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SUPLEMENTO ESPECIAL / 17 DE OCTUBRE DE 2017 DIRECTORA GENERAL: CARMEN LIRA SAADE

LA REVOLUCIร N que cambiรณ al mundo

1917-2017


LA REVOLUCIÓN SOVIÉTICA DE 1917 Álvaro García Linera (*)

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u estallido dividió el mundo en dos; más aún, dividió el imaginario social sobre el mundo en dos. Por un lado, el mundo existente con sus desigualdades, explotaciones e injusticias; por otro, un mundo posible, de igualdad, sin explotación, sin injusticias: el socialismo. Sin embargo, eso no significó la creación de un nuevo mundo alternativo al capitalista, sino el surgimiento, en las expectativas colectivas de los subalternos del mundo, de la creencia movilizadora que era posible alcanzarlo. La revolución soviética de 1917 es el acontecimiento político mundial más importante del sigloXX, pues cambia la historia moderna de los Estados, escinde en dos y a escala planetaria las ideas políticas dominantes, transforma los imaginarios sociales de los pueblos devolviéndoles su papel de sujetos de la historia, innova los escenarios de guerra e introduce la idea de otra opción (mundo) posible en el curso de la humanidad. Con la revolución de 1917, lo que hasta entonces era una idea marginal, una consigna política, una propuesta académica o una expectativa guardada en la intimidad del mundo obrero, se convirtió en materia, en realidad visible, en existencia palpable. El impacto de la Revolución de Octubre en las creencias mundiales –que son las que al fin y al cabo cuentan a la hora de la acción política– fue similar al de una revelación religiosa entre los creyentes, a saber, el capitalismo era finito y podía ser sustituido por otra sociedad mejor. Eso significa que había una opción diferente al mundo dominante y, por tanto, había esperanza; en otros términos, había ese punto arquimediano con el que los revolucionarios se sentían capaces de cambiar el curso de la historia mundial. La Revolución rusa anunció el nacimiento del siglo XX, no sólo por el cisma político planetario que engendró, sino sobre todo por la constitución imaginaria de un sentido de la historia, es decir, del socialismo como referente moral de la plebe moderna en acción. Así, el espíritu del siglo XX fue revelado para todos; y, desde ese momento, adeptos, opositores o indiferentes tendrán un lugar en el destino de la historia. Pero así como sucede con toda “revelación”, la revelación cognitiva del socialismo como opción realizable, vino acompañada por un agente o entidad canalizadora de este descubrimiento: la revolución. Revolución se convertirá en la palabra más reivindicada y satanizada del siglo XX. Sus defensores la enarbolarán para referirse al inminente resarcimiento de los pobres frente a la excesiva opresión vigente; los detractores la descalificarán por ser el símbolo de la destrucción de la civilización occidental; los obreros la convocarán para anunciar la solución a las catástrofes sociales engendradas por los burgueses y, a la espera de su advenimiento, la usarán –al menos como amenaza– para dinamizar la economía de concesiones y tolerancias con la patronal, lo que dará lugar al estado de bienestar. En contraparte, los ideólogos del viejo régimen le atribuirán la causa de todos los males, desde el enfrentamiento entre Estados y la disolución de la familia, hasta el extravío de la juventud.

Graphic News. Fotos Getty Images / Oxford University Press


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¿Qué queda ahora de esta revolución? La experiencia más prolongada, en la historia contemporánea, de una revolución social, de sus potencialidades organizativas, de sus iniciativas prácticas, de sus logros sociales, de sus características internas y dinámicas generales que pueden volverse a repetir en cualquier otra nueva ola revolucionaria. Pero también queda y nos hereda sus dificultades en la construcción de alianzas; sus desviaciones corporativas, burocráticas, privatistas; sus límites que finalmente la llevaron a la derrota. Queda, entonces, el fracaso de la revolución, su derrota. Hoy recordamos la revolución soviética porque existió, porque por un segundo en la historia despertó en los plebeyos del mundo la esperanza de que era posible construir otra sociedad, distinta a la capitalista vigente, en base a la lucha y la comunidad en marcha de la sociedad laboriosa. Pero también la recordamos porque fracasó de manera estrepitosa, devorando las esperanzas de toda una generación de clases subalternas. Y hoy diseccionamos las condiciones de ese fracaso porque justamente queremos que las próximas revoluciones, que inevitablemente estallan y estallarán,

no fracasen ni cometan los mismos errores que ella cometió; es decir, que avancen uno, diez o mil pasos más allá de lo que ella –con su ingenua audacia– logró avanzar. A 100 años de la revolución soviética, continuamos hablando de ella porque añoramos y necesitamos nuevas revoluciones; porque nuevas revoluciones que dignifiquen al ser humano como un ser universal, común, comunitario, vendrán. Y esas revoluciones venideras que toquen el alma creativa de los trabajadores no podrán ni deberán ser una repetición de lo acontecido hace un siglo atrás; tendrán que ser mejores que ella, avanzar mucho más que ella y superar los límites que ella engendró, precisamente porque fracasó y, al hacerlo, nos dio a las siguientes generaciones las herramientas intelectuales y prácticas para no volver a fracasar o, al menos, para no hacerlo por las mismas circunstancias por las que ella fracasó. ■ (*) Vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia. Este texto forma parte de los capítulos I y III del libro ¿Qué es una revolución? De la revolución rusa de 1917 a la revolución en nuestros tiempos. Se publica con la autorización del autor. Se publica con la autorización del autor.

La Revolución rusa anunció el nacimiento del siglo XX, no solo por el cisma político planetario que engendró, sino sobre todo por la constitución imaginaria de un sentido de la historia, es decir, del socialismo como referente moral de la plebe moderna en acción.

1989 AÑO CLAVE EN EL SIGLO SOVIÉTICO (1917-2017)

LOS DESTINOS DE UNA REVOLUCIÓN León Trotsky

Adolfo Gilly *

FINALES DE AGOSTO de 1990 publiqué un fragmento de Confesiones, poema que Víctor Serge escribió en 1938 cuando, en el delirio de esos años que él mismo llamó “medianoche en el siglo”, viejos revolucionarios rusos confesaban en los procesos de Moscú inverosímiles y alucinantes rosarios de crímenes. Me llamó entonces la atención cuántos se sintieron tocados por estas palabras de otro tiempo: 1

Si alzamos a los pueblos e hicimos temblar la tierra de los continentes, fusilamos a los poderosos, destruimos los viejos ejércitos, las viejas ciudades, las viejas ideas, comenzamos a hacer todo de nuevo con estas viejas piedras sucias, estas manos cansadas y este poco de almas que nos queda, no vamos a regatear contigo ahora, triste revolución, madre nuestra, nuestra hija, nuestra carne, nuestra decapitada aurora, nuestra noche constelada al desgaire, con su Vía Láctea inexplicable y desgarrada. Sin embargo, Serge había escrito aquella poesía en 1938, buscando dar razón de las increíbles confesiones de los viejos héroes y diciendo que la revolución agonizaba en los procesos de Moscú y en los crímenes del estalinismo en la guerra de España. En esos años fueron exterminados físicamente quienes la hicieron y la dirigieron, hasta tal punto que la memoria de los artistas soviéticos registró a 1937 como el año más negro del ciclo abierto en 1917, el año de las rejas, las alambradas, los fusilamientos y las cruces. Ningún socialista entenderá el derrumbe soviético y su paradójico contenido liberador si no alcanza antes la conclusión de que la Revolución de Octubre ya había sido asesinada en el curso de los años treinta, junto con la inmensa mayoría de sus dirigentes. Lo que se derrumbó en 1989 era otra cosa. Era el régimen político privilegiado y opresor alzado por los sepultureros de aquella revolución, los embalsamadores del cadáver de Lenin, los que en Yalta se repartieron con Estados Unidos y Gran Bretaña el dominio del mundo y la subordinación de las naciones y desde entonces siguieron una política de gran potencia.

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NOTA PREVIA


➞ Los destinos de... Las notas siguientes apuntan una reflexión sobre los orígenes y los antecedentes del desastre de la Unión Soviética y de sus sepultureros, así como sobre el destino del socialismo, ideal humano de libertad, igualdad y fraternidad anterior y posterior al ciclo estatal soviético. §§§ 1. La revolución rusa de 1917 fue una inmensa explosión liberadora: acabó con un imperio, barrió a terratenientes y capitalistas, destruyó y construyó ejércitos, desencadenó las fuerzas creadoras de los trabajadores y los oprimidos, inventó formas nuevas de gobierno democrático, alimentó las esperanzas y las luchas de los oprimidos en todo el mundo, proclamó como sus ideales la igualdad, la justicia y la libertad y convocó, no sólo en palabras sino ante todo en grandes hechos históricos, a construir un mundo sin explotados, sin oprimidos y sin humillados. El régimen político posterior a la revolución terminó en una gran retirada que ha llevado hacia el poder y el mando del capital financiero a lo que quedaba de esa revolución. Aquel régimen no fue derrotado en una guerra. Lo derrotó el mercado mundial, la circulación universal de las mercancías (incluida la mercancía “fuerza de trabajo”) y de los capitales. El Estado surgido de la Revolución de Octubre –cuyos avatares no toca aquí analizar– se mostró incapaz de vencer al capitalismo en el único y último terreno donde se decide la confrontación entre dos modos de producción: la productividad medida en el mercado mundial.

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2. Esta derrota, resistida y postergada durante décadas por combates defensivos de heroísmo inaudito por parte de los marxistas, los socialistas y el pueblo soviéticos, mirada hacia atrás deja una estela de desastres para lo que es la idea original del socialismo: justicia y libertad. Al menos desde la mitad de la década de los años veinte del siglo XX, el régimen soviético fue acumulando una historia de represión a los trabajadores de la ciudad y del campo; opresión, represión y deportaciones masivas de las nacionalidades en la Unión Soviética, una “cárcel de pueblos” como lo fue el Imperio de los Zares; represión a las ideas, procesos falsificados y exterminio de opositores y disidentes socialistas en la Unión Soviética y fuera de ella; creación de un universo de campos y lugares de deportación, prisión y trabajo forzado; represión, invasión y opresión de naciones y movimientos de liberación nacional: países bálticos (1939), Alemania (1953), Hungría (1956), Polonia (1956), Checoslovaquia (1968), Afganistán (1979); más los movimientos revolucionarios intervenidos, negociados o estrangulados, los más notorios España (1936-1939) y Grecia (1944-1947). Innecesario es recapitular aquí la estela paralela de desastres que en esas mismas décadas dejó el capitalismo sobre la superficie entera del planeta. Las revoluciones socialistas posteriores a la Segunda Guerra Mundial siguieron sus propios caminos, no los indicados desde Moscú: China (1949), Cuba (1959), Vietnam (1975), Corea (1945). Desde aquellos años treinta en adelante el régimen de Stalin se fue ensañando con los marxistas y los socialistas rusos y soviéticos de todas las tendencias: socialistas revolucionarios, mencheviques, anarquistas, comunistas y bolcheviques: encarcelados, deportados, fusilados, silenciados y calumniados. Esta represión se extendió a todo el mundo y así fue también en México y en Estados Unidos. Esa política expresaba los intereses y las visiones de una nueva clase social: la burocracia estatal. Cubierta de privilegios y escudada en la represión sobre su pueblo, esa burocracia dejó una huella de incapacidad, crímenes y desastres. Desde 1989 en adelante se volvió abiertamente capitalista y transformó sus privilegios en propiedades y en capitales en Rusia y en el mundo global de las finanzas. En noviembre de 1989 una insurrección de la población, de ambos lados de la ciudad, derribó el Muro de Berlín, alzado en agosto de 1961 por el gobierno comunista de Ale-

mania Oriental. En diciembre de 1991 Boris Yeltsin disolvió la Unión Soviética y lanzó una ola de privatización de la propiedad estatal. Después de años de sucesivas crisis políticas, el 31 de diciembre de 1999 renunció a su cargo y entregó el poder a su primer ministro, Vladimir Putin, que hasta hoy es el gobernante de Rusia. De este derrumbe nació la Rusia capitalista de hoy, poderosa en sus finanzas, sus armas y sus ciencias, la antigua gran potencia territorial y militar ubicada entre Asia y Europa, esa que nunca se había desvanecido del todo bajo el manto soviético, según sostenía el general Charles de Gaulle. 3. Después de la Segunda Guerra Mundial, la existencia de la Unión Soviética y su confrontación con Estados Unidos, Gran Bretaña y las demás potencias imperialistas protegió a una serie de revoluciones nacionales en África, Asia y América Latina, pero impuso a esas revoluciones condiciones de subordinación a sus intereses nacionales y sus modelos burocráticos. Esas revoluciones utilizaron las contradicciones entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Pero no hay que olvidar que la revolución rusa de 1917, en medio de la crisis universal de la guerra de 1914-1918, pudo vencer sin otro apoyo que sus propias fuerzas y la solidaridad de los trabajadores de Europa y el mundo; y que la revolución china triunfó en 1949 sola, contra la opinión y las advertencias de los dirigentes soviéticos. El régimen burocrático sólo pudo imponerse venciendo la resistencia de los marxistas soviéticos de todas las tendencias. No los pudo silenciar, tuvo que encarcelarlos, exterminarlos y cubrirlos de lodo. Todavía no se ha terminado de conocer esta resistencia heroica. Para marxistas y socialistas es preciso ir a fondo en la historia, el análisis y la comprensión de esta lucha a muerte contra las ideas socialistas. La historia no se disuelve con explicaciones coyunturales o con narrativas que vez tras vez es preciso sustituir por otras. 4. A partir de los años veinte del siglo pasado la polémica teórica en la Unión Soviética versó sobre todos los puntos de la construcción del socialismo y sobre la idea misma de socialismo. Es imposible hacer un trabajo teórico e histórico serio sin recuperarla. La mayor superficialidad ha consistido en afirmar, sin otra prueba que la propia ignorancia de los escritos de Marx, Rosa Luxemburgo, León Trotsky o Víctor Serge, que el estalinismo está ya contenido en el marxismo o que estalinismo y trotskismo son sólo “hermanos enemigos”. No conozco ningún caso en que, si se excluye la mala fe, no sea una sustancial ignorancia la base de esas afirmaciones. En la raíz de aquellos debates están los conceptos de la historia, el trabajo humano y el socialismo. Se me permitirán algunas citas, no como argumento de autoridad sino como simple ilustración de los temas, la profundidad y la persistente actualidad de los argumentos que se cruzaban en aquellas discusiones: 1 Reducida a su base primordial, la historia no es más que la persecución de la economía de trabajo. El socialismo no podría justificarse por la simple supresión de la explotación: es necesario que asegure a la sociedad mayor economía de tiempo que el capitalismo. Si esta condición no se cumpliera, la abolición de la explotación no sería más que un episodio dramático carente de porvenir. Así escribía León Trotsky en 1936 en La revolución traicionada. Esta economía de tiempo y esta productividad del trabajo, sólo pueden medirse a escala mundial. Ya en marzo de 1930, en el prólogo a la edición de La revolución permanente en Estados Unidos, León Trotsky escribía: 2 El marxismo considera a la economía mundial no como la suma de partes nacionales, sino como una realidad poderosa, independiente, creada por la división internacional del trabajo y el mercado mundial y que, en la época presente, predomina sobre los mercados nacionales. Las fuerzas productivas de la sociedad capitalista han sobrepasado desde hace mucho las fronteras nacionales. La guerra imperialista fue una expresión de este hecho.


5. Ya desde aquellos años, las polémicas de los marxistas de la oposición de izquierda en la Unión Soviética exigían la utilización plena del mercado y de la democracia como correctivos y bancos de prueba de la planificación económica. Escribía Trotsky en octubre de 1932, en La economía soviética en peligro: 3 Los innumerables participantes de la economía estatizada, particulares, colectivos e individuales, manifiestan sus exigencias y las relaciones entre sus fuerzas no sólo por la exposición estadística de las comisiones de planificación, sino también por la influencia inevitable de la oferta y la demanda. El plan se verificará y en gran medida se realizará por intermedio del mercado. La regularización del propio mercado debe basarse en las tendencias que en él se manifiestan. Los organismos mencionados deben demostrar su comprensión económica mediante el cálculo comercial. El sistema de la economía de transición no se puede considerar sin el control del rublo. Esto supone por lo tanto que el rublo sea igual a su valor. Sin la firmeza de la unidad monetaria, el cálculo comercial no hará más que aumentar el caos […] Sólo la coordinación de estos tres elementos: la planificación estatal, el mercado y la democracia soviética, habría podido asegurar una dirección justa de la economía de la época de transición al socialismo, sostenía Trotsky en aquel temprano año 1932. En 1936, en La revolución traicionada, agregaba: 4 Esta función del dinero (la acumulación), unida a la explotación, no podrá ser liquidada al comienzo de la revolución proletaria sino que será transferida, bajo un nuevo aspecto, al Estado comerciante, banquero e industrial universal. (…) El papel del dinero en la economía soviética, lejos de haber terminado, debe desarrollarse a fondo. La época de transición entre el capitalismo y el socialismo, considerada en su conjunto, no exige la disminución de la circulación de mercancías sino por el contrario su extremo desarrollo. (…) Por primera vez en la historia todos los productos y todos los servicios pueden cambiarse unos por otros. (…) El aumento del rendimiento del trabajo y la mejoría de la calidad de producción son absolutamente imposibles sin un patrón de medida que penetre libremente en todos los poros de la economía, es decir, una firme unidad monetaria. Las reformas de Jruschov y posteriores fueron tardías e ineficaces versiones estatistas de lejanas propuestas de los marxistas soviéticos desde los años treinta del siglo XX. Llegaron tarde para el socialismo, pero no para los funcionarios soviéticos de ayer convertidos en los capitalistas rusos de hoy. En aquella misma obra de 1936, Trotsky resumía con claridad los elementos de esa crisis: 5 Dos tendencias opuestas están creciendo desde las profundidades mismas del régimen soviético. En la medida en que, en contraste con un capitalismo en decadencia, desarrolla las fuerzas productivas, está preparando las bases económicas para el socialismo. En la medida en que, en beneficio de la capa dirigente, lleva a una expresión cada vez más extrema las normas de distribución burguesas, está preparando una restauración capitalista. Esta contradicción entre las formas de propiedad y las normas de distribución no puede crecer indefinidamente. O bien la norma burguesa debe extenderse, de un modo u otro, a los medios de producción, o las normas de distribución deben ser puestas en correspondencia con el régimen de propiedad socialista.

6. El regreso al capitalismo de la Unión Soviética y sus satélites tuvo su temprano origen en la teoría y la práctica de la construcción de socialismo en cada país, formulada en 1924 por Stalin y sus partidarios. En 1930 León Trotsky escribía: 6 Desde el punto de vista de los principios, la separación de la escuela de Stalin con el marxismo en la cuestión de la construcción del socialismo no es menos significativa que, por ejemplo, la ruptura de la socialdemocracia alemana con el marxismo en la cuestión de la guerra y el patriotismo en el otoño de 1914, es decir exactamente diez años antes del viraje estalinista. Esta comparación no tiene un carácter accidental. El “error” de Stalin, así como el “error” de la socialdemocracia alemana, es el socialismo nacional. Esta visión conduce a identificar al socialismo no con una relación social superior en cultura, libertad y productividad al capitalismo, sino con cada Estado que se declara socialista. El socialismo deja de ser entonces auto-organización democrática de la sociedad para convertirse en las acciones y directivas del “Estado socialista”, a cuyos funcionarios molesta toda iniciativa que escape a su control. El Estado nacional se convierte así en el sujeto del socialismo y su aparato estatal se contrapone por un lado al capital como valor que se valoriza y por el otro al socialismo como trabajo que se organiza en democracia y autonomía. La idea de la existencia de un “campo de Estados socialistas” y su corolario, la idea de “los dos mercados mundiales”, no fue más que una absurda generalización de esta concepción estatista del socialismo. De este modo se pierde del todo la visión marxista de una entera y compleja época de transición global al socialismo a escala mundial, como tuvo lugar la transición plurisecular hacia el capitalismo. Aquella visión está presente en Marx desde La ideología alemana hasta los Grundrisse, en su correspondencia con Engels o en sus últimas cartas a Vera Zasúlich y los populistas rusos. [http://matxingunea.org/ media/pdf/marx_carta_a_vera_zasulich.pdf] Esta visión universal vino a ser sustituida por la idea de una serie sucesiva de Estados “socialistas” nacionales. Trotsky decía que esta visión equivalía a creer que un montón de lanchas sumadas puede llegar a formar un transatlántico. 7. Los partidos comunistas de todos los países, así como sus “compañeros de ruta” políticos o intelectuales, se organizaron sobre esta teoría y este programa. Justificaron, defendieron y propusieron como modelo, en uno u otro momento, el socialismo estatista de la Unión Soviética. Todos ignoraron, encubrieron y en no pocos casos compartieron los crímenes de la burocracia soviética. El daño que sus aparatos causaron durante décadas a la idea misma de socialismo es incalculable. No se trata de negar el heroísmo, las luchas y la sinceridad de incontables militantes y dirigentes comunistas. Decenas y cientos de miles de ellos dedicaron sus vidas o murieron combatiendo por el ideal del socialismo y contra el horror y la opresión del capitalismo. Se trata de que ante una catástrofe universal para el socialismo no se puede confundir el error teórico con la rectitud de las intenciones o el heroísmo de las conductas personales. Los partidos de Stalin y sus teóricos y propagandistas justificaron la dictadura de la burocracia, negaron sus crímenes, defendieron la idea y la práctica del partido único de Estado; silenciaron hechos monstruosos como la división nacional de Alemania, el Muro de Berlín y la represión contra las nacionalidades en la Unión Soviética; minimizaron y en veces hasta justificaron los crímenes contra la idea de socialismo cometidos en defensa del poder, los privilegios y la política de una casta burocrática de advenedizos, opresores y explotadores, y negaron una realidad monstruosa en la Unión Soviética: los campos de concentración, el gulag, donde cientos y cientos de miles de presos políticos mezclados adrede con criminales vivieron, sufrieron y murieron. En 1956 el Informe Jruschov reconoció ante el mundo esta realidad, ya antes denunciada por investigadores, escritores y ex prisioneros y prisioneras de esos infiernos

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Desde el punto de vista de la producción y de la técnica, la sociedad socialista debe representar una etapa más elevada en comparación con el capitalismo. Tratar de construir una sociedad socialista nacionalmente aislada significa, pese a todos los éxitos pasajeros, arrojar hacia atrás las fuerzas productivas, incluso en relación con el capitalismo. Intentar alcanzar –independientemente de las condiciones geográficas, culturales e históricas del desarrollo del país, que constituye una parte del mundo entero– una proporcionalidad acabada de todas las ramas de la economía en el marco de las fronteras nacionales, significa perseguir una utopía reaccionaria.


➞ Los destinos de... Cuando la casa se derrumba sobre la propia cabeza no se trata de ir a ver cuál reparación reciente estuvo mal hecha. Es preciso investigar su construcción y sus estructuras e ir a fondo en los errores por dolo, interés o ignorancia. Todos los socialistas, es decir, todos cuantos compartimos la idea de un mundo posible de justicia, igualdad y libertad entre los seres humanos, estamos obligados a hacerlo. 8. En las grandes jornadas de 1989, año mágico en el siglo XX, desde los días de la rebelión china en Tiananmen hasta la caída del muro de Berlín, aquella casta explotadora y su régimen de opresión fueron asediados, sacudidos y en algunos lugares derrotados. Tienen que ver estos procesos sociales con los grandes cambios mundiales a partir de la mitad de los años setenta: restructuración mundial del capitalismo, radicales revoluciones tecnológicas, transformaciones del mundo del trabajo, crisis arrasadora en los países dependientes y menos desarrollados, el entonces llamado “tercer mundo”. Pero el hecho histórico determinante para cualquier perspectiva futura: aquellos regímenes burocráticos no fueron destruidos por las armas capitalistas ni derribados por una guerra universal cuyas destrucciones habrían enviado hacia un lejano futuro cualquier idea de socialismo. Se derrumbaron desde adentro. Sus pueblos los obligaron a retroceder en el terreno económico por su ineptitud, y en el terreno político por la movilización democrática y la sublevación. Se trata de una diferencia radical. La vía del capitalismo para combatir al socialismo y destruir a los regímenes que en su nombre lo enfrentaban era la guerra, no las revoluciones democráticas. Esa guerra fue evitada y fueron sus pueblos quienes buscaron o inventaron sus propios caminos y se alzaron contra regímenes estatistas, autoritarios y opresores en pos de las mismas antiguas ideas: justicia y libertad. Si estas ideas se les aparecen ahora bajo una visión idealizada del mercado como supuesto vehículo de un reparto menos arbitrario y más justo, esta visión invertida de la realidad recae sobre aquellos regímenes, que simbolizaban ante esos mismos pueblos la negación de aquellos ideales. Pero también lleva tiempo y dolorosas experiencias el aprendizaje de lo que es el reino del privilegio, la injusticia y la exclusión bajo el capitalismo surgido de aquellas ruinas.

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9. Luciano Galicia, revolucionario y organizador sindical mexicano desde los años treinta, llamó hace ya tiempo mi atención sobre un documento de la Oposición de Izquierda en el Partido Comunista soviético. Tan temprano como 1927, ese documento que ya había que circular clandestinamente en la Unión Soviética decía con audacia, estilo y lucidez: 7 Durante los próximos planes quinquenales quedaremos todavía lejos de los países capitalistas avanzados. ¿Qué sucederá en ese tiempo en el mundo capitalista? Si admitimos que éste pueda disfrutar de un nuevo periodo de prosperidad que dure algunas decenas de años, hablar de socialismo en nuestro país atrasado será una triste necedad. Tendremos que reconocer que nos engañamos al considerar a nuestra época como la de la putrefacción del capitalismo. En este caso, la República de los Soviets será la segunda experiencia de la dictadura del proletariado, más larga y más fecunda que la de la Comuna de París, pero al fin y al cabo una simple experiencia. [Subrayado mío, A.G.] El proletariado europeo necesita un tiempo mucho menos largo para tomar el poder que el que nosotros necesitamos para superar, desde el punto de vista técnico, a Europa y a Estados Unidos (…). Mientras tanto, tenemos que reducir sistemáticamente la distancia entre el rendimiento del trabajo en nuestro país y el de los otros. Mientras más progresemos, estaremos menos amenazados por la posible intervención de los precios bajos y, en consecuencia, por la intervención armada. La historia, como siempre, resultó más compleja y enredada. El proletariado europeo no tomó el poder, vino primero la Segunda Guerra Mundial y después la realidad del mercado, de la productividad del trabajo y de los precios en el mercado mundial, y otras cosas sucedieron. Pero son sor-

prendentes la claridad y el alcance aquella visión de largo plazo y de sus elementos fundamentales. ¡Una segunda y gigantesca Comuna de París! Esa profecía audaz de hace casi un siglo ha terminado por cumplirse bajo formas extrañas, apocalípticas y planetarias, como sucede con las profecías de buena ley. Hoy es evidente su clarividencia frente a aquella idea obtusa de un socialismo nacional para cada país. 10. La actual ofensiva mundial del capital no sólo aspira a destruir cuanto subsiste de las revoluciones sociales en Rusia, en China, en Vietnam, en Cuba y en otras partes del mundo. Quiere borrar la idea misma de socialismo de las mentes y los sueños de los seres humanos. No se puede. El ideal socialista, el de la Comuna de París y la Revolución de Octubre, reaparece día tras día en las rebeliones urbanas y agrarias contra la explotación, el despojo, la opresión y la injusticia local y global del mundo y el mando del capital. Pero también es verdad que el socialismo no podrá recuperar su lugar en las esperanzas humanas ni el marxismo el suyo como teoría de la revolución, la liberación, el disfrute y la libertad, si no es a través de una profunda reorganización crítica de las ideas socialistas y una recuperación y actualización de las premisas marxistas, la primera de ellas la idea de esa liberación como una época entera. A cien años de la Revolución de Octubre, nuestro siglo XX de revoluciones y contrarrevoluciones debe ser nuevo objeto de un estudio marxista global. Como fuerza política organizada, el socialismo no podría avanzar sin alianzas políticas y acuerdos de los tipos más variados, en las diferentes situaciones concretas, con otras fuerzas e ideas diversas puestas en libertad por las crisis sociales y políticas propias del mando universal del capital financiero. El desastre ecológico estaba ya en las previsiones a largo plazo de Marx, y después de Rosa Luxemburgo. Pero ahora está aquí arrasando la naturaleza y la vida. El marxismo no es una simple idea política. Es una teoría de la sociedad capitalista, de sus formas de explotación y alienación y de sus insalvables contradicciones; una teoría de las relaciones de dominación y subordinación entre los seres humanos y de las condiciones de su abolición; y una teoría de la conformación bajo el capitalismo de una moderna clase de trabajadores asalariados (no sólo de obreros industriales) hoy demográficamente universal, en cuyas relaciones de cooperación y solidaridad estaría el germen, presente y latente en esta realidad mundial, de las relaciones de una sociedad futura de productores libremente asociados, de mujeres y hombres libres e iguales. Ellas viven hoy en las rebeldías, las organizaciones solidarias, el desinterés, la indignación que nutren a los movimientos sociales y en la rebelión universal y multiforme de las mujeres por la libertad, la igualdad y el disfrute universal de los bienes terrenales. Vivimos hoy una expansión sin precedente, en profundidad y en extensión, del conocimiento, la cultura y el número de trabajadores asalariados bajo cambiantes formas de organización del trabajo y la producción. Se configura una confirmación y una mutación de la contradicción entre el trabajo vivo bajo todas sus formas y el capital en tanto mundo y mando de las finanzas. Esta confrontación, opaca muchas veces para quienes la viven, colora todas las otras complejas contradicciones y relaciones entre los seres humanos y entre éstos y la naturaleza, cada una de las cuales debe ser tratada en su propio mérito y no asimilada a ninguna otra. Vivimos una revolución tecnológica omniabarcante y sin precedente en cuanto a velocidad y difusión en el planeta. No cambia las relaciones sociales, pero todas sus confrontaciones y contradicciones se agudizan, toman formas nuevas y engendran nuevos peligros planetarios. 11. Los socialistas y los marxistas hemos recorrido un largo camino en este siglo de la Revolución de Octubre. A lo largo del siglo la idea socialista cambió el mundo. Permitió conquistas imborrables ya incorporadas como hábito a la vida social. Iluminó las mayores movilizaciones liberadoras


12. Como alguien que ha vivido el siglo XX, su “patria en el tiempo”, no alcanzo a ver ahora razones valederas para la tristeza, la desolación y el desconcierto que gana a tantos socialistas. ¿Es que hemos olvidado cuánto quedó ya a nuestras espaldas? El siglo XX fue el siglo del fascismo y del nazismo, de los campos de exterminio, los hornos de cremación y el genocidio judío; de los 12 millones de muertos en las represiones de Stalin, según el testimonio de Jruschov; de las guerras coloniales y la tortura metropolitana; de las hambrunas en África y las devastaciones de la naturaleza en el planeta; de las dos guerras mundiales y las innumerables guerras entre naciones; de las deportaciones y genocidios de pueblos enteros; de la barbarie franquista; de China y Corea invadidas por Japón y de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki; de Vietnam martirizado por franceses y estadunidenses y de la guerra entre China y Vietnam; de las atrocidades de los militares argentinos y chilenos contra su propio pueblo; de la entrada de los tanques soviéticos en Budapest y en Praga y de la masacre de comunistas en Indonesia; de la intermina-

La versión inicial de este escrito en Adolfo Gilly, El siglo del relámpago – Siete ensayos sobre el siglo XX, México, Itaca, 2002, 152 pp., pp. 103-124. El título alude a George Orwell,1984; y a Víctor Serge, El destino de una revolución. 1 Victor Serge, Pour un brasier dans un désert, Plein Chant, Bassac, 1998, p. 38.2 León Trotsky, La revolución traicionada ¿Qué es y adónde va la URSS?, 2ª ed., Madrid, Fundación Federico Engels, 2001, p. 70. Disponible en: http://www.fundacionfedericoengels. net/images/PDF/La revolucion traicionada.pdf 3 León Trotsky, La revolución permanente, Madrid, Fundación Federico Engels, 2001, p. 21. Disponible en: http://www.fun*

ble tiranía en Guatemala y la larga guerra sucia de los militares contra la democracia y el pueblo de El Salvador. 13. Como el ángel de la historia de Walter Benjamin, esta pirámide de ruinas aparece cuando miramos hacia atrás en nuestro tiempo. Por cada una de esas ruinas se alzan también arquitecturas de devoción, heroísmo y solidaridad levantadas por los humanos en la interminable persecución de la justicia y la libertad. Desde la revolución mexicana de 1910, la rusa de 1917 y la alemana de 1919, hasta la china de 1949, la boliviana de 1956, la cubana de 1959, la vietnamita de 1975, la nicaragüense de 1979 y las europeas de 1989, el siglo XX fue también el siglo de las revoluciones. No neguemos esta herencia. Fue ese el siglo de la rebelión universal de las mujeres, que continúa desbordando como marea alta en este cambio de época; una rebelión en curso cotidiano y en veces invisible, que cuestiona las más arcaicas formas de la opresión y la injusticia y transforma en rasgos de la vida y no de la política, los sueños y las demandas de igualdad, justicia y libertad. También en este siglo echó raíces universales la idea y la exigencia de democracia, que en parte alguna nos fue dada como un subproducto del mercado. El respeto al voto no fue gracia concedida. Fue arrancado y disputado –ayer y hoy– en durísimas luchas por los trabajadores, los campesinos, los pobres, las mujeres, los jóvenes, contra las oligarquías agrarias y el capitalismo bárbaro y militarista. 14. El socialismo y el marxismo latinoamericanos están hoy en la empresa de rescatar entera su memoria histórica. Recuperamos así a los sindicalistas revolucionarios, las mujeres y los hombres que en Estados Unidos, México, Cuba, Brasil, Argentina, Chile, Perú, Bolivia o Uruguay organizaron por todo el continente sindicatos, huelgas y huelgas generales desde comienzos del siglo; al socialismo agrario de Emiliano Zapata y su Comuna campesina de Morelos; a los ideales comunitarios y civilizadores de Pancho Villa y sus colonias militares; a los organizadores de movimientos campesinos en nuestros países, y a los grandes nombres de nuestra compleja y larga estirpe socialista, ellos mismos con sus luces y sus sombras como todos los humanos que hayan sido. Rompiendo la noche es el título del libro donde Ozip Piatniski relató en 1926 el combate heroico, silencioso y clandestino de los bolcheviques contra la autocracia y la censura zaristas en los primeros años del siglo pasado. Es medianoche en el siglo llamaba Víctor Serge en 1937 a su crónica sobre el horror de la dictadura estalinista. La noche quedó atrás, titulaba Jan Valtin en 1941 la historia de su escape individual de los infiernos gemelos del estalinismo y el nazismo. La metáfora ambigua de la noche alude a los orígenes a la vez iluministas y románticos de las rebeldías socialistas. Vivimos tiempos de ilusiones perdidas para unos y pesadillas disueltas para otros. No basta. Para poder liberar de la noche al socialismo es preciso, antes y ahora, restablecer la verdad, la razón y la memoria; y, otra vez, recuperar la historia, establecer la República en democracia, protección e igualdad para todas y todos y dar plena libertad a las palabras. ■ Ciudad de México, octubre de 2017. En el centenario de la Revolución de Octubre.

dacionfedericoengels.net/images/PDF/trotsky_revolucion_permanente.pdf 4 Leon Trotsky, “Conditions and Methods of Planned Economy” en The Soviet Economy in Danger, Nueva York, Pioneer Publishers, 1933. 5 León Trotsky, La revolución traicionada, op. cit., p. 62. 6 León Trotsky, The Revolution Betrayed – What Is the Soviet Union and Where Is It Going?, (Traducido al inglés por Max Eastman), New York, Merit Publishers, 1965, 308 pp., p. 244. 7 León Trotsky, La revolución permanente, op. cit., p. 62. 8 Leon Trotsky, La revolución traicionada, op. cit., p. 220.

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de la humanidad. Y contra la humillación, la opresión y la explotación de los dueños del poder, dio actualidad viviente y secular a las inmemoriales aspiraciones de justicia, libertad, igualdad, solidaridad, conocimiento y disfrute de los mundos de la vida. El socialismo ha sido la guía y el motivo de los sentimientos, los sueños y las acciones más generosos en nuestra época. En el cambio de época que hoy vivimos, la crisis implica la desvalorización de las viejas ideas, de los antiguos conocimientos y de la fuerza de trabajo intelectual que era su portadora, y también la apertura de una nueva acumulación. Estamos en los comienzos de un nuevo ciclo de acumulación teórica no marcado por la aparición de alguna obra fundadora sino, ante todo, por la realidad de los acontecimientos planetarios. Pero el marxismo no es sólo una teoría. Es también una práctica. Por eso exige una ética que otros conocimientos y teorías no demandan. No ha habido nunca y no habrá reorganización del ideal socialista y de la teoría marxista sin una idea moral en sus cimientos. Nada se puede reconstruir sobre la ignorancia, el ocultamiento, la mentira, la codicia y la calumnia. La crítica de las ideas es también una crítica de la práctica y ésta sólo es posible si la preside una ética de la conducta política socialista, exigencia desconocida, innecesaria o antagónica para otras escuelas de la política. Esa es también la gran lección del desastre de las dictaduras burocráticas y de las mentiras y falsificaciones del “socialismo en un solo país”. Ninguna discusión que oculte en todo o en parte el pasado, que se niegue a ver y criticar el error teórico y sus inexorables y funestas consecuencias prácticas o que intente imponer al instrumento universal de la crítica los límites de los intereses particulares, tendrá futuro. Los pueblos de los países y las tierras de las revoluciones guardan, en su experiencia vivida y en su pensamiento social e individual, potencialidades todavía no reveladas. Sólo se nos mostrarán y nos iluminarán si no ponemos límites artificiales o arbitrarios a nuestra crítica, nuestro conocimiento y nuestro aprendizaje del pasado.


LA REVOLUCIÓN RUSA LLEGA A MÉXICO Paco Ignacio Taibo II

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Diarios de la época

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L CULMINAR EL año 1917, los periódicos mexicanos informaron de manera harto confusa sobre los acontecimientos revolucionarios que se estaban produ­ciendo en Rusia. Según aquellos sorprendentes textos, Lenine, un espía alemán, se había adueñado del poder con la ayuda de un judío amigo suyo llamado Trotzky. Más tarde, Trotzky y Lenine se darían golpes de Estado uno al otro, caerían en manos de los blancos zaristas o de nuevo cuño (quienes varias veces reconquistaron Moscou) y serían asesinados en incontables ocasiones. Junto con esta popularización de los nombres de los dos dirigentes revolucionarios, se harían comunes los términos bolsheviki y soviet, con múltiples signifi­cados, afines todos ellos al extremo radicalismo, al izquierdismo desesperado, al aventurerismo sin límite, al nihilismo definitivo. Poco atractiva podía resultarle a los desorganizados trabajadores me­xicanos, aquella revolución enormemente distante, que se narraba de una manera confusa, por una prensa en la que desconfiaban. Fue la revista Luz, que dirigía Jacinto Huitrón, la que el 12 de di­ciembre de 1917 publicó un artículo titulado “El Pueblo Ruso”, en el que se hacía un retórico saludo a la emancipación de los siervos y los mujiks. La segunda mención apareció también en Luz dos meses más tarde, en una nota donde se afirmaba que Rusia era la avanzada del so­cialismo universal, “ahí fructifica la semilla de los divinos sembradores del anarquismo”. Allí se hablaba más de Bakunine, Kropotkine, Gorki y Tolstoi que de los mencionados Lenine y Trotzky. El reconocimiento adquirió pronto la forma lírica tan al uso en la prensa anarquista de la época; el primero de marzo de 1918 el obrero jarocho Vicente de Paula Cano saludaba a la revolución con un poema: “¡Obreros mirad hacia el oriente/ Ved cómo el pasado se derrumba/ Oíd cómo suena lentamente/ la hora de redención omnipotente/ En que los muertos se alzan de la tumba!” En enero de 1919, de una manera vaga, los sectores radicales del movi­miento obrero iban sumándose a una adhesión desinformada. En una encuesta periodística, Leonardo Hernández, un dirigente sindical, opinó que las “ideas bolsheviki pueden prosperar en México”, José Allen, de los Jóvenes So­cialistas Rojos, precisó: “ignoro la traducción de la palabra bolchevique, pero si tener hambre es ser bolchevique, nosotros lo somos. En cuanto al comunismo, no es otra cosa que la idea ya añeja, de que su implanta­ción será la salvación no sólo de los trabajadores, sino de la humanidad entera. Y aunque ustedes y yo no lo queramos, llegará a implantarse”. Los dirigentes de la amarilla CROM señalaron que eran simpatizantes de las revoluciones rusa y alemana, aunque “coincidieron en que los obreros mexicanos no están maduros para el bolshevismo”. Un emigrado socialista estadunidense, R. Gale, añadía: “el bolche­vismo no es antinacionalista, es un nacionalismo tan grande y profundo que se convierte en internacionalismo”. Pero todo se quedó en declaraciones: ni la prensa obre­ra aumentó su información y el debate sobre la revolución rusa, ni interesó al Partido Socialista Mexicano. En cambio, Vicen­te Ferrer Aldana, un impresor que había militado con el zapatismo du­rante la revolución y unió sus amores por el pensamiento anarquis­ta con su fe zapatista y su adhesión ferviente a la joven revolución rusa, escribía: “El socialismo, en todas sus modalidades, ya de Estado, ya político, ya económico, ya anárquico, o ya bolsheviki, lleva siempre una finalidad: conseguir una equitativa distribución de la felicidad humana, entre to­dos los seres que habitan el planeta Tierra”. Ferrer llegó incluso a intentar lanzar un periódico llamado “El bolchevique, el primer periódico sovietista en México”. Pero la empresa abortó al ser prohibido por el general Diéguez. Persistió y publicó El Azote, “periódico cauterizador de las llagas sociales”, donde se incluía en folletín la constitución rusa que algunos emigrados habían traducido y hecho una colecta para publi­carla. En los primeros meses de 1919 El pequeño Grande de la zona petrolera de Villa Cecilia, editado por los Hermanos Rojos, se sumó a la campaña de Ferrer con varios artículos: “Levántate y comba­te” (en donde se identificaba a bolcheviques y espartaquistas con anar­quistas), “Programa revolucionario en Rusia” (donde se aportaba una versión anarquista del supuesto programa de la revolución soviética) y “La obra que Lenin y Trotski llevan a efecto en Rusia, secundada por el proletariado indo-hispano” (donde se afirmaba que L. y T. eran los “constructores de la sociedad anarquista colectivista”). Pero la existencia de la revolución soviética en México le debió más a los agentes del gobierno de Estados Unidos que hacían llegar a México, por conducto de las agencias de prensa, denuncias absurdas. En enero del 19, Excélsior repetía una historia disparatada según la cual existían “soviets secretos en México”, en particular en Tampico. De ahí en adelante, con la ocasional colaboración de la prensa estadunidense, se inició una campaña en la que Excélsior llevaba la voz cantante, acompañado por El Pueblo, El Demócrata y El Universal. En El Demócrata se daba a conocer la censura de correspondencia que se haría en la fronte­ ra para evitar la difusión del bolchevismo y se inventaban extrañas historias como la que se


John Reed

Gorky, Bogdanov y Lenin

En la labor en los medios sindicales, el más eficaz seguía siendo Vicente Ferrer Aldana quien había convertido la difusión de la revolución rusa en cruzada personal. José Valadés cuenta: “Corrió al sindicato de panaderos y a la Federación de Sindicatos del DF, dando a conocer la buena nueva; sembró la ciudad de hojas en las que se leía: ´La revolución mexicana debe de transformarse en revolu­ción rusa y acabar con todos los parásitos´”. Sin embargo, el fenómeno seguía siendo decididamente minoritario y marginal, mucho más sólido en los delirios de la prensa nacional que en la realidad del movimiento. Se seguía informando sobre “misteriosas reuniones de rojos en So­nora y Sinaloa” que hicieron llegar a la capital la constitución bolchevi­que, o se hablaba de la “lección de bolshevismo a golpes” que los obre­ros Pablo Ubaldo y Aniceto Alcántara propinaron al patrón gachupín establero Joaquín Bilbao. Bolchevike se volvía Albert Diedel, alias Bishop, por el delito de por­tar un volante socialista y hablar cinco idiomas (tremendo pecado) con la agravante de que habiendo nacido en Alemania se hubiera naturalizado mexicano, y bolchevique se volvía un incidente militar provocado por un grupo de soldados ebrios que colgaron una bandera roja en el poblado de Algo­dones, Baja California. Para finales de 1919 la palabra bolsheviki se había incorporado al lenguaje nacional. La página de espectácu­los de El Demócrata reseñaba el estreno de La garra bolsheviki (que obviamente no he podido ver), “la película de arte más emocionante” y en el diamante capitalino triunfa­ba “la novena soviet”, también conocida como Los bolsheviki, equipo de béisbol de los cronistas deportivos de los diarios. Algunas palabras habían quedado: Lenine, Trotzky, soviet, bolsheviki, asociadas a la idea de prácticas radicales contra el capital. Muy lejos nos encontramos de la versión magnificada que algunos historiadores co­munistas han difundido sobre el impacto de la revolución de octubre en el movimiento obrero mexicano. En ensayos que sorprenden por su falta de información, abundan párrafos que expresaban el “inmenso impacto” de aquella revolución en México. Luego llegarían a México los primeros enviados de la Internacional Comunista, un secretario del PC (Díaz Ramírez) se entrevistaría con Lenin y se abriría una embajada de la URSS en México. Pero esto es parte de otra historia. ■ (Esta nota surge de una reescritura de Memoria Roja, publicada con Rogelio Vizcaíno en 1984)

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publicó bajo el título “A vuelo de pájaro”, donde se decía: “Varios individuos de mala catadura han ido a establecerse a la veci­na localidad de San Ángel, donde se hacen pasar por bolsheviquis, ante el asombro general de los trabajadores de seis importantes fábricas (...) Las autoridades van a hacer conciertos y actos culturales con obreros para denunciarlos”. Un día la policía informaba que había estado a punto de detener nada menos que al ruso Vladimir Zinoviev y al estadunidense James Schneider, agitadores bolshevikis en la zona textil de Río Blanco y Nogales, Veracruz, quienes habían desaparecido en las selvas de Tabasco y las sierras de Oaxaca llevando su maligna propaganda. Otro día, se informaba de la llegada a Veracruz del ataché ruso (¿a quién representa?) Vasilio Alexandrovich Durasov, quien fue detenido como bolchevique al de­sembarcar proveniente de La Habana. Aunque el diplomático blanco argumentó que él no tenía nada que ver con la revolución de octubre, fue deportado argumentando que no había relaciones con Rusia. Los bolshevikis crecían detrás de los árboles, y si para los periódicos a veces tomaban la forma de misteriosos rusos, lo habitual es que se trata­ra de huelguistas desesperados ante la intransigencia patronal. Era hábito de El Universal colgarle el adjetivo a las luchas obreras de pro­vincia, bien fueran textiles de Puebla, o agraristas michoacanos; la única condición es que los conflictos se hallaran lejos de los centros de infor­mación, y los supuestos bolcheviques no pudieran desmentirlos. Una de las joyas de la campaña probatoria de la existencia de una conjura bolsheviki en México fue la información sobre la detención en Monterrey de Dimitri Nikitín. A este ciudadano ruso no sólo se le acu­saba de ser agente bolchevique, sino también de haber conquistado a una viuda regiomontana y estar viviendo a sus costillas, lo cual fue abun­dante material de cargo para detenerlo en Tampico y aplicarle el ar­tículo 33. En vía de mientras y pian pianito, una información más sólida sobre la revolución rusa, comenzaba a circular entre los emigrados políticos estadunidenses y entre los anar­ quistas y sindicalistas mexicanos. La edición de la Constitución Rusa llegó a venderse en una ventanilla de la cámara de diputados destinada a la atención al público y el periódico Liberator, órgano de la izquier­da radical de Estados Unidos, se vendía en algunos puestos de prensa de la ciudad de México, Tampico y Monterrey, y de sus páginas se extrajeron crónicas de John Reed que fueron traducidas al español. Ya más avan­zado el año 1919, en la prensa obrera aparecieron artículos de Trotski, Zinoviev, Tchicherin, Lenin y Rosa Luxemburgo, junto con informaciones sobre los avances del ejército rojo empeñado en guerra civil con­tra los blancos. Y circuló ampliamente el panfleto 64 pregun­tas y respuestas sobre el bolcheviquismo, de Rhys Williams.


LOS 10 PRINCIPALES LIBROS SOBRE LA REVOLUCIÓN RUSA Tariq Ali (*)

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IEN AÑOS DESPUÉS de la Revolución Rusa, la historia, según la mayoría de los historiadores, había emitido su veredicto. Octubre de 1917 había sido relegado a un pasado que jamás se repetiría, igual que los carromatos que transportaban a los prisioneros al cadalso en París en 1793 o la ejecución pública de Carlos I afuera del palacio de Westminster. La historia no se repite, ni siquiera como farsa, pero sus ecos permanecen. Lo que quise hacer en Los dilemas de Lenin: terrorismo, guerra, imperio, amor, revolución, fue poner a Lenin en el contexto histórico apropiado como un consumado estratega político y pensador de gran talento que dominó la formación del siglo pasado, más que cualquier otra figura política. Lograr esto significó estudiar en detalle las dos corrientes de pensamiento político –el anarco-terrorismo y la democracia social europea– que Lenin absorbió y trascendió para crear una nueva síntesis. No fue ni un santo ni un déspota totalitario, los dos papeles que se le asignaron después de su muerte, en 1924. Oculto bajo el caos y la miseria de la horrenda guerra civil entre los ejércitos Blanco y Rojo (este último apoyado por Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia y sus aliados) estaba el entramado de la razón. Lenin nunca perdió de vista este entramado y en sus años finales, baldado por un infarto y confinado a su estudio, regresó con vigor para denunciar los fracasos de su propio bando, e insistió en que si la revolución no se sometía a renovación constante, fracasaría. “Un bolchevique que no sueña es un mal bolchevique”, repetía a menudo. Su propio sueño era un Estado que siguiera el modelo de la derrotada comuna de París de 1871. Ese sueño fue el trasfondo de mi novela Temor de los espejos, que comencé a escribir poco después de la caída del Muro de Berlín (y publicada en inglés recientemente por Verso). En las décadas siguientes, las tragedias de la Revolución jamás abandonaron mi mente del todo, porque octubre de 1917 había sido un suceso formativo para mi generación, y sus fantasmas acecharon en las calles de París, Saigón y Praga en 1968. Releer la historias de 1917 y los propios escritos de Lenin sin intención instrumentalista produjo muchas evocaciones y momentos de descubrimiento. De las cuatro obras que considero indispensables, dos fueron escritas por rusos y dos por estadunidenses. Todas las obras siguientes son útiles para ensanchar nuestro entendimiento. 1. Historia de la Revolución Rusa, de León Trotsky Este apasionado relato, partisano y bellamente escrito por un destacado protagonista de la revolución durante su

exilio en la isla de Prinkipo, en Turquía, sigue siendo uno de los mejores recuentos de 1917. Ningún contrarrevolucionario, conservador o liberal, ha sido capaz de competir con esta narración. 2. The Russian Revolution, 1917: A Personal Record, de Nikolái Sujanov Este libro era de lectura necesaria para todos los primeros historiadores de la revolución. Sujanov, menchevique de izquierda, hostil a Lenin, estuvo presente en Petrogrado tanto en febrero como en octubre. Es uno de los pocos testigos presenciales –si no el único– confiables que registraron la llegada de Lenin a la estación Finlandia y lo acompañaron al cuartel bolchevique una hora después. En su relato de la revuelta de febrero, lleno de desdén por su propia causa, trasluce su estilo de escritura: “Martes, 21 de febrero de 1917. Estaba sentado en mi oficina en la sección del Turquestán (del Ministerio de Agricultura). Detrás de un cancel, dos mecanógrafas chismeaban sobre las dificultades para conseguir comida, peleas en las colas de las tiendas, inquietud entre las mujeres, un intento de irrumpir por la fuerza en un almacén. ‘Sabes’, declaró de pronto una de ellas. ‘Si me preguntas, es el principio de la revolución’. Esas muchachas no entendían lo que es una revolución. Y tampoco les creí.” 3. Diez días que estremecieron al mundo, de John Reed Un radical estadunidense de la costa este, con aires de bucanero, enviado a cubrir la revolución, es hipnotizado por ella y sus notas se combinan para formar un libro que tuvo enorme impacto en Estados Unidos y más allá. Décadas más tarde, Warren Beatty lo convirtió en una película, Rojos, cuyas secciones más electrizantes son las apariciones de testigos que habían conocido a Reed. 5. A través de la Revolución Rusa, de Albert Rhys Williams Williams estaba ya en Petrogrado cuando llegó Reed, y sirvió de tutor apaciguador a su colega, más frenético y activista. En cierta forma su libro es un trabajo más sólido, favorecido por varias conversaciones con Lenin y otros bolcheviques, así como con sus opositores. 5. Año Uno de la Revolución Rusa, de Victor Serge Fue la primera obra no literaria de Serge, compuesta a finales de la década de 1920 y, en su propia expresión, “en fragmentos disgregados que podrían completarse por separado y enviarse al exterior pasado el apresuramiento”. El libro es un testimonio de la popularidad de la revolución, y también de las duras necesidades impuestas al Petrogrado Rojo, confrontado con la contrarrevolución Blanca. Serge trabajaba en el Año Dos cuando se le permitió salir de la Ru-

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(*) La edición en español de su último libro, Los dilemas de Lenin, publicado por Alianza editorial aparecerá el próximo 7 de noviembre. Asistirá a la próxima Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Traducción: Jorge Anaya

NO HAY ARTE RUSO SIN CORAZÓN CALIENTE

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L FILÓSOFO RUSO Iván Alexandrovich Ilyin (18831954), uno de los grandes referentes teóricos y espirituales de la Rusia de hoy día, afirmaba que “no hay arte ruso sin corazón caliente, no lo hay sin inspiración libre, no lo hay y no lo habrá sin un servicio responsable, cierto y con conciencia”. Sus palabras describen a la perfección lo que sucedió hace un siglo, cuando en ese país estalló la revolución y de inmediato los artistas pusieron su talento al servicio de la causa proletaria. Muchos hicieron una pausa en sus búsquedas estéticas individuales, sobre todo en la pintura, para dedicarse de lleno a la propaganda, a través de poderosos carteles. Así fue como el diseño gráfico se catapultó: los artistas contaron con tal libertad que podían plasmar todo lo que a su imaginación acudiera, siempre con el fin último de difundir las ideas revolucionarias. Signos, símbolos, alegorías, colores y trazos fueron testimonios de una época turbulenta en la historia de la humanidad, pero también de uno de los momentos más brillantes en la historia del arte, coinciden en señalar los expertos. Hace dos años, cuando en México se presentó la exposición Vanguardia rusa. El vértigo del futuro, en el Palacio de Bellas Artes, el curador de la muestra, Sergio Raúl Arroyo, dijo que esa corriente artística planteó políticamente la función social del arte “en una situación donde se debatían la demolición de las viejas y estáticas jerarquías, y la creación de una sociedad sin clases”. Agregó que durante la vanguardia rusa, desde sus inicios, hasta los años inmediatamente posteriores a la revolución, “reinó lo heterogéneo. Fue un momento en el que se crean alrededor de la esfera artística nuevas funciones sociales, ampliando notablemente el horizonte de disciplinas y públicos. Pero la vanguardia no fue ajena a las contradicciones y a la tragedia que encierran todas las trampas revolucionarias”. El año de 1917 fue fundacional, ya que muchos artistas no sólo tomaron partido por el movimiento encabezado por Lenin, sino que dieron impulso a tendencias modernistas como el suprematismo, el futurismo, el cubofuturismo, el constructivismo, el zaum y el neoprimitivismo, entre las más destacadas. Algunas de estas rutas artísticas, “encontradas entre sí, se relacionaron a través de un diálogo sistemático permanente, complejo, que tiene que ver con el hecho esencial de cambiar el arte, de no seguir la tradición academicista y participar en la transformación del hombre nuevo”, detalló el curador de la

Mónica Mateos-Vega muestra Vanguardia rusa. En esos años prevaleció la producción grupal por encima de la individual, así como nuevas formas y nuevos procedimientos para hacer llegar el arte a las masas, con el fin de reinsertarlo en la vida de todos. Nada mejor que el cartel para protagonizar esa ruptura, la revolución total. Uno de los autores más destacados fue Aleksandr Ródchenko (1891-1956), escultor, pintor, fotógrafo y uno de los diseñadores gráficos más polifacéticos de la Rusia de los años veinte y treinta.

Cartel de Aleksandr Ródchenko

Con su camarada, el poeta Vladímir Mayakovski (1893-1930), creó la primera agencia de publicidad, en la que se produjeron más de 150 piezas publicitarias, embalajes y todo tipo de innovadores diseños con lemas breves y directos, ideales para que millones de rusos los adoptaran, pues muchos apenas sabían leer. No se trataba sólo de penetrar en las mentes del pueblo, había que encender la llama revolucionaria y sumar a la causa al mayor número de ciudadanos. Junto con otros colegas, Mayakovsky y Ródchencko cimentaron el constructivismo ruso, el arte al servicio de la revolución, que mezcló propaganda, diseño, ingeniería y publicidad. De Ródchenko es uno de los carteles más conocidos del movimiento, el que retrata a la escritora, directora y productora cinematográfica Lilia Brik (1891-1978), nombrada por el poeta Pablo Neruda como “la musa de la Vanguardia Rusa”. En esta obra se observa la imagen en blanco y negro de la mujer, con pañuelo de obrera sobre su cabeza, gritando: “¡libros!”. Hasta ese momento, nunca se había visto en publicidad nada tan innovador y eficaz con el uso de la foto, la geometría, la composición y la tipografía. El cartel fue impreso en 1924 y usado para publicitar la Imprenta Estatal de Leningrado. Fue reproducido infinidad de veces y hasta nuestra época perdura como símbolo revolucionario y un ícono del cartelismo. ■

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➞ sia estalinista, en 1936. La policía secreta decidió conservar su manuscrito y el de una novela completa; ambos desaparecieron de sus archivos. 6. Lunacharski y la organización soviética de la educación y las artes (1917-1921), de Sheila Fitzpatrick Un recuento fascinante de una institución que implantó las políticas culturales y educativas de la revolución después de 1917. El comisario era Anatoli Lunacharsky, quien se describió un tanto exageradamente como “un bolchevique entre intelectuales y un intelectual entre bolcheviques”, dado que el Comité Central estaba dominado por intelectuales: Lenin, Bujarin y Trotsky, por nombrar unos cuantos. 7. Autobiografía de una mujer emancipada, de Alexandra Kollontai Kollontai, acérrima opositora a la Primera Guerra Mundial, rompió con los moderados que apoyaban la conflagración y se unió a los bolcheviques; llegó a ser una figura vital en el movimiento de liberación femenina, por el cual luchó toda su vida. Fue la primera mujer de la historia en ser nombrada embajadora en Noruega y escribió: “Me di cuenta de que había obtenido una victoria no sólo para mí, sino para las mujeres en general (…) Cuando me dicen que es en verdad notable que una mujer haya sido designada para un cargo de tanta responsabilidad, siempre me parece que en el análisis final (…) lo que tiene especial significado es que una mujer como yo, que ha ajustado cuentas con la doble moral y jamás lo ha ocultado, fuera aceptada en una casta que hasta hoy sostiene tercamente la tradición y la seudo moralidad”. 8. El Populismo ruso, de Franco Venturi Una vez que obtuvo acceso a archivos sellados en Moscú que contenían documentos del anarco-terrorismo o referentes a él, Venturi hizo buen uso de ellos. Si bien lo entristecía que estuvieran vedados para sus colegas soviéticos, produjo una obra maestra histórica acerca de los predecesores de los bolcheviques. 9. Towards the Flame. Empire, War and the End of Tsarist Russia, de Dominic Lieven El primer capítulo por sí solo explica por qué la revolución tenía que llegar. Un recuento magistral de un imperio en decadencia y un zar “que creó en el centro de la toma de decisiones un hoyo que fue incapaz de llenar”. 10. La tarea del proletariado en la revolución actual/Tesis de abril, de Vladimir Ilich Lenin En tiempos de crisis, Lenin exponía su pensamiento en la forma condensada de tesis que eran explícitas, directas y concisas. Detestaba malgastar palabras. En las Tesis de Abril argumentó en favor de una revolución socialista contra la “ortodoxia marxista”. Fue el éxito de este enfoque político con la masa de trabajadores lo que inclinó a una mayoría de electores urbanos hacia los bolcheviques. El éxito de Lenin globalizó el marxismo, y el Manifiesto Comunista se convirtió en el texto más publicado después de la Biblia ■


NÉSTOR MAKHNO, EL ZAPATA RUSO Armando Bartra

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Nestor Makhno

ACE CIEN AÑOS los campesinos, obreros y pueblos de las nacionalidades sometidas al imperio ruso hicieron una revolución que con la mexicana inauguró el siglo. Y porque es la primera que se proclama socialista, la de 1917 ha sido vista como modelo a seguir. Sin embargo, fue en verdad un acontecimiento paradójico y excepcional. La primera revolución anticapitalista ocurrió en un país muy poco capitalista como lo era Rusia a principios del siglo XX. Una revolución que debía dejar atrás el orden político liberal burgués tuvo lugar en un régimen de monarquía absoluta como el de los zares. La primera revolución proletaria exitosa fue protagonizada mayoritariamente por campesinos. La revolución que inauguró el socialismo tuvo como lema “Tierra y Libertad”. La insurrección nacional que debía ser el primer acto de la revolución mundial fue por mucho tiempo socialismo de un solo país. La primera revolución inspirada en Marx la impulsaron en gran medida activistas de ideología populista. La revolución que presuntamente confirma las predicciones marxistas, en realidad las enmienda. Se ha dicho también que la alianza obrero-campesina fue el dispositivo que hizo posible la revolución, pero lo cierto es que a la convergencia de clase que derroca al zar sigue un desencuentro creciente y al final una sangrienta confrontación entre el gobierno presuntamente proletario y los trabajadores rurales. En los primeros años veinte el saldo de la guerra, los intentos de restauración y las malas cosechas es una hambruna que enfrenta objetivamente a los productores con los consumidores en torno al destino de los granos. Pero la desconfianza de los bolcheviques en los campesinos que eran la enorme mayoría del pueblo ruso deriva en políticas torpes y finalmente en represión. Su expresión más dolorosa es la makhnovchina. Ucrania, una de las naciones sometidas al imperio colonial de los zares, era el granero de Rusia y por ello territorio en disputa y escenario de prolongadas confrontaciones bélicas. Para 1917 el pueblo ucraniano está en pie de lucha: resiste a la reacción interna y extranjera organizándose en soviets, pero también armándose mediante un Consejo Revolucionario Militar que coordinando a veces con el Ejército Rojo combate tanto a las fuerzas restauradoras como a los diferentes ejércitos de invasión. Su líder político-militar es Néstor Makhno, campesino anarquista y como tal impulsor de la organización autogestionaria de la sociedad ucraniana sobre la base de soviets y comunidades autónomas. Los ucranianos tienen dos demandas que desde el principio la revolución ha hecho suyas: libertad a los pueblos oprimidos por el colonialismo zarista y entrega de la tierra a las comunidades campesinas. El gobierno de los bolcheviques no las niega, sin embargo, privilegia lo que entiende son los intereses generales del proletariado ruso, que presuntamente el autonomismo campesino ucraniano pone en riesgo. Y por reclamar autonomía, los seguidores de Makhno son acusados de secesionistas y ferozmente combatidos. El Consejo Revolucionario se deslinda expresamente de cualquier clase de separatismo: “Entendemos esta independencia, no como nacional sino como la independencia social y laboriosa de obreros y campesinos. Declaramos que el pueblo trabajador ucraniano, como cualquier otro pueblo, tiene derecho a forjar su propio destino, no como nación, sino como unión de trabajadores”. Pero no es escuchado. Finalmente, controladas la ofensiva restauradora interna y la guerra de ocupación, el Ejército Rojo se siente libre de lanzarse contra el Ejército Insurreccional Revolucionario que hasta

entonces había sido su aliado, al tiempo que el gobierno bolchevique persigue y apresa a los anarquistas que lo apoyan. Tras negociaciones fallidas, la última tregua se rompe en el verano de 1921, el Ejército Rojo ataca con todo a las fuerzas de Makhno y al “terror blanco” de los reaccionarios sigue en Ucrania el “terror rojo” de los revolucionarios en el poder. Pronto los rebeldes son diezmados y, herido, su líder tiene que exiliarse. La makhnovschina termina en un baño de sangre con la bandera roja de los comunistas flameando sobre la desgarrada bandera negra de los ácratas. Responsable del Ejército Rojo y por tanto de la campaña de aniquilamiento, Trotski sostiene que “en la lucha contra Mahkno, defendimos la revolución proletaria de la contrarrevolución campesina”. En realidad el choque entre un ejército presuntamente proletario y un ejército ciertamente campesino dramatiza la tragedia de la revolución rusa; un magno acontecimiento libertario que acabó devorando a sus hijos. Repensar la revolución de 1917 nos ayuda a comprender la universalidad de nuestra propia revolución y de la bandera magonista-zapatista de “Tierra y Libertad”. Y es que en el espejo de la revolución rusa nos damos cuenta de que el utopismo comunalista de Ricardo Flores Magón, para quien las ancestrales prácticas colectivas de los pueblos originarios nos preparaban para el comunismo libertario, no es una ocurrencia local sino una convicción política generalizada a la que dieron forma intelectuales populistas del siglo XIX como Herzen, que adoptaron anarquistas como Bakunin y Makhno, que discutió Marx y que en nuestro continente retomó Mariátegui. En el espejo de 1917 vemos que el surgimiento de liderazgos y ejércitos populares como los de Villa y Zapata, son patrones universales que se repiten en el Ejército Insurreccional Revolucionario de Ucrania, la fuerza armada campesina que puso en pie Makhno, no en balde llamado el Zapata ruso. Fuerzas rebeldes que tanto allá como aquí tuvieron que confrontar a los terratenientes, a la intervención extranjera y a la contrarrevolución restauradora. En el espejo de 1917 descubrimos que el choque entre el regionalismo comunitarista y horizontal de los insurrectos campesinos y la lógica nacional y centralista de los revolucionarios urbanos es recurrente tanto en Rusia como en México y concluye en violentas confrontaciones. En el espejo de 1917 vemos que el Plan de Ayala y la llamada Comuna de Morelos no son excepcionales sino que se repiten en las propuestas de transformación desde abajo y la conformación de un autogobierno regional, impulsados por el Consejo Revolucionario de los insurrectos ucranianos. Y es que en el fondo –es decir, en su raíz y protagonismo agrario– la revolución rusa y la mexicana se parecen más de lo que algunos pensaron. ■


LA EDUCACIÓN BOLCHEVIQUE, AL CIELO POR ASALTO Luis Hernández Navarro

Lenin y Lunacharsky

régimen por parte de los profesores, la falta de escuelas y material escolar, además del enorme analfabetismo. Víctor Serge describe cómo en el año I de la Revolución el nuevo poder educó en aulas sin mobiliario a niños con el estómago vacío, que debían compartir entre cuatro sólo un lápiz. A pesar de ello, se crearon nuevas escuelas en todas partes, se impartieron cursos para adultos y se abrieron facultades obreras.Los resultados fueron sorprendentes. Entre 1917 y 1928 se construyeron 8 mil 700 escuelas primarias y secundarias. Fueron creados centros de educación superior por toda la Unión Soviética. Entre 1920 y 1940 fueron alfabetizados 60 millones de adultos. Sesenta por ciento de la población no había cursado la educación básica en 1926, pero en 1930 el porcentaje ya había disminuido a 33 por ciento. En lugar de separar las escuelas, los bolcheviques optaron por impulsar la escuela única. Dejaron de lado la educación religiosa y la apología de la figura del zar, e impulsaron un programa antirreligioso, socialista, basado en la enseñanza del trabajo. Su objetivo fue preparar productores conscientes de su papel social a través de la erradicación de las dos grandes plagas: el analfabetismo y la ignorancia, además se puso el énfasis en el fomento a la escolaridad obligatoria, y gratuita, la promoción de escuelas normales y la educación técnico-profesional. Entre 1917 y 1928, época en que las discusiones políticas eran un procedimiento habitual entre los revolucionarios, los lineamientos educativos se fueron definiendo por medio de intensos debates y experimentos. La sistematización de la práctica pedagógica y la elaboración de la política pública caminaron de la mano. Se reconoció en la praxis el fundamento de todo conocimiento y el criterio de verdad. El trabajo productivo sirvió de principio-guía de los nuevos contenidos escolares. Se estimuló la capacidad de aprender de manera autónoma. Aunque el debate se extendió a lo largo de los años y llegó incluso a la Internacional Comunista, el modelo educativo soviético tuvo, a partir de 1928, el mismo destino que el conjunto de su Estado y su sociedad. El adoctrinamiento sustituyó a la experimentación y el centralismo a la autonomía, al tiempo que la tecnoburocracia ganó cada vez mayor influencia. Sin embargo, a pesar de ello, se conservó viva la enseñanza politécnica y la vinculación de la educación con el trabajo social. Y, por encima de todo, se siguió adelante con lo que fue una verdadera epopeya educativa. No es una exageración. Casi dos décadas de la existencia de la Unión Soviética fueron atravesadas por guerras y reconstrucciones. Tan sólo durante la Segunda Guerra Mundial el país perdió la cuarta parte de su riqueza nacional. En la zona ocupada por los nazis fueron arrasadas mil 710 ciudades y 70 mil aldeas; no quedó en pie una fábrica, una mina o una granja. Murieron alrededor de 27 millones de personas. No obstante ello, según la investigadora Flora Hillert, entre 1919 y 1983 se graduaron en centros de enseñanza secundaria general y especializada casi 103 millones de personas, y 19 millones en centros de enseñanza superior. En 1983, uno de cada cuatro científicos en todo el mundo era soviético. Véase por donde se vea, más allá de sus carencias y limitaciones, el experimento educativo soviético representó un enorme salto hacia adelante en la lucha por la ilustración y contra el oscurantismo. Aunque las ráfagas que el pelotón de fusilamiento soviético disparó contra el Creador la fría madrugada de enero de 1918 no hayan alcanzado siquiera las nubes, mostraban el tamaño de su propósito. Si en alguna actividad humana los bolcheviques alcanzaron a tomar el cielo por asalto, esa fue la enseñanza. ■

Nadezhda Krupskaya

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OCO MÁS DE tres meses después del triunfo de la Revolución, el 16 de enero de 1918, el naciente Estado soviético llevó a Dios a juicio, acusado de crímenes contra la humanidad. Una Biblia fue colocada en el banquillo de los acusados. Durante cinco horas el pueblo ruso presentó los cargos en nombre de la especie humana. Sus defensores argumentaron en favor de su inocencia. Infructuosamente, arguyeron que no era responsable de lo que se le achacaba por padecer una grave demencia. El tribunal encontró a Dios culpable del delito de genocidio. Lo condenó a la pena de muerte sin que la sentencia pudiera ser recurrida o aplazada. El día siguiente, a las seis y media de una fría mañana invernal, un pelotón de fusilamiento disparó cinco ráfagas de ametralladora contra el cielo. El presidente del tribunal fue Anatoli Vasilievich Lunacharsky, comisario del pueblo para la Educación y las Artes (Narkopros). Crítico literario, gran conocedor de la religión, autor de un libro clásico sobre el tema, se dedicó en cuerpo y alma a la misión de conseguir la ilustración del pueblo. El juicio a Dios que él encabezó fue parte de una campaña mucho más amplia de combate al fanatismo religioso y a la ascendencia de la Iglesia en la educación y las creencias, inscrita en el proyecto de levantar un nuevo orden político. Filósofo y poeta, preso y exilado, Lunacharsky era un revolucionario con gran arraigo popular, extraordinariamente culto, capaz de leer sin problema seis idiomas y comprender el griego y el latín clásicos. Cuando el 26 de octubre de 1917 el Comité Central del partido comunicó al II Congreso de los Soviets de Petrogrado quiénes eran los miembros del nuevo gobierno, fueron ovacionados tres: Lenin, Trotski y el mismo Lunacharsky. Él era, también, un factor clave en la reconciliación entre la intelectualidad diplomada y el poder soviético, tanto así que se definía como un intelectual entre los bolcheviques y un bolchevique entre los intelectuales. Como lo tuvieron que hacer en tantos otros terrenos, los revolucionarios rusos construyeron su proyecto pedagógico sobre la marcha. Heredaban una situación desastrosa. Al comenzar el siglo XX, casi 80 por ciento de la población rusa entre ocho y 50 años era analfabeta. En Asia Central casi nadie sabía leer, y muchas de sus lenguas carecían de alfabeto gráfico. En 1914 se contabilizaban apenas ocho estudiantes universitarios por cada 10 mil personas. Según Lenin, no existía en Europa un país tan bárbaro como el suyo, en el que se despojaba a las masas de la educación, las luces y el conocimiento. Los bolcheviques se dieron a la tarea de educar a su pueblo en medio de la destrucción provocada por la Primera Guerra Mundial y la insurrección, las agresiones de las potencias capitalistas, la escasez y la hostilidad hacia el nuevo


LAS NORMALES RURALES Y EL LEGADO SOCIALISTA Tanalís Padilla*

Mural de La Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa

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N LOS DIVERSOS murales que adornan las normales rurales del país, es común encontrar la insignia de la hoz y el martillo. Este símbolo comunista que representa la unidad entre campesinos y obreros empezó a recorrer el mundo poco después del triunfo de la Revolución Rusa. Las paredes de varias de las normales rurales lucen también imágenes de filósofos revolucionarios, como Carlos Marx, Federico Engels, Vladimir Lenin y Rosa Luxemburgo. La Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México, organización estudiantil que agrupa las sociedades de alumnos de las normales rurales, reivindica principios ideológicos marxistas-leninistas. No falta quienes digan que estas rojas manifestaciones ideológicas representen un anacronismo. Son expresiones de la vieja izquierda, tradición marxista de corte estructural, o bien luchas de liberación nacional inspiradas en la Revolución Cubana que inauguraron la nueva izquierda. Nuevo o viejo, se insistirá, este ciclo revolucionario murió con la caída del muro de Berlín en 1989 y fue enterrado en 1991 con la desintegración de la Unión Soviética. “No hay otra alternativa”, sentenciaría Margaret Thatcher. Había llegado el fin del debate y el capitalismo se había mostrado como el único camino a seguir. Abajo, para los pobres, para las mayorías, para el planeta mismo, este camino ha sido devastador. La terca resistencia persiste y, coma reza la consigna de los indignados, no dejar dormir a quienes niegan el derecho a soñar. Este sueño, en verdad un anhelo por justicia, se construye de mil maneras. En las normales rurales el legado socialista ha sido una base crucial para entender la explotación inherente al sistema capitalista y para generar un espíritu de lucha. Esta tradición socialista de las normales rurales tiene orígenes en el proyecto educativo de la Revolución Mexicana. Fundada en 1921, la Secretaría de Educación Pública (SEP) iría incorporando a importantes pedagogos, pintores, escritores y maestros marxistas, varios de ellos inspirados por iniciativas pedagógicas llevadas a cabo en Rusia a partir de la revolución bolchevique. El Maestro Rural, publicación quincenal de la SEP durante la década de 1930, difundía grabados, obras de teatro e instructivos docentes que dramatizaban la rapiña de los hacendados, la crueldad de los capataces y la complicidad de la Iglesia con la explotación de los pobres. La implementación de la educación socialista durante el sexenio de Lázaro Cárdenas (1934-1940) y el hecho de que haya legalizado al Partido Comunista dio un impulso significativo a quienes sostenían que, para implementar un proyecto educativo trascendente, había que mejorar las condiciones materiales del pueblo. No en balde contaba el Partido Comunista con tantos maestros, casi una tercera parte, de acuerdo con sus registros. Esto significa, según los cálculos del historiador David L. Raby, “que más o menos uno de cada ocho [maestros] era comunista –y debe recordarse que por cada miembro del Partido existían tres o cuatro simpatizantes”. (Educación y revolución social en México, 1921-1940, SepSetentas, 1974, p.92) Tal nivel de adhesión de los maestros refleja tanto una consciencia desarrollada

a partir de su propia condición económicamente precaria como su cercanía a las comunidades pobres. Pero el contexto mundial también fue significativo, ya que la Gran Depresión mostraba un sistema capitalista en crisis. En muchas partes del mundo esa crisis detonó el auge de la visión socialista. A la distancia, parece un momento efímero, por lo menos en cuanto a la injerencia de marxistas en altos espacios institucionales como la SEP. Su depuración empezó con la llegada de Manuel Ávila Camacho a la Presidencia en 1940. Ya purificada, para la década de 1950 la batalla giró en contra del magisterio capitalino, cuyo líder Othón Salazar –afirmaba la prensa– pretendía “bolchevizar al país”. Y claro, los maestros de la sección IX que entonces luchaban por la democracia sindical, provenían del “semillero comunista”, como entonces fue caracterizada la Escuela Nacional de Maestros. Pero las normales rurales pronto se ganarían la más roja distinción a partir especialmente de casos como el de Lucio Cabañas, guerrillero que estudió en la normal rural de Ayotzinapa o Pablo Gómez, profesor en la normal rural de Saucillo, quien optó por la lucha armada. A ellos habría que agregar los incontables normalistas rurales que se unieron o apoyaron la lucha clandestina en varias partes del país, y la solidaridad del cuerpo estudiantil normalista con los movimientos populares. Pero en general, las típicas luchas de los normalistas rurales han tenido fines mucho más modestos: la preservación material de sus instituciones. Ya sea por el abandono presupuestal, el cierre de escuelas, o la violenta represión a sus estudiantes, las normales rurales llevan décadas sobreviviendo a contracorriente. La reforma educativa, al eliminar la previa garantía de trabajo, ha menguado el número de aspirantes e impuesto quizás la más grave amenaza. Bajo la lógica de la oferta y la demanda se podrán cerrar estas escuelas, pues si no hay demanda, ¿para qué ofrecerlas? Hay otra lógica, la socialista, donde las necesidades humanas, no las del capital, guían la distribución de recursos. Por intuición, ideología o necesidad, esto lo han asimilado los normalistas rurales en la defensa de sus escuelas. El legado socialista provee esa claridad. Con razón prevalece el empeño desde arriba de quererlo desaparecer. ■ Profesora-Investigadora del Massachusetts Institute of Technology. Autora del libro Después de Zapata. El movimiento jaramillista y los orígenes de la guerrilla en México (1940-1962) (Akal, 2015). *


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A REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE de octubre de 1917 partió la historia en dos. Allí se inició, y no con la Primera Guerra Mundial, el siglo XX. El fantasma rojo que la encabezó y que se expandió internacionalmente a partir de 1917 quitará el sueño durante décadas a varias generaciones de empresarios, financistas, banqueros, policías, militares y agentes de inteligencia a escala mundial. Su disrupción histórica no sólo tomará por asalto el cielo de lo “no posible”, corriendo varios kilómetros más allá el límite de “la razón de Estado”, “lo que se puede o no hacer”, hasta dónde debemos llegar en nuestros sueños y reclamos. No sólo cambiará de raíz el imaginario de las clases populares, sus creencias y certidumbres, los viejos anhelos igualitarios de las grandes

y en Hungría György Lukács se hace cargo del Ministerio de Cultura de la insurrección que aspiraba a emular a los hermanos mayores bolcheviques. Todo ese huracán libertario y emancipatorio contagiará también las rebeldías latinoamericanas, empalmándose en diversas afinidades electivas con la Revolución Mexicana, la herencia rebelde de la juventud universitaria que encabeza la Reforma Universitaria de Córdoba de 1918 expandida por todo el continente, al mismo tiempo que se fusiona con el discurso modernista heredero de José Martí que impregna

LA REVOLUCIÓN RUSA Y AMÉRICA LATINA

religiones que provenían desde milenios atrás, formulados ahora, a partir de octubre de 1917, en términos laicos y seculares, a través del aliento rugiente de “los rojos”. Al tiempo volverá palpable una realidad material: la sociedad humana se puede organizar de otra manera. Los empresarios y patrones, los banqueros y financistas, no son imprescindibles. El latido acelerado del viejo topo de la revolución asomó su nariz en el sitio menos esperado y más atrasado, en medio de la nieve y de una confrontación mundial. Cuando Lenin, su máximo inspirador y pensador, en abril de 1917 se baja del tren que lo trajo del exilio a través de Finlandia, sorprende hasta sus viejos colegas, amigos y compañeros del Comité Central bolchevique (comunista). Allí, en la estación de tren pronuncia un discurso inolvidable apelando a la democracia radical: el socialismo de los soviets (asambleas populares, democráticas en serio y con cargos revocables, de integrantes de la clase obrera, el campesinado y los soldados pobres). Al mismo tiempo se publican entre 1916 y 1917 El imperialismo, fase superior del capitalismo y El Estado y la revolución. El cielo se teñirá de rojo y el corazón de los humildes, los explotados y las oprimidas comenzará al latir al ritmo de la época. No sólo en Rusia. En Occidente, la gran camarada de Lenin, Rosa Luxemburg (judía polaca que actuaba en Alemania), encabezará una insurrección donde la propia socialdemocracia prefiere ejecutarla, mientras en Italia Antonio Gramsci se lanza a la conquista de la fábrica Fiat de la mano de los consejos obreros

con su antimperialismo cultural el análisis leninista del imperialismo económico, político y militar. En la carta de Emiliano Zapata dirigida a Jenaro Amezcua (publicada en mayo de 1918 en El Mundo de La Habana), en el Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria de Córdoba (redactado en junio de 1918 por Deodoro Roca), en las conferencias de José Ingenieros del libro Los tiempos Nuevos (y en toda la obra de su discípulo argentino Aníbal Noberto Ponce), en los escritos del peruano universal José Carlos Mariátegui y su admiración por Lenin, compartida por los encendidos textos del cubano Julio Antonio Mella, pasando por los materiales que prepararon la insurrección político-militar de Farabundo Martí en El Salvador, la resistencia antimperialista de Sandino en Nicaragua, la insurrección de Luis Carlos Prestes en Brasil, así como en los textos y panfletos obreros de Luis Emilio Recabarren, el perfume de los libros de Lenin y el seductor fantasma rojo de los soviets bolcheviques se hace presente una y otra vez. Las victorias del imparable ejército rojo sobre los genocidas nazis durante la Segunda Guerra Mundial universalizarán ese impulso, que se encarnará con el romántico asalto al cuartel Moncada de Fidel Castro y sus compañeros en 1953. El marxismo heroico de los años 20, renacerá de la mano de la insurgencia revolucionaria de los 60 y 70. Lenin será leído entonces a la luz de los textos eruditos del Che Guevara, las sotanas insubordinadas de Camilo Torres y la oratoria encantadora y rebelde de Fidel. Algunos políticos famosos de Nuestra América apelarán incluso a la “amenaza roja” para negociar con sus burguesías locales e incluso con las empresas, embajadas y aparatos de represión político-militares del imperialismo gringo (yanqui). O se accedía a ciertos requerimientos mínimos del pueblo latinoamericano o… “los rojos se comerán todo”. Ya Lenin había amenazado a todos los ricos del mundo, desde un país donde la temperatura bajaba varios grados por debajo del cero y el invierno prometía montañas de nieve, sencillamente que… “les vamos a sacar hasta las botas”. Esa amenaza sirvió en Nuestra América no sólo para inspirar revolucionarios y generar infinitas rebeldías insurgentes, rurales y urbanas, blancas, mestizas y originarias. También jugó su papel en las negociaciones de los sectores “lúcidos”, reformistas y keynesianos de las burguesías criollas para obtener reformas mínimas y estados de bienestar periféricos y dependientes. Las revoluciones de México, Bolivia, Cuba, fueron sucedidas luego por las de Granada, Nicaragua, la larga insurgencia de Colombia y la coordinación continental de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), cuyo ejemplo rebelde contagió hasta a la comunidad afroestadunidense y sus Panteras Negras. La estrella bolchevique se fusionó entonces con la gesta heroica del Che (gran estudioso y admirador de Lenin), la insolencia de Fidel Castro a pocos kilómetros del gigante de la tierra y el florecer de insurgencias a escala continental. Los

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José Carlos Mariátegui

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CARTA DE EMILIANO ZAPATA SOBRE LA REVOLUCIÓN RUSA

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UCHO GANARÍAMOS, MUCHO ganaría la humanidad y la justicia si todos los pueblos de América y todas las naciones de la vieja Europa comprendiesen que la causa del México Revolucionario y la causa de Rusia son y representan la causa de la humanidad, el interés supremo de todos los pueblos oprimidos… Aquí como allá, hay grandes señores, inhumanos, codiciosos y crueles que de padres a hijos han venido explotando hasta la tortura a grandes masas de campesinos. Y aquí como allá los hombres esclavizados, los hombres de conciencia dormida, empiezan a despertar, a sacudirse, a agitarse, a castigar. Mr. Wilson, presidente de Estados Unidos, ha tenido razón al rendir homenaje, en ocasión reciente, a la revolución Rusa, calificándola de noble esfuerzo por la consecución de libertades, y sólo sería de desear que a este propósito recordase y tuviese muy en cuenta la visible analogía, el marcado paralelismo, la absoluta paridad, mejor dicho, que existe entre este movimiento y la revolución agraria de México. Uno y otro van dirigidos contra lo que Leon Tolstoi – llamara el gran crimen -, contra la infame usurpación de la tierra, que siendo propiedad de todos, como el agua y como el aire, ha sido monopolizada por unos cuantos poderosos, apoyados por la fuerza de los ejércitos y por la iniquidad de las leyes. No es de extrañar, por lo mismo, que el proletariado mundial aplauda y admire la Revolución Rusa, del mismo modo que otorgará toda su adhesión, su simpatía y su apoyo a esta Revolución Mexicana, al darse cabal cuenta de sus fines. Por eso es tan interesante la labor de difusión y de propaganda por ustedes en pro de la verdad; por eso deberán acudir a

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La revolución rusa y América...

movimientos sociales actuales y los gobiernos progresistas que emergieron de ellos (de Cuba a Nicaragua, de Bolivia a Venezuela bolivariana) prolongan entonces la rebeldía bolchevique de los años 20 y la multiplicación que Lenin alcanzó gracias a su gran admirador local, Ernesto Guevara. “Lenin y su ejemplo consiguieron muchas más reformas que todos los reformistas juntos”, afirmó un ensayista y no dejaba de tener razón. La burocratización de aquella revolución maravillosa, donde las vanguardias estéticas coexistían con la liberación de la mujer y los intentos de construir una nueva comunidad, en lo social, en lo pedagógico y en la cotidianidad, no opacará el mensaje rebelde de esos “locos llenos de esperanza” que asaltaron

todos los centros y agrupaciones obreras del mundo, para hacerles sentir la imperiosa necesidad de acometer a la vez y de realizar juntamente las dos empresas: educar al obrero para la lucha y formar la conciencia del campesino. Es preciso no olvidar que en virtud y por efecto de la solidaridad del proletariado, la emancipación del obrero no puede realizarse si no se realiza a la vez la libertad del campesino. De no ser así, la burguesía podría poner estas dos fuerzas la una contra la otra, y aprovecharse, v.gr., de la ignorancia de los campesinos para combatir y refrenar los justos impulsos de los trabajadores del mismo modo que si el caso se ofrece, podrá utilizar a los obreros poco conscientes y lanzarlos contra sus hermanos del campo.” Emiliano Zapata ■ * Carta a Jenaro Amezcua. Cuartel general del Ejército Libertador, Tlaltizapán, Morelos. 14 de febrero de 1918. Publicada por Jenaro Amezcua en el diario El Mundo de La Habana.

León Tolstoi

el Palacio de Invierno tomando al cielo por asalto en forma desprevenida. Cien años después, desapareció el Estado soviético, la burocracia rusa se comió el esfuerzo de varias generaciones de abnegados y humildes luchadores, pero el sueño y el corazón rebelde de Lenin y sus colegas no ha desaparecido. Como la estrella del Che que quisieron apagar hace 50 años en Bolivia asesinándolo a sangre fría, como la reflexión de Gramsci que culminó hace 80 años encerrado en una cárcel y como El Capital de Marx (el abuelo de todos ellos), libro embrujado que salió de imprenta hace 150 años, la revolución bolchevique sembró una semilla en Nuestra América que comenzará a germinar sus mejores frutos, más fuertes y radicales que los que hasta ahora hemos conocido, recién en los próximos años y décadas del siglo XXI. ■ Néstor Kohan es profesor de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (Conicet). (*)


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