Su camino a la gloria, empezó en una barriada, vendiendo periódicos en los colectivos, de madrugada. Subía en una parada, bajaba en la otra y volvía a subir. No tenía claro a dónde quería ir. Hijo de Don Amor, heredó su oficio como repartidor y planificó su utopía: “Un puesto de diarios, que cerrara al mediodía”.