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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 11 de junio de 2017 ■ Núm. 1162 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

El verano del amor del

a medio siglo del prodigio

Iván Illich, un humanista elegante

Braulio Hornedo y Ricardo Venegas

Cabrera Infante: amor con humor se paga Enrique Héctor González

Alonso Arreola y Alejandro Otaola


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El VERano dEl SaRGEnto PimiEnta: a mEdio SiGlo dEl PRodiGio “Armonía y entendimiento/ Solidaridad y confianza [...] Sueños vivos de visiones doradas/ Revelación mística y cristalina/ y verdadera liberación mental”: estos fragmentos del mítico musical Hair sintetizan mucho del clima cultural que, a nivel mundial y en muy diversos órdenes –cine, literatura, artes plásticas y muy notablemente música–, hizo eclosión en 1967, en lo que luego fue denominado el Verano del Amor, cuyos ecos siguen resonando medio siglo después. De la utopía un tanto candorosa de aquellos ideales y de la traición o el olvido de los mismos, implícita en el individualismo feroz de hoy en día, pero también del prodigio acústico que revolucionó la música popular, versan los ensayos de Alonso Arreola y Alejandro Otaola, profesionales de la música que esta vez tocan con el lápiz y el papel.

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

, Iván Illich un humanista CRÍTICO LÚCIDO Y SEVERO, POLÍGLOTA, FILÓSOFO, A SU MODO POETA Y AL FINAL HUMANISTA INCLASIFICABLE, EL PENSAMIENTO DE IVáN ILLICH ES DE ENORME TRASCENDENCIA PARA COMPRENDER LOS CAMBIOS POLÍTICOS Y LAS ESTRATEGIAS ECONÓMICAS PERVERSAS GENERADAS POR EL CAPITALISMO GLOBALIZADOR EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX.

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e Iván Dominic Illich (1926-2002) lo primero que podemos decir es que representa, como pocos en el siglo xx , al hombre elegante, el que sabe elegir. A quien vislumbra Ortega y Gasset en su Origen y epílogo de la filosofía (1960): “Elegante es el hombre que ni hace ni dice cualquier cosa, sino que hace lo que hay que hacer y dice lo que hay que decir.” De una manera excepcional, Iván Illich hizo y dijo lo que era necesario y urgente decir y hacer en su momento. Si atendemos al poema “Decir hacer”, de Octavio Paz: “No es un decir:/…. Es un hacer,/ que es un decir./ La poesía/ se dice y se oye:/ es real./ Y apenas digo/ es real,/ se disipa/ ¿Así es más real?” Observamos que el decir de Illich es una forma del hacer, que también es un decir. Illich dice lo que hace, y hace lo que dice concomitantemente, con impecable congruencia poética, pero también consistente con su praxis política. ¿Será que así es más real? Lo mismo podemos establecer de Illich, siguiendo a don Alfonso Reyes en la mirada de su brillante discípulo, José Emilio Pacheco. Illich es un humanista cabal. Un humanista con amplitud de miradas y comprometido con la humanidad de su tiempo y circunstancia. Atento a la ciencia y la técnica, pero comprometido con su buen uso, y ese compromiso se expresa a partir de su crítica radical al modo de producción industrial ecocida del capitalismo, en la segunda mitad del siglo xx. Dice José Emilio sobre su maestro: “En Reyes la palabra ‘humanista’ define antes que al estudioso de la antigüedad clásica al hombre consciente de sus responsabilidades sociales (al) aficionado a otras disciplinas que le permitan conocer mejor la propia, ávido en fin de mantenerse al tanto del progreso científico para tratar de que su empleo se encauce en beneficio del mundo.” Iván Illich es para nosotros, ahora, un peregrino políglota, cristiano y anarquista, pensador humanista de la interculturalidad y crítico radical de la modernidad. Una mente inclasificable por las manías taxonómicas de los especialistas de los claustros académicos. Dado que su reflexión tiene variados frentes, su pensamiento y análisis trasciende las disciplinas y especialidades, por la intrincada variedad compleja de sus análisis.

Técnicamente no es sólo un filósofo o un historiador; ni un sociólogo o antropólogo; ni un urbanista, economista o psicoanalista; ni pedagogo o “profesor de tiempo completo”, ni teólogo de la liberación o anarquista pacifista, al menos no solamente. Su pensamiento contiene esos puntos de vista especializados y otros no listados. Quizá filósofo-poeta en la práctica sea una aproximación ligeramente conveniente, en el sentido que le da Santayana a sus Tres poetas filósofos (1910), y el poeta Gabriel Zaid a La poesía en la práctica (1985). La crítica de Iván Illich a la cultura del progreso capitalista parte de la originalidad de su pensamiento. De ese original “radicalismo humanista” con el que acertadamente lo caracterizó Erich Fromm en su memorable introducción al libro de Illich titulado Alternativas (1977). Para ser originales, nos enseñó con su obra Iván Illich, hay que saber volver a los orígenes, para criticar, con el espejo del pasado, las instituciones y creencias dominantes en el mundo del presente, este mundo moderno del capitalismo industrial global, compuesto por un entramado de instituciones que ejercen al igual que la mercancía, un monopolio radical sobre nuestras conciencias y nuestras vidas. Illich continúa la crítica implacable al modo de producción capitalista iniciada por Karl Marx cien años antes. La mercancía, que en su tiempo Marx vislumbró como un fetiche en surgimiento, para la visión crítica de Illich se convierte en un monopolio radical sobre la satisfacción de las necesidades creadas por el propio modo de producción dominante. El capitalismo en su más reciente etapa tecnológica industrial ecocida. Pero mientras Marx se ocupa de la relación del trabajo con el capital y su incipiente transformación de valor de uso, en una mercancía con un valor de cambio, Illich, un siglo después, puede demostrar cómo la mercancía se apropia también del trabajo solidario no asalariado, y cómo al engullir el ámbito vernáculo comunitario lo transforma en trabajo fantasma. En El trabajo fantasma, precisamente, Illich continúa la crítica de ese monopolio radical de la mercancía sobre nuestras vidas. Este libro fue publicado por la editorial Marion Boyars en inglés por primera vez con el título de Shadow Work,

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Portada: Un verano de medio siglo Ilustración de Capanegra

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh témoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.


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elegante Braulio Hornedo

Fuente: www.quodlibet.it

en 1981. Simultáneamente el autor preparó una versión en francés con la estrecha colaboración de Maud Sissung, a la que tituló Le travail fantôme. Esta versión fue publicada por Éditions du Seuil también en 1981. Existe una intrincada red de vasos comunicantes conceptuales desde La convivialidad, hasta El trabajo fantasma. Este tránsito de un libro a otro nos permite seguir la pista de nuestro autor en la crítica al capitalismo industrial ecocida en la segunda mitad del siglo xx , la destrucción de los ámbitos de comunidad y los valores de uso, por el crecimiento económico capitalista y la mercancía y su valor de cambio, así como el monopolio de la mercancía sobre la satisfacción de las necesidades humanas. El mismo Illich da cuenta de ello: En La convivencialidad mostré de qué manera el crecimiento económico destruye el entorno que permite la creación de valores de uso. Llamé a ese proceso “la modernización de la pobreza” porque, en una sociedad moder na, son los pobres los que menos acceso tienen del mercado y también los que menos acceso tienen al valor de utilización (valor de uso) de los ámbitos de comunidad. Atribuí ese hecho “al monopolio radical de la mercancía sobre la satisfacción de las necesidades”.

La continua transformación de los valores de uso que se dan en los ámbitos de comunidad, por valores de cambio, que se imponen en el mercado entre la mercan cía y el consumidor, ese es el fenómeno que Illich llama la “modernización de la pobreza”. El proceso es instrumentado por una política perversa y paralela, que restringe el acceso de los trabajadores al mercado de mercancías, manteniendo los salarios al mínimo. Al mismo tiempo, destruye los ámbitos de comunidad, donde todavía florecen los valores de uso. Lograr la esclavitud universal al mercado y la mercancía es el sueño anhelado por los grandes capitalistas, con la complicidad de los gobiernos nacionales a su servicio. Más riqueza concentrada en menos manos. Este monopolio radical de la mercancía que se nos impone eficazmente mediante la educación esco larizada, es una de las piezas clave para el funcionamiento de la megamáquina. El concepto de la megamáquina fue propuesto por Lewis Mumford en su libro Técnica y civilización, en 1934, y actualizado más recientemente por Serge Latouche en La megamá­ quina y la destrucción del vínculo social (1998). Ambos autores, como Illich, realizaron una advertencia crítica para alertar a la sociedad, pero el capitalismo pro activo supo capitalizar la advertencia como una oportunidad para consolidarse globalmente y mantener su hegemonía

B oceto para I lIch Ricardo Venegas

Mayor estafa fue abrir un banco para los condenados, cuánto trabajo convertido en espectros, cuánto dolor y desamor en las monedas del infierno, en la felicidad del feudalismo renovado y el cinismo que sopla como el aire del siglo donde los corazones negros han sido coronados, de alguna forma el filósofo regresa a replantear ese poema inacabado y a recibir el beso de Judas Iscariote. Mayor estafa es la caída del ladrón al fondo de su trampa, hoy, que no ha nacido el que se lleve algo cuando ha partido del mundo esclavizado.

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Mía T

ampoco esta noche logré dormir. La cuarta consecutiva, desgarradora. No aguanto más. El amigo, el colega, el único que lo sabe, el único a quien se lo he dicho. Y te conforta, lo intenta. Por teléfono te dice que en el fondo no es nada, minimiza. –A todos nos han dejado alguna vez, incluso después de diez años de relación, vas a ver, hay muchas otras mujeres. Pero yo no las veo, ya no veo. Ya no lo intento. Sólo miro una. Se repite mil veces, rebota en el cráneo que explota. Tengo migraña y la quiero. Se lo dije claramente: –Te quiero, por siempre, porque somos dos, somos iguales, ¿o no? Silvia es como yo, no puede estar sin mí. Pero dice lo contrario, se hace la independiente. Nos fuimos a vivir juntos porque nos amamos, punto. Ningún juego. Sólo un bonito proyecto lejos del pueblo. Allá en Milán, periferia de la periferia. Aun cuando estás fuera de la ciudad, el Metro te deja rápidamente en el centro. Así, de vez en cuando íbamos al Duomo, tranquilos, o bien a Porta Romana para el aperitivo. Pocas veces, quizás los viernes, si había dinero y ganas. El alquiler es caro también aquí en la periferia, pero se puede pagar. Entre dos todo se puede. En cambio solo no, no me controlo. No me soporto. Quiero el control. Estar solos no es justo. Saber que pronto ella tendrá otro. Intuir que tal vez ya lo tenga. Es cuestión de horas, días. Los tonos que cambian, el afecto que desaparece y se vuelve una pelea continua, extenuante. Ya no reconozco su expresión. Ya no me reconozco a mí mismo y quiero apretarla, sofocarla. Ya no es ella, es lo contrario a ella.

*

Estoy apagado en el rostro, pero encendido de ira. El aliento ansioso, jadeante. ¡Qué calor! Nunca desayuno en la calle, pero hoy sí. Tengo que moverme, despertarme, necesito un café. Nadie sabe que ella se fue. Va en serio. Y pienso, medito. No trabajo desde hace tiempo. Me tomé unos días de incapacidad, me siento enfermo. Tengo una fijación por los dos, por ella y por mí, porque sé que no ha terminado. Dejé de fumar y de trabajar en el banco porque estoy enfermo. Hace demasiado calor. Me oprime. No se va. Ése no, ella sí. Así dijo, o más bien, así me escribió, pero no la entiendo: “Te quiero mucho, pero ya no te amo. Siento un amor fraternal, no reniego de nada, pero nuestra historia se terminó. Seguirás siendo un pedazo de mi pasado y de mi corazón.” Quiero, amor, fraternal, nada, se terminó, pasado, corazón. ¿Qué cosa? ¿Qué? Esto no es normal, esto no existe. Cinco años son una vida aquí, juntos. Escogimos la cama, la cocina, el departamento con el balconcito en el primer piso para las plantas. Yo no me hallo en Milán, odio el edificio, la gente, el clima. De plano no me imagino sin Silvia. Sin embargo, ella está, estaba hasta el otro día. Dormía aquí, del lado derecho. Me decía: “Paolo, te amo.” ¿Y ahora qué? Verla en Corso Vittorio Emanuele, de la mano con un colega. Encontrarla en la calle, en la parada, en el puesto de periódicos, aquí afuera, en moto con alguien, besando la sombra de un milanés. Uno más acomodado, uno que lo hace mejor. Y la gente habla de ello. Tengo que inventar un cuento para los vecinos. Me quedo en la cafetería, me entierro. Ya no aguanto. No soy fraternal, no soy un

Yuliya Pankratova, Flame-haired. Fuente: yuliyartist.com

Fabrizio Lorusso

amigo. Para nada. No puedo, vomito. Me la llevo cuando quiero, si quiero. Después de la cafetería, vuelvo a casa, la nuestra. Bajo al sótano. Dos tanques. Están vacíos. Voy a echarles gasolina, estoy en reserva desde hace tres días. 10, 20, 30, 40, 50 euros en la gasolinera automática. Dos tanques llenos. Pesan, lastiman. Los subo a la casa y nadie me ve. No me importa el hedor. El hedor arderá. Un callo se abre, la mano sangra. La primera gota en el piso. Pienso en una frase. Pienso que tal vez debí pensarlo antes, hacer algo, pedirle explicaciones. Estaba impresa en su perfil de Facebook desde hacía al menos seis meses, como para dejar públicamente asentado que ella podía renunciar a mí, su seguridad. Quizá nunca fui necesario, esencial, útil. Quién sabe, qué importa, yo qué sé. Pero la duda me mata, me mató. La frase de Silvia ni siquiera era suya, era de Fabio Volo, la famosa cita: “En la página de las cosas seguras que quiero en mi vida están escritas pocas líneas, incluso algunas hasta en lápiz, mientras que en la de las cosas que ya no quiero hay más cosas, hay más seguridad, más determinación.” Nunca la entendí del todo. Me sentía, me siento perdido y mal. La quiero. Sus cosas, mis cosas. Su vida y la mía. Inseparables. –Te espero como a las cuatro, cariño, ya no salgo hoy –digo. –Voy sólo por cinco minutos a tomar mis cosas, ya hablamos, que quede claro, ¿vale? –dice. –Te espero acá. Entonces espero y ella llega, como siempre, como antes. Pero no está sola. A su amiga le cierro la puerta


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cuento

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en la cara. La inútil colega recepcionista. No sirve, la empujo. La apago. Hundo con los ojos cerrados. El cuchillo se hunde. Era nuestro. Ya no escucho ni hablo, mato siete veces, luego otras veinte. Soy yo, y ya no lo soy. Pide auxilio y yo ya no aguanto. Ahora los tanques. Vacío uno. Enciendo. Me voy con Silvia. Hace calor, el bochorno me apaga. Es fuego ahora. Sin tregua, descomunal, prendido, pero se está apagando. Parece el fin. El límite de lo posible, tanto mejor. El fin del dolor, de la mente y del cuerpo, de la historia que era mía, de la mujer que tenía, del hombre que era. Lo era y la tenía. Por eso decidí, yo. ¿Quién? ¿Hombre? Paolo, es decir un empleado, un enamorado, un falso, un asesino, un injusto, un treintañero, poco más, ése soy yo. Suicida. Un gesto premeditado, cual impulso homicida. Venganza, eso soy. ¿De quién es la culpa? Milán nos apagó, con su rutina, con su niebla, con su ritmo exasperante, con la posesión y el frío. Dentro. Fue la ciudad, nuestra calle. Entonces no hay culpa, digo yo. No mía, no suya. Más bien sí, sólo suya. Y de la ciudad, de los amigos descarados con ella, conmigo. Los colegas, las chismosas, las horas fuera de casa, el cansancio. El tiempo que nunca se tiene. El estrés se apodera de mí. Las miradas en el tranvía. Las miradas en los bares, insoportables. La culpa es de los demás, de aquellos y aquellas que deben aprender a guardar silencio, aprender cómo se vive, entender quién soy yo. Y no estamos acostumbrados. La periferia de la periferia, la pesadilla. Antes era nuestro paraíso. Vivir y

compartir. Somos el sol, el calor y la luz en la tierra. Eso éramos. Yo me había apagado, ella no. Sangraba. Ahora me sofoco. No estoy mal, no estoy loco, estoy enojado, anómalo. No lo digo yo, lo decían todos. Que ella era radiante, un sol impertinente, según yo. Una sonrisa para el mundo. Demasiado fuerte, un resplandor, vanidad según yo. La amaba, la quería dentro y fuera de mí, inmóvil en ese instante, como un espejo clavado en la pared. No pienso más. Me apago. Me quemo. Si te amo, me amas y punto. No me basta si dices “yo también”. Era ella, Silvia. Una alegría que se me estaba escapando de las manos, de las que no quisieras dejar jamás. No se puede. Y así sea. La vida, el futuro, la casa, el amor. Era verdadero. Y todo está perdido. Se apagará. Ya lo hace, es ceniza. Ves, el olor del egoísmo. Sientes, el hedor de los celos hiere el objeto de mi deseo. No quería, pero ocurrió. Mi espejo explota por el calor. La veía arreglarse. Ahora ya no veo, las astillas en los ojos ardientes. Son fin, carbón, oscuridad. Yo fui quien pensó, quien actuó. Cegado pero consciente. Y yo fui quien decidió, maté por mi cuenta. Así nada más. Pedía auxilio, levantaba las manos, pegaba, pero yo quería el fuego. Mi mujer me lo dio, lo encendió. No fue difícil, yo quería morir. Dar muerte. Terminarnos. También ella es así, era así. ¿Si no lo sé yo, quién? Siempre tener la razón y amenazar. Amenazar a quien amas más, romper con el pasado, jugar con los añicos amargos y con los días que nos esperaban. Tal vez sí, lo digo yo, pero era así. Ya no aguantaba. No lo decía, nunca se lo he dicho a nadie. Deliro, pero no olvido. Ahora yo tengo razón. El círculo mío y el suyo, el abrazo de la noche, cuatro noches de abandono. Después de años juntos son una eternidad. Noches largas y sudadas, asquerosas, que pasé solo, chupado por los mosquitos, inerme frente a la tele. Cómo me aburría. Cómo se entretenía ella a veces. ¿Y yo? Me mato a mí mismo para convencerme de dejarla ir. O de llevarla conmigo, para siempre. Una noche de insomnio más. Lloro, no me importa. Julio, vacaciones fallidas. Estamos en crisis. Italia está en crisis. Noche y crisis donde entra otro. Cualquier otro en ella. Me lo imagino, quema, como el gasóleo en combustión. Cerré el círculo, apagué el abrazo arrancándole el futuro, gritando, haciéndola mía por última vez. Nunca peleábamos. Casi nunca. De cualquier forma, siempre acababa bien. Aquí, en nuestra casa, hoy es un infierno. Pero entró otro, estoy completamente seguro, lo vi. Ella no lo niega, yo reacciono. Legítima defensa. Frente a mi muerte, frente a mi fuego suicida, de pronto la suya no me importa. Antes yo no era así. Hoy sí, sencillo. Y no hay nada más que hacer ahora. Se acabó también el dolor, se disuelve en el humo, el incendio. Mi ojo ofuscado, el cutis insensible, se despega el alma junto con la piel. ¿Su culpa? No, lo hice yo, solo. El aire se desvanece. Y veo el sur, pienso en nuestro pueblo, en nosotros. Caigo yo también, exánime, y miro la ventana. Ya estoy solo, sólo un alma ardiendo. Recuerdos. El fin del final. Antes estábamos bien. Yo lo decía, pero era verdad. Nos amábamos, mía. Era lo mismo para ella, lo sé. Cuando había niebla, estábamos solos y era mía. Afanosamente. Respiros y recuerdos. Ya no creo, Dios, el humo borra. El día anterior, el sol, la ducha, jalones, peleamos, adiós. Quería recoger sus Lora Zombie, Love Burns. Fuente: lilfordgallery.tumblr.com

cosas, testaruda. Todo normal. La puerta, los golpes, el cuchillo, los vecinos, la calle, las sirenas, los pendientes, el silencio. Por poco, antes del fuego en el cual me apago. Nos quedamos juntos, por siempre

*Extraído de la antología Ni una más. 40 escritores contra el feminicidio (Fabrizio Lorusso y Clara Ferri, coordinadores versión mexicana, Ed. Universidad Iberoamericana León, 2017). Traducción de una obra colectiva publicada originalmente en Italia, coordinada por la escritora Marilù Oliva. Los cuentos se basan en historias reales de feminicidios y, lejos de referirse sólo a la realidad italiana, se presentan como universales y arrojan una imagen impactante de esta problemática social, cultural y política. Las traducciones son de estudiantes y egresados de la carrera en Letras Italianas de la unam , bajo la revisión de Clara Ferri y Benjamín Maldonado Carrillo. La obra fue traducida gracias a una contribución a la traducción asignada por el Ministerio de Relaciones Exteriores y de la Cooperación Internacional Italiano. Fundamental ha sido el apoyo de la editorial italiana Elliot, de la coordinadora del volumen en italiano, Marilù Oliva, de las y los autores participantes, de los y las traductoras, y de la asociación italiana Telefono Rosa para la defensa de los derechos de las mujeres. Para conseguir el libro: http s : / / w w w. f a ce b ook . com/ comme rce / p ro ducts/1266050806826175/ o bien puede señalarse este otro link breve: https://goo.gl/nov55z así como www.libreria-morgana.com


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40 minutos duran medio Alejandro Otaola

DE LA INTERPRETACIÓN EN VIVO DE UNA BANDA DE ROCK A LA INTRODUCCIÓN DEL ESTUDIO DE GRABACIÓN COMO UN INSTRUMENTO MÁS EN EL PROCESO DE CREACIÓN MUSICAL, EL ÁLBUM DEL LEGENDARIO CUARTETO DE LIVERPOOL ES UN PARTEAGUAS EN LA CULTURA MUSICAL POPULAR DEL MUNDO. CON EL SGT. PEPPERS LONELY HEARTS CLUB BAND EL DISCO DEJÓ DE SER UNA SIMPLE COLECCIÓN DE CANCIONES Y PROPUSO UN CONCEPTO UNITARIO Y COHERENTE, UN “ECOSISTEMA MUSICAL” EN VARIOS PLANOS ENTONCES INNOVADORES EN LA PRODUCCIÓN DE MÚSICA.

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incuenta años después de ser editado, aún se celebra el logro artístico que fue el disco Sgt. Peppers’ Lonely Hearts Club Band, de los Beatles, quienes a mediados de los años sesenta del siglo pasado comenzaban a dictar las reglas en la industria de la música popular y que, junto con Bob Dylan, legitimaban el experimentar con estados alterados de conciencia, en pos de llevar más lejos los límites líricos y sonoros del rock. Quizá lo que el disco revolucionó de manera más profunda fue la noción del estudio de grabación como un instrumento musical en sí mismo, capaz de capturar creaciones hasta antes inimaginables. George Martin (productor) y Geoff Emerick (ingeniero) lograron algo similar a lo que los efectos especiales son en el cine, al plasmar sónicamente ideas que la mayoría de las veces los Beatles describían de manera lírica en lugar de musical, como cuando John Lennon deseaba “oír el aserrín de la pista del circo” en la parte central de “Being For the Benefit of Mr. Kite”. Cuando comenzaron las sesiones para el disco, los Beatles acababan de concluir la gira para promover el lp Revolver, pero sin haber tocado ningún tema del mismo debido a las instrumentaciones empleadas, o por la manera en la que se habían postproducido algunas can­ ciones (loops de cinta pregrabados+altísimos niveles de compresión en la batería para “Tomorrow Never Knows”, por ejemplo). La tecnología de la época no permitía que se le hiciera en vivo justicia a lo que se escuchaba en Revolver, y tampoco permitía que los músicos pudieran oírse a sí mismos sobre el escenario entre el griterío del público. Como consecuencia, la banda decidió dejar de tocar en vivo y concentrarse en la creación musical. Hasta antes de ese momento, la intención de una grabación era generar la ilusión de que así como se escuchaban los músicos en un disco sería como sonarían sobre el escenario. La idea era que la magia de una interpretación musical sucedía gracias a la interacción real y física entre los músicos que la interpretaban. A partir del Sgt. Peppers se buscaría crear cualquier tipo de ilusión sonora que el estudio de grabación per­mitiera, sin tener que preocuparse por tener que replicarla en vivo. De manera legendaria, la canción “Strawberry Fields Fo­ rever”, tal como la conocemos, es un empalme entre dos versiones tocadas con instrumentaciones, tonalida-

des y velocidades distintas: gracias a trucos sonoros (al alterar la velocidad de la grabadora de cinta) la textura vocal de Lennon se volvía de otro mundo y el centro tonal de la música se trasladaba a un lugar incierto, a medio camino entre Mi y Mi bemol. Este cambio de filosofía contribuyó eventualmente a que Miles Davis, por ejemplo, pudiera crear algo como “Bitches Brew”, que evidentemente tomó forma en la mesa de edición.

La culpa es de Eleanor Rigby

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ese a generar un cisma, la música del Sgt. Peppers puede ser considerada como parte de un proceso: una canción como “Got To Get You Into My Life” desemboca en “Getting Better”, “Love You To” se transforma en “Within You Without You”, del mismo modo que “A Day In The Life” germinó en el lado b del Abbey Road. El arreglo de “Eleanor Rigby” (que presagia a “She’s Leaving Home”) fue la primera ocasión en que la instrumentación de una canción no provenía de los cuatro músicos (o de la sonoridad del rock/pop), ya que McCartney y Lennon cantan encima de una sección de cuerdas es­crita por George Martin. Esta fue la primera vez que una canción de Paul se salía de los límites de lo que podía hacer o tocar la banda. El concepto de McCartney para Sgt. Peppers era crear la ilusión de un espectáculo musical continuo (no hay silencio entre canciones) que era presentado por un grupo que funcionaba como alter ego sonoro de los Beatles, de modo que éstos quedaban libres de proponer el abanico sonoro y lírico que desearan. Ya no eran la banda que hacía canciones de amor, ahora hacían un collage psicodélico que pasaba por un multitud de estilos donde, curiosamente, el menos presente era el rock, y en lugar de guitarras eléctricas empleaban clavecines, tamburas, armonios, sitar, campanas tubulares o un crescendo orquestal donde en lugar de una partitura la instrucción era “llegar del Mi más grave que haya en tu instrumento al Mi más agudo, a lo largo de 24 compases”. El grupo había dejado de trabajar como una unidad donde los músicos se aprendían juntos una canción antes de capturarla. Ahora, los que menos tiempo pasaban grabando en el estudio eran Harrison y Ringo, lo cual llegó a choques extremos en el “Álbum blanco” donde las fisuras entre los cuatro, acrecentadas por el

hecho de que Lennon insertó a Yoko Ono entre las cuatro esquinas del tablero, se convertirían en fracturas irreparables. De algún modo la creación de “Eleanor Rigby” fue determinante en esta historia: fue un logro enorme, pero dudo que los Beatles hayan sentido la necesidad de llevar un cuarteto de cuerdas consigo para poder interpretarla, y seguramente les brindó la libertad de pensar en cualquier combinación de instrumentos (y de efectos sonoros) que tuvieran a su alcance, ya que la música dejó de ser una demostración de lo que el grupo era capaz de interpretar para volcarse en lo que era capaz de imaginar. El lp, disco “de larga duración” o elepé, sería el medio donde, a partir de ese momento, residiría la obra; por lo tanto, en lugar de ser una simple colección de canciones comenzó a ser presentado como un concepto o un ecosistema musical en el que habría que zambullirse por aproximadamente cuarenta minutos (algo que


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siglo The Beatles y su Sgt. Peppers, de izquierda a derecha: Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison y John Lennon, 1967

digitaLizar La imaginación

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Durante la sesión de fotografía de la que fuera la portada de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band

había presagiado Frank Zappa con su Freak out!). La manera de lograr esta construcción ya no se basaba en documentar la interacción entre músicos sino que se comenzó a llevar a cabo, como una película, mediante la manipulación y edición de varios momentos aislados que se capturaban en una cinta con cuatro canales de información. Una vez nivelada la información en estos cuatro canales, el resultado era vertido en dos canales de otra máquina para así poder seguir agregando capas de información. Escuchar entonces las versiones de trabajo de las canciones en la nueva edición del Sgt. Peppers es un ejercicio donde nuestra cabeza es la que tiene que reproducir los elementos que aún no se colocaban en su sitio. Una revelación que sirve para darse cuenta de qué tan laborioso y milimétrico fue el proceso de creación de uno de los pocos discos impecables de la historia, donde sólo la sinergia entre McCartney, Lennon y Martin pudo dar lugar a construcciones perfectas como “A Day In The Life”.

ctualmente, los programas de audio digital con los que cualquier laptop puede construir o crear música carecen de limitación en cuanto a número de tracks, y existen procesos con los cuales, mediante un click, se pueden replicar los experimentos que llevaban a cabo de manera manual Martin y Emerick: acelerar/ralentizar una voz o toda una canción; cortar pedazos de una interpretación y reordenarlos al azar; comprimir los niveles sonoros o la ecualización de instrumentos discretos para hacerlos sonar de modo atronador, etcétera. Muchos de estos experimentos se realizaban a escondidas del staff y la burocracia del estudio Abbey Road, ya que los aparatos estaban siendo manipulados de un modo distinto a como debían emplearse. Dicho de otro modo: no había referencias para estos efectos de grabación, se estaba reescribiendo el libro de reglas técnicas y se estaba rompiendo el dique de las posibilidades sonoras que un estudio de grabación podría lograr. En la época en que Sgt. Peppers fue editado como una obra de cuarenta minutos, el mercado de la música giraba alrededor de “sencillos”: canciones de fuerte potencial comercial que figuraban en la radio o las rocolas. Era una situación análoga a la que vivimos hoy en día, donde el tiempo de atención que un escucha le pone a una canción se reduce a segundos antes de brincar al siguiente tema que le ofrece su reproductor portátil, conectado a la red. Pese a que bandas como Radiohead, Daft Punk, Flaming Lips o Bjork aún editan “discos” con una identidad o concepto sonoro integral, al digitalizarse y volverse parte de las plataformas digitales, la música vuelve a quedar ofertada como una colección de canciones (como habían sido los discos de los Beatles hasta el Revolver). Aparatos como el iPod establecieron que la prioridad es la portatibilidad, aunada a la capacidad de almacenaje: 128 gigas pueden representar casi dos meses de música ininterrumpida sin repeticiones, sobreofterta que evidentemente fomenta el “shuffle musical” (al igual que un sin fin de canales de Tv termina en zap­ ping), en donde la manera más cómoda de usar el reproductor sería dejando que nos sorprenda durante siete semanas con la música que contenga.

Quizás el Sgt. Peppers fue el inicio de un tipo de discurso musical que, cincuenta años después, vuelve a nosotros a través de su doppelgänger digital. Sea como sea, es innegable que cuando cuatro músicos, un productor y un ingeniero de sonido comenzaron a emplear la grabadora de cinta como un instrumento, y que sus límites musicales ya no los establecería su capacidad instrumental sino la imaginación, sucedió un big bang cuya fuerza aún resuena en nuestros días.

La captura de La música

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ntes de que existiera la capacidad de “capturar” la música para su posterior reproducción, el músico era considerado alguien capaz de crear ilusiones análogas a las de un mago y su magia solo era atestiguable para los que estaban ahí cuando la música sucedía. Hoy en día una persona puede descargar con un click toda la obra de los Beatles, al día siguiente borrarla y al día siguiente volver a obtenerla; el teléfono se vuelve un reproductor y antena de internet para conectarse con los sistemas de strea­ ming, que se transforman en una biblioteca musical inagotable donde, eventualmente, estará disponible toda la música que ha grabado la humanidad (más la que se subió en la red en las últimas horas). La actual quizás sea la época en la que se produce la mayor cantidad de música, pero cuya disponibilidad inmediata, similar a la del agua que extraemos de cualquier toma o llave, hace que sólo nos demos cuenta de lo especial, esencial y vital que es en el momento en el que deja de estar disponible. El proceso tecnológico para capturar la magia que genera una interpretación musical comenzó en 1877 con los cilindros de Edison, creados para reproducir discursos orales. Hace cincuenta años dicho proceso llegó a un nuevo nivel de sofisticación gracias a que seis de los seres humanos más creativos que han existido emplearon la tecnología de captura de manera musical. La puerta a este nuevo nivel de sofisticación se abrió un año antes con “Eleanor Rigby”, quien nunca supo lo que le deparaba el mañana


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Hay obras que concentran, conectan o detonan Los rasGos de toda una época, que se convierten en su embLema, a veces incLuso Generan un LenGuaJe, una manera de ser en eL mundo. este maGnífico ensayo nos LLeva, con Gran aciertoy aGiLidad, aL contexto Histórico en que surGió, Junto con mucHos otros eJempLos notabLes, eL famoso disco de Los beatLes, obra sobresaLiente en ese LeJano 1967, año sin duda cataLizador y entonces portador de una esperanza poco o nada cumpLida en nuestros días.

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e presume como un momento de liberación sexual y de rebelión mental en una juventud que parecía –sí, sólo parecía– ajena a los intereses del capitalismo. es la fumarola que antecede a la catártica erupción de un volcán cuya lava se venía calentando tiempo atrás, en múltiples niveles. es el año 1967, inigualable para el rock anglosajón e ingrediente fundamental en los movimientos ecuménicos que vendrían poco después. visitar sus entresijos resulta doblemente significativo cuando se cumple medio siglo de su estruendo, cuando muchos de los resortes que lo motivaron se han vuelto a contraer acumulando fuerzas peligrosas. Generación de metas fallidas, la que construía su adolescencia o alcanzó la juventud a finales de los sesenta, pudo alzar la voz momentáneamente mirando un mañana idealizado, aunque acuñando una incongruencia que a largo plazo perpetuó el esquema que supo absorber la inconformidad y, con ello, contener, debilitar y reprender sublevaciones posteriores. cisma particular en la historia del rock, empero, 1967 fue el laboratorio en donde se compondría la banda sonora de los movimientos estudiantiles y obreros que ocurrirán en el mundo un año después. de méxico a praga pasando por parís y Londres, las oxidadas estructuras pedagógicas, políticas y geográficas provocarían una ideología diferente en jóvenes, sindicatos y gente marginada de campos o ciudades polarizadas económicamente. con distintas milicias movilizándose en un reacomodo geopolítico, la globalización en ciernes mostraba una profunda paranoia entre dos bloques que se necesitaban para reafirmar sus injusticias. de europa del este venía un comunismo cuyas atrocidades se conocían lentamente, mientras que de américa provenía un imperialismo con fieles impulsados por deseos, religión y nacionalismos de falsa amabilidad. unos y otros apoyaban la adhesión de países –o partes de países– que decidieran apoyar sus creencias. ubicado entre las guerras de Grecia y de corea, y las de afganistán, Líbano y angola, este paréntesis albergó el conflicto de vietnam, tierra que soportó heroicamente los embates del Tío Sam. en ese momento de la historia había una cuba que se prestaba al jaque rojo. Había una europa en plena reconstrucción, fortaleciéndose tras la segunda guerra mundial. Había, por supuesto, musulmanes peleando con judíos (o al revés: en 1967 ocurrió la Guerra de los seis días, cuando israel amplió su territorio enfrentándose a egipto, Jordania, irak y siria). al son de la nueva trova, había una Latinoamérica viviendo dictaduras: pinochet en chile, onganía en argentina, costa e silva en brasil. Había una violeta parra suicidándose cuando nacía el grupo inti-illimani, cuando elevaron su voz serrat y viglietti. Había, dicho en palabras ulteriores de Goytisolo cantadas por paco ibáñez: “un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos”. o sea: un “mundo al revés” que, tristemente, no se ha enderezado cinco décadas más tarde.

a medio siglo d

alonso arreola

El annus mirabilis dEl ‘67

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olviendo al rock, el año de 1967 parece producto de un acuerdo masivo –mágico y místico, dirían algunos– entre bandas anglosajonas de enorme valía. es notable que se haya acumulado esa cantidad de lanzamientos discográficos en tan sólo doce meses. nunca se ha vuelto a ver que tantos artistas editen no una, sino dos obras en un ciclo tan corto. así de diferentes eran los tiempos de la industria. digamos que pese a una tecnología que no permitía producir música velozmente, estos creadores supieron reaccionar prolíficamente ante una coyuntura extraordinaria entre paradigmas sistémicos. Hablamos, para empezar, de the beatles con sus míticos Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band y Magical Mystery Tour, dos álbumes que los confirman como artistas de vanguardia en pos de una búsqueda profunda que florecería con sir George martin como productor. siempre en paralelo, aunque algo distantes de la estética imperante, estaban los rolling stones quienes presentaron Between the Buttons y Their Satanic Majesties Request (precisamente en estos días de 2017, quién lo diría, mick Jagger lanza un trabajo solista con tintes políticos). también en 1967 se estrenan morrison y the doors con sus mejores trabajos: The Doors y Strange Days. ¿qué más brillante puede ser el reflejo de aquel momento? Lo mismo hacen eric burdon & the animals con Eric is Here y Winds of Change (disco que desde el título apelaba a la transGeorge Harrison y John Lennon en el estudio de grabación, durante las sesiones de Sgt. Pepper


Verano del amor del al

formación inevitable del futuro); Jefferson airplane busca “alguien para amar” con Surrealistic Pillow y After Bathing at Baxter’s y the Jimi Hendrix experience, que vuela con el virtuosismo de su guitarrista por delante, edita Are You Experienced? y Axis: Bold As Love. sí, estamos hablando de cuando “purple Haze” cruzó el océano para llegar a los aires gobernados por los monkees, quienes mostraron Headquarters y Pisces, Aquarius, Capricorn & Jones Ltd, discos con los que también se acercaban al dictado de las flores en el cabello (a diferencia del resto, hay que decirlo, ellos tenían un espectáculo televisivo que coqueteaba con el conservadurismo estadunidense). dicho lo anterior, es aún más inconcebible que a esas bandas se sumaran tantas debutantes. estas agrupaciones terminaron por confirmar la trascendencia de los sesenta en general –y del 67’en particular– para la historia del rock. verbigracia: pink floyd (The Piper at the Gates of Dawn), cream (Disraeli Gears), the byrds (Younger Than Yesterday), procol Harum (Procol Harum), Grateful dead (Grateful Dead), the Who (The Who Sell Out) y the velvet underground (The Velvet Underground & Nico). coinciden en ese año, igualmente, la edición de Songs of Leonard Cohen, del enorme juglar canadiense, de Big Brother & The Holding Company (con Janis Joplin) y de John Wesley Harding, de bob dylan, entre varios trabajos más que, inevitablemente, nos llevan al terreno de las preguntas incómodas: ¿qué es lo que ha cambiado desde entonces?, ¿qué es lo que se ha mantenido en su sitio?, ¿aprendieron algo las sociedades que vivieron directamente esa vorágine, las que sintieron sed de cambio con medios de comunicación aún en desarrollo (radio, televisión, cine, discos)? ¿qué tanto influyó en otras culturas la supuesta fuerza de la música en inglés? Hoy siria ha vuelto a las llamas y su salvación se ve lejana. Hoy la Guerra fría se pone una máscara diplomática diseñada con unos y ceros. Hoy israel continúa delimitando violentamente su territorio. Hoy las coreas. Hoy donald trump. Hoy cuba y venezuela. Hoy méxico y su incontenible violencia. sí. Hoy todo eso pero… ¿y el rock? por lo menos el que escuchamos en la gran superficie (nos referimos a ése, al que fluye entre las masas) parece un embustero que se disfraza con solvencia fantástica sin convicciones políticas, sociales ni estéticas. se trata de un rock que huye de la rebeldía para entregarse al efectismo del entretenimiento. ¿no deberíamos generalizar? ¿Hay muchos rockeros atentos a su entorno? es verdad, pero no se les ve seguido ni saben usar la estridencia. no creen en el suicidio económico de la honestidad ni en alejarse del starsystem… ¡roger Waters parece el más valiente! (se cuece aparte gente como tom morello.) una disculpa pero, si este domingo acudimos al trampolín de la retórica extrema es para arrastrar al año ‘67 a lo largo del tiempo y contrastarlo cara a cara con este 2017, tan engañoso y sobrado de artistas-entertainers irresponsables, otrora creyentes de un oficio que existía en sociedad y no en grupúsculos de presunción gregaria. afanoso en su expansión tecnológica y embebido en una abstracción que busca concretarse en lo invisible (ampliación de una web que ofrece

suavecito

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mundos espaciales y minas para la sustentación de criptomonedas que nunca llegan a la mano), nuestro presente ultraconectado desdibuja su rostro tal como rorschach el vigilante de los cómics, mutando a jaloneos y entre caprichos de poder (gubernamentales, del narcotráfico, de los bancos, da igual), sistemas todos en los que se desborda el agua que somos cuando vivimos terremotos sociales (cada vez más seguido). y es que sí, el ‘67 es un año vibrante, intenso, pero también… ¿ingenuo, aniñado ante nuestros retos? en las páginas de su calendario muchos pudieron protestar mientras peinaban su larga cabellera (con todo y represiones como la de detroit); sí, se reafirmaron los hippies con su Verano del Amor, ese episodio de san francisco en el que miles protestaron no sólo por la guerra de vietnam sino por la prohibición del lsd. un evento magnificado por los medios vía la pluma de periodistas como ralph j. Gleason, pieza clave en la organización del monterey pop festival (el de Janis y la guitarra encendida de Hendrix) y colaborador de la revista que nacería ese mismo año: Rolling Stone. pasó todo eso, decíamos, pero también se estrenó el musical Hair; Walt disney presentó El libro de la selva; barbra streisand triunfó con un disco de navidad; películas como El graduado y Bonnie and Clyde subrayaron al ser joven como alienígena confundido... cosas que no fueron ni reflexión ni reclamo. dicho de otra forma: hubo gritos pero también guiños narcisos y un control mediático que oscureció la mirada crítica de millones de personas ajenas a la marihuana o al sufrimiento del vietcong y que prestaban atención a un tablero considerado “superior”. sigue

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Algunas de las sesiones de estudio del albúm Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, grabado entre el 6 de diciembre de 1966 y el 20 de abril de 1967 Al centro The Beatles, con el productor George Martin

avanzando aL mismo Lugar

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o se puede olvidar: el año 1967 está pisándole los talones a la superficie lunar mientras Muhammad Ali se rehúsa a ir a la guerra (su juicio será emblemático). Estados Unidos y la urSS hacen pruebas nucleares al por mayor frente a una China que –tal como hoy– se les une en demostraciones musculares. Es el año en que muere el Che Guevara en Bolivia; el mismo en que la bbC de Londres lanza su primera estación de radio. Es un tiempo raro en el que México, por su cuenta, también vive los estragos causados por su vecino. Así es. En 1967 se firmaron los Tratados de Tlatelolco, en los que diferentes países de Latinoamé-

rica acordaron no prestarse al juego nuclear que llevó a la Crisis de los Misiles entre Cuba y Estados Unidos. Mientras, el rock azteca transitaba lentamente del inglés al español (Los Tijuana Five presentaban en 1967 un LP con diez covers “traducidos”) y la represión en Ciudad de México legada por el regente Uruchurtu llegaba a su clímax; movimientos estudiantiles en Sonora y Ciudad Juárez (así como el de los copreros tras la masacre de Acapulco), anticipaban lo que sucedería en octubre del ‘68, ya con la Primavera de Praga y la caída de De Gaulle en Francia. Sí, en México ocurría el otro México: el del Gran Premio de Fórmula 1, el que preparaba Juegos Olímpicos, el que inauguraba la Arena López Mateos (catedral de la lucha libre y luego del metal), el que presentaba la película Sor Yeyé con Hilda Aguirre y Enrique Guzmán. Ese México en el que el Pri seguía triunfando en elecciones estatales y en el que Televisa producía treinta y cuatro telenovelas. Faltaban dos años para el Festival de Woodstock y cuatro más para nuestro Avándaro, reacción tan tardía como necesaria para prefigurar un rock original. Finalmente, a cinco décadas de ese año 1967 podemos señalar, al menos musicalmente, que Dylan, McCartney, Daltrey y Jagger siguen cantando y que Clapton, Richards y Townshend siguen tocando la guitarra (nadie el día de hoy se puede acercar a la originalidad de sus estilos, incluso con todo lo que hemos “avanzado”). Cinco décadas después, el rock de México continúa celebrando la melancolía al pie de una vieja encrucijada: mirar o no hacia atrás y hacia adentro, salivando frente al tren que pasa allende sus fronteras.

Cinco décadas después, ciertamente, podemos seguir escuchando genialidades plasmadas en discos anclados a contextos de otros tiempos, mientras el torbellino de lo que hoy se produce nos despeina pasajeramente sin conseguir compromisos que duren más allá de un verano. Cinco décadas después se componen y graban canciones extraordinarias pero ni el hipster ni el milenial les dedican muchas horas ni palabras. Ocupados en el ayer o preocupados por el mañana, ambos estiran la liga soslayando el punto de tensión presente, allí donde los bebés juegan con tabletas electrónicas, donde los más viejos se preguntan qué pasó con los ideales que vivían en las banderas del amor. Dicho de otra manera, quienes ostentan la productividad actual –pese a que conocieron otras épocas– han decidido irse “por la segura”, olvidando que la gran diferencia no la hacen quienes señalan caminos nuevos sino quienes les hacen caso y los siguen en su evolución constante. Claro, esa reflexión significa introspección y sacrificio y, ¿quién quiere eso con tanta ambición y angustia alrededor? Movimientos como el pergeñado en 1967 no se hicieron a partir de líderes sino de sus compañías, las audiencias que ensayaron movimientos colectivos lejos de la borregada que pastaba en la inconsciencia. Asumido eso y regresando al rock, no son los músicos ni su industria quienes musicalizan la irresponsable holgazanería de testigos inactivos; es la curiosidad individual la que, educada sin justicia ni empatía –adicta a “pasar el rato”–, renuncia a seguir alimentando a la Belleza. Así, el melómano es el único responsable en la decadencia sonora de nuestros días. Entendiendo al reggaetón –por ejemplo– como pasatiempo, producto cultural, fenómeno social, tsunami incontenible o lo que sea que le convenga a su cómodo estatismo, le pedimos algo este domingo (tanto a él como a usted), cuando se cumplen cincuenta años de la grieta extraordinaria de 1967: que se tire al abismo en el último track del Sargento Pimienta (“A Day in the Life”) para decirnos si prefiere que el arte –el entretenimiento– sonoro sea así, o más “suavecito”


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LEER

Jornada Semanal • Número 1170 • 6 de agosto de 2017

Un beso en tu futuro, Raquel Castro, Alfaguara, México, 2017.

JUVENTUD Y CONSCIENCIA RICARDO GUZMÁN

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uien calificara el libro por el título, sabría de inmediato que se trata de una novela de adolescentes en busca de su primer beso. Y así es. Uno de los méritos de esta nueva novela de Castro es que, a partir de un argumento lineal, esperado, logra evidenciar la visión juvenil bajo una voz fresca, lo cual no es poca cosa. La eficacia de “un beso” reside en el desarrollo del personaje. La joven Nancy vive las dificultades de la adolescencia: le gusta su amigo de la infancia, pero él no se ha dado cuenta: luego de ser el niño feo y convertirse en el joven guapo que todas admiran, no sabe qué hacer con tantas compañeras que le gustan. Nancy, como buena amiga, debe acompañarlo en sus distintas aventuras, pero pronto se da cuenta que ella espera lo que él da con tanta facilidad a las que se dejan. La escritura de Raquel Castro fluye con una aparente sencillez sorprendente, pero se trata de una narrativa así buscada. Con dos premios Nacional de PeriodisPeriodis mo, un Gran Angular de literatuliteratu ra juvenil y otras novelas publipubli cadas, además de colaboraciones en cualquier cantidad de medios y residencias literarias dentro y fuera del país, se evidencia que estamos ante una escritora nada improvisada y con la capacidad escri para dirigir el rumbo de su escritura. El truco es lograr que esa voz femenina y juvenil no se convierta en la reinterpretación de un adulto que resulte ajena a los lectores jóvenes. Además, a pesar del léxico bien logrado, con inserciones de mensajes de textos y ese peculiar sublenguaje electrónico que permea en la ausencia de ortografía y la pérdida de reglas gramaticales para ajustarse a los espacios celulares, Nancy se plantea conflictos de la edad con la admirable capacidad de mostrar el proceso de concientización de las muchas situaciones que la agobian por culpa de su familia, su amigo, las novias de éste y de los nuevos muchachos en la escuela, uno de los cuales le coquetea. “¿Qué significa ser yo misma?” se dice varias veces Nancy. Castro introduce problemas juveniles, unos relacionados con lo cotidiano (la vestimenta, los enfrentamientos escolares, la música transgeneracional, etcétera.) y otros con la sexualidad (la propia y la de quienes tienen otras preferencias sexuales). Da el punto de vista juvenil para evidenciar cómo esas problemáticas adultas no dejan de afectar a niños y jóvenes cuando no hay aceptación y diálogo entre los involucrados y sus

cercanos. Muestra a los púberes la necesidad de participar en cuanto les afecta y cómo el silencio puede ser complicidad. Sobre todo, evidencia que la familia es el núcleo de contención y apoyo juvenil, no importa si es de divorciados, homosexuales, extranjeros o en la variante que sea. Además, Castro desliza varias referencias literarias para llamar a sus lectores a expandir horizontes. Seguro más de uno irá a buscar a Lewis Carroll. Una disfrutable obra que contiene mucho más de lo esperable en una novela donde el final se anuncia en el título: el beso gozoso del enamorado esperado. Ceremonia, Daniel Espartaco Sánchez, Librosampleados, México, 2017.

HACER FICCIÓN DE SÍ MISMO ILALLALÍ HERNÁNDEZ

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icen que los jugadores experimentan un vacío cercano a la iluminación cuando lo han perdido todo. Incluso, algunos afirman que es sólo una condición necesaria para el éxito: vivir el triunfo requiere bordear la pérdida. A veces, lo que en realidad se oculta es el vértigo de perder, quedarse en blanco, tabula rasa, un nuevo inicio. Hay personajes que parecen encarnar ese principio y en Ceremonia, de Daniel Espartaco Sánchez, el protagonista danza y se deja hipnotizar por la fuerza del abismo, como si se tratara de un jugador, aunque en realidad es un escritor. En este libro, el autor se torna al mismo tiempo ficción, pero no se trata de una autobiografía –caer en esa trampa sería sencillo–, sino que se crea una posibilidad. Esta inquietud viene de un libro previo de Espartaco, Gasolina (Nitro Press, 2012) que, según palabras del autor, comenzó como inician muchas anécdotas literarias: como un divertimento. La trama narra la vida de un escritor joven quien, tras obtener una beca del Estado para escribir durante un año, acude a un encuentro de creadores en donde los compañeros, tutores y el Estado mismo se convierten en los personajes que van dando cuerpo a un relato satírico que evidencia por un lado la condición de la creación literaria en un país como México y, por el otro, la agudeza y el humor que consigue con escenas inverosímiles, como la de un poeta gordo capaz de conducir una moto acuática durante una persecución. Podría ser que sucediera, ¿por qué no? Es precisamente en la pregunta: “¿por qué no?” donde se encierra la clave de la autoficción de Sánchez. Este concepto se popularizó en los años setenta y obedecía principalmente a la posibilidad de mirar la intimidad, de exponer las tenues fronteras entre lo público y lo privado para demostrar que en ese momento la cultura del espectáculo había puesto sus tentáculos en los actos personales. Esta reflexión sucedió antes, mucho antes, de la hiperconectividad que vivimos ahora; lo interesante es la vigencia que hoy recobra esta mirada

narrativa. En tiempos del Facebook lo íntimo nos abruma, la ficción personal está en el día a día. Cuando Ceremonia retoma los ecos de Gasolina, se colocan los espacios uno sobre otro para crear una realidad probable, inverosímil quizá pero no inviable. En esta novela el protagonista maduró, mejor dicho, se hizo mayor, ya no es más el escritor que desplegaba sus dotes narrativos en encuentros de jóvenes creadores, el que bailaba al ritmo de “a ella le gusta la gasolina, dale más gasolina”; ahora tiene inquietudes narrativas diferentes. Pero los dos actores del momento, quienes además producen películas, se acercaron a él para filmar Gasolina. El protagonista, sin mejores proyectos en ese momento, se entrega a la adaptación de su novela a un guión cinematográfico. La historia transcurre en ese trance de la fama. El narrador y protagonista, gracias al tono que parece confesional, nos lleva de la mano por un personaje que no busca ser empático con el promedio. Acostumbrados, como estamos ahora, por un lado, a las posturas asépticas, deslactosadas y bajas en grasa y, por el otro, a escenas violentas, personajes efectistas y fórmulas del western, es un respiro encontrar un personaje que se acerca al acto narrativo sin fórmulas. Es un escritor con vida de escritor. El protagonista se coloca en la fama literaria t r a s l a p e l í c u l a , re c i b e l a propuesta para publicar su novela en “La Súper Editorial Trasnacional”. El editor, el día del encuentro en el bar El Olimpo –morada de las plumas reconocidas de México–, curiosamente recibe una llamada para saber que “La Súper Editorial Trasnacional” había sido comprada y cambiaba de nombre por “El Súper Súper Grupo Trasnacional”, pero para publicar Gasolina resulta fundamental agregar escenas de acción como la persecución en lancha, los bazucazos y la caída de un helicóptero. El escritor ha llegado al sueño prometido. Daniel Espartaco publicó Gasolina en una editorial independiente, después comenzó a publicar novelas en trasnacionales y ha decidido que Ceremonia también habite en el mundo independiente con Librosampliados. No es casualidad que el libro exista en este formato, pues el texto mismo requiere que el personaje trascienda precisamente las líneas de su propia ficción. En ninguna de las entregas, Sánchez abandona el humor, la crítica directa ante las instituciones que estimulan o coartan la creación literaria en México. La risa es una conclusión que llega tras la lectura de los textos, y puede ser una risa abierta o nerviosa al reconocer que muchos han estado ahí y lo han visto; los efectos especiales del cine y la premiación en la ceremonia del Ariel son apenas los ingredientes que dan al protagonista esta posibilidad de concluir el juego de ambas obras, con el mismo vértigo del jugador que quiere bordear la pérdida para saber si ahí se esconde el nuevo comienzo.

En nuestro próximo número

ELMarcoOTRO GARCÍA MÁRQUEZ: periodismo y narrativa breve Antonio Campos y Gustavo Ogarrio


ARTE Y PENSAMIENTO ........

6 de agosto de 2017 • Número 1170 • Jornada Semanal

Naief Yehya

Agustín Ramos

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OR EL MONTE LAS SARDINAS: el horror de Venezuela comenzó con un loco de apellido Chávez y terminará cuando el señor al que le hablan los pajaritos sea derrocado en bien de la modernidad. Nada que ver con las conjuras permanentes de los dueños del mundo para apoderarse del petróleo (venezolano, mexicano o iraquí), o contra quienes no aceptan servilmente las reglas de su juego; ese horror no se parece a los intentos de invasión a Cuba ni a los derrocamientos, sanguinarios o incruentos, de gobiernos soberanamente electos como en Chile en los años setenta y Brasil en los dosmil. Javier Duarte sólo es una excepción a la

regla de que los gobernadores no son asesinos, gesticuladores y cleptómanos que oprimen cada vez más despiadadamente a sus entidades federativas. Ninguno, salvo Duarte y Marín el Precioso, echan mierda por el hocico cuando hablan en privado ni, tampoco, cómo va a ser, se portan como tiranos de aldea, como nerones y como caciques chicharroneros ni como mapaches que financian, codo a codo con el narco, las campañas presidenciales. Lo de Tláhuac fue un operativo contra el narcomenudeo, punto. Y no un paso estratégico más en la reconquista del Anáhuac, para la que opera el clientelismo y la expulsión-marginación de los pobres, la expropiación de espacios y bienes públicos, el endose simple y llano de la deuda privada al erario público recabado mediante impuestos anticonstitucionales y corruptelas que obligan a pagar por trabajar. Y hablando de empleos letales, hay excesos en la libertad de expresión –esa dádiva gubernamental tan poco apreciada pero que también cuenta y cuenta mucho. Así por ejemplo, los problemas de una periodista se reducen estrictamente al aspecto laboral, es decir a su despido de Televisa y de mvs , que como todas las empresas actuaron conforme a sus intereses. No hay argumentos para sostener, pérfidamente, como lo hacen los secuaces del pensamiento único, que quien realiza periodismo independiente y no venal en el país, ejerza el oficio más peligroso del mundo y esté sometido al acoso, a vetos, intimidaciones y amenazas, a la calumnia, a los desmentidos categóricos sin bases pero vociferados por los medios masivos y, finalmente, al asesinato de diferente grado y forma. Porque por fortuna, sobra decirlo, en este país con soberanía no hay medidas económicas y fiscales que castiguen con la carga más fuerte a los más débiles, tampoco hay poderes financieros, institucionales y de facto que, en complicidad o con la generosa colaboración del crimen organizado,

extiendan sus giros de narcotráfico y blanqueo a contratos leoninos, a piraterías, a secuestros y desapariciones forzadas, a la trata de personas y demás esclavismos, a la ruina ecológica, a los feminicidios y a otros crímenes de odio que alcanzan cifras demenciales. No existe, por lo demás, una sola prueba contundente de la corrupción medular que distingue al equipo peñanietista con epn como cereza y muñequito de pastel. Porque si así fuera, su voracidad, mano dura y sociopatía, lo apartarían de las virtudes que distinguieron a otros presidentes, desde los mitificados Cárdenas y Ruiz Cortines hasta los diáfanos Alemán, Salinas y Fox. Menos aún porque sus atrocidades se hayan hecho visibles merced a la aparición de medios alternos de comunicación que se filtran, escasamente y con penas, en los intersticios de los medios masivos de manipulación, desinformación y estupidización que difunden la verdad histórica en los periódicos oficiales y truenan contra el totalitarismo, el populismo y el mesianismo, temas éstos desarrollados por intelectuales sin comillas ni adjetivos. Trump –como Reagan, Hitler, Tatcher, Pinochet y Calderón– ilustra los riesgos de toda democracia, en la misma medida en que Macron, Fujimori y Rajoy ilustran las veleidades de la opinión pública y no responden servilmente, qué va, a las necesidades coyunturales del capitalismo. En cambio amlo sigue siendo un peligro; por ello los liberales conversos se fijan hasta en los tenis de sus hijos y en las fallas del segundo piso e insinúan, con su característico rigor histórico, la procedencia culpígena de su mesianismo –mesianismo tropical, aquí sí vale el adjetivo, para subrayar el ánimo excluyente y discriminador que omite, como si tal cosa, que a m lo es autor de un libro maldito: Fobaproa, expediente abierto. ¿Y qué decir de Marichuy, anticapitalista, india y mujer para acabarla de amolar? •

Una despedida virtual

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. HAY UNA IRONÍA IMPLÍCITA en el hecho de que una columna que nació con el objetivo de reportar y reflexionar en torno a las innovaciones que comenzaba a ofrecer internet a mediados de los años noventa siga existiendo en una era en que la red se ha vuelto tan cotidiana como la torta de tamal y el Metro. Esta columna apareció en 1995, cuando Juan Villoro llegó a dirigir el suplemento. Entonces internet todavía cargaba una aura mística y se accedía por modem telefónico. En ese entonces la red de redes representaba una especie de oeste salvaje y terra incógnita donde todo parecía posible. Aún faltaban tres años para el naci-

miento de Google y la mayoría de la gente no veía cómo su vida podría enriquecerse o simplificarse con el acceso a internet. Para entretener la confusión Villoro y Ricardo Cayuela me invitaron a volverme algo semejante a un corresponsal del ciberespacio. Mi objetivo era reflexionar sobre nuestra relación con la tecnología en general, pero en particular con los medios digitales, tratar de entender cómo adaptábamos estos recursos a nuestras necesidades y la manera en que éstos a su vez nos transformaban. Con el tiempo aparecieron otros autores y otras colaboraciones en medios impresos y digitales que buscaban algo semejante, pero la mayoría derivaba hacia la promoción de productos, los tecnicismos, la histeria fanática o el sensacionalismo. La Jornada Virtual sobrevivió a los cambios y modas. 2. Desde los años ochenta he estado interesado en el ciborg y la red se presentaba como la plataforma de despegue de nuestra especie hacia una nueva c o n d i c i ó n h u m a n a . L a We b l o prometía todo aquí y ahora: el conocimiento, la comunicación, la información, la posibilidad de ignorar fronteras, el ideal de reinventar la democracia, acceso sin límites a la colaboración científica y tecnológica, el abaratamiento de los bienes culturales y quizás, con la eliminación de malentendidos y secretos, poner fin a las guerras. Hoy sabemos que este recurso ha cumplido con creces en su capacidad de sorprender, pero difícilmente podemos seguirlo percibiendo con aquella ingenuidad. 3. En vez de un mundo de comunicación y armonía nos deslizamos hacia la era de la guerra perpetua. Con la Guerra contra el Terror esta columna comenzó a enfocarse en las catástrofes y la infamia de la guerra, siempre desde un punto de vista tecnológico y humano. Intenté analizar el impacto de los recursos digitales en los conflictos y me quedó claro que la hipertecnologización de la guerra no la hizo menos mortal ni menos cruel ni más precisa. Escribiendo estas páginas concebí mis libros Guerra y propaganda, así como Tecnocultura. Aparte de eso, aquí escribí

sobre una larga lista de fenómenos pop, engendros políticos, conspiraciones y expresiones artísticas singulares, pero siempre volví al cine, como un reflejo y una obsesión, en busca de las pistas necesarias para poder entender qué es esa cosa que llamamos Zeitgeist. 4. En esta columna no intenté anticipar el futuro ni imaginar lo que se nos venía encima. Sí supuse que el ataque del 11 de septiembre iniciaba una era de confrontación y genocidio sin precedentes, pero no imaginé el impacto de los smartphones ni que Julian Assange se convertiría en un megalomaníaco con tintes de un Ricardo iii shakespeariano, no intuí el boom de las series ni la epidemia de Netflix. No esperaba el 7 a 0 de Chile en la Copa América ni tampoco anticipé que la verdad se convertiría en un concepto irrelevante. Y entre todos los fenómenos demenciales que tuvieron lugar en esos veintidós años uno de los más inquietantes fue ver al www convertido en una especie de meteorito que se impactaba en la mediósfera con un poder de exterminio prodigioso que arrasó con revistas, periódicos, profesionales de la pluma, expertos y veteranos. Tampoco imaginé que en esos años vería a mi país descender a las catacumbas de la violencia, la impunidad y la corrupción que hacen ver al México de los ochenta como una tierra de seguridad, progreso y oportunidades. Dos sexenios de panismo y lo que va del renacimiento priista han devastado y saqueado a México, convirtiéndolo, entre otras cosa terribles, en el país más peligroso para la prensa en el hemisferio. 5. Y así llegamos a esta colaboración que es una despedida, no tanto mía sino de esta columna que hoy se retira. Quienes escribimos para vivir y vivimos para escribir no nos retiramos. Siempre ha sido un placer colaborar con este suplemento donde nunca he sido censurado ni conminado a decir algo que no pensara. Tengo una enorme gratitud con mis editores, colegas y todos los trabajadores de La Jornada.Y sobre todo mi gran deuda es con los lectores, otra especie en extinción a la cual me debo •

JORNADA VIRTUAL

Por el mar corren las liebres…

TOMAR LA PALABRA

naief.yehya@gmail.com

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........ ARTE Y PENSAMIENTO

Jornada Semanal • Número 1170 • 6 de agosto de 2017

Alonso Arreola @LabAlonso

El arte desgarrado de Richard Gerstl

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A NEUE GALERIE (“Nueva Galería”, en alemán) de Nueva York siempre me ha parecido una de las más excelsas joyas museísticas de esa gran ciudad y del mundo. Ubicada en una suntuosa casona histórica de estilo Louis xiii/Beaux-Arts en la esquina de la 5ª Avenida y la calle 86, fue fundada en 2001 por el magnate, filántropo y coleccionista Ronald s . Lauder, para exhibir su acervo de pintura, escultura y dibujo de los más destacados artistas alemanes y austríacos de las primeras décadas del siglo xx , entre ellos Gustav Klimt, Egon Schiele y Oskar Kokoschka, al lado de otros creadores que participaron en los movimientos conocidos

como Der Blaue Reiter (El jinete azul), Die Brücke (El puente) y la Bauhaus. Este acervo alterna con una colección de artes decorativas del mismo período, lo que hace que el paseo por el hermoso museo remita directamente a la atmósfera fin de siècle vienesa de los años de la Secesión. En este magnífico escenario se exhibe permanentemente el celebérrimo Retrato de Adele Bloch-Bauer, de Klimt, una de las pinturas más famosas y peleadas de la historia, adquirida por Lauder en 2006 por $135 millones de dólares, en su momento el monto más alto jamás pagado por una pintura. Paralelo a la exhibición permanente de la exquisita colección Lauder, el museo tiene como vocación organizar exhibiciones temporales de los expresionistas alemanes y austríacos o curadurías relacionadas con éstos. Actualmente se presenta ahí por primera vez en Estados Unidos al pintor Richard Gerstl ( Viena, Austria, 1883-1908), un artista deslumbrante que vivió una vida tormentosa que terminó en suicidio a sus veinticinco años 1 de edad tras un escándalo que tristemente condenó su trabajo al olvido por más de dos décadas. Gerstl se considera el eslabón que une al movimiento modernista liderado por Klimt –el cual rechazó por considerarlo decorativo y burgués– y el expresionismo, del que fue su principal precursor. Su trabajo nunca fue exhibido en vida y tampoco pudo vender ni una pintura, inclusive algunos retratos que le fueron comisionados resultaron en su momento incomprendidos y rechazados. Paradójicamente, muchos años más tarde se le llamó “el Van Gogh austríaco”. Se tiene conocimiento de unas escasas sesenta obras de su autoría, de las cuales cincuenta y cinco forman parte de esta exhibición. El artista destruyó una parte de su trabajo y todos sus documentos antes de quitarse la vida, y la familia escondió el resto por más de veinte años, hasta que su hermano Alois se atrevió a mostrar un par de pinturas a un galerista que captó de inmediato la relevancia de este gran creador otrora desdeñado. La exhibición da comienzo con algunos retratos realizados a los quince años de edad durante su breve paso por la Academia de Bellas Artes de Viena. Se percibe el virtuosismo del joven artista que desde sus inicios rechazó los cánones de la época para incursionar en un lenguaje expresivo absolutamente innovador para su tiempo y optó por desarrollarse de manera autodidacta y solitaria, alejado del circuito artístico vienés. La única relación crucial en su vida fue con el compositor modernista Arnold Shönberg y su esposa Mathilde, quienes lo buscaron para que les diera clases de pintura. Se estableció entre ellos una amistad muy íntima que culminó en un romance entre el pintor y Mathilde, inmortalizada en varios lienzos. Al ser descubiertos, Gerstl cayó en una depresión brutal que lo llevó al autosacrificio, quitándose la vida a puñaladas y colgado en su estudio. Las pinturas realizadas en apenas seis años de meteórica carrera artística son una muestra del talento y arrojo de este artista sobrecogedor que atrapa por la fuerza expresiva de unos trazos frenéticos y salvajes. Sus pinceladas sueltas y feroces parecen violentar las telas en las que se alterna el impasto con la aplicación de texturas suaves; una paleta enfurecida hace de sus pinturas una explosión visual y sensorial. Sus autorretratos son el espejo de su alma adolorida, mientras que los paisajes y los retratos son pura experimentación formal en su afán de romper con las barreras de la figuración e internarse en el universo entonces inexplorado de la abstracción, del que, en mi opinión, también fue precursor. Al recorrer el alucinante mundo pic tórico de Richard Gerstl, uno no puede más que lamentar su efímera trayectoria. Fue un artista innovador y auténtico, a un tiempo místico y alienado, extraordinariamente moderno y radical. Su legado es monumental en la historia del arte del siglo xx • 1. Autorretrato riendo 2. Autorretrato semidesnudo

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ARTES VISUALES

Germaine Gómez Haro germainegh@casalamm.com.mx

Fan fatal

A

CABA DE SALIR a la venta, por tercera ocasión, el disco Double Fantasy que Mark David Chapman diera a firmar a John Lennon horas antes de asesinarlo por la espalda con cinco disparos calibre treinta y ocho. La primera vez que estuvo en el mercado costó menos de 200 mil dólares. La segunda casi llega a los 900 mil. Ahora –but of course– sobrepasa el millón y medio de billetes verdes. Se dice que es el objeto más preciado en la historia del rock. Se dice sandez y media. Nosotros creemos que se trata de otro símbolo de la banalización artística que hemos alcanzado.

Daño colateral del star-system, ha- especialmente en “God”, cuya letra reza: ce mucho que se viene gestando la “God is a concept by which we measure magnificación de lo nimio, de aquello our pain [...] I don’t believe in Jesus.” Reque tuvo la “suerte” de coincidir con un ligioso vehemente, resulta novelesco momento particular de la historia. Sí, que un día antes de cometer el homicihablamos de la memorabilia, de lo co- dio, Chapman increpara al cantautor leccionable, de lo inanimado que ad- James Taylor en el Metro de Nueva York quiere peso en formas cuestionables. y que –más perturbador aún– reservaDesde luego, no minimizamos el ho- ra una entrada de la obra El hombre micidio de Lennon. Lo que nos parece elefante, interpretada por David Bowie, curioso es el objeto disco que, recupe- para coincidir con la función a la que rado por un trabajador del edificio asistirían John y Yoko (otro momento Dakota donde el exBeatle vivía, fue para matarlo). Sin embargo, cometido cambiando de valor y significado al pa- el atentado en la primera oportunidad, so de los años debido al mórbido me- Bowie terminó presentándose frente canismo de mercado que enaltece lo a un teatro lleno pero con tres butacas que se puede poseer, menospreciando vacías. Dicho esto, aunque no nos gusta el lo inefable. Debido a su circunstancia, esa copia del Double Fantasy es ejem- sonido de la producción (demasiado plo de cómo lo relevante desaparece atado a su momento tecnológico), las piezas de Lennon en el Double Fantasy ante los feligreses de la cosificación. “Es inevitable”, dice la mayoría. Ani- reflejan una hermosa reconciliación mado por una energía anómala, ese con su madurez, la aceptación de un acetato es casi un personaje activo del período familiar que parecía regresarevento trágico. “Su precio es compren- le las ganas de componer canciones sible de tan único”, señalan. ¿A dónde diáfanas, cercanas a la cursilería, pero apuntamos? A ningún lugar. Disculpe de gran valía estética. Verbigracia: la lectora, el lector. Pasa que sentimos “(Just Like) Starting Over”, cuya introdisgusto al leer sobre el polémico ál- ducción coral revela una búsqueda bum en venta y deseamos abrir diálo- comprometida con la armonía avanzago escuchándolo una vez más (evitan- da; “Beautiful Boy (Darling Boy)”, cuya do, como tantos, las composiciones de sabia sencillez conmueve mientras se Yoko Ono), imaginando qué diría el aleja de intelectualismos vanos; “Watpropio John Lennon sobre el traspaso ching The Wheels”,“Woman”,“I’m Losing de su obra a tal condición. Creemos You” y “Cleanup Time”, todas con un deque lo aborrecería. Y más si volviéra- sarrollo bien cuidado desde la semilla. mos a ese diciembre de 1980, cuando La excepción es, según pensamos,“Dear sus convicciones y prioridades lucían Yoko”, un ejercicio de country forzado. Finalmente, no cabe duda: el señor tan claras. Seguro que una de sus primeras diatribas se referiría al conteni- Chapman fue un fan fatal; un tipo que do. ¿Lo habrán escuchado a fondo quie- liberó a la locura usando a Lennon como llave. Desde su torcida personalines pujan por obtenerlo? Se dice que el señor Chapman, tan dad, eso sí, escuchó la obra a fondo e enfermo como estaba –o sigue estan- hizo eco convertido en villano. En fin. do mientras cumple condena–, se atre- Mientras insiste en que lo perdonen vió a acercarse a la asistente domésti- luego de treinta y siete años preso, y ca de la familia, ese mismo día por la mientras algunos afortunados se intermañana, para saludar al pequeño Sean, cambian groseramente el objeto que hijo del músico, citando una de sus can- tuvo en las manos, nosotros volvereciones:“Beautiful Boy”. Obsesivamente mos a un grupo de canciones que conatento a la obra de los Beatles y de Len- tribuyen a la creación de ese otro munnon tras su separación, el desequilibra- do que la buena fantasía reclama. do asesino fue de quienes se ofendie- Buen domingo. Buena semana. Bueron con las letras de la Plastic Ono Band, nos sonidos •

BEMOL SOSTENIDO

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ARTE Y PENSAMIENTO ........

6 de agosto de 2017 • Número 1170 • Jornada Semanal

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Jorge Moch Ana García Bergua

tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch

Q

UÉ GUSTO ME DIO acompañar a Antonio Ortuño a recibir el Premio Rivera del Duero por su libro de cuentos La vaga ambición. Ya éramos vecinos de la editorial Páginas de Espuma y ahora con este premio Antonio seguirá su camino de embajador de nuestra narrativa y nuestra aterradora realidad en las Europas y más allá, camino entrañable y admirable que le ha ganado muchísimos lectores. Los relatos de La vaga ambición son fieles a la prosa novelística de este autor tapatío, clara, ágil y llena de un humor amargo que no le huye a la violencia ni al rencor, y que deja patente el absurdo trágico en el que este país vive inmerso y el

que le ha tocado, más que nada, a su generación. Los nacidos en los setenta vivieron sus infancias durante el último México de la estabilidad dizque revolucionaria y se asomaron a la vida adulta cuando todo se puso de cabeza. A contracorriente de los nombres que se les hayan podido poner, yo les llamaría la generación del desencanto. Su espíritu es el de la generación perdida a la que han leído bien, el de Hemingway y Faulkner, y así los leemos algunos ilusos de las generaciones anteriores, con una mezcla de culpa, admiración y un perpetuo nudo en la garganta. Su plumaje es de ésos, ni más ni menos. Pocos libros de relatos guardan la magia de la condensación, una magia que al parecer se lee con rapidez, pero después se abre adentro del lector como una flor llena de filos. Los seis cuentos de La vaga ambición, de Antonio Ortuño, tienen ese carácter de bala expansiva. Un tiempo después de terminar el libro, uno se da cuenta de que sus páginas lo han dicho todo sobre ese animal exótico al que se le llama autor, y que no siempre, forzosamente, es el escritor. Como algunos de sus contemporáneos, por ejemplo Julián Herbert, Ortuño practica aquí eso que llaman autoficción y cuenta quizá no todo, pero sí mucho sobre la actual vida de los escritores, ese carrusel perpetuo de ferias, presentaciones, trabajos mal o bien pagados, envidias, deudas perpetuas y borracheras no siempre saludables. Y encima o debajo de todo aquello, la vida y la historia, señoras ingratas que insisten en asomarse por las grietas de las paredes cuando no se las espera, episodios vividos que piden, tarde o temprano, su evocación de distinta maneras, estemos donde estemos, y las cosas tristes que suceden siempre a la mitad del camino de nuestras vidas. Y la violencia, la maldita violencia que anida en tantos ámbitos y marca la vida para siempre. Todos los relatos de La vaga ambición hablan en mayor o menor medida

de este personaje que los une y que se llama Arturo Murray, especie de alter ego del autor, con el que éste pinta una especie de autorretrato condensado. Las historias funcionan como episodios redondos, independientes como cuentos, y también como instantáneas de una misma novela que el lector va completando: dos violentos, de dar rabia, episodios de infancia; la diver tidísima, enloquecida escritura de un serial por parte de un grupo de autores en distintas partes del mundo; una evocación fantástica sobre Walter Benjamin y Mijail Bulgakov, invocados ya en el segundo relato, ejercicio que recuerda un poco, en términos de elección de autor, a las “Tres rosas amarillas”, de Raymond Carver, pero con un sesgo distinto; la tragedia de saber la muerte de la madre a la mitad de una presentación sin público, con un personaje berrendo que se hace llamar el Pájaro Cu y, finalmente, las escenas conmovedoras y febriles del taller donde Arturo Murray enseña a sus alumnos la escritura como una guerra heroica, antigua y bella, en la que a veces el escritor siente que ese brazo heroico, que debería empuñar una quijotesca lanza, se parece más al muñón de su alumno manco, uno que ni escribe ni hiere, sólo ansía. La furia, el agravio, la frustración y la venganza se cuelan en el noble escudo de lo hermoso, lo bueno, lo justo y lo doloroso que a pesar de todos los embates es lo que representa la escritura, esa vaga ambición que Ortuño cumple con una fidelidad envidiable a sí mismo y con la valentía de quien osa con ella encarar a sus fantasmas. Valentía y virtud que mereció de sobra el Premio Rivera del Duero, por el que de nuevo lo felicito. Qué somos los escritores, aparte de ese amasijo de nervios, dolor, oficio y ambiciones. La vaga ambición dibuja un mapa que permite entender un poco más a un escritor llamado Antonio Ortuño, Ortuño en una nuez •

E

STA SERÁ LA ÚLTIMA entrega de Cabezalcubo. Razones sobran.Ya son muchos años de diatriba. Creo que todos merecemos un descanso, tanto este coleccionista de ladridos como mis sufridos lectores. Pero sobre todo parece que mis dichos no son adecuados ya para un espacio de divulgación cultural. Qué lástima que no pudimos concretar otro espacio en el cuerpo del diario. Pero todo por servir se acaba. Y Cabezalcubo se acaba hoy y aquí. No es lo ideal, según yo, pero es lo que hay.

Fueron muchos años (hace poco hablaba aquí de ese cuarto de siglo) y desde luego muchos aprendizajes. En descargo de esta politizada columna, sólo puedo argumentar que en México la televisión es harto más que sólo un medio masivo de comunicación: es la vocería oficial del régimen, la embajadora del sistema político mexicano y, como todo en ese sistema, la televisión es corrupta por vicio de origen: en México jamás estuvo ni estará en el bando de la gente. Por eso me niego a escribir sobre televisión simple reseña. Y me resultó siempre muy difícil disociar el medio como idea de su terrible realidad de vehículo de propaganda; confieso que nunca disfruté reseñar programas de televisión como sí lo hice al bañar al poder político en improperios. En un país tradicionalmente agachón y cortesano, creo que son esenciales las expresiones disidentes, con todo y estridencias, insolencias o simples insultos. Es quizá una revancha estulta. Pero es mi revancha. No soy un hombre rico, ni poderoso. Pero tengo voz. Y aquí, aunque fuese por esa simple razón, solamente cabe el espacio que obliga a dar las gracias. Porque esa voz se pudo expresar. Muchísimas gracias a quienes siguieron mis diatribas y aún les otorgaron alguna credibilidad. Muchísimas gracias a mis lectores, que invariablemente terminaron en muchos casos convirtiéndose en mis amigos, mis cómplices, mis acompañantes. Y muchas, muchísimas gracias eternas a la memoria de mi queridísimo Hugo Gutiérrez Vega, cuyos poemas y bonhomía me van a acompañar siem-

pre, y siempre seguiré lamentando no haber compartido más charlas con el Poeta. Hugo quizá no lo supo de cierto nunca (sospecho que sí), pero su presencia en mi vida dejó una huella imborrable. Imborrable. Gracias para siempre, poeta, por invitarme a colaborar aquí, que fue mi casa querida de tanto tiempo. Y por enseñarme con el ejemplo a tener decoro. Y muchas gracias a Francisco Torres Córdova, mi editor de La Jornada Semanal, por aguantarme por tanto tiempo las obsesiones, y a Luis Tovar, a quien a pesar de desavenencias le quedo a deber. Y gracias a Carmen Lira, aunque nunca pude sentarme a platicar con ella. Ojalá lo hagamos algún día, Carmen. Y especiales gracias a Luis Hernández Navarro y a Pedro Miguel, y particularmente a mi querido Marco Antonio Campos. Gracias, maestros, por enseñarme sin proponérselo algunos entresijos de este bello oficio de escribir en un periódico. Muchas gracias a La Jornada, a Carlos Payán, a la memoria y las enseñanzas de Sergio Pitol, Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco, todos ellos fundadores de este tan querido diario. Muchas gracias a mis compañeros de páginas, a Javier Sicilia, a Naief Yehya, Angélica Abelleyra, Verónica Murguía, Eve Gil, Alonso Arreola, Rogelio Guedea… en fin. Una disculpa si no los menciono a todos. A todos, a ustedes, muchas, muchas gracias. Ojalá nos volvamos a ver. Y que este país mejore. Así sea •

CABEZALCUBO

Adiós y muchas gracias

PASO A RETIRARME

Antonio Ortuño en una nuez


........ ARTE Y PENSAMIENTO

Jornada Semanal • Número 1170 • 6 de agosto de 2017

Luis Tovar

Juan Domingo Argüelles

Twitter: @luistovars

S

ERGIO CORDERO (Guadalajara, Jalisco, 1961) es autor de dos libros indispensables en la poesía mexicana contemporánea: Vivir al margen (1987) y Oscura lucidez (1996). Dos libros que lo definen. Otros títulos suyos son Testimonios del día (1983), Luz cercana (1996), Sonetos familiares (2001), 22 poemas (2008) y Enemigo interior (2008), pero lo mejor de su obra poética está en esos dos libros separados por una década. Vivir al margen y Oscura lucidez contienen una poesía infrecuente en México: con rigor formal y evidencia de buen oído lírico, y con una acérrima maestría reivindicadora del epigrama y la sátira. Si cierta poesía de ficción equivaldría, en el

teatro, a la comedia, la poesía ácida y concentrada de Cordero pertenece al drama: el drama de vivir al margen. Al igual que el autor, entre todas sus páginas yo prefiero las de Oscura lucidez, un libro que hace dos décadas celebré con las siguientes palabras: “Es un libro al que se puede volver una y otra vez, aunque cada lectura queme nuestras manos.” La poesía de Cordero no se anda por las ramas. Y de esta cólera poética andamos siempre necesitados. En 2012, el propio Cordero reeditó Vivir al margen, al cumplirse veinticinco años de su primera edición ( fce ). Hace poco, en diciembre de 2016, hizo lo propio con Oscura lucidez, luego de veinte años de la erratera edición del Instituto Coahuilense de Cultura. Esto me ha dado pie para releerlo (aunque lo he leído varias veces) y formularle tres preguntas que contextualizan mi lectura y la que puedan hacer otros lectores. A propósito de qué tan autobiográficos son los poemas de Oscura lucidez, me responde: “Toda poesía parte de lo autobiográfico aunque los poemas no tengan por tema la vida del propio autor. Oscura lucidez podría verse como una reflexión a propósito de la naturaleza del poder, no sólo del poder político en la vida pública, también de su origen en la vida privada, dentro del grupo que es considerado como la base de la sociedad, la familia, donde las costumbres patriarcales –que siguen persistiendo de muchas maneras a pesar de los cambios en la sociedad– generan conductas autoritarias y violentas. Por lo tanto, la remota ‘semilla autobiográfica’ (por así decirlo) de la que surgió el libro es la violencia intrafamiliar que, como mucha gente de mi generación, padecí en carne propia durante mi infancia y mi adolescencia.” En Oscura lucidez hay un poema indispensable para entender la vida al margen del autor (“Mira a sus compañeros de generación”), cuyos versos finales no pueden ser más amargos ni más lúcidos: “Hallaron/ un lugar en el mundo,/ ya son parte/ del mecanismo ciego que los hombres construyen./ Éste les da el olvido,/ los limita/ y los vuelve felices./ Sin embargo/ lo que me desconcierta/ no es su indiferencia,/ su irritación o su desasosiego/ cuando me ven,/ sino la piedad,/ la tristeza invencible que me inspiran./ Cómo salvar esa parte de ellos/ que yo admiraba,/ cómo salvar esa parte de mí/ que irresponsablemente les dejé/ como un voto, una ofrenda.” Le pregunto sobre esto último, y responde: “¿Que si he logrado salvar esa parte de su vida y su talento que yo admiraba y esa parte de mi vida y mi talento que les di en ofrenda? Digamos que

estoy intentándolo. Tengo el proyecto de reunir en un volumen los ensayos y las reseñas que escribí y publiqué en periódicos y revistas sobre los escritores que surgieron de los dos talleres que coordinó el doctor Elías Nandino en 1971-72 (del que surgió Ricardo Yáñez) y 1979-84 (del que surgí yo). Espero tener listo ese material antes de 2019, cuando se cumplan cuarenta años de la fundación del segundo taller.” Por último le pregunto si, para él, crítica y poética coexisten. Explica: “Tengo por evidente que, en la práctica, creación y crítica operan simultáneamente y que, en teoría y sólo con fines didácticos, se les debe ver por separado y sucesivamente, porque verlas siempre como entidades separadas y hasta antagónicas resulta contraproducente: esa postura desarrolla en muchos escritores la aversión hacia los textos teóricos y críticos e incluso el rechazo de preceptivas tradicionales como, por ejemplo, las reglas de la versificación, cuya práctica considero un aprendizaje muy saludable.” La primera parte de Oscura lucidez (“La farsa intelectual”) es uno de los mejores momentos de la poesía mexicana al despedir el siglo xx . El siguiente epigrama (“Repudia la razón”) es por ello emblemático: “La razón es inútil,/ no es humana./ Es la ínfima parte que nos toca/ de Dios./ Y lo demás, lo nuestro,/ está en los sentimientos,/ la flaqueza./ Porque saberte débil es saber que estás vivo,/ porque la perfección te da la fuerza/ y el poder de matar./ Te da la muerte,/ la muerta perfección./ Estamos vivos./ Nuestra única culpa es seguir vivos.” •

La muerte y otras gotas de agua

A

PENAS TERMINÓ DE LEER la noticia vino a su memoria una frase que hará unos treinta y tres años leyó, a manera de epígrafe, en uno de los cuentos de La muerte y otras sorpresas, de Mario Benedetti: quand un est mort, c’est tout les jours sont dimanche. En un tuit, el cinéfilo contumaz y generoso que siempre ha sido Roberto Fiesco afirmaba algo con lo que difícilmente se podría estar en desacuerdo: que con Jeanne Moreau acababa de morir el cine del siglo xx. Era domingo, último día del mes de julio, y las lluvias recientes le habían cedido esa tarde a un sol y un calor inesperados aunque más fugaces que la vida misma, como se vería un

par de horas más adelante y como, de algún modo, se respiraba en el aire detenido entre las siete y las ocho. Súbitamente todo se había vuelto una cuestión de muerte: la libre asociación de ideas que lo llevó de la noticia al epígrafe –¿de quién sería la frase?– y de ahí a la declaración de esa muerte Otra, tan grande que exige su mayúscula, remató en un involuntario ejercicio pseudolacaniano en el que Moreau, el apellido, inevitablemente sonaba a “murió”. Jeanne Moreau murió, se dijo en silencio; Jeanne Murió; el cine del siglo xx Murió y, a partir de ahora, para ellos todos los días son domingo… Era inevitable: al llegar a casa buscó Jules et Jim y, a manera de humilde y privadísimo homenaje, volvió a ver la película, no podía recordar cuánto tiempo después de la última ocasión y, antes de que pudiera darse cuenta –evitarlo no, porque sabía perfectamente que sucedería y, más bien, era lo que buscaba–, de nuevo se encontraba justo en el centro del arrebato, jalonado sin piedad de un lado a otro por los vientos del torbellino llamado Catherine. Jules tiene toda la razón: ella es “una fuerza de la naturaleza que se manifiesta mediante el cataclismo”, y mientras Catherine-Jeanne sigue rompiéndoles tan violenta y dulcemente el corazón a ambos, mientras la ve cargar el pijama todo el día, abofetear a un Jules que parece más agradecido que indignado, pero sobre todo mientras la ve sonreír de ese modo insondable donde conviven la seducción, la ironía, el desencanto, y de principio a fin y siempre la Belleza, sin remedio piensa que no podía haber sido nadie, salvo ella, quien encarnara ese absoluto femenino inatrapable, como suelen ser los absolutos; imposible imaginarse algún otro rostro, otros ojos, otro mohín apenas insinuado, hacia el final, como quien le da la bienvenida a la tragedia porque se sabe autora no nada más de su propio destino. Terminada la película, no hay más remedio que darle la razón a Welles: lo que acaba de ver es lo que acaso sea el más alto desempeño de “la mejor actriz del mundo”. Es la opinión de Orson, otro domador de huracanes, otro arrebatado, y uno entiende que por esa razón Campanadas a medianoche es lo que es, pero no debieron estar lejos de pensar lo mismo Luis Buñuel cuando Diario de una camarera; Michelangelo Antonioni cuando La

noche –y con él Marcello Mastroianni, de seguro–; en especial Peter Brook cuando Moderato Cantabile –y aquí Jean-Paul Belmondo, sin dudarlo–; y después Godard, Malle, Kazan, Annaud, Ozon, Wenders, Handke, Angelópoulos, Gitai… Un día después el aluvión de notas, obituarios, homenajes y menciones de todo tipo es inevitable, y está bien, se dice, pues sólo así conviene despedir la presencia física en el mundo de quien, con razón justificada como en pocas ocasiones en la cinematografía y fuera de ella, merece ser llamada icono: de la Nouvelle Vague, por supuesto, y del cine francés a no dudarlo pero, mucho más que eso y como tan acertadamente sintetizara Fiesco, de una manera específica de hacer y entender el cine, a la que la propia Moreau le extendiera el epitafio cuando, refiriéndose a sí misma y su decisión de retirarse de la pantalla, afirmó que “cada vez era más difícil” hacer su trabajo, a causa de “la tentación de hacer cualquier cosa para agradar al público en lugar de hacer aquello con lo que uno está profundamente de acuerdo”. Mientras busca Moderato… para continuar el homenaje, piensa en lo escasamente que se da esa combinación perfecta de inteligencia y belleza; lamenta que no haya, visible, nadie que recoja esa estafeta y la lleve con idéntico merecimiento, pero se consuela recordando que la muerte y la memoria son, a fin de cuentas, como gotas de agua contra el cristal de la ventana: un juego interminable de fugacidad y permanencia •

CINEXCUSAS

La oscura lucidez de Sergio Cordero

JORNADA DE POESÍA

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ENSAYO

6 de agosto de 2017 • Número 1170 • Jornada Semanal

A cincuenta años de la aparición de Tres tristes tigres sobre el cine europeo de esas épocas épicas (de Truffaut a Hitchcook al neorrealismo italiano a la “nueva ola” del cine francés) las revelaciones de un sacerdote cinéfilo. Pero aparte de esta inveterada filiación fílmica, Cabrera Infante fue, antes que nada, un narrador nato, un humorista de la lengua que dejó algunos libros de cuentos y textos breves de impecable factura, como Exorcismos de esti(l)o, Así en la paz como en la guerra –suerte de lúcido ejercicio hemingwayano cuajado de hachazos sintácticos que son, al mismo tiempo, hechizos del lenguaje–, O, así nada más, con la cuarta vocal titulando una serie de prosas leprosas en su barroquismo aliterante, en la excesiva y hasta gratuita granulación de frases disfrazadas de música verbal, y la vasta novela La Habana para un infante difunto, título revelador de la destreza cabreriana para parodiar

y resaltar la riqueza alusiva y elusiva de sus textos. Sin embargo, es ese viaje por la noche infinita (y las grandes novelas son, desde Homero, historias de viajes) que intituló refranescamente Tres tristes tigres, la obra maestra de Cabrera Infante. Publicada, por motivos de censura, tres años después de haber ganado el codiciado Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral, ttt es una melodiosa metafonía de historias entrelazadas donde el habla habanera del night club de los años cincuenta coincide con la parodia de grandes escritores; donde de lo que se trata es de desviar siempre el curso normal del enunciado mediante el dique de la comicidad, verter el caudal de sus historias en el escamoteado golfo del ingenio, lo mismo para subvertir un orden social que para contravenir los propios estatutos de la lengua, cuya gramática, ese odioso policía del idioma, obliga a escribir siempre de determinado modo, condición fascista ya señalada en su momento por Roland Barthes. Divertidos, excitados, trastornados por la naturaleza envolvente de su universo de comedia, los tres nostálgicos felinos sugeridos por el título de la novela, Bustrófedon, Silvestre y Cué, compiten constantemente en un jugoso juego verbal cuyos frutos son, con frecuencia, motivo de pasmo en las mujeres de quienes se rodean: amor con humor se paga. El disparate, la digresión, el diálogo incesante con la noche los vuelve teóricos del sexistencialismo, otero desde donde otean el ocio de la vida. “Estoy aquí, ¿no?”, le dice una mujer, Magdalena, a Silvestre, sólo para que éste responda: “Prueba concluyente. Si estuvieras conmigo en una cama sería definitiva. Coito ergo sum.” Es posible que la vida disipada, esa insensata vocación lúdica de la novela y de sus personajes por revolver los saldos del viejo régimen en un amasijo amatorio que bien podría leerse como “íntima tristeza reaccionaria”, haya despertado en el ánimo del mundo intelectual sesentero cierto resquemor. Sin embargo, es y siempre fue una ceguera que Tres tristes tigres, la más joyceana de las novelas escritas en español, padeciera el juicio ominoso de una mutilación cometida por la censura franquista que la hace terminar con la frase “…ya no se puede más”, afortunada línea final después de la cual un improcedente relato sobre alguna desaforada guerrilla cerraba la novela. Casi no hay que decir que el exabrupto fue festejado y conservado por cabrea Infante en todas las ediciones posteriores del libro como el sensible homenaje que a veces la estupidez rinde a la literatura, a esta obra que, luego de cincuenta años, merece sobradamente el sosegado festejo de una recomendable relectura • Ilustración de Juan Gabriel Puga

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n 2017 no sólo deben celebrarse los cincuenta años de la aparición de una novela que cambió los rumbos de la narrativa hispanoamericana con su estirpe centenaria de Aurelianos y José Arcadios, sino que sería plausible recordar, asimismo, que otras dos novelas fundamentales del boom, Cambio de piel y Tres tristes tigres, se publicaron también en 1967. De la primera de las tres se ha recordado en la prensa cultural hasta el día preciso de su nacimiento, y de la novela de Fuentes –quizá con menos estridencia por tratarse de un libro de escritura experimental y velocista– se hablará siempre como de un suceso casi puntual a partir del que la novela en nuestra lengua cobra conciencia de su fuerza hipnótica. Tres tristes tigres, en cambio, ha sufrido junto con su autor un inmerecido olvido que sería hora de restañar. Nacido en Gibara, pequeña ciudad oriental de Cuba, en 1929, Guillermo Cabrera Infante fue un año menor que Carlos Fuentes y dos que García Márquez, aunque murió antes que ambos, en 2005. No perteneció al núcleo del boom pues, por antonomasia, ese sitio sólo posee los cuatro escatimados escaños que ocupan los dos novelistas antecitados, Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa. Sin embargo, si extendemos el círculo de la narrativa hispanoamericana a quienes, en los años sesenta y setenta, consolidaron el renombre alcanzado por la novela producida en esta zona del mundo, adláteres anteriores, contemporáneos o directamente derivados del boom, se tendría que mencionar, entre los nombres de Manuel Puig, José Donoso, Miguel Ángel Asturias, Juan Carlos Onetti, Fernando del Paso y algunos más, el de Cabrera Infante. Es posible que su autoexilio en Inglaterra, que duró unos treinta y cinco años, y sobre todo, la circunstancia de haberse erigido en el primer crítico frontal de la revolución castrista entre los escritores de su generación (en el temprano año de 1961 fue destituido como director de la publicación cultural más importante de Cuba, Lunes de Revolución, y en 1965 partió definitivamente de la isla, luego de una escisión disfrazada de cargo diplomático en Europa), quizá adelantaran el incierto descrédito en que cayó oficialmente su obra narrativa, aunque siempre fue reconocido entre sus congéneres como un prosista de proverbial talento en la consecución de una escritura festiva, shandyana, musical. Guillermo Cabrera Infante fue, además, un notable crítico de cine que dejó en Arcadia todas l a s n o c h e s , p e ro s o b re t o d o e n U n o f i c i o d e l siglo xx , una colección de ensayos y reseñas que lo mismo alertaban desde los años cincuenta c o n t r a l a p re e m i n e n c i a d e l o s c r i t e r i o s d e Hollywood en la premiación de los festivales fílmicos, que permitían reconocer en su juicio

Guillermo Cabrera Infante: amor con humor se paga Enrique Héctor González

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