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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 4 de junio de 2017 ■ Núm. 1161 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

Giovanni Sartori (1924-2017)

autoridad moral y cultura democrática Fabrizio Lorusso

Quetzalcóatl y el novelista inglés: D.H. Lawrence en México Carlos Framb

Ricardo Piglia:

vías para La ciudad ausente Marco Antonio Campos


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4 de junio de 2017 • Número 1161 • Jornada Semanal

Marco Antonio Campos

UNA INTELIGENTE MIRADA A LA OBRA DE ESTE GENIAL TEJEDOR DE HISTORIAS A TRAVÉS DE UNA DE SUS OBRAS MÁS EMBLEMÁTICAS. ENTRE LA REALIDAD Y LA FICCIÓN, LA PERSONA Y LOS PERSONAJES, LA EXPERIENCIA PROPIA Y LA AJENA, EL NOVELISTA ARGENTINO CONSTRUYE UN MUNDO FASCINANTE, ENTRAÑABLE Y LÚCIDO. giovAnni sArtori, AutoridAd morAl y culturA democráticA

Ricardo Piglia:

El pensador, académico y politólogo italiano Giovanni Sartori murió a principios del pasado mes de abril, a los 92 años de edad. “Editorialista y polemista extrovertido y brillante como pocos”, como lo definió el Corriere della Sera, diario del que fue relevante colaborador, desde los años cincuenta del siglo pasado Sartori ha sido una incuestionable autoridad no sólo teórica, sino también moral, en ámbitos como las ciencias políticas, el constitucionalismo y los medios de comunicación. Autor de decenas de títulos traducidos a más de treinta idiomas y fundador de la Revista Italiana de Ciencia Política, el ensayista florentino nacido en 1924 recibió, entre muchos otros reconocimientos, el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales y el doctorado honoris causa por la UNAM. Dedicamos este número al intelectual que, como afirma Fabrizio Lorusso, se distinguió por combinar “autoridad moral y sagacidad verbal”.

Autores como personAjes

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su modo, muy distinto al de Schwob y de Papini, de Arreola y de Tabuchi, Ricardo Piglia ha hecho literatura sobre vida y obra de escritores, encontrándoles datos imaginativos y detalles reveladores o dándoles a su conducta y a sus hechos un giro sorpresivo o insólito. Esos autores, que suele convertir en personajes, suelen llamarse en su obra principalmente Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges, Roberto Arlt, Franz Kafka, James Joyce, Cesare Pavese, Witold Gombrowicz… Piglia tenía un especial apego a autores que cubrieron sus páginas de dislocaciones sintácticas, de una suerte de “lengua privada”, como, por ejemplo, Gombrowicz (Ferdydurke) y Joyce (Finnegans Wake), o que lo hacían porque les salía así, como a Arlt y a Macedonio. Incluso en La ciudad ausen­ te crea un relato de complejidades lingüísticas que llama “La isla de Finnegan”. Piglia ha sido uno de los narradores más conscientes del “carácter inestable del lenguaje”.

primerA imAgen de La ciudad ausente Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

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n una página de su libro Formas breves (“La mujer grabada”), hace la rememoración de una mujer que co-

noció frente a la Federación de Box porteña, en calle Castro Barros, muy cerca del hotel Almagro, donde él se hospedaba. La mujer, pobrísima, con perturbaciones psíquicas, de nombre Rosa Malabia, vendía violetas robadas en los cementerios, y “en el vestido llevaba prendida una foto de Macedonio Fernández”. Afirmaba haber conocido a Macedonio en la adolescencia. Por el sitio la llamaban “la loca del grabador […] porque llevaba un grabador de cinta, viejísimo, como única pertenencia”. Un día la internaron en el manicomio; meses después Piglia recibió esa grabadora en la que se oye a una mujer, quien “parece cantar y después parece conversar sola, y por fin, una voz, que puede ser la de Macedonio Fernández, dice unas palabras”. Esa fue –señala Piglia– “la imagen inicial de la máquina de Macedonio en mi novela La ciudad ausente: la voz perdida de una mujer con la que Macedonio conversa en la soledad de una pieza de un hotel”, que podría ser quizás el capítulo donde el periodista Junior, el personaje principal, conversa con la loca Lucía en el Hotel Majestic de Avenida de Mayo. La ciudad ausente es la novela que hemos preferido de Ricardo Piglia, quien fue un hombre y un escritor excepcionales, una admirable inteligencia en alerta.

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Portada: Gran crítico de la “burrocracia” Foto de Cristina Rodríguez/ La Jornada

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh témoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.


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ensayo

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Ilustración de Gabriela Podestá

vías para La ciudad ausente lA obsesión por mAcedonio Fernández

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n otro texto de Formas breves, que anteriormente publicó en su notable libro de cuentos Prisión per­ petua (1990), “Notas sobre Macedonio en un Diario”, Piglia, en trece páginas, recupera anotaciones sobre el curioso y genial personaje. Las notas van del 5 de junio de 1960 al 9 de octubre de 1980. Hay algunas que me interesan vivamente: Macedonio como fiscal en la provincia norteña de Misiones donde al parecer nunca ganó un caso; Macedonio, quien tenía la manía higiénica de no dar la mano; Macedonio, a quien las mujeres se le entregaban con extraña facilidad; Macedonio, que “no le gustaba hacer planes a futuro” ni le atraían las bellezas de la naturaleza; Macedonio y su rara y espléndida oralidad en el estilo; Macedonio, que al final de sus años aspiraba por diversas vías a “convertirse en inédito”; Macedonio, que tenía un íntimo parentesco literario con Witold Gombrowicz… Y dos anotaciones que, según me parece, tienen una ligadura apretada con La ciudad ausente: una, del 4 de mayo de 1971, que habla sobre la intención de Macedonio de publicar Museo de la novela de la eterna en forma de folletín (novela que escribió por cosa de cincuenta años), y la cual simbólicamente es también “una novela que dura la vida de quien lo escribe”; la otra, del 6 de julio de 1973: “El objeto mágico [la máquina], donde se concentra todo el universo, sustituye a la mujer que se ha perdido”. Por una vía u otra lograr la perduración de Elena Obieta. Pero una novela que versa sobre un museo, y cuya escritura Macedonio hizo lo indecible por prolongar por décadas, ¿no es ya en sí misma un museo? Por otra parte, en el prólogo de su libro El último lector (2005), Piglia habla de crear una sociedad ima-

ginaria de lectores. Y puntualiza: “El primero que pensó estos problemas fue, ya lo sabemos, Macedonio Fernández. Macedonio aspiraba a que su Museo de la novela de la eterna fuera ‘la obra en que el lector será por fin leído’”.

el mAcedonio de borges y pigliA

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n su ensayo “El último cuento de Borges”, Piglia analiza el cuento borgeano “La memoria de Shakespeare”. Aquí, un hombre llamado Borges hereda la memoria del dramaturgo inglés y carga con el peso inmenso de llevar una memoria ajena. Piglia imagina a su vez que alguien “en el futuro, en una pieza

Una y otra vez Piglia ha escrito en sUs libros y declarado en entrevistas acerca de sU Pasión Por crear tejidos de historias .

de hotel de Londres, comienza a ser imprevistamente visitado por los recuerdos de un oscuro escritor ajeno al que apenas conoce”, y en la memoria borgeana que le heredaron, ese alguien “percibe la figura frágil de Macedonio Fernández en la penumbra de un cuarto vacío”. ¿Pero qué diferencia, me digo, habría entre el Macedonio que conoció y leyó Borges y el Macedonio de la escritura de Piglia? A muy grandes rasgos diría que a Borges, curiosa o paradójicamente, le interesó el hombre de carne y hueso con sus ocurrencias y salidas geniales, y a Piglia todo aquello que en su vida y en su obra fuera filón de oro para volverlos invención o reflexión literarias. A Borges le interesa más la persona que se vuelve personaje y a Piglia el personaje que nunca deja de serlo. A Piglia –según me respondió en una entrevista que le hice en Buenos Aires en 1992– le parecía que Borges “había disminuido al escritor frente a la persona”. Pero Macedonio era mucho más para Piglia. En La ciudad ausente hace decir al falso o auténtico Emil Russo, que igual que Charles Fourier, Macedonio “es un filósofo y un mago, un inventor clandestino de mundos”. Si es exagerada o no la equiparación, es asunto de los lectores que hayan leído a Fourier y a Macedonio.

tejidos de historiAs

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na y otra vez Piglia ha escrito en sus libros y declarado en entrevistas acerca de su pasión por crear tejidos de historias; la digresión, lo dijo, es la base de su narrativa, y por ende, de su Poética. Obviamente debe haber una clara habilidad a la hora de tejer las historias para que el lector no pierda el interés ni se sigue

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dañe la coherencia. Sin duda eso está en el tablado móvil de sus dos primeras novelas (Respiración artificial y La ciudad ausente) y de su imaginativa novela corta En este país, pero también en sus libros teóricos, donde de pronto, como un ilusionista, saca, no objetos ni animales, sino historias por debajo de la manga. Me refiero a Crítica y ficción, Formas breves y El último lector. Dentro de las novelas hay cuentos, esquemas de cuentos, minificciones, meras anécdotas… En ocasiones utiliza el recurso milyunanochesco de anunciar al final del cuento la siguiente historia. ¿Por qué Piglia no desarrolló más las bellas o dramáticas o fantásticas historias en La ciudad ausente? Pero ¿acaso Piglia no me contestó en aquella entrevista de 1992 que en La ciudad ausente quiso crear cuatro novelas? Dijo cuatro novelas pero pudo haber añadido “y numerosos cuentos y proposiciones y esbozos de cuentos”, buen número de los cuales eran una invitación para que el lector los desarrollara y culminara. En su estructuración la novela, me parece, guarda un equivalente con los juegos múltiples de espacios, que crean una sorpresiva simetría, que hay en las imaginativas construcciones del arquitecto colombiano Rogelio Salmona. Desde los años en que moró en la provincia de Misiones, en el norte argentino, Macedonio Fernández tenía la lúdica afición de recopilar historias ajenas y aun llevó a cabo “un registro de relatos y cuentos”. Por alguna vía es a la vez la premonición de la máquina de Macedonio y el argumento central de La ciudad au­ sente. ¿Cuál sería la trama común o el centro irradiador de la novela? Macedonio quería eternizar en la máquina a su mujer, Elena Obieta, quien murió a los veintiséis años en 1920, o precisando más, a través de la máquina, que se preservaría en el Museo, tenía la intención de que Elena relatase, bien o mal contadas, todas las historias. Hay muchas maneras de eternizar a la mujer que se amó, pero la de Macedonio es una de las más desesperadas. No se resigna –no se resignó– a perderla, y con la máquina anhelaba que el mundo continuara en ella y el mundo existiera por ella al contar y circular las historias. “Su objetivo –diría Piglia– era anular la muerte y construir un mundo virtual.” Elena Obieta se vuelve un personaje inolvidable para la literatura gracias a una doble invención: primero, de Macedonio, luego de Piglia.

lA máquinA de bioy y lA máquinA de mAcedonio

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s inevitable relacionar la invención de la máquina de Macedonio con la invención de la máquina de Morel en la novela de Bioy Casares. Hay diferencias: en

Foto: © Daniel Mordzinski. Fuente: culturamas.es

la sitUación Paranoide en la qUe viven los Personajes PUeden definirlas frases como : “e n este País los qUe no están Presos trabajan Para la Policía , inclUidos los ladrones ”

la máquina de Bioy-Morel se inmortaliza la vida banal de un grupo de amigos durante una semana en una isla desierta, es decir, es la idea del eterno retorno, tan próxima a Borges y a Bioy. Pero esas imágenes sólo son dables a quien llegue a la isla y encuentre el aparato inventado por Morel, como le sucede al fugitivo venezolano, que en su desesperación amorosa termina por personificarse en el filme para ser el amante de la imagen cinematográfica de Faustine. En la de Macedonio hay a la vez un personaje y una idea del absoluto: el personaje es Elena y la idea es construir una máquina para circular todas las historias y los hechos del mundo.

lAs historiAs en lA novelA

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lgunas de las historias que cuenta la máquina de Macedonio en La ciudad ausente son conmovedoras o angustiosas, como aquella de la pérdida que vive el adolescente de doce años de una chica de su edad; o aquella de la misma agonía y muerte de Elena Obieta que leemos con una honda tristeza y una ternura ahogada; o aquella angustiosa del marxista húngaro, quien sabía de memoria el Martín Fierro, pero era del todo inhábil para articular un discurso en castellano, lo cual, si se ve bien, resulta a fin de cuentas una metáfora de la máquina, es decir, alguien “capaz de contar con palabras perdidas la historia de todos”; o aquella, repug-

nante y terrible, del comisario de policía Leopoldo Lugones hijo, torturador de anarquistas y de alguna manera causante del suicidio atroz de su padre. Entre el fin de la última dictadura militar argentina y la edición de la novela median nueve años. En una lectura alusiva, aquí y allá, están en la novela, en páginas y fragmentos de delirio homicida, los años de la dictadura (1976-1983), pero podrían ser también de cualquier dictadura. Para mí son tal vez los momentos más intensamente dramáticos de la trama. Sin embargo, no hay nada más estremecedor que el hallazgo hecho de casualidad por un niño, de los setecientos o setecientos cincuenta pozos circulares henchidos de cadáveres, que representan figuradamente “el mapa del infierno” dantesco, o, actualizado, el destino de los detenidos-desaparecidos por la dictadura. La situación paranoide en la que viven los personajes pueden definirlas frases como: “En este país los que no están presos trabajan para la policía, incluidos los ladrones” (Renzi a Junior), “El poder político es siempre criminal” (Fuyita a Junior), “Nos vigilan a todos” (el doctor Arana a la imagen de Elena Obieta). Todo régimen dictatorial es claustrofóbico, la gente vive con una sensación de ahogo, salvo, claro, las clases privilegiadas. En la redacción misma del periódico El Mundo, donde trabajan Junior y Renzi, todos son, o al menos se sienten, prisioneros. Ese clima de ahogo lo viven en la novela la loca Lucía, encerrada en su pieza del hotel Majestic de Avenida de Mayo; Ana, la inteligentísima Ana, guarecida en su librería en un pasaje del Paseo Nueve de Julio, y en el ahogo más extremo, Elena Obieta, dentro de la máquina inventada por Macedonio Fernández. “Todo relato es policial”, se lee, y el principal protagonista, el periodista Junior, va hilando los tejidos hasta hallar en una isla del Tigre, en el norte de la ciudad de Buenos Aires, el museo y la máquina de Macedonio, pesquisa que le ha servido para un reportaje en varias entregas para el periódico El Mundo. Para llegar al fin al objetivo ha debido indagar antes en la ciudad y en el campo y tratar con prostitutas dementes, tahúres, pistoleros, drogadictos, psicóticos, falsificadores, traficantes, usurpadores de identidad, inventores fraudulentos, exguerrilleros, policías, refugiados, vagabundos, ancianas solitarias… Un submundo criminal y marginal entre la clínica y el barrio bravo, la cárcel y la fosa común. ¿Pero encontró Junior el museo y la máquina o sólo es otra historia de la máquina? O la pregunta más angustiosa y dramática: ¿la máquina de Macedonio se desactivó y sólo se vive –vivimos– en mundo virtual sin historias?

vAlAdés, zepedA y pigliA

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al vez no se conocieron ni se leyeron nunca, pero hay entre los tres una correspondencia secreta. Los tres son vivos símbolos de los contadores de historias: uno, Edmundo Valadés, es el gran preservador y su revista El Cuento sería también emblemáticamente el Museo de las historias contadas; Eraclio Zepeda, a través de la oralidad contó ante públicos encandilados todas las historias posibles con sus variaciones continuas; Ricardo Piglia las escribió o las teorizó. Los tres continuaron, a su manera, la tradición de encantamiento de Las mil y una noches o, más simplemente, de los cuentacuentos o cuenteros que uno halla a diario en las ciudades, los pueblos, el campo o las largas costas. Valadés, Zepeda y Piglia estaban convencidos de que reproducir historias o contarlas era el don que les fue dado para emocionar, avivar la imaginación y dar felicidad a aquellos que los oyeran o leyeran. Los tres, cada quien a su manera, lo hicieron asombrosa, inolvidablemente


La solución Javier Bustillos Zamorano

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s un salón oval, rodeado de ventanales de piso a techo, a través de los cuales se ve el mar iluminado por la luna. Un viento suave mece las hojas de las palmeras que rodean el amplio jardín donde se ve a una treintena de guardias que vigilan el sitio. Sentados en sillones de mimbre están Don Julián y el funcionario .)

don julián : Déjese de pendejadas, licenciado, y no me eche discursos, que no está usted frente

a los imbéciles que lo aplauden. A partir de este momento nos haremos cargo del asunto. Ustedes tuvieron todo el tiempo que me pidieron y no lograron nada; ahora vamos nosotros. funcionario : Don Julián, en nombre de su amigo le pido… don julián : Dígale a mi amigo que no estorbe y que nos deje arreglar esto a nuestro modo. Ustedes ya agotaron todo su arsenal y este cabrón sigue arriba en todas las encuestas; nuestros propios sondeos dicen que va a ser imparable. funcionario : Si me permite, don Julián… don julián : Ya váyase, licenciado, y dele mi mensaje a su patrón. funcionario : Don Julián, sólo unos minutos… es que las cosas empeorarían con un atentado, el país no lo aguantaría, la comunidad inter… don julián : ¿A qué carajos se refiere con eso de que el país no aguantaría? funcionario : La sociedad, don Julián. don julián : ¿De qué demonios me está usted hablando? ¿Cuál sociedad? ¡La sociedad no existe! ¡Estamos nosotros, están ustedes y están los empresarios, punto! funcionario : Me refiero a sus seguidores, don Julián, a toda esa gente que lo sigue, incendiarían al país. don julián : (Después de una carcajada.) Ah, qué pinche licenciado, ahora sí que se la sacó. ¿De qué incendio me habla? ¿Se incendió el país después de lo de Ruiz Massieu? ¿Tembló después de lo de Colosio? ¿Se apareció el diablo después de lo de Mouriño, Blake y los otros? No mame. funcionario : Es que nos pondría en una situación difícil… Mucha de esa gente es radical, don Julián, no son fáciles de persuadir o de… don julián : La gente, licenciado, y usted lo sabe, sólo entiende a madrazos y ya controlada prefiere obedecer a seguir jodiendo, ya agarrada de los tanates prefiere obedecer a protestar. Ustedes ya se van, pero nos quedamos nosotros, se quedan nuestros amigos, los que le meten dinero para que este país funcione; nuestros intereses, que no vamos a arriesgar con un pinche loco en la presidencia. funcionario : ¿Podría saber cuándo o cómo lo harán? don julián : ¡Ah qué huevos los suyos! Pero bueno, lo voy a tomar como una atención para su jefe, mi amigo. Será en uno de sus mítines, no lleva escoltas, le gusta mostrarse, que lo abracen, en fin. Una vez eliminado, dejaremos mensajes de algún grupo, no sé, de guerrilleros, de anarquistas, de indígenas o de zapatistas que tampoco lo quieren… ¡o de los huachicoleros!, ya se verá. funcionario : Para que la gente crea… don julián : Para que no sepa de dónde vino el putazo. De ese modo sembraremos la duda, no sabrán contra quién ir. La confusión, pues. Así no armarán desmadres, pues un movimiento social o revuelta no se hace con gente que vacila o que duda. Usted tranquis, licenciado. funcionario : ¿Y cuándo será? don julián : El lugar y la fecha lo sabremos sólo yo y los que jalarán el gatillo. funcionario : ¿… francotiradores? don julián : Puede ser. O un asesino solitario (sonríe). Ah y otra cosa: si hubiera necesidad, también nos echaríamos a alguno de su partido y a otro de otro; no sé, alguien menor, para incrementar más la duda; ya les avisaremos (detiene con un ademán una réplica del funcionario ). Ya, mi Lic. Suficiente. Váyase y avísele a mi amigo que ya tenemos la solución

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dramaturgia

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Quetzalcóatl Willard Johnson y D.H. Lawrence en la pirámide del sol, Teotihuacán, México, 1923. Fuente: Universidad de Nottingham

Carlos Framb COMO PARTE DE SU “PEREGRINACIÓN SALVAJE”, COMO LLAMÓ A SU AUTOEXILIO, EL GRAN NOVELISTA INGLÉS ESTUVO EN MÉXICO, Y TRAS UN LARGO PERIPLO INCLUSO CONCIBIÓ LA IDEA DE UNA ESPECIE DE COMUNA A ORILLAS DEL LAGO DE CHAPALA “MEXICO TIENE UNA CIERTA BELLEZA PARA MÍ, COMO SI LOS DIOSES ESTUVIERAN AQUÍ” AFIRMÓ EL AUTOR DE LA SERPIENTE EMPLUMADA Y MAÑANAS EN MÉXICO

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ue una tarde fría y luminosa de fines de diciembre de 2016, en una librería de viejo de la calle Donceles, cuando me enteré del paso del novelista inglés d.H. Lawrence por tierras mexicanas. Baruch, el joven librero, que conocía mi interés por el tema de los escritores extranjeros en México, me presentó un par de libros de dicho autor: La serpiente emplumada y Mañanas en México. El 21 de marzo de 1923, David Herbert Lawrence y su mujer Frieda, cruzaron la frontera en Ciudad Juárez y abordaron el tren con destino a Ciudad de México. Pasaron su primera noche en el Hotel Regis y después se mudaron al Montecarlo, hotelito italiano de la calle Uruguay. El diario Excélsior anunció su llegada en la sección de viajeros del 25 de marzo. Los escritores estadunidenses Witter Bynner y Willard Johnson, amigos de los Lawrence, se les unieron una semana después y juntos fueron a Cuernavaca, donde los vestigios de Emiliano Zapata le arrancaron a Lawrence una lágrima. Contemplaron el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl y montes de aristas azuladas o cubiertos por una caperuza de nubes, colinas y laderas nadando en un nimbo de luz, setos de cactus, mezquite y palo blanco, mesetas enjutas, todo rocas y sequedad, la huella de una serpiente en el polvo, la mancha blanca de un pueblo a lo lejos, tierra calcinada y descolorida, oscuros bosques de pino y estrellas centelleantes como ojos de coyote. El itinerario incluyó Puebla, Orizaba, Cholula y Atlixco. Cuántas imágenes: magníficas iglesias con su ábside como una enorme pompa a punto de reventar, calles pedregosas, unas cuantas cabras y un camino entre árboles desperdigados, casuchas de adobe donde rojeaba un fuego precario, una solitaria capilla de dos

torres, un viejo tranvía de mulas, un molino, el aguador corriendo con un palo en los hombros y dos pesadas latas llenas de agua, mujeres envueltas en rebozos azules, descalzas y con revuelo de faldas voluminosas, mujeres lavando arrodilladas sobre piedras, llevando cántaros de barro al hombro o moliendo maíz y haciendo masa para las tortillas; niños indígenas bañándose en un charco, hombres envueltos en sarapes o arrebujados hasta los ojos en ponchos colorados, el cuerpo bajo, el rostro oscuro, los ojos negros de pedernal cuyo brillo acerado semeja a un puñal en la noche, ojos de mirar selvático y penetrante, a un tiempo temible y acariciador. Visitaron las pirámides de Teotihuacán. A Lawrence le fascinó el muro de Quetzalcóatl, el gran dragón de México, la deidad venerada en forma de serpiente enrollada en sí misma, con garras y cubierta de plumas. Tal vez ese fue el germen del tema de la referida novela La serpiente emplumada. Ya en su primer trabajo sobre México, Au revoir usa, Lawrence aludió a la serpiente de cascabel enroscada en el corazón de México.

peregrinAción sAlvAje

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awrence y Frieda llegaron a México por vía indirecta. A fines de 1917, tras acoso constante por parte de las autoridades militares, los Lawrence se vieron obligados a dejar Cornualles. La nacionalidad alemana de Frieda, su pareja desde 1912, así como el rechazo abierto de Lawrence al militarismo, levantaron sospechas de espionaje en una Inglaterra en guerra. Esto, y la censura a su obra literaria por supuesta obscenidad, lo llevaron a emprender lo que él mismo llamó su peregrinación salvaje. Tras pasar unos meses en el

pequeño pueblo rural de Hermitage y otros en Mountain Cottage, la pareja abandonó el Reino Unido en 1919 y puso rumbo al sur, a Italia, Austria y Alemania. Entre tanto, América se iba convirtiendo para Lawrence en la ilusión de una vida nueva, más plena y humana, lejos del consumismo y la tecnocracia. En una carta a Harriet Monroe escribe: Tengo que ver América: aquí el otoño de la vida se ha iniciado, la caída: somos apenas algo más que fantasmas en la niebla […] Tengo que ver América. Creo que sólo puedo hallar esperanzas allá, donde la vida surge de sus raíces, cruda pero vital. Aquí el árbol de la vida está muriendo. Tengo que ver América.

Inicialmente, Lawrence quiso visitar el suroeste estadunidense e incluso manifestó su deseo de encontrar una granja en algún lugar apartado. Mabel Dodge Luhan, mecenas, lo invitó, en 1921, a formar parte de su colonia de artistas en Taos, Nuevo México. Lawrence vaciló y después partió para Ceilán y Australia. No encontró allí lo que buscaba y, a fines de 1922, arribó a lo que por ese entonces era Kiowa Ranch, cerca de Taos. Le conmovió profundamente la danza antigua de los hopis, que es también la de los aztecas, zapotecas e huicholes, una danza silenciosa, intensa, danza de los pies y los tobillos, el cuerpo que se apoya suavemente en las rodillas dejándose caer sobre la tierra como el pájaro macho al fecundar a la hembra, danza del maíz que germina, danza del escudo y de la espada, de la emboscada y la sorpresa, del venado y del antílope. Tal vez porque Taos no resultó lo que esperaba o porque viajar es una espléndida lección de desencanto,


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y el novelista inglés: D.H. Lawrence en México los Lawrence continuaron su peregrinación. En Ciudad de México, d . H . Lawrence asimiló parte de la bibliografía obligada: La Historia..., de Bernal Díaz del Castillo; Vues de Cordilléres, de Humboldt; el Diario, de la señora Calderón; la Historia..., de Prescott; The Gilded Man y The Delight Maker, de Bandelier, la Autobiografía, de Dana; The Mexican People, de Pinchon y Gutiérrez de Lara; Mexico, de Terry; The Gods of Mexico, de Spence, y varios volúmenes de los Anales del Museo Nacional. Lawrence fue presentado a escritores y artistas de la ciudad. Una noche de bohemia, en la colonia Roma, conoció al dibujante Miguel Covarrubias, apenas un adolescente, quien acompañó al escritor a ver a los muralistas Diego Rivera y José Clemente Orozco pintando sus frescos en la Secretaría de Educación y la Escuela Nacional Preparatoria. Años después, Covarrubias haría varios dibujos de memoria del escritor inglés, uno de los cuales utilizó Bynner como portada de Journey With Genius, memorias de su experiencia de viaje por México con Lawrence.

“...un cierto misterio de bellezA”

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nsioso por realizar el proyecto de construir una especie de comuna en la que él, su mujer y sus amigos más cercanos pudieran vivir creadora y libremente, e intrigado por las descripciones de las riberas del lago de Chapala, en Jalisco, Lawrence decidió ir solo a averiguar si convendría que los demás se trasladaran allí. Poco después Frieda y los dos amigos se le unieron. Los Lawrence se hospedaron en Los Cuentales, en la calle Zaragoza, y Bynner y Johnson en el Hotel Arzapalo. Lawrence empezó entonces la redacción de La ser­ piente emplumada. En ella Chapala se convirtió en Sayula y sus amigos estadunidenses se disfrazaron con los nombres de Owen Rhys y Bud Villiers. Él mismo es un alter ego de la protagonista Kate Leslie. Mañanas a orillas del lago de Chapala, la luz cubriendo de oro la superficie o la bruma opalescente velando la atmósfera, una barca surcando el agua color tórtola, internándose en la sombra, y jacintos acuáticos flotando a la deriva… Hacia mediados de julio, Frieda embarcó en Nueva York hacia Inglaterra y Lawrence partió a California, donde renovó su amistad con Knud Merrild y Kai Gótzsche, pintores daneses que había conocido en Taos, y les propuso acompañarlo a la costa oeste de México en busca de un lugar para instalarse; Gótzsche aceptó. El 26 de septiembre, Lawrence emprendió su segunda incursión en tierras mexicanas. Se dirigieron al sur, pasando por Guaymas, Navojoa, Mazatlán y Tepic. Desde Navojoa se desviaron brevemente a Minas Nuevas y Álamos. En esta visita encontró parte del escenario para The Woman Who Rode Away, relato donde aparecen la mina y el mercado de Álamos. Desde Tepic volvieron al este.

Viajaron en coche y a lomo de mula a Ixtlán del Río, y allí tomaron el tren hacia Guadalajara, desde donde escribió a su amiga Catherine Carswell: México tiene un cierto misterio de belleza para mí, como si los dioses estuvieran aquí. Ahora, en octubre, los días son tan puros y bellos que producen una especie de encantamiento. Desearía poder construir un pequeño rancho, donde pudiéramos tener nuestras casas de adobe y comenzar una nueva vida; y que usted pudiera venir con Don y John Patrick. […] Es extraño, recorrí toda la costa del pacífico pensando: es mejor regresar a Inglaterra. Y luego, una vez que hube cruzado la barranca de Ixtlán, era aquí, donde los dioses pueden ser espantosos pero son jóvenes, donde quería estar, aquí, en México, en Jalisco. Y hay lugar, lugar para todos nosotros.

tengo qUe ver américa: aqUí el otoño de la vida se ha iniciado , la caída : somos aPenas algo más qUe fantasmas en la niebla […] t engo qUe ver a mérica . c reo qUe sólo PUedo hallar esPeranzas allá , donde la vida sUrge de sUs raíces , crUda Pero vital . a qUí el árbol de la vida está mUriendo . t engo qUe ver a mérica .

No obstante, debía volver a Inglaterra y el 22 de noviembre embarcó en Veracruz. Lawrence propuso a sus amigos ingleses que lo siguieran a América para crear una colonia. Cuando los Lawrence zarparon en el Aquitania, en 1924, sólo tuvieron la compañía de miss Dorothy Brett. Se instalaron cerca de Taos, en un rancho que Lawrence intercambió con Mabel Dodge Luhan por el manuscrito de su novela Hijos y amantes. En su último escrito de tema americano, “Un poco de claro de luna con limón”, inspirado a orillas del Mediterráneo y recogido en Mañanas en México, evoca con nostalgia el rancho de Nuevo México, su rancho, la única posesión que tuvo en su vida, rancho al que no pudo regresar y donde hoy reposan sus cenizas. A fines de octubre de 1924, la pareja y miss Brett ingresaron a México, con destino a Oaxaca. Querían explorar el sur debido a la presencia de comunidades zapotecas y mayas. En la escala en la capital, Lawrence fue retratado por Edward Weston, desairó a Somerset Maugham y visitó el Museo Nacional de Antropología donde, para su indignación, un guía le rogó que se quitara el sombrero. Ahí contempló a Quetzalcóatl, a la Piedra del Sol y un puñal de obsidiana, el puñal de puñales, el puñal de los sacrificios con que el sacerdote abría el pecho de la víctima para arrancarle el corazón y ofrecérselo a Huitzilopochtli. El 8 de noviembre salieron para Oaxaca. Alquilaron una casa en la avenida Pino Suárez. Lawrence tomó un criado, Rosalino, y empezó a explorar los mercados y las calles. Fue a caballo a ver el árbol gigante de Tule y las ruinas de Mitla. Sentado en el jardín de su casa, en pleno diciembre y mientras trabaja en La serpiente emplumada y Mañanas en México, Lawrence se maravillaba de la temperatura, ni muy fría ni muy cálida, y se demoraba en el calidoscopio de formas y colores, olores y sonidos que lo rodeaba: el oscilante magenta de las buganvilias, pájaros escarlata semejantes a gotas de sangre, vibrando en la brisa o bañándose en un estanquillo, colibríes incandescentes y grandes y hermosos gavilanes, el ligero perfume de claveles y rosas de té, el resinoso olor de madera y el aroma de los cafetales, y el ruido de las pezuñas de la manada, el chirrido de una carretera de bueyes, rumor de lluvia y de palmas agitándose al viento y un redoble de tambor en el silencio de la mañana… En marzo de 1925, Lawrence tuvo una grave crisis de salud; el diagnóstico, tuberculosis avanzada, lo obligó a volver a Taos a fines de mes y de allí a Europa. La aventura mexicana había terminado. La familia se estableció en una villa al norte de Italia, en las proximidades de Florencia. Durante sus últimos años, y aunque disminuido por la enfermedad, Lawrence retomó su gusto por la pintura en acuarela, escribió La Virgen y el gitano y El aman­ te de Lady Chatterley, su obra maestra. Tras haber recibido el alta del sanatorio, falleció el 2 de marzo de 1930 en Villa Robermond, en Vence, Francia

D. H. Lawrence, México, 1923. Fuente: Universidad de Nottingham


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Giovanni

4 de junio de 2017 • Número 1161 • Jornada Semanal

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Sartori

autoridad moral y cultura d

POLITÓLOGO MUNDIALMENTE RECONOCIDO, ACADÉMICO, COLUMNISTA Y EDITOR, ENTRE OTRAS DE SUS FACETAS DE LA DEMOCRACIA, COMO LOS PARTIDOS POLITICOS, FUE DE GRAN RELEVANCIA Y AÚN TIENE VIGENCIA.

l politólogo italiano Giovanni Sartori, quien falleció el pasado 4 de abril a los noventa y dos años de edad, fue uno de los más reconocidos estudiosos del mundo sobre teoría de la democracia, sistema de partidos y constitucionalismo. Desde la década de los años noventa del siglo pasado, en Italia, solía aparecer con frecuencia casi semanal en uno que otro programa de televisión de los que organizan debates entre políticos, ciudadanos e integrantes de organizaciones de la sociedad civil. Extrañamente fue allí, y no en los salones escolares o en los periódicos con los que colaboraba, donde, todavía como estudiante de liceo, me familiaricé con su concepción de la “ciencia política”, una disciplina que, junto a la Rivista italiana di scienze politiche, fundó académicamente en Italia, con su visión de la democracia. La capacidad de análisis y la claridad expositiva de Sartori se destilaban, y resultaban simplificadas pero nunca simplonas y siempre eficaces en las intervenciones en estos programas, y llegaban en el momento adecuado y tenían la función primordial de rectificar y moderar los disparates que la mayoría de los políticos suelen proferir, creyendo salir impunes de la transmisión. Destacaba su sarcasmo picante, fundado en una mezcla de autoridad moral y sagacidad verbal, y sus sentencias lapidarias sobre la casta político-gubernamental. En la televisión, pero también en sus columnas en el diario nacional Corriere della Sera, Sartori jugaba el papel del experto y del desmitificador, al criticar y, a veces hasta ridiculizar ciertas banalidades que, con buena o mala fe los miembros destacados de los partidos, los

congresistas, los secretarios de gobierno o los mismos periodistas invitados reiteraban. Era el momento más esperado, quizás el único minuto realmente útil y sincero en las dos horas de enpantallamiento mediáticopolítico frente a la Tv . Hoy en día, esos espacios se han ido convirtiendo en cajas vacías de infotainment, o sea, de información-espectáculo sin mucho contenido, y una figura como Sartori no cabría allí. Fue en México, tras un evento que organizó la unam hace unos años, que pude escucharlo en vivo en el auditorio del Instituto de Investigaciones Jurídicas, y que pude descubrir cuán popular, citado y estudiado es en el país y en América Latina. Como ha pasado con otras figuras históricas de la filosofía y de las ciencias políticas italianas, a partir de Niccolò Machiavelli hasta llegar a Antonio Gramsci, Bruno Leoni, Gaetano Mosca, Norberto Bobbio y al “alumno” de Sartori, Leonardo Morlino, por mencionar a algunos, también Sartori gozó de una fama enorme y sus escritos tuvieron repercusiones incluso más en el exterior que en su mismo país de origen. El académico florentino, nacido en 1924, salió en 1976 de Italia, cuando la publicación de su libro Par­ tidos políticos y sistema de partidos lo estaba proyectando en la escena internacional de los estudiosos de ciencias políticas. Fue muy crítico con su propio país y su mundo académico, a ambos reservaba epítetos tales como “Burro-Cracia”, “Sueño-Landia”, “Risa-Landia” y “un país sentado en los mismos sillones que ocupa”. Finalmente, desarrolló el resto de su carrera en Estados Unidos, entre Stanford y la Columbia University y, diría yo, en el mundo entero.

Su definición de los partidos políticos, una institución que hoy en día está tocando fondo en la opinión de la gente, sobre todo en países como México en que hay mayores niveles de corrupción y, a la vez, de desigualdades y demandas sociales insatisfechas, constituyó una aportación valiosa al conocimiento sobre los elementos formativos de la democracia, ya que los diferenciaba claramente de los movimientos sociales. Al describir el partido como “cualquier grupo político identificado con una etiqueta oficial que se presenta a las elecciones y puede sacar en elecciones (libres o no), candidatos a cargos públicos”, Sartori hacía en su momento un acotamiento necesario que recortaba espacios de comprensión de la realidad política y de la compleja interacción entre los mismos partidos, los lobbies o grupos de presión y los movimientos organizados de la sociedad. “Definir la democracia es importante porque establece qué cosa nos esperamos de la democracia. Si vamos a definir la democracia de manera ‘irreal’, no encontraremos nunca ‘realidades democráticas’. Y cuando de vez en cuando declaramos ‘esto es democracia’, o bien, ‘esto no lo es’ queda claro que el juicio depende de la definición o de nuestra idea sobre qué es la democracia, qué puede ser o qué debe ser”, escribía Sartori en el exordio de su texto fundamental ¿Qué es la demo­ cracia? (https://goo.gl/MEEeOu), publicado hace casi un cuarto de siglo pero todavía muy actual. En efecto, esta cita arroja luces sobre el fenómeno reciente del desencanto y la decepción respecto de la democracia: la carga simbólica y las expectativas materiales que


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(1924-2017) Fabrizio Lorusso

democrática

S, SU CRÍTICA A LAS ESTRUCTURAS

Foto: Cristina Rodríguez/ La Jornada

EL aUGURIo DE confiamos a la democracia como sistema, cuando son excesivas, generan desilusión y hasta rabia, pero muchas veces se trata de proyecciones que se refieren a otras esferas, como la economía y la justicia social, que interactúan con el sistema político pero no se identifican con él. El problema del desconocimiento acerca del mismo concepto de democracia, que el libro llegaba a sanar, era y es apremiante. Cada vez más las retóricas y los discursos políticos compiten para descalificar el régimen democrático, sus logros y mecanismos, y parecen basarse en una escasa comprensión de éste, cuando no en la mala fe o en una predeterminada estrategia electoral o mediática. Sartori tenía bien clara la diferencia entre democracia política, social y económica, sosteniendo que la primera es la condición necesaria de las otras dos, es decir, representa el elemento central, pues una democracia sin adjetivos ha de entenderse como “política”, ya que “las democracias en sentido social y/o económico extienden y completan la democracia en sentido político y son también, cuando existen, democracias más auténticas”. Es aquí, me parece, que se torna fundamental la discusión sobre la relación entre el capitalismo, entendido como sistema-mundo dominante en esta fase de globalización neoliberal, y la democracia como sistema político imperfecto y sujeto a presiones crecientes para su aniquilación y vaciamiento de significado frente a las lógicas del capital, o bien, por otro lado, para su radicalización y su reinvención frente a los retos del siglo xxi

SaRToRI

Apuntes para una biografía •nacido en Florencia, italia, en 1924, giovanni sartori es considerado uno de los principales protagonistas del debate político-cultural contemporáneo.

• Licenciado en ciencias sociales y profesor emérito en la universidad de su ciudad natal, impartió también clases de filosofía moderna, lógica y teoría del estado en universidades estadunidenses, entre las que destacan yale, stanford y Harvard.

•su labor intelectual fue reconocida con numerosos doctorados honoris causa, otor-

gados por instituciones tanto de europa como de américa, incluyendo a la Unam hace una década. asimismo, hace dos años recibió la orden del Águila azteca, que lo reconoció como máxima referencia mundial en materia de ingeniería constitucional.

en 2005 fue galardonado con el Premio Príncipe de asturias de Ciencias sociales por su compromiso con las garantías y las libertades de la sociedad abierta, además de contribuir al debate contemporáneo de la ciencia política.

•además de ser catedrático e investigador fue editor y periodista, fundador de la Revista Italiana de Ciencia Política y colaborador-editorialista en el diario Corriere della Sera.

es autor, entre muchos otros títulos, de Ingeniería constitucional comparada, ¿Qué es la democracia?, La sociedad multiétnica: pluralismo, multiculturalismo y extranjeros y Homo videns: la sociedad teledirigida. en este último, sartori analiza la influencia de los medios de comunicación en la sociedad actual y especifica los peligros de la exposición constante a la televisión, para la que denominó la generación del videoniño.

en una entrevista publicada en este diario en 2005, sartori ofreció una visión amplia de las posibilidades que tiene un medio masivo como la televisión y las opciones reales de contar con un instrumento que apueste por las ideas y la reflexión. en palabras del propio politólogo, “la televisión, desde mi punto de vista, es el medio de comunicación más importante, el más eficaz, el que integra un público más vasto, ahora más que nunca resulta decisivo también para la cultura, lo mismo que para la información y la política. en sus inicios, en los años cincuenta, no se esperaba esta potencia del medio, nadie lo había previsto. sin embargo, ahora es el instrumento usado no sólo con fines negativos, también como beneficio, como el árbol de la ciencia que produce el bien y el mal. La finalidad de una televisión seria y responsable es instruir, educar y acercarse a un público que desea ver una mejor televisión”. Por lo tanto, “el impacto de la televisión cultural es mucho más importante que los ratings, porque cuenta con un público específico, que a su vez transmite la información de lo que aprende en la televisión, por lo que hay un efecto multiplicador que las estadísticas no registran, pero que es importante porque integra a un público y crea una opinión. tenemos que buscar la manera de hacer una televisión que sirva para educar a los hombres. es mi augurio.”

a. S.


LEER ¿No habrá puerta de salida?, Adriana Dorantes, Casa Editorial Abismos, México, 2016.

LA HERIDA FUNDAMENTAL ELENA MÉNDEZ

“E

scribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos”, afirmaba la poeta Alejandra Pizarnik. De esa evidente desgarradura habla Adriana Dorantes (Ciudad de México, 1985) en este poemario. Digna heredera literaria de Pizarnik, se mueve, como ella, entre el onirismo surrealista y la angustia existencialista, alzando una voz contundente, deletreando su introspección, arrojándola al mundo. El yo lírico muestra una lucidez apabullante: la lucidez del que se sabe con alas maltrechas, con raíces endebles. La obra consta de treinta y cuatro poemas y se divide en tres apartados: “Lotería”, “Disparos” y “¿No habrá puerta de salida?” Del primer apartado destacan los textos “La puerta”, “La luz” y “La eternidad”. Los primeros dos tratan de cuán vano e ilusorio es todo: “Nunca hubo una puerta,/ estuvimos rascando promesas entre nosotros mismos/ alrededor de infiniinfini tas paredes que nos mostraban formas engañosas.// Un labelabe rinto de escamas pétreas./ Un abismo./ Nada.”; “Quiero ser una luz que sobresalga,/ pero sólo puedo quedarme atrapaatrapa da entre mis moribundos destedeste llos.” Mientras que en “La oscuoscu ridad” el ser se sabe maldito, condenado: “mutilaba flores porque la soledad de su centro era más bello que sus/ péta pétalos.// Sé que nací con un miedo antiguo:/ una angustia enternecida sudando sobre la piel”. El segundo apartado, como su nombre indica, se compone de textos breves y letales. Incluso epigramáticos, como los poemas 5 y 8, que cito íntegros: “Yo deseaba la eternidad/ sin saber que lo único eterno es el eco, la vacuidad,/ la mudez.// Caer perpetuamente sin morir:/ esa es la única eternidad que nos contempla en sus planes,/ los únicos yerros,/ las únicas sales”; “Me dijeron que había que creer./Pero nunca supe más de plenitud que cuando abandoné toda creencia.” En el tercer apartado, que da título al volumen, se reafirma la conciencia de la futilidad: “nada digno hay en preservar lo marchito,/ mienten los bardos que han narrado mi condena”, concluye “Oscuras raíces”. Esa conciencia de la futilidad abarca, incluso, el ámbito amoroso. Será en vano intentar escaparse, como hubiese querido el “Segundo Prometeo”, uno de los mejores poemas de este volumen: “Cuando el dios robó el fuego/ no sabía que habría de pasar el resto de sus días en la cima/cumpliendo un castigo eterno.// Con el destino y la faz de un segundo Prometeo,/ cuando yo amé tampoco lo supe: habría de sufrir

4 de junio de 2017 • Número 1161 • Jornada Semanal

todos los días/ sin piel que me guardara; las manos atadas e impedida.// Repito el castigo:/ miro tu andar indiferente,/ sé que el silencio de tus ojos/ y tu voz indispuesta/ son las aves rapaces que vienen cada día/ al festín eterno de mis entrañas.” El poema final, llamado justamente “¿No habrá puerta de salida?” habla de sobrevivir a pesar de las ideas fatalistas y el ambiente viciado: “yo quería ser, existir, permanecer,/ vivir el presente sin anhelar, sin huir”; “Escogí permanecer./ Permanezco.” Pizarnik declaró alguna vez: “Creo que la única morada posible para el poeta es la palabra.” Dorantes, como buena discípula suya, adopta esa creencia, la vuelve un credo, ese credo que la hace permanecer y cantarle a esa herida fundamental que zurce con versos, que restaña en medio de un silencio que hace eco • Cartapacios, Pedro Damián Bautista, Universidad Veracruzana, México, 2016.

OLEO GRÁFICO DE MUJER VOLCÁN ANDREA TIRADO

A

los dieciocho años Damián deja de ser niño; va amaneciendo en él la “conciencia de las cosas”. Descubre su despertar cuando conoce a Yolanda-Antonietta: “una texana frondosa de Laredo interesada por toda la cultura mexicana. Divorciada y de aproximadamente veintiocho años”. Pedro Damián Bautista inicia así el argumento de Cartapacios, el cual se desarrolla entre Laredo, Texas, y Ciudad de México. Sitúa su historia en el México contemporáneo, alrededor de las elecciones presidenciales de 2006. Un Damián voyerista comienza a seguir a Yolanda en su bicicleta por Ciudad Universitaria. Mientras espía a la mujer, observa su atrevido coqueteo con un hombre mayor: advierte la intimidad de su plática. Cada acción de Yolanda lo perturba más y más; la conciencia del deseo se va haciendo cada vez más patente: la aparición del comportamiento adulto. El niño-adulto decide vencer su perturbación y entablar una conversación con Yolanda. A pesar de ser una charla plena de nimiedades, Yolanda le pide que no la deje. Damián se vuelve entonces una suerte de guardián de la joven mientras deambulan por San Ángel y será, a su vez, testigo del desfile de hombres que asedian a Yolanda. Sólo con estas líneas el autor traza el perfil de su protagonista: una mujer desenvuelta y segura de sí misma, constantemente asediada por hombres, pero un asedio al que responde siempre de manera despreocupada y hasta burlona. Hombres, por otro lado, que no disimulan sus intenciones, pues todas nacen de las pulsiones sexuales que sienten hacia la joven texana. Damián iniciará una efímera relación con Yolanda que culminará con el obsequio (un tanto displicente) de cuatro cuadernos –cartapacios– que escribió la mujer a manera de diario, crónicas o notas. Fascinado, Damián concibe dichos cuadernos como una parte de Yolanda: la muchacha le está obsequiando una forma de intimidad. “El ejercicio de escritura que rescaté es como un

testamento perdido. Ejercicios volátiles, fugaces. Quizá como fueron los orígenes de la literatura: pensamiento mítico y aprehensión del mundo.” Con este pensamiento concluye la primera parte de la novela “a modo de exordio introito preámbulo”, título con el cual se advierte ya el constante juego de palabras que el autor –como buen egresado de Letras Inglesas y perteneciente al grupo de poetas infrarrealistas– inventará a lo largo del volumen. Bautista juega con el lenguaje, juego que se muestra con los monólogos de su protagonista: una mujer culta, bilingüe (españolinglés), y con ciertas nociones del francés y del italiano. El resto de la novela es entonces la transcripción, realizada por Damián, de los cuatro cuadernos-diarios. Los cartapacios siguen una historia relativamente cronológica y, gracias a ellos, el lector puede experimentar, en primera persona, lo que significa crecer mujer, tanto en Laredo como en Ciudad de México; pero no cualquier mujer, sino un “volcán-hembra”, una entre cien mil, una mujer con una sexualidad a flor de piel, consciente de sus atributos, del poder de su cuerpo y con el cual desarrolla, desde una temprana edad, un poderoso juego de seducción que envuelve tanto a hombres como mujeres. Es aquí donde se hace evidente la habilidad del autor, pues la mayoría de los lectores pensaría que se trata de una mujer, ya que son realmente sorprendentes las descripciones que logra realizar Bautista sobre lo que puede sentir y experimentar una mujer en pleno descubrimiento y goce de su sexualidad. Los diarios se componen de una colección de citas, de aforismos y reflexiones que van desde lo religioso –“¡Huid de la fornicación! Cualquier otro pecado que cometa una persona, queda fuera de cuerpo; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo”– hasta lo profano; reflexiones filosóficas (Freud, Nietzsche, Heidegger, Aristóteles) orientadas hacia el goce o lo sexual; y algunas críticas que emite Yolanda hacia el pensamiento conservador que condena: “Al tomar la iniciativa, abren la caja de Pandora y difunden todos los males, entre ellos, su propio castigo.” Una colección rebosante de erotismo. Yolanda-Lolita, YolandaJ u l i e t t e , Yo l a n d a - n i n f a , Yoland a d e s e s t a b i l i z a d o r a d e estructuras conservadoras pudorosas. Cartapacios comparte así un género literario en el cual se encuentran H e n r y M i l l e r, A n a ï s N i n , Guillaume Apollinaire y el Marqués de Sade, entre otros; y convirtió a Bautista en ganador del Premio Latinoamericano de Primera Novela “Sergio Galindo” 2015. Un último aspecto a señalar: a través de las aventuras de Yolanda, el autor va dejando rastros, pistas de su pensamiento, crítica entre líneas de la política, de la realidad social mexicana: pensamientos conservadores, injusticias, desigualdades, corrupción, etcétera. Las figuras masculinas que giran alrededor de Yolanda elaboran diálogos en los que disertan sobre el México contemporáneo; personajes semiautobiográficos en donde se inserta el propio Bautista, pues quiéralo o no, el escritor deja siempre un poco de sí mismo y de su pensamiento en las líneas que redacta •

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LEER

Jornada Semanal • Número 1161 • 4 de junio de 2017

Creando un nuevo mundo. Los orígenes del capitalismo en el Bajío y la Norteamérica española, John Tutino, traducción de Mario Zamudio Vega, Fondo de Cultura Económica/uiceh/ El Colegio de Michoacán, México, 2016.

ACUMULACIÓN DE RIQUEZA EN EL MÉXICO COLONIAL MAYRA INZUNZA

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l Bajío mexicano abarca parte de los estados de Aguascalientes, Guanajuato, Jalisco y Querétaro. La explotación de plata por parte de los españoles en esta región hizo que la monarquía peninsular pudiera satisfacer la demanda de dicho metal, particularmente, en China (y Europa: principalmente a Inglaterra, Italia, Holanda; un poco a India), lo que provocó la formación de una sociedad comercial que se convertiría en uno de los dominios capitalistas de la región y del mundo. Para el catedrático John Tutin o , l o s i n s u rg e n t e s d e l B a j í o destruyeron tal capitalismo de la plata, del cual provenía una buena parte del dinero de México –y de otros varios países– , lo que explicó en el ciclo de conferencias titulado La historia en tiempos de cólera: investigación, imaginación y escritura, desarrollado en el auditorio Pablo González Casanova de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. En dichas conferencias Tutino dio a conocer hallazgos como que hubo familias, antes insurgentes, que se apropiaron de tierras, de las cuales muchos de los “arrendatarios” eran mujeres que además pagaban cuando querían, lo que implicaba una suerte de matriarcado. El autor llama al Bajío mexicano Norteamérica española para diferenciarlo de Mesoamérica; si bien ambas “se desarrollaron entre 1550 y 156 y […] alcanzaron su máximo desarrollo en el siglo xviii […] la Mesoamérica española siguió arraigada en sus cimientos indígenas, mientras que la Norteamérica española, que comenzó en el Bajío y avanzó hacia el Norte durante 300 años, era nueva: su economía comercial era nueva y su población era nueva, compuesta por inmigrantes de Europa, África y Mesoamérica que se mezclaron para crear una amalgama que era aún más nueva”, extendiéndose a Texas, a través de Nuevo México y California, hasta San Francisco. Pero entre 1810 y1811 los insurgentes del Bajío redujeron el peso de plata, debilitando así la economía de la Nueva España, que se convertiría en México, debilitando a China e India y favoreciendo a Estados Unidos e Inglaterra, nada menos

que con la Revolución industrial. Plata, azúcar y esclavos fomentaron el ascenso del “primer mundo”. Como quiera, el Bajío y la Norteamérica española fueron sociedades de mercado regidas por el comercio: no por la evangelización o una política determinadas, sino por relaciones sociales que podrían calificarse de un capitalismo temprano. Así pues, Tutino desafía el origen del capitalismo como una invención protestante (europea, británica principalmente): propone su origen ibérico-americano –y no debe olvidarse que en el capitalismo se persigue obtener ganancias, no el bienestar de las personas que producen; ¿suena familiar? Esta es una historia del capitalismo temprano que va de Querétaro, la expansión de la minería de plata, su renacimiento en Guanajuato y Querétaro, San Luis Potosí y Zacatecas (no en orden cronológico). A algunas de estas áreas llegaron otomíes huyendo de los aztecas, mientras los chichimecas se alejaban a las inhóspitas, agrestes montañas. Mineros de ascendencia mesoamericana, africana y europea expandieron el comercio platero a niveles trasatlánticos. Con una prosa limpia, Tutino proporciona una vastedad de datos fríos así como reflexiones conceptuales, muy a la manera de su admirado Braudel, que dan una vuelta de tuerca a nuestra versión oficial de la historia del capitalismo: el papel de la América española en la economía global: lectura tan extensa cuan interesante: monumental • Hotel Kennedy, José Salvador Ruiz, Editorial Artificios, México, 2016.

MEXICALI NEGRO RICARDO GUZMÁN

A

pesar de tratar los temas regulares del género negro, Ruiz logra dos triunfos: crear un nuevo personaje indisociable de Mexicali, el Kótex Aqueberro, y demostrar que la literatura fronteriza puede seguir funcionando, incluso con los escenarios del norte delincuente. Al lado del abogado defensor de los Derechos Humanos, Morgado, una de las muchas creaciones del multifacético Gabriel Trujillo Muñoz, camina entre los humos del calor insoportable de la ciudad fronteriza el Kótex Aqueberro. José Salvador sintetiza en este personaje la esencia del género negro contemporáneo: es violento, pero divertido. Entre la intimidación innegable y los asesinatos imparables en toda la República que hacen del género negro una descripción costumbrista apenas diferenciada de la nota roja, ese humor que hiciera famosos a muchos actores se filtra al extremo de hacer del Kótex un ente al

filo de la parodia: es un exjudicial que “trabaja” con placa y pistola porque, al ir a darse de baja de la corporación, el burócrata encargado de la ventanilla no se las recibió por falta de un requisito. No sólo eso, el Kótex tiene problemas de incontinencia urinaria y debe usar pañal todo el tiempo. Parte de los pretextos para delinquir es reunir el dinero que le permita operarse. Habla como español, con expresiones peninsulares que divierten, pero no ocultan su cinismo en robar, matar y mentir. No obstante, es temeroso de su mujer, a quien intenta respetar al no decir blasfemias. Para rematar, le dicen el Kótex por su gusto en tener relaciones con mujeres menstruando. Además de ser el personaje de varios cuentos de la antología Hotel Kennedy, el Kótex sirve de pretexto para el desfile de otros protagonistas que suenan claramente cachanillas pero siguen siendo novedosos en la pluma fluida de Ruiz, quien no duda e n i n t e rc a l a r a n g l i c i s m o s , pochismos y mentadas de madre para redondear textos cuya temática es añeja, pero que son frescos por los giros a rg u m e n t a l e s p ro p i o s d e l cuento y que Ruiz domina: los policías secuestradores que son asesinados luego de matar a un desaparecido; los ladrones engañados; los judiciales cómplices del Kótex, capaces de robar o asesinar sin ningún reparo, frente al policía que aun en esas mismas circunstancias tiene conciencia social y ayuda a las víctimas olvidadas por un sistema judicial corrupto; la prostituta capaz de identificar al asesino; los abusos sexuales contra menores; en fin, temas conocidos pero que son innovados en la literatura fronteriza por este autor eficaz en el cierre sorpresivo, ya sea por el giro argumental o por la frase exacta que tiene varias implicaciones. Colonias, restaurantes, los míticos laberintos subterráneos hechos por los chinos, el intento por combatir el calor extremo a base de cerveza y bloody mary: todo está ahí, pero sigue divirtiendo en manos literarias. Los incluidos en este volumen son relatos que evidencian una región y un autor que no desaparecerán del panorama literario •

visita nuestro PDF interactivo en: http://www.jornada.unam.mx/

La Jornada Semanal

@JornadaSemanal

En nuestro próximo número

FELIPE EHRENBERG (1943-2017) Una entrevista de Eric Nepomuceno

jsemanal@jornada.com.mx


ARTE Y PENSAMIENTO ........

4 de junio de 2017 • Número 1161 • Jornada Semanal

Francisco Torres Córdova

Ricardo Venegas ricardovenegas_2000@yahoo.com

ftorrescordova@gmail.com

Felipe Garrido

bitácora bifronte

MENTIRAS TRANSPARENTES

Donde las mariposas deberían volar

Plegaria del indigente

C

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Protección –¿Lo oyeron? Como que hacía aire, pero era él. Toda la noche. Ya anda por aquí, ya regresó. Otra vez –dijo el abuelo y se puso serio y se nos quedó viendo y tuvo como un temblor, una sacudida. Mari y Juancho y yo sentimos que un dedo de hielo nos recorría la espalda. Mamá y papá acababan de irse. Iban al pueblo. Estarían fuera todo el día. –Miren lo que hizo –dijo el abuelo y nos llevó al corral. Vimos un borrego degollado. –Es una advertencia –dijo el abuelo–. Es el Gentil. Quisiera rebanarme el pescuezo. –Vámonos –dijo Juancho. –A ustedes no puede lastimarlos –dijo el abuelo–. Ustedes son niños; tienen poderes. El que estoy en peligro soy yo. Los que tenemos que cuidarnos somos los viejos. Lo miramos con todas nuestras fuerzas, intensamente. ¿Cómo te ayudamos, abuelo?; ¿qué podemos hacer?, decían nuestras miradas. –No se me separen, no se aparten de mí, no se alejen –dijo el abuelo–. Acompáñenme. Vengan aquí, cerquita de mí; donde yo los vea •

L.T. ALBA Y OCASO Leer poesía Sabemos que no está en las palabras, es decir, necesariamente, aunque sean ellas el traje que mejor la viste. Que no sucede todo el tiempo, aunque nunca deja de existir, y que prefiere salir huyendo antes que prestarse a ser utilizada como adorno, servir como disfraz o hacer de señuelo, que son sólo algunas de las muchísimas maneras en las que se le puede envilecer. Sabemos también que le gusta jugar a las escondidas y asomar un dedo, echar una mirada, llamar cuando no estamos o cuando estamos perfectamente distraídos. A veces nos toca el hombro y no le hacemos caso; otras, puede ponérsenos enfrente y ni así somos capaces de mirarla, mucho menos de mirar lo que ella mira. Pero están las veces, tan esperadas, tan oxígeno y al mismo tiempo tan pequeña muerte o suspensión del tiempo, en las que te abraza –y también con “s”– o puede que tú a ella, no se sabe, y el placer es tanto que hasta duele, aunque bien puede suceder que uno se salte la parte placentera y doler directamente •

on más de cien presentaciones de libros al año (verdadero récord para un país donde se lee mucho pero de baja calidad), sumando ferias del libro y actividades relacionadas con la literatura, Verso Destierro ya es un nombre conocido entre las editoriales independientes por su dinámica constante y por la calidad de sus ediciones. Entre los títulos que ha tenido el acierto de publicar, gracias al trabajo incansable de la poeta y editora Adriana Tafoya, figura Donde no vuelan (más) las mariposas (2017). Ante la guerra surgen preguntas de las que nadie puede abstraerse. ¿Acaso somos el relámpago entre dos oscuridades? ¿Antes de nacer y después de vivir conoceremos la muerte? Sin duda, siempre estaremos más tiempo muertos que vivos. De ahí la dignidad de la poesía, esa corriente que contradice al tiempo. Becky Rubinstein constata lo anterior en un volumen de poemas que describen, como en el Holocausto de la Alemania nazi, el exterminio de los niños que mueren en Sarajevo, una población de la que quizá se habla poco, pero que hoy sabemos son las principales víctimas de las guerras absurdas, desastres que la poesía se encarga de nombrar:“Montañas enemigas,/ hermanos que se dan la espalda,/ que tan sólo cuentan los silencios:/ Un silencio para cada hora del día,/ silencios que desangran los mares y los ríos./ Todo se ha vuelto silencio.../ a la Historia se le ha puesto mordaza./ Mejor que no hable.../ que no repita la palabra guerra.” Si la palabra del poeta es celebración, la apuesta de quien lo sabe, como Wislawa Zimborska, es una sentencia: “escribir es la venganza de una mano mortal”. Como otros lo presenciaron en el pasado (Maiakovski, Neruda, Vallejo, Hernández…) Becky Rubinstein ha visto la desaparición de la belleza y lo denuncia con lo que mejor sabe hacer: cantar una elegía a la que muchos muertos le hacen coro. Rocío García Rey advierte que “si la historia está amenazada y las palabras resultan peligrosas, habrá un remedio para que las mariposas vuelen y nos devuelvan la memoria. Tal remedio es la praxis poética que con maestría y alto compromiso axiológico se desgrana en este poemario. ”Para volver a la vida, para recuperar la risa, es indispensable elaborar un duelo por las pérdidas y las crisálidas amenazadas. Recuperemos la luz y no enterremos doble o triplemente a los muertos. Démosle paso al verso, a la estrofa, a la historia, porque son estos elementos los que nos guiarán a recordar nuestra condición humana.” Alfonso Reyes relata del poeta persa Omar Khayyam que, sentado bajo la sombra de un árbol, el bardo disfrutaba de una botella de vino y del canto de un pájaro cuando apareció un cazador que apuntó su arco al ave y la mató; Khayyam se levantó furioso y arrojó “chorros de versos” para suplir la belleza del canto interrumpido. Igual que Khayyam, Becky Rubinstein nos invita a conocer la belleza del horror y a rescatar lo mejor de la humanidad: las mariposas que quieren emprender el vuelo •

monólogos compartidos

asan y no me tocan los caminos. Uno a uno me empujaron a la orilla sus mareas y corrientes, me bajaron de su impulso y esperanza de arribo o de partida y quedé varado en las banquetas, al pie de un árbol en un parque, en la piedra, el hierro o la madera carcomida de una banca en una terminal de trenes o autobuses al menos unas horas mientras vienen a sacarme; suspendido en una plaza una turbia madrugada, en el nicho de las puertas de cristal de los grandes edificios que levantan severos su peso y sus fronteras infranqueables. Me detengo titubeante en las esquinas y rincones que propician los túneles y puentes de concreto y cavan los pasillos exteriores, los nichos que dejan disponibles los mercados, las iglesias o estaciones, las cornisas de sombra, lámina o cemento que desbordan callejones y baldíos que la noche abre y la mañana cierra, o avanzo a la deriva en círculos quebrados, o sólo algunos pasos adelante y apenas unos cuantos más a un lado, al otro y de regreso en un ir y venir sobre mis pies haciendo en el asfalto el mínimo infinito que me toca, y otras en pleno arroyo de las calles, desatento al peligro de atropello, sordo a las voces que me increpan y ciego a las miradas que me evitan, por largas horas imposibles que no logran desprenderme de este amarre de rutas y distancias que no fueron, que rompieron su promesa y un destino si lo hubo. En el centro intacto del vacío a mitad de multitudes, el hedor delata mi presencia y la gente da la vuelta o se pasa al otro lado de la calle. Mis harapos ondean la sospecha; alientan el asco. En mi cuerpo por años cada día más ajeno, mi pensamiento se atrasa o se adelanta a mis labios y mi lengua. Algo dice que resuena por encima o por debajo de mi voz en balbuceos incesantes, gritos y risas que desgranan los terrones de mi alma. No es el hambre que me escarba minuciosa e ilumina mis entrañas; no es el polvo fecal o los vapores, las resinas o el hollín de gasolinas que respiro a todas horas boca a boca con la urbe, tampoco su violencia ya nunca soterrada o azarosa que deforma mi nombre y por tanto mi memoria. Es este liso y sólido silencio que se aferra a mis oídos, que muerde mi conciencia y arma y desata mis palabras. A pesar de su desorden, de su aliento oscuro, de los hilos sueltos de su trama, sé que lo que dicen no se miente en el delirio y que tampoco su densa soledad es sólo mía: crece el exilio y cada vez más uno es él o ella, ellos, tú o nosotros tendidos en la calle, bultos sobre lechos de cartón, un zapato de uno y otro de otro o de ninguno en todas las edades, costras de mugre y sudor en la mirada y los perros que nos siguen. En el hueco en el que oscilo, la casa que no tengo, a veces me tropiezo con ojos que me temen o me niegan y leo en sus destellos el candor de la plegaria que murmuran, y más se acendra entonces mi silencio: que me sean favorables los números sagrados y conjuren los reflejos de ese espejo, dicen; que me ampare de esa suerte la llama serena de las cuatro veladoras en los cuatro derroteros de mi cama, el empleo, la salud, el agua y el peligro; que los cuarzos y aceites, amuletos, pócimas y aromas bendecidos por númenes y dioses antiguos o recientes me salven de la dura espiral de esa caída. Que vaya a casa y si llego haya casa todavía. Que el poder en su ávida miseria no me quite los zapatos... •

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Número 1161 • 4 de junio de 2017

........ ARTE Y PENSAMIENTO

Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com

LA OTRA ESCENA

La trupeteada artística, imaginación y poesía escénica Para Aitana y Ainhoa

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A ARTESTEADA TRUPETERA, dirigida por Carmen Luna, Mauro Mendoza y Sylvia Guevara, es el espectáculo más reciente de esta añeja compañía dedicada al público infantil y creo que es el trabajo más fino en su bordado plástico y dramatúrgico. Esta artesteada es un punto de llegada que tiene como antecedente un trabajo que no se detiene y que, por el contrario, crece con cada puesta en escena, rectificando, afinando y limando bordes, enriqueciendo sus propios enfoques e investigaciones que, tal vez sin pretenderlo, terminan por ser un laboratorio en un proceso muy largo de elaboraciones y búsquedas. Con una vocación paródica, de comedia y circo, exploran las consecuencias de la apatía en un pueblo llamado Florido, Mich, que les ha contagiado un dragón semejante a un pequeño dinosaurio que podría ser tricolor. Es un pueblo habitado por personajes que constituyen un mural complejo y rico en vestuarios, coreografías y tareas escénicas, en las que son ayudados por los trupos, que tienen las artes como herramienta transformadora de la vida en alegría y buen humor (desde la pintura de Miguel Covarrubias hasta la música del juglar Toñino). No he tenido la oportunidad de estar cerca de sus procesos creativos, pero no hay truco en sus logros, sino una exploración de enorme riqueza en todo el material que compone su mundo plástico. Si se recuerdan los últimos montajes, es clara su vocación por mostrar, discutir y difundir procesos históricos que van desde los mayas hasta la historia centenaria y bicentenaria de nuestras gestas, las influencias de la plástica contemporánea y

las gráficas populares, aunque aún reconocibles por un público que suele optar por la imaginería comercial de princesas, patitos y ratoncitos. Cada vez que trato el tema de La Trouppe se me viene encima la complejidad de un teatro infantil mexicano que se enfrenta a la diversidad de edades, gustos y formaciones de los niños y púberes pertenecientes a una familia que decide a ir al teatro para entretenerse y tratar de que ese encuentro perdure en el recuerdo de los niños a lo largo de una semana o una quincena. El resultado siempre es desigual, porque los niños que van con su familia viven un desarrollo diverso, de acuerdo con su edad, sus aficiones y múltiples influencias emocionales, determinados no sólo por su código postal, sino también por la calidad de sus vínculos (amistosos, grupales, que van de lo deportivo hasta su nomadismo corpuscular de la patineta), así como sus hábitos de consumo masivo (videojuegos, programas comerciales), intelectual y estético.

Uno de los desafíos más interesantes para La Trouppe es trabajar sobre públicos de edades muy específicas sobre desarrollos particulares, con espectáculos pensados en exclusiva para niños de edades muy delimitadas. Contamos con todo un sistema de teatro escolar que le permitiría (si no es que lo hace ya) a la Trouppe colaborar con la sep para presentarse frente a públicos más homogéneos. Pienso que si hubiera una Compañía Nacional de Teatro dedicada al mundo infantil, a los públicos que van de la primera infancia a los albores de la adolescencia, nuestra mayor representación nacional e internacional sería La Troupe. Es la compañía con el mayor rigor en todos los rubros de la producción, los contenidos y las técnicas en el manejo de la voz, del clown (que tan de moda está), el manejo de muñecos, sombras y títeres. Me atrevo a pensarlo así porque mucho del trabajo que presentan en esta temporada de La Artesteada Trupetera en el Teatro Helénico (hasta el domingo 9 de julio, 13 horas) se enfrenta en un espacio comercial a espectadores que están limitados por el núcleo familiar que ya señalé, compuesto incluso por bebés y niños de mayor edad que no permiten una concentración adecuada en un espectáculo que tiene mucho de paródico, frente a gestos y trazos de historias que van desde princesas hasta referencias a cuentos de Disney. Su trabajo se vería muy enriquecido si la producción literaria nacional y latinoamericana se incorporara a su repertorio. Pienso en autores desde Bertha Hiriart hasta Juan Villoro, pasando por Francisco Hinojosa, Mónica Brozon y toda la pléyade que, por ejemplo, integran las colecciones de las principales editoriales dedicadas al público infantil. La parte musical y sonora es siempre meritoria, pero sería muy interesante ver el trabajo de músicos mexicanos avezados en lo escénico y convocar a otros que pongan imágenes musicales sobre las excelencias plásticas de esta compañía que siempre vale la pena ver más de una vez •

La artesteada trupetera

Alonso Arreola @LabAlonso

BEMOL SOSTENIDO

Hace 10 años el Sargento Pimienta cumplía 40

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ACE UNA DÉCADA, en estas mismas páginas, publicamos un largo artículo sobre los cuarenta años que entonces celebraba el Sargento Pimienta, disco emblemático de los Beatles. Hoy, cuando suman cincuenta sus cumpleaños, nos sentimos raros. Lo admitimos. El álbum sigue allí, incólume, fuerte, nítido cual buena fotografía. Nosotros no. Con los kilos y las canas han llegado preocupaciones que antes eran vaga sospecha. México ha empeorado como tierra de asesinos y corruptos. El mundo sufre en la ignorancia y desconfianza generalizadas. Hablando de música anglosajona, hace diez años las cosas pintaban diferente. En 2007 la gran cadena de cafeterías (sí, ésa) rompía el esquema de intermediarios y estrenaba su sello Hear Music lanzando un disco de, precisamente, Paul McCartney: Memory Almost Full. De entre la miríada de reencuentros melancólicos destacaban los de The Police, Led Zeppelin y The Doors. Las muertes estuvieron encabezadas por la del tenor italiano Luciano Pavarotti. Los discos de rock que más llamaban la atención eran el Neon Bile, de Arcade Fire, Planet Earth, del fallecido Prince (primer disco en distribuirse sin costo con un periódico dominical en Inglaterra) y el In Rainbows, de Radiohead (primer disco en ser descargado digitalmente según el pago que el consumidor considerara justo). En los conciertos de aquel año destacó el esperanzador Live Earth, ocurrido en New Jersey y otras siete ciudades del mundo, con 150 artistas contra un calentamiento global en el que no cree el actual presidente de Estados Unidos. Y claro, los aniversarios más trascendentes fueron los del Monterey Pop Festival en el Verano del Amor y el nacimiento de la revista Rolling Stone, todos con cuarenta

vueltas al sol (hoy cincuenta), así como los sesenta años de vida de David Bowie, muerto recientemente mientras llegaba a los setenta. Tal era el panorama en 2007, decíamos, cuando el Sargento Pimienta llegaba a las cuatro décadas (hoy medio siglo de la edad). Pues bien. Pensando en el cobijo de los contextos y en cuánto hemos cambiado en una década, debemos reevaluar la relevancia de ese año 1967 cuando la juventud del mundo se revelaba, moría el Che Guevara, aparecía Cien años de soledad, de García Márquez, ocurría el primer trasplante de corazón, debutaban Pink Floyd, Fleetwood Mac, David Bowie y los Doors; cuando fallecían el saxofonista de jazz John Coltrane y el ídolo folk Woodie Guthrie. Un año en el que los Beatles replantearon su camino y renunciaron a su rol superficial como ídolos adolescentes asumiendo la ambición de un juego creativo que ya podía ser caprichoso –tenían el mundo a sus pies– y llevar al extremo la tecnología. Así alumbraron su obra más flamboyante. Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, un trabajo que derribó las fronteras de la industria con trece piezas guiadas

por la sicodelia de “Lucy In The Sky With Diamonds” y por experimentos innovadores en el estudio de grabación (“A Day In The Life”). Coproducido por el “quinto beatle”, Sir George Martin, transformó al rock en una forma de arte que podía seducir al mundo entero sin reducir su poder original, fruto de guitarras, piano, percusiones, bajo, batería, voces y muchos instrumentos más pasando a través de efectos y consolas análogos que no sólo amplificaban y fijaban la música, sino que la alteraban en forma y fondo. Así, con el Sargento Pimienta ocurrió uno de los cismas que explican el presente y futuro de la música pop. Tal como Elvis inauguró la gran maquinaria con “Heartbrake Hotel” en el año '55 y como Dylan expulsó de sí la placa Highway 61 Revisited en el '65; tal como Nirvana presentó el Nevermind en 1991 y como hace veinte años Radiohead editó su glorioso ok Computer, los Beatles propusieron un parteaguas que cambió el sentido de ese río en el que otros se ahogaron sin pena ni gloria. Por ello, escucharlos representa un regocijo en sí mismo, pero también la posibilidad de observar lo que subrayamos tiempo atrás en el libro de nuestra vida. En tal ejercicio reconocemos no sólo un valor artístico sino también al otro que fuimos durante lecturas pasadas, cuando creíamos en un porvenir más justo. Revisitemos pues este domingo esas canciones salpimentadas, mas no con oído convencional sino atendiendo a la perspectiva entre ellas y nuestro recorrido a su lado. Muchos no habíamos nacido cuando vieron la luz, pero las escuchamos muy jóvenes. ¿Usted, lectora, lector, recuerda quién era cuando las conoció? ¿Se ha cumplido algo de lo que su propia generación demandaba mientras sonaba la fantástica Banda de los Corazones Solitarios? Nosotros estábamos defraudados hace diez años y seguimos defraudados el día de hoy. Aún así, seguimos “disfrutando el show”. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •


ARTE Y PENSAMIENTO ........

4 de junio de 2017 • Número 1161 • Jornada Semanal

Verónica Murguía

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Jorge Moch tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch

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A BANDERA BLANCA, todos lo sabemos, es un símbolo universal y antiquísimo que representa el derecho a no participar en un conflicto armado o la rendición de una de las partes. Una pieza de tela blanca en la ropa o el yelmo distinguía, tanto en Oriente como en Occidente, a los heraldos, los médicos, los heridos, los prisioneros y la población civil. Es decir: a las personas que no tenían vela en el entierro y debían ser respetadas. Su universalidad y antigüedad me parecen extraordinarias: hay registros chinos que datan de la dinastía Han –siglo ii antes de Cristo–, que consignan el uso de la bandera blanca. Aun antes y en el otro lado del mundo, cuando Homero compuso la Ilíada, llamó a los heraldos “inviolables”. En la Biblia el Deuterono-

mio ordena a las tribus de Israel que no deben atacar a nadie sin antes ofrecer negociaciones de paz y enviar heraldos con las condiciones. El historiador romano Cornelio Tácito menciona la bandera blanca como sinónimo de petición de tregua; en la Edad Media los heraldos seguían leyes que los apartaban del resto de los soldados: nunca llevaban espada, arco o escudo, por lo cual del tratamiento que se les diera dependía el honor del enemigo. Escribo esto porque, en los tiempos que corren, los periodistas deberían ser tratados como heraldos. Después de todo, son los periodistas quienes dan noticia de lo que acontece; de las actividades y exigencias de las partes. No son heraldos en el sentido antiguo porque no pertenecen a ninguno de los dos bandos: no son gobierno, ni crimen organizado –lo cual, en México sólo aumenta el peligro en el que viven. Son heraldos en un sentido mexicano y, por lo tanto, difícil y confuso. Lo digo porque sus vidas y oficios son indispensables para la sociedad. Además de esforzarse por aclarar el embrollo sangriento en el que vivimos, nos representan a nosotros: a quienes no vamos armados. Una de las campañas que más me encolerizaba durante el gobierno criminal de Felipe Calderón tenía un eslogan en el que se conminaba al ciudadano común a participar en la guerra contra el narco como su responsabilidad. Era una estupidez: según la ley, sólo el Estado tiene derecho a usar armas. El narco, fuera de la ley, tiene las suyas. Yo no tengo ni resortera y soy pacifista. Mis obligaciones como ciudadana son otras: no estar fregando. Esta guerra mexicana que nos deteriora y paraliza es un conflicto con rasgos únicos. El que me parece más sobresaliente es que no tiene ideología, o que ésta se oculta tras los discursos y no es precisamente ideología, sino una estrategia bruta para enriquecerse o acaparar poder político.

Nunca se ha tratado de luchar contra las drogas. Parte fundamental de una batalla como ésa serían la educación, la seguridad social y la abolición del racismo que contamina México. Porque hay que decirlo: el racismo y el clasismo alientan la guerra, llenan las filas de los enemigos. La sociedad civil trata de vivir al margen, pero es parte del conflicto a la manera de un rehén. Todos hemos sido tocados por esta violencia. El valor, la perseverancia, la compasión y la lealtad parecen virtudes que atañen más a las víctimas de la sociedad civil que a los combatientes. No me olvido de los centenares de policías y soldados honrados que han muerto, pero ellos iban armados, estaban entrenados. El periodista, la madre del desaparecido, el defensor de derechos humanos, en cambio, están situados en las estribaciones del conflicto. Vivimos asustados pero no tenemos claro quién es el enemigo, cómo defendernos, cómo apartarnos del peligro. ¿Es el policía que gana apenas lo suficiente para vivir y que “muerde” para completar? ¿El narcomenudista, considerado desechable por sus jefes y por las autoridades? ¿El capo del narco, cuyo rostro no conozco –ni quiero ver jamás? ¿El funcionario corrupto?¿El gobernador cómplice, como Villanueva o Duarte (o Padrés, Granier, Cué, Yarrington, etcétera), que se roba cantidades inconcebibles de dinero público? ¿Cómo izar la bandera que debe protegernos a todos los que no somos partícipes? Dejen en paz a los periodistas. A los activistas, a las mujeres, albañiles, enfermeras, estudiantes, médicos, taqueros, señores que hacen jaripeo, músicos, niños y niñas, maestros, encuestadores, taxistas, locutores, campesinos, ganaderos, artesanos, buzos del drenaje profundo, mecánicos… dejen en paz a quienes no desean tener tratos con ustedes. Ya. Párenle •

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STOS RENGLONES DEBERÍAN SER elegíacos y escritos por el “chaparrito” Villoro, que sí sabe de estos temas. Yo no debería escribir sobre futbol. Esencialmente porque no me gusta, no lo practico y no me interesa en absoluto. Nunca lo juego, ni lo atestiguo. En toda mi vida he ido a un estadio de futbol dos o tres veces y ni una sola fue iniciativa mía. No conozco de jugadores ni mucho menos de árbitros, entrenadores o dueños de los equipos, excepto por Emilio Azcárraga y Jorge Vergara, de quienes cualquiera sabe que son los propietarios del América y de las Chivas, respectivamente. Y es por éstas, uno de los equipos señeros del futbol jalisciense y quizá, junto con el América, uno de los equipos mexicanos que más fobias y filias concitan, que me obligué a ver la final, el partido de vuelta entre los Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León y las Chivas Rayadas del Guadalajara. Porque tengo muchos amigos en Guadalajara y aposté a varios de ellos contra Chivas, que jugó en casa. Fue una apuesta totalmente ciega de mi parte y debo admitir aquí dos cosas: Uno: Hasta hace una semana, yo no tenía idea de quién era el famoso Gignac, y Dos: Me sorprendió gratamente, aunque suene a chovinismo, que la alineación triunfante de las Chivas está integrada exclusivamente con jugadores mexicanos. Aunque en honor a la verdad, el entrenador no lo es. En fin... De lo que vi durante esa hora y media en términos futboleros debo decir que me sorprende el vedetismo de los jugadores, que en lugar de entregarse a muerte se pasan el tiempo buscando fingir un golpe o una zancadilla para engañar al árbitro. Quien, por cierto, cuando sí hubo una agresión que ameritaba penal, ésa no la vio. Puáj. Y perdí, además, setecientos pesos. Por menso. Y hasta aquí esta crónica deportiva molacha. Porque lo que nos truje, chencha, es muy otra cosa… Y es que no puedo entender cómo alguien puede optar por encender la televisión para ver y escuchar básicamente dos cosas: anuncios por cientos o miles, de productos casi siempre superfluos, inservibles pero que suponen el meollo de este neoliberalismo capitalista y demencial en el que vivimos sumergidos sin, ya se ve, siquiera darnos cuenta, y los berridos sin sentido de esos señores, raramente alguna dama, que se dedican a tratar de describir, con algún salero, las patadas y corretizas mismas que estamos viendo en pantalla. Y las adornan con toda una parafernalia no desprovista de súbitas dosis de histeria, sea por una furibunda lealtad a los colores de la camiseta respectiva o simple arrebato emocional del momento. Me acuerdo

de los alaridos de Ángel Fernández, por ejemplo, que forman parte indeleble de la banda sonora de mi niñez porque mi padre sí es un gran hincha, del Atlante, por cierto, y en ese sentido mi hermano y un servidor le resultamos una enorme, insalvable decepción. Nunca coreamos los goles de su equipo, ni vestimos sus colores. Lo siento, papá. Creo que este es un ámbito, el futbolero en tele, donde la tecnología no juega a favor del televidente. Ahora se montan en pantalla toda clase de trucos visuales para aparentar que allí, en el centro de la cancha, se destapan constantes botellas y corretean autitos que los televidentes deberemos comprar. Y champús. Y tintes para el cabello. Y préstamos hipotecarios del nuevo Infonavit. Y más refresco, aunque sea paradójicamente el causante de tanta diabetes, de tanto gordo desparramado y tripón. De tanto niño obeso. Pero son intocables las refresqueras, ya lo hemos visto. Y los consorcios de la chatarra y la basura, como las hamburguesas gringas. Y servicios bancarios del agio con licencia. Y más deuda para coches y celulares nuevos y tablets. Y gol de las chivas. Y gol de los tigres. Y qué gambeta. Qué manera de achicar. ¿Y el futbol, a dónde se fue? Ah, es el todo… Allí, en el territorio litúrgico del futbol, mira a la afición de las Chivas, cómo llenaron el estadio, cómo elevaron el cántico, oe, oe, oe, Chivas, Chivas… ahí no hay fraude. Ni hijos de puta abusivos de su poder. Ni periodistas muertos, ni niños que se esfuman. Ni violentos derechos de piso. Ni devaluaciones de la moneda ni del escrúpulo. Ni un régimen perverso y asesino. Ni nada de esas incómodas pendejadas con las que suele irrumpir, inoportuna siempre, la realidad cotidiana de este México enajenado, orate. Enloquecido a grito de gol •

CABEZALCUBO

El fut, esa rareza

LAS RAYAS DE LA CEBRA

La bandera blanca


........ ARTE Y PENSAMIENTO O

Jornada Semanal • Número 1161 • 4 de junio de 2017

Luis Tovar

Ricardo G. Wolffer

@luistovars

La lectura como significante No es sólo si sabes hacerlo. Es, si lo haces. José L. Slimobich

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ODOS PUEDEN MIRAR las hojas de un libro y entender qué palabras están ahí escritas. El lector empezará por ver signos muertos, pedazos de tinta insertos en una superficie contrastada, y si esa minúscula calcomanía engarzada por ínfimos joyeros apodados “imprentas” corresponde al sentido social del humano, cobrará sentido. Es el instante previo a la inserción mental de la representación letrística: transforma el entorno al dotar de sentido universal a esos objetos hasta entonces inanimados, casi estorbosos en un mundo donde lo intangible, lo virtual, ha pasado a sustituir a edificios llenos de libros, contenedores de naturaleza transformada, no perdida. No todo lector repite el milagro de dotar de un sentido inicial a eso que en otras épocas estaba reservado para los dioses y sus intermediarios. El mirador de signos debe saber interpretarlos. Algunos analfabetas de los hiraganas, los kangis y los caracteres chinos disfrutamos la vista del trazo, de la dulce suavidad en el giro, para adivinar el grosor del pincel al momento en que la muñeca educada gira lo suficiente para que se intuya una voz milenaria en el cambio de volumen del hilo en el ideograma, como si las huellas de los pájaros que los inspiraron continuaran su camino en el cielo. La lectura no es saber qué palabras reproducen las placas que tatúan el papel, sino ver la poesía oculta en las oraciones: qué quieren decir. En ese mirar para el que no hay entrenamiento suficiente, la sorpresa nos ataca y triunfa; no importa cuántas bibliotecas hayan pasado por la mano del hombre con espejos en lugar de retinas, que reviven extrañas serpientes alguna vez anidadas en el papel y que permanecen reflejadas incluso al empatar los párpados. Pero ni en esos casos, donde inercia impresa y vigor lector hacen del asombrado un creador, se logra asir el alcance de lo leído: ni siquiera hablándolas se aprehende todo el sentido de la obra: sus letras tienen muchos significados. Tal vez sean necesarios el sueño u otros caminos de lo metaconsciente para establecer el alcance de lo visto en las hojas de ese extraño árbol que insiste en darnos material para guardar lo zafio y lo sublime. Si ese libro habla de una realidad lograda en la mirada del lector, el texto se hace presente y el rugido de los tiempos en que esa botella fue lanzada al mar arrasa con lo existente para darle un agregado al mundo hasta entonces ausente de lo imaginario: cada análisis aporta. Peculiar ar te efímero que, vuelto experiencia subjetiva, apenas logra ser participada. Si en los inicios de la humanidad el cazador compartía por dar preeminencia a la sobrevivencia grupal, también establecía que el poseer no es valor mayor. El acechador de signos tampoco posee su análisis, si acaso separa las palabras para apropiarse de las que supone le han dado una idea presumiblemente novedosa: ese absoluto particular prefigura lo universal. Lo evidente no está a la vista, el

verdadero mensaje debe ser desentrañado pero, una vez logrado, los terceros conservarán esa irregular propiedad privada (si todos tienen lo mismo, deja de ser exclusivo). Si los impulsos incontrolables terminan por dirigir la vida del sufriente encadenado a sí mismo, el lector camina dando tumbos rasposos entre las paredes previamente construidas por la materia de lo leído: también nos interviene lo que leemos, más cuando no podemos controlar su contenido ni resistirnos a su lectura. Así, los objetos apilados, resguardados por forros, tal vez por generaciones propias, contienen la raíz del mal o del bien: el significante cambia de significado. El intérprete no puede erradicarlo, pero sí tal vez esbozar su contorno e intuir qué hacer con él. La lectura y su inicio primordial de interpretación, sin embargo, no requieren la creación de un mundo antagónico al existente: se traduce en un goce que quizá remueva lo pensado, como si el lector hablara plumas que hicieran cosquillas en los corazones de quienes quisieran ver aquello que no está impreso pero que hace eco en las paredes encontradas del ojo y el papel para sonar en otras tierras, habitadas por los seguidores de lo invisible que modifica interiores. ¿Y qué es el mundo sino un antípoda de lo interno? El analista no asume su tarea como cómplice de lo establecido, tampoco como cotidiano revelador de la Atlantis conceptual o estética; sólo supone que si el mundo no cambiará a través de sus ojos, al menos no se declarará derrotado. Si el lector anticipa un vacío en lo que leerá, que busca llenar con herramientas para las que suele no tener manos, también puede suponer que el universo mismo está inerte ante su propio devenir •

N

ACIDO EN 1983, es muy probable que Alejandro Iglesias Mendizábal haya tenido menos de treinta años de edad cuando concibió la línea argumental básica que, hace un par de años, acabaría convertida en su ópera prima en largometraje de ficción, la cual lleva por título Sopladora de hojas (México, 2015). Antes de eso, y egresado con honores del Centro de Capacitación Cinematográfica, Iglesias Mendizábal escribió y dirigió dos cortometrajes, ambos registrados hace un lustro: Abracadabra y la espléndida Contrafábula de una niña disecada, en los cuales, como suele decirse, ya se adivinaba el germen de un cineasta propositivo y solvente, sin que para ello obstaran juventud e inexperiencia. Así pues, cuando se puso a escribir el guión de Sopladora…, no debía estar lejana ni borrosa en su memoria la imagen de sus propios días de adolescencia, naturalmente signados por el último par de características mencionadas. Todo para bien, pues la tripleta protagonista del filme rezuma verosimilitud: comenzando por uno de los casting más acertados que este ponepuntos pueda recordar en tiempos recientes para una película mexicana, siguiendo de manera destacada en ese pilar de la identidad personal que es el léxico, y concluyendo en el modo extremadamente particular que suele tener toda cofradía juvenil, ya sea escueta o numerosa, para relacionarse entre ellos y para hacerlo, en conjunto o en solitario, con el resto del mundo. Lucas, Rubén y Emilio –Mili, para los cuates–, son los nombres de quienes integran ésa que no puede ser llamada banda, pandilla, palomilla o alguna variante, pues aquí el concepto mismo se demuestra anacrónico, si bien y por for tuna no sucede así con la esencia que anima toda asociación humana espontánea y, en especial, aquellas forjadas en etapas formativas de la personalidad, como es el caso en Sopladora… Ni bien ha terminado la primera secuencia del filme, ya fue posible “ver” una dilatada prediegesis –es decir, aquello que iría antes de la realidad ficcional– en virtud de la cual los personajes son eso precisamente, personajes, y no estereotipos acartonados o lugarcomunescos recipientes de cuanto maniqueísmo llega a la mente de ciertos guionistas. Dividido en nueve capítulos, el filme desgrana morosamente las horas inanes de un día cualquiera, fin de semana o acaso vacaciones, que Lucas, Rubén y Mili dedican casi entero a la búsqueda de un manojo de llaves extraviado en un montón de hojas secas entre varios montones similares, en un parque de su barrio. La alegoría es de una eficacia extrema: ¿dónde está, dónde quedó la llave, símbolo de la capacidad para abrir y entrar lo mismo al automóvil al que una de esas llaves pertenece, que a ese otro recinto lla-

Escena de Sopladora de hojas

mado futuro o vida adulta? ¿Por qué buscamos en este montón y no en cualquiera de los otros, si todos son iguales y Lucas no se acuerda en cuál de ellos se arrojó para ganarle a Rubén una apuesta que no podía ser más pueril? ¿Pero qué tal si mientras buscamos el llavero seguimos ensayando, o mejor dicho ensayándonos otro poco a nosotros mismos?

La LocaLía universaL Al recurrir quizás a su experiencia personal –un barrio inidentificable de clase media; la atmósfera de relajación, casi de sopor en las calles aledañas a ese parque igualmente como estancado en sí mismo– Iglesias Mendizábal supo conferirle universalidad a la localía: como cualquier adolescente de cualquier parte, el trío de Sopladora de hojas aprende literalmente a vivir y se dirige a eso que llaman madurez sin mucho darse cuenta y prácticamente sin querer, ya sea por el flanco de una sexualidad que por el momento ofrece más incertidumbre que satisfacciones, ya sea por el de la confrontación directa con la figura real o simbólica de la autoridad, ya sea en última instancia con la realidad ineludible de la muerte, que podría alcanzarlos a ellos como ya alcanzó a otro que, en caso de seguir con vida, quizá se habría puesto con ellos a buscar las llaves. Coescrita por el propio director y Luis Montalvo, producida por Laura Imperiale, Samuel y Carlos Sosa, fotografiada por Luis Montalvo, editada por Gilberto González Penilla, con la dirección de arte a cargo de Marcos Damián Vargas, música de Aldo Marroquín, y protagonizada por Alejandro Guerrero s ., Paco Rueda, Fabrizio Santini, José Carlos Rodríguez y Argelia Ramírez, entre otros, esta Sopladora de hojas desmiente lo mismo a quienes hablan sistemáticamente mal del cine mexicano, que a quienes creen que su calidad depende de petardos estilo Cómo ser un latin lover, que por cierto no es una cinta mexicana •

CINEXCUSAS

Identidad, divino tesoro

GALERÍA

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ENSAYO

4 de junio de 2017 • Número 1161 • Jornada Semanal

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El placer de la pérdida: el hecho de leer Carlos Oliva Mendoza

E

n el año de 1974, Roland Barthes dicta una conferencia que será publicada en Le Monde y dará título a su libro La aventura semiológica. Ahí, Barthes anota un hecho complejo que lo acerca al uso actual de los mensajes en redes de socialidad y comunicación. Para él, “texto”, “en el sentido moderno, actual”, se distinguiría “fundamentalmente de la obra literaria” porque: a) “no es un producto estético, es una práctica significante”; b) “no es una estructura, es una estructuración”; c) “no es un objeto, es un trabajo y un juego”; d) “no es un conjunto de signos cerrado, dotado de un sentido que se trataría de encontrar, es un volumen de huellas en trance de desplazamiento”. En este sentido puede concluir: “la instancia del texto no es la significación, sino el significante, en la acepción semiótica y psicoanalítica del término”. El semiólogo francés no sólo postula que la idea de “texto” clásica ha desaparecido, por eso no puede identificársele con su objeto más acabado, la obra literaria, sino que sólo funciona como un referente –creado en el trabajo lúdico del placer o el displacer– que alcanza a desfondar la malla de significados establecidos, y se refugia en un significante construido permanentemente en la estructura semiótica de la comunicación y en la estructura psicoanalítica de la identidad. Puede ayudarnos a entender esta dimensión radical del texto contemporáneo una idea de Ricardo Piglia: “El psicoanálisis nos convoca a todos como sujetos trágicos; nos dice que hay un lugar en el que somos sujetos extraordinarios, tenemos deseos extraordinarios, luchamos contra tensiones y dramas profundísimos, y esto es muy atractivo. De modo que el psicoanálisis, como bien dice Freud, genera resistencia y es un arte de la resistencia y de la negociación, pero también es un arte de la guerra y de la representación teatral, intensa y única.” De cierta forma, este es el sentido del “texto” en la acepción barthesiana, un sentido que ya es transliterario –una suerte de guerra que se incuba y encarna en nuestras prácticas y dramas teatrales, que representamos y reproducimos en las nuevas esferas de comunicación y socialidad. Barthes, pues, avanza al tratar de ver que la o el lector pueden mostrar una nueva forma de entender el “texto” o, en sentido más amplio, la comunicación. Recordemos, una vez más, que ha dicho que “la instancia del texto no es la significación, sino el significante, en la acep-

Roland Barthes

ción semiótica y psicoanalítica del término”. No hay que pensar que este “significante” puede devenir en un referente hacia el autor o en un polisémico objeto que, en algún momento determinado, atrae y captura las formas de todo el fenómeno. No es así. Barthes está buscando una forma de salir del paradigma del creador y el intérprete, de señalar, con mucha precisión, que las formas de comunicación ya están en un tránsito postburgués y postoccidental. Por esto puede señalar de forma autocrítica: “Querer cambiar los contenidos es demasiado poco; hay que intentar sobretodo agrietar el sistema mismo del sentido, salir del coto occidental, como ya he postulado en mis textos sobre Japón.” Ahora, ¿qué papel jugaría la lectura y la escritura en esa realidad plenamente semiótica y psicoanalítica, esto es, productiva y consuntiva de la identidad y la comunicación, donde el mensaje es sólo un pre-texto para desatar el campo de formación de encabalgamientos formales de un utópico sentido textual? Muy similar a como se da nuestra experiencia de lectura en Facebook, Twitter u otras redes sociocomunicativas, Barthes destaca una pista sobre todas las demás huellas: ese papel sería el del placer y el del goce. Estas dos formas de la recreación que se dan en el texto escrito, el placer y el goce, serían un índice de los límites modernos y sus despliegues, pese a todo, culturales. Dice sobre el placer del texto: “Tal vez haya aquí un medio para evaluar las obras de la modernidad: su valor provendría de la duplicidad, entendiendo por esto que tales obras poseen siempre dos límites. El limite subversivo puede parecer privilegiado porque es el de la violencia pero no es la violencia la que impresiona al placer, la destrucción no le interesa, lo que quiere es el lugar de una pérdida, es la fisura, la ruptura, la deflación, el fading que se apodera del sujeto en el centro del goce. La

cultura vuelve entonces bajo cualquier forma, pero como límite.” Si entiendo bien el texto, este placer moderno se expresaría como subversión y violencia destructiva y, por otra parte, como pérdida; ambas formas serían emanaciones de la cultura moderna que se encadena al texto y al placer de la lectura. Ambas, a la vez, serían sólo límites, no construcciones y, sin embargo, estarían referidas a una representación cultural. Es importante notar que el papel central está en el lector y la lectora, no en el creador, pues éste tiende a convertir el placer de la lectura no sólo en una subversión, sino en una perversión, al seguir pensando en grandes sistemas de pensamiento y comunicación. “¿El lugar más erótico de un cuerpo no está acaso allí donde la vestimenta se abre? En la perversión (que es el régimen del placer textual) no hay ‘zonas erógenas’ (expresión por otra parte bastante inoportuna); es la intermitencia, como bien lo ha dicho el psicoanálisis, la que es erótica”, dice Barthes. La puesta en escena actual se da, como lo indica, entre la constante aparicióndesaparición de los hechos y su comunicación. Más aún, esta aparición-desaparición no puede desembocar en una nueva forma burguesa de la semiosis, esto es, en un gran hecho comunicativo y revolucionario, sino en lo que Barthes llama tmesis, un encabalgamiento léxico, un corte, en su sentido etimológico, que depende de la suerte de grandes elisiones que la o el intérprete realiza al texto que lee o sigue en la pantalla de un ordenador. De esta forma, el consumo –la recepción de la lectura en este caso– abre nuestra realidad social, pero funcionalmente revela un ritmo que muestra una tmesis, un encabalgamiento y corte, un corte y encabalgamiento que encuentran en el ritmo algo similar al grado cero del goce y el placer, en el que la pérdida y no la destrucción le dan algún sentido de continuidad al mundo violento de nuestra modernidad •


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