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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 7 de junio de 2015 ■ Núm. 1057 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

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La neomexicanidad en los laberintos urbanos,

Miguel A. Adame Cerón

Andrés Bello, la sabiduría y la lengua, Leandro Arellano Sobre los librotes, J osé M aría E spinasa

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7 de junio de 2015 • Número 1057 • Jornada Semanal

BAZAR DE ASOMBROS MAESE FELIPE, EL ORGANISTA ( ii y última ) Sin lugar a dudas, no hay escritor alemán contemporáneo más célebre que Günter Grass, nacido en Danzig en 1927 y fallcido el pasado 13 de abril. El gato y el ratón, Años de perro, El rodaballo, Encuentro en Telgte, La Ratesa, Es cuento largo, Mi siglo, Pelando la cebolla y, especialmente, El tambor de hojalata, son los títulos que le dieron reconocimiento internacional, traducido entre otros galardones en el premio Príncipe de Asturias y el Nobel de Literatura. En su ensayo, Lorel Manzano, traductora del alemán al español, hace la semblanza literaria de este autor insustituible, sin cuya figura el panorama cultural del siglo xx sería muy distinto. Publicamos además un ensayo de Miguel Ángel Adame sobre la neomexicanidad, un artículo de Leandro Arellano sobre el intelectual venezolano Andrés Bello y un poema de la finlandesa Jenny Haukio. Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

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iendo director de la escuela de música de la Universidad Autónoma de Querétaro en 1966, Felipe Ramírez renovó el programa de estudios, formó el coro de la institución y organizó dos festiva­ les nacionales de música de órgano. Recuerdo a Víctor Urbán y a Dorothy Gullete del df, a Roberto Oropeza de Morelia y a Hermilio Hernández y Franciso Javier Hernández de Guadalajara y a otros jóvenes organis­ tas. La sede del festival era el Templo de San Agustín. Su enronquecido Walker fue, para nuestra fortuna, reparado y pudo ayudar a tantos y tan entusiastas or­ ganistas. Bach, Mozart, Hindemith, Messiaen, Holler y, sobre todo, César Franck, aportaron sus notas, y Felipe las glosó en sus famosas “improvisaciones”. Recordemos que Querétaro tuvo una ilustre Escue­ la de Música Sacra dirigida por el canónigo Cirilo Co­ nejo Roldan, por el padre Ve­ lázquez y por el señor González. La escuela estaba muy relacio­ nada con la de Ratisbona y po­ día mandar becados a sus mejo­ res estudiantes a prepararse en el estudio de órgano, contrapun­ to, armonía, coral y cantos ambro­ siano y gregoriano. Felipe pasó cinco años en la ciudad alemana y se graduó con honores. Pensemos en el padre Conejo y en el padre Velázquez, en sus composiciones (réquiems, misas, cantatas, cancio­ nes), en los estudios de don Cirilo en Roma bajo la som­ bra de Perosi y al lado de la amistad de Respighi. Fue maestro y mentor de Felipe y fue el alma de la Escuela de Música Sacra , que a su muerte decayó a pesar de los esfuerzos de maestros como Eduardo Loarca y Aurelio Olvera, músico oficial de todo lo musical en Querétaro. Terminada la aventura queretana, Felipe tuvo que dejar la dirección de la Escuela, pues el nuevo rector, de acuerdo con el gobernador, organizó una cacería de brujas para correr a todos los “comunistas”. Felipe emigró a Puebla donde fue organista titular de la cate­ dral y dio clases en la escuela de música sacra. De ahí pasó a Ciudad de México y fue nombrado organista titular de la Catedral Metropolitana. Estuvo más de diez años en el puesto y nuevamente sufrió la persecución del poder –ahora del eclesiástico– y, en medio de la intriga organizada por un canónigo tan siniestro como los personajes de La Regenta, de Clarín, renunció y em­ pezó a ganarse la vida como maestro del Conservatorio Nacional y como investigador en el cenidim . Realizó trabajos de investigación sobre músicos virreinales, espe­cialmente Joseph de Torres y decimonónicos co­

Hugo Gutiérrez Vega mo Gudiño; sobre viejos archivos de música sacra y el estudio y reparación de varios órganos barrocos. Las firmas Tamburini y Walker patrocinaron algunos de sus empeños y se publicaron varias de sus investigaciones. No sabemos dónde quedó su cantata a la Universidad de Querétaro, su cantata al Guernica, de Picasso, sus composiciones para órgano, piano y flauta, y sus ensa­ yos sobre Bach y Buxtexude. Tal vez algo ande por ahí en su asilo, en su viejo y cerrado apartamento de Co­ yoacán, el conservatorio, la catedral de Puebla, la me­ tropolitana (salvo que los canónigos hayan organiza­ do una quema inquisitorial) o en la catedral luterana de México, de la cual Felipe fue organista titular duran­ te varios años. Espero que su hija Eva, que llegó de Ale­ mania para asistir al sepelio de su padre, y el amigo de los últimos años de Felipe, Alberto Torres, puedan encontrar esos te­ soros escondidos. Maese Felipe, viviste una vida plena y dedicada a la música has­ ta que esta temible ciudad te dio un golpe asesino, te mató la es­ peranza y te hundió en la congo­ ja. Ya no quiero hablar de estos daños morales. Se supone que crearon las ciudades para faci­ litarnos la vida y ahora resulta que nos la dificultan haciendo imposible la comunicación entre los seres humanos. Quiero recordar tu entusias­ mo cuando improvisabas sobre un tema dado en el órgano de San Agustín; quiero recordar tu alegría cuan­ do descubrías a otro compositor virreinal o cuando se terminaba la reparación de un órgano barroco en la iglesia de alguna pequeña ciudad de Tlaxcala, del Ba­ jío o de Jalisco. En esos momentos vivías intensamen­ te, como cuando tenías en tus brazos a la pequeña Eva, bajo la mirada amable de Frida. Te veo en el Querétaro de los años sesenta dirigiendo tu coro, dando clases en la escuela o participando en las tertulias interminables a las que asistían Zoila y Pancho, el doctor Pacheco, Nacho Arriola, Manuel Rodríguez Lapuente, Héctor y Amalia Kuri, Lauro Bonilla... A todos nos unía la volun­ tad de crear una universidad moderna que supiese de qué estaban hechas sus raíces históricas. La mú­ sica de Bach, grave y alegre, acompañaba nuestros esfuerzos. Tú la interpretabas. Cada vez que escucho al viejo maestro alemán pienso en el joven Felipe Ramírez que fue a Ratisbona para conocerlo y se hechizó con su magia total. Así viviste Felipe, hechizado por la música, así nos enseñaste a dejarnos llevar por el hechizo

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AndrésBello,

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la sabiduría

Leandro Arellano

y la lengua

A 150 AÑOS DE LA MUERTE DEL ESCRITOR CARAQUEÑO

A Antonio Trujillo, hasta Caracas

climáticamente más fría, más justa y organizada en la latitud de Chile”, escribe su paisano, Mariano Picón Salas. Su vida en Chile fue un permanente magisterio, su labor pedagógica febril. Fue rector de la Universidad de Chile, oficial mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores y su verdadero director de la política internacional. Fue senador y creador del Código Civil chileno, así como el arquitecto de la administración pública de aquel país. Polígrafo notable, escribió filosofía, poesía, filología, crítica, historia, pedagogía, sociología y derecho. Su obra los Principios del derecho de gentes, publicada en 1832, se transformó en 1864 en los Principios de Derecho Internacional; y la Filosofía del entendimiento fue revalorada un siglo más tarde por José Gaos. Como Bolívar y Miranda, Bello también debió su formación al contacto frecuente con el exterior, anota el historiador Tomás Polanco Alcántara. Formado en las grandes lecturas del Siglo de las Luces, su visión se depuró y creció en el trato y el estudio de la lengua y la filosofía inglesas. Y como se siente con la sensibilidad que se posee, a Bello le preocupó siempre la educación hispanoamericana. Dominaba el griego, el latín, el inglés, el francés, el italiano y el español. Sabio es el epíteto que mejor le cuadra, escribe Rafael Caldera. Escribió poesía, y fue mejor versificador que poeta. Pero fue sobre todo filólogo, y la lengua es un continuo hacerse y renovarse. Hombres nuevos para cosas nuevas. Un americano vino a crear la mayor gramática de la lengua española, como Darío, otro americano, recreó la poesía y la prosa de nuestro idioma. La síntesis de todos los conocimientos gramaticales de Bello fue la Gramática de la lengua castellana, que continúa siendo madre y maestra, el canon en lengua española. Los principios gramaticales del maestro los describe concisamente Ángel Rosenblat, quien afirma que la Gramática de Bello es el primer gran cuerpo de doctrina gramatical del castellano. El primer principio, escribe Rosenblat (El pensamiento gramatical de Bello, Caracas, 1965), es que los hechos gramaticales se explican, no por su adecuación o valores objetivos, por su significación en el mundo de las cosas, sino por el comportamiento gramatical. El segundo principio consiste en independizar la gramática de la lógica. El tercero demanda deslatinizar la gramática castellana de acuerdo con el sistema de nuestra propia lengua. El cuarto y último es de carácter funcional: toma como fundamento de las palabras su oficio o función sintáctica. Bello anotó: “El uso general es la regla madre, de donde se derivan las reglas secundarias; y el oído es la base de la métrica.” Quede claro pues, que no hay que

Polígrafo notable,

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os hispanohablantes pertenecemos a una comunidad de naciones a las que une –más o menos– una historia común, religión, ciertos hábitos, pero sobre todo la lengua, la lengua que representa una unidad de cultura. Ese privilegio se extiende a la pertenencia a la familia de las lenguas romances. Una lengua no es sólo un vehículo de comunicación, sino también un modo de ver la vida, un modo de ser. En la base de toda cultura está la lengua, las grandes civili­ zaciones así lo han entendido y practicado. En el habla castellana abunda el patrimonio de próceres que han cultivado y abonado el brillo y la sobre­ vivencia de nuestro idioma. Una figura eminente entre ellos es la de Andrés Bello. Nació, recordemos, en Caracas el 29 de noviembre de 1781 y murió en Santiago de Chile el 15 de octubre de 1865. En octubre próximo se cumplirá siglo y medio de su muerte. Poco más o menos a los veinte años en cada uno se ha moldeado ya lo que en esencia ha de ser por el resto de la vida, en vía ascendente, digamos. Infancia es destino, todos conocemos el proverbio. De un fraile mercedario –¿su tío?– adquirió su inclinación y conocimientos humanísticos, recibiendo también la influencia de sus maestros caraqueños, Cristóbal de Quesada y Rafael Escalona. Tuvo la fortuna de conocer y tratar a Humboldt. Fue empleado de la Capitanía General de Caracas hasta 1810, al tiempo que aprendía inglés y francés de manera autodidacta. Era ya un hombre formado cuando a los veintinueve años embarcó a Inglaterra en una misión diplomática, en compañía de Simón Bolívar –de quien había sido maestro– y de Luis López Méndez. Partir no es poca cosa, el primer paso nos arranca de lo ordinario. Perma­ neció en Londres diecinueve años y nunca más volvió a Venezuela. Si al dejar su país llevaba ya forjada una sólida formación humanística, en Londres adquirió una vasta erudición. Allá, a pesar de las dificultades económicas o acaso en razón de ellas, estudiaba febrilmente. Aprendió griego y cultivó la amistad de Bentham y James Mills. Dos veces estuvo casado –enviudó de la primera– con damas inglesas. En Londres, Bello sirvió por vez primera al gobierno chileno, al ser nombrado en 1822 Secretario de la Legación por su amigo y admirador, don Antonio José Irisarri. Un malentendido con Bolívar –escribe Rafael Caldera, de cuyo libro (Andrés Bello, Monte Ávila Editores, Venezuela, 1972) extraigo la información central que aquí se presenta–, empujó a Bello hacia el sur y aceptó el ofrecimiento de empleo del gobierno de O’Higgins, y arribó a Valparaíso el 25 de junio de 1829. “La América se hace

escribió filosofía, poesía, filología, crítica, historia, pedagogía, sociología y derecho.

ceder en recalcar la importancia del oído en los asuntos de la lengua. En la enseñanza y nomenclatura de los tiempos verbales igual se impuso el sistema de Bello. Las conju­ gaciones que aprendimos recitando de memoria en primaria y secundaria hace décadas, basadas en el sis­ tema de Bello, siguen teniendo vigencia y actualidad. Si el fundamento de la cultura está en la lengua, su estudio es decisivo en el levantamiento de toda estructura social; y en los cimientos de la nuestra se alza inconfundible la figura de Bello. Todo en la gramática española, todavía, gira en función suya, para bien y para mal. Los años casi no han tocado la Gramática de este sabio cuya obra es una herencia viva y constante de nuestra lengua, así como un efluvio generoso para toda la humanidad


La neomexicanidad

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Miguel Ángel Adame Cerón

en los laberintos urbanos RETOMA CONOCIMIENTOS FILOSÓFICOS Y EMPÍRICOS PREHISPÁNICOS EN FRANCA REACCIÓN ANTINEOLIBERAL

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l boom del movimiento de la neomexicanidad o grupos/colectivos de la neo-mexicanidad, forma(n) parte de un proceso cultural con elementos de new age, hibridización, subalternidad y neonativismo/ neonacionalismo/neoindianismo sui generis, que ha tenido su foco de crecimiento en los últimos treinta o treinta y cinco años en las ciudades del centro de la República Mexicana, particularmente Ciudad de México y su zona conurbada. (Además, en los últimos diez o quince años se ha proyectado globalmente mediante redes de la “llamada de la nueva era” y del “encuentro de tradiciones”, especialmente hacia el resto de América y Europa). Por tanto, es un movimiento fundamentalmente urbano (aunque con conexiones rurales por la composición de muchos de sus líderes en el inicio del boom, y con actuales nexos rururbanos principalmente con etnias nahuas) que se vincula y participa del advenimiento e implantación del neoliberalismo postmoderno globalizador y desnacionalizador. Su participación como “movimiento sociocultural” es paradójica, pues al mismo tiempo que su crecimiento es consecuencia de la instalación de ese neoliberalismo en México, también podemos decir que dicho auge se debe a su posicionamiento antineoliberalista cuestionador de su actuación política ideológica desnacionalizadora que cada vez se ha hecho más cínica (la actuación de los partidos políticos oficiales –principalmente pri / pan / prd / pvem – en la desexpropiación petrolera es la prueba culminante de ello). II Participan en dicho movimiento o fenómeno sociocultural, específicamente en su expansión de los últimos treinta años, incorporaciones sustantivas de jóvenes adultos, jóvenes a secas y jóvenes adolescentes principalmente clasemedieros mestizos que se han visto atraídos por los siguientes aspectos a considerar: a) El fuerte sentido de pertenencia grupal o colectiva que brindan y alientan de variadas formas y modalidades los grupos de la neomexicanidad. b) El discurso reivindicador y alabador que se maneja al interior de esos grupos/colectivos de una historia y una tradición aguerrida y, sobre todo, gloriosa de los antiguos mexicanos, y que tiene que ver, se insiste, con la matriz de la historia más profunda (mesoamericana y prehispánica en general) de este país-nación, que además tiene una aguda pertinencia en la situación presente de constantes crisis y de imposiciones extranjeras de modelos, tratados, modas, valores, etcétera, imperialistas antinacionalizadores y desnacionalizadores.

c) Un aspecto integrado pero particularizado de ese discurso es el de la “sabiduría milenaria” que en los hechos rebasa lo meramente discursivo y entra a la cuestión práctica, pues esos grupos estudian, investigan, re-construyen, cultivan y difunden saberes y conocimientos filosóficos y empíricos (por ejemplo en los llamados calpullis y calmecacs) en torno a los mexicas y otro grupos de origen mesoamericano a lo largo de la historia, teniendo como punto de origen y referencia la época prehispánica o del México antiguo, por ejemplo, conocimientos astronó­ micos, calendáricos, lúdicos, sobre literatura, artes marciales, salud, alimentación, música, etcétera. d) Los aspectos ritualísticos/ceremoniales/espirituales que se conservan y practican enfáticamente (más o menos ajustados y adaptados a estos tiempos) por parte de estos grupos, se configuran como núcleos de cohesión y continua atracción tanto de los miembros como de los nuevos y potenciales adeptos. En mi consideración los dos rituales más poderosos que dichos grupos usan son, por su envergadura histórica y su vitalidad actual, pero esencialmente por su fuerza de re-ligere vivencial y energético corporal (ver mi texto: Éxtasis, misticismos y psicodelias en la posmodernidad, Edit. Taller Abierto, 1998), los que a continuación se mencionan: 1. Los círculos de danzantes con su parafernalia dan­ cística (experiencial-simbólica): confecciones y utilización de ofrendas para “marcar” los espacios, el permiso hacia los rumbos del universo, el empleo de instrumentos musicales principalmente de origen prehispánico, in­ dumentarias que imitan o recuerdan la de los guerreros mexicas, cantos, exclamaciones, etcétera. Estos círculos aprovechan varios lugares arqueológico-significativos de Ciudad de México y sus alrededores (particularmente lo que fue el corazón territorial de los grupos prehispánicos de la Cuenca; por ejemplo, El Templo Mayor, Tlatelolco, Cerro de la Estrella, Atzcapotzalco, Tacuba, Tepeyacac, etcétera). 2. Las corridas de temazcales con sus elementos ecológicos, ceremoniales e higiénico-medici­ nales (terapéuticos) y simbólico-espirituales. Para este tipo de baños de vapor existen sobrevivencias y resurgimientos en varias zonas del centro, sur, occidente, golfo de México, etcétera, pero los grupos de la neomexicanidad han sabido mantener, adecuar y manejar estructuras codificadas de su procedimiento y algunos han formado especialistas en sus aplicaciones. 3. Las participaciones verbales, oratorias y discursivas que forman parte, complementan y se agregan a los

dos rituales anteriores. Los sujetos participantes en las ceremonias, solemnidades y rituales (por ejemplo para abrir y cerrar los “círculos” de las danzas o dentro de las “puertas” de los temazcales) hacen uso de la “palabra” de manera devocional, para expresar sus sentires, opiniones y situaciones; para ello existe un “dador de la palabra” que funge como maestro de la ceremonia. Sin lugar a dudas, es el primer tipo de ritual (el dancístico) el que por sus condiciones de relativa facilidad de puesta en acción y por su versatilidad de ser utilizado en otras ceremonias y acontecimientos en varios escenarios, principalmente los urbanos y rururbanos, además de su integralidad, es el que constituye el eje central de sus expresiones y representaciones grupales. Estos aspectos enumerados hacen que su “oferta” en el “mercado” o “circuito” de la “Nueva Era” o las “Nuevas Religiosidades” o incluso en las “Nuevas Politicidades” y/o “Espiritualidades” (fenómeno sociocultural que acontece principalmente en las ciudades) se sitúe como importante o atrayente a ciertos sectores juveniles (y no tan juveniles) en términos de sus posibilidades identitarias y de resistencia; es decir, en una opción propia (con tintes ideológicos y del imaginario que aparecen y se presen-


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tan como mexicana, azteca, nacional, tradicional, india, profunda y/o histórica) de “re-invención” de tradiciones ante lo que concibe y se percibe como nueva oleada de lo “externo” o extranjerizante que ya se implantó y avasalla a México y a otras naciones de América. De la misma manera y en general, la neomexicanidad se presenta como alternativa también ante otras “opciones” identitarias (por ejemplo,“tribus juveniles urbanas” o grupos de la new age), adictivas (drogas, alcohol), violentas (pandillerismo o bullyings) y depresivas (jóvenes par­ti­cipantes en los llamados “juegos de la muerte”) y no originarias de aquí o de un “nosotros auténtico”, “autóc­ tono” o “mexicano de a de veras”. Cabe señalar, pues, que dichos aspectos brindan al mismo tiempo identidad y experiencias tanto de colectividad como personales o de individuo a los sujetos que andan en la (s) búsqueda (s) de esas nuevas identidades, espiritualidades y politicidades. Cabe asimismo recalcar que ante la grave situación en México de deterioro económico de la clases medias y populares, más los desgastes de las religiones, de los partidos (inclusive del sistema educativo) oficiales junto al empuje privatizador comercializador, esas búsquedas se han acelerado, ya que las pérdidas, desvalorizaciones y confusiones que principalmente viven los jóvenes los llevan a situaciones críticas a nivel emocional, moral, económico e ideológico, por lo que los aspectos arriba señalados ahora se entrecruzan. Consideramos, bajo estas condiciones, que los grupos de la neomexicanidad han sido un polo relativamente exitoso de atracción, pues a diferencia de otros grupos neoagerianos (grupos minoritarios religiosos, grupos esotéricos, grupos de las tribus urbanas) combinan más o menos equitativamente identidad, espiritualidad y politicidad. Además, cada grupo de la mexicanidad lo aplica más o menos rigurosamente, más o menos flexiblemente en sus “neomilitancias”, “neoactivismos” o “neoadherencias”.

Un poema Jenny Haukio*

(Enero se desliza hacia la noche la aguda escarcha cruje en las aceras en las luminarias el corazón metálico de la ciudad murmura.

El cuervo negro volando de una rama a la otra sacude la ligera nieve, mientras pienso en ti.

III En términos de su impacto político, social y económico como fenómeno urbano, podemos decir que, en efecto, ha venido creciendo poco a poco. Muchos grupos han sabido y podido negociar y renegociar, consiguiendo es­ pacios más o menos cerrados o más o menos abiertos, ciertos recursos, reconocimientos y posibilidades de participaciones. Por ejemplo, en actos, actividades, infraestructura, promoción y difusión. Es importante observar que la llegada a Ciudad de México (desde 1997) de un gobierno central (y por tanto au­t oridades también delegacionales) de un partido de la izquierda institucionalizada (y presuntamente pronacionalista), el prd (Partido de la Revolución Democrática); es un factor que ha posibilitado el aprovechamiento de dichos elementos a favor de varios grupos de la neomexicanidad con beneficios políticos también para las instancias de gobierno. Ello no ha implicado que estos colectivos necesariamente pierdan su relativa autonomía y perfil propios; por el contrario, se ha sabido presionar y “negociar”. Por último, es importante destacar que el movimiento de la neomexicanidad y sus agrupaciones no pre­ sentan situaciones de homogeneidad, por ello es que la sintética caracterización aquí ensayada ha sido sólo a nivel tendencial, pues así como han crecido y se han expandido los grupos adentro y afuera del df (incluso a nivel internacional), también podemos decir que existen diferentes posturas, actitudes personales y de grupo en ellos y entre ellos, pues existen modalidades políticas de alianzas y enfrentamientos en el seno del mismo movimiento e igualmente para con diferentes instancias de autoridad local o central

Ven, ven querido, sé mío contra el filo de la navaja.)

* poeta finlandesa.

Versión de Hugo Gutiérrez Vega


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Sobre los José María Espinasa

librotes EDICIONES QUE NO SE PUEDEN LLEVAR A LA PLAYA O CARGAR EN EL METRO

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ay libros que intimidan por su tamaño. Recuerdo el efecto que me hizo endoy en la Fundación para las Letras Mexicanas sobre producción de revistas literacontrar sobre la mesa de novedades de la librería del fc e el Borges, de rias, revisábamos hace unas semanas ejemplares del Plural dirigido por Octavio Paz, Adolfo Bioy Casares. Lo tomé y me sorprendió su poco peso y luego, gracias la mejor revista mexicana del siglo xx , para mostrar cómo esa publicación marcó los a la indicación de un vendedor inteligente, su bajo precio, pero desde enaños venideros y algunos autores allí publicados hoy son referencias obligadas de nuestonces lo llamé el libro cúbico. Pero no fue ese librote el que ocupó en mi cabeza tra cultura (Cioran, Levi Strauss, Jacobson, Berlin). Apareció de pronto un nombre que el lugar que designaba esa palabrota: un “librote”, sino la Poesía reunida, de Marme podía servir de contraejemplo: un autor promovido por la revista y que no consico Antonio Montes de Oca, tomo que si no recuerdo mal sirve en una novela de guió ganar lectores ni imponerse en el gusto del público. Enrique Serna para cometer un asesinato. Se trataba del poeta cubano Octavio Armand. Es un caso curioso –dije–, en aquellos Ya Borges había anticipado el tamaño del homenaje que le dedicaría su gran amiaños setenta y ochenta era un poeta de moda, publicaba en las go en los librotes de sus obras completas, ediciones que no se pueden mejores editoriales, se le mencionaba como la gran pro­ llevar a la playa o cargar en el Metro a riesgo de luxarse el codo mesa de la lírica de los setentas, y junto o desgarrase el músculo. Pero los de Borges son buen a los peruanos Rodolfo Hinostrosa y ejemplo de que, contra lo que se suele pensar, los liAntonio Cisneros, como renovador de brotes sí se leen, no sólo adornan el librero o sosnuestra poesía. Fue, además, en aquellos tienen la cama del lado de la pata rota. Esto vieaños, director de una extraordinaria revisne a cuento en función de varios librotes ta literaria, Escandalar, publicada en Nueva recientemente aparecidos. Esos mastoYork en español y acusada por la izquierda dontes o dinosaurios son ya imponentes dog­mática de ser financiada por oscuros por su tamaño e intimidan al lector. fondos en la guerra contra la Revolución El libro de Montes de Oca creó esCubana. Pero en los años noventa –concuela, no estética sino editorial, en el tinué–, Armand prácticamente despropio fce . Las poesías completas o apareció, dejó Nueva York y acabó, reunidas de Juan Gelman, David después de un periplo extraño, en Huerta, Tomás Segovia, etcétera. Caracas, Venezuela. Yo, en esos años Creo que el público lector de esos lector constante de los libros de Arlibros es fundamentalmente fetimand, viajé a Caracas a una feria del chista: muchas veces ha leído ya lo libro y traté de encontrarme con él y que allí se reúne pero le gusta y quieno pude. Después, dejé de leerlo y él re tener la publicación y suele releer dejó de publicar. Y rematé dramáticaen esos librotes lo que antes conomente: ni siquiera sé si sigue vivo o no. ció en breves poemarios. La idea del Los alumnos me miraban con cierescritor magro, con dos tres volúmenes, ta sorna y de pronto uno de ellos dijo: la a lo Alí Chumacero o Juan Rulfo, se reflesemana pasada se presentó un libro suyo ja distorsionada en la casa de los espejos aquí. ¿De Octavio Armand? Pregunté con de los librotes. ¿Son estos ejemplos citacierta incredulidad. Sí. Como seguía sin creerdos el equivalente de la Comedia Humalo, uno de ellos me dijo: yo tengo un ejemplar, na (Balzac), los Rugon Macart (Zola), los y me lo prestó. Ese ejemplar –Contra la página– fue Episodios Nacionales (Pérez Galdós) o el motivo para escribir esta nota sobre los librotes. A la alguna de las sagas narrativas clásicas? sorpresa se sumaron tres elementos más: el libro tiene 850 Otro caso reciente de librote es Aire copáginas y está publicado en la editorial Calygramma, de Que­ Ilustración de Huidobro mún, poesía reunida de Francisco Segovia. Poco rétaro, con el apoyo del Fondo Editorial Querétaro y el Fonca, y además después de comentar en este mismo espacio su poema “Agua”, el Conaculta dio a cono son poemas, al menos no es ese su subtítulo, sino Ensayos reunidos (1980-2013). nocer el volumen, ochocientas páginas largas, de muy buena poesía, de uno de los Por la solapa me entero de que Armand sigue vivo y en Caracas y que al menos desde mejores escritores de su generación. Ese libro yo no lo leeré sino releeré, pues coque lo dejé de leer ha publicado El pez volador (1997) y El aliento del dragón (2005). nozco ya lo allí reunido. Esa relectura, como es ya casi una ley no escrita, se transforma La sorpresa primera pasó después a ser un verdadero misterio: ¿cuál es la relación al presentarse en el género tan estadunidense de los collected poems. Hay poetas que entre un escritor cubano que vive en Caracas y publica tal librote en Querétaro? En la se desmoronan en el gesto, hay otros que crecen respecto a sus títulos indepenedición no hay ninguna pista, ni en el prólogo ni en las solapas ni en la cuarta. ¿Quién dientes y es el caso de Aire común. se interesa por Armand y se interesa tanto que asume la publicación de un libro tan No se trata en esta nota de hacer análisis literario sino de referir cómo la poesía no grande y complejo de formar, por cierto muy bien, sobria y elegante la maquetación? le tiene miedo a los librotes y que también se anima con volúmenes intimidantes, muMe sumerjo en su lectura con cierto miedo de que esa escritura haya envejecido chas veces de manera sorpresiva. Eso tiene que ver con la concepción de la obra como mucho y ya no se sostenga. Nueva sorpresa: me resulta otra vez deslumbrante y me un todo y que ese todo no nos habla de verdad hasta que está completo y que la poesía, emociona. Hay que dar las gracias a Calygramma y a sus animadores Miguel Aguicasi por definición abierta, no se completa sino a la muerte del autor o esa previa conlar Carrillo, Diana Rodríguez y Federico de la Vega. Y correr a buscarlo. No sé dónde lo clusión que son las poesías reunidas. pueden conseguir y la página legal no pone dirección en la web ni correo electróEsto tiene que ver con una anécdota bastante representativa de los canales imprenico, pero tal vez Educal lo distribuya. En todo caso: no se desconfíe de los librotes, son vistos aunque no siempre azarosos de la edición de poemas y poetas. En el curso que una caja de sorpresas

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El artista y activista italiano Alexsandro Palombo lanzó la campaña #BriefMessage What kind of man are you?, donde reunió a un grupo de hombres para que a través de su ropa interior, compartieran su opinión sobre el machismo y la violencia.

Contra las violencias Fabrizio Lorusso

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iene México una sociedad violenta? Muchos dirían que sí. Pero ¿por qué? ¿A qué nos referimos con esa expresión? Cada uno de nosotros, de alguna manera, actúa o ha actuado violentamente, o sea, “fuera de su natural estado, situación o modo”, o bien, “con ímpetu y fuerza”, según enuncia la rae . Una definición no nos dice mucho mientras no la aterricemos en un contexto cultural, conjugándola en si­ tuaciones concretas. Lo que es “normal” o “natural” en un momento y lugar determinados depende de lo que la sociedad y la cultura proyectan, de lo que el sentir común interpreta como “normal”. Por ejemplo, atrocidades como la esclavitud y el derecho de pernada, o ius primae noctis, fueron algo natural durante siglos. La ablación del clítoris, muy practicada en África oriental y subsahariana, o la cultura machista, omnipresente en la vida pública y privada, todavía siguen teniendo un arraigo enorme. Arraigo es tradición, aceptación por parte de la sociedad, pese a las oposiciones que la recorren y tratan de engendrar cambios. Ejercemos y padecemos la violencia; a veces la admiramos como modelo de vida. Su reproducción colectiva crea un entorno humano y social en el cual las interacciones, el “intercambio de fronteras”, se realiza de manera intrusiva, irrespetuosa, poco íntima o empática. Lo peor es que, aunque así se haya justificado, no se trata de “costumbres”, “hábitos” e “instintos”, de “des­ control”, “provocaciones” y “justas reacciones”, sino son nuestras decisiones las que nos llevan a ser violentos. Siempre elegimos cometer violencia, no es que se dé o sea inevitable, al contrario. Otro problema concreto es que la normalización de la violencia se cristaliza, su lenguaje se vuelve una lengua franca, una forma mental y de relación común. Empezamos a no darnos cuenta nítidamente de si una acción, una frase, un pensamiento, una colusión u omisión pueden ser violentas, mientras que, en cambio, el primer paso para avanzar sería comprender cómo somos y cuándo decidimos cometer actos que violentan al otro.

LAS DE CASA Y LAS DE AFUERA Después de reconocer esos actos hace falta controlarlos, procesarlos, transformarlos. Sin embargo, parece más fácil apostar por actitudes cínicas, negando o mi­ nimizando comportamientos, culpando a los demás o, de plano, coludiéndonos con nosotros mismos o con otras personas. Si el nivel de lo “natural”, el umbral de la tolerancia, se eleva, si la insensibilidad se generaliza y, de paso, crece la indiferencia o, incluso, se refuerzan deliberadamente ciertos comportamientos, entonces el mal se hace epidémico. La campaña belicista y la retórica militarista del exmandatario Felipe Calderón, en su afán por difundir el miedo según la “doctrina del shock” aplicada a la política de seguridad, es un ejemplo clamoroso. Desde una perspectiva de género, sin duda los hombres, por distintas y enraizadas razones sociales, culturales, económicas e históricas, tendemos a distinguirnos, por cantidad e intensidad, en el ejercicio de todo tipo de violencia ya normalizada. Esto se da no sólo a nivel “macro”, con la inseguridad y la crudeza de la narcoguerra, con el Estado ausente o connivente, con la hegemonía y mediatización del hampa, con la corrupción, la reiteración de las violaciones a derechos humanos y de la represión, sino también, y quizás mucho más, a nivel “micro”. Más de 100 mil muertos y 30 mil desaparecidos en pocos años pesan mucho, desde luego. Su impacto en la realidad y en las percepciones es desolador, pero las estadísticas de la muerte vienen acompañadas de una cotidianidad compuesta por fragmentos de violencia que se agregan en una nebulosa preocupante. Los videos virales en las redes en donde hombres de poder como los diputeibols, el alcalde de San Blas, Hilario Ramírez Villanueva, y la Original Banda el Limón, humillan a mujeres, sólo son la punta del iceberg. La pertenencia a ese conjunto imaginado y amplio que es “la sociedad” se vuelve tangible y personal, al materializarse en vínculos, redes, afectos, amores. En el día a día, tenemos intercambios con vecinos, familiares, pa-

rejas, amigos y muchos desconocidos. También hay conflictos y diferencias que no queremos o no sabemos solucionar fuera de parámetros violentos. Siempre hay un intercambio de fronteras, ya sean verbales, físicas o emocionales, lo cual implica la posibilidad de romperlas, invadirlas, modificarlas: eso es normal, pero quebrarlas con violencia no debería serlo. Las alternativas existen, pero no se quieren ver o no se aplican. Es por eso que existen organizaciones como Gendes (Género y Desarrollo, ac ), amegh (Academia Mexicana de Estudios de Género de los Hombres), alianzas in­ ternacionales, como Men-Engage, y grupos que trabajan masculinidades, que promueven la equidad de género y analizan las violencias para que no se repita el patrón aprehendido de reiteración-justificación basado en códigos culturales machistas. Gracias a modelos teó­ ricos y talleres es posible reconocer el momento de “frustración fatal” en que se toma la decisión de ejercer alguna violencia, ya sea de tipo emocional, verbal, físico, económico o sexual. Elegir ser violento cuando no se reciben “los servicios” deseados de otra persona, por ejemplo de una pareja o un hijo, o cuando “no nos dan la razón”, implica negar nuestro Yo Real y convertirnos, en cambio, en un per­ sonaje que pretende gozar de autoridad, control y do­ minio: el superior, el sabio, el chingón, el protector, el fuerte y similares. Al no ser reconocida esta presunta autoridad, ele­ gimos resolver por las malas la situación de tensión, ya se trate de una discusión, una fricción o una pelea. De pronto nos convertimos en víctimas, ahora interpretando a otro personaje externo a nuestro Yo Real: el incomprendido, el despreciado, el silenciado y un sinfín de roles que nos atribuimos cuando no podemos prevalecer o cuando tratamos de hacerlo violentamente. Encarar el problema “macro” de la violencia social y machista puede iniciar, entonces, por el nivel “micro” de los individuos y de las relaciones cercanas, para fomentar un cambio cultural general


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La familia Grass, Günter en la extrema derecha, 1933. Foto: Akademie der kunste

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Günter Grass con el actor David Bennent (Oskar Matzerath) y el director Volker Schlondorff durante un descanso del rodaje de la adaptación cinematográfica de El tambor de hojalata, Gdansk, 1978.

Lorel Manzano

É

rase una vez un flautista mágico que guió con su melodía a los niños de Hamelin a la cueva de una montaña. Era una venganza: el flautista había librado a la ciudad de una plaga de ratas y las autoridades se negaron a pagarle como lo habían prometido. “Allí hay que cortar unas cuantas raíces a las viejas patrañas. Nos lo debemos –dice la Ratesa y continúa–: hace setecientos años y en los siglos que siguieron no se habló en ningún documento de ratas ni de cazadores de ratas. Sólo se mencionaba a un flautista que, en el día de los Santos Juan y Paulo, se llevó a unos ciento treinta niños de la ciudad a la montaña o más allá, sin que uno solo de los niños encontrara luego el camino de vuelta”, reflexiona el animalito parlanchín de Günter Grass en una novela que por título lleva su nombre: La Ratesa (1986). En sus páginas aparecen los hermanos Grimm, la sombra de El flautista de Hamelin, Oskar Matzerath y la guerra y de nuevo Polonia y otra vez Danzig. El universo ficticio de Grass gravita sobre Danzig, hoy llamada Gdansk, donde creció como cualquier niño con una mezcla cultural alemana y cachuba. A su madre la recordaba como una mujer hermosa, “redonda, sentimental, llena de humor, de rica imaginación, hábil para los ne­ gocios”. Su padre representó el espíritu protestante en casa, un alemán que en la primera guerra mundial trabajó en los astilleros y, a su regreso, puso una tienda de ultramarinos. A los diez años, Grass fue enviado a la Jungvolk, organización que después del ascenso del nacionalso­ cialismo fue obligatoria para niños de hasta catorce años. Ahí aprendían cómo adorar al Führer a través de una convivencia feliz, llena de canciones, juegos, paseos por el bosque, ejercicios y actividades adicionales que com­ prendían la proyección de películas, campamentos en las montañas, fiestas, marchas; después los incorporaban a las Juventudes Hitlerianas y a la instrucción militar. Grass

Grass a la derecha cuando fue reclutado en el servicio de mano de obra por las Waffen- SS a los dieciséis años, 1944

recibió este entrenamiento adorador, como cualquier joven alemán, sin destacarse en las áreas de fanatismo o crueldad. Ingresó como auxiliar a la Luftwaffe y a los dieciséis años se convirtió en soldado de las Waffen-ss , fuerza de élite representada por los nazis más brutales, pero que hacia el final de la guerra, a falta de soldados bien entrenados, incorporaron a todos los jóvenes de las Juventudes Hitlerianas. En marzo de 1945, cuando ya todo estaba perdido para el ejército alemán y el envío de tropas no era sino carne de cañón para la guerra, Grass marchó al frente. Su compañía se dedicó a resistir los ataques rusos hasta que el Führer, a principios de mayo, unos días después de su cumpleaños número cincuenta y seis, llevó de la mano a Eva Braun al búnker de la cancillería, cerró la puerta y, según algunas versiones, repartió el veneno. Cerca de Berlín, Grass cayó herido. Lo detuvieron cerca de nueve meses en un campo estadunidense. Dos años después encontró a sus padres. Eran otros: él, un hombre amargado; ella había sido violada en repetidas ocasiones por los soldados rusos durante la ocupación.

En El Bodegón de las Cebollas se inició Grass como músico. Habían pasado los peores meses de hambre, de vagabundear entre los escombros, de los arduos trabajos en una mina de potasa. Era el momento de hacer jazz en el bodegón que no era precisamente una bodega, sino un local ampliado hacia arriba, con una ventana por la cual no se podía mirar y una escalera de gallinero, “la cual tampoco era una escalera de gallinero propiamente dicha, sino más bien una especie de escalerilla de barco, ya que, a derecha e izquierda de la escalera peligrosamente empinada, uno podía agarrarse de sendas cuerdas de tender de lo más originales. Este conjunto oscilaba un poco, hacía pensar en un viaje por mar y encarecía en consecuencia El Bodegón de las Cebollas”. Así recuerda Oskar Matzerath el local donde Grass se convirtió en músico de oídas para obtener algo de dinero e ingresar a la carrera de escultura en la Academia de Bellas Artes. En aquellos años, Grass tomaba parte en las reuniones del famoso Grupo del 47 y Oskar Matzerath estaba a punto de entrar en la escena de la literatura alemana. El tambor... estaba casi listo: el entorno ofrecía un caudal de inspiración, corrompido y miserable, pero infinito; Remarque, Dos­ toievsky y Perrault surtían efecto, e historias como las de “Los siete enanos” o “Pulgarcito” escondían, maravillosamente, más de lo que mostraban. En los cuentos recopilados por los hermanos Grimm, Grass encontró los recursos narrativos que le servirían para rebelarse contra la historia oficial con sonrisa carnavalesca. “El aniversario del cazador de ratas ofrece muchas posibilidades. Por ejemplo, la flauta”, dice la Ratesa y continúa: “Esa dulzura estridente. Centelleante polvo de plata. Trinos ensartados como perlas. Mucho antes de su tiempo seducía ya un instrumento mu­ sical. ¡¿No debería usted, Oskar, para quien el medio ha sido siempre el mensaje, poner manos a la obra, sencillamente poner manos a la obra?!” Grass puso manos a la obra. Para exhibir al nacionalsocialismo, se hizo de un instrumento musical hipnotizador y un personaje estrambótico. La literatura es peligrosa, decía Heinrich Böll. Detona. Escandaliza. A veces, con sonidos estridentes: El tambor de hojalata aparece con bombo y platillo en 1959. En la habitación de un sanatorio, Oskar Matzerath comienza su autobiografía con la historia de la abuela cachuba. Un tambor infantil con llamitas rojas y blancas reposa a un lado de su cama, uno de los muchos que ha tenido desde los tres años, edad en que decidió detener su crecimiento, es decir, conservarse en los dorados 94 centímetros de altura. Pero el sanatorio donde se encuentra Oskar Matzerath no es un sanatorio ordinario, sino un hospital


G rass:

ria, l e yenda y realidad EL HOMBRE DE EL TAMBOR DE HOJALATA MURIÓ EL PASADO 13 DE ABRIL LEVANTÓ POLÉMICA POR SU RESERVA RESPECTO A SU PERTENENCIA A LAS JUVENTUDES HITLERIANAS

psiquiátrico, además, su camita tiene barrotes y el enfermero Bruno lo vigila todo el tiempo a través de la mirilla de la puerta. Tampoco se trata de una autobiografía propiamente dicha, sino de la reconstrucción de una vida imaginaria en el nacionalsocialismo. Una novela difícil, obscena, opinó la crítica más o menos de manera unánime, y los reconstructores de la sociedad alemana de postguerra se taparon los ojos llenos de horror, señalando con el índice al pornógrafo llamado Grass. Incluso el brillante y apasionado crítico Marcel Reich-Ranicki se apresuró a decir que el gran talento estilístico llevaría al joven escritor a la perdición. El escándalo explotó cuando el senado se negó a conceder a Grass el Premio Literario de Bremen a pesar de que el jurado, entre ellos Hans Magnus Enzensberger, había fallado a su favor. Según Böll, los es-

“Escribíamos de la guerra, del regreso a casa, de lo que vimos en la guerra y de lo que encontramos al regreso: los escombros; y ello dio lugar a los tres tópicos que le colgaron a la literatura joven: la guerra, el retorno y los escombros”.

critores de aquellos años “escribíamos de la guerra, del regreso a casa, de lo que vimos en la guerra y de lo que encontramos al regreso: los escombros; y ello dio lugar a los tres tópicos que le colgaron a la literatura joven: la guerra, el retorno y los escombros”. Los lectores de El tambor de hojalata se multiplicaron en todo el mundo gracias a los esforzados traductores y, en 1979, el cineasta Volker Schlöndorff llevó al cine la historia de Oskar Matzerath. Grass siempre agradeció a su primera novela que le proporcionara la independencia económica para dedicarse a escribir. A principios de los sesentas publicó las novelas El gato y el ratón (1961) y Años de perro (1963), las cuales completarían la famosa trilogía de Danzig. Entonces comenzó a relacionarse con el Partido Socialdemócrata. Más tarde se sumó a la contienda electoral de 1969 por la cancillería a favor de Willy Brandt, a quien recordaba como un hombre “marcado en todos sus rasgos esenciales por el traumatismo alemán, y todavía más, por el traumatismo socialdemócrata”. Los agitados días de campaña aparecen en Del diario de un caracol (1972) el cual no es precisamente un diario, sino un ensayo personal de la política alemana anclada a los temas de la segunda guerra mundial y, a su vez, una reflexión sobre la Melancolía, de Durero, un relato para sus cuatro hijos, representantes de la generación nacida en los sesentas. En sus páginas aparecen amigos, enemigos, la sombra de Oskar Matzerath y la reconstrucción de Alemania, y de nuevo Danzig y otra vez la historia. Grass siempre volvió el rostro hacia la historia: en Mi siglo (1999) une su vida y su obra al contexto histórico del siglo xx . Atento al diario acontecer de la política alemana y mundial, alertó sobre una posible tercera guerra mundial en una entrevista realizada semanas antes de su muerte, ocurrida el pasado 13 de abril. Grass se esforzó por comprender los episodios que marcaron el proceso de la postguerra, de la Guerra fría, de la Reunificación. Más de una vez, con los reflectores encima, se atrevió a opinar: criticó la represión de obreros que llevó a cabo la República Democrática Alemana en 1953 y el silencio de los intelectuales, como Bertolt Brecht o Anna Seghers, en su obra Los plebeyos ensayan la rebelión (1966). También se atrevió a cuestionar la historia oficial de la Reunificación Alemana en su extensa novela Es cuento largo (1995), por la cual le otorgaron el Premio Literario Hans Fallada. Otra vez miraba en los huecos que siempre deja el diablo, y de nuevo salieron políticos y periodistas a reclamar que Grass no participara de la felicidad oficial. Lo sentaron en el banquillo de los acusados, lo llamaron enemigo de la patria. Günter Grass Premio Nobel de Literatura 1999, tras la entrega de premios en Estocolmo, Suecia, 10 de diciembre de 1999. Foto: Jonas Ekstromer/ AP/ Pool

Por fortuna, esta vez Reich-Ranicki no se apresuró: con argumentos bien meditados señaló en una carta abierta las caídas literarias de la novela. En 1999 Grass recibió el Premio Nobel de Literatura y el Príncipe de Asturias de las Letras. Las plumas y las lenguas se agitaron felices en agosto de 2006: Grass daba a conocer su paso por las Waffen- ss en Pelando la cebolla (2006), la primera parte de su trilogía autobiográfica. Entonces ya era conocida su militancia infantil en las organizaciones que entrenaban a niños y jóvenes en el fanatismo nacionalsocialista, pero le reclamaban la confesión tardía de su papel como soldado de la fuerza de élite, que a final de la guerra y a falta de soldados bien entrenados, mandó a todos los jóvenes de las Juventudes Hitlerianas como carne de cañón para la guerra. Políticos y periodistas lo señalaron desde sus altísimos nichos morales, y eufóricos lo llamaron “hipócrita”, “nazi”, ¡cómo, con semejante secreto, se había atrevido a opinar durante sesenta años sobre la política de su país! El reproche volvió a adquirir validez la mañana del 5 de abril de 2012: Grass apareció en las portadas y contraportadas de los periódicos más influyentes del mundo. Había criticado el inminente ataque israelí contra Irán en su poema “Lo que se debe decir”. Y lo que dijo no gustó nada: llamó a que una instancia internacional controlara las aspiraciones nucleares de ambos países, buscó abrir la discusión sobre si un alemán “con un estigma imborrable” podía o no criticar la política actual del gobierno israelí, se opuso a que Alemania entregara otro submarino para dirigir “ojivas aniquiladoras hacia donde no se ha probado la existencia de una sola bomba”. Ministros, embajadores y políticos se taparon los oídos indignados y desde sus tribunas llamaron a Grass “antisemita”, “nazi”, representante del “odio contra el Estado de Israel y el pueblo israelí”. “Allí hay que cortar unas cuantas raíces a las viejas patrañas. Nos lo debemos”, dijo la Ratesa, y con ello se refería a “una historia escabrosa, silenciada oficialmente”, hablaba de los hornos de exterminio y del rapto de ciento treinta niños de Hamelin, y de los sobrevivientes al embrujo del flautista: un niño cojo que no pudo seguir a los demás y una rata que contaría lo sucedido en el río Weser. ¿Oskar Matzerath? ¿La Ratesa? Los sobrevivientes se sintieron con la libertad de narrar desde otra perspectiva y para ello se valdrían de la realidad, de la leyenda, de la historia, de instrumentos mágicos, de los recuerdos. Günter Grass borró juguetonamente todo límite literario para develar lo que Giovanni Boccaccio llamó “el pestilencial tiempo de la mortandad”


LEER Luis Mario Schneider y la literatura mexicana, Alejandro García, Difusión Cultural unam/Literatura, México, 2014.

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Los elementos del estilo tipográfico, Robert Bringhurst, Fondo de Cultura Económica, México, 2014.

Montezuma’s Revenge y otros deleites, Carlos Martín Briceño, Ficticia/Ayuntamiento de Mérida, México, 2013.

CUENTOS A LA LUZ DE LA SANGRE: “MONTEZUMA’S REVENGE” Y ¿OTROS DELEITES?

LA FORMA COMO FONDO RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Los editores dan una nota muy pertinente acerca del autor de este ensayo donde se dice, a la letra, que entre otros temas Alejandro García “se ha dedicado al estudio del cuento corto, las novelistas mexicanas, índices de revistas y periódicos literarios del siglo xix”, además de haberse dedicado a la elaboración de “ediciones y antologías de diversos escritores, entre ellos, Efraín Huerta”. Pertinente, se decía, porque la breve noticia curricular da cuenta de un investigador y ensayista como los que siempre hacen falta en la mexicana república de las letras: abocado al estudio y la difusión de géneros, vertientes y autores que no necesariamente –o de ningún modo– forman parte de ese canon tácito y más bien limitado en el que suelen desplegarse la mayoría de las exégesis analíticas, según el cual pareciera que la literatura mexicana se compone solamente de cuatro, cinco autores cuando mucho. A mayor abundamiento de credenciales, anótese también que a sus cuarenta y pico años el autor es un ensayista literario más que consumado, como queda de manifiesto en la tríada de reconocimientos que nuevamente los editores mencionan ha obtenido Alejandro García con su trabajo: el Premio Bellas Artes de Ensayo Literario José Revueltas 2014; el Nacional de Ensayo Alfonso Reyes 2013, así como el de Ensayo Literario Bellas Artes Malcolm Lowry, precisamente por este libro en el que recupera la figura y la obra del argentino de nacimiento y largamente avecindado en México Luis Mario Schneider (1931-1999), quien a su vez podría muy bien ser visto como un claro antecesor del propio García: autor de obra propia, en su caso preponderantemente poesía pero también narrativa, a Schneider sin embargo se le conoció siempre mucho más por su labor de promoción cultural, editora, historiográfica literaria y académica, trabajos todos ellos con los que dejó una impronta todavía vi‑ sible a poco más de tres lustros de su muerte. De esa clara empatía surge este muy bien escrito y prolijo ensayo, que la Dirección de Literatura de la unam no podía menos que publicar, y hacerlo tal y como lo ha hecho: con una edición cuidadosa y gratamente diseñada.

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partir de la sencilla premisa de que la tipografía es el arte de dotar al lenguaje de una forma visual duradera, Bringhurst ha presentado un clásico universal, como se demuestra, entre otros datos, con el hecho de haber sido traducido a muchas lenguas y tener más de veinte años en el mercado. Cuando se hojea un libro para ver la posibilidad de comprarlo, solemos escoger por el diseño de interiores o de la portada. Pocos son los que se detienen a analizar la tipografía usada y su desarrollo visual. La tipografía se relaciona con la escritura, el diseño gráfico y la edición, pero no pertenece a tales campos. No puede pensarse en tipografía sin suponer la caligrafía como punto de partida, personalísimo baile entre la mano y la pluma: la raíz de lo impreso siempre será la inscripción manual de las ideas, no sólo históricamente, sino en cada individuo. Así, las raíces de lo mecánico están en lo humano y mientras la fuente primigenia siga viva, no importará que sean distintas las máquinas que imprimen con distintas letras. El texto ofrece parte de la historia de la tipografía, describe las principales formas usadas desde los renacentistas siglos xv y xvi , los barrocos del siglo xvii y hasta los contemporáneos. Explica el uso de los signos y lo esperado para un libro de esta naturaleza (cómo usarlos, cómo marcar los inicios de página, de párrafo, etcétera), pero también desarrolla la apreciación del libro como concepto: “haga de la portada un símbolo de la dignidad y la presencia del texto”: “…la elegancia es más importante que el tamaño, y la elegancia es sobre todo vacío”. Entre explicaciones técnicas sobre la tipografía y el armado del texto, el autor nos lleva a entender que el diseño es conceptual, no sólo una opción visual: “la congruencia es una de las formas de la belleza. El contraste es otra”. Mientras obedezca a una composición direccionada, las páginas pueden l l e v a r u n ú n i c o t i p o y u n s o l o p u n t o , p e ro t a m b i é n pueden estar colmadas de diversidad, “como una selva ecuatorial o una ciudad moderna”. Por otra parte, el diseño de la página es abordado de distintos modos; por ejemplo, puede ser concebido como una creación relacionada con la música: se articulan las proporciones de la página con la escala cromática, desde el unisono hasta la octava; puede obedecer al uso de la proporción áurea de muchas maneras, e incluso en una proporción mecánica con las diversas figuras geométricas: pentágono, en su concepto básico o en el truncad o , ro t a d o , c o r t o , a n c h o ; i g u a l e l h e x á g o n o y muchos más. Este es un libro básico para comprender la complejidad del hecho, ahora tan asumido que ni se le reconoce significado, de elegir cualquier tipografía, con la amplia historia que cada una lleva; de abordar la presentación de los interiores de cualquier libro: de establecer que la dulzura y persistencia de cualquier libro radica en ser un objeto producto de la esencial necesidad humana de perdurar, incluso en el anonimato creativo •

SARA POOT HERRERA

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s la noche del 15 de abril de 2014. Coincide mi lectura de Montezuma’s Revenge y otros deleites, de Carlos Martín Briceño, con el eclipse de luna. La “luna roja” va iluminando los primeros setenta y ocho minutos de las ciento dos páginas que ocupan los diez cuentos que, deleitosos por vengativos o vengativos por deleitosos, acentúan el “deseo de revancha” del narrador de “Matrimonio y mortaja” (décimo y último de los cuentos) y nos recuerdan a su vez el título “Revancha” de Los mártires del freeway y otras historias de su misma autoría. La misma también de quien –Después del aguacero– en el año 2000 levantó alas, en 2001 rompió con el Silencio de polvo y en 2005 jugó al Póquer de reinas, cinco versiones del deseo. Unas tras otras, y como en Caída libre (título de hace una década,2004), las historias se esparcen y se concentran en pequeñas piezas de quien junto con el oficio de escritor tiene el d e lector. De allí, en gran medida, la brillantez de los libros de Carlos Martín Briceño: escritor que nace, escritor que se hace. De allí la inteligencia de quien observa, se esmera y aprende para acicalar el genio, “limar la prosa” con que se vino al mundo. Además de la coincidencia entre la luna y la lectura, tenemos esta otra: la de leer a un escritor nacido en 1966 a cinco siglos del nacimiento de Moctezuma ii quien, se dice, nació en 1466. Y una coincidencia más: el cuento Montezuma’s Revenge, ahora en cuarto lugar del libro del mismo nombre, obtuvo el vigésimo sexto Premio Internacional de Cuento “Max Aub”, edición 2012, cuarenta años después de la muerte de Max Aub, que fue en 1972. De estos premios, Carlos Martín Briceño es el cuarto cuentista mexicano q u e l o re c i b e y e l s é p t i m o cuentista latinoamericano al que se le otorga; esto fue de península a península en un verdadero viaje trasatlántico de una ficción taladrada en el caribe mexicano y contada de modo contundente por su propio protagonista, quien no cumple con el “no matarás” pero, en cambio, lo hace con el “sí contarás”, que lleva a cabo de modo rotundo y sin cortapisas. ¿Un nuevo narrador asesino como los de El Llano en llamas pero urbano y en el llamado sureste mexicano? Este cuento indudablemente sería el título del libro que ahora nos ocupa. Y con la venganza mayor, la de Moctezuma, otras nueve vengancitas en el plato de esta narrativa, bendecidas todas ellas con un epígrafe de Gonzalo Rojas: “La palabra placer, cómo corría larga y libre por tu cuerpo la palabra placer”. Y si en uno de sus versos el poeta chileno clama y así lo dice la voz poética –“¡con lo lascivo/ de mis dedos te vi!”–, el cuentista meridano escribe con

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LEER

Jornada Semanal • Número 1057 • 7 de junio de 2015

los “dedos lascivos” de sus narradores, que se ubican en ángulos de tres voces. La del yo de Moctezuma’s Revenge, “Deleites” y “Matrimonio y mortaja”; una misma voz con resultados distintos: frustración, cinismo, resignación. La del tú de “Caprichos”: voz del deseo, distante éste a la del cónyuge que somete. La de la tercera persona de “Made in China”, “Autoservicio”, “Zona libre” y “Dios los cría”: la voz oscilante (dentro de la tercera voz narrativa, la del yo y la del usted) desnudadora de engranajes underground. Y la del yo que dialoga con un tú como en “Hacer el bien” y “Quizás, quizás”: la voz confesante que le habla al amigo y con él al lector, quien encuentra en los trazos de esta cuentística pensada y escrita al filo del asfalto que corta y hiere, y de la pluma que desprende la retina, a personajes de distintas capacidades e incapacidades, a personajes ya no víctimas ni victimarios. Entrelazadas con esas voces están los tonos distintos de los diálogos, infaltables en cada uno de estos cuentos que giran en contrapunto con la hasta ahora obra completa de Carlos Martín Briceño a partir esta noche de Montezuma’s Revenge y otros deleites. Fantástica coincidencia la del eclipse lunar y la nueva lectura del autor de Al final de la vigilia (2003), precisamente en esta semana cuando concluye la de 2014. Pero las lecturas nunca hacen vigilia, aunque eso de leer en Semana Santa a este heredero de El Rayo Macoy (entre otras de sus herencias y algunas “perversas”, como las de Juan García Ponce, o llevadas más allá del Carlitos de Las batallas en el desierto) es no para pensarlo dos veces sino para (y en pleno desafío) leerlo dos veces (esto es, releerlo) como dos veces se han publicado hasta ahora dos de sus títulos. Y así es ya que su temática recurrente y novedosa, al desplegarse impenitente en el ring de las páginas, a bofetadas hace caer al lector –¿será justo?– y a cubetazos de agua fría lo levanta de nuevo en el propio via crucis de su lectura. La venganza va y viene entre líneas, entre páginas y entre libros, coronada en Montezuma’s Revenge y otros deleites que, amenizado por la música electrónica de Pat Metheny, nos pone los pelos de punta cuando la guitarra de ser muy groove (chida, pues), propia de la quietud de la noche, se detiene al meterse el texto a la feria de Guangzhou –de groove a Guangzhou para preguntarnos qué hace un koala australiano en tierra de Mao Tse Tung? ¿Leyó Martín Briceño la noticia de un horrorizado turista australiano que vio a un koala enjaulado y a punto de ser vendido para ser devorado por los turistas? ¿Qué hacemos nosotros leyendo esta decena, trágica como es el caso de “Made in China”? Merodeando por la tangente, pensando que casi todos los cuentos superan su propio título y que algunos finales como que no corresponden a su cuento (y no es que no correspondan sino que como cuentista ha aprendido a suprimir las causas de sus efectos), me doy cuenta de que no estoy sola esta noche de luna rojiza y de Ficticia, cuya Biblioteca de Cuento Contemporáneo ha atesorado a este autor reconocido nacional e internacionalmente. “En el país de ficticia todos somos realistas” (Arreola dixit). Me acompañan en mi lectura la imaginadora Ana García Bergua, a quien el autor dedica

“Caprichos”, la primera venganza de las diez que aquí se prometen. “Caprichos” nos sitúa a los lectores martinbriceñistas en varios puntos recurrentes de su cuentística: la de la eterna mirada materna, la revisitación de la infancia, lo que podemos ver con este ejemplo, y cito: “Observas tus bostonianos; el mismo modelo de siempre. Sólidos, chatos, las agujetas bien amarradas. ¿Empolvados? ‘A un hombre con clase se le reconoce por el calzado’, de nuevo la voz de tu madre” (“Caprichos”). Frase que, como sentencia, nos devuelve a esta otra: “paseó la mirada […] hasta detener la vista en una mota de polvo que opacaba la superficie de uno de sus nuevos Florsheim. Molesto, frotó la mancha con el pulgar buscando recuperar el brillo de su zapato, pensando en lo fácil que se estropean las cosas buenas en estos tiempos” (“Una larga estación de felicidades”, en Los mártires del freeway y otras historias). Como en espejo se miran las dos frases en las que, con pies de plomo, su autor (alter ego de sus narradores) da indicios una y otra vez de un pestañear de infancia. Y una vez más la persistencia de un narrador (ya crecidito) que, más que desear a la mujer de su prójimo, desea también (y además) a la mujer que no tiene tan próxima. Pareciera que, años después de casado (diez, veinte…) quiere con todas, incluso con su esposa. “Caprichos” como éste están en esta narrativa. Como también lo está la relación digamos dispareja de “Quizás, quizás” de este libro y de Entre Chien et Loup y “Los fines de semana” de su Freeway? ¿Homenaje multifacético al irlandés John Banville conocido también como Benjamin Black? Esta y otras preguntas me hago mientras sigo con mi lectura donde aparece el multidisciplinario cubano (y yucateco también) Raúl Ferrera-Balanquet, a quien Martín Briceño le ofrece “Made in China”, que denuncia no sólo la contaminación “made in China”, sino descubre un escalofriante tráfico de animales al que, y junto con el personaje, el narrador nos avienta a un “desbarradero”. Aquí el narrador parece salido del cuerpo del autor que en su viaje a China lee una novela del sueco Henning Mankell, creador del detective Kurt Wallander, modelo en alguna medida de Desiderio Grajales, protagonista de “Los mártires del freeway”, leído a su vez por un personaje de “Deleites”, el quinto cuento del nuevo libro de Martín Briceño. “Deleites” es para Mónica Lavín –regalo pues, Uno no sabe–, quien antes le aceptó al autor de “estas venganzas deleitosas” un viaje al infierno con la promesa de una nueva visita, promesa que se ha cumplido al atentar el nuevo cuento contra el honor de la sagrada familia, ironizada por Raymond Carver en el epígrafe que enmarca la dedicatoria a la amiga cuentista. “A bocajarro” me encuentro con Adrián Curiel Rivera, de la misma generación de Martín Briceño y a quien se le regala “Hacer el bien”, deformado al replicar uno de los versículos de la Biblia. Y no podía faltar Beatriz Espejo, maestra cómplice, en la que el también autor de Los mártires del freeway y otras historias se mira como en espejo. Para ella es el último cuento que, como el primero (y “Autoservicio” y “Dios los cría” también) son los únicos que no tienen epígrafe.

Los destinatarios de las dedicatorias son, han sido y serán lectores de este cuentista antes niño bueno y ahora l’enfant terrible de la cuentística yucateca. Lo de bueno lo saben sus padres, a quien se les dedica el libro en su conjunto, dedicado también a Rafael Ramírez Heredia, quien de taller en taller (y en cada mostrador) contribuyó a las cualidades de este escritor que cada vez es menos niño (¿sí?) y cada vez mejor escritor (¡sí!). A colegas escritores también se agradece y la familia más cercana siempre está. En estos cuentos, nada o todo es coincidencia. Como la de ahora, cuando a la luna le llegó también su noche. Montezuma’s Revenge y otros deleites es un decálogo de un imperfecto cuentista. Imperfecto en el sentido de que su obra no está conclusa, aunque sí bien acabada, de buen acabado: a mano. Y en el proceso de su hechura está “el mismo modelo de siempre” (frase aquí citada), lo mismo que nuevas experimentaciones (Max Aub se distinguió por sus experimentaciones) que la hacen inconclusa, en movimiento rotativo y de traslación, en búsqueda constante. El título del libro anunció su recurrencia, ratificada en el epígrafe del cuento del mismo nombre, pedido prestado a la creadora de Tom Ripley. “La venganza le supo a gloria y casi se sonrió” (Patricia Highsmith). Ésta se ha cumplido y multiplicado: personajes que se vengan, narrador que se venga, lector que se venga, páginas que se vengan por el peso a que las han sometido. Y la crítica digamos que se venga o recibe la venganza, al hablar de Moctezuma’s revenge y no de Montezuma’s revenge. Aquí la venganza de Moctezuma. Por si fuera poco, quien crea el título –su propio autor– anuncia lo de “otros deleites”; luego, la venganza de Moctezuma es deleite lo mismo que los otros nueve textos que pagan tributo al emperador azteca y al emperador del género breve: el cuento. Montezuma’s Revenge y otros deleites no es el deleite campechano “de observar el atardecer desde los balcones del legendario Hotel Baluartes” (reseña de Carlos Martín Briceño al libro Tus ojos serán silencio, de Carlos Vadillo Buenfil, también premiado) sino un túnel por donde los personajes se asoman al mar (negro) de su infancia, una mirilla de vidrio estrellado, un acto de contrición, una penitencia y sobre todo una narrativa que sorprende como esta noche ha sorprendido la luz verde que se coló cuando la tierra echó sombra sobre la luna. El deleite de la venganza está en la savia de este libro, relámpago que centellea en la cuentística de Carlos Martín Briceño •

En nuestro próximo número

RAMÓN LÓPEZ VELARDE: papeles inéditos Marco Antonio Campos

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7 de junio de 2015 • Número 1057 • Jornada Semanal

Francisco Torres Córdova

Ricardo Venegas ricardovenegas_2000@yahoo.com

Felipe Garrido MENTIRAS TRANSPARENTES Violeta Para Ernesto García Núñez

Mamá me dijo que se la había llevado el Diablo, que no pensara en ella ni la buscara; que nunca iba a regresar. Y Lalo y Myriam, que son más grandes que yo, me hicieron señas de que era cierto, que eso había pasado con Violeta, nuestra hermana mayor. Yo tendría tres años; me daba miedo. Empecé a sentir una sombra. Iba de un lado a otro volteando, y me persignaba. Por un tiempo busqué su ropa, sus libros, sus cosas y si oía que en la noche un carro se paraba frente a la casa me levantaba para ver si había vuelto. La soñaba encadenada, envuelta en llamas y me despertaba llorando. La extrañaba. Ella me consentía, me rascaba la cabeza, dejaba que me durmiera en su cama. Y luego un día, mucho después, yo ya estaba en la escuela, vi a una pareja en la cola de un cine, con una niña. El hombre la tenía de la mano y abrazaba por la cintura a la señora, la besaba en la cara y ella se parecía mucho, mucho a mi hermana Violeta •

Ricardo Yáñez DE PASO Hena Carolina Trabaja con el cuerpo, observándolo como fuente de información de características psicológicas del portador; es psicoterapeuta Gestalt. Periodista un cuarto de siglo, a los cincuenta y ocho años definió, apoyada por el Fonca en su Viajando sobre rieles, otro camino para sus inquietudes familiares, sindicalistas y de género: la narración oral, asesorada por el maestro Moisés Mendelewicz. Su libro ¿A dónde desea hablar?, sobre las telefonistas de larga distancia de Telmex a inicios de los noventa (ella misma fue telefonista; algunas de sus vivencias quedaron retratadas en Danzón, de María y Beatriz Novaro), va en su edición tercera. El 14 presentará en la Plaza de Santa Catarina un trabajo al respecto. Parte de que todos somos narradores orales y todo el tiempo contamos historias. La igualdad, la horizontalidad, son guías en su labor, que grupalmente realiza con las integrantes de El Norte también Cuenta.“Trato de crear comunidad con mi trabajo, de que quienes escuchen mis relatos” experimenten “las imágenes de sus propias historias y sentimientos”, sientan en sí afianzarse “su propio ser” •

bitácora bifronte

ftorrescordova@gmail.com

monólogos compartidos

Nacho Huape y su legado

Piso de mosaico

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ecientemente falleció en un accidente automovilístico el activista social Ignacio Suárez Huape, a los cincuenta y cinco años. Desde niño, Nacho Huape, como lo llamaban sus amigos, quedó huérfano en Michoacán y fue adoptado por sus tíos y llevado a Jojutla, Morelos; era muy joven cuando se formó en las comunidades cristianas de base, en las cuales sobresalió por su aguerrida lucha por la justicia, rasgo que solía aparecer de manera natural en su carácter y como una filosofía de vida que siempre siguió. Con su esposa Inés Montaño fundó de la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Morelos, al lado de Flora Guerrero, Antolín Escobar, José Martínez, Julia Quintanilla y Julián Cruzalta. La cidhm fue la impulsora a través de la cual se creó el Premio Nacional de Derechos Humanos don Sergio Méndez Arceo. Nacho participó también en el Frente Cívico Pro Defensa del Casino de la Selva, pugna en la cual se defendió el patrimonio cultural de Cuernavaca. Muchos activistas lo recuerdan como un hombre solidario y sencillo, organizador de actividades cívicas, gestor de los asuntos de los pobres, que no dudaba en ofrecer soluciones promovidas por él mismo. Nacho fue diputado local en Morelos, se forjó como un político honesto (no se volvió rico ni saltó como chapulín de un partido a otro) y siempre se mantuvo unido a las mejores causas del pueblo de Morelos. Desde el inicio del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (creado a raíz de la muerte de Juan Francisco Sicilia, hijo de Javier Sicilia) fue uno de sus motores principales. Fue solidario, honesto y fraterno con los más necesitados. Quizá su propia biografía fue el detonante de su postura social, de su simpatía por los desposeídos. Las páginas del legendario y auténtico Correo del Sur lo recuerdan como un luchador social incansable. Sería un gran homenaje que alguien rescatara sus colaboraciones para reunirlas en un volumen que consigne un período importante de las luchas sociales en el estado de Morelos. En los últimos meses, Nacho acompañó a los pueblos levantados en Morelos y Puebla contra la termoeléctrica y el gasoducto, proyectos impulsados por los gobernadores de esos estados. Contestatario y crítico del sistema, Nacho Huape nunca dudó en denunciar la injusticia y el abuso. Vera Sisniega logra un dibujo nítido de Nacho cuando dice: “Tenía la extrañísima cualidad de llamar a las cosas por su nombre. No tenía miedo. No buscaba quedar bien, no le temía a la marginalidad, a ser odiado o rechazado. Por el contrario, lo llenaba de orgullo el rechazo de los corruptos” […] “Era energía pura. Hacía colectas, escribía cartas, juntaba firmas, acampaba, marchaba, dialogaba, buscaba la interlocución entre las causas y el gobierno, organizaba presentaciones de libros, foros, etcétera.” El Congreso de Morelos le rindió un merecido homenaje. Mientras muchos corruptos quedarán en la fosa común del olvido, Nacho permanecerá como ejemplo de integridad en un mundo menesteroso de honestidad •

ajó los pies de la cama y los apoyó apenas sobre el suelo. Venía de una noche larga y pesada, con algu-

nos remansos de sueño, pero aún cansado de un esfuerzo difuso en todo el cuerpo. Puso los codos sobre las rodillas y dejó caer la cabeza en las palmas de sus manos. Desde ahí miró sus pies descalzos. Algo lo retuvo y no se levantó. Eran pies sanos todavía, con algunas deformaciones leves en los dedos, sobre todo los meñiques ligeramente sumidos y con uñas diminutas. El talón derecho a veces le dolía y la piel parecía más gruesa, con estrías y algunas manchas, bordes callosos y más claros. No eran grandes ni pequeños, pero sí de arco pronunciado y pisada clara y firme. Los apoyó un poco más sobre el suelo que era de mosaico y estaba fresco. Poco a apoco se dilataban las venas y el corazón temblaba en la arteria del empeine. En la habitación aún pesaba su aliento. Afuera caía una llovizna terca y enfermiza que aturdía la mañana. Para entonces él miraba sus pies con extrañeza, como cuerpos ajenos imbricados en su vida y a la vez con una propia tramada en la fortuna precisa y arbitraria que a cada quien le toca, pero también en el sigilo del poder que despoja o tuerce los pasos de la inmensa mayoría. Así de pronto sus pies ya no eran sólo suyos, sino también los pies de una criatura echada a andar en una calle de polvo en el centro afilado de esa nada que endurece las plantas y quiebra los tobillos de la mente, y los pies limpios, sedentarios y sedosos de un hombre al borde de sí mismo y de sus años en una cama altiva; los suaves y arropados en medias de lana sobre pisos de mármol o maderas finas en una sucia casa blanca en la colina, o los de un rostro de mujer abandonado y carcomido de silencio en una de las tantas cunetas y pozos y fosas y baldíos, alcantarillas, agujeros y desiertos del país que va quedando lejos del discurso y sitia desde adentro sus fronteras y enreda sus senderos, y también los pies que a nadie pusieron de pie, que no dieron paso alguno, los que nacieron rotos o quietos o quedaron atrapados en las fibras de un virus simple y ciego, y los otros pies que escriben música en el suelo y por el gozne universal de las rodillas la suben amorosos a los muslos, y pliegan y alargan el torso y apuntalan la cabeza y alcanzan la punta de los dedos y el cabello; los vencidos y ampollados de migrantes y exiliados, los ochenta y seis más otros miles sometidos a su ausencia en alguna parte aquí que zumba en los oídos, los curtidos y agrietados por el lodo de los surcos o la llama blanca de la sal, los que con la frente pulida y las manos enlazadas sobre el pecho dan relieve a la mortaja, y los del feto que pisan la sutil membrana que nutre lo posible, cada uno y todos suyos, nuestros, tuyos, míos, en la incesante letanía de los pasos y sus huesos, su primitiva desnudez que al cabo nos desnuda el mundo hasta la nuca. Respiró profundo. Una multitud andaba por sus pies con todas sus distancias en el breve espacio al lado de su cama. El día se tardaba. Cerró los ojos. Se tocó los pies •

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........ ARTE Y PENSAMIENTO

Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com @mquemain

Las pasiones perdurables de Tito Vasconcelos

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ste fin de semana Tito Vasconcelos inició la celebración de la mayoría de edad de su espectáculo de cabaret La pasión según Tito. A casi dos décadas de iniciada esa indagación escénica, parte de un amplio proyecto estético y ético, la vigencia de la propuesta asombra porque la retórica que pone en escena imaginación y experiencia se afina, crece y ha fijado un orden en el canon de lo performativo. Presenta una serie de procedimientos, problemas y soluciones en un género que oculta sus dificultades artísticas bajo la máscara de la actualidad, lo reconocible y una visibilidad caricaturesca que no hace evidente el enorme trabajo de precisión y alta costura detrás de cada función. El modo en que Tito lo ha hecho crecer y lo ha vuelto complejo tiene mucho de correspondencia con las transformaciones históricas del género y su cercanía cada vez mayor al teatro llamado popular. La pasión según Tito esta basada en Misterio bufo (1969) del dramaturgo italiano Dario Fo. No es gratuita la identificación de Tito con Fo. Su humor, compromiso político y su inteligencia están vinculadas en un ejercicio que consiste en tomar una figura clásica como Los misterios (procedentes de la ceremonia latina que consistía, en el teatro medieval, en representar pasajes de las Sagradas Escrituras) así como los bufos, para transformarlos con humor en una crítica de la injusticia y una parodia de los poderes (y abusos) eclesiásticos. Dario Fo llama a su indagación:“procesión de personajes para un actor” y lo concibe como un espectáculo “unipersonal”. Tito no está solo, lo acompaña un actor joven y solvente, Luis Esteban Galicia, egresado del

LA OTRA ESCENA

cut ( unam )

y la pianista Anali Sánchez Neri, ambos con gran capacidad de improvisación. Sin embargo el peso actoral está en esa orquesta que él representa porque entiende el cabaret como un crisol, como un espacio intertextual en el que convergen y se modulan distintas disciplinas de las artes escénicas. Por eso su capacidad de hacer sonar y hacer ver un texto, de ser su propia marioneta, obediente y creativa a un tiempo. Esa forma de proceder escénicamente consiste en poseer un repertorio de matices suficiente para mostrar lo que atraviesa al cuerpo en la emotividad cabaretera, portadora de múltiples sentidos, géneros y subgéneros. No renuncia al teatro de revista y su concepción del sketch forma parte de esa tradición que respeta e incluye. El trabajo de Tito Vasconcelos puede verse por lo menos en dos dimensiones. Hay un espacio inevitablemente histórico y político, en el que su contribución forma parte de los avances democratizadores y liberadores de nuestra sociedad (por lo menos en los espacios urbanos), y otro donde continúa explorando su propio trabajo artístico, creando, reinventándose.

En el primer espacio no sólo lo social importa. Lo histórico de sus contribuciones alcanza el terreno de lo artístico. Lo que se hace hoy en cabaret tiene mucho de los hallazgos de Vasconcelos y de búsquedas que, en los años setenta, implicaron una reflexión profunda e imaginativa en la Commedia dell’arte. Mucho del teatro de Jesusa Rodríguez, por ejemplo, viene de esa sabiduría, a la que contribuyeron las experiencias que van de Julio Castillo a Ludwig Margules y de Héctor Mendoza a Luis de Tavira. El trabajo de César Enríquez forma parte de ese legado y es tan rico que su reelaboración implica continuidad y ruptura, como suele suceder con los objetos paradigma en una tradición. Recomiendo el trabajo de Gastón a. Alzate de la California State Uiversity de los Ángeles, quien publicó un ensayo sobre Vasconcelos, que vale la pena consultar por su profundidad y documentación y es parte de los diez años de la conferencia del International Theater Festival of Miami (2000-2010). No es el único, pero éste procede de un investigador prolijo y actualizado cuyo trabajo se localiza en cualquier buscador. Vasconcelos es un actor que desde sus inicios tuvo que hacerse cargo de toda la concepción de una labor que, paso a paso, adquiría las posibilidades de la permanencia, de su instalación en un repertorio (aunque cuente entre sus rigores la actualidad social y política), y que transitaba con humor y valentía a través de un México represivo y conservador, tan homófobo como pedófilo, machista hasta la abyección del feminicidio y con toda la cauda de crímenes de odio. A partir de este fin de semana y hasta el 28 de junio, de viernes a domingo, en el Teatro de la Ciudad habrá que ver al indispensable Tito, ya con cuarenta y cinco años de vida escénica •

Alonso Arreola @LabAlonso

Réquiem por Jaime Almeida y Octavio Hernández

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A SEMANA PASADA LLEGARON las muertes de Jaime Almeida y Octavio Hernández, voces y plumas destacadas en la reflexión musical mexicana. Lo de ambos con pocos días de separación. Lo de ambos antes de tiempo. (¿Quién no muere antes de tiempo?) Lo de Almeida fue un ataque fulminante que detuvo su corazón horas después de participar en un evento público en Paraíso, Tabasco, dedicado a los boleros. Según parece tuvo “la muerte de los justos”, rápida y sin sufrimientos. Eso nos dio gusto, en medio de la congoja, tanto como que su nombre inundara cientos de miles de bocas, recuerdos y despedidas, pues era un hombre que a todas luces despertaba empatía y respeto. Lo de Octavio Hernández, acaecido en Tijuana, si bien fue rápido tenía varios antecedentes. Murió a los cincuenta y cinco años. Eso nos dolió más, pues era amigo. Lo que nos gustaba de Jaime Almeida, para empezar, era su timbre de voz. Sin afectaciones peculiares, era de ésos a los que se les aguantan largas peroratas. Cálido, amable, en él viajaba una pronunciación eficiente que nunca caía en los extremos de la horrenda hipercorrección. Lo suyo era aterrizar en orejas de muy diverso origen, edad y condición en emisiones como Con el pie derecho o Econexiones musicales. La voz de Octavio Hernández también nos gustaba mucho. Era un poco más aguda y poseía mayor velocidad. Era, al contrario de la de Almeida, más viva y provocadora. Se le pudo escuchar en programas de radio (El arca de neón) y televisión (Fusión). Lo que nos gustaba de Jaime Almeida, también, eran sus premisas como divulgador. Más que crítico de música (como tantos han señalado), lo suyo era brindar infor-

BEMOL SOSTENIDO mación biográfica, geográfica e histórica de los artistas de los que hablaba. Lejos del chisme, sus aportaciones hacían más disfrutable el repertorio que compartía. Octavio, por el contrario, ejercía más la crítica y la investigación sobre temas fronterizos, sobre tópicos literarios y plásticos. Así lo constata su libro Tijuana-Mesopotamia, crónicas y otros latidos, trabajo fundamental para entender los fenómenos artísticos de un territorio fecundo y ambivalente. Lo que nos gustaba de Jaime Almeida y de Octavio Hernández era su manera de conversar. Sólo hay que buscar sus entrevistas en la red para notar de inmediato que sabían preguntar y guardar silencio, dejando el protagonismo a quienes los acompañaban. Ambos investigaban a sus interlocutores y se comprometían con temas y aproximaciones bien estudiadas, aunque también podían cambiar de rumbo con naturalidad y riesgo. De Almeida recordamos su diálogo con Pérez Prado a propósito de la creación de un mambo. Notable. De Hernández, por ejemplo, la conversación con Gustavo Cerati en Beverly Hills en 1999. Profunda.

Jaime Almeida

Lo que nos desconcertaba de don Jaime, para ser sinceros, era su manera de lidiar y negociar con el poder. Hombre con puestos clave en la campaña de López Portillo y en los negocios musicales de Televisa, por un lado impulsaba las carreras de productos como Timbiriche, mientras que, por otro, presentaba una emisión de su mítico programa de tv, Estudio 54, verbigracia, dedicada a Queen. Entendimos siempre, empero, que eran unas por otras. Octavio, muy por el contrario, fue seducido por la movida underground de México, Latinoamérica y Estados Unidos, lo que lo transformó en un referente a quien recurrir para tomar un pulso distinto, mucho más difícil de localizar en las venas de nuestro cuerpo sonoro. Lo que nos gustaba de ambos, por sobre todas las cosas, era su relación con la música. O mejor dicho: lo que imaginábamos era su relación personalísima con la música. De los dos aplaudimos lo que raramente podemos llevar a cabo hoy, sea por falta de tiempo o ignorancia. Sin ellos tendremos que replantearnos las veces que escuchamos un disco entero y en silencio, pues ya no están para cuidarnos las espaldas. Haremos justicia a su legado recuperando el empuje de otros calendarios, cuando los descubrimientos se hacían a fuego lento. A Octavio Hernández lo conocimos en Nueva York, hace casi veinte años. Nos hicimos amigos en aquellos días cuando todo era posible, para impulsar la música que nos gustaba entre conferencias, cervezas, conciertos y paseos por el Soho. Luego se hizo colaborador de la publicación que editábamos en Tower Records para siete países: Latin Pulse. A Jaime Almeida no lo tratamos en persona, pero siempre nos entusiasmó coincidir con su imagen o con su voz. Esperamos de corazón que ambos hayan tenido un buen tránsito hacia el encuentro con sus dioses sonorosos. Acá los recordaremos con cariño. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •


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Jorge Moch Verónica Murguía

Reflexiones electoreras

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INCERAMENTE, NO SÉ POR qué se ha decidido que los dieciocho años marcan el final de la adolescencia y el comienzo de la madurez. Sí termina la edad del pavo, pero ¿madurez? ¿Seguro? Los dieciocho señalan, sí, según la ciencia médica y los recuerdos de la humanidad, el momento de esplendor máximo del cuerpo. A esa edad hasta los feos están lindos. O por lo menos, nuevos. Según la ley, el joven adulto ya puede votar, emborracharse, ir a la guerra, comprar cigarros y ver cine en el que los protagonistas estén encuerados. Pero lo de la madurez es otra cosa. A los dieciocho, lo recuerdo claramente, uno cree que puede con todo. Que entiende lo que lo rodea, que se conoce a sí mismo. Ja. No nos dábamos cuenta de que el cristal por el que mirábamos estaba empañado por nuestra propia respiración anhelante. A los dieciocho, la muerte es una idea abstracta. Un estado temporal. El amor, el mundo, los oficios (pocos saben a esa edad lo que realmente quieren hacer en la vida), todo espera ser conquistado. Si uno es gringo, israelí, ruso, congolés, checheno o de algún lugar problemático o beligerante, se enrola, se va a la guerra, aniquila a otros, se destruye a sí mismo y regresa hecho pedazos a que le pongan reparos a la hora de darle el cheque de invalidez. O de plano, no regresa porque no hay a dónde. En México, un país sin educación, problemático y envenenado por el odio desde Tijuana a Tapachula, hay ejércitos tan siniestros y crueles como el que más, que reclutan a jóvenes que ignoran lo esencial, que tienen la capacidad empática de un sillón. El muchacho se deja llevar por la adrenalina y la testosterona. Es bien macho, es valiente, es el más loco. No le da miedo nada. Y miren nomás. Mientras, la chica, saturada por el estrógeno, se enamora. No se pone muy exigente. Quiere un bebé. No lee el periódico, le cree a las letras de las canciones, a la tele. No ha terminado la escuela. Intuye que sería mejor planear un poco la cosa, pero concluye que un bebé es una pica en Flandes, un pie (diminuto) en el futuro, esa conjugación improbable. Sueña con el chico, con el bebé, con el amor. Y se embaraza. Según la ocde , en 2013 México era el país con más embarazos adolescentes de América Latina. Si esa es la edad de la razón, yo soy Sócrates. Por supuesto, cuando uno está como estamos mis amigos y yo ahora, pagando médicos varios y comprobando el paso del tiempo con un leve horror ante el espejo, la memoria –que, además, ya no es lo que era– nos engaña. La tercera ley de la termodinámica avanza implacable. Vemos nuestras fotos de jóvenes, la intensidad en la mirada, la expresión abierta, la delgadez, el ceño limpio y creemos recordar que éramos felices. Pero la tempestad de hormonas en la que naufragábamos cotidianamente era algo terrorífico y cuando mirábamos esas mismas imágenes, estas mismas fotos, nos chocaban. Claro que uno no tenía el pelo canoso, ni la nariz se había alargado sin aviso mientras la vista se acortaba, el rabo se ensanchaba y el ceño

se convertía en un hashtag. Sí, como dice mi amigo a.,“teníamos país” y eso colorea el hoy de negro y el ayer de rosa. Yo, además, padezco una especie de locura que hace que mi idea de mí misma se haya detenido en los treinta y cinco. Claro, ya no me parezco. Pero se me olvida. La cara de los treinta y cinco es la cara que viene a mi mente cuando pienso en mí. Así, cada mañana, ante el espejo, me desconcierto, retrocedo. Compruebo que si no me pinto el pelo a tiempo, me convierto en Pepe Le Fou, el zorrillo enamorado. Me examino las patas de gallo. Están tremendas. ¿Qué demonios pasó? Le doy rodeos al espejo de cuerpo entero, porque ahí la cosa se pone peor. ¡Qué cabús! El cuerpo del Pato Lucas. La cara del Pato Lucas. El alma del Pato Lucas. Me convertí en el Pato. ¿Qué hago? No importa. Bueno, no tanto. Sospecho, porque a esta edad dudo más que nunca, que entiendo mejor de qué va. Que la violencia no es la respuesta, ni la solución en casi ningún caso. Que el sexo está sobrevalorado (increíble, ¿verdad?). Que la salud no es algo que se vaya y regrese: luego se va y no vuelve, caray. Que el amor tiene más caras que las que muestran las telenovelas, los anuncios, cierto cine, las canciones pop. Que la amistad es lo máximo. Que debí estudiar Medicina. Que hay que pensar antes de hablar y escribir. Y ni modo, que ya no se puede usar camiseta talla ch porque se sale la lonja del Pato •

LAS RAYAS DE LA CEBRA

La edad de la razón

UÉ AMASIJO DE PILLERÍAS son las elecciones en México. Exactamente lo contrario a lo que deberían. En lugar del ejercicio límpido de la soberanía popular, las convertimos en vil tianguis de mentiras, guerra sucia, esquinazos, traiciones… y negocio. Cuestan, aunque no sea año electoral, pero en uno como el que corre las cifras se disparan escandalosamente, billones de pesos que en lugar de usarse en mejorar hospitales públicos o equipar y modernizar escuelas que en muchos lugares se están cayendo a pedazos, son encauzados a las faltriqueras sin fondo de un sistema –deberíamos decir una red– de partidos políticos que más que institutos de gestión social se comportan como pandillas: las grabaciones que brotan por todos lados de funcionarios, candidatos y operadores (una gema de vulgaridad la de hace una semana entre el inefable Adrián Ruvalcaba Suárez y su “delfín” suceso-

rio, Miguel Ángel Salazar Martínez, ambos vinculados, vaya sorpresa, al amasiato entre ese sindicato criminal que se llama Partido Verde y su padrino el pri y de la que, rascando entre las soeces expresiones de ambos yúniors prepotentes, rescato una frase esencial que los retrata de cuerpo entero al referirse a sus posibles votantes, a los que estarían convocando con promesas de dádivas que van desde regalos de mercancía china hasta autos y puestos en la delegación Cuajimalpa: “… y después ya vemos cómo les cumplimos si es que se les puede cumplir, el pedo de esto es ganar…”, exhibiéndoles como verdaderos patanes con nulas cualidades morales para ejercer puestos públicos o un escaño en la representación parlamentaria (se puede escuchar el audio en https://www.youtube.com/ watch?v=z8h9n2VTpwI). Son auténticas fortunas las que dilapidan las administraciones federal y estatales en la propaganda y la operación casi seguramente fraudulenta de unas elecciones signadas por la violencia, el acarreo, la compra de votos y toda la negra cauda de crímenes electorales, irregularidades y abiertas agresiones al derecho esencial ciudadano del voto, convertido éste en coto de tretas, transas, acuerdos en lo oscurito y, en el mejor de los casos, las ganas rotas de muchos mexicanos que quisiéramos ver un país cambiado, remozado, sin tanto cabrón ratero encumbrado en las cerradas oficinas de edificios gubernamentales y empresas, y menos pobres diablos cosidos a balazos en calles, brechas, carreteras y veredas. Y mucho mayores son las ingentes cantidades de dinero, no pocas veces de origen criminal, con que se rebozan por debajo de la mesa esas campañas electorales que terminan siendo simples colecciones de delitos. Pero el cogollo nauseabundo no está en la muy pedestre obsesión de po-

der político y económico que padece cualquier pobre imbécil de autoestima baja y más baja estofa cultural y ética, sino en el inmenso poder cosmético de los medios masivos que se empecinan en lavarle la mierda del rostro al gobierno y sus compinches aparentando que este país violentado, vejado, ensangrentado y depauperado con el saqueo constante (del que forma parte mayúscula, precisamente, todo el tinglado electorero) transita con normalidad imposible hacia el ejercicio democrático. Las elecciones limpias, transparentes, fortalecidas en su credibilidad solamente existen en los anuncios de la propaganda partidista e institucional (de pronto el ine parece un partido más en campaña) que inunda en todo momento la radio, la televisión, los medios impresos e internet. Pero no se necesitan dos dedos de frente para percatarse de que todo es una falacia, un entramado montaje compuesto por comemierdas de profesión, ésos que revisten la fragilidad de su pellejo con las escamas del cinismo y una prepotencia cobarde con guardaespaldas. Ésos que desprecian a la gente pero se valen de ella; que le llenan las manos de promesas y luego les dan la espalda o, cuando la gente decide hacerse valer y planta cara, ofrecen en respuesta granaderos y policías que han terminado convertidos, por sátrapas como el mismo Peña Nieto, de oficiales del orden y la prevención, en simples miñones represores y hasta asesinos, como hemos visto en repetidos, lamentables y cada vez más crueles casos de masacres y mal disfrazados “enfrentamientos”. De modo que las elecciones mexicanas, más que un ejercicio libre y democrático, han terminado convertidas en uno más de los síntomas, quizá uno de los más representativos, de la pudrición social de un país en el que cada día se hace más difícil llevar sin sobresaltos la diaria rutina •

CABEZALCUBO

tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch


Jornada Semanal • Número 1057 • 7 de junio de 2015

........ ARTE Y PENSAMIENTO

Gustavo Ogarrio

Luis Tovar

Mad Max: apogeo y caída de un héroe postápocalíptico

Los Arieles y otras cuitas

Para mi primo Javier y para Alejandro El Carranclán, cómplices de esa adultez ficticia en el Jalisco

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N LA PENUMBRA DE un desvencijado cine Jalisco, bajo el avasallamiento alegre de la humedad, el olor a orines concentrados y la espectacularidad de un programa que anuncia en su marquesina la “permanencia voluntaria” de las dos primeras películas de lo que será la trilogía de Mad Max, la silueta del guerrero de la carretera se abisma en la turbulenta atmosfera postapocalíptica. Después de que el joven Max es “apaleado y derrotado” en la primera película y de que su propia venganza lo despoja también de la condición inicial de “hombre normal”, comienza Mad Max ii (1981) ante un público mayoritariamente de infantes que esa tarde serán adultos ficticios.

Debe ser el año de 1982 y el Estado benefactor todavía es un largo susurro revolucionario que está por liquidar las leyes de su encantamiento despótico. Desde la satíricamente atroz Naranja mecánica (1971), de Stanley Kubrick, hasta el futurismo impecable de Blade Runner (1982), de Ridley Scott, las ficciones distópicas que se proyectan en el “Tercer Mundo” dan la sensación de que ponen al día cierta avidez modernizadora en materia de cine de culto. Mad Max, apoyado en su bastón bajo las nubes amenazantes, es el punto de partida para la configuración legendaria del personaje que interpreta un imberbe Mel Gibson. El zumbido desolador del viento en la tierra baldía y una voz sepulcral en off que se refiere a la leyenda cuasimítica del viejo Max: “Mi vida se apaga, la vista disminuye… Lo único que queda es la memoria… lo que mejor recuerdo es al Guerrero de la Carretera… ”. Un narrador que agoniza y evoca un “tiempo de caos” hace también una síntesis de la devastación bipolar ( eu - urss ) y nuclear, la Guerra fría interpretada desde las consecuencias ficticias de la tercera guerra mundial, la fantasía totalitaria de la destrucción de la sociedad occidental murmura a su manera el fin del humanismo moderno: “Por razones ya olvidadas, dos tribus de guerreros lucharon y provocaron un incendio que acabó con todos.” El hombre legendario, al que el narrador llama Max, va a ser el centro de la evocación cuasiépica de la batalla por la gasolina después del apocalipsis nuclear en el desierto australiano. Lo que sigue es el vértigo de la guerra tribal en la carretera entre una pandilla exterminadora –con perfil mohwak-punk– y “civiles” que huyen del acoso a su refinería. Al final sabremos que el niño salvaje del boomerang –The Feral Kid–, futuro líder de los civiles que se convertirán en la Gran Tribu del Norte, es el narrador que le ha dado sentido evocativo y legendario a la figura de un Mad Max que se pierde otra vez en las tinieblas del desierto postnuclear. La ambigüedad de Max es quizá uno de los rasgos que le da cierta apariencia trágica a la segunda película: ni bueno ni malo, nunca sabremos del to-

do si fue el guerrero de la carretera por solidaridad heroica con la futura Gran Tribu del Norte o por conveniencia cínica con su propia sobrevivencia. En 2015, viejos e inmensos cines, como lo fue el Jalisco Ciudad de México, ya son templos de lujo de profetas brasileños que predican la religión del “Pare de Sufrir”: místicos de la crisis en tiempos de neoliberalismo intensivo. El remake de Mad Max (con el subtítulo Fury Road) es presentado por su director original, George Miller, y se estrena en mayo de 2015, en pleno éxtasis de la impunidad política, preelectoral en México. Inmediatamente se advierte la “estética” cinematográfica puesta al día en materia de la actual semiótica del consumo “políticamente correcto”: Mad Max cede su protagonismo de leyenda postapocalíptica al personaje de Furiosa (Charlize Theron); junto a cinco “Evas” (vientres digamos “orgánicos”, figuras del cansado mito de la fecundidad femenina y “estilizadas” al máximo como modelos contemporáneas) buscarán, en batalla contra el ejército postpunk de los War Boys, la imposible Tierra Verde. Esta versión toma como punto de partida la segunda película de la trilogía anterior y es más bien el desierto, disminuido en su condición postnuclear, el territorio de las batallas que se va a “recobrar” para montar una ficción despojada también de sus anteriores rasgos cuasiépicos. La tecnología digital del remake de Mad Max deslumbra al espectador ingenuo, mientras el nuevo Max (Tom Hardy) romantiza, casi grotescamente, su heroísmo sin leyenda en la multitud sedienta en la cual se va a perder al final de la película. Se podría decir que el anterior Mad Max es borrado por su propio director y creador, George Miller, para que se imponga el reino de una seudoestética de batallas sobreestilizadas por la tecnología de alta definición (“más de 2 mil tomas creadas por computadora”), hiperreales, que ya no aceptan a los viejos y anacrónicos héroes postapocalípticos, hijos ideológicos de una lectura tribal de la Guerra fría y que antes también sucumbieron en las tinieblas de los cines colosales de aquel lejano “Tercer Mundo” •

GALERÍA

@luistovars

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L PASADO MARTES 27 de mayo tuvo lugar, en el Palacio de Bellas Artes, la quincuagésima séptima entrega del Premio Ariel que otorga la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas. La principal ganadora fue Güeros, ópera prima largometrajista de ficción de Alonso Ruiz Palacios, que de doce nominaciones obtuvo cinco, a saber: mejor ópera prima, mejor película, director, fotografía y sonido. Por número de reconocimientos le siguieron Obediencia perfecta, de Luis Urquiza, que ganó los Arieles a mejor actor para Juan Manuel Bernal, a revelación masculina para Sebastián Aguirre, y el de guión adaptado, así como Cantinflas, segundo largo de ficción –y segunda biopic– de Sebastián del Amo, con los Arieles para diseño de arte, vestuario y maquillaje. A Las oscuras primaveras, segundo largo de ficción de Ernesto Contreras (Párpados azules, 2007), le tocó quedarse con los premios a música original, edición y, ex aequo con Güeros, el de sonido. La tirisia, segundo largoficción de Jorge Pérez Solano (Espiral, 2009), ganó dos Arieles: por mejor actriz para Adriana Paz y por coactuación masculina para Noé Hernández, mismos que obtuvo Visitantes (Acán Coen), por efectos especiales y efectos visuales. Con un premio cada una, siguieron Carmín tropical (Rigoberto Perezcano) por guión adaptado; Las horas contigo (Catalina Aguilar Mastretta) por coactuación femenina para Isela Vega; Seguir viviendo (Alejandra Sánchez) por revelación femenina para Isabel Huerta. Igualmente con un Ariel –sólo se entrega uno en estos casos– están el largometraje documental h2omx, de José Cohen; el cortometraje de ficción Ramona, de Giovanna Zacarías, el corto documental El penacho de Moctezuma. Plumaria del México antiguo, de Jaime Kuri; el corto de animación El modelo de Pickman, de Pablo Ángeles Zuman, así como el largometraje iberoamericano de ficción Relatos salvajes (Damián Szifron, Argentina). Restan los Arieles de Oro, en esta ocasión otorgados a la productora Bertha Navarro y al técnico de efectos especiales Miguel Vázquez.

Clandestino sempiterno Tan o más escueta que la relación suprascrita es la reacción pública a la entrega de los galardones más importantes que el cine mexicano concede a su propia hechura: pocos se enteran de que ha sucedido, más pocos estaban al tanto de las nominaciones, y todavía menos tenían conocimiento previo de la materia que suscitó nominaciones y premios. Nada nuevo, para infortunio de la máxima ceremonia de una industria que, si por méritos de calidad cinematográfica fuera, merecería mejor suerte mediática: esa relativa pero evidentísima semiclandestinidad se corresponde punto por

Güeros

punto con la invisibilidad virtual del cine mexicano, año tras año arrumbado en el diez o diecitantos por ciento de presencia en pantalla a nivel nacional, de modo que no importaría, en el fondo, si la entrega fuera televisada en directo –se transmite, pero diferida, y luego de una promoción prácticamente nula–, o que los medios de comunicación, especializados y de los otros, “calentaran” el ambiente para generar expectativa, pues ¿a quién ha de interesar la premiación de algo de lo cual se ignora casi todo, o sin el casi? De todo lo cual el pobre Ariel ninguna culpa tiene, por supuesto; antes resulta ser una sempiterna víctima –mejor dicho, una más– de la igualmente sempiterna distorsión exhibidora fílmica que se padece por estos rumbos.

Lamento cuequero Como exalumno universitario y como miembro del comité editorial del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos –y aun si no contara con ese par de privilegios–, este juntapalabras no puede sino lamentar que al cuec le esté tocando ser el foco de una tormenta en la que nada se ve claro: numerosas y variopintas acusaciones, algunas contradicciones y no pocas truculencias, una renuncia y un nombramiento después, resulta difícil incluso entender cuál es a fin de cuentas el fondo del conflicto, si ya se ha solucionado o hasta cuándo. Ojalá que a Maricarmen de Lara, conocidamente serena y amiga de la claridad y el orden, le corresponda reencaminar muy pronto a la longeva escuela cinematográfica a sus tareas sustantivas, para que no haga falta gastar líneas en estos temas sino en otros mil veces más gratos, como la celebración de la vigésima edición de la Muestra Fílmica del cuec , que comenzó el pasado miércoles, o el reconocimiento que el propio cuec le hará al maestro de maestros Jorge Ayala Blanco por sus primeros cincuenta años de trayectoria docente •

CINEXCUSAS

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ENSAYO

Carrington y Poniatowska: encuentro en Liverpool 10 de mayo de 2015 • Número 1053 • Jornada Semanal

Ánxela Romero-Astvaldsson

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eonora Carrington (Chorley, 1917-México, 2011) regresó al país de su infancia del 6 de marzo al 31 de mayo. Inserta en las actividades del año dual MéxicoReino Unido, la Tate de Liverpool organizó la primera exposición –y única en las últimas dos décadas‒ en su país originario tras la muerte de la artista. La muestra explora diversas prácticas de Carrington, prueba de su afán de experimentación, a través de imágenes que subsumen a los visitantes en la atmósfera de irrealidad que trasunta su obra, y que la convirtió en figura distintiva del surrealismo. De ello dan testimonio las ciento seis piezas que acoge la retrospectiva, entre pinturas, tapices, máscaras, poemas y acuarelas, la mayoría provenientes de museos mexicanos, algunas de colecciones privadas. Lugar preponderante ocupa el mural El mundo mágico de los mayas, por primera vez fuera de México. Realizado en l963 para el Museo Nacional de Antropología, su composición fue fruto de la lectura del Popol Vuh y de entrevistas a indígenas chiapanecos; experiencias que la pusieron en contacto con el simbolismo prehispánico y fructificaron en una expresión sincrética en la que al aliento del inframundo onírico intercala elementos mayas con otros del imaginario surrealista y celta, este último más afín a sus raíces. O t ro c u a d ro i c ó n i c o : L a g i g a n t a ( 1 9 4 7 ) , imagen de una habitante de la isla de Brobdingnag, en tanto deudora del mundo mágico de Jonathan Swift, que parece inaugurar la creación sosteniendo entre sus manos un huevo, y cuyo cuerpo descomunal, de cabeza mínima y cabellera color maíz, es circunvalado por aves negras; a sus pies, caballos y humanos huyen despavoridos. Las imágenes se despliegan ante nuestros sentidos atónitos desafiando cualquier expectativa racionalista que las constriña, que intelectualice lo que no es sino producto de la magia, la mitología, el ocultismo, la alquimia. Tratar de comprenderlas o, peor, de explicarlas, era un esfuerzo inane para la autora que se preguntaba cómo poner en palabras lo que nace en el epicen-

tro de las entrañas, lo que regala la magia y uno se limita a recoger. Al igual que la Alicia de Carroll, Leonora tuvo su puerta de lanzamiento al otro lado, hacia lo que anidaba en su vientre; una curiosidad insaciable que no cejaría. El deslumbramiento vino en forma de regalo materno: Surrealism, de Herbert Read, en cuya portada la aguardaba el cuadro de Max Ernst, Dos niños amenazados por un ruiseñor, que la condujo hipnotizada a los brazos de su autor, amante simbiótico y desbocado por igual. Elena Poniatowska llegó a Liverpool a acompañarla en su regreso. En el salón del ayuntamiento vio lo desconocida que Carrington era en su país natal, sin resultarle raro, pues “era el secreto mejor guardado de México, porque era una mujer sumamente privada”. La misma Poniatowska conversó regularmente con ella casi desde su llegada al país; fueron charlas en la cocina mexicana de la pintora que se constituyeron en el germen de la novela Leonora ‒ nunca biografía, insiste Elena. Al fin, lo decisivo estaba hecho. Leonora se había narrado en cuentos publicados en México, sobre todo, en el catártico Memorias de abajo, diario descarnado sobre el colapso mental y la experiencia horrenda del psiquiátrico. Leonora fue un espíritu volcánico que habitaba espacios donde regían las leyes de la fantasía, la magia, el sueño y la alucinación. Su vida fue excepcional y por eso, relatada de una pieza, suena tan irreal como sus paisajes oníricos. La vida idílica de St. Martin d’Ardeche se le rompió con el internamiento de Ernst en un campo de prisioneros; azuzada por la alucinación viaja a España donde sufre una crisis nerviosa y es internada en un sanatorio mental en el que es tratada con Cardiazol, prohibido años después por su toxicidad; asaltada por militares requetés en Madrid, logra escapar de la voluntad paterna de llevarla a Sudáfrica, llega a Lisboa, luego a Nueva York, de allí, en 1942, a México, donde se integra a un grupo de mujeres artistas que reinterpretaron el surrealismo a la luz de las tradiciones locales.

Su avasalladora experiencia vital devino en renacimiento, sin alharacas ni sublimaciones. La guerra y el manicomio, ambas caras de la sinrazón, la transformaron. Tras su ingreso supo que quería pintar lo que vislumbró en el encierro infernal; deseaba aprehender el pozo de monstruos que le dejó antes de que se disolvieran. Era el mismo empeño de individualidad que le impidió quedarse en Nueva York a vivir el desaliento de un grupo de surrealistas carcomidos por resentimientos e inquinas personales, o sumarse en México al séquito de Diego Rivera ‒de cuyos murales afirmó sin empacho: “They are not my cup of tea”‒ y de una Frida Khalo cuya sentimentalismo la embotaba. Cuestionada en su ancianidad por su atribulada existencia, respondió como una sabia ancestral: “No tengo pesadillas, porque éstas se quedan en la carne. Pero no estoy arrepentida de mi vida. Lo que haya hecho, me parece bien.” Poniatowska valoró a ese ser incontaminado, poblado por seres y espacios intangibles para los demás mortales: “El mundo que pinto no sé si lo invento, más bien él me inventó a mí.” Desde que la supo cerca, no quiso renunciar a ella. Aunque Leonora, ratificada con el Premio Biblioteca Breve 2011, es una novela quizá no todo lo entera en términos creativos que cabría esperar, en especial tomando en cuenta el material prodigioso de arranque, o precisamente a causa de él ‒cómo dar forma exacta a ese magma portentoso‒, y se vale más de lo deseable de un clima etéreo, no deja de ser un esfuerzo valioso por ponernos frente a la magnitud existencial y artística de una obra que nos abisma, y renunciamos a nuestra humana animalidad, nos esencializamos, para pertenecer sólo a los sidhes, los seres invisibles que siempre la acompañaron dentro del pecho. La arrasadora libertad de Leonora Carrington fue su fascinante privilegio. Sólo ella pudo poner a arder al arzobispo de Canterbury en mole verde, recuerda Poniatowska. Y a eso vino Elena, erigida en giganta emisaria de Leonora: a ponernos a salvo del vértigo de la descarnada racionalidad •

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