Suplemento Semanal

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José Ángel Leyva

LA REALIDAD EN

DOS IDIOMAS Entrevista con el poeta maya quiché Humberto Ak’abal

SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 6 DE ENERO DE 2019 NÚMERO 1244

La guerra no tiene rostro de mujer:

Svetlana Alexiévich

Marco Antonio Campos

Andrés Bello y la defensa de la cultura americana Yolanda Rinaldi


LA JORNADA SEMANAL

Ilustración: Jesús Díaz Hernández

2 6 de enero de 2019 // Número 1244

LA REALIDAD EN DOS IDIOMAS “El día que nos falte la poesía el mundo quedará mudo”: así lo afirma, con absoluta razón, el poeta maya quiché Humberto Ak’abal, quien sabe perfectamente de lo que habla, pues su condición bilingüe le permite ser extremadamente consciente de la importancia que tiene la creación, preservación y difusión de las artes forjadas desde las cosmovisiones indígenas y, en su caso particular, la poesía. La conversación que Ak’abal sostuvo con José Ángel Leyva tuvo lugar en la más reciente edición de la Fiesta de las Culturas Indígenas, Pueblos y Barrios Originarios, celebrada en Ciudad de México a finales del pasado mes de agosto.

ANDRÉS BELLO Semblanza de un intelectual multifacético y sin duda de gran trascendencia en la América Latina de su tiempo, autor, entre otras muchas obras, de la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos y de Principios de ortología y métrica de la lengua castellana, además de poeta, traductor de los clásicos, pedagogo, diplomático y jurista.

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La naturalización de la banalidad El contexto político y social que se vivía en los

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uién fue Andrés Bello? ¿Cima del pensamiento americano o anacrónico genio? Una personalidad excepcional, sin duda, sorprendente, casi inverosímil, con los rasgos de algunos hombres de su tiempo, impregnados de ideas, de pasión ideológica. De razones y convicciones. En crisis de todo, aventuró conjeturas atrevidas, que incluso lo enfrentó al argentino Domingo Faustino Sarmiento, que lo acusó –cuando ambos vivían en Chile– de pervertir el “espíritu público” con sus enseñanzas. Todo terminó cuando el autor de Don Segundo Sombra volvió a Argentina y más tarde fue elegido presidente de la República. Estudioso de la poesía de Horacio, Andrés Bello vivía en lucha permanente, incluida su obsesión por la lengua que definía la realidad del continente; en este sentido, desataba polémicas en su anhelo de independencia absoluta, revolucionaba con su Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos (motejada de “reacción colonial” por algunos de sus enemigos) y fue más allá: deslatinizó la gramática castellana con su Principios de ortología y métrica de la lengua castellana para analizar el verdadero sistema gramatical de su lengua, empeñado en descubrir las bases prosódicas del español y los vicios habituales de pronunciación, sobre todo en los hispanoamericanos. Por supuesto, filológicamente son estudios ya superados, pero es claro y cierto el alto nivel de sus potentes ideas.

Yolanda Rinaldi ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

siglos xviii y xix en América es semejante al que existe en esta época de males. Los hombres de ahora luchan con los eternos temas de injusticia y corrupción; sin embargo, entre sus preocupaciones no está la defensa del idioma, del lenguaje, hoy la palabra carece de ideología. Todo es manipulable e intrascendente. Ya nadie se ocupa de cuestiones radicales, se habla de globalización pero se carece de instrumentos de reflexión. La época de Bello –de emancipación colonial– también era de expansión, de apropiación de una realidad, pero no había concesiones gratuitas (hoy la antigua “Madre Patria” se ocupa en buscar la palabra del año entre los millones de hablantes de español e impone anglicismos, adaptados sin sentido ni fundamento.) Con ello, lo banal tiene carta de naturalización. La analogía viene al caso porque Bello construyó su vida intelectual al calor de lo que le tocó vivir: la dominación española, la lucha independentista


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Y LA DEFENSA DE LA CULTURA AMERICANA y la creación de nuevos Estados americanos. A partir de ahí constituyó un sistema particular de pensamiento en su América, desde América y para América (sin victimismos). En la actualidad, alguien podría acusarlo de fundamentalista o dogmático quizá, por su ahínco en reunir ciencia y conocimiento, como apunta Arturo Uslar Pietri, con el fin de marcar a los pueblos hispanoamericanos su origen, sus enormes recursos naturales y, sobre todo, la visión de ese mundo al que se enfrentaban para actuar y afirmarse. Uslar Pietri abona en el bagaje de Bello destacando: “con su palabra estaba haciendo una América más perdurable y grande que la que pretendían alcanzar los demagogos y los guerrilleros, en la dolorosa algarabía de sus revueltas y asaltos”. Bello intuía ya que al movimiento libertario también había que atribuirle un carácter lingüístico; lo prueba su Silva a la agricultura de la zona tórrida, que escribió durante su paso por Europa (apareció inicialmente como artículo con el título genérico “Silvas Americanas”), en el que, de forma patriótica y llena de esperanza, decía: “Tiempo vendrá cuando de ti inspirado/ Algún Marón americano, ¡oh Diosa!/ También las mieses, los rebaños cante,/ el duro suelo al hombre avasallado…” Bello cruzó el Atlántico como un anodino empleado de la expedición diplomática que encabezaba Simón Bolívar, encargado de lograr el respaldo británico para la causa venezolana. El movimiento independentista triunfó y Bello quedó comisionado para otras tareas, pero el gusto fue breve, pronto se restableció el régimen colonial y ante el fracaso se autoexilió, temeroso de ser aprehendido y pasado por las armas.

Sin recursos y sin posibilidad de volver, en Londres se empleó como redactor. Formó familia, enviudó, volvió a casar. Las penurias económicas le empujaron a transitar por las distintas representaciones americanas que existían en esa ciudad, en busca de una oportunidad laboral oficial, pero sobre todo de un enlace para volver a América. Con esa perseverancia obtuvo la secretaría de la legación de Colombia y por una conexión inmediata ascendió a encargado de negocios y pronto a cónsul general de esa nación en París. Empero, también el gobierno de Colombia apenas disponía de recursos, pagaba tarde y mal a sus agentes diplomáticos. En esa carrera, la vacante de secretario interino de la legación de Chile se abrió a su destino gracias al encargado de la misma, su amigo Antonio José de Irisarri.

Regreso a su América El sueño de volver se concretó. Llegó a Valpa-

raíso en 1829 para, sin imaginarlo, realizar una vigorosa interpretación de su tiempo, en el punto originario de su visión de América. Halló un país “con una Constitución vacilante; un Gobierno débil; desorden en todos los ramos de administración”, según su correspondencia privada. Tiempo después, con la ciudadanía chilena, se sumó a una serie de proyectos de enorme trascendencia, como la redacción del Código Civil del incipiente Estado, y la fundación de la Universidad de Santiago. Incursionó en los ministerios de Hacienda y de Relaciones Exteriores. Excepcional en su medio, acorde con su genialidad, se abrió

Retrato de Andrés Bello atribuido a Raymond Monvoisin, siglo XIX, colección Biblioteca Nacional de Caracas. Fuente: es.wikipedia.org/ dominio público

a todas las posibilidades de su entorno sociocultural: promovió el Movimiento Literario de 1842, estimuló el teatro, impulsó la pedagogía, gestionó los cursos dominicales para trabajadores e incitó a la creación de escuelas normales. Reconocido por su valía, fue elegido senador de la República, cargo que conservó hasta su muerte. El también poeta y traductor de los clásicos – como el Orlando enamorado, de Boyardo- murió en Santiago de Chile el 15 de octubre de 1865, definitivamente escindido: había nacido en Caracas, Venezuela, en 1781, y es aquí donde radica el equívoco de su pertenencia ciudadana; ni colombiano ni chileno: venezolano. Este es un tiempo para recordar que Andrés Bello no sólo fue hombre de letras, pedagogo y filólogo, sino también diplomático, jurista, político... En suma, un erudito cuya vida mostró que el intelecto se crea para aportar y concurrir en una causa, sin desprecio por nada: razones políticas, nacionalidad o identidad migratoria y, en su caso particular, la defensa local de la cultura americana, pero dueño de una visión global. Cierto, hoy la globalización es inevitable, pero una nación que carece de principios éticos y estéticos sólidos, está perdida en esa mar devoradora l Yolanda Rinaldi. Investigadora y ensayista, ha publicado en diversas revistas y suplementos culturales, especialmente sobre autores latinoamericanos.


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LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER:

SVETLANA

ALEX

Este artículo nos presenta con emoción e inteligencia una novela, esfuerzo de varios años de investigación y difícil trabajo, construida con más de quinientas voces que confluyen en una sola profundamente conmovedora, valiente, amorosa y atroz: la de las mujeres rusas que participaron en la segunda guerra mundial. Discípula de Alés Adamóvich en el arte y la técnica de la llamada “novela colectiva”, género que imbrica la literatura y el periodismo, la autora bielorrusa recibió el Premio Nobel de Literatura en 2015.

Marco Antonio Campos ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

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os Premios Nobel, siempre tan debatidos, tienen la alta virtud de mostrarnos de tanto en tanto autores cuya lectura resulta una revelación y un goce continuos. En lo que va del milenio puedo citar al menos tres ejemplos espléndidos de los que antes del otorgamiento no sabíamos nada: el húngaro Imre Kertézs, el francés Patrick Modiano y la bielorrusa Svetlana Alexiévich. Uno de los libros más conmovedores que he leído a lo largo de medio siglo de lecturas es la novela polifónica La guerra no tiene rostro de mujer. Una novela donde acaba oyéndose un coro trágico de más de quinientas voces, las cuales pueden oírse como una sola o cada una aislada. Decir voces es un decir: las historias se oyen a menudo como una queja, un lamento o un lloro, pero también en algunos momentos, como un grito de júbilo o de alivio, por ejemplo al recordar el momento de la Gran Victoria en mayo de 1945. Las escasísimas voces masculinas son para complementar aquella de la mujer: ya el marido, ya el padre. No debe olvidarse que la desaparecida Unión Soviética fue el país que tuvo más participación de mujeres en la guerra: cerca de un millón. No debe olvidarse que la Gran Victoria (como la llaman) costó a la urss más de veinte millones de muertos, con la secuela inenarrable de tragedias familiares y sociales que eso significa. No debe olvidarse que si hubo un país de la órbita socialista que tuvo el mayor número de aldeas quemadas por el ejército nazi fue Bielorrusia, por demás, la tierra donde ha vivido la autora el mayor tiempo de su vida. En lo que fue Unión Soviética, después de mayo de 1945, la segunda guerra mundial era sólo relatada por los hombres en libros y películas, hasta que aparece en los años ochenta esta novela o esta crónica doliente, La guerra no tiene rostro de mujer, donde “lo sencillo vence a lo grande” y la verdad de las mujeres es otra verdad que la de los hombres. Para escribir el libro, Svetlana Alexiévich debió seguir más o menos esta secuencia con las entrevistadas: situarlas, convencerlas de hablar, con-

certar las citas, realizar viajes de toda suerte para encontrarlas, dirigir las entrevistas para que las mujeres exploraran sus recuerdos, transcribir lo contado, corregirlo, clasificar las historias que en verdad valían la pena, en fin, acabar por delinear como dibujante magistral un rostro de mujer en unos cuantos trazos. La novela en sí es una hazaña de paciencia y de habilidad técnica. Seguramente Svetlana Alexiévich al oír muchas de las historias las encontró deshilvanadas, con saltos aquí y allá, y ya en el trabajo de casa trató de que las historias cohesionaran “el habla de la calle y de la literatura”, convertirlas en algo concentradamente emotivo, con un cierre exacto, y todo esto, claro, con el compromiso ético de comprobar que los datos fueran fehacientes.1 Sin embargo, como dice la autora, “algunas de estas mujeres [eran] narradoras extraordinarias, en sus vidas hay páginas capaces de competir con las mejores páginas de los clásicos de la literatura”. Sin embargo, hubo asimismo muchas mujeres con las que se encontró quebradas irremisiblemente por dentro, que no quisieron o no pudieron contar sus experiencias. Svetlana Alexiévich es consciente de que, luego de cuatro décadas, en las mujeres se han dado modificaciones múltiples del recuerdo con lo que se superpone o se borra. ¿Dónde empieza lo verosímil y dónde la realidad? A la edad cuando se hicieron las entrevista (andarían la mayoría por los sesenta años) muchas ya observan “el mundo con una mirada un poco de despedida, un poco triste…” de quienes saben que han envejecido. La periodista y escritora bielorrusa insiste en sus páginas que no buscó los grandes hechos ni los grandes personajes. Para ella resultan mucho más importantes las personas sencillas, aquellas mujeres que lucharon en el frente oriental en las filas del Ejército Rojo y quienes tienen nombres también comunes en Rusia y en los países que formaron la Unión Soviética: María, Galina, Elena, Vera, Anna, Klavdia, Tamara, Tatiana, Olga, Evgenia, Lilia, Nadezhda, Larisa, Tania, Alexandra, Valentina… Durante los años que le llevó escribir la novela, la autora trató de estar “atenta al dolor”. Sabe que


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XIÉVICH

Y LOS LAMENTOS DEL RECUERDO

el sufrimiento resulta en la escritura “el grado superior de información, el que está en conexión directa con el misterio”, el cual, después de todo –resume–, es el tema esencial de toda la literatura rusa. No en balde la narradora bielorrusa se llama a sí misma “historiadora del alma”, y por ende, trata de escribir una “historia de los sentimientos”. Y fue así y así quedó. Es un libro donde encontramos en su esencia o combinados dolor y tristeza, amor y odio, rencor y miedo, horror y angustia, coraje y piedad, y ternura y alegría… Yo me preguntaba al leer estas breves narraciones qué pensarían los minificcionistas. En la novela hay decenas de brevedades literarias admirables o extraordinarias, pero sin ficción, o si la hay, no lo parece. Es una novela que por demás habría asombrado por su grandeza estética y moral a autores clásicos de no ficción como el Rodolfo Walsh de Operación masacre y el Truman Capote de A sangre fría. De la misma familia que ellos, la autora reconoce que quien le reveló la manera de escribir una novela como una torre sonora (que luego ella continuaría en Voces de Chernobil), el maestro de maestros fue Alés Adamóvich, concretamente el libro Soy de la aldea en llamas. En La guerra no tiene rostro de mujer hay cientos de historias hilvanadas, pero a menudo descubrimos dentro de ellas cabos que permitirían escribir cientos más.

En la guerra lo único personal es el amor Entre las dualidades que se hallan en el libro,

una es que no es lo mismo la guerra vista por los hombres que por las mujeres. En las mujeres suele ser mucho más emotiva. Eso mismo hace que los hechos, vividos o contados por ella, vayan más rápidamente al corazón. A diferencia de la contada por los hombres, “la guerra femenina, salvo excepciones, tiene sus colores, olores, su iluminación y su espacio”. Otra dualidad cruel –lo dice alguna– es que para la mujer es horrible morir pero peor

es tener que matar; otra mujer acredita que “en la guerra hay mucha gente alrededor, pero siempre estás sola”; buen número de las entrevistadas luego de la guerra tenían la impresión de “haber vivido dos vidas: una de hombre y otra de mujer”; otras más refieren que la guerra tiene dos rostros: uno bueno y otro espantoso. Asimismo, la autora comprueba que la mujer común es más natural y sincera a la hora de relatar que la cultivada y para algunas la guerra es a la vez muerte y vida, y conjunta lo humano y lo inhumano. También hay muchachas que al ir a la guerra no han besado ni tenido novio y otras hablan de que en los años de lucha no hubo tiempo para el amor, pero hay también un buen número, mucho más creíble, de quienes confiesan que el amor se daba como algo natural.2 Eran muy jóvenes y tenían al lado a la muerte. Por el amor conocen el dolor,

la ternura, la tristeza, el abandono. Aun algunas confiesan que sin no se hubieran enamorado no habrían sobrevivido a la guerra. Salvo alusiones, en el libro jamás se toca la sexualidad. Svetlana Alexiévich comprueba que en la guerra lo único personal es el amor. “¿Qué me dejó sorprendida? Que del amor ellas hablan con menos franqueza que de la muerte. Me doy cuenta de que no lo dicen todo, como si intentaran protegerse, cada vez surge un límite donde se detienen. […] ¿De qué se defienden? Está claro: de las calumnias y las ofensas de la postguerra. ¡Lo que han tenido que sufrir!...” / PASA A LA SIGUIENTE PÁGINA Página anterior: Svetlana Alexándrovna Alexiévich en 2016. Fuente: es.wikipedia.org. Abajo: mujeres que combatieron en el Ejército Rojo en la segunda guerra mundial. Fuente: es.wikipedia.org


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Abrumadoramente triste y dolorosa, apenas con repentinas llamaradas de alegría, es una novela con múltiples ramales que no puede –ni debe– leerse de corrido. En muchas de las veces lo más emotivo es un detalle casi accidental que da al lector la dimensión de lo heroico o de lo trágico o de lo ominoso. Cada fragmento es como un trozo de tela desgarrado. La guerra no tiene rostro de mujer es un libro con numerosos temas, pero acaba tal vez resumiéndose en dos con todas sus ramificaciones: Patria y Guerra.3 Una Patria y una Guerra que llevaron como una losa casi todas las sobrevivientes a las que Alexiévich entrevistó cuatro décadas más tarde, es decir, cuando rondaban, menos o más, los sesenta años. ¿Cuáles son las causas por las que gran número de adolescentes, muchas de las cuales apenas tenían entre catorce y diecinueve años, quieren sumarse de inmediato a la guerra? Algunas lo exponen: la humillación de ver invadido su país, el desembarco de los alemanes y verlos pasear frescos y alegres por las calles de sus ciudades co­mo si fueran los dueños, y sobre todo mirar cómo matan a mansalva a sus compatriotas o saber de familiares y amigos que han muerto en el campo de batalla… No es para menos: el ejército nazi al invadir los primeros meses de manera avasalladora Bielorrusia, Ucrania y las cercanías de Moscú (nunca pudieron tomar la gran capital), perpetraron acciones que son un caudal de minucioso horror: queman ciudades y aldeas enteras, a menudo sin importarles que en las casas hubieran familias, animales y aves; fusilan o ahorcan familias enteras porque no se entregaban soldados o comandantes o guerrilleros que peleaban en el campo de batalla; torturan a las mujeres hasta la muerte arrancándoles los ojos, cortándoles los senos y metiéndoles un palo en la vagina o en el recto; descuartizan a los guerrilleros; echan vivos a los niños a los pozos; utilizan a las mujeres rusas en las aldeas como escudos humanos; matan niños y ancianos porque estaban allí, por inútiles, porque se cruzaban en su camino; dejan morir de hambre a la población civil, y algo en verdad escalofriante: en pleno invierno, como estacas, clavan delante de las trincheras una hilera de botas con las piernas cortadas de los rusos… Baste sólo recordar que en Biolorrusia, la tierra de Alexiévich, fue ultimada veinte por ciento de la población civil, y la capital, Minsk, quedó en escombros, y por otra parte, en el asedio terrible de Leningrado (San Petersburgo) murió la mitad de los pobladores, y los niños llegaban a comer para sobrevivir sopa de cinturón o de zapatos nuevos, ratas asadas, hojas de árboles…

técnicas en las transmisiones (teléfono, telégrafo, criptografía); o como administradoras... Poco a poco, apunta Svetlana Alexiévich, las mujeres acabarían por dominar “todas las especialidades militares, incluidas las más ‘masculinas’”. Muchas extrañan la ropa femenina, sobre todo la lencería, el maquillaje, los zapatos de tacón, el cabello largo… Terriblemente, en su antítesis, en la guerra se encuentran con frecuencia en condiciones infrahumanas y pavorosas: miran y oyen los bombardeos enloquecidos; ven caer amigos, parientes, conocidos y compañeros entre soldados y civiles; anhelan con el alma ya no arrastrarse porque al ponerse de pie la muerte es segura; oyen los gritos y crujidos en las luchas cuerpo a cuerpo entre ambas infanterías clavándose la bayoneta en cualquier parte del cuerpo; ayudan con el traslado de heridos y mutilados en el invierno gélido sobre caminos adensados de nieve; huelen la sangre de los compañeros heridos o muertos que hiede y hiere; padecen insomnios de varios días cuando el cuerpo sólo quiere dormir; sufren por no poder enterrar a los muertos porque ya no hay tierra para hacerlo; las persigue el hambre, en fin, el campo de batalla no es otra cosa que un cotidiano descenso por los más despiadados círculos del infierno. Una u otra asimismo pueden recordar combates o lugares en que participaron y en ocasiones

“He venido hasta aquí para matar la guerra” Hay historias inolvidables: la de aquella joven,

“En el mismísimo infierno” Salvo excepciones, hay algo desolador y terriblemente injusto que se repite en el ciclo de las vidas de estas jóvenes soviéticas: en plena adolescencia no sólo quieren ir a la guerra, sino estar en la primera línea del frente de batalla, es decir, “en el mismísimo infierno”4; por tres o cuatro años a diario –a veces intensamente por horas– luchan en la vanguardia o en la retaguardia, y lo hacen, cada una según su oficio, hasta el último desgaste. En el frente, como guerrilleras, francotiradoras, tanquistas, zapadoras, pilotos de combate, comandantes de cañones antiaéreos; como médicos y enfermeras en hospitales militares, en trenes sanitarios y en el campo de batalla; como

por largos meses: en Leningrado, en Vitebsk, en Moscú, en Borísov, en Prójorovja (enmarcada en la batalla de Kursk), en Rzhev, en Vorónezh, en Smolénsk, en Kuschóvskaya, en ciudades de los pequeños países bálticos, y claro, en las dos batallas definitivas que llevaron a los soviéticos a la ofensiva definitiva: Stalingrado, donde murieron dos millones de personas, y Kursk, la mal o bien llamada “batalla de tanques más grande de la historia”. Las combatientes a quienes mejor les fue reciben condecoraciones al valor durante o después de la guerra, pero luego de la efímera exultación por la Victoria, casi en general las mujeres conocen un triste y árido regreso a las desoladas aldeas o ciudades de donde salieron y donde puede suceder que les cueste identificar a familiares y amigos que se dejaron años atrás o que las madres se sorprendan de volver a ver a las hijas que creyeron muertas. “Ganar la guerra, sí, pero a qué precio”, se lamenta alguna. No las forma la vida en la adolescencia y en la primera juventud; las forma la vecindad fiera de la muerte. O si se quiere, a través de la muerte entienden la parte cruel de la vida. Les costará infinitamente adaptarse a su regreso y llevarán por décadas una vida opaca y gris. Si desde el principio hasta el final de las hostilidades las muchachas recuerdan su vida anterior, después de mayo de 1945 llevarán a diario la guerra dentro de sí como un órgano más del cuerpo.

Abrumadoramente triste y dolorosa, apenas con repentinas llamaradas de alegría, es una novela con múltiples ramales que no puede –ni debe– leerse de corrido.

María Ivanóvna Morózova, que entra como francotiradora a las hostilidades de la guerra a los dieciocho años y tiene anotado en su hoja de vida –“cuando salía de caza”– haber matado a setenta y cinco alemanes y quien después del fin de la conflagración se convierte en una eficaz jefa de contadores públicos en una industria. O la de aquel alto oficial alemán, hecho prisionero, quien pide conocer al hombre que le mataba a diario diez soldados de su regimiento, pero se entera de que fue una chica (Sascha Sliájova), la cual murió por combatir con una bufanda roja –se volvió un blanco demasiado visible– sobre la nieve. O la de aquella joven guapísima (Liúba Yasinskaía), quien ocultaba heridos graves en un pajar cuando los alemanes empezaron a disparar, y la paja ardió, y ella, por no abandonarlos, ardió con ellos. U otra (Olga Vasilievna), que en la batalla ve en el canal Morskoi las gorras de marinos que dejan manchas de sangre en las aguas y empieza a contarlas hasta que se detiene, porque sabe que el canal se ha vuelto una sola fosa común. O aquella muchacha de diecisiete años que en Berlín, en la pared del Reichstag, luego de la Victoria, escribe: “Yo, Sofía Kuntsévich, he venido hasta aquí para matar la guerra.” O la enfermera Elena, quien recién liberada Biolorrusia pasa por los pueblos, pero en ellos ya sólo hay mujeres. Están incluidas asimismo las historias que en la edición inicial fueron cortadas por el censor soviético, las cuales son tan atroces como las que perpetraron los mismos alemanes (aunque ni de lejos en la misma proporción): violaciones multitudinarias de soldados rusos a chicas alemanas; crueldades y despojos de partisanos rusos a los mismos compatriotas; un sugerido pasaje de canibalismo en que un soldado


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soviético hambriento habla a una muchacha de comerse a un joven prisionero alemán, como lo habrá hecho otras veces… Más allá de un puñado de casos, Svetlana Aléxieviech cuidó de regodearse en las historias escabrosas, quitó al máximo el amarillismo. Hay frases de estas mujeres que dejan marcado al lector: “Lo que cuesta en la guerra encontrar una buena persona” ; o la de esa muchacha, quien habituada al tableteo de las ametralladoras, se pregunta: “¿Volveré a escuchar otra vez el susurro del trigo?” (María); o una de las más conmovedoras del libro, que dice luego de haber curado a cientos de heridos en los años de la guerra: “¿Qué

es la felicidad? Le contestaré… Es encontrar entre los caídos alguien con vida” (Anna). Es desconcertante, causa asombro, que los ruiseñores se hayan ocultado y sólo hayan vuelto a los bosques y jardines de Bielorrusia, Ucrania y Rusia, cuando terminaron las hostilidades. Eso me lleva a pensar que otro posible título de la novela pudo ser, con su variedad de significados, Los ruiseñores no cantan en la guerra. “En mi memoria suena un coro”, dice Svetlana Alexiévich al recordar la experiencia de los años de la escritura del libro. Ese coro resuena en los millones de lectores que han hecho suyas esas voces que, gracias a ella, dieron a la segunda

NOTAS: 1. En México, en la reconstrucción de historias para sus libros o para las páginas periodísticas, las maestras mayores son Elena Poniatowska y Cristina Pacheco. 2. Hay en el libro aun un capítulo, donde el amor es el motivo principal (“Una mirada, una sola…”). Este y otro capítulo estremecedor sobre las partisanas o guerrilleras (“Y la patata en primavera es diminuta”) son de una tristeza esencialmente dramática. 3. No faltan aquellas quienes recuerdan que durante el XX Congreso, en 1956, las “bajaron del caballo” (la frase es de Pablo Neruda), cuando se denunciaron los innumerables crímenes estalinistas. Para muchas de ellas, quienes veían a Stalin como el Padrecito, quienes morían incluso en su nombre, resultaba demoledor enterarse de que fue –como lo fue– un criminal a la altura de Hitler. Es extraño: pero Stalin y Hitler, que se mencionan poquísimas veces, son las dos grandes y terribles sombras detrás del libro. La falta de menciones se explica por la censura que había aún en la Unión Soviética en la década de los ochenta del siglo anterior cuando el libro fue escrito y publicado por primera vez, pero sobre todo por la autocensura: en las entrevistadas había una mezcla de devoción y miedo: el hombre muerto hacía más de

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Mujeres que combatieron en el Ejército Rojo en la segunda guerra mundial. Fuente: es.wikipedia.org

guerra mundial un emotivo rostro de mujer. Ese coro en el cual se oye en algún momento a las jóvenes durante las batallas gritarse interjecciones sencillas y hondas de motivación: “¡Vengan, muchachas!” l Marco Antonio Campos. Poeta, ensayista, narrador y

traductor; entre sus numerosos libros están el poemario Viernes en Jerusalén y el libro de relatos El señor Mozart y un tren de brevedades.

treinta años, el ultra criminal de las purgas de la elite militar en 1938, de la colectivización, de los asesinatos en masa y del envío de miles y miles de compatriotas a los campos de concentración (Gulags) era… quien ganó la guerra y por quienes decenas de miles lucharon pensando en él. Basta recordar la Orden 227 de Stalin: “¡Ni un paso atrás! Será fusilado quien retroceda.” Los fusilamientos, como ejemplo, se daban al momento. O los enviaban a los Gulags, que era otra forma de muerte. A la Orden 227, en amplio número de casos, se le dio una interpretación demasiado libre. Así explica Svetlana Alexiévich la represión verbal de las entrevistadas: “Rara vez tocan este tema, y cuando lo hacen, es con extrema cautela. Siguen paralizadas por la hipnosis de Stalin, por el miedo y por su fe. No han dejado de amar lo que tanto habían amado. El valor en la guerra y el valor en el pensamiento son dos valores diferentes. Yo creía que eran lo mismo.” 4. En una imagen conmovedora muchas de las adolescentes agarran al principio el fusil como si fuera una muñeca.

1.¡Vamos! ¡Ánimo, muchachas!”


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LA REALIDAD EN

Entrevista con el poeta maya quiché Humberto Ak’abal ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

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IDIOMAS José Ángel Leyva ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

Para este poeta indígena, de familia de contadores de cuentos y de músicos marimbistas, “el maya quiché tiene una fuerza telúrica muy emparentada con los sonidos de la naturaleza” y, con el aprendizaje del español y la escritura, se le amplió “el horizonte del nosotros”. Tal vez por eso, y por su abuelo chamán, concibe a la poesía como “otra forma de sanar el alma.”

Humberto Ak’abal, poeta maya quiché (1952), viste no sólo con los colores típicos de las culturas mayas de Guatemala –y Chiapas–, luce además una sonrisa y una actitud que lo pinta de cuerpo entero en su dignidad indígena. Nos hemos encontrado en el ombligo de la Luna, en el corazón de la megaurbe mexicana, en la Fiesta de las Culturas Indígenas, Pueblos y Barrios Originarios de Ciudad de México, en el Zócalo. No hemos asistido a la cita a conocernos sino a reconocernos, porque Humberto tiene la virtud de anticiparse a la presentación con alguna frase que desde la modestia lo engrandece.

–¿ Q

ué fue primero, la conciencia de la identidad o la conciencia de la lengua? –La identidad la va uno descubriendo a medida que uno madura, que crece y se relaciona con el mundo. La lengua es el contacto inicial que nos ayuda a reconocernos en la comunidad como nosotros mismos; nos permite identificar y construir los pensamientos propios, a descubrir lo que somos. De niño yo no tenía conciencia de quién era porque no sabía de la existencia de los otros. En mi pueblo, el noventa y nueve por ciento de la población es indígena. Cuando aparecía alguien de fuera se distinguía de inmediato. Para mí existía sólo mi gente, la del pueblo. Después me fui dando cuenta de que había otras personas distintas. Algunas veces con

sorpresa, otras con agrado y muchas con dolor, porque comienzas a conocer la discriminación, el racismo. Allí, en la lucha contra todas esas manifestaciones negativas de los otros, la identidad comienza a cobrar carácter y sentido. Ser se convierte en un conflicto, reconocerte en lo que eres representa un problema que muchos no pueden superar. Por fortuna, en mi casa mis padres y mis abuelos tenían una conciencia muy fuerte de sí mismos. Eso determinó que yo creciera sin dudas sobre mi pertenencia y siempre muy orgulloso de mis raíces, de mi cultura, de mis orígenes. –En esa relación de lengua, cultura y conciencia del origen, ¿cómo figura la noción de la poesía? –Para hallar respuestas a tales preguntas siempre me veo obligado a regresar a mis antepasados. Por el lado de mi madre eran contadores de cuentos, de historias. Con frecuencia nos reuníamos alrededor del fogón de la casa para cultivar la tradición oral, para escuchar nuestra lengua, la de mi familia, de mis tías y abuelas que nunca aprendieron el castellano o español. Por el lado de mis abuelos paternos, ellos eran músicos, marimbistas. Su casa era punto de reunión de músicos de otras regiones y allí tenían lugar fiestas que no respondían a motivos especiales, sino simple y sencillamente a la ocasión del encuentro. Podían durar hasta una semana. Se sacrificaba un marrano y la fiesta concluía cuando se agotaba la carne del animal. Era también una fiesta de la lengua maya quiché, un banquete de diálogos y juegos ingeniosos del habla. Siempre advertí que


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Sufríamos mucho porque hablábamos un castellano muy elemental y rudimentario. Eso provocaba la burla de los maestros y de los compañeros. el maya quiché tiene una fuerza telúrica muy emparentada con los sonidos de la naturaleza. –En tu poesía se hallan referencias al pasado remoto. ¿En qué momento tomas conciencia de esa ancestralidad? –Yo no leí el Popol Vuh sino cuando tuve como veinte años de edad pero, desde mi infancia, los abuelos narraban fragmentos de ese libro, historias que hacían referencias geográficas reconocibles. Por ejemplo, se mencionaban barrancos que yo conocía, que eran del dominio de la comunidad y donde sucedían acciones que se nos presentaban de manera muy vívida. Esos mismos sitios que menciona el Popol Vuh eran parte de nuestra realidad. Lo que me sorprendió fue encontrar que todas esas historias estuviesen escritas, reunidas y organizadas en un libro. Hoy en día ha menguado un poco esa presencia popolvuhica por las influencias religiosas, políticas, mediáticas, pero afortunadamente es vigente dicha oralidad.

–¿Cómo fue tu escolaridad? –En el pueblo, en aquel entonces, nuestra cultura era monolingüe y cuando nuestros padres decidían que asistiéramos a la escuela estábamos obligados a aprender en español y a aprender este idioma. Sufríamos mucho porque hablábamos un castellano muy elemental y rudimentario. Eso provocaba la burla de los maestros y de los compañeros, a pesar de nuestra niñez, pues no podíamos pronunciar bien algunas palabras. El maya quiché carece de algunos sonidos presentes en el castellano, por ejemplo, carece del sonido de la efe. No podíamos decir fósforo y pronunciábamos pósporo, entre muchas otras palabras que provocaban la risa y la burla franca de los otros niños. Era una transición cultural y lingüística bastante complicada. –¿Qué significó para ti dicho tránsito lingüístico, dicha posibilidad de pensar la realidad en dos idiomas? –Honestamente fue un gran descubrimiento. Me di cuenta de que existía otro mundo allí, al otro lado. Fue como el propio descubrimiento de la lectura y de la escritura que abría puertas hacia otros mundos, hacia posibilidades de imaginación y de expresión inadvertidas. Fue realmente grandioso advertir la fuerza de la palabra escrita y percatarme de las diferentes formas de pensar del indígena y del no indígena. Se me ampliaba el horizonte del nosotros. Comencé a esforzarme por pensar de la otra manera, para comunicarme de manera más clara y precisa con los hispanoha-

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Humberto Ak’abal en el marco del VIII Festival de Poesía Las Lenguas de América Carlos Montemayor, CDMX, 9 de octubre de 2018. Fotos: Cristina Rodríguez/ La Jornada

blantes o castellanohablantes en su propia lengua. Esa conciencia de los otros reforzaba mi identidad y mi noción de las formas peculiares de comunicación, de esos otros nosotros que habitamos el maya quiché, con nuestro humor y nuestros sentidos de la realidad. –¿Qué aportó la escritura en lengua castellana a tu idioma materno, a tu conciencia de esa lengua del origen? –Yo era analfabeta en mi propia lengua, la hablaba, pero no la sabía escribir. Así, comencé a apoyar las traducciones que había hecho el Instituto Lingüístico de Verano de los textos bíblicos. Ese fue mi primer patrón para iniciar la escritura en mi propia lengua. El siguiente paso fue esforzarme porque mis autotraducciones no perdieran la riqueza que, en mi opinión, poseen los textos nacidos en mi lengua. Esa fue una lucha interna, conmigo mismo, porque buscaba que no sonaran como si hubiesen sido escritos en español y se alejaran de mis propios sentimientos, sino todo lo contrario: que respondieran al lenguaje sencillo que es la naturaleza misma de la lengua maya quiché. –En tu poesía está muy presente tu familia, tu abuelo, tu padre ausente desde muy joven / PASA A LA SIGUIENTE PÁGINA


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y la relación esencial con tu madre. ¿Qué representó en tu trayectoria poética y vivencial, en tu visión del mundo, la muerte de tu padre? –Mi padre fallece cuando iniciaba mi juventud, alrededor de los dieciocho años. Su desaparición marcó una falta muy honda, pues me encontraba en un momento en que su presencia era muy importante en mi desarrollo. Por fortuna mi abuelo estaba vivo y vino a suplir esa figura, esa carencia. Mi abuelo era muy respetado en el pueblo, era un chamán. La importancia de mi abuelo no sólo para mí sino para la comunidad fue determinante en la responsabilidad que asumí desde un principio. Ello significaba que yo debía labrar mi propio camino y mi lugar en el pueblo. Él murió a la edad de cien años, así que tuvo tiempo suficiente para compartir conmigo muchas de sus experiencias y de su conocimiento de la vida. Creo que esa presencia es notable en mi poesía. –En alguno de tus poemas hablas de tu propia experiencia, de tus carencias incluso físicas, como es la cojera de la que adoleces desde chico. Ese es un poema muy revelador de lo que esperas de los demás, no sólo la comprensión sino además la solidaridad. Allí aplicas una vez más el humor, la ironía contra ti mismo. –Es simplemente la aceptación de la realidad, sin dolor, tal como es. Asumir los hechos obteniendo de alguna manera un cierto provecho al encontrar una solución feliz o en otras no tanto, pero siempre en beneficio de la madurez. –Afirmas que te gustan los poemas que de alguna manera representan el espanto. Sabiendo de la existencia de un abuelo chamán, ¿qué relación hay entre el espanto y la idea de la capacidad visionaria del poeta y del chamán? –El abuelo realmente trabajaba la medicina tradicional, en la herbolaria y en los rituales. Participaba en las sanaciones recetando yerbas o pócimas naturales. Pero también con su sabiduría e inteligencia podía resolver algunos problemas psicosomáticos mediante técnicas que implicaban el susto, es decir, el espanto. Cuando comencé a escribir poesía tuve en cuenta esa práctica de sanación del abuelo y asumí que la poesía es otra forma de sanar el alma. –¿Cuál es tu perspectiva de la poesía que se escribe en lenguas indígenas, más allá de su rareza o su emergencia antropológica, política? –Creo que es un fenómeno nuevo, que empezó a dar sus primeros pasos a partir de 1992, con el famoso Quinto Centenario del Descubrimiento y Conquista de América. Yo creo que la poesía escrita en lenguas indígenas experimenta lo que la mayoría de las culturas, produce una buena y una mala poesía. Es importante la oscuridad para darnos cuenta de la luz, de su importancia y sus significados. El día que nos falte la poesía el mundo quedará mudo. Lo cierto es que la poesía es una herramienta de salvación del hombre l

José Ángel Leyva. Poeta y ensayista, es director de

la editorial y la revista La Otra. Entre su obra publicada están Duranguraños y Catulo en el destierro.

Tres poemas Humberto Ak’abal

Tus güipiles

Limpiadores

Después de lavar tus güipiles en las aguas de aquella cascada, los ponías a secar sobre la hierba, tan coloridos eran que se confundían entre las flores que bordaban la pradera.

El zopilote es un ave que no huele ni hiede, no canta ni silba.

Hoy te vi en el mercado y tu güipil resaltaba en colores tan limpio y tan braillante entre las vendedoras de frutas, entre otros güipiles y entre canastos con otras flores. Si supieras que yo soy el tejedor de esos güipiles, que soy el tejedor de esos cortes, que duermo en llamas con sólo pensar que el tejido de mis telares bordados con mis manos, acaricia el contorno de tus senos y moldea las curvas de tus caderas.

Tiene un caminado feo y cuando se encuentra un animal muerto se come toda la carne y deja el esqueleto limpio. Cuando vuela se vuelve majestuoso y hasta envidia dan sus alas. ¡Quién no quisiera volar y planear en la paz de esas alturas! Cuando algo hiede los zopilotes aparecen y limpian todo. Lástima que los zopilotes no coman politiqueros.

Colibrí El colibrí vuela de atrás para adelante de adelante para atrás de atrás para adelante de adelante para atrás. Una vez que ha metido el piquito, la flor se balancea de allá para acá y de acá para allá, de allá para acá y de acá para allá… Y el colibrí ch’up ch’up ch’up ch’up…


Leer

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PASOS DE JUSTICIA CON PRISA Pasos apresurados, Dacia Maraini, traducido por el Colectivo Traduxit, Abismos, México, 2018.

Francesca Gargallo ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

EN TODOS LOS continentes hay culturas milenarias donde las mujeres son seres respetados y queridos; participan en las decisiones comunitarias y no tienen miedo por haber nacido. Sin embargo, todos los días en las noticias de todos los continentes aparecen historias terribles que involucran a mujeres. Las culturas que integran a todos los seres humanos, mujeres, hombres e intersexuales, son minoritarias. La mayoría de la población mundial vive la discriminación patriarcal y es educada a la superioridad de los hombres heterosexuales y a tolerar sus violencias. Se puede objetar que esto ha cambiado desde la Revolución francesa, cuando las europeas se politizaron para exigir igualdad; desde la lucha anticolonial que en África reveló la importancia de la economía femenina; desde que las neozelandesas ganaron el derecho al voto en 1893, primeras en un sistema político organizado de forma estatal y no comunitaria; y desde que las revolucionarias mexicanas se convirtieron en maestras. Cierto: la vida de las mujeres ha comenzado a transformarse cuando se dispusieron para vivir mejor, porque los patriarcados son ideologías que se enseñan, no tienen nada de natural.

Sin embargo, es inobjetable que las resistencias a la renovación de las relaciones entre los sexos son feroces. Las cortas y directas escenas teatrales de Pasos apresurados son historias reales que nos obligan a acelerar nuestros esfuerzos. Escritas en 2005, las ocho narraciones-representaciones se basan en casos concretos adoptados por Amnistía Internacional en su campaña “No más violencia contra las mujeres”. Se trata del primer libro de Maraini traducido en México por el colectivo Traduxit y editado por la editorial Abismos. Esta lectura dramatizada nos descubre perspectivas de mirar la realidad que no son aguantar la renovada violencia patriarcal. Nos abre a la posibilidad de un diálogo. Dacia Maraini percibió el peso del arte literario para la liberación desde sus trabajos juveniles, en las barriadas de Roma y los colectivos feministas de la década de los años setenta. En La larga vida de Marianna Ucría, una de sus novelas más conocidas, ofrece un personaje que, en la aristocracia virreinal de la Sicilia occidental del siglo xviii, desafía las normas de clase y de género que una duquesa, aunque violada en la infancia, hubiera debido respetar, así como la descalificación intelectual que sufren las personas con una discapacidad. En Pasos apresurados, Maraini nos pone al alcance la experiencia de Aisha, que sólo conoció al mundo cuando su cuñado intentó quemarla viva. De Carmelina, quien paga con su cuerpo las deudas del hermano que la retiene para que la violen. De Lhapka, doble y entrecruzadamente víctima de la violación de sus compañeros soldados y del colonialismo chino. De Juliette, que con la cabeza partida se resiste a creer que su hombre es un borracho violento que pone en riesgo su vida. De Civita, quien desde los siete años espera que la justicia persiga a los soldados que, al “liberar” Italia al final de la segunda guerra mundial, violaron a su madre. De Amina, que ha sido condenada a muerte por lapidación porque faltó a su deber de llegar virgen al matrimonio y tuvo a una hija, de la cual fue separada a la fuerza. De María Teresa Macías, cuyo marido la asesinó de un disparo después de múltiples palizas. De Viollca, tratada en la infancia por una organización de proxenetas que va de Albania a Roma. Dacia Maraini ha plasmado papeles femeninos llenos de matices. Tiene claro el cometido de las familias, las relaciones afectivas y las redes de violencia social en los límites que viven las mujeres.

Escribe para dar la voz a las niñas, las jóvenes y las viejas que han protagonizado historias de abusos, rebeliones y fugas. Cree, y así lo demuestran sus novelas, poemas, cuentos para niñas/os, ensayos y guiones de cine y teatro, que hay que evidenciar al mal para hostilizarlo. En entrevistas ha hablado reiteradamente contra la mafia, contra la discriminación de las mujeres, las cárceles y los agentes económicos e ideológicos de la injusticia: “Si tienes que combatir algo, al menos hay que nombrarlo.” En su teatro de intervención social, el maltrato contra las mujeres es nombrado por víctimas que salen de la pasividad, que adquieren una dimensión colectiva precisamente porque hablan para que a otras no se les imponga el silencio del disimulo ante las violencias patriarcales. En Pasos apresurados subyace la importancia de la solidaridad entre mujeres. En la guerra que llevan a cabo en su contra los agentes de la segregación y el abuso, justificadas en nombre de la familia tradicional, de la cultura o la religión, que la madre sostenga a Lhapka o que una médica francesa luche para defender la vida de Aisha, revela que cuando una víctima encuentra una aliada puede sobrevivir y reconstruirse un horizonte de confianza. Pasos apresurados es conducido por la voz directa de las protagonistas. Las fórmulas que utiliza cada personaje son tan sencillas como ubicadas en el tiempo y el espacio: “Mi nombre es Lhakpa Chungdak. Nací en las montañas tibetanas.” “Me llamo Aisha. Nací en una pequeña aldea cuyo nombre significa oveja moribunda.” “Me llamo Civita, y soy de Badía de Esperia.” “Mi nombre es Juliette, vivo en Avenue Montaigne, en Beauville, Bélgica.” Esta sencillez hace que la representación de la intimidación y la violencia física cale en las mentes de las espectadoras/es, a cuya atención apelan las protagonistas. Las acompañan las voces de asociaciones de ayuda humanitaria y de defensa de las niñas que ofrecen los datos para contextualizar los testimonios. El libro se cierra con “La Durmiente”, poema anónimo de un/a autor/a africana/o que Maraini ha reelaborado: “Durmiente… yo era la durmiente/ Y me llevaban, pero ¿quién?” Un cierre que remite al teatro griego, a la fuerza coral de su lírica y apela a una resistencia que atraviesa los siglos y promete que la mitad del género humano está por despertar a la justicia 

EN NUESTRO PRÓXIMO NÚMERO

CHICO BUARQUE, EL HERMANO BRASILEÑO


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Leer

VENDRÁ LA FOSA Y TENDRÁ TU MUERTE Cenizas nuestros huesos, Axel Chávez, Cascada de palabras cartonera, México, 2018.

Vanessa Téllez

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EN TIEMPOS DE catástrofes es difícil saber qué merece más la atención, ¿el problema en sí mismo? o bien, ¿las secuelas que éste irá dejando a su paso? Cenizas nuestros huesos del hidalguense Axel Chávez parece hacerse ambas preguntas. Con el narcotráfico aconteció, además de la violencia, un consumo inusitado por series de televisión, películas y corridos musicales que retrataran a su modo el epicentro del caos. No fue de extrañar que no mucho tiempo después el morbo inundara a su vez las mesas de novedades de alguna que otra librería fascinada por representar y describir héroes caídos que buscaran como propósito la conquista absoluta del territorio mexicano, o bien

sólo hacernos partícipes de sus embrollos al más puro estilo caricaturesco. Aquí, mención aparte, merecen identificarse los aparentemente dos propósitos en que parecen dividirse las editoriales; por un lado encontramos la apuesta que mantienen los grandes sellos al continuar viendo en la exuberancia del fenómeno el lenguaje a retratar; los retratos narrativos presentan ideales y arquetipos a seguir que se reconstruyen y desconstruyen según lo marque el marketing. En el otro lado, las editoriales independientes parecieran tener una tarea diferente, es decir, la del registro. Cenizas nuestros huesos continúa la brecha antes señalada, es decir, hace un recuento de las bajas. El libro ejecuta una cartografía narrativa desde el rigor periodístico. Algunos dirían que citar las balas cumple sin proponérselo un sentido perverso, es decir, el de la normalización. Otros, en cambio, principalmente aquellos que nos sentimos aludidos por el caos, argumentaríamos que en la escritura sobre pólvora va adjunto algún tipo de protesta. Chávez posee una capacidad de observación natural que no deja indiferente, de este modo nada de lo que ocurre en Cenizas… luce impostado. El lector camina con agilidad sobre un memorial nacido a partir de varias voces que no obstante el tono pesimista no apuestan por el fracaso, sino por la esperanza. Si hubiera que ubicar Cenizas nuestros huesos en un punto intermedio quizá haya entonces que comenzar a contestar ciertas preguntas: ¿Aplaudiremos las obras literarias por el número de víctimas que nombran? ¿Por la cercanía? ¿Por su belleza? ¿Pertenecen las tres respuestas a una sola entidad? En cualquier caso, parece que la respuesta, si la hay, depende del autor en cuestión. En Cenizas… se percibe, además de la desazón, una intención que a su vez reformula las preguntas anteriores en una sola, ¿no es el propósito de la literatura señalar desde la observación más sesuda las grietas por donde la belleza es golpeada? Quizá el párrafo que mejor describa el malestar en Cenizas… sea éste: “Muerto, incluso, sentía mi cuerpo evaporarse.” Al concluir la lectura del libro queda el eco de una inconformidad compartida: “Sepultan huesos, únicos vestigios de las víctimas” 

NO SIEMPRE ESTUVE EN EL MAR Un lugar entre los cerros, Amado Ademar, Editorial Segey, México, 2018.

SI ESTE POEMARIO necesitara una etiqueta, algo que realmente tampoco importa demasiado, sería: “un cantar”. Publicada a mediados de este año como parte de la Colección Segey, Digital Joven, Un lugar entre los cerros es un libro breve compuesto desde su entrada por tres motivos, mismos que el autor utiliza a manera de argumentación para desglosar el tono en el que irá su escritura. “Estoy cansado de todo lo llamado hombría…” pudiera ser uno de los versos que remarcan los bordes en la propuesta de Ademar. Sin embargo, el libro no es estacionario: alrededor de la primera voz que abre los versos introductorios existen otras voces. Entusiasma que el camino planteado por el autor nunca extravíe el lugar que frecuenta, pues sus versos atienden sobre todo la normalidad de saberse genuino en una sociedad aparentemente reducida por los prejuicios. Uno de los muchos protagonistas en el libro urge al desapego como única cura del desarraigo que padece. La voz que ocupa, no obstante, no es la del llanto en su más febril interpretación, sino la de un juglar que exuda por los poros la ruptura del compromiso, hecha previamente cuerpo a cuerpo. La catástrofe nunca es explicada; se pudiera decir que el lector encontrará al náufrago mas nunca la balsa o isla de la que fue empujado. Lo que algunos autores han repetido en decenas de libros sobre poesía como argot necesario, aquí es limpio, depurado. Que lo erótico no es cama, ni lo amoroso es siempre un beso, lo comprende el autor. En el universo de Ademar, sacude el conocimiento de que son las palabras correctas y no el abuso de ellas, y aquí me refiero al tono grotesco que provee el exceso de un estereotipo de género, las que ilustrarán con su precisión lo que, como dijo aquel otro poeta de nombre Juan Gabriel, “lo que se ve no se pregunta”. Algún verso que pudiera descarriar el tono se contiene y, a cambio, suma otro acierto con la continuidad. “La primera leche ya duerme…”; lo deja claro, es el símbolo y no la palabra lo que da forma al apego y, por ende, al verso. Ademar no carece de palabras pero tampoco se engolosina en el vocabulario, refrenda llanamente un lenguaje construido desde lo rupestre, por lo animal que acontece, al menos en esta propuesta, del desapego citadino 


Arte y pensamiento

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Artes visuales Germaine Gómez Haro

germainegh@casalamm.com.mx

Peticiones en el día de los Reyes Magos EN ESTE 6 de enero, día de los Reyes Magos, esta columna ha reunido las cartas de deseos de diez personalidades influyentes en el medio cultural mexicano, pero en esta ocasión sus peticiones no van dirigidas a Melchor, Gaspar y Baltazar, sino a nuestra recién llegada secretaria de Cultura, Alejandra Frausto: ¿Qué le pedirías al nuevo equipo de la Secretaría de Cultura para este sexenio que comienza? -Manuel Felguérez (artista plástico): Yo le recomendaría a la secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, que para su toma de decisiones consultara con personas prominentes en cada disciplina. Cada vez que alguien se le acerque será para pedirle un favor, por lo que es conveniente crear consejos para repartir responsabilidades. Le deseo el mayor de los éxitos en su labor. -Carmen Parra (artista plástica): Recuperar el Zócalo como centro cívico y simbólico del país. Hacer una lectura horizontal de la historia del arte plástico en México para reconocer a los artistas en su justo lugar, ya que la globalización y los mercados del arte han creado una gran confusión. -Brian Nissen (artista plástico): Que los nuevos grandes edificios empresariales y públicos destinen un porcentaje del costo a obra de arte. Que las obras de arte encargadas para plazas, calles o vías públicas pasen revista por asesores incluyendo un urbanista, dos arquitectos y un acreditado experto en arte.

Que proporcionen fondos adecuados para mantenimiento de los museos del inba. Y que las entradas sean gratis con la excepción de turistas. -Alberto Ruy Sánchez (escritor y editor): Que aumente el presupuesto de cultura al 1 por ciento del pib. Lleva años bajando. Que logre autonomía de la ideología y la política. Que en vez de seguir golpeando a Educal la duplique y pague sus deudas. Que no la fusionen con otras instituciones. -Adriana Malvido (escritora, Premio Nacional de Periodismo 2012): En primer lugar, creo que es muy importante defender el presupuesto asignado al sector cultural. Especialistas en economía cultural han informado que al parecer el presupuesto para 2019 se quedará en 12 mil 916 millones de pesos. Basta recordar que en 2012 el presupuesto ascendió a 16 mil millones, y cada año ha sido castigado. A mí me gustaría que defienda con argumentos, pero también con pasión, la idea de la cultura como eje fundamental no sólo del desarrollo sino de la pacificación de este país. También es importantísima la cuestión de la seguridad social para los artistas, tan largamente exigida con toda la razón. -Sergio Hernández (artista plástico): Que lean los nueve puntos reunidos en el Libro Blanco del ocuc (Observatorio Cultural Ciudadano, por el derecho humano a la cultura) que le fue entregado en mano a Alejandra Frausto el 22 de junio pasado en Oaxaca. -Daniel Lezama (artista plástico): La petición sería la siguiente: que las instituciones culturales del Estado promuevan a los artistas mexicanos activos de cualquier nivel de carrera, tanto en México, como en el extranjero –en coordinación total con la Secretaría de Relaciones Exteriores–, sin cortapisas ni antesalas, a través de diversos comités curatoriales plurales, abiertos y representativos de cada medio o disciplina.

-Demián Flores (artista plástico): Más que una petición, me uno con aliento de esperanza a lo planteado por el actual gobierno, sobre todo, lo referente a los pueblos indígenas y su incorporación a una verdadera política cultural incluyente, abierta, plural y democrática. -Felipe Cazals (director, guionista y productor de cine): El funcionario de la Cultura está condenado a aceptar que el creador es sordo, ciego y mudo, pero siempre tiene la razón. -Francisco Toledo (artista plástico, promotor cultural, activista social): Que trabajen, trabajen, trabajen. Quien esto escribe agrega su petición: que se piense y se consulte con las voces experimentadas si tiene sentido impulsar en Los Pinos “uno de los espacios más grandes e importantes en el mundo”, cuando a muchos de nuestros magníficos museos no les alcanza el presupuesto ni para sus gastos básicos 

Alejandra Frausto

Bitácora bifronte Jair Cortés

jair_cm@hotmail.com

twitter: @jaircortes

nombrado no por sus características y propiedades sino por los objetos (incluyendo el de una gata) con los que convive. En este poema experimentamos el poder del lenguaje que Saint-John Perse es capaz de convocar para crear todo un universo, que en otros poemas describió minuciosamente y que en este caso condensa, sintetiza y sugiere hasta extraer su más pura y última lección: no nos entendemos sin lo otro, sin aquello que nos rodea 

Un breve poema de Saint-John Perse Para mi mamá, en su cumpleaños, una sombrilla. Aunque la extensa, desbordante y abarcadora obra de Saint-John Perse está compuesta, en su mayoría, por poemas fundacionales de largo aliento (Vientos, Lluvias, Mares, Pájaros, entre otros), también podemos encontrar poemas que seducen por su “extraña” brevedad. Entre esos poemas hay uno incluido en el libro Exilio, publicado en 1942, “El parasol de piel de cabra”: “Está entre el olor agrio del polvo, bajo el alero del granero. Está bajo una mesa de tres patas; está entre la caja de arena para la gata y el tonel desaherrojado en que se hacina la pluma.” Uno se asombra, ante este poema de un solo versículo, por la delicada y

Saint-John Perse

sutil manera en la que Saint-John Perse dirige la imaginación para que, como lectores, encontremos algo (una sombrilla) que desde el título ya teníamos en mente pero del cual esperábamos, quizá, una descripción mayor o una anécdota; sin embargo, como si fuéramos por primera vez en su búsqueda, Perse nos va señalando el camino, primero la atmósfera: “el olor agrio del polvo”, y luego la referencia espacial: “bajo el alero del granero”. Después, como en un movimiento cinematográfico, el zoom de nuestra atención se dirige a los detalles: “… bajo una mesa de tres patas”, entre el cajón de arena y el tonel, hasta que, como en un poema circular, hallamos al parasol (presente en toda la magia del título), pero en su íntimo entorno,


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Arte y pensamiento

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Tomar la palabra Agustín Ramos

La guerra y las palabras (iii y última) SVETLANA ALEXIÉVICH hace visible la guerra y le da una forma capaz de abrirse paso en nuestra conciencia, la forma del arte. Así, la ingeniera Ira Mazur comparte sus recuerdos de cuando tenía cinco años, durante la invasión nazi: “Yo sabía que la herida de bala de mi mamá era pequeña, porque una vez en la carretera había visto esas mismas balas y me quedé sorprendidísima, ¿cómo esas balas tan diminutas podían matar a un hombre grande? ¿O a mí, que soy miles, millones de veces más grande que esa bala? … Mamá no murió enseguida. Estuvo mucho tiempo tumbada en la hierba, abría los ojos.” México está en guerra. ¿Cómo y contra qué estamos en guerra? ¿Qué o quién y con qué propósitos generó esta guerra? ¿Qué podemos hacer quienes la vivimos de lejos o no tan cerca?, ¿quedarnos como si nada, rezando o rogando a la fortuna para que nos libre del cataclismo, del diluvio, del fuego y de cualquier otro efecto colateral? Según cnn sólo la guerra en Siria superaba la cifra de muertos por la guerra en México hasta mayo de 2017. El 1 de diciembre de 2018, Gustavo Pineda publicó en culturacolectiva.com que en el sexenio priista de

Peña Nieto el número de víctimas llegó a 125 mil, lo que agregado a los 121 mil asesinatos (inegi) del sexenio panista de Felipe Calderón da un total de 246 mil muertos. Todo ello sin desglosar el porcentaje de feminicidios y sin contar a los desplazados ni las decenas de miles de desapariciones forzadas de las que se debe responsabilizar al pri, al pan y al crimen organizado. En 2009 México todo era una escena de crimen, para 2014 había ascendido a fosa común, debido a la continuación, por parte de Peña, de la guerra desatada por Calderón, ojo, para legitimarse tras el fraude electoral de 2006 y no para acabar con los narcos del Cártel de Sinaloa, como lo confirman los señalamientos contra él y contra Peña vertidos en el juicio al Chapo Guzmán (señalamientos ya documentados por Anabel Hernández en el libro Los señores del narco). Este México de cada día no le pide nada a ningún país en guerra declarada, ni a la Siria de hoy ni al Líbano de ayer ni a la Palestina de siempre. La transición no fue más que un toma y daca político del pri y el pan en el contexto del desmoronamiento material y moral de un país desgobernado, entregado al saqueo, a la secuela de asesinatos de odio,

a la sistematización de desapariciones forzadas y a la tutela presidencial de la delincuencia organizada y a la complicidad de ésta con militares, policías, jueces, empresarios y jerarcas eclesiásticos. Pero México no sólo vive una guerra equiparable a las que trabaja Svetlana Alexiévich. Además tiene sus Chernóbiles difusos, solapados, sordos. Paso por alto el Río Sonora, San Juanico y Tultepec… En Tizayuca, Tula, Zimapán, Pachuca y otras zonas de industria o minería de Hidalgo hay mortandad a causa de cáncer por arsénico, mercurio y radiactividad (https://noalamina.org/latinoamerica/ mexico/item/16680-el-estado-de-hidalgo-serebela-contra-500-anos-de-contaminacion). Y la Semarnat admite que la cuarta parte de las muertes hidalguenses en 2017 se debió a la contaminación. Esto es lo que deja como herencia el régimen narcoprianista, una guerra que a todos nos ha herido así sea solamente en sedal, aunque no la sintamos porque los mercenarios de la comunicación masiva y sus peones intercambiables nos anestesian y desinforman conforme una estrategia diseñada para sembrar enconos, alimentar descontentos e insistir en una mentira crasa como “la desilusión” contra el nuevo gobierno federal, al que además acusan de convertir a México en la Venezuela que es la bruja mala de hoy, como ayer lo fue la Colombia de Escobar Gaviria y como la Cuba de los Castro lo fue antier. Estos propagandistas de la guerra, al corear la paparrucha de que el nuevo presidente está polarizando a los mexicanos, gesticulan como quien tras robar distrae la atención gritando “al ladrón, al ladrón” 

Biblioteca fantasma Eve Gil

Gulags Ten cuidado con tu vocación (de escritora), hónrala no porque comerás de ella, sino porque te dará sentido… aks

ALMA KARLA SANDOVAL (Zacatepec, 1975), es una prolífica y premiada autora mexicana de narrativa y poesía que recién ha publicado su primera obra en una editorial internacional, Ediciones b, del grupo Penguin Random House, Desde el corazón siberiano, donde narra el via crucis de Ariadna Efron para localizar los cuadernos inéditos de su madre, la excelsa poeta rusa Marina Tsvetáieva, rellenando huecos de la poco conocida vida de la hija –la de la madre es posible de hilvanar gracias a sus cartas y diarios– con detalles ficticios y emocionantes. Me permitiré, sin embargo, hablar de otro libro que publicó casi al unísono, aunque de manera marginal: Cartas a una joven feminista (Ediciones Fialova) alude al instante en que la autora contaba con ocho semanas para entregar el original de la mencionada novela, en medio de una fuerte crisis emocional y material. Dirige sus cartas a una joven ficticia que tiene en común con ella ser escritora (o aspirar a serlo) y feminista, aunque en estos tiempos se ha perdido la brújula respecto a la importancia histórica de esta pala-

bra. Dice Karla, y dice bien, que los hombres machistas se han encargado de desvirtuarla, en complicidad –y esto lo más triste– de mujeres, casi siempre muy jóvenes, “mimetizadas por masculinización”. Las mismas que declaran de manera abierta su aversión por lo que no entienden, “el feminismo”, obteniendo a cambio el aplauso unánime de los intelectuales, varones en su gran mayoría, y que, al menos en México, tienden a ser misóginos, abusadores y “amafiados”: “Nunca te leerán sin prejuicios, sin desconfianza. Varias compañeras escritoras que han ganado premios, y yo misma […] hemos tenido que participar con seudónimos masculinos para que nuestras obras tengan más posibilidades.” Una vez ganado el premio, agrego yo, suscribiendo la experiencia narrada por Karla, te lo harán pagar caro. Habiendo ganado cinco al hilo en un mes por su brillante desempeño académico, terminarán arrebatándole sus clases para ofrecérselas a su esposo quien, además de aceptarlas, le pediría el divorcio a la vuelta de tres meses. Karla lo narra más con ironía que con dramatismo. Las mujeres no podemos permitirnos llorar sobre el hombro de nuestros lectores: estamos obligadas a contemplar

Alma Karla Sandoval

nuestro propio sufrimiento como si no nos perteneciera, a riesgo de ser juzgadas como melodramáticas, exageradas, victimistas y un etcétera tan extenso como la colcha de Penélope, y en ese mismo tono narra las desventuras de Ariadna Efron, la bella joven que encaneció en las entrañas de dos gulags, e imita, en consecuencia, el empleado por la propia Marina Tsvetáieva para referirse, entre otras cosas, a la muerte por inanición de uno de sus hijos; o al hecho de que, siendo la más grande poeta rusa –título compartido con Anna Ajmátova– se le condenó implícitamente a no ser publicada ni contratada para ejercer el único pero gran talento con el que podía ganarse la vida, viéndose orillada a trabajar como lavaplatos en un café frecuentado por sus colegas. Muchos escritores sufrieron terriblemente bajo el régimen de Stalin, pero que a Boris Pasternak se le prohibiera recoger el Premio Nobel –el caso más mencionado para ilustrar las tiranías del dictador contra los intelectuales rusos– no se compara con las desgracias padecidas por Marina o su amiga Ajmátova. Cartas a una joven feminista es un libro extraordinario, de los mejores que he leído en esta tónica, pese a su rústica presentación, sus múltiples erratas y su tiraje de 150 ejemplares que no llegará a manos de muchas jóvenes y otras no tanto, que compartimos ideas y vivencias con su autora. Pero además de la experiencia personal, está la cantidad de valiosísima información respecto a obras literarias y sucesos internacionales –incluido el caso Harvey Weinstein–, algunos políticos ligados con una necesidad universal de las mujeres, no tanto por destacar, sino porque se les reconozca como seres humanos 


Arte y pensamiento

LA JORNADA SEMANAL 6 de enero de 2019 // Número 1244

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Bemol sostenido Alonso Arreola

@LabAlonso

40 años de Bauhaus FUE HACE CUATRO décadas cuando un cuarteto de jóvenes ingleses, cansado del punk imperante, inauguró la vertiente gótica del rock a la que se sumarían bandas como The Cure y Siouxsie And The Banshees. Digamos que, tras fungir como ariete antisistema, la rebeldía de los Sex Pistols dio paso a una creatividad con aroma decimonónico, más sofisticada, inspirada en una oscura introspección que luego sustentaría al mejor pop de los ochenta. Hablamos de la estética de maquillajes extremos que se extendería mundialmente para arraigarse y permanecer, de manera particular, en territorios como el de Latinoamérica. Hermana mayor del new wave de Joy Division, del new romantic de Spandau Ballet y del electropop de Depeche Mode, la del gótico era y es una corriente que impulsó a cantantes barítonos, teclados atmosféricos y melodías melancólicas de fina factura. Eso por no mencionar su liga natural con la literatura, el cine y la moda underground. Pues bien, esos jóvenes de Southampton se hicieron llamar Bauhaus (sin ligas formales con la famosa escuela estatal de arquitectura, artes y artesanías que, bajo ese nombre, Walter Gropius fundara en Weimar, Alemania, antes del movimiento nazi). Honrando al mítico Drácula del cineasta Tod Browning, en 1979 el grupo estrenó su sencillo Bela Lugosi’s Dead, incluido en un ep que también mostraba los temas

“Boy” y “Dark Entries”. A partir de ese momento su líder, Peter Murphy, utilizaría una imagen “vampírica” que se iría aligerando con los años. El resto de los miembros eran el guitarrista Daniel Ash, el baterista Kevin Haskins y su hermano, el bajista David j. De ellos, luego de las resurrecciones desesperadas que la banda vivió tras su separación en 1983, hoy sólo quedan David j y el propio Murphy, quienes pisarán el Teatro Metropólitan el próximo viernes 11 de enero para celebrar los cuarenta años de Bauhaus. Harán lo mismo en el Diana de Guadalajara, el sábado 12, extendiendo su larga gira Ruby Celebration y antes de una residencia en San Francisco, en donde realizarán una serie de conciertos dedicados, uno por uno, a sus diferentes discos de estudio. Para ser justos resulta insoslayable subrayar, lectora, lector, que como solista Peter Murphy ha visitado México en numerosas ocasiones afianzando su posición “religiosa” para una buena cantidad de melómanos mayores del medio siglo de edad. Su carrera en solitario ha tenido altos y bajos después de

Bauhaus

Bauhaus, pero fue así como conoció el mayor de los éxitos. ¿Recuerda “Cuts You Up” de su disco Deep? Se trata de una de las mejores canciones con que el pop pierde su batalla frente al grunge. Así, mientras sus excompañeros sonaban en Love and Rockets, Murphy llegó a la cima creativa para luego refugiarse en Turquía, en donde se hizo musulmán. Con Bauhaus editó seis discos. Una docena como solista. Pero a nosotros lo que más nos mueve fue lo que grabó con Dali’s Car, su dueto al lado del enorme y desaparecido bajista Mick Karn, otrora miembro de Japan (ese combo maravilloso del new wave de donde también surgiera la voz de David Sylvian). Murphy y Karn produjeron The Walking Hour, un absoluto fracaso financiero que sólo les sirvió para enemistarse. Aun así, nos parece que su delicada reflexión tímbrica e interpretativa se mantiene como un fruto valiosísimo de un choque honesto y natural, de una conversación casual entre quienes se encuentran en un tren para no volver a verse jamás. Dicho esto, la nostálgica visita que Murphy y David j harán al Metropólitan parece idónea al ejercicio de la memoria histórica, pues no sólo celebra el origen de un repertorio encomiable en la Inglaterra de los años ochenta sino la tarde en que el Cine Ópera de Ciudad de México fue destruido a mano de osados feligreses sin boleto, azotados por la lluvia. (Por cierto, puede buscar las fotografías que el compositor Michael Nyman tomó desde las entrañas de dicho inmueble. Son tan poéticas como la obra sonora que le dedicó.) Y eso es todo. Píntese las uñas de negro y allá nos vemos. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos 

de vital importancia: ¿cuál debe ser la nueva manera de hacer un cine que nos refleje como país?, ¿cuál es el compromiso de la comunidad a ese respecto?” Cinéfilo de pura cepa, de lo cual este juntapalabras puede dar testimonio, al de la voz no le faltan conocimiento, amplitud de miras ni valor para sostener lo que afirma: “Veo algunas películas mexicanas y me llevo una profunda decepción por el resultado (aun en el caso de obras multipremiadas). Veo algo de cine extranjero, latinoamericano y europeo, y salgo sorprendido de la calidad formal y temática de sus películas. Nuestro cine comercial suele ser sexista, misógino, clasista… pero a veces también las películas de autor, que además son herméticas y [están] alejadas de cualquier posibilidad de conectar con la audiencia.” El diagnóstico es grave y contundente, y un mínimo de sinceridad obliga a estar de acuerdo en prácticamente todos los puntos abordados. Es verdad, para empezar, que cada nuevo ciclo sexenal viene acompañado de expectativas que van de la simple esperanza de que las cosas no empeoren, a la difícilmente alcanzable de que mejoren sustancialmente; pero sobre todo es verdad la autocrítica al gremio en la que consiste denunciar la ausencia total de una “contraprestación” palpable en un compromiso explícito y una responsabilidad clara

y públicamente asumida. Coloquialmente dicho, el cineasta –director, productor, etcétera– se limita a estirar la mano y, sin confesarlo, cobijado por una libertad creativa por otro lado inatacable, pensar algo así como “tú dame con qué hacer lo mío y yo sabré lo que hago”. De este modo, el problema señalado subsiste: salvo ese cine comercial ciertamente clasista, racista, misógino –y mínimo debe agregarse: ramplón, convencional, burda copia genérica la mayoría de las veces–, la producción fílmica nacional, en estos tiempos tan abundante que no deja de superar sus cifras año tras año, le habla poco o nada a un público que continúa consumiendo de manera preferente eso mismo, es decir clasismo, racismo, convencionalismo… sólo que proveniente del extranjero. Es más que pertinente el par de preguntas formuladas por el amigo cineasta: ¿Cuál debe ser la nueva manera de hacer un cine que nos refleje como país? ¿Cuál es el compromiso de la comunidad a ese respecto? Siendo algo que por fuerza ha de suceder, en el entendido de que ya sea que haya o no conciencia del fenómeno, el cine siempre será reflejo –directo y palmario, o bien alusivo o alegórico– de su entorno en particular y de la realidad en general; siendo algo que necesariamente pasa, más valdría que se hiciera con plena conciencia y no, como todas las otras veces, al ahisevá. Dada la fecha en que todo esto se dice, valga como esperanzada carta a los Reyes Magos 

Cinexcusas Luis Tovar @luistovars

Carta a los Reyes HACIA FINALES DEL año pasado un querido amigo, cineasta en activo para más señas, escribió lo siguiente –que se reproduce aquí con la seguridad de que, aun habiendo sido en comunicación privada, no le molestará en absoluto; antes todo lo contrario–: “Cada nuevo sexenio genera, en este caso en la comunidad cinematográfica, [ciertas] expectativas. Cada vez se piden más recursos, reformas, cambios, etcétera. Pero creo que casi nunca se propone nada a cambio, es decir, qué tipo de cine se comprometen los cineastas a filmar, cuál será la responsabilidad de quienes hacen cine respecto a los temas y contenidos de las nuevas películas. De qué manera el gremio se comprometerá con una nueva manera de llegar al público mayoritario, que está excluido de las salas de cine… ¿Qué hacer respecto de estos asuntos?” Y sigue diciendo alguien que, además de contar con más de cuatro décadas de experiencia y una filmografía diversa y numerosa, en más de una ocasión ha ejercido cargos de responsabilidad directa en materia no sólo cinematográfica sino de cultura en general: “Veo casi siempre una actitud arrogante y pretenciosa en las peticiones. Solamente queremos más salas, más semanas de exhibición, más tiempo de pantalla, más recursos para producción y difusión. No se menciona el que para mí es un asunto


Ensayo LA JORNADA SEMANAL 16 José María 6 de enero de 2019 //Espinasa Número 1244

Ricardo Piglia otra vez: Los casos del comisario Croce

D Acercamiento a un libro del autor de Los diarios de Emilio Renzi que podría ser póstumo pero que el crítico se niega a que lo sea, pues su vitalidad confirma el enorme oficio de su autor: el de la ficción inteligente y precisa que siempre acaba por tener algo, o mucho, de sentimental.

ecir que Piglia sorprende a sus lectores en cada libro a pesar de que ya saben qué les espera es una manera de volver sobre su enorme calidad como escritor. Y si al lector le llama la atención que hable de él como si estuviera entre nosotros es porque me resisto a calificar el recién aparecido Los casos del comisario Croce como un libro póstumo. No tiene las características que suelen tener esos libros, con algo de fabricados y artificiales, y por lo tanto de frágiles. Y éste, a pesar de la advertencia que se hace en la cuarta de forros, de que fue escrito cuando la enfermedad que le quitó la vida estaba ya muy avanzada y el autor usó un programa de computadora “sensible” a la vista para escribirlo con absoluta conciencia de que estaba al final de su vida, como un gesto de afirmación vital de su labor y oficio en este mundo, hacedor de ficciones. No pienso, por eso, que sea un libro menor, después de la enorme apuesta que fueron Los diarios de Emilio Renzi, ni un divertimento, como puede sugerir tanto el título como el género de pastiche policíaco al cual se adscribe. Es, nuevamente, un libro extraordinario. Habría que preguntarse por esa manera tan intelectual, característica de la literatura argentina, que tuvo de aclimatarse el género policial que no ocurrió en otros países de lengua española, y donde menos en México. Es probable que esa apropiación vaya de forma paralela a la que se hizo con las teorías psicoanalíticas y tenga que ver con la forma conclusiva, con el final, con la resolución del caso: entre más complejo, mejor, pero se tiene que resolver, y la resolución lo vuelve transparente, nítido, incluso luminoso. Que Piglia se adscribe a la tradición borgeana es ya un lugar común, pero ello no debe ocultar que se trata de un narrador con una personalidad propia muy fuerte y características que no son en sí borgeanas. Por ejemplo: la frialdad y precisión arquitectónica de sus cuentos no tiene –no quiere tener– el rizo tan propio de la tonalidad del autor de Ficciones. Su contenido de metaficción no es expansivo sino implosivo, por eso su sesgo tan esencialmente realista; por eso también su voluntad de distanciamiento brechtiano y su frialdad emotiva, sin embargo, emocionante. Pocas veces se está ante un escritor donde la inspiración es, o al menos parece, una operación matemática y, a la vez, esa convicción, tan necesaria en estos tiempos en que la realidad se nos hace añicos entre las manos, de que el mundo –los otros– importan. No obstante, Piglia no se permite, como sí lo hace Borges, pasar de la inteligencia precisa de sus

razonamientos a la sabiduría delirante del visionario. Croce conserva su sentido humano todo el tiempo, en las varias maneras de entender lo humano, entre otras la machadiana, “en el buen sentido de la palabra bueno”. Todo lo demás es anecdótico. Precisamente: anecdótico. Es un placer seguir los razonamientos más complejos y abstrusos como parte de la acción narrativa, con la inevitable pizca de ironía y escepticismo que su lado onettiano le facilita. Es decir, el gran lector que fue Piglia toma de Borges y de Onetti lo que necesita y lo reformula con una extrema precisión para que sea suyo, es decir otro y distinto, y lo que parecería una rebaja del contenido pesimista o del octanaje fabulador, para volverlos más asequibles, es en realidad una apuesta por “la máquina de contar” en el sentido en que Gabriel Zaid escribió “la máquina de cantar”. Un ejemplo: Croce asiste a una conferencia de Borges sobre el género policíaco. Es un tipo de relato que, por muy bueno que sea, está condenado al fracaso didáctico. Y, sin embargo, no es así: el pastiche cobra vuelo y es un relato muy logrado en el que se discuten los métodos de indagación criminal, y es un relato que deja innumerables pistas para entender a Borges, a Piglia y a esa vocación narrativa policíaca tan argentina, en un país con una dictadura tan violenta, una justicia tan corrupta, pero en la que hay aún el deseo de que “triunfen los buenos”. Es cierto que los relatos de este libro algo tienen de dosis homeopática respecto a la ambición comprensiva que sus Diarios de Emilio Renzi nos entregan, pero ¿estamos seguros de que Piglia es más Renzi que Croce? Uno quisiera que esa imagen del “baúl de Pessoa”, del que nunca dejan de salir textos nuevos, ocurriera también con un escritor así. No nos cansaríamos nunca de leerlo y ese es, tal vez, el mejor elogio que se pueda hacer a un narrador. Al final, en la “Nota de autor” se pregunta sobre si el uso del programa Tobii afecta su estilo, de la misma manera que se pregunta sobre el cambio de la Olivetti a la Macintosh. Es inevitable que toda escritura sea una reflexión sobre el método, es decir un asunto de la elección formal que se haga, pero la misma noción de elección formal tiene algo de contradictorio o imposible. Por ejemplo, después de la inteligencia aguda que muestra Piglia en todos los textos, uno acaba murmurando en voz baja, tal vez para que él no lo oiga, la figura tutelar del libro: Maigret. Paradoja o necesidad, la inteligencia siempre termina por ser no sólo sensible sino sentimental 


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