolsas de dormir mientras aguardaban la corrida del autobús. Hace apenas tres años que dejó de funcionar como terminal de autobuses, pero ya desde antes tenía el aspecto de un lugar destinado a ser escombro; de hecho, estaba
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contigua a una tienda enorme que había seguido ese decurso. En esas circunstancias era fácil augurarle su declive. Los espacios en ruinas tienen un efecto contaminante, producen una sombra lánguida de noche y de día, más un vaho de pasado y decadencia irremediable que el viento transfiere por polinización sobre cosas y personas. Si ya no es terminal, funcionará como aduana y oficinas de mensajería, me consolé. En la estación de policía me di la vuelta, conocía tan bien el caminito que manejé casi con los ojos cerrados, los baches profundos sobre el asfalto me pusieron en alerta y advertí, de pronto, cuánto había cambiado. Sin embargo, la parada de taxis se mostraba activa. Sí, la mensajería “La Europea” debe seguir funcionando aquí, me convencí. Me estacioné tratando de librar los baches y caminé por la acera de enfrente de la antigua terminal de autobuses, otrora atiborrada de puestos de comida local, ahora cerrados. Las puertas de las pequeñas edificaciones de una planta quedaban clausuradas con unos candados que presaban los extremos de cadenas oxidadas. Me sobresalté cuando vi el cruce de un par de ratas por las hendiduras del edificio y luego vi salir de la nada a unos hombres de color moreno verdoso, con los pechos desnudos y tatuados con una mala caligrafía. Crucé la calle para alcanzar el andén de la estación. Serían las dos y treinta de la tarde.
¿Por dónde será la entrada? Volví a indagar internamente. La maleza había casi devorado la explanada que daba acceso a la amplia entrada, y eché a andar insegura por el pastizal. Uno de los hombres, sin camisa, calzado con unas chancletas plásticas y vestido con un pantalón de mezclilla arremangado hasta las pantorrillas, me siguió y con el ánimo de darme alcance gritó: “La terminal ya no es aquí, ahora está en Insurgentes.” Volví la mirada sin dejar de caminar e indagué: “¿Y la mensajería ‘La Europea’?” “Ahí la tienes”, dijo, indicando con el dedo. En la esquina aledaña a la terminal, vi un local que decía en letras deslavadas, sobre uno de sus costados: “Mensajería ‘La Europea’”. “Ésa sigue ahí – agregó el hombre–. Ésos no se han quitado, siempre han estado ahí.” Seguí presurosa y alcancé la puerta del local. Detrás de un mostrador de madera estaba un hombre afinando una guitarra. Dudé, ese lugar no revelaba identidad alguna; podría ser un local comercial de cualquier cosa. “¿Aquí es la mensajería ‘La Europea?”, inquirí. El encargado asintió con la cabeza, sin dejar de afinar la guitarra. Advertí un mostrador adyacente y detrás unos bultos, quizá de arroz o maíz, pensé. Un poco más al fondo, un niño, tal vez de unos cinco años, estaba sentado sobre especie de periquera con la cara petrificada. Me dirigí al encargado y le expliqué: “Vengo por una encomienda.” Enseguida, hundí mi mano en el bolso para sacar una identificación, sin atinarle; siempre está hecho un revoltijo. Cuando levanté la cabeza, con la billetera en la mano, noté que el infante seguía exactamente en la misma posición. Inquieta, indagué por su carácter absorto. “De por sí, él es así”, dijo sonriendo el encargado y el niño me miró al fin, por entre la cortina de sus pestañas de aguacero, y sonrió. El dependiente me estiró el sobre de manila y pronunció mi nombre. “¡Sí, soy yo!”, respondí aliviada. Enseguida me alargó una libreta. “Pon tu nombre ahí”, indicó. Terminando de firmar, la escena estaba tal cual como cuando entré: el hombre seguía afinando su guitarra y el niño imperturbable con los ojos perfectos clavados en ningún lado. “¿No necesita mi credencial?”, pregunté. “No”, dijo moviendo la cabeza y sentenció: “No hay error, sólo faltabas tú.” De regreso, los malvivientes se acercaron: “Dinero, dinero, danos dinero.” Corrí hacia el coche y desde allí, sobrecogida, advertí la tarea del viento que pasaba entre los escombros, recorría el antiguo supermercado ahora en ruinas y el pelo salitroso de los hombres… Lo vi colarse en medio de sus vidas residuales y, en un último instante, lo vi cruzar por encima de la antigua estación. Ella, a sabiendas de su inexorable final, dejó de repararme y se hizo la desentendida…
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:abecederario LEWIS CARROLL, ENTRE LUCES Y SOMBRAS > ÓSCAR GONZÁLEZ
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n los últimos meses, algunos medios de la derecha española se dieron a la tarea de enjuiciar o querer poner en la picota a Lewis Carroll o Charles Lutwidge Dodgson por su atracción por las menores de edad y, en algunos casos, llegaron a tildarlo de pederasta. Se puede entender que las sociedades con desarrollo medio pretendan velar por sus nuevas generaciones, pero de allí a la exageración y la calumnia hay gran trecho; su atracción la documenta su amplio trabajo fotográfico, pero de la acusación segunda no hay evidencia alguna. El vilipendio contra el autor de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas no se dio en sus tiempos, no. Entonces, fue ampliamente reconocido y admirado por sus coetáneos, pero hoy, acaso víctima de visiones radicales o de la interesada ceguera de grupos defensores de los derechos humanos en busca de fama, su figura ha comenzado a ser satanizada. Hacia
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finales de la segunda década de este milenio, tenemos la obligación moral e intelectual de valorar al artista en la justa dimensión nacida de los hechos. En la Inglaterra victoriana en la que vivió Carroll (enero de 1832 a enero de 1898), caracterizada por un obsesivo control moral –los homosexuales descubiertos eran condenados a penas muy severas e incluso al cadalso–, había costumbres muy extendidas y nada mal vistas que en nuestros tiempos serían inaceptables: los infantes eran vestidos de niña para las celebraciones familiares y los artistas de la naciente fotografía no omitieron registrarlos en sus placas; las imágenes de bebés y niños pequeños desnudos figuraban en los álbumes familiares, incluso hasta bien entrado el siglo XX. Además de escritor reconocido como uno de los más excelsos de la Inglaterra decimonónica, Carroll fue religioso, lógico, matemático, por momentos filósofo y un apasionado fotógrafo: lo primero que tenemos
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que decir es que esta pasión artística, sobre todo por el retrato, es la que provoca que algunos de nuestros contemporáneos hesiten de él, pero ni en su extenso famoso cuento susodicho (1865) ni en la secuela de 1872 Alicia a través del espejo, casi igual de exitosa, hay una sola cita que el más alucinado psicólogo freudiano pudiera encontrar relacionada con la sexualidad. Hasta el mojigato productor estadounidense Walt Disney, en 1951, hizo una versión en animación fílmica –entre las decenas que existen en el acervo mundial del cine y la televisión– de la narración, y, por cierto, muy apegada al texto de Carroll. Ha sido tal la difusión de los cuentos de éste que sobra resumir los argumentos. Baste con decir que, en lo moral, lo más cuestionable desde una ideología muy conservadora sería el personaje de la misteriosa oruga que fuma hachís y tira ideas tan alucinadas y psicodélicas que envidiarían Baudelaire, Huxley y los rockers de los
sesenta. Pero eso es todo: son indudables clásicos de la literatura para niños que seguramente aprobaría el mismísimo papa Juan Pablo II. Tornemos a los hechos incriminatorios que provocan que muchos blogueros –muy cortos de ideas, pero influencers al fin– y uno que otro investigador serio tengan a Carroll como un irredento abusador infantil. Aún más: en estos tiempos, algunas de sus fotos, de indudable valor artístico, podrían clasificarse como pornográficas. Sería necio negar que el artista no tuviera exento de atracción hacia los objetos de su lente, pero hay muchas condiciones de la época y circunstancias sociales que dejarían esa tendencia como algo de menuda importancia, que no pasó de la fantasía. Un elemento más, con el que se busca mostrar al que fuera diácono anglicano como un abusador, se basa en las relaciones que en la vida real mantuvo con las niñas que aparecen en sus fotos. Alice Lidell, aparte de figurar en muchas imágenes, fue ni más ni menos que la inspiradora del personaje central de
sus dos mayores ficciones y recibió, como regalo, el manuscrito de la primera. Era amiga íntima de Carroll, con quien paseaba casi a diario por la ciudad y el campo. Eran inseparables, y de una narración improvisada que la niña y sus amiguitas le solicitaron al autor nació Alicia en.... Otra estrella de la cámara de Carroll que aparece con frecuencia retratada de manera sugestiva, con ropas sueltas pero nunca desnuda, fue Alexandra Kitchin, llamada con cariño “Xie” en los pies de grabado. La relación artística y de amistad con la joven modelo duró muchos años. Tanto Alice como “Xie”, las favoritas del autor, eran hijas de diáconos anglicanos. El padre de la musa literaria de Carroll, Henry Liddell, decano por 36 años del College Christ Church de Oxford, fue mentor y cercano amigo de Carroll durante largo tiempo. El progenitor de “Xie” fue de 1827 a 1912 deán de la catedral de Winchester. Es seguro que las sesiones fotográficas estuvieron autorizadas por las familias de las niñas, y muy probablemente se desarrollaron en casas o propiedades familiares de ellas.
El narrador inglés Lewis Carroll
Alice Liddell, inspiradora de Alicia en el país de las maravillas.
Que los altos guardianes de la rancia moral victoriana hubiesen permitido a un pederasta abusar de sus pequeñas por tanto tiempo –casi una década, en el caso de “Xie”– resulta impensable, pues un agresor sexual no pudiera pasar así de inadvertido. Las fotografías reflejan, con singular maestría, idealizaciones estéticas de la época y, además, no fueron subrepticias como hoy lo es la pornografía infantil. No dudamos de que esa fascinación por la belleza infantil tuviera un poderoso motivo de atracción sexual, pero de ahí a suponer que el artista fue un abusador sexual de las jovencitas hay una larga distancia que no podemos ignorar al juzgarlo, si es que acaso nos correspondiera hacerlo.
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:abecederario abecederario SINANDRA, LA PEQUEÑA FLOR > ZITA FINOL IN MEMORIAM
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n la suave penumbra del templo, mármol blanco entre el verde exuberante de plantas y árboles, lejos del ruido y de los rayos del sol, Sinandra se doblaba sobre sí misma, cual flor de tiernos pétalos, de rodillas, en el suelo. No hacía mucho tiempo que los pies de Sinandra habían pisado el mismo suelo durante la ceremonia de la desfloración, dolorosa e inexplicable, que la había dejado, por dentro, aterida de frío. Niña educada al amparo de la doctrina de Brahama, de una de las ramas más tradicionalistas, ni siquiera le pasó por la mente protestar cuando las mujeres de su familia dispusieron que, al fin, “el momento había llegado”. En realidad, fue ajena a los preparativos del rito en el que mujeres mayores y ancianos decidían sobre ella. Sólo supo que, para ellos, ya era tiempo de que dejara de ser doncella. Una barrera invisible pero sólida, más sólida que cualquier muro, separaba a las doncellas que aún no “iban al templo” de las que ya habían sido protagonistas de un rito del que se guardaba total discreción. Un algo impalpable, triste, las aislaba de las demás, sobre todo los primeros días, pero luego volvían a reír, y todos sabían que ya podían casarse. Recordó su llegada al templo, ornado con radiantes luces y flores, con flores iguales a las que coronaban su cabeza; evocó como las ancianas la rodearon musitando oraciones, mientras el olor del incienso impregnaba cada vez más la estancia y unas campanillas de timbre cristalino sonaban y sonaban. Al centro, bajo la bóveda, entre lienzos que eclipsaban la luz,
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la esperaba una silla de piedra decorada con un extraño relieve. Con suavidad y ternura fue llevada hasta ella y se le indicó que tomara asiento. En el último instante, al inclinarse, su natural flexión fue acelerada por las manos de ambas mujeres que la sentaron, con fuerza, sobre el escondido falo. Un sonoro grito retumbó en el recinto. El desgarramiento fue tan súbito y el dolor tan agudo, que por segundos perdió la conciencia. Palpitante, fue levantada y lavada con agua tibia y, luego, ungida con aceites aromados. En murmullos, las mujeres hacían constar que había llegado virgen y que ya no lo era. La miraban y le sonreían con cariño; la felicitaban.
:cuento
Pero ¿por qué? Una voz íntima le decía que había sido violada. La imagen de su amado D’jalma, su faz de grandes ojos negros enmarcada por el blanco turbante, su boca roja y firme, esa imagen la perseguía aún en ese momento de crisis. D’jalma. En los últimos meses, al verlo en los jardines, en los mismos jardines donde tanto habían jugado cuando niños, ella vibraba presa de extraña inquietud, sentía un llamado que se perdía en el paisaje y en el río, que se fundía en las flores que, indiscretas, asomaban a su recámara por las ventanas. Nada sabía de la vida, pero algo le decía que el rito recién vivido debió ser oficiado por él, por ellos, por los dos y en privado. Su corazón estaba triste. Confusa, recelosa del mundo, e incluso de su propia familia; con paso que pareciera haber perdido su musicalidad, su cadencioso ritmo, abandonó el templo. La vegetación se abría ante ella, agitando leve su velo. Al llegar a casa se acercó, igual que cuando niña, a la madre que trajinaba en la cocina. No sabía que buscaba refugio, el regazo de antaño. –¿De dónde vienes, Sinandra, hija? –Del templo… –¿Qué pediste? –Esa ceremonia ¿qué fue? –Tu preparación para la vida de mujer. Era necesaria para que pudieras casarte. –¿Por qué me hicieron sentarme en…? –Ya lo sabrás. Sinandra tardó todavía un tiempo, unos meses que se le hicieron muy largos, en saber lo que tanto le interesaba. Lo curioso es que la respuesta vino sola como contestación a un anhelo irresistible que llega hasta el fondo del ser, hasta los huesos y hasta la
sangre. Llegó un día en que D’jalma y ella jugaban, como en tiempos ya idos, en el jardín de los hibiscos. Alocada, se desplazaba entre las plantas huyendo de él, sí, mas deseando que la alcanzara; temerosa y deseosa de ello. Era un juego delicioso. D’jalma, juguetón, aminoraba su paso para no privarla de la travesura de esconderse, demorando el placer de encontrarla y, en la fingida sorpresa de la joven, contemplar su rostro fresco y sofocado, sus labios entreabiertos y húmedos. Cuando al fin la alcanzó, con ternura la estrechó contra su pecho y murmuró: “Sinandra, flor, te amo… Quiero que te cases conmigo por tu voluntad…” –¿Yo? No sé… –¿Me amas? –Si amar es desear tu presencia, tu sonrisa, tu compañía y jugar contigo, te amo. –¡Flor mía! –Pero, mis padres… –No te inquietes, tengo su permiso. Mis padres ya hablaron con ellos. Saben que desde niña te elegí para mi esposa. –Entonces, ¿por qué la ceremonia del templo? No entiendo. Él ciñó su talle con amor y la hizo sentar sobre el césped, junto al estanque. Su voz fue dulce: “Mi Sinandra, de acuerdo con nuestra fe, con nuestras costumbres, la ceremonia era indispensable. No debía de ser yo quien te causara el ‘dolor de las vírgenes’. Es preferible que el daño lo causara una piedra, a la que puedes odiar y rechazar. Nosotros no podemos comenzar nuestra vida común partiendo del dolor.” Apasionado, D’jalma secó con sus labios las lágrimas que resbalaban por las mejillas de la prometida esposa. A lo lejos, muy a los lejos, el blanco templo comenzaba a resplandecer bajo la luz de luna.
Noviembre-Diciembre 2018 GACETA DEL PENSAMIENTO I 45
:abecederario
OLGA CERPA: VOZ QUE TEJE CIUDADES > AGUSTÍN LABRADA
C
on la música se fundan puentes invisibles que cruzan el océano y urden una identidad donde no se reconocen más fronteras que las del corazón, y si en esas canciones, que abandera un grupo tan magnífico como Mestizay, esparce su voz apasionada la intérprete Olga Cerpa, se alcanza un sello auténtico, aunque se bogue mucho en la tradición. En Vereda tropical, escuchamos y vemos a una Olga que –tras una trayectoria profunda de aprendizaje, innovación y aportes– se vuelca con madurez interpretativa, dueña de disímiles registros, con un estilo contemporáneo, que le dan nuevos colores a estas obras musicales que nos remontan al siglo XX y están en la sensibilidad de diferentes generaciones. La Ciudad de México, La Habana y Las Palmas entretejen sus memorias en estos boleros, de sonoridades amorosas traducidas aquí con un manejo preciso de los instrumentos, con la refinación melódica y percutiva sobre la que navega la cantante desgarrando en cada interpretación sentimientos y recuerdos, en una atmósfera de nostalgia y sensualidad. Esos matices con los que canta Olga, esa hondura que emerge desde un fondo inasible y vigoroso, ese equilibrio que logra entre los tonos agudos y los tonos graves, le dan a las composiciones una vitalidad asombrosa y una sublimación que atrapa, cuyo eco universaliza este proyecto de Mestizay, bajo la dirección del maestro Manuel González. Sin esa singularidad que manifiesta en el canto Cerpa, sin ese “filin” tan rotundo, la interpretación de canciones añejas sería repetir un canon emocional hispanoamericano, de honda raigambre, pero sin las intensidades y el desafío que ondulan en este disco, en el que se traslucen historias donde los amores dejan su huella y con lirismo se eternizan. Vereda tropical, más allá de su título, se erige como un camino metafórico y trasatlántico, que en su despliegue arropa los olores y la pasión común de tres orillas (México, Canarias y Cuba), trenzadas en el mestizaje cultural y abiertas a los vientos que contaminan con amor, y trae en la proa las entonaciones melodiosas de Olga Cerpa como una estrella en el agua. De muchas aguas, de infinitas emociones, de lenguaje que brota con ritmo y con cadencia están hiladas las piezas que redondean este camino cuyo idioma en palabras es el español, cuya música pertenece al mundo y abre puertas en los cuatro puntos cardinales, porque se sostiene sobre la calidad artística del grupo y la vocalización cromática de la cantante. 46
I GACETA DEL PENSAMIENTO Noviembre-Diciembre 2018
La cantante Olga Cerpa
Parte del grupo Mestizay
Las tonalidades sonoras que figuran en esta producción testifican un proceso evolutivo de Mestizay y su vocalista, con más de treinta años aferrados a las raíces folclóricas y los géneros populares: inflexiones de voz y armonía de cuerdas, una percusión bien cuidada, repertorios de buen gusto… El trabajo ha fluido, pero se sustenta en el talento. Con esta obra espléndida, no sólo se asiste a la fusión de tres ciudades marcadas por sonidos que estremecen, sino también al privilegio de compartir un universo de sensorialidades íntimas que, a su vez, laten en un alma colectiva e impregnan con sus olas la geografía de espíritus afines, cristalizando al arte como bandera de un diálogo sin fin.