La interioridad
■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 6 de septiembre de 2015 ■ Núm. 1070 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
(o la paradójica edificación de un hueco) Fabrizio andreella
Bangkok, puerta de Indochina, X abier F. C oronado • Israel y Palestina: coincidir en la resistencia, r enzo d’alessandro ¿Qué hay por Europa?, Y ordán r adíChkov
6 de septiembre de 2015 • Número 1070 • Jornada Semanal
BAZAR DE ASOMBROS LA SERIEDAD DEL JUEGO
“Espacio invisible que la humanidad trata de manifestar o expandir con sus lenguajes”, la interioridad ha sido históricamente la residencia del yo o del alma, dice el pensador y ensayista Fabrizio Andreella, pero esa construcción de la mente –paradójica construcción de un hueco donde alojar al propio ser– ha sido sustituida en la postmodernidad por la permanente exposición mediática y tecnológica de la intimidad. A la reflexión en torno a estas transformaciones conceptuales, que implican la imagen que de nosotros mismos edificamos, está dedicado el ensayo principal de este número. Publicamos además una crónica de Xabier F. Coronado de su paso por Bangkok, puerta de Indochina, un cuento del búlgaro Yordán Radíchkov, eterno candidato al Nobel que murió sin recibirlo, así como un artículo de Marco Antonio Campos sobre los poetas Mariano Flores Castro y Máximo Simpson.
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La interioridad
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Portada: La invención de la identidad Collage digital de Marga Peña
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o hay cosa más seria que un grupo de niños jugando, pues no se trata de un simulacro si no que tiene las características de un momen to vital. Los niños ponen sus reglas, las respetan y las modifican, establecen una serie de criterios que dan sentido y coherencia al juego y no aceptan intromi siones, se juegan su aventura y, de alguna misteriosa manera, esta seriedad los prepara para, sin solemni dad, tomar parte en la vida. En el libro Una visita a la Cámara de Diputados, publicado por Miguel Ángel Porrúa, la periodista y escritora Paola Dada, reúne a un grupo de muchachos que asisten a la clase de For mación Cívica y Ética. Juan José, Estefanía, Martín, Pablo y Gaby empiezan su jornada mañanera, aban donan la cama con pocos deseos de levantarse, hacen su abluciones, se desayunan velozmente, llegan a su clase y escuchan la propuesta de un juego originalí simo formulada por el profesor de Formación Cívica y Ética. Les propuso una visita a la Cámara de Diputa dos. Al principio no entendieron bien en que consis tía el juego, pero poco a poco fueron encontrando elementos que despertaron su interés por la activi dad legislativa. El maestro les explicó el origen gre colatino de la palabra cámara y enfatizó la importan cia de la deliberación y aprobación legislativa para la vida democrática. Les abrió los ojos hacia distintos rumbos del mundo: Francia, España, Alemania, Ja pón, Israel, Rusia, Grecia, Rumanía. De ahí pasaron a la noción de democracia como gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, como afirmaba el pre sidente Lincoln y, de inmediato, repasaron algunos aspectos de la historia de México y, entre otras cosas,
Hugo Gutiérrez Vega observaron nuestro “mutilado territorio”. El juego fue creciendo en interés y los muchachos se pusieron a leer por su cuenta, comentaron su proyecto con sus padres y reunieron fotografías, materiales informa tivos con el objeto de llegar a la visita con la indispen sable información. Este libro describe con minuciosidad el viaje de los muchachos a la Cámara de Diputados. Su interés va creciendo conforme se acercan a San Lázaro. La lec ción de historia adquiere aquí un carácter vivo y el juego tiene ya la seriedad absoluta de la hermosa y delicada mente infantil. Aparecen el Escudo Nacio nal, la Constitución Política, personajes como Hidal go, Morelos, Juárez, Ocampo, Quintana Roo, Lázaro Cárdenas. Ya en la Cámara observan los aspectos de la vida cotidiana del Palacio Legislativo: la lim pieza, las macetas, las máquinas, la histórica rotativa constituyente. Todo les sorprende e interesa, están descubriendo un edificio y una actividad funda mental para el funcionamiento de la democracia y la consolidación de la paz social. En la visita aparecen figuras señeras de nuestra historia y nuestra cultura: Sor Juana Inés de la Cruz, Bernardino de Sahagún, Toribio de Benavente, Bar tolomé de las Casas y un sinnúmero de personajes pertenecientes a las distintas etapas del desarrollo histórico de nuestro país. Un anciano conserje se convierte en guía y comunica a los muchachos su entusiasmo por la historia del edificio y por las ta reas que ahí se desarrollan. Un punto culminante de la visita es el descubrimiento del muro de honor, la mesa central y el enorme candil diseñado por Pedro Ramírez Vázquez. Ven las curules y se asoman a los salones en donde se celebran reuniones. Todo esto culmina con la visita al pleno, pero no termina ahí, pues los muchachos continúan interesados en el tema y siguen ampliando sus conocimientos. De esta manera la clase de Formación Cívica y Ética se con virtió en un juego y tuvo toda la seriedad y el rigor que rigen a los juegos infantiles
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jornadasem@jornada.com.mx La leyenda “Traidor a la patria”, en las curules de PRI, PAN y Verde en San Lázaro para evitar la aprobación de la Reforma Energética Foto: Cristina Rodríguez/ La Jornada
Directora General: Carmen Lira Saade, Director: Hugo gutiérrez Vega, Jefe de Redacción: LuiS toVar, Edición: FranCiSCo torreS C órdoVa , a Leyda a guirre r odríguez y r iCardo y áñez , Coordinador de arte y diseño: F ranCiSCo g arCía n oriega , Diseño de portada y dossier: marga Peña, Diseño de Columnas: J uan g abrieL P uga , Relaciones públicas: V eróniCa S iLVa ; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: a LeJandro P aVón , Publicidad: e Va V argaS y r ubén H inoJoSa , 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: jsemanal@jornada.com.mx, Página web: www.jornada.unam.mx La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/ SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.
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CREACIÓN
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¿Qué hay por
Yordán Radíchkov*
Europa?
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n día las ranas de la ciénaga advirtieron que por el camino se aproximaba una rana desconocida. Saltaba con una y otra pata y repetía: –¡Zaz cuaz, tris tras! Al llegar a la ciénaga, se detuvo y saludó. La rana más vieja le preguntó. –Querida amiga, la vemos tan llena de polvo, ¿acaso viene de lejos? –No de lejos, ¡de lejísimos! –contestó la rana y por su parte le preguntó: –A propósito, ¿hace mucho que viven en esta ciénaga? La rana vieja expresó: –Estamos aquí desde tiempos bíblicos. Cuando las aguas del diluvio universal se replegaron, en los alrededores quedaron muchas ciénagas, pantanos y charcos. Nuestra ciénaga data de aquel entonces y puede decirse que nosotras, sus habitantes, somos de aquellas épocas. –Yo también viví en una ciénaga parecida –manifestó la recién llegada–, no estaba nada mal pero era aburrida. –Algo aburridora –convinieron las ranas para luego añadir: ¡Y dónde no es ahora aburrido! –En Europa –expresó la desconocida–. A propósito, ¿han estado en Europa? Las ranas de la ciénaga confesaron que no habían estado en Europa pero sí habían oído hablar de ella. –Yo estuve –se jactó la recién llegada– y les voy a contar qué vi en Europa. –¡Cuenta, cuenta! –le rogaron las ranas y se apiñaron en torno suyo para oír su relato. –Les comenté que vivía en una ciénaga parecida a la suya –comenzó su relato la recién llegada–, hasta que un día llegaron donde nosotras unos cazadores de ranas. Igual que muchas de mis camaradas, también yo fui atrapada en sus redes. Después de aquello nos trasladaron a un enorme vagón de ferrocarril, engancharon el vagón a una locomotora y emprendimos el viaje. Durante la travesía nos enteramos que el vagón viajaba rumbo a Europa y que Bulgaria exporta continuamente vagones de ranas a Europa. Aquí una de las ranas más viejas intervino: –Europa puede europeizarse cuanto quiera, pero no puede seguir sin nuestras ranas. –Así es –consintió la recién llegada–. Eso nos quedó claro en nuestro viaje. El vagón de ferrocarril tenía muchas rendijas y agujeros y a través de ellos podíamos observar y puedo decirles que en cuanto nos internamos en Europa, empezaron también nuestras sorpresas. ¿Qué nos sorprendía, por ejemplo? Nos sorprendía, por ejemplo, que por el trayecto a menudo nos topábamos con charcos que estaban de pie. Permanecían totalmente de pie, pero había también algunos ligeramente ladeados. Una ocasión, al vernos viajando en el vagón, un numeroso grupo de charcos erguidos se echó a correr a la par de nosotras, pero quedó rezagado... Además de los erguidos, de tiempo en tiempo veíamos también sobrevolar el vagón a charcos voladores. ¡Volaban como crepas! Algunas ranas preguntaron qué era aquello de crepas. –Tampoco yo lo sé –confesó la viajera–, pero puedo decirles ¡que volaban como crepas...! No faltaban tampoco charcos ambulantes, marchaban por el camino meditabundos y a paso cadencioso, sin prestar atención a nuestros gritos. No sólo estaban meditabundos, sino también tristes. Nos topábamos además con charcos apoyados en las poses más
pintorescas al lado de las vías del ferrocarril. Cuando por las noches nos deteníamos por más tiempo, empezábamos a cantar en coro. De inmediato se apiñaban afuera a escuchar nuestro canto. Nos saludaban ruidosamente, les complacían nuestras canciones. –Porque son nostálgicas –señaló una rana y preguntó–: ¿Qué era lo que cantaban más? –Entonábamos distintas canciones pero más a menudo cantábamos: “Prepara tu casorio, rana, rana croadora.” Con esa canción los trastornábamos... Ah, una vez quedamos asombradas al ver un signo vial con el dibujo de una rana. Prestamos atención y nos enteramos que ese signo vial es para los conductores. Si en algún sitio cruzan ranas, allí se coloca una señal para disminuir la velocidad y no aplastar por descuido a alguna rana. –En nuestro país eso es imposible –dio un suspiro la más vieja de las ranas–. En nuestras carreteras jamás colocarán ese tipo de señales. ¡En este país cualquiera te aplasta como le viene en gana! En ranas aplastadas ocupamos el primer lugar. Las ranas jóvenes interrogaron a la viajera: –Si en Europa es tan maravilloso, ¿por qué regresaron a nuestras ciénagas y charcos? –¿Que por qué regresamos...? Porque, a propósito, no deseábamos convertirnos en codornices de agua –respondió la rana y tras un instante de silencio, continuó su relato–: Cuando llegamos y abrieron las puertas del vagón, descubrimos que delante de nosotros se hallaba Europa misma con una bocota así de abierta. Entonces comprendimos que nos habían traído para ser devoradas por Europa. Europa come ranas y para que los demás no se enteren de ello, llama a las ranas codornices de agua. –¡Oooh! –exclamaron en coro las ranas de la ciénega–. ¡Mira tú lo que es la Europa esa! –En cuanto supimos de qué se trataba el asunto –prosiguió la viajera–, hasta la última saltamos del vagón de ferrocarril y nos desperdigamos cada cual por donde pudo. ¡Con mil afanes conseguí volver acá! –¡Malo el cuento! –acordaron sus oyentes. –¡Malo no, malísimo! –expresó la viajera. Se puso a pensar un momento y añadió–: Les diré, pese a todo, ¡no está mal que uno viaje un poco! Si no viaja, ¡de qué otra forma va a enterarse de que en el mundo hay charcos erguidos y que Europa come ranas!
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* Yordán Radíchkov (1929-2004) nació en Kalimanitsi, una aldea de Bulgaria que desapareció bajo las aguas de una represa. En 1959 publicó el libro de cuentos El corazón late por los hombres, al que siguieron cuarenta títulos más. Eterno candidato al Premio Nobel, murió sin recibirlo. En 1971 se le otorgó el Premio de Literatura Dimitrov, uno de los más altos reconocimientos búlgaros. Obtuvo numerosos galardones fuera de su país, entre ellos, en 1984, el prestigioso Premio Grinzane Cavour al mejor libro extranjero publicado en Italia. “Qué hay por Europa”, del libro Malki zhabeshki istorii –Cuentecillos de ranas– publicado en 1996, cobra una actualidad sorprendente a la luz de la crisis europea de estos días.
Traducción del búlgaro de reynol Pérez Vázquez
CARTAS ORIENTALES
Bangk
LA IMPOSIBILIDAD DE HABLAR Y COMPRENDER OTRO IDIOMA PRODUCE FRUSTRACIÓN PERO A LA VEZ AGUDIZA LOS SENTIDOS
Xabier F. Coronado El autobús se detuvo ante un hotel de Bangkok. Nadie tenía ganas
VIDA NOCTURNA
ya de organizar reuniones. La gente andaba en grupos por la ciudad, algunos visitaban los templos, otros iban a los burdeles. Milan Kundera, La insoportable levedad del ser
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20 DE OCTUBRE
ontemplar Bangkok desde el avión causa un hormigueo de inquietud. Esta sensación se produce al no poder abarcar con la vista la totalidad de la desconocida superficie urbana donde se va a llegar en unos minutos. Desde el aire, la capital de Tailandia se ve como un intrincado plano con cientos de kilómetros de calles y avenidas saturadas de edificios, salpicado de amplias zonas verdes, de rascacielos y una serie de venas fluviales que trazan sobre su superficie las líneas de un diseño indescifrable. El avión desciende buscando las pistas de aterrizaje del aeropuerto internacional Suvarnabhumi, en la parte este de la urbe. Cuando pongo el pie en tierra me encuentro en un recinto amplio de arquitectura vanguardista que fue inaugurado en 2006, es el aeropuerto más importante del sudeste asiático y uno de los más modernos y transitados del mundo (46.5 millones de pasajeros en 2014). Bangkok es la puerta de Indochina, lugar de entrada para quienes llegan a este sorprendente territorio de Asia desde todos los puntos del planeta. En la cinta de entrega de equipajes platico con Jérôme, un francés que es la tercera vez que visita Tailandia. Salimos juntos del aeropuerto. Lo primero que impacta es el calor: un termómetro marca 37 grados, son casi las 5 de la tarde. Aunque hace bochorno y el día es gris, hay una brillante claridad que reverbera sobre las superficies metálicas y los cristales con un efecto que nubla la vista. Agarramos un taxi, el tráfico es denso, nos detenemos en casetas de peaje para acceder a vías rápidas de segundo piso. En poco más de media hora llegamos al centro de la ciudad. En una calle con varios hoteles pequeños nos detenemos, entramos en uno que queda junto a un mercado. Mi amigo saluda a la dueña, a la que conoce de otros viajes; yo me entiendo en inglés con la señora, son doce dólares la noche. Las habitaciones están en un patio trasero lleno de flores y plantas. Me ubico en un cuarto pequeño con ventilador, cama grande, mesa y silla. Los baños están afuera.
Cuando salgo del hotel va a comenzar el atardecer. Camino sin rumbo por el mercado, están levantando los puestos, barren y echan agua al piso. Salgo por el otro lado a una calle estrecha y me encuentro con un río de cauce ancho; barcos de todo tamaño navegan en ambas direcciones. Hay una estación fluvial con lanchas atracadas en un muelle cerrado. Veo una gran pizarra de horarios con nombres escritos con letras que no conozco. Al lado, descubro un restaurante que tiene una terraza sobre el agua: mesas con manteles de colores, flores naturales, luces tenues y una suave música oriental, hacen atractivo el lugar. Tengo hambre y no dudo en entrar. Me sitúo en un lugar desde donde observo las dos orillas del río. El gran problema cuando se viaja a Asia es la dificultad del lenguaje. No resulta fácil entenderse y comprender las cosas que pasan alrededor. En Tailandia el idioma es el siamés, una lengua analítica y tonal que pertenece a la familia lingüística tai-kadai, originaria del sur de China, pero su alfabeto deriva del jemer camboyano, que proviene de la antigua escritura india brahmi, como el sánscrito. En las zonas donde hay turismo la información esencial también está escrita en inglés, idioma que en la mayoría de los negocios manejan lo suficiente para comunicarse. En el caso del pequeño restaurante, la carta sólo estaba en siamés pero pude entenderme con el mesero para saber qué contenían los platos. Mi primera comida asiática fue un sabroso pescado al carbón, con ensalada, arroz y una Tiger de medio litro, una cerveza que hizo famosa el escritor Anthony Burgess. El autor de La naranja mecánica (1962) habla de ella y la cita en el título del primer libro de su Trilogía Malasia: Time for a Tiger (1956), que en español se tradujo como La hora de la cerveza (Debate, 1984). El sol se pone mientras ceno, observo cómo va cambiando el color del cielo sobre el río. Me invade una sensación de tranquilidad que deja paso a la excitación que produce la certeza de estar en un país desconocido, ante una cultura por descubrir. Me pregunto en qué parte de la ciudad estoy, cómo se llama el río y el magnífico puente que se ilumina a lo lejos, cuál es esta estación fluvial, a qué embarcaderos llevan sus lanchas… Cuando me levanto y salgo del restaurante, el río es un espejo que se satura con los colores del atardecer. Camino por los muelles y poco a poco el agua se convierte en un fluido oscuro,
Cargamento de piñas en el mercado de Bangkok
surcado por embarcaciones apenas visibles. En el cielo palidecen las estrellas y la noche se puebla de luces. En el hotel encuentro a Jérôme con un grupo de amigos franceses. Compartimos un time for a Tiger y me proponen salir a disfrutar de la vida nocturna de la ciudad. Caminamos media hora por calles poco iluminadas hasta llegar a una de las zonas más visitadas por el turismo: las calles Kao San y Rambutri. La calzada está repleta de gente que pasea entre tiendas, lugares para comer y bares donde beber y bailar. También se ofertan masajes en tumbonas alineadas sobre las banquetas o en habitaciones exclusivas dentro de locales donde se ven urnas llenas de pequeños peces garra rufa, un tipo de carpa, que hacen limpieza natural de pies (ictioterapia), se comen las asperezas de la piel y producen un intenso cosquilleo. Entre los puestos callejeros descubro unos carritos que venden todo tipo de insectos y gusanos tostados para comer como botana; me fijo y distingo ejemplares conocidos en México: chapulines de varios tamaños, especies de escamoles y chinicuiles, e incluso alacranes prietos y cucarachas calcinadas. Vamos a un antro donde se toman bebidas de colores y se danza al ritmo de músicas extáticas. Al salir, tenemos hambre y comemos en la calle; por dos dólares nos sirven un plato de arroz con verduras y camarones salteados cocinados en wok. Mis compañeros buscan un burdel tipo discoteca que conocen de noches anteriores; me disculpo alegando un cansancio que realmente siento y camino de madrugada por calles desiertas de regreso al hotel. La salida nocturna con mis amigos franceses sirvió para darme cuenta de que hay un turismo que llega a Tailandia en busca de jolgorio, alcohol y sexo. Ellos se iban al sur del país, a la franja costera de islas y playas adonde acude mayoritariamente este tipo de viajeros.
kok, puerta de
Bangkok de noche, visto desde la parte superior del Banyan Tree Hotel Foto: Benh Lieu Song. Fuente: commons.wikimedia.org CC BY-SA 3.0
21 AL 25 DE OCTUBRE. RINCONES DE LA CIUDAD Los días siguientes los dedico a ubicarme en este nuevo entorno, a pasear sin rumbo por calles desconocidas dejando que las cosas aparezcan. Me habitúo a los sonidos del idioma, a los olores de la comida especiada, al calor y la humedad, a los cielos despejados del amanecer y las lluvias implacables de las tardes que, durante los monzones, lavan la pátina de polvo y esmog que se acumula sobre la superficie urbana. Gradualmente me acoplo al mundo que me rodea, despacio porque el cambio es fuerte. La imposibilidad de hablar y comprender lo que escucho me produce una frustración extraña y ambivalente; por momentos siento impotencia pero a la vez se agudizan los sentidos. Me doy cuenta de que muchas veces no es necesario hablar y tengo la certeza de que normalmente malgastamos las palabras. Lo primero que llama la atención al llegar a Tailandia es que se conduce por la izquierda. Parece algo sencillo de procesar pero en la práctica cuesta acostumbrarse, sobre todo cuando eres peatón en una ciudad inundada de tránsito vehicular como Bangkok. Los días que estuve allí me llevé más de un susto, sorprendido por coches, motos y autobuses. Bangkok es una ciudad moderna y cosmopolita que está considerada una de las capitales con mejor calidad de vida en Asia; más de 15 millones de personas viven en la zona conurbada. La ciudad tiene rincones anclados en el pasado, donde se pueden descubrir tradiciones y costumbres que forman parte de la cultura ancestral del país. Los espacios más llamativos son los templos budistas (wat), recintos abiertos con edificios de arquitectura simbólica llenos de colorido y tallas en madera, olor a incienso, sonidos de campanas y tambores, un ambiente que estimula los sentidos. Entre los lugares emblemáticos de la ciudad destacan el Templo del Buda Reclinado (Wat Pho), que alberga una estatua recubierta de oro que mide 46 metros de largo y 15 de altura; y el Palacio Real donde, en contraste, se encuentra el Buda Esmeralda, una figura tallada en jade de gran belleza de sólo 45 centímetros; es la imagen más venerada de Tailandia. En mis paseos descubro un lugar impresionante, el Wat Saket, construido en la cima del Phu Khao Thong (Monte Dorado), sobre un antiguo crematorio. Hay un camino con tramos de escaleras que lleva hasta la cumbre, asciende en espiral por jardines, fuentes y filas de campanas. Arriba, entre altares, esculturas y estanPlaza de Bangkok
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Indochina Buda reclinado en el Templo Wat Pho. Fotos del autor
dartes que se mecen al viento, se disfruta de una de las vistas más bellas de Bangkok. Otro de los atractivos de la ciudad son sus parques y jardines. Entre ellos destaca el parque Lumphini, que está situado en el centro, tiene 58 hectáreas y es uno de los pulmones de Bangkok. Hay grandes árboles, un césped cuidado y estanques llenos de peces, donde se puede ver un tipo de lagarto monitor (Varanus salvator), de tamaño considerable, que a menudo sorprende a los turistas. Allí es donde los capitalinos van a pasear y hacer ejercicio; hay un lago para remar, biblioteca pública, espacios para baile y un auditorio para conciertos. Una mañana regreso al río y en el embarcadero me subo a una lancha de pasajeros con destino para mí desconocido. El ruido de los barcos es ensordecedor, la mayoría usan motores reciclados de coche o camión, al que acoplan un largo vástago con una pequeña hélice al extremo para readaptarse a la función acuática. La lancha recorre el río Chao Phraya hacia el sur. En la orilla oeste surge el majestuoso Templo del Amanecer (Wat Arun), con su estupa central de más de 80 metros de altura. Después nos adentramos por canales angostos donde emergen imágenes opuestas a las descritas; es la trastienda que existe en toda gran ciudad, donde la suciedad, las cloacas y la miseria son protagonistas. Rincones donde el ser humano vive bajo mínimos, esa cara oculta de la urbe que siempre asoma cuando uno se aparta de las rutas turísticas. Bangkok tiene gran variedad de mercados, desde las pequeñas lonjas de barrio a los extensos tianguis, como el de Chatuchak, el más grande de Tailandia, con 27 secciones, 8 mil puestos y 200 mil visitantes cada fin de semana. También están los mercados flotantes, alguno de ellos turísticos, como el de Taling Chan, y el extraño tianguis de Mae Klong, que se
instala sobre las vías férreas y cuando pasa el tren, cosa que ocurre varias veces al día, se levantan los puestos para luego volver a ponerse de inmediato. En el mercado nocturno de Khlong Lod conocí a un personaje que hacía bolsos de cuero, se llamaba Sunan. Me acerqué a él porque vi unos ojos que brillaban en una esquina oscura de la calle, al margen de los puestos. Lucía el pelaje lumpen que en las ciudades tienen los sobrevivientes. Sunan, nombre que significa “buenas palabras”, me contó su historia, repleta de injusticia, mala cabeza, abusos y sufrimiento. Acababa de salir de la cárcel y me dijo que allí le habían rapado y maltratado. Sacó de su morral una foto arrugada envuelta en plástico, donde se le veía sonriente, rodeado de turistas güeros, con un aspecto de rastafari feliz que era difícil relacionar con la persona que platicaba conmigo. Le compré una cartera para guardar el pasaporte y, mientras hablábamos, le enlazó una trenza de cuero para poder llevarla en bandolera. Volví a verlo en el mismo sitio un par de noches más tarde, llegamos a charlar y reír como amigos. Meses después, cuando completé mi periplo por Indochina y regresé a Bangkok, busqué a Sunan en el lugar donde le había conocido, pero en la esquina había otra persona que también vendía artesanía de cuero, apenas hablaba inglés y no supo o no quiso decirme qué había sido de mi amigo. Bangkok es un universo cultural múltiple, un cosmos social poliédrico saturado de galaxias y nebulosas, de estrellas que forman las constelaciones del zodiaco urbano, de agujeros negros que reabsorben la energía de una ciudad que impacta por la magia y el misterio de su esencia, por el brillo de su oscura opacidad. Un espacio sin términos medios: el viajero que lo explora descubre lugares donde le sorprenden la tranquilidad y el regocijo o recorre terrenos cenagosos donde le asaltan el desasosiego, la aflicción y la melancolía
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Mariano Flores Castro y Máximo Simpson Marco Antonio Campos
Foto: Conaculta
DOS POETAS: UNO VE LOS AYERES, OTRO LA DANZA ESTETIZANTE Y DOLOROSA DE LAS PALABRAS ALGUNOS RECUERDOS
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n 1966 se fundaron dos nuevas escuelas preparatorias: una, la Ocho, en Mixcoac, y la otra, la Nueve, en Insurgentes Norte. A muchos de los que estudiábamos en otras preparatorias (yo estaba en San Ildefonso), nos cambiaron a un lugar más próximo a nuestras casas, en mi caso, a Mixcoac. A Mariano, no sé por qué, lo cambiaron de Coyoacán, que era su barrio. Aunque en grupos de clase distintos, coincidimos Mariano y yo en quinto de preparatoria, pero tardamos meses en tratarnos. Mariano formaba un grupo de amigos que, con criterio adolescente, considerábamos exquisito, con Edna Orozco, su novia de entonces, Alfredo Kawage, el hijo del periodista Rigel García, y el poeta Mario del Valle. Más tarde se integró Guillermo Rossell. Si adaptáramos una definición de Robert Musil, Mariano a sus diecisiete años era sin duda un joven con atributos. Pertenecía a una clase media acomodada, era bien parecido, vestía bien, tenía una pequeña biblioteca personal y empezaba a escribir poesía. Ya conocía de pintura, que sería una de sus pasiones y en la que destacó años más tarde en la crítica periodística. Amén de eso, tenía la oportunidad de poder convivir en la casa de Coyoacán con su cuñado, Gabriel Figueroa, fotógrafo esencial en la historia del cine mexicano. Asimismo, Mariano sentía orgullo de ser sobrino del crítico literario Antonio Castro Leal, quien ignoro si influyó en algo en los inicios literarios de Mariano. No mentiría si digo que se comportaba, no sé si con razón o sin ella, con alguna arrogancia y una mayor pedantería. En aquel 1966 la poesía era un mundo ajeno para mí; sólo empezaría a serme familiar cosa de un año y medio más tarde; sin embargo, Mariano y Mario solían leerme sus poemas, y los de Mario podían ser larguísimos. No tenía la menor idea entonces de si eran buenos o malos, pero para no parecer más ignorante de lo que ya era, decía cualquier elogio y así me parecía que no quedaba tan mal. Sería muy poco tiempo después cuando Mariano tomó la revista Imaginaria, la cual convirtió también en una pequeña editorial de libros. En esa revista publiqué en 1970
mi primera reseña literaria; fue sobre No me preguntes cómo pasa el tiempo, de José Emilio Pacheco. En esa década de los años setenta, Mariano ocupó puestos diplomáticos en Costa Rica, Suiza y Francia, y dirigió también, en tiempos de Juan José Bremer, Artes Plásticas de Bellas Artes y ejerció la crítica de arte en el suplemento del diario unomásuno. Tal vez fueron sus mejores años. En esa década lo vi poco. José Manuel Pintado era un amigo muy próximo a él. Pese a los años de conocernos, siento que empezamos a hermanarnos más a partir de la década de los ochenta. Mariano se había vuelto más humilde, más humano, y por ende, era más fácil entenderse con él. Yo dirigí casi toda esa década todo lo que se relacionaba con literatura en Difusión Cultural de la unam , y me era relativamente fácil realizar e inventar actividades. Cuando se anda por los treinta años se tiene sobreenergía y las ganas de hacer todo. En esos años, con Bellas Artes y la unam , organizábamos encuentros literarios por casi todo el país, y recuerdo a Mariano en Puebla, en un encuentro nacional de poetas; en Veracruz, en uno de escritores jóvenes, y en Zacatecas, en uno de periodismo. El denodado whisky y las ganas de divertirse a lo grande, en ocasiones con llamaradas fáusticas, lo llevaba a zonas de peligro. Él creía, con su admirado Blake, que “el camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría”, pero también entendió con Quevedo que “el exceso es el veneno de la razón”. Algunos de sus amigos de entonces, o al menos con quienes más lo recuerdo, eran el historiador Luis Barjau, el pintor Paco de Icaza y el poeta Víctor Manuel Mendiola. En su casa de Coyoacán, cuando estaba casado con María, o en casa de Mendiola, en la calle Holanda, nos reuníamos de vez en vez. Nada que ver con el Mariano antiguo: no sólo se había vuelto más afectuoso y sencillo, sino inclusive muy autocrítico. “¿Con qué autoridad moral voy a decirle a la gente cómo se comporte si no soy un ejemplo para nadie?”, me dijo más de una vez en el decurso de los años. Dios y el diablo peleaban furiosamente en su alma y el que iba perdiendo era el cuerpo. Sin embargo, entre sus mayores virtudes, no muy repartida en nuestro medio literario y artístico, fue la de ser muy agradecido con quienes le hacían servicios o favores.
Máximo Simpson. Foto: alerialiteraria.wordpress.com
Mariano tenía, entre varias, dos principales vertientes en su poesía: una estetizante, en la que tomaba del arte, sobre todo de la danza y la literatura, motivos para su lírica; y la otra, cínica y dolorosa, de versos que sangraban al alma, en la cual escribió sus mejores poemas, sobre todo en su último libro, Mirar a ciegas, publicado en Imaginaria, que pasó por desgracia inadvertido para la crítica, como pasa entre nosotros con la mayoría de los buenos libros de poemas. En los últimos años Mariano se volvió aún más humano, y lo poco que podía hacer por uno lo hacía de corazón, como por ejemplo, reproducir textos en la revista virtual que hacía para Culturas Populares. Otra vez, para mi sorpresa, recibí, bellísimamente hecha, mi poesía reunida en un libro virtual, la cual le ha de haber costado muchísimo trabajo. Le di sinceramente las gracias. Me dijo que podía ser el primer libro y que por qué no hacíamos juntos
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una colección virtual. “¿Y cómo la llamaríamos?”, le pregunté. “Imaginaria, claro”, me dijo. El segundo libro que hizo fue de Juan Manuel Roca y ya tenía yo apalabrado el de Antonio Cisneros, pero vino entonces su primer infarto y luego el segundo. Para mala suerte, el vínculo electrónico que permitía ver los libros dejó de funcionar –debe haber una manera de restaurarlo, que yo ignoro. Pero aún me conmueve su gesto. Nadie desconoce que sus últimos años fueron muy difíciles. Su muerte en febrero del año pasado me sorprendió y aún no deja de entristecerme profundamente. Con la muerte de un coetáneo –como sucedió con las de Carlos Montemayor y José Luis Sierra– parece que uno recibe un golpe seco en pleno estómago y el cuerpo se dobla por el golpe. Ya no sólo hacia arriba, en la montaña arbolada, sino a los lados, vemos en el bosque cómo caen los troncos. Sólo me resta dar las gracias a Isabel Benet, quien fue su última compañera, que me haya permitido dejar, en la Casa del Poeta, algunos recuerdos de quien era el más antiguo de mis amigos.
QUÉ TIEMPOS ESOS TIEMPOS Adaptando sin la menor jactancia a Borges, diría que el azar y las leyes “me permitieron compartir un trecho” de la vida, en Ciudad de México y en Buenos Aires, con Máximo Simpson. Me envía ahora su último libro, Transcurso, publicado en Buenos Aires (Ruinas Circulares Ediciones, 2013), donde en cada poema aparece, abierta o soterradamente, la palabra Tiempo. Es el libro de un hombre de más de ochenta años que trata de ver, a través de los inciertos corredores de la memoria, el ayer, o mejor, los ayeres, que al reflexionarlos, se inventan y nos inventan esos ayeres “casi iguales salvo tenues detalles”. O dicho en una admirable aliteración, que da a la vez el recuerdo del canto y la tristeza de lo que ya no tenemos: “Y el pájaro cantó, pretérito cantó.” Aquí los poemas son como cartas de despedida de un hombre profundamente lúcido y profundamente bueno que en un lenguaje premonitorio advierte del mañana vacío en esta tierra cruel y hermosa. Como su gran maestro Borges, Simpson buscó en sus poemas la emoción de la inteligencia, y como él supo que en el transcurso de una vida fue otro y el mismo, y el yo plural y los plurales yo. En este libro, escrito en lenguaje coloquial, que parece un solo poema con variaciones, hay nostalgias que no gasta el recuerdo, una honda ternura por las cosas del mundo, ligeros toques de humor amargo, una angustia triste por lo que pronto se irá, incluido él mismo. De las ocho o diez piezas poéticas que me conmueven en especial del libro, hay tres elegías a amigos idos. Las piezas son: “Carta a Néstor Groppa”, “Ellos” y “Pregunto por Luis”. A Groppa, dice Simpson, ya no lo oirá hablar de poesía, de viajes y de las cosas sencillas de la tierra; a los tres hermanos busca fijarlos en los versos: “Eran Alex, Roberto, eran Gustavo,/ y eran la trinidad de los Alessio,/ tres toques de campana,/ tres candiles,/ tres voces./ Dejaron todo aquí,/ y son los tres ahora tres camisas sin nadie”; o al brasileño Luis Severo definirlo como un ser excepcional “por los cuatro costados de su lejanía”. Simpson inclusive ha dejado para sí mismo un triste y hermoso epitafio que alguna vez, en un todavía muy remoto, ha de inscribirse en su lápida: “Yo me fui y estoy aquí,/ tocando el violín sin cuerdas/ del día que nunca vino.” Muy apreciable, muy entrañable, Transcurso es de esos libros que ahondan aún más en el alma en los años finales
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Ecológica Guillermo Landa
A la memoria de Aldo Zamora, asesinado por defender el corredor biológico Ajusco-Chichinautzin, por bandas de taladores clandestinos en el Parque Nacional Lagunas de Zempoala.
Yo, madero que se tiende hacia el horizonte de la biosfera, legrada por la propulsión a chorro de aviones, proyectiles, cohetes, no quiero ser astillado para armar el vuelo de las cometas asfixiadas con ozono, no para servir de mondadientes en la mesa de sacios y rehartos. Nefando sino me dispensa la dasocracia en manos del comercio cuando, hecho pulpa, en servilletas me deslíe y en limpiaculos enrollado me transmuta, clínecs tapaverijas y cubreareolas, pañales y toallitas, mocaderos, talegas de mandado y envolturas son mis metamorfoseos en basura. La que diáfana fuera celulosa de mi cuerpo envoltura es inmundicia ahora y desecho será de exterminio global signo ominoso. Si la extinguible especie de los hombres me sobrevive, algún testigo trueque mi último serpollo en papel de imprimir donde el poeta escriba la elegía del bosque devastado.
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Aldo Zamora. Foto: www.greenpeace.org
La interio
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EL “YO”: UNA MÁSCARA PARA OCULTAR LA ASTUTA CREATIVIDAD
Fabrizio Andreella fabrizio108@yahoo.com
Pienso que el alma no comienza a tener un contenido notable más que a partir de la cortina de piel que separa el interior del exterior. M. Tournier, Viernes o los limbos del Pacífico El universo se extiende hasta donde el alma es presente y fija sus límites en el punto donde, extendiéndose, el alma lo sostiene. Plotino, Enéadas
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un yo escondido en sus entrañas. La interioridad es entonces un espacio invisible que el hombre trata de manifestar o expandir con sus lenguajes para convertir el mundo en una periferia de sí mismo o una proyección de sus creaciones interiores. El nacimiento del yo interior ha alejado al cuerpo de cualquier realidad superior, obligándolo al papel rudo y autístico de fortaleza del alma, de órgano visible que certifica la separación entre yo y mundo. La idea de “buscar adentro” es una figura retórica que nace de la identificación con un cuerpo entendido como muda envoltura de algo incorpóreo. Hemos fantaseado el cuerpo como sede material de una realidad inmaterial. Sin embargo, pensar que dentro del cuerpo existe un lugar físico llamado interioridad donde se esconde el verdadero yo, es un deplorable desacierto debido al hecho de que nos resulta difícil imaginar el yo ubicuo y no limitado a un punto de vista. De hecho, al final de cuentas, vivimos la identidad como un mero punto de vista. ¿Y si el yo fuese, por el contrario, lo que ningún punto de vista puede alcanzar? ¿Si fuese lo que acoge el concepto de interioridad más que su huésped? Sospecho que el yo alojado en la interioridad no es más que la máscara con la cual la mente ha ocultado su astuta creatividad.
LA INVENCIÓN DE LA INTERIORIDAD
na de las grandes invenciones que ha construido nuestra realidad ha sido la representación de los terrenos que la frontera llamada “yo” ha separado, asignándoles características peculiares y sujetándolos a leyes diferentes. Por un lado, una exterioridad material que ya no es la Madre Naturaleza sino materia amorfa para explotar, que entonces pierde paulatinamente su sacralidad y se torna escenario pasivo para el protagonismo del individuo racional. A ese mundo exterior no se le reconoce una conciencia y por eso no nos sentimos ni partícipes ni responsables de su destino y de los desastres ambientales que causamos. Y por otro lado, una interioridad inmaterial, un espacio construido artificialmente para ubicar nuestra identidad. De hecho, la interioridad es el invernadero imaginario para la cultivación hidropónica de la identidad. Allí, acurrucado en ese refugio, el yo indocumentado tiene la sensación de ser protegido contra la intemperie del mundo y guarda los papeles falsos que el coyote (la mente) le ha dado.
LA INTERIORIDAD COMO ASILO DEL YO Creada y comprendida desde muchos puntos de vista –filosófico, espiritual, psicoanalítico, neurológico, ético– la interioridad ha sido considerada un lugar significativo y un privilegio que califica al ser humano, un ser que tiene
LA ASTUCIA DE LA MENTE La interioridad no es más que el templo ideal que la mente ha elegido para su coronación como reina del mundo. La invención de la interioridad le ha permitido utilizar la existencia como cancha para el juego que más prefiere: la interminable búsqueda de sí misma para conquistar y controlar la realidad. La mente que se refleja en todo lo que contempla, y que transforma en parte de sí misma todo lo que ve, parece ser la hija deforme de la grotesca cópula entre el rey Midas que convertía en oro todo lo que tocaba y Narciso que se enamoró de sí mismo. Ubicando en el cuerpo a su socia factótum y ennobleciéndola con el honrado título de “yo” o con el glorioso apodo de “alma”, la mente nos ha embaucado con el espejismo de la interioridad. La mente amontona imágenes y recuerdos, fantasías y juicios, comentarios y monólogos incesantes, miedos y deseos, y con todo eso llena el hueco llamado interioridad. Llenarlo le es necesario para que no nos demos cuentas de que el yo es nuestra ventana hacia la infinitud. Porque la infinitud, como saben los verdaderos poetas y sabios, es la bienaventurada muerte de toda creación mental. Es curioso que hemos imaginado la actividad mental como recluida en la interioridad más que fluctuante en el espacio. De esta manera, la interioridad se ha presentado como el lugar donde rigen reglas diferentes a las de afuera. En aquel hueco escondido, el yo pudo crecer como
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pura forma mental y responsable absoluto de sí mismo, no tanto porque ha reconocido su poder creativo, sino porque se ha identificado con los dioses y los demonios que ha creado a lo largo de su vida para que lo seduzcan y le indiquen quién es.
LA HUIDA DE LA INTERIORIDAD La piel ha sido el muro perimetral del sujeto que se ha percibido a sí mismo como una entidad interior. La invención de un adentro y un afuera, un alma y un mundo separados por la corporeidad, ha obligado al yo a correr de un lado para otro; de su cofre del tesoro interior a sus áreas más extremas, donde tiene necesariamente que llegar para procurarse los componentes que lo hacen comprensible y presentable a los de más. Este agobiante vagabundeo y esta aparatosa ubicuidad son unos de los motivos por los cuales el yo ha tratado de recolocarse en el espacio más expedito de la interioridad, aprovechando las oportunidades que le ofrece el progreso tecnológico de las interacciones digitales y las consecuentes mutaciones culturales. Una de estas mutaciones es que el yo enamorado del mundo digital se desmarca de la interioridad entendida como el lugar de la máxima independencia y los secretos por salvaguardar. Vivir públicamente todo lo que hasta ayer eran exquisiteces para gozar con complicidad íntima y bien seleccionada, o trapos sucios para lavar en casa, parece ser un acto necesario para poder acceder al mercado postmoderno de la identidad. La introspección hoy es rebasada por la interacción y el yo se ha asentado en los viaductos informativos, donde deambula buscando nuevos símbolos que lo hagan lucir en el espectáculo público. En la gran carrera de la perpetua metamorfosis colectiva, la evanescencia y la fluctuación del yo son ahora elementos necesarios para tener éxito.
LA INTERIORIDAD EXTERIORIZADA El nomadismo de este yo pulverizado es más adecuado que el alma interior para interpretar las nuevas realidades digitales, que tornan inútil y hasta molesta cualquier identificación del yo con escenarios localizados espacial o psíquicamente. La incontinencia de la comunicación digital va en la dirección contraria a la interiorización como forma del conocimiento. Esta sería una extraordinaria oportunidad para liberar al yo de sus representaciones. Sin embargo, hoy el hombre sale de sí no tanto para descubrir la realidad como para llenarla de sí, para enunciarse a sí mismo, para meter el propio nombre en el directorio telemático de la humanidad y la propia silueta en el paisaje del espectáculo público.
Ilustraciones: obras de los ganadores del concurso de escultura de arena en Hampton Beach, 2003
oridad
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paradójica edificación de un hueco) EL YO DE LOS ANTIGUOS, EL YO DE LOS MODERNOS Simbólicamente, la sede del yo hoy se ha mudado del corazón a la piel. Este es en realidad el regreso a una forma de sentir muy antigua. Para los modernos, el alma es un espacio obscuro que la introspección trata de alumbrar, un depósito misterioso donde se esconden los arcanos de la vida. Para los antiguos, al contrario, el alma es una chispa divina que explora cuerpos y circunstancias diferentes. Es un barco entre las olas del mar que lleva el hombre a lo largo de toda su aventura por la vida. En otras palabras, el alma de los antiguos no es un lugar, es más bien una travesía. Es el dios que visita su creación, que se entretiene un rato con una vida humana. Entonces el ser antiguo se ofrece a sí mismo como escenario para acoger las incursiones ultraterrenas en la realidad terrenal. Acepta ser invadido por el dios que, sin dar explicaciones o pedir permiso, está de visita en su vida y
la deja transformada. El ser moderno, al contrario, se pone a la búsqueda de Dios y de su Creación, independientemente de las formas y los nombres religiosos, filosóficos, científicos o psicológicos que atribuye a esa entidad. Lo hace recluyéndose en su laboratorio mental, del cual está muy orgulloso, para elaborar la lectura de la realidad que su mente le permite.
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Hoy el hombre sale de sí no tanto para descubrir la realidad como para llenarla de sí.
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El yo se torna entonces figura cercana a la ola, fluctuante en el mar sin orillas de la comunicación perenne. Aquí oscila entre dos posibilidades: coincidir con los flujos informativos que lo fascinan, o autoextinguirse para que la totalidad de los signos no encuentre ningún obstáculo en su existencia psíquica y corporal.
Para el ser antiguo, proclive a los símbolos del Mito más que a los códigos del Logos, el yo está por doquier, porque por doquier puede vagar su mente. El ser moderno, al contrario, ha atribuido al yo el papel de mausoleo íntimo de las obras mentales. La interioridad –teatro de las búsquedas, los celos y las angustias más importantes– sustituye entonces al Olimpo como lugar de los eternos conflictos entre bien y mal, entre luz y sombra. Para tratar de aislar lo que es hiperbólico y devastador para la dimensión humana, los antiguos habían confinado en esa montaña las fuerzas incontenibles y misteriosas del universo. A esas fuerzas les habían dado forma y nombre de dioses, que en aquel monte lejano y áspero se desahogaban sin involucrar a cada momento a los hombres en las desventuradas consecuencias de sus pleitos. Con el individuo moderno, los dioses, aburridos e irritados por su fría pasión racionalista, han abandonado el Olimpo y se han escondidos en el lugar más impensable e inverosímil: la interioridad. Allí, venganza tremenda, han empezado nuevamente sus juegos y sus luchas, pero sin revelarse al sujeto que los hospeda. Las aflicciones del ser sigue
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ENSAYO LA RACIONALIZACIÓN DE LA INTERIORIDAD El cogito ergo sum cartesiano inaugura filosóficamente la modernidad liberando al hombre tanto del ángel como del animal, es decir, de sus extremidades más frustrantes y menos manipulables. La domesticación del hombre moderno empieza allí, no solamente interpretándose a sí mismo como ser pensante, sino también entendiendo la existencia como un escenario delimitado por las reglas de la mente. De allí en adelante, el hombre tendrá la electrizante sensación de haber conseguido su independencia de los molestos lastres de una trascendencia enajenante y establecida por un lejano ser divino. Empero, esa euforia tendrá que convivir con la nueva, pesada responsabilidad de tener que encontrar un sentido a la realidad sin ninguna ayuda externa al pensamiento. Esa espinosa soledad es la condición de todo ser humano que ha puesto a la mente en el trono de su existencia. Después de Descartes (que aquí utilizo solamente como emblema de la codificación de la interioridad), el hombre cree que detrás o antes de la mente se encuentran sólo desiertos donde vagabundean bestias raras y peligrosas. La afirmación “pienso luego existo” (que hoy no es una tesis filosófica, sino la forma de experimentar la vida en toda la cultura occidental) es entonces el límite que el hombre moderno ha infligido a su búsqueda, y que permite a la mente tener un solo adversario: ella misma.
LA INTERIORIDAD POSTMODERNA La época en la cual el hombre se define a sí mismo a través de una mirada exploratoria sobre su interioridad se está acabando. Ha sido una digresión moderna, preparada por algunos acontecimientos de los antiguos, que la postmodernidad lleva a su conclusión. Hoy las interacciones sociales, aunque virtuales, definen al sujeto más que su relación consigo mismo. El yo es una red de relaciones. Con la inexorable decadencia de la lectura –formidable instrumento obstétrico para el nacimiento de un yo real, profundo y personal– los instrumentos audiovisuales dan espacio no tanto al diálogo íntimo de la persona como a la interacción entre personajes. La identidad migra entonces de la interioridad hacia los espacios ventosos de la comunicación. En el contexto postmoderno, la interioridad ya no es el lugar donde encontrar el propio yo. La interioridad sigue el destino del cuerpo: de lugar ideal e inviolable donde alojar a el yo, se torna banal visceralidad anatómica, codificada y representada por la tecnología aplicada a la medicina, que da una forma de carnalidad virtual al paisaje invisible de la interioridad.
LA SOMBRA PERDIDA DE LA INTERIORIDAD Si la invención de la interioridad había ofrecido a la ilusión del yo un lugar para estabilizarse, hoy en día ese espejismo parece demasiado frágil en el nuevo contexto de las praderas digitales como nuevo domicilio de la identidad. Un domicilio que multiplica incesantemente sus direcciones, que rechaza la estabilidad y que por eso ejerce una fascinación irresistible sobre un ser ya incapaz de mantener la atención focalizada en algo durante más tiempo del suficiente para consumirlo. Por eso la adicción a la velocidad (de la percepción y del consumo) es hoy la más popular. Estamos acostumbrados a una incesante estimulación mental para consu-
mir y no solamente mercancías. Cuando el consumo se torna esquema psíquico, condición del alma, forma ineludible de acercarse al mundo, no nos permite contemplar lo real; es decir, la simple existencia en la infinitud. La mente exige que consumamos conceptos, opiniones, suposiciones, recuerdos. Es la condición necesaria para su supervivencia. Somos seres que la jaula de la mente puede atrapar con su actividad, ocultándonos el simple e imperecedero goce de existir. Inicialmente, el abandono de la interioridad como sede del yo ofrece un alivio emocional, una ligereza existencial, porque el individuo parece poder finalmente respirar al aire libre. Sin embargo, bajo la luz perpendicular de un mediodía perenne ofrecido por los reflectores de los medios de comunicación y de los social media, la sombra de la interioridad, esa sombra refrescante donde era posible descansar en silencio quitándose las máscaras de la identidad pública, a veces hace falta. El resultado de esta exposición continua es ambiguo. Puede llevar a un ciego aislamiento que nos obliga a fingir que vemos a la muchedumbre en la colección de monólogos que llenan nuestras páginas de Facebook. O puede llevar a la liberación de la doble vida hecha de virtudes públicas y vicios privados.
LA DISEMINACIÓN DEL YO Cuando el individuo se reconoce en su interioridad, el yo busca tenazmente sus límites para poder conquistar la conciencia de sí y el control de todo el territorio psíquico que ocupa. Cuando, al contrario, se realiza en la interacción, el yo rechaza cualquier límite para poder propagar su representación. Esparcirse es la nueva necesidad del yo, como si necesitara fecundar perennemente el mundo con las imágenes de sí mismo que más le agradan. Sin embargo, los antiguos griegos nos recuerdan que el coito incesante entre Urano y Gea impide a la diosa
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Hemos pasado de una psiquis como espejo a una psiquis como ventana.
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humano, entonces, se han tornado cada vez más interiores y más desconocidas.
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embarazada descargarse. Por eso será necesaria la castración del dios y el consecuente alejamiento de la diosa. De la misma forma, la morbosa y obsesiva adhesión que hoy existe entre el yo y el mundo digital no permite el nacimiento y el desarrollo real de los personajes concebidos virtualmente sin limitaciones. No es por nada que “sin límites” quiere decir también, en último análisis, “sin finalidad”, e implica un inconsciente proceso de destrucción sin sentido.
DEL YO COMO ESPEJO AL YO COMO VENTANA Hoy en día, con la rudeza expeditiva que la caracteriza, la tecnología invita al hombre a reconocerse en un yo diseminado y ya no más protegido por la fortaleza de la interioridad. Es un yo sin origen y sin destino que parece evocar confusa e inconscientemente las más antiguas enseñanzas espirituales. Entonces, quizá hay algo de apasionante y esperanzador en la deflagración del yo postmoderno desalojado de la interioridad. Hemos pasado de una psiquis como espejo a una psiquis como ventana. El espejo interior se ha vuelto diáfano, su marco es vago, huidizo y ya no tiene el poder de reflejar la imagen que queremos construir. El espejo es ahora una ventana hacia el vacío. Claro está, la sociedad del consumo trata de llenar ese espacio con una multitud de microespejitos, las pantallas que nos pone enfrente –tablets, celulares, computadoras, televisores. El vacío asusta al yo, pero asusta aún más al sistema económico del consumo espectacularizado, que no puede admitir el vacío porque necesita que cada espacio siempre sea un escaparate. Ese sistema considera un yo independiente y reflexivo como algo obsoleto e improductivo, un freno en la boca del caballo salvaje de los intercambios económicos. Saber distanciarse de los impulsos instintivos que la comunicación global nos propone e impone para transformar todo –política, economía, cultura y religión; afectos, sexualidad, alegría y felicidad– en productos para consumir, es un reto muy difícil en una época fundada sobre la impulsividad emocional y la instantaneidad de la gratificación. Sobre todo porque, en ese espacio abierto del yo como ventana, la mente rastrea tozudamente aun la más leve agitación para componer nuevas figuras e ideas. Así tiene el material para seguir construyendo la complejidad y poderla codificar. Ese ejercicio de la mente es lo que le permite afirmar la necesidad de su rol totalitario y pedirle al yo que se someta a la realidad que ella ha organizado con tanto esmero.
EL HUECO Y EL ANDAMIAJE La tecnología ha permitido al yo salir de la celda de la interioridad donde la teología lo había recluido. Si este proceso tendrá como fin último el reconocimiento de la infinitud del yo o el encadenamiento a sus interminables representaciones en las redes digitales, es una interrogante que no tiene todavía una respuesta. Sin embargo, lo que sí se puede decir es que ya tenemos en los hombros la experiencia, y en la mirada las cicatrices, para poder decir que, asomándonos a los miradores de la mente, avistamos claramente la desventura y la falta de alegría que cualquier código conceptual que estructure la realidad brinda al ser humano después de haberlo fascinado con su esplendor. Entonces, cualquier concepto de alma, interioridad o del yo es solamente un concepto, es decir, el andamiaje del edificio de la existencia. Y resulta ridículo quedarse viviendo en un andamiaje en lugar de tirarlo para entrar en la casa y disfrutarla
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LEER
Jornada Semanal • Número 1070 • 6 de septiembre de 2015
El gran océano, Rafael Bernal, Fondo de Cultura Económica, México, 2015.
LOS MÁRGENES EJEMPLARES DE LA HISTORIA LUIS GUILLERMO IBARRA
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n esta obra, Rafael Bernal (1915-1972) se revela como un ferviente seguidor de la historia de larga duración y de los procesos de “transculturización” en los relatos de la “expansión de Occidente”. El impresionante y vasto espacio marítimo, maravilloso y enigmático, con “miles de islas relegadas”, “habitadas desde tiempos antiguos”, lo convierte, como recomendaba el historiador Toynbee, en el “estudio de un campo histórico inteligible”. Diarios y crónicas de viajeros, desde los de Magallanes y Pigafetta, le ofrecen un amplio panorama de casi cinco siglos repletos de conquistas, expansiones y conflictos. Esta obra, concluida en 1965, muestra el trabajo de la historia bajo el impulso de una certera disciplina y una gran pasión. Sin embargo, la ganancia mayor para los lectores es la de un estilo trasparente, evocador de los acontecimientos históricos como una “gran trama narrativa”. El mismo año que finaliza esta obra, Bernal publica el libro México en Filipinas: estudio de una transculturación. Como Ministro de la embajada de nuestro país en Manila, el autor se convierte, de manera inmediata, en un observador y estudioso de aquel entorno, con más cercanías que distancias respecto de México. El festejo de los cuatro siglos que habían pasado desde aquel momento en el que don Miguel López d e L e g a z p i p a r t i ó d e l p u e r t o d e Barra de Navidad, en Jalisco, para colonizar el archipiélago del mar oriente, fue propicio para redescubrir la relación histórica entre ambas naciones. El encargo que se le hace al escritor y diplomático, el de escribir un libro en el que se mostraran los lazos que unieron y seguían compartiendo Filipinas y México, tiene como respuesta una obra en la que cobran trascendencia las nuevas miradas a la “transculturización” entre Oriente y Occidente. Rafael Bernal resalta la construcción de identidades propias de un país. Desde los primeros proyectos de expansión, a veces de espaldas a la corona española, en medio de intrigas, traiciones o solidarias aventuras de conquista, desde América, se vislumbran ya esas señales de una historia contada desde la antesala de regiones aún por edificarse. Filipinas entraría en esta trama de conexiones geográficas. Sin embargo, aún con la expansión de Occidente, el eco de la cultura oriental, situada en
estas islas desde el siglo vii de nuestra era, prevalece y triunfa. Bernal conecta así pasado y presente, analiza las costumbres, la vida social y la estructura familiar, sin olvidar las libertades religiosas y de enseñanza, la autonomía de las fuerzas armadas y el imperio de una lengua que da vida a una cultura que, a veces, parece no haber sido tocada por la expansión occidental. Si Rafael Bernal hubiera escrito sólo estos dos libros, seguramente su pasaje a la historiografía mexicana, por sus originales aportaciones, lo tendría –como lo tiene ahora– más que asegurado. Sin embargo, en el escritor mexicano, nacido un año después de la guerra del siglo, había algo más que esas preocupaciones. Cuando concluye y publica aquellas obras ya era un escritor maduro, rayando en el medio siglo. En aquel entonces, a pesar de sus andanzas por Estados Unidos, Canadá, Filipinas y varios países latinoamericanos, el periplo de sus aventuras políticas, su trabajo periodístico y diplomático, su muy discreta y apartada vocación literaria, representada en seis novelas, un libro de cuentos, dos libros de poesía y media docena de obras de teatro, su labor como guionista de cine, se mantenía un tanto alejado de las esferas mayores de la intelectualidad mexicana. Sin embargo, para quien se atreva a pensar en un escritor que abrió las puertas a las más fructíferas osadías en la narrativa mexicana, no debe olvidarse de él. El referente histórico es un elemento básico para entender muchas de sus novelas. La obra de Rafael Bernal se traduce en una capacidad insólita para nuestras letras: la de haber creado en pleno siglo xx una serie de “novelas ejemplares”. Pero también por el hecho de haber situado los márgenes históricos en sus variadas tramas narrativas. En su novela policíaca El complot mongol (1969), su obra más celebrada, entreteje de un solo tirón historia de la Revolución mexicana, los escenarios de los conflictos políticos internacionales y nacionales, la cultura oriental y la Ciudad de México, temas ya referidos por el escritor. Lo importante es esa nueva reescritura que hace de ellos y la manera en que los sostiene y los incrusta en los discursos de la Revolución mexicana ya institucionalizada y con claros visos de decadencia. Nadie puede resistir el impacto ante una genialidad que alojó a un original historiador, al visionario de la más original fábula de ciencia ficción mexicana, al puntual y a veces extremo novelista político y de la Revolución, al hilarante creador policial, al cuentista postrevolucionario o al poeta. A contracorriente, al margen de lo establecido por los lineamientos intelectuales desde la oficialidad mayoritaria del país, Rafael Bernal no tuvo el reparo de ser todos los narradores que quiso ser. Mencionamos la importancia que tuvo la historia en su oficio de escritor. No debemos dejar de lado el lenguaje, el cual se convirtió en objeto de estudio para su tesis Mestizaje en el idioma español en el siglo xvi , por la que obtendría el Doctorado en Letras, cum laude, en la Universidad de Friburgo, Suiza; ese lenguaje que fue su arma mayor para borrar ese olvido al que se le condenó por mucho tiempo •
En nuestro próximo número
El ojo de dios, Guillermo Tessel, Planeta, México, 2015. Bajo el nombre que aparece en portada está el de Gabriel Gómez López, investigador docente en la Universidad de Guadalajara, que entre otros títulos ha publicado Con la punta su arpón y ha colaborado en los volúmenes colectivos Acercamientos a Olga Orozco y Literatura en diálogo. Asimismo, en 2008 obtuvo mención en el Concurso Nacional de Cuento Agustín Yáñez. El “ojo de dios” al que alude el título es un faro que “ilumina la antigua ciudad de Iskandria, gemela de Alejandría [...] estrechamente ligado a Alejandro Magno y a su misteriosa muerte, así como a un decrépito anciano que finalmente se revelará como el hermano del tirano Demetrios”. Con esta novela, Gómez López/Tessel toma un lugar entre los autores que involucran su capacidad narrativa en la confección de fábulas donde lo más notorio es la mixtura entre el dato histórico, la ficción pura y gran cantidad de elementos propios del simbolismo esotérico.
visita nuestro PDF interactivo en: http://www.jornada.unam.mx/
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal
ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ, a cien años de su nacimiento Gabriel Vargas Lozano El Haití preelectoral y los derechos humanos
ARTE Y PENSAMIENTO ........
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Naief Yehya
Agustín Ramos
A la memoria de Vlady Victorovich Serge
1.
CON EL ESTILO EXTREMO y coherente que lo caracteriza, el revolucionario Víctor Serge escribe en Memorias de mundos desaparecidos:“Las existencias individuales no me interesaban –empezando por la mía– sino en función de la gran vida colectiva de la que no somos sino parcelas dotadas de conciencia. La forma de la novela clásica me pareció pobre y superada… La banal novela francesa en particular, con su drama de amor y de interés centrado cuando más en una familia, me ofrecía el ejemplo que
cepción estética y política de Víctor Serge, quien en toda su obra –aun en la propagandística, pero sobre todo en la histórica y en la literaria– registró biografías colectivas sin héroes: la historia como origen y como producto de la sociedad. ¡Cómo!, se preguntaron las autoridades académicas y políticas, los críticos y El Lector, al topar con un protagonista distinto al de las clasificaciones establecidas. ¡Cómo!, ¿la cima de la literatura universal rebajada a la vulgar colectividad? 2. Los hombres en la cárcel fue la prime- ¿Acaso esto puede considerarse literatura de las tres novelas que Serge escribió ra? Y tras el escándalo sordo vino la desdesde su expulsión del Partido Comunis- calificación, la persecución y el olvido. ta Soviético hasta su destierro. Acerca de 3. No sin las turbulencias propias de la segunda, titulada El nacimiento de nuestra fuerza, el autor comenta que su propó- los procesos artísticos cuando se les quiesito era “pintar el ascenso del idealismo re imponer un orden o infligir una clarevolucionario a través de la Europa de- sificación, la narrativa universal traza una línea que, por así decirlo, desciende vastada de 1917-1918”. La tercera novela del ciclo empieza y del dios de dioses al más humano de los termina con los mismos párrafos:“Largas humanos. El héroe y el noble toman el sitio que noches parecieron apartarse a desgana de la ciudad, por horas. Una luz gris de al- ocupó la divinidad. Luego adviene la marba o de crepúsculo, filtrada a través del ginal Celestina quien, impulsando a entecho de nubes de un blanco sucio, se tidades intermedias como don Quijote y vertía entonces sobre las cosas como re- Hamlet, abre paso a la individualidad noflejo empobrecido de un lejano glaciar…” velesca del siglo xix que, a su vez, desemSólo que los párrafos de la parte final bocará en la colectividad de la no ficción están antecedidos del adverbio “de nue- si pasan los tiempos y la moda del antihévo”: “De nuevo largas noches parecieron roe desenmascarado por Ernest Mandel apartarse a desgana de la ciudad…” en Crimen delicioso. A estas novelas se agregarían, una déEl protagonista, para resumir la tracada después, Medianoche en el siglo y yectoria de la épica desde la antigüedad El caso Tulayev. Y resulta obvio que en ca- hasta un futuro posible, va asemejándoda una de las cinco el protagonismo de se en forma cada vez más descarnada a la las individualidades se desplaza hacia la comunidad. Porque el arte narrativo no colectividad, no en detrimento del indi- se detiene, continúa ahondando y ensanviduo sino para presentarlo integralmen- chando la brecha que llevó del señor dios te, en su realidad más completa. al pobre diablo o, lo que es lo mismo, del Puede afirmarse, entonces, que la re- él al yo, un yo que se muda hacia el nosopetición de párrafos al principio y al final tros en obras donde el protagonista ya de Ciudad ganada expresa tanto el reini- no es tanto un personaje como su circio de una tragedia histórica como la con- cunstancia y la comunidad que lo desdibuja dándole, a cambio, un perfil más acabado. En la mencionada última novela sergiana, el arranque de las purgas estalinistas pesa más que Tulayev y que el resto de actores –Romachkin, Kostia, Stern–, e incluso más que Rýzhik, un personaje que transmigra en varias novelas de Serge narrando y siendo narrado, describiendo y reelaborando, minuciosamente, la trama social y la naturaleza, a costa –pero también a favor– de las peripecias particulares •
no había que seguir en ningún caso. Mi primera novela no tuvo personaje central; no trata de mí ni de alguien más sino de los hombres y de la cárcel.” Todo el “quinteto novelístico informal” de Serge lo confirma. Por ejemplo Richard Greeman al traducir al inglés la quinta y última de esas novelas, El caso Tulayev, dijo que en ella “el protagonista individual se sustituye por una especie de héroe colectivo: ‘los camaradas’”.
Doris Salcedo: duelo, memoria y silencio i
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L ARTE POLÍTICO A menudo peca de ser solemne, santurrón, desechable y manipulador. A menudo es tóxico, kitsch y demagógico. Sin embargo, podemos pensar a la inversa en ejemplos como Desastres de la guerra, de Francisco Goya o en Guernica, de Picasso. La diferencia entre obras como éstas y trabajos de realismo socialista (o fascista) y de denuncia es que transmitir un mensaje político no es lo mismo que representar el dolor y la tragedia de las víctimas de la violencia criminal o política (que a menudo colindan y se intersectan) sin explotarlas en beneficio de una causa. Desde hace décadas, el trabajo de la colombiana Doris Salcedo (1958) se ha enfocado en la devastación y la catástrofe social que ha dejado la violencia gubernamental y criminal, así como la guerra contra el narco. Las desapariciones, secuestros, asesinatos, atentados y fosas comunes clandestinas son el contexto de una obra austera y perturbadora que consistentemente crea una sensación de ausencia, pérdida y abandono. ii
El Museo Guggenheim ha organizado una retrospectiva de tres décadas de la obra de esta artista, titulada simplemente Doris Salcedo, la cual ha sido instalada en los cuatro pisos de las galerías de la torre del museo y no en la emblemática galería rampa espiral de la rotonda. Esto que usualmente podría percibirse como un acto de desdén en realidad ha sido una estrategia acertada, ya que la obra de Salcedo se aprecia mejor en salas cerradas (ligeramente claustrofóbicas) mientras que la iluminación y el plano inclinado de esos pisos sería una distracción. Estas salas en cambio imprimen una sensación institucional a las piezas y se evoca por momentos una prisión, un hospital o una morgue. Nada en las piezas minimalistas de esta artista nacida en Bogotá contiene referencias específicas a crímenes o atrocidades. No hay elementos didácticos, no hay denuncias a políticos o criminales específicos, sin embargo, buena parte de sus obras alude a eventos catastróficos del pasado reciente. El espacio doméstico es reconstituido en un dominio frío e inhabitable. Sus sillas, camas y armarios descuartizados y rearmados en formas caprichosas que luego rellena con cemento, hablan de una desaparición de la intimidad. De cuando en cuando, entre el concreto vaciado en cajones, podemos ver artículos personales encapsulados en sólidas masas grises. Ropa y otras posesiones humanas que han dejado de tener sentido tras la desaparición de sus dueños sirven como obstinados recordatorios de otros tiempos, rastros para una arqueología de la inhumanidad. iii
Este hostil mobiliario de la angustia pone en evidencia que durante los años de la Guerra sucia el hogar no ofrecía más refugio que la calle. Las instalaciones de estos objetos torturados crean paisajes de devastación que recuerdan ciertas atmósferas del cine de horror, de una amenaza a la integridad personal que se esconde en obje-
tos sólidos, inexpresivos e inútiles. Por otro lado, Salcedo ha producido arte público impactante, así como obras e intervenciones en diversos espacios en el mundo, como aquellas mil 150 sillas apiladas en un terreno baldío en Estambul o Shibboleth, la cisma o fractura en el piso de la Sala de Turbinas de la Galería Tate de Londres. De cualquier manera, estos trabajos, independientemente de su dimensión, tratan de una u otra manera sobre el duelo y el dolor. Salcedo tiene como principal objetivo ser fiel a la experiencia de las víctimas y sus familiares, de manera que intenta crear una obra “que no tiene que ver con ella”.
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La pieza Atrabiliarios (1992-2004) es un amargo homenaje a la memoria de mujeres desaparecidas en el que emplea zapatos y otros objetos femeninos dispuestos, casi como si se tratara de reliquias religiosas, en nichos creados en la pared del museo, cubiertos por un fino pergamino translúcido que permite ver borroso el contenido y que a su vez está cuidadosamente cosido al muro. Plegaria muda (20082010) es una serie de mesas de madera, una montada sobre otra, con una capa de tierra entre ambas y con las patas hacia arriba, en la que crecen espigas de pasto. Al recorrer el laberinto que se forma con estas extrañas y simples formas, se tiene la impresión de atravesar un cementerio en donde los rectángulos recuerdan tumbas y las patas parecen implicar lápidas anónimas. Una de las obras más fascinantes de la muestra es la reciente A flor de piel (2014), realizada en homenaje a una enfermera colombiana que fue torturada y asesinada, y que consiste en una gran mortaja o lienzo hecho de pétalos de rosa cosidos que dan la impresión de ser una inmensa piel. Es difícil saber si el calificativo de arte político puede aplicarse al trabajo de Salcedo; sin embargo, pocos artistas como ella logran transmitir el malestar y la angustia de un mundo violento y sin justicia •
JORNADA VIRTUAL
Revolución y literatura (i de ii)
TOMAR LA PALABRA
naief.yehya@gmail.com
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........ ARTE Y PENSAMIENTO O
Jornada Semanal • Número 1070 • 6 de septiembre de 2015
Alonso Arreola
germaine@casalamm.com.mx
@LabAlonso
Miguel Ángel Buonarroti, Il Divino
¡Qué cierre el de la Sinfónica de Minería!
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EONARDO DA VINCI y Miguel Ángel Buonarroti, las dos luminarias del Renacimiento, convivieron bajo el mismo techo en exposiciones paralelas en el Museo del Palacio de Bellas Artes. La muestra de Leonardo, recién reseñada en este espacio, concluyó hace dos semanas, en tanto que la de Miguel Ángel sigue atrayendo multitudes y permanecerá hasta el 27 de septiembre. A decir de los organizadores, es la exhibición más nutrida del creador florentino que se haya presentado en América Latina. Quizás son pocos los trabajos (veintinueve) que se reunieron del protagonista de la muestra y no todos son precisamente “obras maestras”, pero el conjunto complementado con
cuarenta y cinco piezas de artistas de su círculo o que denotan su influencia, integra un guión curatorial interesante que, desde luego, merece la visita. La exposición está dividida en cinco núcleos temáticos que invitan al espectador a hacer un recorrido por los senderos creativos de Miguel Ángel. No hay ninguna pintura de su autoría, pero se presenta un buen número de dibujos preparatorios que dan cuenta de su proceso creativo en la ejecución de pinturas, esculturas y obras arquitectónicas. Es bien sabido que Miguel Ángel –a diferencia de Leonardo– privilegió la escultura sobre todas las artes, dejando inclusive testimonio de su apatía y menosprecio por el género pictórico. Con la ironía que lo caracterizaba escribió: “La pintura me parece mejor en tanto se parezca a la escultura, y la escultura me parece peor en la medida en que se acerca a la pintura.” Sin embargo, a pesar de desdeñar este arte, nos legó una de las obras pictóricas más portentosas de todos los tiempos –los frescos en la Capilla Sixtina– y un vasto corpus de dibujos impresionantes que son ejemplo de su búsqueda de la perfección a través del riguroso estudio del cuerpo humano. Entre los dibujos aquí exhibidos, atrapa especialmente mi atención el boceto para la Batalla de Cascina, obra que fue comisionada para decorar la Sala del Consejo en el Palazzo Vecchio de Florencia pero que nunca fue realizada, y de la que se conservó el cartón preparatorio, hoy también desaparecido. Esta pequeña y delicada joyita logra expresar con vehemencia la fuerza turbulenta de la pasión miguelangelesca en un torbellino de cuerpos voluminosos y dinámicos que se entreveran en una suerte de lucha dancística. La pieza más celebrada de la muestra es quizás el Cristo Portacroce, también conocido como Cristo Giustiniani, colocada al inicio del recorrido como foco de atracción. Tras siglos de ser atribuida a un escultor anónimo del siglo xvii, apenas hace cuatros años las investigadoras Silvia Danesi Squarzina e Irene Baldriga revelaron la autoría de esta magnífica pieza del genio florentino. El devenir de la obra está
ligado al carácter intempestivo de su creador. La historia cuenta que es una pieza non finita que Buonarroti abandonó poco antes de ser terminada, cuando descubrió una veta negra en el mármol impoluto que atravesaba el rostro del Cristo. Por azares del destino, años más tarde la estatua cayó en manos de un anticuario y atrajo la atención del marqués Vincenzo Giustiniani, mecenas y connoisseur que la integró a su colección de escultura antigua. Su descendiente, Andrea Giustiniani, trasladó la pieza a la iglesia-mausoleo familiar de San Vincenzo, en el pueblo de Bassano Romano, donde se encuentra hasta la fecha. Las investigaciones recientes confirman que se trata de la primera versión del Cristo que Miguel Ángel se vio obligado a rehacer para la iglesia de Santa María sobre Minerva, en Roma. Dos retratos soberbios merecen especial atención: Lorenzo de Medici, de Giorgio Vasari y Julio ii , de Rafael Sanzio, obras emblemáticas de ese período, provenientes de la Galería Uffizi en Florencia. El retrato de Vittoria Colonna, Cristofano de Papi, quizás intrigue a los visitantes. Su presencia obedece a la estrecha relación que esta mujer tuvo con Miguel Ángel, quien la consideró su gran “amiga espiritual”. Hay buenos ejemplos de dibujos y obras gráficas de artistas que revelan la influencia directa de este creador que en su época fue llamado Il Divino, aunque el diálogo que se plantea con las obras de reconocidos artistas novohispanos –a pesar de que seguramente abrevaron en sus fuentes– me parece un tanto forzado. La grandeza de Miguel Ángel –al igual que su rival, Da Vinci– atraviesa todas las épocas y todos los géneros. Es de agradecerse la oportunidad de ver estas obras en nuestro país • Estudio de desnudo masculino. Arriba: Cristo Portacroce (Cristo Giustiniani)
ARTES VISUALES
Germaine Gómez Haro
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OMO NOSOTROS, MUCHOS ENTUSIASTAS hacían fila en la taquilla de la Sala Nezahualcóyotl. Aún faltaban tres horas para el concierto de gala que cerraría la temporada de verano de la Orquesta Sinfónica de Minería, así que cruzábamos dedos en las bolsas de chamarras y gabardinas. Tal como nos sucedió horas antes, tampoco ellos fueron atendidos por teléfono cuando quisieron verificar la disponibilidad de entradas. Día complicado, llegar al Centro Cultural Universitario bajo la lluvia y sortear los remanentes del Maratón de la Ciudad de México fueron el aperitivo de una espera frustrante.
Apenas nos dejaron pasar el mensaje fue claro: “No hay lugares, están agotados desde hace dos meses.” Entonces, las preguntas airadas: “¿Por qué no poner un letrero para que la gente espere bajo su riesgo?; ¿por qué no lo informan en redes y sitios web?; ¿por qué nadie responde las llamadas?” Venido del cristal, por supuesto, escuchamos el surrealismo sindicalizado: “Sí contestamos el teléfono y no hay nada que hacer… a menos que esperen a ver si liberamos boletos a última hora.” A punto de claudicar, la suerte apareció: alguien ofreció, a precio regular, dos lugares sobrantes. Los compramos pero seguimos un rato los acontecimientos en taquilla. Muchas personas renunciarían ante la incertidumbre. Ello nos molestó pues el foro mostró cerca de doscientas butacas vacías de principio a fin del espectáculo. En fin. Imposible soslayar lo ocurrido seis años atrás, allí mismo, cuando la Orquesta Sinfónica Nacional, también bajo la conducción de Carlos Miguel Prieto (hoy director de la de Minería), abordó el repertorio de George Gershwin (igualmente elegido para e s te c i e r re ve ra n i e g o 2015, junto a Elgar y Tchaikovsky). En aquel momento se cumplían 110 años del natalicio del genio de Brooklyn y los encargados de encarnar a sus emblemáticos personajes Porgy y Bess fueron el bajo Alvy Powell y la soprano Roberta Laws. En el papel de Sportin’ Life estuvo el tenor, bailarín y actor Dwayne Clark, quien afortunadamente repitió en esta ocasión. La gratísima novedad, sin embargo, fue que ahora venían las veinticuatro voces del Coro Negro de Nueva Orleáns cobijando a la soprano Jonita Lattimore y al bajo Kevin Deas, todos bajo la dirección de John e. Ware. Ya en la sala, el ambiente era festivo. Desde las populares marchas de Elgar (1ra. y 4ta.) se sentía la emotividad en la Orquesta de Minería, la conclusión de un trabajo largo, pulcro y comprometido con su director. Hablamos de un conjunto sólido pero dispuesto a la metamorfosis extrema, con dinámicas trabajadas obsesivamente pero atento a un espíritu contemporáneo que lo acerca a audiencias variopintas gracias a sus aires ligeros y dramatismo escénico. Ello fue evidente cuando el solista israelí Vadim Gluzman tomó el escenario en el Concierto para violín en Re Mayor, de Tchaikovsky, manipulando extraordinariamente un Stradivari “ex Leopold Auer” de 1690, propiedad de la Sociedad Stradivari de Chicago.
Sin exagerar, diremos que su timbre es por momentos atípico, tanto como algunas decisiones interpretativas, lo que se agradece en una obra conocida. Escuchamos la dulzura del instrumento, sí, pero con una delicada carraspera que, sumada a ciertos vibratos y glissandos, refleja los orígenes e intereses del violinista (no en balde ha estado involucrado en estrenos de figuras como Arvo Pärt o Sofia Gubaidulina). Un balance delicado en la presión del arco, que durante el emocionado encore se vio devuelto a su forma más “correcta” en acto de diáfana despedida. Desde luego la audiencia aplaudió de pie antes del intermedio. Ahora imagine la energía, lectora, lector, cuando llegó el momento de escuchar Porgy and Bess, a ochenta
años de ser compuesta por Gershwin (versión de concierto de Robert Russell Bennett). Imagine, por si fuera poco, que justo en ese último y reciente fin de semana de agosto se cumplían diez años de la catástrofe del Huracán Katrina. No hubo mejor manera de tributar a los que se fueron. Así lo entendió el Coro Negro de Nueva Orleáns, institución de orgullo cultural y calidad artística que combina lo escolástico con lo lírico en un afán de integración social e histórica. Así lo entendimos nosotros, empañados los ojos, cuando Lattimore, Deas o Clark alcanzaron la cumbre vocal y el orden afinó sus prioridades. Ni la lluvia, ni el caos del estacionamiento, ni el recuerdo de las taquilleras ejerciendo un poder anómalo pudo borrarnos la sonrisa con que agitábamos pañuelos al son de “When The Saints Go Marching In”. Sonrisa que aún nos acompaña mientras firmamos estas líneas. Enhorabuena por Carlos Miguel Prieto y la Orquesta Sinfónica de Minería. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos • Viñeta de Juan Gabriel Puga
BEMOL SOSTENIDO
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ARTE Y PENSAMIENTO ........
6 de septiembre de 2015 • Número 1070 • Jornada Semanal
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Hoteles
Qué guiñol tan caro
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AY UN HOTEL EN Los Ángeles que se llama Biltmore y ha salido en muchas películas. Es fastuoso. El enorme lobby es como la escenografía de una película de los años veinte, con actriz alcohólica y asesinos incluidos; en él se han rodado muchas películas, entre ellas Vértigo, de Hitchcock. Los pasillos interminables, iguales todos con su alfombra roja, recuerdan El resplandor, de Kubrick –que en la realidad fue rodada en un hotel de Oregon. Mi hija pequeña y yo tuvimos la suerte de pasar ahí un par de noches y no se me olvida; dicen que por el Biltmore pasean los fantasmas de todos los actores que aparecen fotografiados en sus muros. No lo dudo.
Y es que eso tienen los hoteles, son un poco fantasmales, un eco eterno, el reino de la repetición. Borges los clasificaría entre las cosas abominables, junto con los espejos y la cópula, que multiplican el número de los hombres: podría decirse que en los hoteles copulan innumerables parejas frente a espejos igualmente innumerables, todos en habitaciones idénticas que recorren pasillos idénticos. Los estadunidenses nos han acostumbrado a la uniformidad en los hoteles: todas las habitaciones deben ser iguales, tener exactamente lo mismo, la misma decoración, la misma plancha y los mismos jabones. Así, cuando la cafetera de nuestro cuarto no funciona, nos sentimos el gemelo despreciado, el negrito en el arroz de las colchas y las toallas. Aquí toca aclarar que a mí me gusta esa cosa impersonal, ese no-lugar que inventó, quizá, el señor Hilton, tan cómodo y a la vez tan lejano de todo, aunque sólo para pasar un par de días, desde luego. Eso sí, cada lugar tiene su carácter: En los cuartos de los hoteles ingleses hay bolsitas de té y teteras, sin lo cual, me imagino, los ingleses inventores del bed and breakfast imaginan que uno muere. Y hay hoteles donde te dejan un chocolate bajo la almohada. En cambio, hay otros más complicados. Por ejemplo, una vez me alojaron en un hotel en Tampico, arriba de un restaurante chino. Había viajado a dar un taller de narrativa. El hotel olía a cerdo frito y el encargado me asignó una habitación muy pequeña, lo cual no me importó demasiado, mientras pudiera abrir la ventana para ver la calle. Cuando corrí las cortinas, encontré un muro de ladrillo detrás del cristal. Fui a quejarme y pedí una habitación con una ventana al exterior. El encargado no parecía entender mi molestia, me miraba desde un mundo muy raro en el que las habitaciones de los hoteles eran como sarcófagos. Aun así, me dio otra, grande e iluminada. Y eso que mis alumnos de entonces con-
sideraron que, como maestra, me faltaba carácter. Hay otros hoteles donde uno sí podría vivir; casas viejas arregladas, cuyas habitaciones son todas distintas, evocadoras, pequeñas pensiones. En este año estuve en un hotel en la isla de Córcega que era así. En el comedor de ese hotel hay un cuadro en el que figura un grupo de personas joviales, entre ellas una mujer de pelo rizado y un hombre barbón, quizá el dueño de la pensión. Me gustó mucho la pintura: tenía un carácter y un color serenos y a la vez animados, de gente que se la pasaba bien y nos miraba un poco como los personajes de El desayuno sobre la hierba, de Manet, aunque sin mujer desnuda. Cuando pude, le comenté al dueño que me gustaba el cuadro y le pregunté si era su familia. Me respondió que él es pintor; él mismo había pintado en Nueva York a sus amigos en una reunión que por lo visto fue feliz. Le dije que parecían una familia. Por eso lo puse en el comedor, dijo. Estábamos en el hall del hotel Mocambo de Veracruz cuando era un lugar deliciosamente cinematográfico y decadente, con ese comedor presidido por un antiguo timón de barco, los muebles de madera, los puentes alrededor de la alberca y el sauna con esas palmeras de decoración. La gloria. Un día, de paso por el lobby, unos meseros que servían mimosas nos invitaron a participar en la ceremonia de inauguración del elevador. La dueña y el gerente (o el dueño y la gerente) apretaron el botón y subieron al tercer piso. El Mocambo, a lo mucho, tenía tres pisos. Todos aplaudimos y brindamos con enorme entusiasmo. Después remodelaron el hotel y quedó arruinado, perdió todo el encanto a cambio de unas comodidades muy relativas. Desde entonces me arrepiento de haberle aplaudido al elevador; a veces pienso que, si no lo hubiéramos hecho, el progreso no hubiera pasado por el Mocambo y seguiríamos yendo a visitarlo, felices. Cuando sea pintora, pondré un hotel •
PASO A RETIRARME
Ana García Bergua
UÉ HARÍAS CON VEINTITRÉS millones de devaluados pesos? ¿Y qué no harías si dispusieras de esa fortuna… a diario? Recién leí un encabezado que de inmediato, para usar una muletilla eufemística, llamó poderosamente mi atención: “Peña Nieto gasta más de 23 millones de pesos diarios en promover imagen.”Veintitrés millones. Diarios. Qué bruto. Son casi setecientos millones de pesos al mes. Más de ocho mil doscientos millones de pesos al año… El gobierno tiene ese dinero y más. Lo obtiene de ti y de mí por la vía de una cauda onerosa de impuestos, de los ingresos petroleros, que cada día son menos y, por cierto, nunca vimos un clavo cuando hubo excedentes, que los hubo y abundantes;
habría que volver a preguntar a los desperdiciados presidentuchos de la derecha, Vicente Fox y el inefable Calderón, qué pasó con ese guardadito. Al menos en la teoría el dinero público que administra (o dice administrar pero más bien dilapida) el desgobierno federal estaría destinado a gestionar el bienestar de los mexicanos. En realidad se usa una buena parte del pastel del erario para apuntalar la alicaída imagen del presidentucho actual, a mi juicio (y esta es una competencia sumamente reñida) uno de los peores en la historia reciente, y de esa comedia de errores y mala entraña a la que llama “su” gobierno. Según la nota del portal Regeneración del 31 de agosto (se puede consultar en http:// regeneracion.mx/sociedad/penanieto-gasta-mas-de-23-millones-depesos-diarios-en-promover-imagen/), “sólo en 2013 el gobierno federal encabezado por Enrique Peña Nieto gastó $8,161,770, 224.00, en el 2014 $7,315,967,646.00 y en los primeros 7 meses del 2015 ha gastado $6,247,309,544.00. En total, la ac tual administración federal ha gastado en “comunicación social” $21,725,047,414.00; en promedio, el gobierno federal ha gastado 700 millones de pesos mensuales en propaganda oficial, lo que equivale a un gasto diario de 23 millones de pesos”. En un país como el nuestro, con tanta gente pobre, con tanta precariedad en las calles (véase una escuela rural, por ejemplo, o una clínica hospitalaria del extrarradio de cualquier ciudad), con tanta tara social nacida precisamente de la pobreza (que engendra ignorancia que engendra pobreza y así la maldita sierpe se muerde la rediviva cola) gastarse el tesoro público en cualquier cosa que no sea satisfacer las elementales necesidades de una población depauperada es muy cuestionable. Hacer el gasto, en cambio, en cosmética de imagen y divulgación amigable de los logros de gobierno (que no son logros, sino simple cumplimiento de sus naturales obligaciones) es ya de
plano un acto criminal. Sobre todo en el contexto de una administración a la que se vincula tanto con Televisa que es voz popular decir que Peña fue impuesto por el consorcio. Porque son las televisoras según el informe, sobre todo Televisa y t v Azteca, las grandes beneficiarias de un reparto tan discrecional: solamente entre esas dos empresas acaparan el 50 por ciento del dinero público destinado a televisión. No es de extrañar que sean los lectores de noticias de esas empresas algunos de los más férreos defensores del jugoso inepto de Los Pinos: hay que cuidar el negocio. ¿Cuántas escuelas levantarían 23 millones de pesos si no se cocinara el caldo de la corrupción entre el desgobierno federal y sus proveedores favoritos, de ésa que al final de la trácala significa casas lujosas? Quien esté más o menos empapado de costos en el mundillo de la construcción, podrá decirlo. Si habláramos de un plantel modesto pero decente, quizá pod r í a mos terminar una: trescientas sesenta y cinco escuelas modestas pero completas… por año. Si Peña en lugar de embellecer su maltrecha imagen, hubiera abrazado un proyecto tan maravillosamente loco, a tres años de su imposición, hoy podría presumir de haber dotado al país de mil 095 escuelas. Más de mil escuelas en la mitad de un sexenio. Ésa hubiera sido una proeza en un México neoliberalérrimo que hoy se ahoga entre espasmos devaluatorios, crisis de gobierno y estertores violentos. Muchas veces hemos escuchado en los últimos años que la salvación del país está en la educación, en la cultura de la gente, en los niños antes de que se conviertan en la siguiente hornada de ninis. Pero nunca, que yo recuerde, se ha dicho que esa salvación esté en los anuncios del gobierno. Ni en su teatrito de marionetas mediáticas. Ni mucho menos en la reputación de un presidente a todas vistas corrupto. Al que además, a estas alturas, ya nadie le cree nada •
CABEZALCUBO
Jorge Moch
........ ARTE Y PENSAMIENTO
Jornada Semanal • Número 1070 • 6 de septiembre de 2015
Luis Tovar
Juan Domingo Argüelles
Twitter: @luistovars
Vientos huracanados
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L POETA Y ESTUDIOSO de la poesía Felipe Vázquez me hace ver algunos errores de puntuación y sentido y, sobre todo, una gordísima errata en la versión del poema “Al Atoyac” del romántico Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), incluida en mi Antología general de la poesía mexicana. Y no le falta razón. Los versos de la séptima estrofa del poema, tal como se leen en la cuarta edición de las Rimas (México, 1885), de Ignacio m . Altamirano, publicada por la Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento (Calle de San Andrés núm. 15), cuyo ejemplar se resguarda en el Instituto Mora, deben decir lo siguiente: “Se dobla en tus orillas, cimbrándose, el papayo,/ el mango con sus pomas de oro y de carmín;/ y en los ilamos saltan, gozoso el papagayo,/ el ronco carpintero y el dulce colorín.” Pero en la versión de la Antología general de la poesía mexicana, los “ilamos” se convierten en “álamos”. En los márgenes de las “aguas orgullosas” del río Atoyac, al que le canta Altamirano con tanto fervor, son abundantes (o eran abundantes, en tiempos del poeta), según él mismo nombra y describe, el mangle, las ceibas, las parotas, las palmeras, los mangos, los ahuejotes (o sauces), los carrizales y, por supuesto, los “ilamos” que nada tienen que ver con los “álamos”. El primer editor o “corrector” que cambió “ilamos” por “álamos” en el poema de Altamirano sabía de álamos, aunque sea de oídas, pero no tenía ni la más remota idea de los “ilamos” y juzgó error o errata lo que no era tal, más aún si el Diccionario de la lengua española de la rae no recoge dicho término. Sin embargo, en su Diccionario general de americanismos, el sabio lexicógrafo Francisco j . Santamaría alumbra la oscuridad acerca del ilamo. Leemos lo siguiente en la respectiva entrada: “ilamo. (Del azt. ilamatl, vieja.) m. En México, árbol que Uno no puede sino agradecer a los coes una especie de anona, el origen de cu- legas, como Felipe Vázquez, que lean tan yo nombre radica en la semejanza del atentamente y que acudan en ayuda del fruto con una cabeza cana, por ser blanco errado que puede ser a la vez un herrado (Annona excelsior o A. diversifolia.) –2. El (por las cuatro patas que ha metido). Otro fruto del árbol, y que también se denomi- yerro no menor en “Al Atoyac”, porque na ilama.” afecta a la métrica, está en el último verso ¿En qué momento el “ilamo” de Altami- de la cuarteta número catorce:“En tanto los rano se convirtió en “álamo” en práctica- cocuyos en polvo refulgente/ salpican mente todas las ediciones que tenemos los umbrosos hierbajes del huamil/ y las al alcance? No lo sabemos con exactitud, oscuras malvas del algodón naciente/ que pero digamos que este escritor ha corri- crece de las cañas de maíz entre el carril.” do con mejor suerte en su prosa narrativa Así aparece en las antologías de Pachey crítica que en su poesía. Los editores se co y Chumacero (y en la Antología general han ensañado con él. En la antología Poe- de la poesía mexicana, que reproduce el sía mexicana 1810-1914 (Promexa, 1979), poema de Altamirano de manera idénticon introducción, selección y notas de ca a aquéllas). No así en la antología de José Emilio Pacheco, en el poema “Al Ato- Castro Leal, donde el correcto término yac”, los “ilamos” son “álamos”, lo mismo “maíz” carece del acento gráfico para que que en la antología Poesía romántica (por licencia poética) se lea “maiz”, pues mexicana (unam, 1993/Planeta, 1999), con en “Al Atoyac” todos los versos son alejanselección de Alí Chumacero y prólogo de drinos (de catorce sílabas) y, por ello, si se José Luis Martínez. acentúa “maíz”, el verso se vuelve de quinHay una antología que sí respeta los ce sílabas y rompe con el ritmo perfecto “ilamos” de Altamirano. Se trata de Las cien del poeta. En la edición original de las Rimejores poesías líricas mexicanas (1914), mas (que cuidó el propio Altamirano), y de de Antonio Castro Leal. En todas las demás la cual tengo una copia electrónica graleemos “álamos”, incluida, como ya advertí, cias a la gentileza de Felipe Vázquez, el mi Antología general de la poesía mexicana poeta guerrerense escribió:“que crece de (volumen 1), que prometo enmendar en las cañas de máiz entre el carril”, invirtiensu segunda edición. Aunque se trate de do el acento gráfico para que no quedara árboles, no es lo mismo “álamo” que “ilamo”, duda de que, en este verso, no se debía leer y si la gente no sabe lo que es un “ilamo”, la “maíz” sino maiz”. A algunos les podrá parepoesía le habrá dado la oportunidad de cer poca cosa, pero para la poesía un acenaveriguarlo y añadir un humilde elemento to de más o un acento de menos nunca es más a su saber o a su ignorancia. poca cosa •
JORNADA DE POESÍA
Los ilamos de Altamirano
Foto tomada del fb de Eddy Reynolds
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O SABE CUALQUIER CONSUMIDOR estándar de cine comercial, sobre todo estadunidense: abundan las películas cuyo tema de fondo es la juventud perdida que niega su condición. Aquí caben desde esos juegos de birlibirloque psicológico más bien simplones como De tal astilla tal palo o De tal padre tal hijo y todas aquellas en las que vástago y progenitor intercambian papeles; esas bembadas inelogiables tipo Son como niños, que deberían avergonzar a todos los involucrados en su perpetración; esas otras memeces al estilo ¿Qué pasó ayer?, que por alguna razón escurridiza a Unoqueotro le ha parecido que algo valioso tienen.
Caben también, y para su buena fortuna en un registro dramático no infectado de puerilidad, ejercicios fílmicos nacionales como Por si no te vuelvo a ver, Club eutanasia o Una última y nos vamos, en donde más que hablar de juventud perdida se habla de vejez negada por medio de la voluntad y la acción. Signadas por el aliento que sopla bajo ideas del tipo “estos tiempos todavía son mis tiempos”, “viejos los cerros y reverdecen”, argumentalmente funcionan todas igual: de lo que se trata es de ver la manera en que vuelven a florecer los laureles de éste o aquél, con todo en contra y recurrentemente comenzando por sí mismos pero, desde la perspectiva del espectador, a sabiendas de que van a lograrlo.
Ligereza y desenfado En este sentido, Eddie Reynolds y los ángeles de acero (México, 2014), no se aparta un ápice de la fórmula genérica y, por consiguiente, su apuesta no estriba en la innovación ni en la sorpresa. Gustavo Moheno, también director del filme –excolega y desertor de la crítica, como bien dijo Ernesto Diezmartínez–, y sus coguionistas Carlos Enderle y Ángel Pulido armaron una trama que, de tan modélica y tan cumplidora de los elementos habituales en cintas de esta naturaleza, pareciera sacada de un recetario fílmico: érase una vez una extinta banda setentera mexicana de rock, cuyos integrantes han seguido su propio camino, después de un éxito efímero por necesidad, que por determinadas circunstancias vuelven a reunirse, lo cual provoca que de manera simultánea deban enfrentarse tanto a su inevitable anacronismo y su consecuente desactualización, como a los fantasmas que han venido arrastrando desde aquellos ayeres y que, no podía ser de otro modo, fueron los que determinaron su separación. Da la sensación de que pudieron hacerlo, pero trama ni argumento se tiran a matar en uno de los dos principales derroteros temáticos más obvios, es decir, el que consistiría en la contextualización de aquello que se cuenta: es abundante, pero no se aborda sino
muy de soslayo la historia, por cierto rica, del rock mexicano de esos tiempos; apenas la aparición fugaz de la mítica revista Conecte, la portada conmovedoramente naïf del single que les diera su mínima probada de celebridad y, eso sí, el vocabulario de los protagonistas, acertadamente plagado de términos, frases hechas y modismos reconociblemente anclados, como sus propios usuarios, en una época concreta. La segunda vertiente temática corre mejor suerte: el asimismo insoslayable conflicto generacional, aquí doblemente representado por la pareja sentimental de uno de los cuatro rucanroleros –el Eddie protagonista, muy bien interpretado por Damián Alcázar– así como por la hija de otro de ellos –el exbaterista, hoy farmacéutico y Gutierritos metido en el cuerpo de Álvaro Guerrero–, se resuelve satisfactoriamente en la conjunción, vía coucheo, que la segunda mencionada hace de la banda rediviva. A saber si fue una decisión consciente de director y guionistas, o resultado feliz del volumen del personaje y del talento para encarnarlo, pero el choque de generaciones funciona mejor y se resuelve menos convencionalmente en el personaje llamado Santos, que le quedó pintado a un Arturo Ríos memorable. Destaca el hecho de que esto último sucede no sin paradoja, ya que de los cuatro exÁngeles de acero recargados –el cuarto es el bajista, un Jorge Zárate algo apatiñado–, Santos es el único que, para decirlo con una frase que firmaría cualquiera de ellos, “se quedó en el avión”, y en su lenguaje, vestimenta y modo de vivir, tercamente mantenidos, consiste el verdadero contrapunto que da la clave para la película entera: la nostalgia es algo muy distinto a lo que todo mundo suele creer, si se es capaz de mantener vivo aquello que le da pauta y que, precisamente vivo, no se la da. Por lo demás, no le viene mal a nuestro cine este tipo de propuestas de ligereza y desenfado si, como Eddie Reynolds, a pesar de las fórmulas o quizá gracias a ellas, están así de bien hechas en términos generales •
CINEXCUSAS
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ENSAYO
9 de agosto de 2015 • Número 1066 • Jornada Semanal
Israel y Palestina: coincidir en la resistencia Renzo D’Alessandro
E
n agosto se cumplió un año del brutal genocidio israelí en territorios palestinos de Gaza y Rafah, cuyo saldo fue de más de mil 500 civiles palestinos asesinados (de los cuales 539 eran niños y niñas), miles de heridos, 1.8 millones de palestinos desplazados y 370 mil afectados psicológicamente. El bombardeo de Israel castigó durante cincuenta días, indiscriminadamente, a la colectividad palestina sin que la presión internacional lograra detener la masacre. Al interior de Israel hubo muestras de solidaridad y acciones propalestinas, ocultadas por los medios convencionales. Entrevistado por La Jornada Semanal, Amitai Ben-Abba, escritor, activista israelí de Ta’ayush y de Anarquistas Contra el Muro, comparte su visión y experiencia de resistencia en contra del Estado israelí en el sur del Hebrón. Ben-Abba aporta su visión sobre el contexto actual en Israel y sobre la conjunción de resistencias globales, como la del confederalismo democrático kurdo y del zapatismo. “Anarquistas Contra el Muro y la red Ta’ayush (convivir) conformada por organizaciones árabes, judías, israelíes y palestinas, no nace como una solución al conflicto palestino-israelí, sino como una coincidencia de las resistencias entre ambos grupos. Nuestra concepción es la solidaridad, la resistencia y la descolonización de Palestina. Nuestro trabajo es la acción directa para la recuperación del territorio. Acompañamos a las familias que tienen un derecho histórico a las tierras utilizando el ‘privilegio’ como ciudadanos israelíes, la desobediencia civil, el arresto y la interposición de procesos legales que obligan al ejército a respetar la determinación de las cortes.” La recuperación a partir de aprovechar el marco legal israelí “es sólo una táctica y una manera de recuperar tierras”, dice Ben-Abba. Sus experiencias con organizaciones de base en los pueblos del sur Hebrón se basan principalmente en usar el “privilegio” para crear una anarquía de convivencia, resistencia y descolonización: “Ta’ayush realiza acciones directas
para romper bloqueos, ya que las calles son el único acceso que tienen los palestinos para entrar a sus tierras o para sacar a pastar sus ovejas y adquirir agua comprada a tanques privados. Nosotros quitamos los bloqueos para permitir que la gente circule.” Para Ben-Abba, todas las luchas son una sola: “Personalmente estoy fascinado con la propuesta del Confederalismo Democrático Kurdo, ya que tiene principios anarquistas funcionando y nos parece muy interesante la idea de que personas de diferentes grupos de distintas religiones estén peleando juntos. También que sean mujeres quienes lideran la defensiva contra los Estados Islámicos. De hecho, hay en Israel un nuevo grupo de anarquistas-comunistas cuyo nombre es ‘unidad’, que han realizado protestas en la embajada de Turquía apoyando al pkk .” Respecto a las comunidades zapatistas, señala que “los anarquistas israelíes podemos aprender mucho del zapatismo, sobre todo en cuanto a la organización y la disposición del trabajo. También la cuestión de la delegación del poder y la rotación de las figuras de autoridad por ciclos cortos de tiempo. Cuando veo los logros y la capacidad del zapatismo, me encantaría que la gente de los suburbios de Israel y Palestina tuviera esa increíble capacidad de organización y de comprensión de la economía como un proceso lento pero estable”. Según Ben-Abba, el anarquismo israelí y los pueblos palestinos están conectados mediante la protesta contra la ocupación israelí: “Cuando hay órdenes de demolición –ahora mismo se están demoliendo pueblos– hacemos campañas en contra del ejército como en Susiya, una comunidad de Cisjordania actualmente ocupada y en riesgo de ser arrasada por tercera ocasión. En Mes’ha, anarquistas israelíes y palestinos del Comité Popular hicimos acciones en c o n t r a del muro del apartheid. La coexistencia y la cohabitación diaria nos permitieron estar juntos, lo cual fue todo un experimento.” La lucha –explica– es en contra de la “normalización” de la inequidad entre palestinos e israe-
líes y otros grupos comprometidos: “La gente, las o n g ’s y los grupos de diálogo tienden a normalizar la situación de inequidad que padecen los ocupados, por eso es necesario desmembrar las estructuras que sostienen esa inequidad.” El Parlamento de Israel aprobó una ley que dará penas de entre diez y veinte años de prisión a quien arroje piedras a las fuerzas armadas israelíes, señalando que “un lanzador de piedras es un terrorista”. Ante esto, Ben-Abba describe cómo las tácticas de los anarquistas israelíes son consideradas terroristas: “Nosotros nos limitamos al acompañamiento, sabemos que no estamos corriendo los mismos riesgos que los palestinos, por ello intentamos crear situaciones en las que los militares tengan que cumplir con las regulaciones y así evitar que se disparen armas contra piedras. No estamos en el mismo nivel de riesgos y, por lo tanto, la definición de la violencia desde la resistencia palestina es distinta a c o m o l a d e f i n i m o s n o s o t ro s , l o s Anarquistas Contra el Muro. La mayoría de los palestinos viven en un contexto de violencia completamente diferente al nuestro. Los grados de contención que vivimos definen que nosotros podamos resistir de manera pacífica. Esto nos separa definitivamente.” Adicionalmente, hace pocas semanas en Duma, en el norte de Cisjordania, colonos extremistas israelíes perpetraron un ataque contra una familia en la que un bebé fue quemado vivo y sus padres murieron días después por las graves quemaduras. Este hecho ha generado protestas de miles de palestinos y amenaza con encender una nueva escalada de violencia. La sociedad civil palestina, remata Ben-Abba, “espera más presión internacional contra Israel. México puede solidarizarse con la sociedad civil palestina a través del movimiento Boycotts, Divestment and Sanctions ( bds ) que organiza campañas de boicots a los productos israelíes y han sido señaladas por el gobierno israelí como una amenaza contra el Estado •
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