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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 5 de abril de 2015 ■ Núm. 1048 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

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sM adre, C a r lo e s P in a s a p l a r a t a m ra ía : escribir pa e un poeta, J o s é M a r d r a a g s u a n d a • K o r M a Á v il r o n h , a la ic : t n e á ce CCot t • La espiral o • PhiliPPe Ja


5 de abril de 2015 • Número 1048 • Jornada Semanal

BAZAR DE ASOMBROS EL REGRESO DE LA MEXICAN EAGLE

El pasado jueves 2 de abril se cumplieron tres años de la muerte de Elizabeth Catlett, y esta extraordinaria artista plástica habría cumplido un siglo de vida el miércoles 15 de este mismo mes. Nacida en Washington, DC y nacionalizada Vagón petrolero de la Anglo-Mexican Petroleum Company

mexicana, Catlett vivió en carne propia los prejuicios y las vejaciones del racismo en Estados Unidos, al cual siempre opuso el espíritu libre y poderoso que se aprecia en toda su obra, misma que hoy puede ser apreciada, entre otros recintos, en el Metropolitan Museum of Art y en el neoyorquino Museo de Arte Moderno. Aquí presentamos una entrevista que Blanca Villeda sostuvo con Catlett a finales de los años noventa. Publicamos también sendos artículos sobre el poeta de lengua francesa Philippe Jaccottet y el narrador noruego Karl Ove Knausgard, así como sobre la elevación del nivel del mar a raíz del calentamiento global y otro sobre la transición de las comunicaciones del papel a la virtualidad.

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

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urante cinco años fui consejero cultural de la embajada de México en el Reino Unido. Debo reconocer que aprendí a admirar muchos aspectos de la vida inglesa, aunque siempre me mo­ lestó el racismo latente y me divirtió la polilla que caía de las periclitadas estructuras imperiales. Como Her­ nán Lara Zavala, leí cuidadosamente los testimo­ nios y opiniones que sobre México escribieron au­ tores como d. h . Lawrence, Huxley, Greene, Lowry, Waugh. Todos ellos, a excepción de Lowry, nos apre­ ciaron poco y, en pocas palabras, les caímos en los huevos (perdón por mi francés). El que más nos odió fue Huxley. Por razones difíciles de averiguar, nos transmitió las emanaciones de su pésimo humor y sólo salvó algunos pequeños aspectos de la vida cul­ tural de México. Waugh vino al país comisionado por las compañías petroleras, particularmente la Mexican Eagle, para escribir un libro en contra del presidente Cárdenas y de la expropiación. Venía bien pagado el excelente novelista y tituló su reportaje, superficial y calumnioso, “Robbery Under the Law”. El trabajito tuvo escaso impacto y, justo es decirlo, fue retirado de las librerias por el mismo Waugh al darse cuenta de que se había convertido en un simple mercenario. Tiene razón Lara Zavala cuando dice que el que más nos estimó y justipreció fue Lowry, quien vivió dos años en nuestro país y llegó a admirar genuinamen­ te los aspectos contradictorios del “paraíso infernal”. En mi época londinense funcionaba, con cierto apoyo de Canning House y de nuestra embajada, la British Mexican Society. Muchos de sus miembros

Hugo Gutiérrez Vega eran británicos que habían residido por varios años en México, la mayoría en calidad de funcionarios y técnicos de las compañías petroleras. Se trataba de venerables ancianos que, en las cenas oficiales (frac con condecoraciones), dejaban caer sus imprecisos recuerdos y afirmaban una serie de simpatías por nuestro país inspiradas, en buena medida, por la nos­ talgia de la juventud. Terminada la cena, nos paraba­ mos para hacer el brindis ritual: To the Queen. Recuer­ do a un ancianito ligeramente parkinsoniano que levantaba la copa tembelenqueante, derramaba al­ gunas lágrimas y decía emocionado: God bless her little heart. No faltaban, al final de la cena, los saludos amistosos y ciertos corteses reproches a la expropia­ ción que, según ellos, le había hecho un grave daño a México. Estaban tan viejitos (como lo está ahora el que esto escribe) que sus quejas se unían a la artritis y, además, nunca fueron agresivas ni descorteses. Con la reforma energética, los patrones de Waugh están ya velando las armas y afilando los colmillos para regresar a los lodazales negros de la costa del Golfo, a los pantanos tabasqueños y a las instala­ ciones marítimas de la sonda de Campeche. Ya dieron un primer pasito durante la visita del presidente me­ xicano a la relujada ruina imperial. Con una modesta cantidad de libras esterlinas mostraron su propó­ sito de “apoyar” la reforma en muchos aspectos pri­ vatizadora, y de ir preparando sus naves y sus recur­ sos técnicos para el regreso triunfal. Mi memoria londinense sigue siendo entusiasta y se magnífica con la nostalgia y la admiración por sus escritores, sus leyendas, su sentido del humor, su in­ teligencia, su disciplina y sus instituciones democrá­ ticas y tolerantes. Como de costumbre, el problema es nuestro. Los empresarios ingleses aprovechan nuestros errores y nuestra ineptitud para sacar ven­ taja, pues es obvio que ese “adelantito” no fue un acto de caridad. Ellos, como todos sus colegas del mundo, no dan paso sin sandalia, mientras que no­ sostros ya perdimos el huarache para dar el paso. Tal vez valga la pena que algún escritor, parafraseando a Waugh, escribiera algo sobre este nuevo robbery

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ENSAYO

5 de abril de 2015 • Número 1048 • Jornada Semanal

PhilippeJaccottet la hora de un poeta

NACIÓ EN MONDÓN, SUIZA. SUS LIBROS SON POCO DIFUNDIDOS EN MÉXICO

José María Espinasa

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ndy Warhol hizo famosa la frase de que a cada pintor le correspondía su cuarto de hora de fama. Él tuvo bastante más que esos 15 minutos y la inercia de su capacidad publicitaria se siente aún hoy en los precios que siguen teniendo sus obras en las subastas, los éxitos de todo tipo de testimonios que tengan que ver con él, a pesar de que ya va siendo el momento de olvidarse de sus tonterías disfrazadas de pintura vanguardista. El poeta, más ambicioso, no aspira a un cuarto de hora sino a una completa, porque suele usar esa palabra en el sentido de instante o momento privilegiado en el que alguien lo lee. Y en español en México tal vez ha llegado la hora de Philippe Jaccottet, el gran poeta francés, nacido en Moudon, Suiza, hace noventa años. El escritor, reconocido en su lengua como uno de los grandes autores del siglo xx , no ha tenido en español muchos lectores, aunque su nombre sea bastante conocido entre los que leen en ese idioma. Su prestigio se debe en buena medida a sus extraordinarias traducciones de Rilke al francés y la persistencia a lo largo de más de sesenta años de labor poética. En México, uno de sus más persistentes lectores y divulgadores es el poeta Miguel Ángel Flores, quien alguna vez me hizo llegar el mecanuscrito de una extensa traducción de su poesía cuya publicación nunca pude llevar a buen puerto. No es la hora de Jaccottet en México, pensé entonces, hace unos quince años. A lo largo del tiempo transcurrido he sabido que esa antología ha buscado su camino aquí y allá sin encontrarlo. Y es una lástima, pues no sólo es un poeta extraordinario, sino que su acento y su tono ayudarían a repensar el lugar común de que la lírica francesa es siempre muy cerebral, atenidos a una idea anclada en Valéry que, además, no era un poeta intelectual sino inteligente. Esa hora de Jaccottet o de cualquier otro poeta ¿de qué depende? Cuando ocurre, y no siempre ocurre, uno puede encontrar razones para justificar la atención en algo que antes había pasado inadvertido. Pero suele suceder que cuando ese momento ve la luz nos parece que hemos perdido el tiempo no leyéndolo antes y hay que recuperar lo extraviado. Y su traducción al español es muy necesaria. Es cierto que muchos de los posibles lectores de Jaccottet lo leen directamente en su lengua original, pero también lo es que si no existen versiones al español uno siente pedante

y pretencioso hablar de él en reuniones o en conferencias, escribir en los suplementos o revistas literarias. Por eso, pienso, Miguel Ángel Flores lo tradujo entonces, para que se pudiera no sólo leer sino discutir y hablar de él sin culpa y en conjunto. Su mecanuscrito, que aún conservo, me ha servido para hablar del poeta en distintos cursos, ante la poca confianza sobre mis propias traducciones. Así que cuando vi que El Tucán de Virginia había publicado A través del trueno, Poemas y apuntes, selección de Eduardo Uribe, traducción de él mismo e Iván Salinas, pensé que había llegado la hora de Jaccottet en México. Si se tiene la práctica, sin duda con un elemento masoquista, de averiguar gracias a internet qué hay de este autor en español, se descubre que existen varios libros, todos inencontrables en librerías mexicanas (la librería La Central, española, que alguna vez quiso abrir sucursal en México, ofrece en su catálogo virtual más de cincuenta libros de este poeta, alrededor del 10 por ciento en español). O si los encuentra será a un precio prohibitivo. Lo peor: a lo mejor tampoco encuentra A través del trueno, pues ya se conoce el malinchismo típico de las librerías mexicanas que ni exhiben el material publicado en México ni traen el de otros países, pues la poesía no es negocio. En A través del trueno se nos ofrece una buena puerta de entrada a este autor, con poemas y apuntes fragmentarios. El tono elegíaco propio del poeta permite a su vez

leer los poemas aquí y allá buscando el gozne por el cual dejarse ir la lectura. Un verso se destaca: “Alguien podría venir para atar la gavilla de tus lágrimas” y unas páginas antes “En algunas ocasiones las lágrimas brotan en los ojos/ como de una fuente,/ son brumas sobre lagos,/ una turbación del día interior,/ un agua que saló la pena.” El dolor transfigurado, como quería Rilke. El Tucán de Virginia suele hacer los libros de la Colección Bífidos en presentación bilingüe, pero no lo ha hecho en este caso y es una lástima, pues al tratarse de una lírica llena de matices es bueno poder cotejar la traducción, sobre todo cuando se nota cierta aspereza en el texto español, surgida de la dificultad de trasladar esos matices. Se ha dicho, y yo comulgo con esa idea, que los traductores entre todos, en su trabajo constante y pocas veces bien retribuido, aclimatan un tono poético a una nueva lengua. Por ejemplo: hay innumerables traducciones de Ungaretti, a quien, por cierto, Jaccottet tradujo al francés, pero de las primeras, hace cincuenta años, a las actuales, hay sin duda una evolución, son menos tartamudas, vencen ciertas resistencias, siempre se podrán mejorar, desde luego, pero eso es posible gracias a que son antes mejores que otras. Otro reproche a la edición es que al carecer de una buena introducción se vuelve confuso su ordenamiento. Los traductores pensaron que el lector ya conoce, como ellos, quién es el autor y qué significa su poesía, y eso deja a quien lo lee por primera vez un poco desarmado. Se necesita algo de información biográfica y de los criterios de selección y, al menos un poco de las dificultades que presenta su traducción. Y sin embargo, el lector interesado en la poesía debe correr a buscarlo; será seguramente una revelación. No obstante, sabemos que una golondrina no hace verano, pero que dos tal vez sí puedan marcar la hora de un poeta. Casi simultáneamente otra de las buenas editoriales independientes, Auieo, publica El tazón del peregrino, un texto ensayístico de Jaccottet sobre el pintor Giorgio Morandi, ejemplo de cómo hay que reflexionar sobre una obra hecha de secretos, en traducción de Jaime Moreno Villarreal. Es el azar no necesario sino pleno de sentido el que me permite concluir esta nota sobre la hora de un poeta, invocando a un artista del silencio, como Morandi, y así lavar mi pecado, líneas arriba, al mencionar a un publicista del ruido como Warhol


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Transiciones: del papel a la red

Foto: streetmatt/ flickr.com

Juan Carlos Miranda

EL RECURSO A LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS NO ES SUFICIENTEMENTE APROVECHADO POR LOS MEDIOS INFORMATIVOS IMPRESOS

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l problema de la transición de los medios impresos a internet no es nuevo y, a estas alturas, está claro que la supervivencia de aquéllos depende de su capacidad para adaptarse a los cambios que impuso la tecnología. No obstante, el proceso que implica la adaptación al parecer es entendido de manera muy superficial, como si bastara copiar los textos de la versión impresa y pegarlos en el soporte digital y en las redes sociales. Limitar la transición a esas acciones mecánicas es desaprovechar las enormes posibilidades que ofrece internet. Aparte de adecuarse a la inmediatez que imponen las nuevas tecnologías, es fundamental que los medios se ocupen en desarrollar contenidos pensados específicamente para cada plataforma (texto, audio, video o imagen). La única manera de llevar a cabo ese proceso de manera eficiente es revisar y replantear las dinámicas de trabajo con las que opera el medio para adaptarlas a las nuevas necesidades. Un buen ejemplo de las inercias operativas que arrastran los medios tradicionales ocurrió la semana pasada, cuando un semanario de Yucatán publicó una reseña del concierto que Luis Miguel daría en el Auditorio Coliseo de esa entidad el sábado 7 de febrero. La nota venía acompañada de tres fotografías y relataba que el espectáculo había sido un éxito, pese a que al inicio el cantante debió sortear algunos problemas con el sonido, al tiempo que detallaba que Luis Miguel mostraba algunos kilos de más y lucía excesivamente bronceado. Sin embargo, el concierto fue cancelado de último minuto y nunca se realizó. ¿Por qué el medio lo publicó como si efectivamente hubiera ocurrido? La versión impresa del semanario (cuyo nombre es El Peninsular) aparece los lunes. Es probable que los editores hayan enviado el material a la imprenta desde el viernes (un día antes del concierto) para descansar sábado y domingo, tenerlo listo el lunes y comenzar el reparto ese día.

Más allá de la metida de pata, este hecho resulta curioso en plena era digital (en la que priva la inmediatez) porque refleja que muchos medios tradicionales continúan operando bajo la lógica del periódico que va a salir hasta el día siguiente. El mismo medio que cometió la pifia tiene una página en internet bastante presentable, diariamente actualizada, y también posee una cuenta de Facebook muy activa. Pareciera que los dueños de El Peninsular comprendieron que era obligatorio tener una buena página en internet y presencia en redes, pero no modificaron mucho sus dinámicas internas de trabajo para adecuarlas a la realidad de las nuevas tecnologías. En el caso de los diarios, si antes la información se podía enviar a determinada hora de la tarde para que los editores la revisaran entrada la noche, hoy día es necesario tomar en cuenta que la información se publica casi en tiempo real, lo cual incrementa el riesgo de cometer errores. Una manera de corregir ese defecto es crear grupos de trabajo, como lo hacen las agencias informativas, que envían a un periodista al lugar de los hechos mientras en la redacción permanece otro reportero experimentado que conoce la fuente y tiene a su disposición una base de datos para contextualizar la información. Este procedimiento resultaría muy costoso para una empresa, pues tendría que disponer de mucho personal, pero podría realizarse sólo en coberturas de mucho interés. También es indispensable crear contenidos específicos para cada plataforma. En el caso de los textos, por ejemplo, los editores de periódicos han luchado desde siempre (y lo siguen haciendo) con el problema del espacio, el cual se ve limitado por el costo del papel y, en buena medida, por esta razón casi se han abandonado géneros como el reportaje y la crónica. Pero aunque internet permite publicar textos de cualquier extensión completamente gratis, casi ningún medio aprovecha esa ventaja para ofrecer en el impreso versio-

nes resumidas de los trabajos y el resto, el extenso y detallado, acompañado del soporte documental, en la red. Tampoco parece haber interés por explorar la posibilidad de acompañar textos largos con videos, galerías fotográficas e infografías, no sólo para hacer más atractiva la información, sino también más comprensible para un mayor número de lectores. En el caso del video y el audio prevalece la idea de que producir ese tipo de contenidos es difícil y costoso, cuando la realidad actual muestra que basta un teléfono celular para crear videos que, en cuestión de segundos, están al alcance de millones de personas. Dichos contenidos, si se producen con un mínimo de imaginación y sentido común, son plenamente capaces de competir con lo que elaboran las televisoras en México, calificados por muchos especialistas como “basura”. Las posibilidades de generar productos en audio tampoco han sido aquilatadas en su justa dimensión. La mayoría de las personas enciende la radio por la mañana para escuchar las noticias mientras se arregla, desayuna o se traslada de un sitio a otro. Hoy la tecnología permite insertar fácilmente audios breves en formatos ligeros (como mP 3) en las páginas de internet, los cuales podrían aparecer en notas, columnas o artículos para ofrecer una alternativa a quienes no pueden leer la información, y estos contenidos podrían ser escuchados desde el mismo celular. Aprovechar estas innovaciones es perfectamente realizable y sencillo, pero exige un rediseño desde arriba de las dinámicas productivas. Asimilar las nuevas tecnologías va mucho más allá de la simple actualización constante de la página de internet o de enviar la información del impreso a redes sociales. Tiene que ver con revisar el proceso completo de producción del diario, con romper inercias productivas, como la del ejemplo del semanario de Yucatán, y asimilar las nuevas tecnologías. Sólo los medios que logren hacerlo tendrán viabilidad a largo plazo


Knausgard usg :

5 de abril de 2015 • Número 1048 • Jornada Semanal

escribir para

matar al

PADRE

UNA OBRA AUTOBIOGRÁFICA EN LA CUAL EL FLUJO DE CONCIENCIA ESTÁ TANTO LLENO DE RECUERDOS FELICES COMO DE PENSAMIENTOS TRANSGRESORES

Carlos Miguélez Monroy

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n La muerte del padre está la puerta al mundo de Karl Ove Knausgard, pero el lector puede encontrar la entrada a su propio mundo por la riqueza con la que el autor relata un terreno común a todos los seres humanos. Leer a este escritor noruego es adentrarse en el terreno de la infancia y de la adolescencia. Se trata del primer tomo de Min Kamp (Mi lucha), la obra autobiográfica que le ha valido al escritor noruego todo tipo de críticas, problemas familiares e incluso amenazas tras desnudar su infancia, su adolescencia y su vida como escritor, pero también a todo su sistema familiar. Al hablar de sí mismo, da voz a una generación de jóvenes noruegos y de muchas partes del mundo occidental identificados por la música, por el futbol y por otras manifestaciones de cultura pop. Cualquier lector puede vincularse con el mundo de su propio niño o adolescente al leer descripciones de paisajes noruegos que nunca ha pisado, o de situaciones personales ajenas. Knausgard las cuenta de una forma íntima que pertenece al terreno mágico de los recuerdos. Escribe como adulto pero con la mirada del niño y del adolescente que aún mira con asombro un mundo que parece tener posibilidades infinitas. La figura del padre ocupa un lugar central en toda su obra. La muerte del padre ya deja ver la orfandad que puede suponer tener un padre con el que cuesta trabajo entablar una conversación y al que se le tiene pavor, aunque profundiza en este terror en La isla de la infan­ cia, el tercer tomo de su obra. “Llevaba varios años intentando escribir sobre mi padre, aunque sin lograrlo, seguramente porque se encontraba demasiado cerca de mi vida, y por eso no se dejaba introducir de una forma distinta, lo que es en sí la condición de la literatura […] La fuerza de la temática y

Escribe como adulto pero con la mirada del niño y del adolescente que aún mira con asombro un mundo

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que parece tener posibilidades infinitas.

Foto: www.wikiwand.com

del estilo ha de ser abatida antes de que pueda surgir la literatura. Es esta desintegración lo que llamamos ‘escribir’. Escribir trata más de destruir que de crear. Nadie lo sabía mejor que Rimbaud.” La muerte del padre trata en realidad de otra desintegración: la del propio padre, omnipresente en su infancia con una personalidad arrolladora que los amedrentaba a él y a su hermano Yngve, alcohólico perdido hacia el final de sus días en casa de su anciana madre, alcohólica también, durmiendo en sus propios desechos: “Él fue su primer hijo. No era de recibo que los hijos muriesen antes que los padres. En absoluto. Y en mi caso, ¿quién había

sido mi padre para mí? Alguien cuya muerte había deseado. Entonces, ¿por qué todas esas lágrimas?” Aunque apenas se relacionara con el padre en los últimos años, se produce un desgarro interno cuando Karl Ove se entera de su muerte y tiene que encargarse, junto con su hermano, del funeral. Se produce el mismo desgarro que le provocaban los ataques de ira de su padre o sus constantes manifestaciones de decepción durante toda su infancia, cuando se convierte en certeza su desaparición del mundo físico. La preparación de ese funeral lleva a los hermanos hacia los infiernos del padre, cuando Karl Ove se impone a su hermano en la decisión de celebrarlo en la casa de la abuela, donde ha pasado los últimos años de su vida. Le obsesiona reparar el desastre de su padre: “Pensando que todo lo que allí se había destrozado sería ahora reparado. Todo. Todo. Y que yo jamás, bajo ninguna circunstancia, acabaría como él había acabado.” Esto los obliga a pasarse días limpiando la casa en presencia de la abuela, que repite el mismo chiste una y otra vez, que tiene la mirada oscurecida y perdida, al vacío, que de pronto “desconoce a las personas” y al siguiente instante se comporta como toda la vida. Al igual que en los otros tomos, Knausgard plasma en su literatura un flujo de conciencia como el que empleaba Virginia Woolf. Los lugares, olores y sensaciones que describe se relacionan con estados de ánimo en distintos momentos de su vida. Son constantes los saltos temporales que llevan de una idea a otra. Ese flujo de conciencia tan descriptivo está lleno de recuerdos felices y de pensamientos transgresores no sólo por su contenido, sino por el atrevimiento de exponerlos en contra de opiniones corrientes y de lo “políticamente correcto”. Habla como hijo frustrado, como padre frustrado, como esposo frustrado, como escritor frustrado. Pero siempre mantiene una ventana a la esperanza, siempre hay una luz que se cuela por una rendija. Desde niño, Knausgard se fabricó un mundo para escapar del que le imponía su padre, que una vez habló del suicidio, ¿quizá proféticamente?: “Mi padre había hablado en varias ocasiones del suicidio, pero siempre en general, como un simple tema de conversación. Opinaba que las estadísticas de suicidios mentían, y que muchos de los accidentes de coches con conductores solitarios, por no decir casi todos, eran suicidios camuflados.” En cierta forma, una muerte lenta que se alimenta del alcohol puede interpretarse como una forma de matarse. Quizá fuera esto lo que a Knausgard le produjera el desgarro de tantos llantos incontrolables días después de la muerte de su padre


CREACIÓN

5 de abril de 2015 • Número 1048 • Jornada Semanal

Tortuga Luis Girarte Martínez

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ira compadre, Tortuga sigue siendo un pueblo tranquilo donde todavía se matan por una mentada de madre. Muchos han querido hacer de él un pueblo culto y limpio, ejemplo vivo de los otros pueblos de la región que, como él, también se han quedado sumisos a los mandamientos clericales y rebeldes a todo lo que huela, pinte o sepa a gleba revolucionaria. Y si no lo han logrado, es porque nadie ha sido lo suficientemente hombre para cortar de tajo el sentido contradictorio de su personalidad, hasta plantar, entre sus mismas raíces, el árbol nuevo de las nuevas familias. Como en los tiempos de la nevada o cuando llovió ceniza, cuando se levantaron como testimonio de maldades las figuras de Luis el Chunde, de Nacho la Chiscuaza, de Pablo el Jerrentín y de los Pájaros Prietos, Tortuga sigue siendo un pueblo sucio, irreverente, lengua suelta y franco. A él le da lo mismo hablar bien que gritarle, de banqueta a banqueta o de esquina a esquina, al diputado o al presidente municipal. Esto lo aprendí de mi Chirongo que decía: “Para llamarle bandido a un fulano, no hay que mandárselo decir, hay que gritárselo en la calle.” Algunos han intentado redimirlo, dignificarlo, elevarlo al rancio nivel del neoclasicismo que va desde la celebración de verdaderas tertulias literarias, hasta el nefasto gusto de comer y beber a la usanza de los hacendados que con su despotismo hicieron germinar en las maravillosas clases humildes la gracia de la ironía, de la sátira cruel y descarnada, contra los vástagos, enclenques y viciosos que por herencia adquirieron los dones y atributos patriarcales. Ahora, como para afirmar el principio de la decadencia, les ha dado por escribir la historia de Tortuga. Y tanto Ché Prado como Luis González y Tarsicio Amezcua enristraron sus plumas para escribir la crónica. Pero los tres cayeron en el error de irse por el camino fácil. El primero describió los extraordinarios beneficios de la vida en la época de la hacienda, disfrutados por él y por su familia. Mi abuelo La Tecata decía todo lo contrario y yo le creo a mi abuelo porque era más hombre que Ché Prado. El otro, un híbrido fuereño, advenedizo de las tierras altas, rata de notarías parroquiales, llenó, como pudo y a destajo, las páginas del libro con datos y números que nada tienen que ver con la verdadera identidad de Tortuga. Y eso porque le pagaron el trabajo. Y Tarsicio se autonombró el intérprete fiel del maravilloso anecdotario popular de Tortuga,

tan mal contado como peor satirizado, que ha perdido la gracia y la naturalidad hasta dar una imagen grotesca de este tan complicado pueblo. Hasta el ilustre poeta Luis Arceo Preciado anduvo mucho tiempo involucrado en la investigación etimológica y semántica del nombre que tan absurda y arbitrariamente le pusieron a Tortuga. Nació como por descuido o por accidente, no como nacieron otros pueblos, con su fundación oficial y el trazo de sus calles marcado con el surco de un arado de bueyes. Tortuga se fue quedando así, con su primera docena de indios rezagados, de aquellos que entusiastas y llenos de fe iban a fundar la gran Tenochtitlán, pero éstos, tal vez por el cansancio o porque perdieron el camino, se quedaron varados en la ribera virgen del Lago de Chapala que en las tardes de invierno se divierte nalgueando cariñosamente la playa dulce de Tortuga. Yo más bien creo que esto les pareció el paraíso y se quedaron. Sus casas se fueron embarrando en las faldas del cerro y soltaron al viento sus canciones, sus palabras se fueron navegando por el lago en sus pequeñas barcas pescadoras y se olvidaron del prometido Aztlán. Aquí plantaron, como la semilla de los días, el árbol de su fe y Tortuga, astuto como un hombre, se fue trepando al monte como las nubes que viajan por el cielo pero enraizadas a la tierra por sus charcos de sombras. Y las cosas buenas, las que se salen del corazón porque no caben, las que dejamos, como tributo de la vida, al alcance de todos, siempre quedan expuestas a la rapiña de los aventureros. Y vinieron los españoles, los judíos, los negros, los mulatos, los cuarterones y se quedaron aquí, ensuciando el paisaje, manchando el paraíso, comerciando con el aire. Invadieron Tortuga con su lastre de sueños. Plantaron sus tradiciones y sus leyendas en los adustos rostros de sus barrios para trazar los nuevos perfiles de sus gentes... Leñadores del Madroño, arrieros de La Placita de la Virgen, iteros de La Ciudadela y guamileros del Pedregal. Edificaron una iglesia y trazaron junto al plan una pequeña plaza que poblaron de árboles donde sueñan los pájaros. Y aquel viejo pueblo de los viejos nahuas, embarrado de casas en la falda del cerro, pueblo de cantos en el viento y palabras de amor en las canoas, se volvió un pueblo triste, enfermizo y violento; ha perdido su cara, los ojos y la vida... Y es, compadre, un pueblo tan tranquilo, con su iglesia, su plaza, sus cantinas, donde todavía los hombres se matan por una mentada de madre

Turtles, Street Art en Richmond, Virginia, usa

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espiral oceánica

La

Proyecto de el Jardín Azul

UNA ESFERA DE 500 METROS DE DIÁMETRO, 75 PISOS, CAPAZ DE ALBERGAR A 5 MIL PERSONAS, ANIMALES Y PLANTAS, SERÍA LA ZONA RESIDENCIAL DE LA ESPIRAL SUBMARINA

Norma Ávila Jiménez

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ace cinco años, con ayuda de un helicóptero, el artista holandés Ap Verheggen colocó, sobre un iceberg en el Ártico, dos esculturas ondulantes de cinco metros de largo cada una, representando trineos jalados por huskys siberianos. La obra de arte, Iceberg ride, fue su catarsis y llamada de atención al mundo ante la noticia de que los entusiastas ladridos de los perros al avanzar en busca de comida no se escucharían ese invierno en Uummannaq, una isla ubicada al noroeste de Groenlandia. El mar no se congeló lo suficiente, no formó la gruesa capa de hielo necesaria para que los cazadores inuits se desplazaran en sus trineos. El calentamiento de nuestro planeta se hizo evidente, situación que parece ser irreversible. Dicha alteración global podría dar lugar a la elevación del nivel del mar hasta seis metros dentro de cien años, subraya el doctor Carlos Gay García, coordinador del Programa de Investigación en Cambio Climático de la unam . “El calentamiento de los océanos y el derretimiento de los glaciares de Groenlandia y la Antártida dejarían a la Península de Yucatán, la costa del Golfo de México, Nueva York, Bangladesh y a muchas islas bajo el agua, sería desastroso.” Aclara que el hielo flotante sobre las aguas polares, al deshacerse no incrementa el nivel del mar, “son como cubos de hielo en un coktail. El aumento lo ocasionan los hielos continentales al caer al agua y derretirse”. “Este proceso a largo plazo puede combinarse con aumentos de temperatura y desatar eventos que no caen dentro de los modelos climáticos conocidos, son sistemas complejos. Por ejemplo, en 1998, hubo récord en temperaturas altas en el planeta y a eso se le sumó el fenómeno meteorológico El niño, lo que dio lugar a huracanes y sequías intensas. Los escenarios podrían ser devastadores.” En este punto no puedo dejar de compa-

rar lo apuntado por el doctor Gay con pasar por un bochorno menopáusico y, en ese momento, sumar una temperatura ambiente de 39 grados. Realmente se siente devastador. Las noticias son preocupantes: las cortezas de los polos se están derritiendo a una velocidad de 500 kilómetros cúbicos por año, aseguró Angélika Humbert, especialista en glaciología del Instituto Alfred Wegener, en un estudio publicado el año pasado. Según los datos obtenidos por el satélite de la Agencia Espacial Europea, el CryoSat 2, desde hace cinco años se ha duplicado la velocidad del derretimiento de los polos; durante los últimos veinte años, 295 mil millones de toneladas de hielo se han fundido debido a la acción humana –por la quema de combustibles fósiles y al metano emitido por el excremento del ganado bovino (¡puuuf!)–, y 130 mil millones por causas naturales, asegura Ben Marzeion, investigador de la Universidad de Innsbruck, en la revista Science publicada en agosto de 2014. Una de las especies favoritas de la mayoría de la gente –por estar esponjaditos o recordarles su niñez–, los osos polares, también sufren las consecuencias de un calentamiento global que poco a poco está dejando a estos mamíferos sin la oportunidad de caminar sobre el hielo duro en busca de sus presas. En el portal del grupo de conservación Polar Bear International, se informa que en nuestro planeta existen entre 20 mil y 25 mil osos blancos distribuidos en diecinueve poblaciones: de éstas, cuatro van en disminución. Ante este panorama, que próximamente podría dejar a los seres vivos con el agua arriba del cuello, la empresa japonesa Shimizu ha planteado la posibilidad de construir una Espiral Oceánica. El Jardín Azul, una esfera de 500 metros de diámetro, 75 pisos y capacidad para albergar a 5 mil personas, animales y plantas, ubicada en la parte superior de esta ciudad submarina, será la zona residencial. Grandes ventanales ubicados en el hotel, departamentos, laboratorios y espacios re-

creativos, permitirán intercambiar miradas con ballenas, peces y delfines. El diseño de esta estructura acuática, explicado a esta periodista por Hajime Inose, director de Operaciones en México de Shimizu América del Norte, muestra la espiral ubicada debajo del Jardín Azul, que desciende hasta los 40 mil metros de profundidad. En esta zona, denominada Infra Espiral, es donde “se generará energía limpia a partir de una tecnología que aprovecha la diferencia de temperatura oceánica: 20 grados en la parte superior, templada por los rayos del Sol, y dos grados a mil 500 metros de profundidad. Aquí también se obtendrá comida y agua dulce a partir de un proceso de desalinización”. En la parte más baja de la Espiral Oceánica, la Fábrica de la Tierra, será posible almacenar y reciclar las emisiones de bióxido de carbono para evitar la contaminación y se fortalecerá la acuacultura, entre otras técnicas para aprovechar los recursos marítimos, subraya Hajime Inose. “Como alcanzará hasta los 40 mil metros de profundidad, no conviene ubicar a esta ciudad y planta de energía sobre placas tectónicas: los mares del Oriente Medio o de África serían las zonas ideales” para este viaje al fondo del mar. De hacerse realidad, la construcción de este espacio que actualmente remite a la ciencia ficción, tal vez algunos de sus futuros residentes en alguna de sus travesías oníricas desearán encontrarse con el calamar gigante que retó al capitán Nemo, o con la rémora que detuvo los navíos de Marco Antonio y Calígula. “En Shimizu hemos plasmado un sueño en estos primeros dibujos de la Espiral Oceánica. Probablemente con el tiempo cambie el concepto, debido a su propia evolución y a las finanzas. Tal vez esta empresa primero reduzca a cero la emisión de contaminantes en sus edificios terrestres y luego desarrolle lo mismo en su estructura acuática.” Mientras se construye esta alternativa para aprovechar los recursos marinos y refugiarse de la elevación del mar, hay que aprender a nadar


VOZ INTERROGADA

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Arte

pa

entrevista con Elizabeth Catlett Blanca Villeda

No estoy pensando en hacer cosas nuevas y diferentes. Estoy pensando en crear arte para mi gente. Elizabeth Catlett

Elizabeth Catlett nació en Washington, dc , en 1915. Esta conversación tuvo lugar en su taller de Cuernavaca, ciudad donde Catlett murió hace tres años, cuando contaba con ochenta y cuatro de edad y mostraba una vitalidad y una lucidez envidiables. Actualmente su obra puede verse en el Metropolitan Museum of Art, en el Modern Art Museum de Nueva York y en numerosas e impor­ tantes colecciones públicas y privadas. Con sus esculturas públicas contribuyó a dotar de identidad a calles de México, Nueva Orleáns y Washington. Se proclamó la semana de Elizabeth Catlett en Berkeley, California, así como el día de Elizabeth Catlett en Cleveland, Ohio. Obtuvo el doctorado honoris causa por la Pace University, de Nueva York, y en 2003 recibió el Lifetime Achievement in Contemporary Sculpture Award del International Sculpture Center, entre otros reconocimientos. En México se preparan ya festejos por el centenario de su natalicio. Los premios no eran su objetivo. Realizar su obra le requirió un esfuerzo heroico. Por ejemplo, en el otoño de 1932 ganó una beca completa para estudiar artes en el Carnegie Institute of Techno­ logy, de Pittsburgh, pero cuando se presentó y vieron que era una jovencita afroamericana, la rechazaron. Catlett tuvo que regresar a Was­ hington y se inscribió en la Universidad Howard. Setenta y seis años después, la ahora llamada Carnegie Mellon University le otorgó un doctora­ do honoris causa que lavó la pasada deshonra de la institución.El estigma que ella tuvo que trabajar, como buena escultora, para retirar los obstáculos y darle forma a su vida, venía de lejos. Así lo recordaba en aquella entrevista:

M

i papá era maestro de matemáticas y tocaba instrumentos. Murió antes de que yo naciera, de una hemorragia. Dejó una talla y un cuadro inconclusos. Su mamá fue esclava hasta los trece años, cuando se declaró la Emancipación. Me recibí de una licenciatura en Arte en la Universidad de Washington, dC . Enseñé un año, durante la depresión económica, pero no me gustaba donde estaba, en Carolina del Norte, y mi mamá me dijo que si quería acudir a otra universidad tenía que pagarla. Trabajé enseñando natación en el verano y gané más que enseñando arte; ahorré todo lo que pude y encontré en la Universidad de Iowa algo barato y de calidad. Ahí tomé un curso de escultura que me gustó más que la pintura, por eso decidí sacar mi maestría en escultura, aunque no me quedaba mucho tiempo para trabajarla por las clases que impartía. Luego me fui a trabajar con [Ossip] Zadkine, pero a trabajar nada más, porque no me enseñó nada. Más que enseñarme, discutíamos la escultura. Él tenía una manera de hacer escultura en terracota y yo quería aprender otra.

Dancing, litografía, 2003

Una vez, en la universidad, me buscaron una chamba para pintar un mural, y yo no sabía nada de esa técnica. Fui a la biblioteca y ahí descubrí a Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Miguel Covarrubias. Cuando conocí personalmente a Covarrubias aquí le comenté que había pintado la oficina de un doctor en Washington, copiando sus caricaturas de negros. Él me dijo: “Estoy muy honrado.” En Nueva York me dieron una beca que duraría un año para hacer una serie de grabado, pintura y escultura sobre la mujer negra que soy. Afroamericana, se dice ahora. Estuve trabajando en una escuela alternativa para negros en Harlem –ellos no habían tenido una educación formal y se habían ocupado en “trabajos veniales”, como el comercio de ropa, la operación de elevadores o la ser vidumbre –, pero la propaganda y la enseñanza en la escuela no me dejaron tiempo para mi proyecto. Pedí la prolongación de la beca, pero me dijeron: “Debes salir de Nueva York.” Entonces pensé en venir a México para trabajar en el Taller de Gráfica Popular ( tgP ).


gente

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Mujer indígena, litografía, 1967/2003

ESTE MES, A TRES AÑOS DE SU MUERTE, SE CUMPLE EL CENTENARIO DE LA ESCULTORA Y GRABADORA AFROAMERICANA QUE SE NACIONALIZÓ MEXICANA EN 1962 Y VIVIÓ EN CUERNAVACA DESDE 1976

El México al que llegó Catlett en 1946 estaba en plena ebullición ideológica, pero ella vino por motivos artísticos: Llegué a un cuarto de azotea en la casa de la señora Arenal, en París 7, en Ciudad de México. Aprendí español en la Universidad Obrera. Cometía unas equivocaciones… Agarraba palabras en latín que no significaban lo que yo pensaba, como embarazado, que significa avergonza­ do en inglés (embarrassed). Al año de su llegada al país, Catlett se casó con Francis­ co Mora, a quien conoció en el tgp , el colectivo que hizo historia por su intención de utilizar el arte para causas sociales, lo cual casi necesariamente lo llevó al activismo político. Mora nació en 1922 en Michoacán, y había llega­ do a la capital mexicana en 1941, donde se integró al tgp fundado por Leopoldo Méndez, Pablo O’Higgins y Luis Arenal. Pancho Mora falleció en 2002.

DE “INDESEABLE” A IMPRESCINDIBLE La cercanía con los grabadores del tgp , en el contexto de la postguerra, le costó a Catlett que el Departamen­ to de Estado de su país la declarase “extranjera indeseable” al adoptar la nacionalidad mexicana, en 1962. No pudo ver a su familia estadunidense durante casi una década, hasta que su madre enfermó de gravedad. Sin embargo, ella no suele retomar en su conversación estos episodios. En la clase de Francisco Zúñiga estábamos Elena Laborde, un cubano, yo, y el pintor –¿cómo se llama el que perdió un ojo?–, Pedro Coronel. Elena era novia de Pedro, pero se casó con Zúñiga. Luego empecé a tener hijos, y ya con tres dejé la escultura. Una vez los niños me pintaron un yeso y lo tiré por la ventana por coraje. Después del kínder al que llevaba a mi hijo más chiquito me iba a La Esmeralda para estudiar talla en madera. En ese tiempo me costó trabajo ser una mujer mexicana, porque es otra cultura, pero mi esposo me apoyó mucho. En 1959 hubo un concurso de oposición para enseñar escultura en [la Escuela Nacional de Artes Plásticas, enaP , de] San Carlos y gané. [Fue la primera mujer en dar cla­ ses de escultura.] Otro aspirante, de quien no voy a dar su nombre, me había dicho: “No vas a ganar porque eres extranjera y mujer.” Después el director, el maestro Roberto Garibay, me hizo jefa de clases de escultura y todos los maestros se disgustaron, menos Jorge Tovar, un amigo. Como jefe, visitaba a los profesores a veces para ver si necesitaban material o algo más, pero no me interesaba discutir las clases. Entre ellos había grandes escultores mexicanos, empezando por Ignacio Asúnsolo. El maestro Garibay me había hecho jefa porque yo tenía maestría en Artes Plásticas y estudié Arte Moderno con un maestro francés. Enseñé en San Carlos desde 1959 hasta 1971. Salí porque cambiaron las cosas: Essigue

F

En Nueva York me dieron una beca que duraría un año para hacer una serie de grabado, pintura y escultura sobre la mujer negra que soy.

ara la

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Afroamericana, se dice ahora.

Madre y niño, 1954


VOZ INTERROGADA

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Elizabeth Catlett, Black Madonna

–¿Cuán trascendente fue para usted su etapa del tgP ? –Cuando vine a México tenía claro lo que iba a hacer. Antes de eso enseñaba en una universidad de Nueva Orleáns. Hubo una exposición retrospectiva de Picasso y era importante llevar a los jóvenes a verla, pero estaba en medio del Parque Central, al que no permitían la entrada de negros. Hablé con un maestro de una universidad de blancos y él arregló para que pudiéramos entrar en un camión. Estaba el mural Guernica en la planta baja, pero era la primera vez que los alumnos negros entraban a un museo de arte. No sabían que no había que gritar. Me dejó una impresión muy profunda. Existía una gran hambre de cultura. Experiencias como ésa me hicieron entender mejor los esfuerzos de los miembros del Taller de Gráfica Popular, que hacían álbumes sobre la historia de México, libros ilustrados en idioma indígena, carteles. El Taller de Gráfica Popular anhelaba hacer arte de la mejor manera que se pudiera, en beneficio del pueblo y del movimiento democrático del país. Entonces yo quería hacer mi arte para los pueblos negro y mexicano. –¿A quién considera usted el más grande escultor mexicano del siglo xx ? –Zúñiga, aunque no era mexicano sino costarricense. Se nacionalizó tarde, ya cuando era profesor. Produjo mucho y en todo el mundo hay obra suya. Estábamos en

En 1959 hubo un concurso de oposición para enseñar escultura en [la Escuela Nacional de Artes Plásticas, enaP , de] San Carlos y gané. [Fue la primera mujer en dar clases de escultura.]

cultura ya no era una carrera y yo padecía artritis. La maestra Raquel Tibol ha con­ tado cómo, en esa época de auge del arte rupturista, Manuel Fel­ guérez y su grupo pidieron que se impartiera escultura abstracta en la enap . Catlett, artista figu­ rativa, habría renunciado por esa razón. Pero Celia Calderón, otra maestra figurativa, se sui­ cidó de un tiro en el salón de clases. Como quiera que haya sido, estos hechos dieron un gi­ ro a la carrera de Catlett: en 1976 se fue a vivir a Cuernavaca y a partir de entonces se dedi­ có al arte público. Empecé a hacer escultura pública primero en el Politécnico, después realicé un monumento al jazzista Louis Armstrong en Estados Unidos, un relieve en bronce para Nueva Orleáns; otro en Atlanta, un monumento en Washington... Lo último fue un monumento al aire libre de una heroína negra. Gané un concurso en Nueva York para realizar un monumento al escritor negro Ralph Ellison, autor de la famosa novela El hombre invisible. Voy a hacer un bronce alto, con un espacio negativo.

Hamburgo un día y ahí estaba una escultura de Zúñiga. En Nueva York también. Aprendí mucho de él, principalmente que hay que trabajar duro. –Mucho de este trabajo que hizo, como usted dice, para mexicanos y negros, se reunió en una exposición retrospectiva muy importante en Estados Unidos (Elizabeth Catlett Sculpture, A 50 Year Retrospective). La muestra itinerante se concibió para celebrar sus cincuenta años de artista. –Empezó en la Universidad de Nueva York, en el Neuberger Museum, luego fue a la Universidad de Houston.

De ahí al Museo de Arte de Baltimore. Entonces debió haber venido a México, al Museo de Arte Moderno, pero la doctora Teresa del Conde canceló la exposición, dijo que no tenían dinero. Con ese planteamiento, la curadora se propuso encontrar dinero y lo consiguió en la Fundación Andy Warhol. Los organizadores no cobraron lo que a otros museos; con ese dinero iban a pagar el empaque y el envío a México. Al museo le tocaba pagar solamente un seguro y los catálogos, pero aun así la doctora Del Conde no aceptó. Me dolió porque hice todo ese trabajo en México: cincuenta obras en piedra, madera, bronce y terracota, y la mayoría está en museos, escuelas, universidades y organizaciones. El catálogo contó con el ensayo de un crítico de The New York Times y otro de una curadora del Metropolitan Museum de Nueva York. Por fortuna no tuve que enviar la obra a una bodega, porque se fue a Los Ángeles y ahí está. La itinerancia termina en Atlanta. Ya en esos años, el arte nacio­ nalista y de carácter narrativo era notoriamente coar tado para impulsar el llamado arte contemporáneo, con otros va­ lores éticos e ideológicos y distintas colindancias políti­ cas. En esa época vino la fiebre por extender el dominio de lo “contemporáneo” aun en museos con vocación historicista, con argumentos de coyuntura y a pesar de que ya era una práctica cues­ tionada, aunque todavía no caía en la crisis de credibili­ dad que ahora padece. A cien años del nacimiento de Catlett, el poder de su arte ha demostrado que está mucho más allá de esos tejemanejes. Sharecropper o Agricultora se titula uno de sus grabados más famosos. Muestra el rostro de una mu­ jer campesina mayor, con la piel áspera y curtida. No obstante, evidencia una dignidad y decisión que revelan su poder de cambiar su historia. Una vez terminada la Guerra civil estadunidense, quienes habían sido esclavos se convirtieron en agricul­ tores que trabajaban tierras alquiladas. Por su trabajo recibían una parte de la cosecha. Este mecanismo atrapó a muchos trabajadores en un ciclo de pobreza, al cual se refiere Catlett en este grabado. Pero al dotar de tal fuer­ za a sus personajes, Catlett contribuyó a empoderar a los afroamericanos y mexicanos, especialmente a las mu­ jeres, lo cual la convierte en una de las creadoras his­ tóricas de símbolos para las causas sociales más impor­ tantes del siglo xx

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LEER

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El ojo histórico, Eduardo Mosches, Universidad Veracruzana, México, 2014

UNA ESCATOLOGÍA DE LOS SENTIDOS JOSÉ ÁNGEL LEYVA

U

Albricias Felicitamos calurosamente a

Fernando del Paso colaborador y amigo de estas páginas, por sus primeros ochenta años de vida.

Albricias Felicitamos a nuestra colaboradora

Norma Ávila Jiménez por haber obtenido el

Premio Nacional de Periodismo en Divulgación de la Ciencia

na de las primeras ideas que viene a la cabeza cuando se avanza en la lectura de El ojo histórico de Eduardo Mosches es escatología de los sentidos o del sentido. Literal resulta el título y, poco a poco, el testimonio que enhebra esta obra lírica de connotaciones épicas. Es paradójico que el libro sea parte de la serie Ficción de la Universidad Veracruzana, cuando se trata de poesía, y cuando lo que menos se propone el autor es ficcionar o fabular acerca de su propio conocimiento de la historia del siglo xx , de la historia universal, de su propia experiencia. Escatología de los sentidos y de la conciencia, como lo refieren de manera recurrente las citas que, a manera de epígrafe o de aviso, van orientando al lector por la placidez uterina, la percepción del mundo exterior y de sí mismo. El empleo de noticias, fragmentos de libros, comerciales, sucesos, tienen en común 1944, año de nacimiento del autor. “El niño acerca los objetos entre sí y los combina. La percepción de la dualidad hace su aparición… Es sensible a los sentimientos de los demás.” Henri Wallon. El yo y los otros parecen discernir la tragedia de su disolución, del desconocimiento del dolor ajeno, del triunfo aparente de Narciso sobre el movimiento natural de la cosas, de su nacimiento y caducidad, del carácter efímero de la existencia. La memoria y el olvido discurren por estas páginas movidas por la lucidez del instante, del pulso racional atraído a la sentimentalidad de la historia. “Todo es música en la envoltura del embrión de la palabra” (“El vuelo de los sentidos”). La poesía de Mosches no se convierte ante el testimonio de los sobrevivientes en una mancha informe y negra en la mirada, sino en un mural descarnado sobre la condición humana. Eros y Thanatos en una lucha encarnizada por dominar la escena del mundo. Los horrores y los errores suelen correr juntos; no obstante que marcan líneas diferentes, parten de motivaciones distintas, los primeros son producto de la crueldad y la infamia, los segundos, que también pueden desembocar en tragedia, nacen de la falibilidad del individuo y de las comunidades, pero también, según nos muestra la memoria, incurren en desastres humanos de proporciones inverosímiles, en experiencias donde la idea se impone a la necesidad y a la libertad. El Holocausto y el avance tecnológico del siglo sirven a Mosches de telón de fondo para el conocimiento y reconocimiento de una era. La reiteración de los títulos funge como ostinatto que impone su ritmo recurrente y nemotécnico. Las otras voces, las de los poetas referidos: Paul Celan, Ilya Ehrenburg, Lea Goldberg, Jaim Guri, Pablo Neruda, Octavio Paz y Nelly Sachs –indicadas con

cursivas, pero sin nombre de los autores– se entreveran con las voces masivas de los campos de exterminio, de los revolucionarios abatidos en la negación de la utopía o en las fauces de sus predadores, o de pueblos enteros cuyo castigo vino de preguntar por otros mundos posibles, de otras formas de vida, de otros caminos a la muerte. La estructura formal del libro organiza los poemas como un teatro de la memoria y construye su propio Aleph desde donde puede sentirse el transcurrir de la vida de un extremo a otro en la biografía de un hombre, en este caso del poeta, que se observa a sí mismo en la pasividad del desarrollo cognitivo, en la evocación de los sonidos propios y ajenos, en el ruido de la historia. Este es sin duda uno de los libros más maduros, y el más osado, del autor; la intertextualidad es ejercida sin cortapisas para dialogar con grandes poetas desde su perspectiva cultural judía y laica, librepensadora. Es un poemario donde la necesidad de contar se somete al impulso lírico y a la respiración de las imágenes en ese resquicio abierto a la totalidad. No es un libro escrito en la juventud con afanes de originalidad a toda costa, sino un libro juvenil que rezuma sabiduría, síntesis del paso del hombre a lo largo de un siglo, de una época de construcciones y derrumbes, de totalitarismos y aceleramiento en los cambios civilizatorios, en el vértigo de la tecnología, en el achicamiento de las cosas, en la polarización de la modernización y los fundamentalismos religiosos, entre la virtualidad y la carne. “Recogemos los días en la cazuela de la nueces/ el guiso de lo porvenir/ perfuma el sonido deseado de la espera.” Eduardo Mosches nos entrega su testimonio afectivo y espiritual sin restricciones, entregado al oficio de quien cree en la utilidad inútil de la poesía, comprometido en el decir despojado de certidumbres, de estigmas, de consignas. Con la humildad de quien expresa: “Se ha encontrado la forma sagrada de entender”, o como quien escucha versos de Dylan Thomas: “Y la muerte no tendrá señorío.” •

La Jornada Semanal

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En nuestro próximo número

ÉTICA Y POLÍTICA: crónica de una tensa convivencia Xabier F. Coronado Patrick Modiano y el encanto de la melancolía

Luna Negra, al son del son en el sur de Veracruz

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ARTE Y PENSAMIENTO ........ Agustín Ramos

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Naief Yehya

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N UN CUENTO QUE da titulo al volumen Territorios, Primo Mendoza dice: “Hay sitios con calles más íntimas, territorios donde te llueve internamente por los inexplicables recuerdos donde vagas obsesivo y donde tu primitiva identidad te susurra cuentos y rezos al Ángel de la Guarda y chingaderas cotidianas. Ahí uno siente la mirada de Dios y mira por la cerradura inundada de nostalgia cuando la ciudad se llueve, y es entonces cuando los verbos básicos te fluyen conjugados en pasado.” Y en “Territorios inteligentes” Estela González Valencia pide: “–¡No se callen! ¡No, por favor! Si lo hacen, este pinche silencio va a cicatrizarnos el coraje.”

Resistiendo las hegemonías, al margen del canon basado en compadrazgos y consensos líquidos, una nueva narrativa metropolitana despuntó en revistas como Tepito Crónico, Desde el Zaguán, La Hija de La Palanca y El Ñero en la Cultura, para consolidarse en ciertas ediciones de, digamos, Ficticia Editorial, La Furia del Pez, El Aduanero y La Cofradías de los Coyotes, en algunos textos publicados por la Asociación de Cronistas del df y Zonas Conurbadas en Lo que en el corazón está en la boca sale… (su compilador Jaime Valverde aporta “El habla del mexiqueño”) y sobre todo en el conjunto de la obra ficticia y ensayística de El sótano de los olvidados (El lado oscuro de Tepito, tomos i y i i ), donde sobresalen, entre otros, Mario López, Carlos Ortiz Segura (a) El Tecolutla, Eduardo Vásquez, el compilador “de esta vecindad de autores hecho libro”, el boxeador Octavio Famoso Gómez, Daniel Manrique, el de “Tepito Arte Acá”, la citada Estela y el ídem Primo, cuyo cuento “Netamorfosis” da nombre con logotipo muy High Energy a un compendio de subtítulo Cuentos de Tepito y otros barrios marginados. ¿Puede entenderse esta ola sin los antecedentes de Armando Ramírez y El Búker? Sin embargo éstos tampoco se entienden sin la liberación que los precedió, a ambos y a los concurrentes de dichas antologías. El “Mester de ñerería” de Primo Mendoza evoca por su título a un poemario de Arturo Trejo, ufano vecino de Bondojito agrupado con Josefina Estrada, Ignacio Trejo Fuentes, Humberto Rivas, Emiliano Pérez Cruz y Víctor Navarro, entre otros partícipes de un florecimiento que tampoco podría entenderse sin el influjo de Gustavo Sainz, Par García Saldaña y el René Avilés Fabila de Los juegos, sin los parcos Camacho Morelos, Lazlo Moussong y Antonia Mora, sin Carlos Baca y Alberto Macías con sus crónicas roqueras y, en otras búsquedas pero con igual potencia, Federico Arana, Or-

lando Ortiz y un precoz José Joaquín Blanco. Estos y más narradores emblemáticos de la cresta renovadora de la narrativa mexicana se ligan a su vez con José Agustín, Ricardo Garibay y Juan Rulfo, quienes a mi parecer encabezan tres propuestas retóricas partiendo, grosso modo, de una similar elaboración de las hablas características de cierta juventud clasemediera, de cierta prole suburbana y de cierta región rural. Y es que ni la esencia de la retórica es el exceso ni la esencia de la humildad son las carencias. La retórica de la humildad comporta exactitud en la escritura e impone el arte justo para expresar una circunstancia (justicia ética y justeza estética, ni más ni menos), elevando a literatura la comunicación verbal común. Las transformaciones sociales, diría Jacques Rancière, ocurren cuando actúan quienes tradicionalmente no forman parte del reparto ni tienen sitio oficial en el escenario político. Otras dos consideraciones suyas se pueden agregar a esto: la del animal literario y la de los “movimientos capaces de decir algo, de expresarse en tanto que fuerza política sobre cualquier cosa”. Polvos de esos lodos corresponden pues al lenguaje: la retórica de la humildad representa, entre otras fuerzas, al ruido de fondo transformado en palabras que por razones explicables suenan extrañas y contienen sentidos nuevos. Clásicos como, por dar ejemplos obvios, Dante, Shakespeare, la pléyade casi olvidada que gestó La Celestina y Francisco de Quevedo, primer gran deudor de estas últimas vidas y de esta primerísima novela, alcanzaron y nutrieron con sus obras cumbres la aristocrática categoría de la literatura. Y lo consiguieron trabajando, sabia, virtuosa, humildemente, un material (lingüístico y de historias humanas) cuyo trascendental poder comunicativo tiene su origen, creo, en los territorios de la resistencia, ahí donde se atesora la memoria de lo olvidado •

El secuestro de Michel Houellebecq El Escritor No es fácil destacar como el autor más controvertido de Francia, un país que sobresale por su gran concentración de escritores incómodos y provocadores. En pocos años, Michel Houellebecq ha creado un aura de repulsión y admiración alrededor de su obra y de sí mismo. Se trata del escritor más famoso de su generación, quizás el más incendiario y el más honesto. Su poesía, novelas y ensayos tratan de la decepción de las ilusiones de una sociedad abierta, los conflictos de la inmigración y las contradicciones de un país que se quiere incluyente, fraterno, igualitario y libre. Desde su primera novela Extensión del dominio de la lucha (1994), ha explorado un tono de desencanto nihilista, pesimismo cínico y frustración depresiva que resulta a la vez inquietante y divertido. En su siguiente novela, Las partículas elementales (1998), descuartizaba, entre otras cosas, el idealismo de los años sesenta, las fantasías hippies y la revolución sexual, lo cual le ganó fama de reaccionario, pervertido, misógino y racista. Se volvió autor de culto y vendió más de 300 mil ejemplares. La controversia realmente explotó con su tercera novela, Plataforma (2001), que trata sobre el turismo sexual y en la cual pone en boca de uno de sus personajes comentarios antiislámicos punzantes. En una entrevista declaró: “La religión más estúpida es el islam.” Fue demandado pero ganó el caso, ya que en Francia se protege la libertad de expresión por encima de las libertad religiosa. El protagonista de su siguiente novela, La posibilidad de una isla (2005), Daniel (el primero de una serie de clones), es un comediante exitoso y millonario que presenta espectáculos donde ridiculiza con ferocidad a los musulmanes. Sin embargo, buena parte del público percibe sus chistes y shows como comentarios irónicos. En 2010 publicó El mapa y el territorio, por la cual ganó el prestigiado Premio Goncourt. Su libro más reciente, Sumisión, fue lanzado el pasado 7 de enero; en él un musulmán llega al poder en Francia en las elecciones de 2022. Houellebecq aparecía en la portada de la revista satírica Charlie Hebdo de la edición del 7 de enero, día en que tuvo lugar la masacre de los dibujantes de esa publicación.

El sEcuEstro

Durante la promoción de El mapa y el territorio, Houellebecq desapareció durante algunas semanas dando lugar a rumores de que había sido secuestrado por fundamentalistas islámicos. El autor reapareció tiempo después y se negó a explicar lo sucedido y provocó más especulaciones. El director, Guillaume Nicloux, parte de ese episodio en su más reciente filme El secuestro de Michel

Houellebecq, estelarizado por el propio escritor, en lo que podría parecer un vehículo autopromocional descarado, pero que en realidad es una seca autoparodia. El filme comienza en un tono seudodocumental, casi de cinéma verité, mientras la cámara sigue al autor en su supuesta cotidianidad, sus pláticas con amigos y encuentros con desconocidos. No es un spoiler señalar que el escritor es secuestrado, pero nada en este acto criminal intenta ser remotamente realista. La segunda parte del filme corresponde al secuestro y aquí también los diálogos son improvisados y el desarrollo de las escenas sigue un cauce impredecible e hilarante. El cautiverio le da la oportunidad al desaliñado misántropo Houellebecq de mostrar una caricatura de sí mismo, de presentarse como un tipo frágil y obsesivo, intolerante pero obediente, cínico pero generoso. Los inverosímiles secuestradores mantienen el aplomo, aunque no parecen entender lo que están haciendo, tratan de enseñarle defensa personal y discuten con él sobre una variedad de temas que apenas comprenden. Los días pasan entre comidas familiares y botellas de alcohol. Por lo menos en dos ocasiones, el escritor aparece notablemente borracho e insultando a sus secuestradores y anfitriones. La cinta es de una sinceridad apabullante pero se evade cualquier mención al asunto más controvertido que rodea a la imagen de Houellebecq: su presunta islamofobia. Este es un autor con una inquietante habilidad para el sarcasmo y por lo general este talento requiere de cierto maniqueísmo y reducción al absurdo, que es lo que hace el filme de Nicloux. Lo suyo no es propaganda ni racismo, sino una especie de melancolía que, en vez de llevarlo a la desesperanza, lo hace mofarse de la decadencia de Occidente. Como escribe Adam Gopnik en el New Yorker, más que un islamófobo, Houellebecq “es un francófobo”, un crítico de una sociedad hedonista que quisiera ver convertida en algo más profundo pero es incapaz de creer en semejante fantasía •

JORNADA VIRTUAL

La memoria de lo olvidado

GALERÍA

naief.yehya@gmail.com


Jornada Semanal • Número 1048 • 5 de abril de 2015

........ ARTE Y PENSAMIENTO

Germaine Gómez Haro

Alonso Arreola

www.casalamm.com.mx

Los exvotos pictóricos del Santuario de Talpa

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N DÍAS PASADOS SE presentó en el Museo Frida Kahlo el libro de aparición reciente de la Dra. Elin Luque Agraz: El arte de dar gracias: Los exvotos pictóricos de María del Rosario de Talpa, publicado por la Editorial Lamm. Este volumen de 230 páginas, bellamente diseñado e ilustrado –cuarta publicación de la autora sobre el tema– es el producto de una investigación de cinco años en hemerotecas, fondos reservados y entrevistas que arrojan información valiosísima que da forma al contexto cultural de la zona donde se encuentra el santuario, uno de los centros de peregrinación más visitados de nuestro país, ubicado en el poblado de Talpa de Allende, en la sierra de Jalisco. Entre sus múltiples aportaciones, el libro ofrece material que no había aparecido en otras publicaciones sobre exvotos, como las Cartas de esclavitud, documentos poco conocidos que vienen de una importante tradición ancestral y en los que se establece una relación contractual entre la divinidad y los donantes. Otra aportación a destacar en este trabajo es la presentación de temas que no se habían estudiado anteriormente, como el grupo de exvotos que registra enfermedades neurológicas recurrentes y que han arrojado importantes datos para las investigaciones médicas sobre estos padecimientos en la región. Se incluye una serie de tipologías que narran las circunstancias que padece la comunidad de Talpa y sus alrededores, como desastres naturales que incluyen la tala de los hermosos bosques de la Sierra; fenómenos y siniestros tales como tormentas eléctricas, inundaciones y un sinfín de accidentes automovilísticos a consecuencia de las complejas carreteras de la sierra. No podía faltar una sección dedicada a los asuntos relacionados con la violencia y la delincuencia organizada, donde las cartelas revelan historias terroríficas que van ganando cada día más terreno. El libro presenta dos hermosos exvotos decimonónicos de las colecciones del Museo Frida Kahlo que nos muestran que en algún momento el santuario de Talpa llegó a tener una importantísima colección votiva del siglo xix, hoy perdida, y que por fortuna una buena parte de ese patrimonio se encuentra resguardado en esa institución, ya que en Talpa, en la actualidad, se conserva un solo exvoto del xix , fechado en 1867. A partir de esta fecha hay un vacío hasta 1924. Un tercer exvoto de la misma colección dio lugar al sorprendente hallazgo de la autora que muestra la correspondencia plástica entre la famosa pintura de Frida Kahlo –Unos cuantos piquetitos, perteneciente a la Colección Dolores Olmedo– con

dos exvotos dedicados a la Virgen de Talpa. Se presume que el primero, fechado en 1934 y que Frida tuvo en sus manos, fue su fuente de inspiración. El segundo fue realizado once años más tarde y se conserva en Talpa, pero el dato curioso es que ambos fueron encargados por la misma oferente –Margarita Aragón– al parecer una sexoservidora que se salvó de las puñaladas propinadas posiblemente por un cliente. Sabemos que Frida admiró los exvotos, los coleccionó y se inspiró en su lenguaje ingenuo, fresco y alejado de los cánones académicos para plasmar algunas de sus pinturas que, en su caso, son ingenuas sólo en apariencia. Frida pinta sobre lámina de cobre su célebre y turbadora pintura en 1935, y ahí aparece la mujer desnuda, tendida sobre la cama y bañada en sangre. Para aumentar el tono de violencia, agrega sangre desparramada por el piso y la extiende hasta el marco de madera. Luque sostiene que tanto la biógrafa de Frida –Hayden Herrera– como la investigadora Teresa del Conde, han apuntado que la pintora se inspiró en una nota de prensa para realizar esta pintura, posiblemente la publicada en el diario El informador de Guadalajara que la investigadora localizó en la hemeroteca e incluyó en el libro. Las poderosas imágenes de los cien exvotos que aparecen en el libro nos revelan asombrosos pasajes de la vida cotidiana del pueblo mexicano a través de sus cuitas. Nuestras iglesias y santuarios están llenos de santos y santas que reciben diariamente infinidad de peticiones y, a través de los exvotos pictóricos o retablos, somos testigos de los agradecimientos a los favores concedidos. Al leer las conmovedoras cartelas que consignan las tribulaciones de los donantes corroboramos que los tiempos pasan, la modernidad se impone, pero las desgracias, sufrimientos, injusticias y abusos siguen siendo los mismos, a pesar de los milagros concedidos •

Fui al desierto en un caballo sin nombre

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JERCICIO ANTROPOLÓGICO, EL DE visitar Las Vegas, funciona si se han hecho otras andanzas importantes o si hay una justificación particular. Verbigracia: el Gran Cañón. Magnética por su pasado mórbido y glamoroso aún más por la decadencia plástica de su presente, la Ciudad del Pecado ofrece menos espectáculos interesantes de lo que imagina nuestra lectora, nuestro lector, y muchas más tiendas, bares y casinos de estética chillante de los que sueña el ludópata incurable. Pero bueno, estando allí se recomienda poner en marcha el plan denominado Entregarse a Fondo para No Echarle a Perder la Experiencia al Ser Amado que Afortunadamente No le Ve Tantas Piedras a los Arroces. Una vez en ese estado, las cosas fluyen y se puede, entre otras cosas, entregar los oídos a la carga sonora del aire. Copas que chocan, repiques de un millón de máquinas, meseras de atuendo diminuto susurrando el nombre de bebidas multicolores, televisiones con deportes y carreras, encendedores que chasquean recordándonos que el vicio es bienvenido, que no hay desierto suficiente para acabar con el aire acondicionado y los extractores de humo. Nunca escuchamos una celebración victoriosa venida de dados o cartas; muy seguido, en cambio, el “uuuuuuuuuuuuuu” de un “ya merito”. Lo cierto es que todos ríen, aunque la casa siempre gane. Ahora bien, nos habían dicho que en los audífonos del helicóptero que nos llevaría al Gran Cañón habría música, pero mientras nos pesaban en la báscula los nervios le restaron importancia al comentario, por lo que tampoco atendí al repertorio de la limusina que nos llevó al sitio de despegue. Lo que sí recuerdo es que desde la ventana del absurdo automóvil las fachadas inspiradas en Venecia, París, Nueva York, Egipto y demás ciudades resultaron de una comicidad insoslayable, reducción del mundo a ese espejismo que desde los años treinta insiste en su quimera: sobra el dinero. Pero bueno, la verdad es que la selección del helicóptero fue la mejor del viaje. ¿Ejemplos? “Under the Bridge”, de los Peppers; “Desert Rose”, de Sting; “Learning to Fly”, de Pink Floyd;“La Valkiria”, de Wagner; “El bueno, el malo y el feo”, de Morricone; “Don’t Stop Believing”, de Journey; “Beautiful Day”, de U2; “A Horse Without Name”, de America y, claro,“Viva Las Vegas”, de Elvis. Ello nos lleva a la noche en The Strip, avenida que casi mató a la vieja Fremont del downtown (donde las figuras de neón dan una nueva y brillante batalla). En ella el caos recuerda al Caribe ocupado por spring breakers, pero potenciado con más dinero y gente, con menos policías. Hombres y mujeres caen desvanecidos aferrándose a sus vasos como si fueran secciones de tubos invisibles. O pasan tambaleándose, sin amigos, con las camisas vomitadas. O dialogan con las docenas de inmigrantes que reparten tarjetas

de prostitutas. De las ventanas bajas salen bandas de covers; de las altas los beats de clubes exclusivos abocados a la electrónica. (Cosa curiosa: casi no hay pop en Las Vegas.) Justo en uno de esos clubes nos vimos maravillados por el diseño de audio, pero brindando al son de “la peor música con el mejor sonido sigue siendo la peor música”. Muy distinto al delicado ambiente de los añosos y elegantes restaurantes Golden Steer y Hugo’s Cellar, así como del persistente Du-Par’s, cuyos finos cancioneros se comparan con los de las tiendas de antigüedades de Main Street en el Distrito del Arte. Ahora lo obvio. Estrenado en 2006, Love del Circo del Sol es infalible gracias al repertorio de los Beatles remezclado por George Martin y su hijo, quienes lo dotaron de la dimensión perfecta para las estampas oníricas que suceden en el teatro circular del hotel Mirage. A pocos kilómetros, empero, Penn & Teller actúan desde hace catorce años mostrando un humor cáustico. Se trata de dos magos libertinos con numerosos libros y programas de televisión en los que proponen polémicas frente a gobiernos, religiones y charlatanes. ¿Por qué mencionarlos? Porque cada noche antes de empezar su actuación presentan a un espléndido dúo de jazz. El pianista es Mike Jones, virtuoso celebrado globalmente. El contrabajista… es un hombre de sombrero que evita enfrentar a la audiencia, entonces invitada al tinglado para revisar objetos “mágicos”. Sorpresa: se trata del mismo Penn Jillette, quien redondea su show con el viejo truco de hacer música sin ser reconocido. Cerramos viaje en un club de caballeros. La primera hora fue decepcionante: mala música, mala actitud. En la madrugada, sin embargo, renació la noche gracias a Lara y Tamara, cuyos movimientos decían: “No importa cuál sea tu especialidad en el mundo del espectáculo, siempre hay maneras de actuar con clase y transparencia.” A su actitud se sumó la croupier china en una ruleta del Bellagio:“Cuando se gasten esos veinte dólares váyanse de aquí”, dijo. “No importa si ganan o pierden. Ese es el límite de apuestas en su vida.” De acuerdo. No más. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •

BEMOL SOSTENIDO

@LabAlonso

ARTES VISUALES

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ARTE Y PENSAMIENTO ........ Ana García Bergua

5 de abril de 2015 • Número 1048 • Jornada Semanal

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Jorge Moch tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch

STABA LEYENDO EN LA utilísima Wikipedia que eso que llaman jet lag, la fatiga que se siente cuando se viaja atravesando los husos horarios, es peor si se recorre la distancia en dirección al este, pues nuestro ritmo circadiano (“de alrededor de un día”, dirían los romanos; más o menos, vamos: circa) se tiene que acelerar para alcanzar a su día o su noche que se escapa corriendo por los meridianos. Yo viajé hacia el este (paradójicamente adonde están esos países que llaman de “Occidente”) y luego de regreso, y no logro recuperarme de este cambio. De hecho, estando en el extranjero, como le suelen decir, una parte de mí vivía siete horas después del momento en que me encontraba: estaba pendiente del momento en que mis seres queridos se levantarían o saldrían de sus ocupaciones para comunicarme con ellos. También tenía la fantasía de que saber todo lo que pasaba antes que mis compatriotas, por estar adelantada en el horario: ya amanecí, leí las noticias y ya me espanté, y estos pobres siguen durmiendo como angelitos. Una yo fantasma seguía en México, mientras la yo real abría el ojo a mitad de la noche europea, sin poder dormir, y el cuerpo no acababa de entender nada ni de orientar su tiempo en el tiempo. Por eso fui tan feliz en el museo Carnavalet, donde se mantienen intactas las habitaciones de hoteles, salones y palacios del París de los siglos anteriores –entre ellas la célebre recámara de Marcel Proust–, pues en realidad los museos son los reinos del jet lag, del tiempo detenido fuera de los ritmos del presente, atrapados en ritmos y tiempos pretéritos. Por eso, y no otra cosa, los turistas pasan tantas horas en los museos, en esa especie de franja horaria de siglos. Quizá esos gringos que vemos admirando la Mona Lisa son un avatar cuyos originales ya regresaron a Wisconsin y yacen en sus camas confundidos. Cuando más o menos ya me estaba acostumbrando a vivir por adelantado, he aquí que vino el viaje de regreso, de este a oeste, y recuperé las muchas horas dejadas en prenda a los meridianos, mas no la salud o la tranquilidad: llevo varios días en que a las cuatro de la tarde me muero de sueño, no entiendo nada y recuerdo poco más que el dolor de pies. Me pregunto si no habré dejado a mi sombra del otro lado del mar, mi sombra que ya sabe lo que pasará horas adelante y está pensando si decírmelo o esperar a que me despierte del todo y el desfase se aclare. Mi sombra que quedó atrapada en los museos y las calles heladas como de sueño. Y en esas estoy, meditando sobre el tiempo ni más ni menos y batallando con-

tra la somnolencia a las doce del día, cuando suena el teléfono. Es una señorita, me pregunta si me puede hacer una encuesta. Muchas gracias, soy Viridiana Trapisonda de la asociación México se Informa y se Deforma. Claro, le respondo, no hago otra cosa en la vida que sentarme a esperar a que me encuesten y a veces hasta hablo yo para responder de antemano cualquier cosa que les pudiera intrigar a ustedes o a cualesquier otro. Satisfecha, me pregunta qué calamidades azotan a mi delegación y a continuación recita: corrupción, basura, comercio ambulante, baches, desempleo, desesperación. Todas, le digo, y otras que ni se imagina y ni siquiera vienen en su lista. Luego me pregunta por qué partido pienso votar, y enuncia muy correcta las colecciones de siglas que a últimas fechas nos producen pesadillas de distintos colores y estilos dramáticos. Me espero a que termine por si acaso la vigila un supervisor. Luego le respondo: por ninguno, voy a anular mi voto. ¿Qué?, salta desprevenida. A nulAr , repito, voy a a-nu-lar. A-nu-lar, corea, seguramente escribiendo las siglas de ese partido tan raro por el que va a votar esta señora: el anular, Asociación Nacional Unida de Libres Albedríos y sus Repetidoras. Yo quisiera seguir respondiendo a la bonita encuesta, pero ella me corta rápidamente, luego de desearme buenos días. Qué pena, qué manera de quitarle a uno la melancolía del jet lag. Y empiezo a imaginarme estos próximos meses en que nos agobiarán a encuestitas y encuestotas y llenarán nuestra ciudad ya convertida en heladería de taxis rosas y autobuses lilas con papelitos y papelotes con caras de monigotes con patas de chapulín y de otras cosas aún más engañosas. ¿No podríamos adelantar este tiempo nefando, mover los meridianos, digamos, hasta diciembre? Mi sombra atrapada en los sueños a deshoras no me lo quiere decir •

PASO A RETIRARME

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O DEBERÍA IMPORTARNOS QUE un puñado de subnormales, presuntos hijos de familia rica (o que buscan dar el gatazo, porque el esnobismo parece ser la tónica entre alguna gente) se exhiban en un video aparentando ser padrotes, narcotraficantes, mafiosos… o políticos que a veces son todo en una. Como Tony Montana en Scarface y su tigre de Bengala en el jardín, estos infelices muestran un jaguar encadenado a sus pies. Mucho menos debería considerarse sintomático de anemia moral, según quienes defienden a la institución involucrada por pura envidia, dicen, de quienes no estudiamos en “una institución tan chingona”, que ese

puñado de yúniors cagones y altaneros sean egresados de un colegio que según sus propios afiches promueve altos valores morales, cívicos y hasta espirituales. No hay mucho que atesorar en la moral consunta del pelotón de imbéciles que presumen corbatas de seda, trajes de firma y un felino encadenado, y hacen que mujeres se les muestren y ofrezcan, denigradas a mero objeto sexual ni que luego se hagan retratar como asediados por sus putas, las que implícitamente contratan y controlan para que se les echen encima aunque terminen, paradójicamente, huyendo de su presencia. Pero el asunto adquiere relevancia singular cuando resulta que el colegio donde dicen haber estudiado esa caterva de mamones –imposible no adjetivarlos, no retribuir con una invectiva el insulto colectivo que propinaron a la sociedad al hacer pública su porquería de video en las redes; doble insulto, además, porque en su estupidez supina nunca llegaron a considerarlo ofensivo sino osado, digno de ser mostrado, presumible– es regenteado (y utilizo el verbo en su acepción más deliberadamente peyorativa) por el mismo falansterio hipócrita que ocultó por años y ahora pretende borrar de la memoria colectiva, a pesar de los valientes testimonios de sus víctimas, las atrocidades cometidas por un cura pederasta y sus cómplices en seminarios y colegios propiedad de esa congregación de que, además, él mismo, Marcial Maciel, fue fundador. Una congregación religiosa católica que, aunque para taparle el ojo al macho hace ocasionales obras de caridad, en realidad se especializa en amamantar una élite poderosa vinculada a grandes fortunas, industriales, empresarios, comerciantes y sobre todo políticos prepotentes. Allí el peligro que menciona Diego Petersen: “La posibilidad de que uno de esos sátrapas que aparecen en el video nos gobierne”… La misma congregación que, a pesar de las constantes denuncias de delitos sexuales y corrupción infantil en varios

lugares del mundo pero para la mayor vergüenza en México, gozó de la protección irrestricta del Vaticano con Wojtyla (hoy absurdamente santificado) y Ratzinger a la cabeza, y de la arquidiócesis de México. Al respecto, por cierto, Norberto Rivera Carrera sigue sin dar cuentas de su participación en la protección a la red de clérigos pederastas en el seno de los Legionarios de Maciel. Sí, ya pasaron los días. Sí, ya retiraron el video, o le pusieron una clave de acceso para que no sea público (pero ahí sigue, para que se entretengan sus creadores en el onanismo de su idiotez). Sí, ya dijo el Instituto Cumbres que tomará cartas en el asunto (aunque nunca antes lo hiciera y haya otros videos con elementos muy similares, deliberadamente humillantes y clasistas), pero nada de eso importa, porque quienes aplaudieron y participaron en tan flagrantes ejemplos de pobreza intelectual y de una jerarquización de valores sociales de convivencia tan cutres y cercanos al arquetipo de las mafias oligarcas allí siguen, ahí van a seguir, recibiendo prebendas de madres y padres sobreprotectores que fueron tan inconsecuentes que les aplaudieron a sus nenes cuanta estupidez cometieron. Detrás de un simple video “de graduación” se proclama, otra vez, el desprecio de los que acaparan dinero, poder, apellido, amigos, padrinos, pasaporte, visa y auto deportivo. Los excluyentes. Los que quizá, para que nunca salga este país del hoyo en el que lo metieron otros como esos chamacos estúpidos, habrán de graduarse luego como herederos de ese poder que más que para fomentar el desarrollo económico socialmente distribuido con justicia, ha resultado maquinaria de diseño para aplastar y explotar a millones de seres humanos que viven enajenados desde luego por esa misma maquinaria, en condiciones de pobreza o miseria de la que muchos no van a poder emanciparse nunca a menos que se sumen al crimen organizado y la grilla. Y que todo siga igual •

CABEZALCUBO

Los yúniors, su jaguar, sus putas

Pequeño diario de un regreso a la realidad


Jornada Semanal • Número 1048 • 5 de abril de 2015

........ ARTE Y PENSAMIENTO

Orlando Ortiz

Luis Tovar @luistovars

H

AY OCASIONES EN LAS que se hace más evidente la sensibilidad y agudeza visual de André Breton, cuando aseveró que nuestro país era surrealista. Y eso que no le tocó vivir este arranque del siglo xxi. Creo que lo habría subrayado si, dejándose llevar por una inclinación masoquista, se enterara de cuanto ocurre por acá, viendo los noticiarios de los canales televisivos. Sintonizarnos en la frecuencia de tales comunicadores y escuchar el mensaje cotidiano del primer mandatario, tres o cuatro veces al día, nos lleva a respirar hondo para sacar el pecho y sentirnos orgullosos de todo lo que hemos logrado, estamos logrando y lograremos, porque no podríamos estar mejor, pues estamos mal pero podríamos estar peor. Y estamos en jauja si se nos ocurre compararnos con Haití o con algunos países africanos. De eso no cabe la menor duda. El único problema existente es que junto a esa información se nos comunica y saltan imágenes en las que por aquí vemos enfrentamientos de delincuentes contra delincuentes, por allá, de delincuentes contra fuerzas federales, estatales o municipales, por acullá, secuestros y desapariciones, por masallá, jornaleros campesinos –viviendo en condiciones peores a la de los peones acasillados de la época porfiriana– reivindicando sus derechos laborales, más acullá, defraudados por delincuentes de cuello blanco y campesinos reclamando ayuda para poder seguir viviendo en y del campo, en fin. Hechos que un optimista y lambiscón aseguraría que son falsos, que la verdad es la que nos presenta el gobierno. todo está bien. Se han generado muchos empleos (pero no se dice cuántos mexicanos se han quedado sin empleo por recortes, quiebras –derechas o fraudulentas–, cierres de las fuentes de trabajo, etcétera, y se calcula que el año pasado la generación de empleos fue la más baja desde 2006). Se ha incorporado a la seguridad pública a chingo mil personas (pero en hospitales y sanatorios no hay capacidad para atenderlos, tampoco medicamentos adecuados ni suficientes, al grado de que según datos del inegi las familias mexicanas gastaron 403 mil millones de pesos en ese renglón), en pocas palabras, todo marcha muy bien, mejor de lo que podría esperarse, pero se calla que en varios estados del país a más del cincuenta por ciento de su población se le ubica en la pobreza... pero ¡oh maravilla!, ya se han instalado comedores comunitarios en algunas partes –que no siempre coinciden con las entidades más fregadas–, y se están dando o van a dar becas para capacitación a los jóvenes, lo cual significa similar estímulo a la empresa que los contratará, pues tendrá jóvenes tra-

bajando en sus plantas, pero pagados por el gobierno, que en ocasiones previamente les regaló el terreno donde se instalaron y hasta los exentó del pago de impuestos (populus dixit). El poder adquisitivo del salario ha estado cayendo desde hace varias décadas, pero no importa, hay comedores, grandes planes para los millones de dólares que van a llegar (aunque en 2014 la inversión extranjera directa haya caído 54 mil 129 millones de dólares), el mercado interno, como consecuencia de la insuficiencia salarial, está paralizado y... en fin, para qué seguirle, porque si nos metemos en los ámbitos de la inseguridad, la violencia, la falta de transparencia y la impunidad... sería el cuento de nunca acabar. Eso por no meterme en las cuestiones financieras que, según los analistas, están de la chingada y no se ve la punta. Lo bueno es que todo marcha bien, mejor de lo que habíamos pensado, y que un poquito y caemos de nuevo en aquella época en la que dejamos atrás la pobreza y nos preparamos para administrar la riqueza. Llevado por el morbo, lo confieso, me ha dado en estos ideas la tentación de ver en el televisor programas de opinión, donde especialistas en temas de política, economía, finanzas, sociología, más economía y más política (nacional, internacional y onírica) se dan a la tarea de desmenuzar la situación de país, explicar a los legos lo que está pasando, cómo, por qué, dónde, cuándo, motivo (hasta parece investigación criminal) y hasta se muestran salvajemente desalmados y despiadados contra el pobre Estado mexicano. Y a la pregunta de cuáles son sus pronósticos, se encogen de hombros o sonríen tímidos. En su caso, yo habría dicho que lo peor es que el Presidente no esté mintiendo, sino que de veras se crea el choro cotidiano. Entonces sí estaríamos fritos y con los estallidos sociales (palabras que no se atreven a pronunciar nuestros analistas) a la vuelta de la esquina •

…ahora los segundos están fuerte y solemnemente acentuados, y cada uno, al brotar del péndulo, dice: “Yo soy la vida, la insoportable, la implacable vida.”

Charles Baudelaire, “La estancia doble”

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DA LA IMPRESIÓN DE que es para volverla siquiera un poco soportable que se hace aquello que se hace en lugar de no hacer absolutamente nada, aunque haya ocasiones en las que más bien es al contrario y a la inmovilidad casi completa se le encomienda la tarea de llevar sobre los hombros el hastío de cada

tarde, la carga tan pesada de lo que se deja para ese después que viene siendo nunca o casi nunca, instalada la existencia misma en la quietud interrumpida sólo muy de cuando en cuando por el gesto vago de pensar las cosas en silencio, mientras los objetos y la luz entablan su cotidiano diálogo de tacto mudo de tan tenue. Por eso tal vez es que se dice, como de la inacción inane, que a veces uno hace lo que hace nada más para matar el tiempo, y siendo así la cosa y puesto que todo da lo mismo, ya que entre el acto y la potencia no media sino la mitad de un parpadeo, bien puedes jugar a ser idéntico a ese globo hinchado de agua que desde la azotea arrojas al vacío nada más para ver lo que sucede o, mejor dicho, para que suceda algo en vez de nada: por ejemplo, que te veas obligado a salir corriendo, que no te aguanten más, que te manden a vivir a otro lado para ver si así haces otra cosa que no sea perder el tiempo, aunque al final descubras que por perdido que se encuentre, o por mucho que según tú lo hayas matado el tiempo sigue ahí, más implacable que la vida. Se llama miedo y él lo sabe, pero es mejor decirle de otro modo para que su asechanza sea más llevadera, y eso nada más cuando se aleja un poco porque cuando lo tiene ahí a su lado, respirándole la nuca y exacerbándole la angustia, decir tigre es igual a decir sudor helado y huesos que vacilan, contracción de escroto y pupilas dilatadas, temblor de extremidades, balbuceo y quietud pero, ahora, ésta involuntaria porque más vale quedarse quietecito para que se aleje el tigre, la felpa de sus pasos en la habitación a oscuras que no han sido capaces de ahuyentar ni las continuas mañanas de resaca ni el desayuno, sea continental o americano, tampoco los mediodías caniculares, menos las noches cuando otra vez la bestia lizaldeana, elástico relámpago que gira, sabe encontrarlo donde esté y sin que importe que también se haya cambiado el nombre en el afán de despistarlo y todos lo conozcan como Sombra.

¿Hasta qué punto será verdad eso que, plenos de convencimiento, de seguro piensan quienes han pospuesto al individuo en aras del ente colectivo? ¿Qué tanto es el afán genuino de participar, grano de arena, en decisiones que afectan antes al grupo que a sus integrantes, o qué tanto puede ser quizá sólo una válvula para desinflar el tedio de siempre estar con una misma? ¿Y qué hay con esas partes del todo, juntas pero postergadas? ¿Dejan de serlo por completo, de a ratos solamente, nunca? ¿Es con total sinceridad que Ana sostiene que su familia es ese montón de compas desparramados en salones y cubículos, y que esos recintos universitarios ahora son su casa? ¿Encuentra en eso lo que ahora necesita, o aquello que siempre le ha hecho falta? ¿Se dará cuenta de la suerte de suicidio emocional que resulta al darle de comer excepcionalidades al presente, a sabiendas de que los eventos no son sinónimo de continuidad? ¿Qué pasará entonces cuando la huelga estudiantil acabe? ¿Será cosa de seguir viviendo como si siempre estuviera en marcha o asamblea? Que hablen mejor la noche y el trayecto citadino, que por cierto hablan mejor de lo que son capaces los demás: un solo escenario que se multiplica en estaciones como de viacrucis postnihilista postmoderno postapocalíptico posterior al desencanto de las décadas, la presente y las pasadas hasta topar con aquella otra donde otros seres tan diferentes pero tan como ellos recorrieron igualmente la noche urbana para ver si se encontraban a sí mismos en alguna esquina, algún barrio perdido o alguna pulquería, o si al menos daban con el único asidero imaginable con el origen, siempre escurridizo, de tanta melancolía vuelta costumbre, a la que no hay de otra que oponerle un segundo tras otro pero esta vez ahítos de palabras, de música en los oídos, pasos en la calle y reivindicaciones de-a-deveras, es decir de las que involucran al todo sin olvidar a cada parte, como aquella que pregunta protestando, tan mexicanamente,“¿a quién le dices güero?” Güeros, Alonso Ruizpalacios, 2014 •

André Breton

CINEXCUSAS

Apuntes para un spleen

El miedo a las palabras

PROSAÍSMOS

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ENSAYO

8 de marzo de 2015 • Número 1044 • Jornada Semanal

La miseria de Stephen King Edgar Aguilar

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tephen King (Maine 1947 es autor de bestsellers. Ha sido por varias décadas un escritor sobresaliente y a menudo un extraordinario narrador. Debo confesar que su lectura me llegó tarde. Recientemente la editorial Penguin Random House y la revista Proceso lanzaron la colección Stephen King. Rey del terror, con algunos de sus títulos más emblemáticos. Como la colección se pudo adquirir a través de puestos de periódicos, esto me facilitó su conocimiento. (Gracias al cielo, aún existen puestos de periódicos, en los que uno puede encontrar de cuando en cuando cosas maravillosas a precios mucho más accesibles que en ferias o librerías). Ahora bien, como soy aficionado al cuento y particularmente al relato fantástico y de terror, me llamó poderosamente la atención un título en especial: Relatos fantásticos, de Stephen King. Lo compré, lo leí ese mismo día, y me llevé una grata sorpresa. Luego fueron apareciendo otros títulos del “Rey del terror” pero por ninguno me decidí. Como también quien esto escribe es aficionado a las road movies, hubo un título que sí me interesó: Carretera maldita. El título es pretencioso, y no existiría en realidad una traducción literal en español, ya que el título original es un término propiamente inglés, roadwork, que se refiere a las señalizaciones viales que se colocan en las carreteras donde se realiza un proceso constructivo o de reparación en algún tramo carretero, como medida de precaución al automovilista. Anteriormente las portadas solían decir mucho de la obra. Las ediciones estadunidenses de buena parte del siglo xx siempre se caracterizaron por contar con estupendas portadas. La portada actualizada de esta novela (y de toda la colección) es horrible. Muestra de espaldas a un hombre con abrigo en lo que parece un bosque; al fondo, en un extraño efecto visual, los faros encendidos de un auto en la noche. La anterior edición mostraba a un hombre con gorra y chamarra de cazador apuntando con un rifle de asalto al posible lector... Así las cosas, inicié con cierta suspicacia la lectura de Carretera maldita. Según la escueta cuarta de forros, se contaba la historia de un tal Barton Daves (Dawes), quien “es un hombre dispuesto a no dejarse avasallar por las atrocidades del progreso urbano, y menos si éste se materializa en forma de una carretera que pasará por delante de su casa y trastocará su apacible existencia”. Concluye la cuarta de forros: “Así pues, Barton se arma con una Magnum 44, un fusil de alta precisión y una provisión de explosivos, decidido a detener la construcción de la nueva carretera

a cualquier precio.” Por lo tanto, no se trataba de literatura fantástica o de terror, tampoco del género road movie. Como no es mi propósito hacer una reseña de la obra, sólo diré que no necesaria o precisamente la trama se centra en lo que la cuarta de forros advierte. En realidad, la sinopsis se queda corta, muy corta, además de ser engañosa. La novela es mucho más ambiciosa y de alguna forma rompe con el esquema o la idea que tenemos de Stephen King. Roadwork fue publicada en 1981 por el aclamado escritor bajo el seudónimo de Richard Bachman, un nombre incluso poco llamativo. Stephen King escribió una serie de novelas como Richard Bachman, y debió utilizar dicho seudónimo por diferentes razones, como suele ocurrir cuando un autor decide firmar algunas de sus obras con seudónimo. Mencionaré una: “En primer lugar, porque los cuatro libros iniciales estaban dedicados a personas muy próximas a mí”, de acuerdo con el propio King. Quiero creer que en esta especie de confesión hay algo más que un simple guiño emotivo por parte del autor. Se trata, pues, de libros personalísimos, escritos desde otra esfera referencial y emocionalmente creativa, radicalmente distinta a la de otros de sus libros. En otras palabras, se trata de obras escritas a partir de una necesidad interior como exploración individual y no de una exigencia más bien lucrativa de lo que dicta el mercado. Quizás por ello Roadwork no sea en la actualidad una de las novelas más conocidas de Stephen King, aunque al momento de ser publicada rápidamente, mas no inevitablemente, puesto que no era Stephen King quien la escribió, se convirtió en una de las obras más vendi-

das de ese año en Estados Unidos. La posible razón: por ser una historia, como parece permear toda la escritura de King, típicamente estadunidense, con una expectante carga explosiva como añadidura, cierto, pero en la que se confrontan y se evidencian distintas y complejas problemáticas de la sociedad capitalista. Contra lo que se pudiera pensar o hemos venido pensando muchos lectores, Stephen King no es un escritor convencional en su significación más amplia, es decir artística, sino un autor dueño de una capacidad narrativa verdaderamente admirable, aunado al hecho de una producción literaria sorprendente. Volvamos a Roadwork. Barton George Dawes, su protagonista es, a mi modo de ver, uno de los personajes más interesantes de la literatura estadunidense de la segunda mitad del siglo pasado. Un hombre maduro que, al representar al ciudadano estadunidense promedio que paga puntualmente sus impuestos, goza de un buen empleo, está casado y vive en una bonita y acogedora casa, es al mismo tiempo un ser destrozado por dentro que irá generando una creciente repulsión de todo cuanto le rodea. Salvo por sus recuerdos, conformados por su hijo muerto, Charlie, su trabajo como supervisor en una lavandería y lo que queda de su maltrecha familia, su existencia estará marcada por un anómalo (donde subyace una inquietante perturbación mental agudizada por el alcohol y la persistente caída de nieve) sentido autodestructivo. ¿Dónde está entonces el terrorífico Stephen King? Me parece que en esa cruenta develación de la miseria humana. Esa miseria humana que ha sabido mostrar fantásticamente valiéndose de la cultura popular estadunidense como arma letal de sus más retorcidos sueños •

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