Semanal

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Cinco poemas de

Guillaume Apollinaire

Enrique Diemecke: infancia y destino José Ángel Leyva

Bashevis Singer y la norma interior Ricardo Guzmán Wolffer

SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 7 DE OCTUBRE DE 2018 NÚMERO 1231

Elena Poniatowska y Jorge Souza

FERNANDO DEL PASO y Palinuro de México: vida y literatura


LA JORNADA SEMANAL

Foto: José Carlo González/ La Jornada

2 7 de octubre de 2018 // Número 1231

FERNANDO DEL PASO Y PALINURO DE MÉXICO: VIDA Y LITERATURA Sin discusión, Fernando del Paso es una de las cumbres más elevadas de la narrativa mexicana, para lo cual bastaría con sus célebres novelas Noticias del Imperio y Palinuro de México. A sus 83 años, Del Paso acumula una cifra impresionante de oficios –publicista, diplomático, locutor, pintor, académico, poeta, ensayista…–, así como de reconocimientos, como el doctorado honoris causa de la Universidad de Guadalajara, mientras su obra ha obtenido entre otros el Premio Nacional de Ciencias y Artes, el Xavier Villaurrutia, el Rómulo Gallegos y el Cervantes de literatura. Por el puro gusto de abordar vida y obra de un autor imprescindible, su paisano tapatío, Jorge Souza, y su entrañable amiga Elena Poniatowska, hablan aquí de Fernando del Paso y Palinuro de México, aunque decirlo así suene a pleonasmo. ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| DIRECTORA GENERAL: Carmen Lira Saade DIRECTOR: Luis Tovar EDICIÓN: Francisco Torres Córdova y Ricardo Yáñez COORDINADOR DE ARTE Y DISEÑO: Francisco García Noriega FORMACIÓN DE DOSSIER: Marga Peña FORMACIÓN DE COLUMNAS: Juan Gabriel Puga RETOQUE DIGITAL: Jesús Díaz, Jorge García y Ricardo Flores PUBLICIDAD: Eva Vargas y Rubén Hinojosa 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. CORREO ELECTRÓNICO: jsemanal@jornada.com.mx PÁGINA WEB: http://semanal.jornada.com.mx/ TELÉFONO: 5604 5520.

Cinco poemas Guillaume Apollinaire

Marie

N

acido en Roma en 1880, hijo de madre polaca y padre italiano desconocido, Guillaume Apollinaire llegó a los siete años a Francia sin conocer una palabra de francés. Desde la primera década del siglo xx fue un gran divulgador e impulsor de los pintores que en París vivían o se reunían en el barrio de Montmartre, principalmente en el famoso Bateau Lavoir. En la siguiente década aquellos pintores harían su vida y su centro artístico en el barrio de Montparnasse. ¿Cuánto no le deben a Apollinaire, entre otros, Picasso, Braque y Matisse? En 1914 Apollinaire se enroló al ejército francés para obtener la ciudadanía francesa y en el campo de batalla fue herido por un obús en la cabeza. Lo operaron dos veces. Hay un famoso y divulgado dibujo de Picasso donde se le ve vendado. Apollinaire representa el paso del simbolismo a la poesía moderna. Ya nadie piensa en sus experimentaciones porque pasaron de manera natural a integrarse a la tradición occidental. En sus poemas Apollinaire desapareció la puntuación, dislocó la sintaxis, utilizó con habilidad el encabalgamiento y modificó las estructuras de las estrofas en los poemas. Quizá lo más famoso pero no lo mejor, sea su poesía visual o ideogramas, o como él la llamó, caligramas. André Billy reprobó las exageraciones e invenciones que se han hecho sobre su persona para exaltar su originalidad. “Para nosotros, quienes fuimos sus amigos, esta leyenda no existió jamás. Más bien no titubeamos en decir que Apollinaire ha sido superior a ella.” Por una u otra vía, los poetas de occidente del siglo xx o xxi, venimos de alguna rama del gran árbol de Apollinaire. Murió a los treinta y ocho años a causa de la gripe española el 8 de noviembre de 1918 l

Son silenciosas las máscaras Y la música es tan lejana Que parece venir del cielo Quiero amarla a usted pero amarla apenas Y mi dolor es delicioso Las ovejas van en la nieve Copos de lana y otros de plata Soldados pasan ah si tuviera Un corazón mío corazón cambiante Cambiante y más más qué sé yo Sé adónde irán tus cabellos Copos como mar encrespado Sé adónde irán tus cabellos Y tus manos hojas de otoño Que cubren nuestras confesiones Yo andaba a orillas del Sena Un libro antiguo bajo el brazo El río es igual a mi pena Transcurre pero no se agota Cuando pues concluirá la semana * Danza antigua de marineros (Bélgica)

||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor.Títulos y subtítulos de la redacción

Usted bailaba de muy niña Y acaso bailará de abuela Es la maclotte* que salta Las campanas tañerán Pero cuándo volverá usted María

Marco Antonio Campos y Jean Portante (nota y versiones) ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||


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La blanca nieve

Signo

Los ángeles los ángeles en el cielo Uno viste de oficial Uno viste de cocinero Los otros cantan

Me encuentro sometido al Jefe del Signo del Otoño Por tanto amo los frutos y aborrezco las flores Lamento cada uno de los besos que doy Como un nogal vareado dice al viento sus dolores

Bello oficial color de cielo La tierna primavera mucho después de Navidad Te condecorará con bello sol Con bello sol

Mi eterno otoño mío oh mi estación mental Las manos de las amantes de antaño cubren tu suelo Una esposa me sigue es mi sombra fatal Las palomas al ocaso emprenden último vuelo

Despluma la oca el cocinero ¡Ah! cae la nieve Cae ah si yo tuviera Mi bienamada entre mis brazos

Otoño enfermo

Rosamunda Largo rato al pie de la escalinata de La casa en que entró la dama A quien seguí durante dos largas horas en Amsterdam Mis dedos arrojaron besos Pero el canal estaba desierto También el muelle y nadie vio Cómo mis besos encontraron A aquella a quien di mi vida Un día por más de dos horas La sobrenombré Rosamunda Queriendo poder recordar Su boca florida en Holanda Con lentitud luego me fui A buscar la Rosa del Mundo

Otoño enfermo y adorado Morirás cuando sople el huracán en las rosaledas Cuando haya nevado En los vergeles Pobre otoño Mueres blanco y rico En nieve y frutos maduros En el fondo del cielo Los gavilanes planean Sobre las nixas simplonas de cabellos verdes y enanas Que nunca han amado En apartados lindes Bramaron los ciervos Cuánto amo oh estación amo tus rumores Los frutos que sin que se les corte El viento y el bosque que lloran Todas sus lágrimas en otoño hoja a hoja Las hojas pisadas Un tren Avanza La vida Transcurre

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Infancia y destino de

ENRIQUE DIEMECKE Aquí se deja oír el fragmento de una vida que no se entiende sin la música, y que a su vez no entiende el mundo sino como una “posibilidad sonora” cotidiana y trascendente que la entrañable figura del padre supo inculcar en los ocho hijos de la familia. Violinista, compositor y actualmente director de la Orquesta Sinfónica del Instituto Politécnico Nacional, ampliamente reconocido y multipremiado en Latinoamérica, Estados Unidos y Francia, de niño fue el orgulloso segundo violín del cuarteto familiar.

José Ángel Leyva |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

A

ntes de ser músico yo era música. Mis padres tocaban el violonchelo y como el resto de mis siete hermanos fuimos concebidos en un ambiente de afinidades y afinamientos. Mis recuerdos más remotos los escucho al tiempo que los veo. Asumo la vida como un acto musical. No hay nada en mi existencia que no provenga de una experiencia sonora. Aprendí a leer y a escribir español al mismo tiempo que en los cuadernos pautados y en las partichelas. Provengo de una tribu de músicos. Mi familia es la música. Soy Enrique Arturo Diemecke, nací el 9 de julio de 1955, cuando mis padres vivían una breve temporada en Ciudad de México. Desde muy temprano descubrí que mi vida está asociada a todo lo que suena. Mis otros sentidos responden al oído. Las cosas que se mueven o están quietas, sus imágenes, sus aromas contienen ya una información y una posibilidad sonora, no sólo porque la casa paterna estuvo poblada de instrumentos musicales que sonaban todo el día, sino porque la imaginación comenzó a encontrar sonidos en las imágenes de todo cuanto me rodeaba o alimentaba mi fantasía. Mi padre supo orientarnos, a mis hermanos y a mí, por el camino natural de nuestras emociones y nuestra sensibilidad. Antes de la edad escolar yo descubrí la relación de los instrumentos con la naturaleza, por ejemplo, los alientos representaban la presencia de las aves y el aire, las cuerdas me ponían en contacto con el agua, las percusiones con la tierra. Mi padre vino a confirmar esa percepción, me explicó cómo todos los instrumentos establecen un diálogo con la natura-

leza, pero no imitándola sino recreando sus acciones. Luego descubrí los cantos religiosos, las obras que alaban la presencia y existencia de un ser superior, creador de todo cuanto hay. Pensemos en Las cuatro estaciones, de Vivaldi, que caracterizan cada época del año, las actividades humanas según sus condiciones climáticas, la dinámica de la flora y de la fauna, los cambios de colores y temperaturas, de la luz. La música, entendí muy pronto, era algo más allá que tocar notas, era una forma de interpretar la vida. En casa, la vocación vino de manera natural para todos los hijos. Nos desarrollamos musicalmente bajo el magisterio paterno. Desde muy pequeños veíamos cómo nuestro padre enseñaba a sus alumnos, cómo los iniciaban y los iba conduciendo por su propio camino. Atestiguamos el nacimiento y el crecimiento de muchos de esos chicos en el aprendizaje de la música. Cuando nos tocó iniciarnos ya estábamos, de algún modo, puestos en marcha. Mi padre insistía mucho en hacernos notar que se trataba de una vocación excesivamente celosa, una alma esposa que no admitía abandonos ni descuidos. Para él, la música era una religión y exigía una entrega absoluta; las compensaciones dependían de cómo respondieras a sus preceptos. Nunca te faltaría nada, ni placeres ni satisfacciones, una vida completa. “No piensen en el dinero, sólo concéntrense en la energía de esa información que están poniendo en su mente y en su espíritu”, insistía él a sus ocho hijos, tres varones y cinco mujeres. A mí me correspondía tocar el segundo violín por ser el menor de esa camada. Un día, cansado, le pregunté a papá por qué el segundo no paraba de tocar. Él me miró comprensivo y sonriente me explicó. “Mira, cuando el compositor hizo esta obra, el emperador tocaba el segundo violín y el compositor el primero. Como el rey era un aficionado, Haydn dejó algunos breves descansos, pero el monarca no hacía las pausas y no paraba de tocar. Haydn le hizo reparar en esos silencios, en los que estaba obligado a detenerse. Pero él le respondió categórico, el Emperador nunca espera. Desde entonces el segundo violín no descansa.” De un plumazo, mi padre me hizo sentir la relevancia principal de ser segundo en la orquesta familiar. Nunca más protesté con la función que me correspondía y tampoco volví a manifestar cansancio. Papá tenía el don de convertir y hacer sentir importantes a las personas, de volver relevante cualquier tarea. Efectivamente, como los dedos de una mano, cada hermano es diferente y tiene una función distinta. Nosotros asumimos nuestra correspondencia a una familia de músicos, pero cada uno buscó sus propios intereses, sus propios senderos. Mi padre era muy observador y poseía una agudeza psicológica para entender las capacidades y pasiones de cada quien. Él era maestro en la Universidad Labastida de Monterrey y consiguió que sus hijas pudieran estudiar allí. En ese momento era la mejor universidad femenina de la época en la capital de Nuevo León y de todo México. Formamos el cuarteto Diemecke. El cuarteto es la forma clásica más completa en la que se basa la música de cámara y toda la música. Por ejemplo, en los coros vamos a tener a las sopranos, las mezzosopranos, el medio bajo, puede ser un tenor o barítono, y el grave que es el bajo, las voces están basadas en esos rangos sonoros. Si sabemos un poco de armonía, entenderemos por qué casi toda la música está basada en dichos rangos, como lo son los cuatro puntos


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cardinales, las cuatro estaciones del año. Jilma, mi hermana mayor, era muy bonita y delicada, y eligió el chelo; Carolina, la segunda, optó por la viola; mi hermano Pablo era el violín primero y yo el segundo. Extramusicalmente, mi padre nos asignó papeles de acuerdo con nuestras personalidades y temperamentos. Jilma llevaba el control de los números y la coordinación general; Carolina, la segunda, era quien se encargaba de recolectar la música, de tener todo listo para nuestros ensayos y actuaciones. Mi papá decía que era nuestra ecónoma, la que tenía el resguardo, la archivista. Mi hermano era el líder, primer violín, y yo, al inicio, por ser el más pequeño, no tenía otra tarea que tocar el segundo violín. Pero muy pronto papá me asignó una función, ser el “representante artístico”. Yo era quien hacía la presentación de las obras y relataba un poco la vida de los autores al público, a veces también hacía referencia a los instrumentos y explicaba el trabajo de nuestro cuarteto. Mi padre advirtió en cada uno ciertos rasgos de carácter e intereses para crear las condiciones en las que nos sintiéramos más cómodos y desempeñáramos lo mejor posible nuestros respectivos papeles. Soy muy creyente. Fui a colegios católicos e incluso fui acólito. Absorbí con devoción las enseñanzas religiosas, pero desde pequeño establecí una diferencia que conservo hasta la fecha y se basa en interrogantes: ¿En qué y cómo vas a creer?, ¿en lo que te dicen, en lo que tú mismo interpretas, en lo que ves y en lo que escuchas? Ese sistema de fe se fue decantando en mí sobre la base de una virtud, el perdón. Cómo músico me ha tocado asistir y a encontrarme con otros pensamientos religiosos, con otras iglesias distintas a las cristianas. La música me enseñó que es también un sistema de preceptos, de reglas, de leyes. Comprendí lo que decía mi papá: la música se convierte en una religión que debes estudiar incesantemente para actuar con libertad e incluso para romper dichas reglas... y hasta sus leyes. Ese punto fundamenta el hecho de que tu interpretación sea distinta a la de otros... e incluso a la de ti mismo en diversos momentos. Veo la existencia de Dios a través de la Naturaleza, lo siento y dialogo con él a través de la música, comprendo su capacidad de perdonar a través de los sonidos y el arte; la capacidad del perdón la encuentro también en mi disciplina, su expresión me permite entrar en el seno de otras religiones y disfrutarlas sin culpa, sin perder vínculos con la fe que me enseñaron mis padres. Pero insisto, la música no sólo me hace tolerante con otras mentalidades y otras creencias, que no intento romper, sino acomodarlas a mi propia forma de ver y de entender el mundo, de encontrarme cara a cara con el perdón desde diversas perspectivas. Su conocimiento me abre la posibilidad de entrar y salir, como lo hago en el arte, para compartir mi oficio y mi creencia con los demás de la manera más sublime a mi alcance, para mostrar el milagro de la música y de la vida al mismo tiempo. La música es un lenguaje abstracto que abre una puerta hacia lo real y lo imaginario, que incluso puedes compartir, exponer a los demás al ejecutarlo en los instrumentos. Pero eso es

Página anterior: Enrique Arturo Diemecke durante el ensayo de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México el 4 de junio de 2009. Foto: Carlos Cisneros/ La Jornada. Derecha: El 7 de enero de 2016 en el ensayo de la Orquesta Filarmónica de la UNAM. Foto: María Meléndrez/ La Jornada

sólo el principio, hay que recorrer una infinidad de caminos para llegar a ciertos niveles de comunicación y de elocuencia, de interpretación y de creación, de comprensión. Si la filosofía estructura la mente y la religión el espíritu, hay un balance entre esas dos fuerzas. El arte, por su lado, nos permite un acceso al misterio de la vida y de la muerte con una gamma de tonalidades y de interpretaciones. Hay compositores muy religiosos, los hay muy científicos y técnicos, los hay apegados exclusivamente a la historia y a la narración de historias. En el caso de Bach, efectivamente, fue un gran científico musical, pero sobre todas sus virtudes se encuentra el hecho de que fue un hombre dotado de una sensibilidad enorme, fue un gran artista. Convirtió una ciencia en un arte. No se limitó a la expresión fría y calculada de los sonidos, los dotó de pasión, del temblor místico y musical que hace perdurar sus obras a través de los siglos. Él dialogará con las generaciones venideras desde el fondo de su espíritu y su racionalidad. El hombre es él y sus instrumentos. Cuando era muy pequeño y vivíamos en Jalapa, me desperté a media noche y fui a la habitación de mis padres.

Desde muy temprano descubrí que mi vida está asociada a todo lo que suena. Mis otros sentidos responden al oído. Las cosas que se mueven o están quietas, sus imágenes, sus aromas contienen ya una información y una posibilidad sonora.

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Les pedí dormir con ellos porque tenía frio. Accedieron y prometieron que al día siguiente me llevarían a comprar una cobija. Después del desayuno acompañé a mi padre a una tienda donde vendían de todo, incluso cobijas. En las estanterías podías ver herramientas de toda índole, latas de pintura y de comida, granos, harina, calzado, ropa, utensilios de cocina y de limpieza. Era una escenografía caprichosa y abigarrada, un universo que se antojaba fantástico, un teatro habitado por criaturas ocultas entre enseres y trebejos de la más diversa índole, por rincones sombríos y vitrinas se escondían tesoros, puertas que se abrían y cerraban ante el ir y venir de los tenderos. Mientras mi padre pedía ver las cobijas, alcé la vista y descubrí un violín colgando del techo. Pregunté con malicia al empleado qué era aquello que pendía sobre nuestras cabezas. “Es un violincito”, me respondió con curiosidad. “Es chiquito, ¿verdad?”, insistí, y enseguida le pedí que lo bajara para verlo. Papá miraba callado la escena. Al fin preguntó cuánto costaba y me dijo muy serio, “sólo me alcanza para una u otra cosa, ¿cuál prefieres?” Sin dudarlo, respondí que el violín. “¿Y el frio?”, me preguntó burlón. “Con el violín no creo que vaya a pasar fríos”, repliqué. El dependiente lo puso en una bolsa y llegamos a la casa con nuestro nuevo instrumento. Lo cogí entre mis manos, y aunque era un violín pequeño, no me quedaba. Yo estaba por cumplir seis años. Mis brazos y mis manos no se ajustaban al violinicito. A mi hermano Pablo le quedó a la medida y comenzó a tocar en ese instrumento. Lloré y lloré mi impotencia hasta que tuve la edad y el tamaño necesarios para sus dimensiones. Mientras tanto fui aprendiendo las partes del violín dándoles interpretaciones muy fantasiosas. En todas mis acciones hallo relaciones mágicas y señales positivas, por ejemplo, cuando acepté dirigir la orquesta del Teatro Colón, en Buenos Aires, observé que el recinto se encuentra en la calle Toscanini y la avenida más importante de la capital argentina es la Nueve de Julio. A mí me pusieron Arturo por Toscanini y nací un nueve de julio. Me enamoré de la ciudad, de la acústica del teatro, de la orquesta. En Argentina me conocen no como Enrique, sino como Arturo l


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FERNANDO DEL PASO:

trazos para dibujar a un poeta

Además de sus ya muy conocidas novelas, ensayos, crónicas y cuentos, por los que ha recibido múltiples reconocimientos dentro y fuera del país, Del Paso es pintor, tiene una erudición sin límites y posee “los dones del pensamiento, el afecto y la imaginación” (Carmen Villoro dixit), y también ha escrito poesía: Sonetos del amor y del olvido, Castillos en el aire y Poemar, nada de lo cual le impide vestirse como dandi y alguna vez haber aceptado el reto de Hugo Gutiérrez Vega a “unas carreritas” ambos ya en silla de ruedas.

V Jorge Souza Jauffred ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

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iste muy elegante y de manera llamativa, ya sea en sus presentaciones en público o al recibir amigos en casa. Su estilo conjuga corbatas finísimas y coloridas; sacos de color rosa, verdes, rojos o a cuadros; calcetines de tonos y trazos cercanos al escándalo y zapatos siempre impecables. Su apostura, que incluye barba y lentes, le otorga un aire de dandi que, no me queda duda, lo enorgullece. En la ropa del escritor, según Elena Poniatowska —citada por Carmen Villoro— están “los verdes que te quiero verde, los amarillos de copa de oro y el lila de las jacarandas que florean en marzo. Como una inmensa flor, Fernando del Paso levanta su corola hacia los

primeros rayos de la mañana”. La imagen distintiva de un autor sin par. 2

Fernando del Paso habla ahora más lento,

pero con la misma lucidez. Hace apenas tres años, un accidente cerebrovascular lo privó de la voz, pero la terapia y su voluntad hicieron el milagro. Hubo otros milagros antes, aquellas tantas veces en que salió victorioso de cada una de las intervenciones quirúrgicas que le han practicado; o aquella otra, cuando derrotó un infarto agudo, por el año 1995. 3

Desde hace un cuarto de siglo radica en Guadalajara, aunque nació en Ciudad de México el 1 de abril de 1935 y vivió su infancia en esa urbe. Después, becado, estuvo en Iowa, Estados Unidos, becado fue a Londres y se quedó a trabajar allá por catorce años; luego siguió París, donde fue agregado cultural y cónsul general por siete años más. Una ausencia larga que concluyó cuando decidió regresar a su país, en 1991, e instalarse en Guadalajara, donde la Universidad de Guadalajara lo invitó a dirigir la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz, cargo que aún desempeña. En la Perla de Occidente, Del Paso es muy querido. Tiene amigos y cariño familiar. Su esposa Socorro y sus hijos Alejandro y Paulina están muy cerca de él. En la Universidad se reconoce su excelencia. Hace casi un año, el entonces rector, Tonatiuh Bravo, creó la cátedra que lleva su nombre, y la doctora Patricia Rosas, académica y funcionaria universitaria, dio vida a la colección de narrativa “Fernando del Paso” que ha publicado veinte títulos, en tirajes de diez mil ejemplares, para repartirlos entre los estudiantes.


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Coincidencia de la amistad: la cátedra que lleva su nombre se creó mediante el mismo dictamen que le dio vida a la Cátedra Hugo Gutiérrez Vega, poeta que fue gran amigo de Del Paso por más de medio siglo, y con quien compartió muchos momentos de sus últimos años. En uno de sus postreros encuentros, ambos en silla de ruedas, Hugo retó a Fernando a “echar unas carreritas” y Del Paso respondió “órale”. Imposible no reír. 4

La colonia donde habita el ganador del Premio

Miguel de Cervantes 2015 se llama La Calma y da la impresión de tener siempre el cielo claro. Arbolada y pacífica, al sur de la ciudad, parece evadir el tráfico tapatío, cada vez más intenso. Desde ahí, el maestro continúa sus labores de académico y escritor, al ritmo de su frágil condición. Su casa mira hacia la calle de Andrómeda con un breve jardín exterior y una cochera. Al ingresar, todo está en orden y en las paredes del recibidor, la sala y otros espacios, cuelgan al menos dos decenas de cuadros de su autoría. En las repisas y los libreros laqueados lucen retratos familiares, que el maestro estima, junto con esculturas creadas por su mano. Ahí, en la sala, recibe a sus amigos aunque cada vez con menor frecuencia. Se cansa más ahora. Uno de ellos, Orso Arreola, es hijo del maestro de la perfección, Juan José Arreola, quien le publicó al entonces joven Del Paso, de apenas veintitrés años, sus primeros poemas en la colección Cuadernos del Unicornio, bajo el título Sonetos de lo diario. Muchos años después, en 1994, Del Paso publicaría Memoria y olvido. Vida de Juan José Arreola, donde interroga al maestro zapotlense sobre los temas fundamentales de su vida y de su obra. El libro es muy disfrutable y, en alguna forma, corresponde a aquella antigua publicación de sus primeros versos en la colección arreolina. 5

Cuando uno le pregunta cómo es posible tanta

creatividad, Del Paso explica casi sonriendo: la mano derecha es la que escribe, así que la mano izquierda perpetra su venganza pintando. Hay un video en el que el escritor aparece redactando con la mano derecha mientras dibuja con la izquierda; al mismo tiempo, como si cada mano respondiera a órdenes cerebrales distintas o como si tuvieran vidas independientes. La respuesta de Del Paso tiene gracia pero en realidad no explica, ni remotamente, de dónde ha sacado tiempo y energía para, además de su amplio trabajo plástico, escribir obras como José Trigo (Premio Xavier Villaurrutia 1966), Palinuro de México (publicada en 1977 y premiada con el Rómulo Gallegos en 1982, entre otros galardones) y Noticias del Imperio (1988, también multipremiada), y eso sin contar otras libros de narrativa, su amplísima obra ensayística, y sus libros para niños. Quizá las palabras de la poeta Carmen Villoro, quien dirige la Cátedra, iluminen el punto: “Fernando del Paso es un ejemplar destacado de esa especie superior: el Homo ludens. El hombre que juega es aquel que ha integrado los dones del pensamiento, el afecto y la imaginación para crear una realidad interna rica que se despliega en la obra de arte.” Si consideramos su múltiple trabajo, podemos decir que Fernando ha sido siempre un niño. Inagotable, entusiasta, vital, imaginativo. Aún ahora, cuando la edad lo obliga a utilizar silla de

ruedas y a incrementar sus horas de reposo, consigue energía, de alguna parte, para acudir, siempre elegante he dicho, a las actividades de su Cátedra. Hace un par de semanas se presentó ante un auditorio repleto para conversar con su antigua amiga Elena Poniatowska, quien afirmó, entre otras cosas: “Fernando del Paso sabe de todo, de todo. Ningún escritor de México en nuestros días, de todos los tiempos, de todos los siglos pasados y futuros tienen su erudición.” Por algo su trabajo ha obtenido numerosos reconocimientos. Baste agregar, a los galardones ya mencionados, el Premio FIL en Lenguas Romances, el Premio Nacional de Ciencias y Artes, el Premio José Emilio Pacheco que le otorgó UC Mexicanistas, y el más reciente, este mismo año, que recibió de manos de la rectora del Claustro de Sor Juana, Carmen Beatriz LópezPortillo, en el Hospicio Cabañas de Guadalajara. Al terminar el acto, Del Paso, pacientemente, aceptó decenas de selfies con sus admiradores. Feliz y juguetón. 6

Además de ser un narrador excepcional, Del

Paso ha escrito teatro, ensayo, crónica, cuento y poesía. En este último género, no obstante, es aún poco conocido. Su obra poética no es extensa; en cambio, reúne elementos que la convierten en un trabajo digno de conocer, estudiar y comentar. Sus primeros poemas, entre ellos los publicados por Arreola, fueron reunidos en 1997 bajo el título Sonetos del amor y de lo diario. En 2002 publicó Castillos en el aire, una obra en la que dialogan y se interrelacionan veintiún textos poéticos breves y diecinueve obras visuales del autor. En este libro, según la académica Carmen Vidaurre, “la acumulación de recursos poéticos produce un efecto de intenso barroquismo”. Nada extraño. Finalmente, en 2004 publica Poemar, una serie de textos que, en realidad, constituyen un extenso poema al mar y, simultáneamente, una manifestación de los poderes del lenguaje, que, como el océano, en calma a veces, agitado otras,

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se manifiesta en un movimiento incesante. En él palpitan las corrientes marinas, las mareas lunares, el relente impetuoso, el intenso oleaje y el poderío de las aguas que buscan, en constante devenir —como el lenguaje— el sitio que en verdad les corresponde. 7

En su obra poética resulta impresionante

la forma en que Del Paso retuerce la sintaxis, desconstruye el significado y somete frases y palabras a sus propios designios. Si la poesía nos permite ahondar en lo insondable y traer lo indecible al ámbito de la conceptualización, los textos poéticos de nuestro autor lo consiguen a partir de un manejo técnico impecable y de un ímpetu creador que no reconoce barreras ni límites. Los poemas de Fernando del Paso se sustentan en un flujo verbal limpio, libre y poderoso. La magia de la oralidad brota como un torrente que se derrama cautivante en los imaginarios del receptor del texto, para obligarlo a entrar en un ritmo distinto al cotidiano, en un lenguaje, tal vez, a veces, áspero, pero siempre capaz de cobijar un abanico de nuevas percepciones; nuevas formas de aproximación al misterio de la vida. Para muestra, el primer poema de “Nuevos sonetos marianos”: Que te acaricie yo, tus pechos, ave, como rezar las cuentas de un rosario. Y que mi amor badajo y campanario te lo repique yo, que yo te clave. Que sean mis manos, de tus muslos, llave. Tus rosas, de mis dedos, relicario, y en su fronda la lengua de un canario con mi lengua, la sal, que yo te lave. Nada más eso pido, quiero, ruego. A eso me dedico, y a adorarte. A quererte, y a eso, me consagro. Y te juro, las manos sobre el fuego, que volveré otra vez a codiciarte cada vez que me cumplas el milagro.

No sólo se trata aquí del hecho gramatical, perfecto, trazado por la estructura del soneto, con sus ritmos y su desarrollo; hay que ver cómo somete a la semántica para que del poema surja ese halo de erotismo perfectamente delineado por un encadenamiento de imágenes que también se vinculan con el culto a la divina Madre, como lo sugiere el título y lo confirma el desenvolvimiento de los textos subsecuentes. Del Paso es sorpresivo, original, único. El toro que toma por los cuernos es el lenguaje, y en sus poemas nos permite ver cómo lo retuerce para obligarlo a bufar. Más allá del momento, Fernando del Paso ha buscado y construido una obra monumental; una obra que es un legado para las futuras generaciones, que se ha clavado en el corazón para obligarnos a mirar al espejo y preguntar, al menos, quiénes somos l

El maestro Fernando del Paso en el Palacio de Bellas Artes, durante el Ciclo Memoria de Honor a Fernando del Paso y durante la inauguración de la exposición Las mujeres sin cara de Ciudad Juárez, 6 de abril de 2005.Foto: Guillermo Sologuren/ La Jornada. Izquierda: el 8 de julio de 2002 en entrevista para La Jornada. Foto: María Luisa Severiano/ La Jornada


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FERNANDO Un homenaje certero y más que merecido al gran novelista, Premio Cervantes 2015, y una de sus novelas portentosas que no pierde vigencia ni trascendencia en las letras de nuestro país. Autor polifacético, persona y personaje multidimensional –barroco, dice de sí mismo–,s Del Paso tuvo que ver y mucho con la medicina, la música, la mitología, la historia y la publicidad: es suyo aquello de “estaban los tomatitos, muy contentitos, cuando llegó el verdugo a hacerlos jugo”.

Ilustración de Jesús Díaz

Elena Poniatowska |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||


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O DEL PASO Y PALINURO DE MÉXICO:

la vida y la literatura

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el Paso abarca la ciencia médica, la música, la historia, la mitología, las artes plásticas y desde luego la publicidad. Antes de leer Palinuro de México, fui al Convento del Carmen en la avenida Revolución a ver representada en el sótano –una cueva lóbrega con una peligrosa escalera de piedra– la obra de teatro Palinuro en la escalera. Fue una tortura. ¿Eran actores o eran suicidas? Los jóvenes sesentayocheros actuaban al filo de cada escalón, a punto de quebrarse el corazón y los espectadores nos manteníamos con el Jesús en la boca y los ojos dilatados por la posibilidad de una muerte súbita. Afuera esperaba una ambulancia de la Cruz Roja. Después del terror inicial, me convencí de que los muchachos eran actores –¿no lo somos todos?– y que al igual que los de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco se disponían a arrojarse al movimiento estudiantil de 1968. Palinuro en la escalera se inició en toda su dimensión la tarde en que el ejército decidió tirar de un bazukazo la puerta de San Ildefonso, punta de flecha de la masacre del 2 de octubre de 1968. Esa noche, en el Convento del Carmen, reconocí a Palinuro y lo vi herido casi a punto de morir –aunque no murió en Tlatelolco– tirado en unos escalones en los que también aparecían un

burócrata, una portera, un policía, un médico borracho, un cartero, a quienes del Paso convirtió en personajes de la Commedia dell’arte: Arlequín, Scaramouche, Pierrot, Colombina y Pantalone. No entendí si hacía escarmiento del movimiento estudiantil o si los jóvenes habían adivinado que serían los héroes de una tragedia que sólo ha sido superada por la de la desaparición de los cuarenta y tres jóvenes de la Normal Rural de Ayotzinapa en 2016. Cuando el doctor Arnaldo Orfila Reynal se disponía a lanzar la nueva editorial Siglo xxi tras ser expulsado de la dirección del Fondo de Cultura Económica en 1967 por atreverse a publicar Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis, decidió que el primer libro de su colección de literatura sería la obra de un joven autor, un publicista inédito en el que puso toda la fe del nuevo siglo. Como en ese momento la sede de la editorial estaba en la esquina de La Morena 430 con Gabriel Mancera, o sea en mi casa, me enseñó las galeras. –¿Qué te parece m’hijita? Hoy viene el muchacho, es bueno que lo conozcas. ¿Cómo era Fernando del Paso la primera vez que lo vi en el despacho de Orfila Reynal en 1967 y puso en su escritorio su novela José Trigo? Igualito a como lo ven, aunque creo que ahora es menos obsesivo. A la semana, don Arnaldo Orfila

PALINURO DE MÉXICO (FRAGMENTOS) Fernando del Paso

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a disminución de la gravedad llegó hasta tal punto que las rayas de la piel de tigre que tenía colgada en la pared, se desprendieron de la piel y rodearon nuestros cuerpos y nos encarcelaron. Luego se desprendieron todos los motivos frutales de nuestra vajilla e hicimos así el amor entre racimos de uvas diminutas y montañas de manzanas liliputienses. Luego se desprendieron las flores que Estefanía había bordado en la funda de la almohada, y como cada vez que mi prima dormía el bordado dejaba una huella en su cara, se desprendió también la huella de las flores. Luego se desprendieron los lunares blancos de mi corbata azul y entonces hicimos el amor rodeados de lunas pequeñas con sabor a seda. Después se desprendieron todos los puntos de colores de un cuadro de Seurat y nos bañaron de confeti. Luego se desprendieron los encabezados y las noticias de los periódicos y las palabras de los libros, y se confundieron, y entonces nos amamos entre la muerte del Che Guevara en Vietnam y Madame Bovary cruzando el Atlántico en el Espíritu San Luis. Después se desprendió el significado de las palabras y las frases, y entonces hicimos el amor entre balbuceos y sílabas sin sentido. Después se desprendieron todas

Reynal sentenció –porque el lanzamiento de un libro es siempre una flecha al aire y una condena–: –No lo he terminado –se atemorizó el muchacho delgado de pelo oscuro y ojos alarmados tras de unos anteojos demasiado grandes. –No importa, lo va terminando mientras lo imprimimos. Así le arrebató Orfila su manuscrito a Fernando del Paso, quien lo terminó cuando el resto de los capítulos estaba en prensa. Habría podido seguir escribiéndola de aquí a la eternidad si Orfila / PASA A LA SIGUIENTE PÁGINA

las huellas digitales que habíamos dejado en la puerta, en los vasos y en las cortinas, y acariciaron nuestros cuerpos. Después se desprendió la piel de nuestras lenguas y nos lamió la espalda. Luego la oscuridad se escapó por la ventana de nuestro cuarto y nos amamos a pleno sol. Después todos los colores del mundo se desprendieron de las cosas y con ellos el color de nuestra piel, de nuestros ojos y nuestras venas y nuestros huesos, y entonces hicimos el amor invisibles, entre todos los colores del paraíso. Luego la vigilia se desprendió de nuestros cuerpos y entonces hicimos el amor dormidos. Después el sueño se desprendió de nuestros ojos y nos amamos despiertos. [...] Hacíamos el amor compulsivamente. Lo hacíamos deliberadamente. Lo hacíamos espontáneamente. Pero sobre todo, hacíamos el amor diariamente. O en otras palabras, los lunes, los martes y los miércoles, hacíamos el amor invariablemente. Los jueves, los viernes y los sábados, hacíamos el amor igualmente. Por último los domingos hacíamos el amor religiosamente. O bien hacíamos el amor por compatibilidad de caracteres, por favor, por supuesto, por teléfono, de primera intención y en última instancia, por no dejar y por si acaso, como primera medida y como último recurso. Hicimos el amor por ósmosis y por simbiosis: a eso le llamábamos hacer el amor científicamente. Pero también hacíamos el amor yo a ella y ella a mí: es decir recíprocamente l


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Reynal no se lo quita de las manos. “Ya, ya, ya, ya, Del Paso, tranquilícese, ya mi amigo, ya por favor, ni una coma más, está usted escribiendo un libro y no cubriendo el continente americano con un fastuoso manto de palabras.” José Trigo apareció en 1966, dos años antes del año del movimiento estudiantil. Quizá jamás lo habría terminado porque es de los autores sin punto final. La crítica fue unánime; Edmundo Valadés calificó el libro de asombroso. José Trigo resultó conmovedor también para Demetrio Vallejo, el líder ferrocarrilero encarcelado durante once años en Santa Marta Acatitla, y para los huelguistas maquinistas, garroteros, peones de vía y empleados de Express de la gran huelga ferrocarrilera de 1959. Recuerdo que le llevé la novela a Vallejo a la enfermería de la cárcel de Santa Marta Acatitla y cuando terminó de leerlo exclamó: “Ése si sabe de trenes…” Tenía razón, porque Fernando del Paso sabe todo de todo. Ningún escritor en México en nuestros días y en todos los tiempos de todos los siglos pasados y futuros tiene su erudición. Palinuro de México es igual a la Pirámide del Sol de Teotihuacán. Tiene mil años pero nació ayer. Fernando del Paso la aventó desde el cielo con un gran gesto de su mano izquierda (porque es zurdo) y ahí sobre la Avenida del Sol quedó el golpe de dados. “Jamás un golpe de dados abolirá el azar”, nos dijo Mallarmé; Palinuro de México no tiene que ver con el azar ni con la ocurrencia ni con la casualidad, Palinuro de México es un bólido que viene desde el fondo del tiempo, una catarsis, un huracán, un tratado de ciencia médica, una polifonía, una narrativa sin entrada ni salida y es, ante todo la gran novela del ’68.

Palinuro y sus antecedentes Antes de Palinuro de México se publicaron otros puntales de la literatura de nuestro continente. La ciudad y los perros y La casa verde, de Mario Vargas Llosa, La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, Terra nostra, de Carlos Fuentes, Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, textos fundacionales de nuestros países colonizados. Fueron –para decirlo vulgarmente– cañonazos. De Fernando del Paso se dijo que se trataba de un Joyce latinoamericano que reinventaba la vida y las cosmogonías familiares, un Severo Sarduy y posteriormente un Guillermo Cabrera Infante, un Alejo Carpentier y hasta un Martín Luis Guzmán, puesto que la batalla de Del Paso, al igual que la de Villa y Zapata, es la de un revolucionario. Palinuro de México rebasó todas nuestras expectativas y su novela es precursora de cambios fundamentales no sólo en nuestra vida literaria, sino en la de todos los días, la del amor y la de la muerte. Palinuro de México, aspirante a médico mexicano, al lado de su prima, novia y amante Estefanía, nos asesta un golpe al hígado con su erudición al hacernos entrar en la vida de su primo Molkas y su amigo Walter y otros aspirantes a médicos que no son ni solemnes, ni vulgarmente ambiciosos, sino malhablados, coprolálicos y escatológicos, porque cuando se encuentran en el cuartito de la Plaza de Santo Domingo de Palinuro y Estefanía, hacen todo lo que se les ocurre en una locura liberadora que ni los acróbatas del Circo Atayde lograrían en la más peligrosa de sus exhibiciones. En el momento de los encuentros de Estefanía y Palinuro y las infinitas conversaciones de

Molkas y Walter, todas las lectoras de Fernando del Paso tuvimos el deseo de alquilar un cuartito con una ventana que diera a la Plaza de Santo Domingo, no sólo por afán de sacrilegio, sino porque esa plaza es la mejor proveedora de letras de Ciudad de México y nada tan cercano al corazón como escuchar, bajo los arcos, el tecleo de las máquinas Remington de los Evangelistas que de lunes a domingo apuntan “por la presente los mando saludar deseando estén bien de salud y a continuación paso a decirles lo siguiente”. Si las “muchachas” escribían a su pueblo que ya se hallaron entre la licuadora y la estufa de gas, los lectores aprendimos a “hallarnos” con Fernando del Paso, con sus puertas que se abren al sacrilegio y, en su caso, al amor. En México tenemos una expresión popular muy bonita: “No me hallo.” Del Paso, a fuerza de palabras nos enseñó “a hallarnos” y nos hizo a su modo y nos recompensó con la calidez de su abrazo en un cuarto dominicano que da a una plaza popular a la que le dedica los párrafos más tiernos de toda su escritura, un momento de gracia entre tantos órganos tasajeados y tantas tripas desolladas. La curiosidad de Del Paso lo llevó a muchos sitios de la mente, muchos alveolos del corazón, muchas venas de nuestro sistema sanguíneo y en varias ocasiones estuvo en trance de renacer y por eso mismo José Trigo es la primera novela realmente nueva en nuestro país. Más que ninguna otra, hizo crecer ante nuestros ojos no sólo una historia de amor en un cuartito que da a la Plaza Santo Domingo, sino que lo expandió como las ondas en el agua al tirar una piedra:

sabiduría médica de siglos. Su erudición saca de quicio. La suya es una enumeración escatológica y nos debatimos entre trapos cubiertos de sangre y de orina. Pero Del Paso tiene una piedra imán, y sin querer queriendo, sus lectores regresamos a las 647 páginas de Palinuro de México en una apretada tipografía de letras en las que el autor logra que quepa la medicina del mundo entero. Casi sin un punto ni una coma, los párrafos monumentales nos cubren con tapabocas y Del Paso nos exhibe como José Guadalupe Posada en nuestro momento más desafortunado, el del disloque. Mientras intentamos escondernos, nos echa a la calle, todas nuestras vergüenzas al aire. Porque esta no es una novela compasiva y no hay salvavidas a la vista. Palinuro de México es un texto inabarcable, irritante, insolente, una obra de tiempo completo a la que se regresa como a la primera enciclopedia, la de Ephraim Chambers y L’ Encyclopédie, de Diderot, Voltaire, Montesquieu, Buffon, D’Alembert que fue apareciendo a lo largo de más de veinte años, de 1751 a 1772. Del Paso se da el lujo de asestarnos toda su sabiduría humana y médica de un solo golpe; su uppercut a la quijada con “El Mamut” como él mismo lo llama. Subraya frases: “¡Dios mío, en cuanto se nace el tiempo se le echa encima a uno,

Como es natural, mandamos a hacer una ciudad alrededor de nuestro edificio y decidimos que fuera la ciudad de México por la simple y casi única razón que ya habíamos nacido en ella. Después, mandamos a hacer un país alrededor de la ciudad, un mundo alrededor del país, un universo alrededor del mundo, y una teoría alrededor del universo…

Fue en ese cuarto que Palinuro y su prima Estefanía hicieron el amor desde el año de 1980: Hacíamos el amor compulsivamente. Lo hacíamos deliberadamente. Pero sobre todo, hacíamos el amor diariamente. O en otras palabras, los lunes, los martes y los miércoles hacíamos el amor invariablemente. Los jueves, los viernes y los sábados hacíamos el amor igualmente. Por último los domingos hacíamos el amor religiosamente.

No sé si el joven aspirante a médico Palinuro decidió por ética y por política entregarse a un evento clave en la historia de México, el del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas, pero sí sé que esta novela nos da la dimensión de la masacre al entregarnos Palinuro, su historia personal que actúa como una monstruosa y muy cruel autobiografía. En una Ciudad de México que hasta hace poco llamábamos Distrito Federal, que suena tan feo como decúbito occipital (si es que existe), Fernando del Paso crea a un muchacho que carga sobre sus hombros hasta la última bisagra de una

Del Paso se da el lujo de asestarnos toda su sabiduría humana y médica de un solo golpe; su uppercut a la quijada con “El Mamut” como él mismo lo llama. Subraya frases: “¡Dios mío, en cuanto se nace el tiempo se le echa encima a uno, y ya nunca lo deja en paz a ninguna hora del día!”


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y ya nunca lo deja en paz a ninguna hora del día!” Palinuro es de carne y hueso, pero Estefanía es un prodigio con sus “cinco sentidos, sus veinte años, sus treinta y tres vértebras, sus cien mil cabellos, su millón de células o su trillón de átomos”. Esta celebración del saber médico, inconmensurable y delirante porque Del Paso lo nombra todo en un desmedido acto de soberbia, debería figurar en todos los nosocomios de México, en las maternidades y en los hospitales del imss y del issste. La sabiduría de Palinuro convierte a Fernando en uno de los grandes personajes de la historia de la medicina y sería un acto de justicia inscribir su nombre al lado de Pasteur, Alzheimer, Lister, Freud, Elizabeth Blackwell, Chéjov, y Salvador Allende.

“Palinuro soy yo” La publicidad exige la brevedad, la concisión

además del ingenio de la que Del Paso habría de vengarse, porque ninguna de sus novelas es breve o concisa. Antes que él, tal y como lo recuerda José Emilio Pacheco en uno de sus “Inventarios”, otros escritores incurrieron en la publicidad. Xavier Villaurrutia es el autor de “Mejor mejora Mejoral”, Salvador Novo de “Siga los tres movimientos de Fab, remoje exprima y tienda” y a Del Paso se le atribuye el de “estaban los tomatitos, muy contentitos, cuando llegó el verdugo a hacerlos jugo” por el que las conservas de El Fuerte dieron tres barriles de oro. Según del Paso, las agencias de publicidad son acuarios “de más de veinte pisos hacia arriba” en las que se testerean McCormick, Colgate, Alka-Seltzer y los rollos de papel del excusado y los Kleenex de Kimberly Clark. Mientras buscaba genialidades para lanzar un producto, Fernando del Paso cubrió su escritorio de dibujos que acabarían en el Museo de Arte Moderno, poemas, Sonetos de lo diario, Noticias del Imperio, transmisiones de la bbc, todos los jingles y retruécanos que deben resumirse en una pequeña frase incluyente y eficaz. Sus extensas novelas resultan ser la revancha

de tantos años de verse obligado a escribir metido en un corsé y a comprimirlo todo en una forma determinada. La suya es la Moctezuma’s revenge; Del Paso abarca la ciencia médica, la música, la historia, la mitología, las artes plásticas y desde luego la publicidad. Todo lo transforma en materia memorable, a todo le da un nuevo significado, pero me atrevería a decir que el centro de gravedad de Palinuro de México es la masacre del 2 de octubre en la que el héroe de la novela es asesinado. Después de toda esa ciencia, sátira, erotismo, literatura viene la muerte. A Del Paso le tomó siete años –de 1967 a 1974– escribir los veinticinco capítulos que lo hicieron declarar en alguna entrevista a propósito de Palinuro: “Es el personaje que fui y quise ser y el que los demás creían que era y también el que nunca pude ser aunque quise serlo.” Cuando Del Paso publicó muchos años después de haberla terminado, Joaquín Diez Canedo la trató con pinzas por todo lo que significaba de riesgos y descalabros Artur Lundkvist –quién repartía el Nobel a los autores hispanoamericanos– escribió sobre Palinuro y sus excesos que el propio Del Paso reconoció: “De hecho, recuerdo que una vez se me preguntó durante una entrevista por qué no era capaz de escribir libros más cortos, condensados. Respondí que Palinuro de México podría haber tenido alrededor de 3000 páginas y que yo había hecho un esfuerzo consciente por abreviarlo y el resultado habían sido 650 páginas.” Habría de repetir lo mismo en otras ocasiones: “Soy un escritor barroco por naturaleza, extravagante y desmesurado. Se trata de un impulso espontáneo en mí.” En sus novelas, no se diga en Palinuro de México, Del Paso busca agotar las posibilidades del lenguaje. El mundo es infinito y cada cosa tiene irremediablemente un solo nombre, pero Fernando quiere que tengan más y les amarra una suntuosa cauda de palabras que parece no tener fin. ¿Cometas, papalotes, cadenas, lazos, cuerdas de saltar a la cuerda? Mapa de la Vía Láctea, José Trigo, Palinuro de México, Noticias del Imperio se multiplican en la hoja de papel, mien-

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Página anterior: cortesía INBA. Arriba: Fernando del Paso presente en la ceremonia del honoris causa que otorgó la UdeG a Elena Poniatowska, 1 de diciembre de 2015. Foto: Arturo Campos Cedillo.

tras Del Paso insiste, saca tinta del fondo del río. Que la tinta fluya como la sangre es el reto del escritor; que una palabra conduzca a la otra es el triunfo de Del Paso. Me hace pensar en esos listones largos que las mujeres cosían sobre su sombrero y llamaban: “Suivez moi jeune homme”. Así lo seguimos a él, tarareándolo. Del Paso dijo en alguna ocasión: “Una buena página es aquella que puede ser leída y disfrutada en voz alta. Su sonido es lo que realmente importa…” Una mañana en que fui a visitarlo a casa de uno de sus parientes en la avenida Altavista me dijo: –Sabes, Elena, que si Carlota enloqueció muy joven a los veintiséis años, murió sesenta años después a los 86 años, en 1927, que es el año en que Al Jonson hace la primera película de habla, sí, la primera película hablada y Carlos Lindberg atraviesa el Atlántico. -Por lo tanto, Fernando –repuse–, habría la posibilidad técnica de que Carlota, a los 86 años y con su gorrita de dormir regresara a México en avión para pedirnos cuentas a todos. –Sí, (rió), había esa posibilidad. Es increíble ¿verdad? –Y ¿no se te ha ocurrido escribirla? –Yo no podría inventar más alrededor de eso porque le restaría valor a lo que de veras sucedió, porque en la propia historia del Imperio hay anécdotas más truculentas, surrealistas, grotescas y fantásticas que el regreso de la emperatriz Carlota en avión, en los veintes o los treintas… Del Paso ha escrito novelas de un calibre tal que sería merecidamente canónico si tan sólo hubiera escrito una sola. Fernando del Paso es uno de los mayores escritores mexicanos, un digno merecedor del Premio Cervantes que seguramente otros obtendrán en el futuro, como es el caso de Juan Villoro, quien acaba de sacarse el “Jorge Ibargüengoitia”, por el cual todos lo felicitamos l


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Leer

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DEL ACOSO TEXTUAL [Cuadratín], Luis Paniagua, Revarena-unam , México, 2017.

Enrique Héctor González

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EN REALIDAD, la primera dificultad de este libro es la enunciación de su título: convencionalmente podemos llamarlo Cuadratín, porque es el símbolo que utiliza su autor, el poeta guanajuatense Luis Paniagua (1979), para encabezar los veinte poemas que integran el volumen, ese pequeño cuadrado indicador de la ausencia de un texto. Y en verdad las páginas de Paniagua son la cara visible de esa

búsqueda siempre ineficaz, siempre insomne: la de la escritura en sí, la condición palimpsestual de todo texto, que siempre es un decir que se monta sobre otros, que reduce sus esfuerzos (como no puede ser de otra manera) a lo que la lengua, ese sistema profundamente fascista –según lo observa Barthes– nos permite decir, nos deja alcanzar a articular con la sola combinación de un limitadísmo número de signos que representan los ruidos que hacemos al hablar. Por ello, de seis modos distintos y recurriendo a sendos epígrafes, el libro da inicio con media docena de referencias a poetas que denuncian este impasse de la escritura, desde Robert Frost (“La poesía es lo que se pierde en la traducción”) hasta Thomas Tranströmer (“Eso que quiero decir/ refulge fuera de mi alcance”). La duda de todo discurso, los meandros por los que se anda a tientas y no llevan a ninguna parte a la hora de querer seducir el pensamiento o la imagen para hacerlos encallar en la palabra, es el asunto central de este libro que, a veces, se atiene al astuto o desastroso recurso de mostrar la frase, digamos, “como sobre el aire”, atravesada por una línea horizontal que nos recuerda que el poeta la desaprobó, que no traduce lo que quiso decir, o que la deja sin embargo como la huella de una ausencia, de una imposibilidad, tal cual ocurre en “Poltergeist 2”. Es sintomática, casi angustiosa o mórbida, la red de “perfiles, claves, silencios, alteraciones” (escribiría Monsiváis) en que se atora la escritura de Paniagua. Es inevitable, también: el poeta intenta, invoca siempre una realidad intraducible en la que todo se vuelve aproximación. El autor apela incluso, en alguno de sus textos, a los meros signos de puntuación, esparcidos en el blanco de la página como las palabras de Mallarmé, para reconocerse en el silencio que deambula en el fondo, en lo indecible, en la renuncia a toda efectividad verbal: “No digo: callo:/ del dogal,/ el silencio de la asfixia:/ la lengua enloquecida/ que se asoma,/ pero no dice.” No es difícil conjeturar que la tarea que ha acometido Paniagua es un arma de dos filos: por un

En nuestro próximo número

lado, deja frente a una crisis de credibilidad sus posibles siguientes libros, pues ha intentado en este atisbar una suerte de negación de la escritura; por otro, el esfuerzo emprendido, bien encuadrado y límpido como, precisamente, la tarea entregada por un escolar emérito, es ya casi un lugar común de la poesía y es difícil cosechar donde tantos (como los poetas que él mismo invoca en los tantos epígrafes y señuelos del libro) han abrevado con tan diversa y provechosa suerte. El último poema del libro está conformado por una serie de breves aproximaciones a Julia Pastrana, la así llamada “mujer más fea del mundo”, una indígena prognata sinaloense del siglo antepasado cuya peculiaridad anatómica (una doble hilera de dientes) la hiciera famosa, indecentemente exhibible y hasta conocida por Darwin bajo el equívoco apelativo (otro más: la vida de esta mujer fue, como puede suponerse, una infame gramática de inexactitudes desastrosas) de “bailarina española”. Paniagua no monta ninguna denuncia social sino, más bien, reconstruye lo que se sabe de esta historia con fraseo fragmentario para cerrar el libro y de algún modo metaforizar, me parece, cómo la realidad se deshace asimismo en desobediencias genéticas, sociológicas, históricas, que muestran su obsceno rostro equívoco con idéntico desamparo al de la palabra en el texto, señalándonos cómo el mundo es una escritura que, todavía, no podemos descifrar

Fe de erratas En el nuestro número anterior, en la página 12, la reseña titulada “El derecho de callar” fue atribuida erróneamente a Enrique Héctor González, cuando su autora en realidad es Elena Méndez. Pedimos una disculpa a la autora y a nuestros lectores.

@La Semanal La Jornada Semanal

LAde la BUENA SEMILLA DE NICK CAVE: nota a la palabra


Arte y pensamiento Las rayas de la cebra Verónica Murguía incontables víctimas están en la cárcel o el panteón. Hasta que se Pero la posibilidad existencial de padecer culpa crónica en la gente normal, digamos, está en la letra demuestre lo contrario chiquita del acta de nacimiento. En un pie de página ODIO LA CULPA: emoción informe y pesada con la que todo católico –judío, musulmán o comunista– está familiarizado. Y más las mujeres, de donde sea. Yo tengo reservas infinitas de culpa: ignoro su origen. No quiero decir con esto que no he metido la pata en la vida. La he regado copiosamente, pero no como para justificar mis insólitas reservas de culpa. Son presas llenas hasta los borde de agua lodosa y fría; bóvedas atestadas de lingotes plomizos; bodegas, minas, manantiales. Soy como un personaje de novela rusa. Qué fastidio. En la infancia me sirvió para modelar mis impulsos, para civilizarme. Ahora sólo me ahoga, ridículamente poderosa. Soy una señora común y corriente, que se cuida de no fregar a los demás. ¿Por qué me atormenta? ¿Por mis orígenes pequeñoburgueses en un país pobre? Nadie elige dónde y en qué circunstancia nace –además de que, si hubiera podido escoger, dudo que mi elección hubiera sido México. Se supone que uno la siente al romper las reglas, pero hay quienes la padecemos hasta dormidos. En el sistema de mis emociones suele acompañar a la impotencia, a la indignación. Desconozco la causa de esta ambigüedad. En México, país corrupto y violento como pocos, hay mucha y mal repartida. Decenas de perpetradores de cosas horribles andan por ahí muy ufanos e

que manifiesta que si somos mexicanos seremos, por lo tanto, culpables de algo. Cuando el acta es de una mujer, el pie de página se alarga: si eres tonta, lista, mala o buena, lo mismo da. El veredicto es que tuya es la culpa, por los siglos de los siglos, amén. Imagino la culpa semejante a una tuna con espinas venenosas que nos tiramos los unos a los otros y que generalmente se queda con quien no la puede esquivar, no con quien debe asumirla. Indistinguible de la responsabilidad, pues estamos acostumbrados a ignorar los matices en la conducta, quizás porque vivimos sujetos a una autoridad sorda, arbitraria. Así, muchos inocentes suelen ser tratados como culpables. Incluso hay quien la adjudica al enfermo. Entonces, aquél que padece cáncer es porque se aguantó no sé qué; quien se derrumba por un infarto, se calló algo que debía decir; ése al que le duele la panza no sabe cómo enojarse. Es su culpa, dicen, y aumentan el dolor ajeno por miedo a sentir compasión.

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Se cuela hasta en los tratos más banales. El otro día usé un pase de visitante en un gimnasio. Con el pase, una tarjeta electrónica, podía abrir un casillero y guardar ahí mis cosas. El número del casillero se me olvidó. Fui a decirle a la señorita de la recepción y me contestó que no había problema, que un lector en la recepción tenía el número de casillero abierto con mi tarjeta. La tomó, la pasó y me miró con cara de susto: –No sirve el lector. No sé qué le pasó al sistema. –¿Tiene alguna tarjeta con la cual abrir los casilleros? –Sí, pero no lo puedo hacer. Tengo que respetar la privacidad de los socios. Si llega a faltar algo es mi responsabilidad. –¡No es culpa mía que se haya descompuesto el lector! –Lo siento. Es culpa suya por haber olvidado el número. Va a tener que esperar a que salga el último socio y cuando ya estén todos los casilleros abiertos, el que quede será el suyo. Entonces sí se lo abro. –Y eso ¿a qué hora? –A las once de la noche. Eran las siete y las llaves de mi casa estaban dentro del casillero. Me senté en un escalón y me imaginé que me quitaba la culpa de encima. La culpa tonta de olvidar el número del casillero y todas las demás. Que me iba de ahí, libre para hacer lo que se me diera la gana. Así transcurrieron las horas, mientras yo enumeraba mis imaginarias y libérrimas posibilidades. Hasta que dieron las once y pude sacar las llaves bajo la mirada severa de la recepcionista

La otra escena Miguel Ángel Quemain

quemainmx@gmail.com

La 39 Muestra Nacional de Teatro, sorpresas y sinsabores ESTE 2018 OCURRIRÁN varias situaciones significativas por la presencia que se le ha dado al interior del país en esta 39 Muestra Nacional de Teatro (39mnt). Al momento de escribir esta nota se han publicado los resultados de las compañías y grupos que asistirán a la muestra, resultado de la revisión “a profundidad (de) 329 proyectos: 294 puestas en escena, 20 acciones artísticas especiales, 14 experiencias y 1 postulación por terceros”. Quienes conforman la dirección artística de esta muestra –Adriana Duch, Mariana Hartasánchez, Ángel Hernández, Luisa Huertas y Ramiro Osorio–, han señalado que la Muestra tendrá profundas implicaciones en el devenir teatral de un país que requiere con urgencia mantener espacios de cohesión, diálogo y formulación de alianzas. Se dicen con la certeza de que la celebración de la 39 mnt en Ciudad de México propiciará que se rompan las estructuras medulares de la centralización y se construya un espacio plural para el desarrollo de las diversas poéticas que caracterizan al teatro mexicano. Uno de sus objetivos primordiales es dar a conocer, a través de la participación de artistas que por lo general permanecen al margen de los circuitos habituales de programación escénica, el talento y la

abundancia de discursos poéticos que existen en el país. El grueso del diálogo es entre la Secretaría de Cultura del gobierno federal, a través de la Coordinación Nacional de Teatro del Instituto Nacional de Bellas Artes, y la Secretaría de Cultura de Ciudad de México. Los estados del país serán representados, pero son meros intermediarios de una gestión a la que sólo le ponen sus logotipos. Aunque sabemos ya que parte de la programación de esta 39 mnt, que se llevará a cabo del 1 al 10 de noviembre de 2018 en Ciudad de México, enfrentará un enorme vacío por las festividades de días de muertos (el jueves 1 y el viernes 2), una tradición tan fuerte que muchas compañías de teatro prefieren descansar a ofrecer funciones para tres personas, aunque habitualmente muchas las ofrecen para seis o siete. La convocatoria no era nada fácil de cumplir si se consideran los hábitos autoritarios, centralistas y favorecedores de amistades y cuotas; sin embargo, es interesante observar los resultados de los grupos beneficiados y seleccionados. En esta muestra la representatividad estatal es mayor que en las anteriores, y por supuesto que lo presumen como un desafío a la inercia que ha caracterizado la gestión cultural y teatral en algunos estados, que por lo general tienen

paralelismos en el trato dado a reclusorios, medio ambiente, erario y, desde luego, artes escénicas. Sin embargo, también habrá que recoger, si es así, las consideraciones de quienes se sientan excluidos, sobre todo si se publica algo como lo siguiente, que le quita congruencia al impulso antidiscriminatorio y desigual, característico de otras emisiones más allá de este sexenio ruinoso: “Hay una lista de obras en reserva, su inclusión estará sujeta a disponibilidad presupuestal y/o cambios en la programación por causas ajenas a la Dirección Artística o a las instancias convocantes. La Dirección Artística se reserva el derecho de incluir dentro de la programación proyectos por invitación directa.” ¿Tomando en cuenta o no “la disponibilidad presupuestal o los cambios en la programación por causas ajenas”? Si bien pueden hacer lo que quieran, pues no están claramente descritos los límites, esa actitud le quita fuerza a su voluntad por romper viejas costumbres políticas, y aunque es la oportunidad de que grupos locales se confronten y se comparen, a la luz de un encuentro que se dice “Muestra nacional”, termina considerando que lo verdaderamente “nacional” es lo que se produce en Ciudad de México. Eso no significa que dichas contradicciones tengan la intención de sembrar la desigualdad en el teatro mexicano, pero no se vería incongruente si las condiciones preexistentes no fuesen tan desiguales y precarias, como ha mostrado el seguimiento crítico que un riguroso equipo de trabajo dirigido por Benjamín Mayer está organizando, bajo el título de Seguimiento Crítico de la 38 Muestra Nacional de Teatro, que referiré en la próxima entrega


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Arte y pensamiento

Prosaísmos Orlando Ortiz

¡Qué diferencia! AQUEL JUEVES SANTO de 1850, don Juan de Dios Cañedo, que ocupaba un cuarto del hotel La Gran Sociedad, se hallaba escribiéndole una carta a un su amigo, cuando oyó que llamaban a la puerta. Supuso que sería su criado, al que le había dado permiso de salir para mirar a la gente cumpliendo con el rito de la visita a las siete casas, pues era costumbre que ese día los católicos estrenaran ropa, calzado, sombrero, alguna prenda de vestir. Con paso lento —más por fastidio que por cansancio o edad excesiva— fue a abrirle, pero antes de conseguirlo irrumpió en la habitación un sujeto malencarado y andrajoso, que puñal en mano intentó herir al señor Cañedo. Éste era un hombre entrado en años mas no valetudinario y logró salvar el primer tajo. Presto puso de por medio la redonda mesa en la que escribía poco antes. Se inició así una desigual lucha, pues el intruso intentaba alcanzarlo y él se escabullía dando zancadas alrededor de la mesa. ¿Quién era aquel hombre que buscaba salvar el pellejo? A la sazón representaba a Jalisco en el Congreso Nacional y era un respetado y distinguido militante del Partido Liberal. Su trayectoria política era muy amplia, pues en 1813 había sido diputado en las Cortes españolas. Había sido rabioso conservador y partidario de Agustín de Iturbide; sin embargo, en 1824 se hizo republicano federalista.

Con Guadalupe Victoria fue ministro de Relaciones Exteriores y con Anastasio Bustamante, ministro de Gobernación. Embajador en varios países de nuestro continente, y ferviente admirador de don Antonio López de Santa Anna, al grado de representarlo en la ceremonia mediante la cual Santana Anna contraería matrimonio con doña Dolores Tosta. (En ese momento el controvertido personaje se hallaba en su hacienda el Lencero, guardando riguroso luto a su recién fallecida esposa, doña Inés García.) Este episodio le valió a don Juan de Dios Cañedo el mote de “el casado sin novia”, y seguramente hubo otros, pues para los apodos los mexicanos nos pintamos solos. Regresemos al Jueves Santo de 1850. El cuchillo del facineroso había alcanzado ya en varias ocasiones a don Juan de Dios, que no obstante seguía corriendo alrededor de la mesa y pidiendo auxilio a gritos, que se confundían con las maldiciones y soeces amenazas del maleante. El agredido se desangraba por las más de veinte heridas que le había infligido su atacante. Finalmente cayó al suelo, exangüe casi, y el intruso descargó la puñalada treinta y uno en el corazón. El cadáver lo encontró un empleado del hotel horas después. No entraré en detalles, baste decir que el botín del asesino y sus cómplices (porque los hubo) fue miserable y mucho se especuló el motivo, los autores materiales y los intelectuales; se manejó que había

cuestiones políticas y... en fin, todo lo que “usos y costumbres” hacen aflorar en hechos de este tipo. Los maleantes huyeron y terminaron ocultándose en Temascaltepec, pues la policía ya les pisaba los talones. Fue inútil pues hasta ese pueblo llegaron a aprehenderlos. Durante el juicio se conocieron los detalles, tanto el motivo (creían que el señor Cañedo tenía tres talegas de oro en su habitación), como que sólo uno de ellos era el homicida. A éste, de nombre José María Avilés, lo sentenciaron a muerte; los otros dos, a diez años de cárcel y a presenciar la ejecución de su compinche, que se realizó colgándolo del balcón al que daba la habitación en la que fue asesinado don Juan de Dios Cañedo. Todavía más: se ordenó que fuera realizada el Jueves Santo de 1851, es decir, exactamente un año después de los sangrientos hechos. Esto vino a mi memoria porque han pasado más de quinientos días de que fueron asesinados Miroslava Breach y Javier Valdez, y no encuentran a los homicidas y por lo mismo siguen sin recibir castigo; por si fuera poco, ahora que las investigaciones forenses cuentan con numerosos artefactos y recursos para la investigación, tampoco han logrado esclarecer la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, sólo se tiene la “verdad histórica”, en la que se han gastado más de mil 200 millones de pesos, y varios detenidos que no han sido juzgados

Juan de Dios Cañedo

Cuando disminuye el ruido-1 Titos Patrikios Por el pan, la justicia, la verdad, tal vez no me alcance la vida. Pero hermanos mi vida la sentí vida a través de la lucha. Y para aprender a hablar cuando el horror enmudece las bocas para aprender a erguirme cuando se enfurece la muerte para poder soportar nuestros propios errores cuántas debilidades he tenido que derrotar cada instante a cuántas he de enfrentar… Sin embargo, perdónenme sólo esto: Cuando disminuye el ruido y me quedo solo

con una persona amada por su amor que todo anhelo no puedo luchar. Si lo procuro lo pierdo Si lo reclamo lo mato. Hermanos perdónenme, pero el amor que más profundamente busco debe entregárseme solo.

Titos Patrikios (Atenas 1928), abogado, sociólogo y traductor es también miembro de la Primera Generación de Postguerra o de la Derrota. Formó parte de la Resistencia durante la ocupación alemana y estuvo a punto de ser asesinado por los colaboracionistas. Después de la Guerra civil griega (1946-1949) fue arrestado por sus ideas de izquierda y condenado al exilio durante tres años. Traductor de Lukács, Stendhal, Balzac y Valéry, es autor de quince libros de poesía. En 1992 recibió el Premio de Poesía Internacional Salerno, y en 1994 el Premio Nacional de Poesía de Grecia por toda su obra. Véase La Jornada Semanal, núm. 1015, 17/viii/2014 Versión de Francisco Torres Córdova


Arte y pensamiento

LA JORNADA SEMANAL 7 de octubre de 2018 // Número 1231

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Bemol sostenido Alonso Arreola @LabAlonso

Resistir… Desistir RECIENTEMENTE CANCELAMOS un par de eventos en que íbamos a participar. Las consecuencias tendrán efecto ambivalente por un tiempo. Es inevitable y parece bien, inevitable. Lo compartimos porque, desde situaciones harto distintas (una historia terminó bien y la otra no), ambos hechos nos hicieron reflexionar sobre los vientos que pegan en las velas de grupos y músicos nacionales cuando se ven bajo presiones atmosféricas. La mayoría de las veces en contra, sus barcos crujen peligrosamente en los mares de malas e históricas costumbres antes de sobrevivir, una vez más, un día más. Dicho ello, a no preocuparse, que estas líneas no hablarán de nosotros sino de lo que hemos atestiguado. Así es. Son innumerables las olas que se sortean para que las canciones nazcan y subsistan en el seno de un grupo musical. Algunas brotan y desaparecen en la convivencia interna. Otras vienen de fuera y persisten. Las primeras, en tanto surgen del proceso creativo y la convivencia intensa, son comunes y normalmente superables. Las segundas, sin embargo, pueden afectar hondamente a quienes integran un conjunto si sus cimientos fueron mal asentados. Cuando se les vence, empero, promueven la hermandad y una complicidad de largo aliento. Sólo así, entrando al juego de balanzas y contrapesos temperamentales, es como se puede resistir un tsunami visitante.

Tras mirar biografías y documentales de bandas tan emblemáticas y estudiadas como los Beatles o los Rolling Stones, verbigracia, los tragos amargos a que tenemos acceso apenas dejan ver una zona mínima de los verdaderos remolinos que fueron superados internamente. Conjugar cuatro almas inquietas en un mismo discurso resulta empresa titánica y siempre temporal, esporádica. Se necesita querer mucho la música para seguir de frente si es que el desacuerdo impera. Se necesita, sobre todo, aprecio y respeto entre quienes integran su colectivo. Es verdad que la historia da ejemplo de bandas que continúan juntas sólo por el dinero, pero proporcionalmente son poquísimas. Jugar al hipócrita durante tantas noches no se le da a cualquier navegante sonoroso. Volviendo al mar de fondo: dentro de los grupos hay quienes aceptan los embates del exterior con un estoicismo particular, y quienes reaccionan apenas ven venir el huracán; hay quienes aguardan el momento indicado para elegir dirección, y quienes simplemente no responden nunca a la rosa de los vientos. Sintonizar respuestas en disímiles circuns-

tancias se convierte en el mayor de los retos, pues los mecanismos de la industria están siempre listos a castigar según se comporten los músicos en turno. Hay que decirlo: a ninguno de sus actores le gusta tolerar disidencias que pongan en riesgo su poca rentabilidad. Piénselo dos veces nuestra lectora, nuestro lector: ¿cuántos de quienes hacen negocio con el tránsito constante de grupos entre sus manos (productores, promotores, foros, disqueras, festivales, instituciones) están dispuestos a aguantar señalamientos o críticas por su falta de competencia? Resulta más conveniente y sencillo crear culpables, fichar en la lista negra a los desleales y jamás volver a contratarlos, que entender el rompecabezas entero y asumir alguna responsabilidad en la tormenta. Es en ese preciso momento cuando los grupos viven sus mayores pruebas de riesgo y unidad. Algunos de sus miembros creen que el show debe continuar a como dé lugar, por respeto a la música. Otros, en las antípodas, prefieren detenerse exactamente por las mismas razones: por respeto a la música. Lo hermoso es subsistir por algo superior. Sea como sea, en México aún falta mucho para que quienes producen espectáculos –originalmente de buena fe– traten de la misma forma a quienes vienen de fuera y a quienes radican aquí. La dignidad no tiene que ver con nombres y apellidos, ni siquiera con la trayectoria de los artistas. Subyace en la educación que iguala a todo aquél que comparte un escenario para abrirle abismos a la noche. Buen domingo. Buenos sonidos. Buena semana

Cinexcusas Luis Tovar

@luistovars

Querido León: GRACIAS AL DOCUMENTAL, quienes nada saben de ti pueden enterarse de que naciste en una colonia popular al norte de Ciudad de México; salvo tú mismo y como de pasada, cuando saludas a una vieja vecina, no se mencionan mayores datos catastrales ni en qué año llegaste al mundo, ni cuándo dejaste esa pequeña casa ni a dónde te fuiste a vivir, pues el documental es de ésos en los que, incluso tratándose de una producción eminentemente biográfica, la mayor parte de las veces el dato duro deja su sitio a una narrativa en la que se privilegian el instante, la anécdota, el comentario suelto, la imagen aparentemente inconexa que sólo en conjunto cobra sentido. No lo digo en contra del proceder formal de los directores del documental, pues muy pronto se revela lo acertado de esa elección, pero de todos modos habría sido bueno, para entender más o, mejor dicho, para entenderte más y mejor, que la película contara algo al menos acerca de tus muchos y variados oficios antes de que te decantaras definitivamente por la plástica y la música, de las cuales sobre todo la última es por lo que te conocemos los que ya te conocemos y, gracias al documental, por lo que te conocerán quienes todavía no. Eres tú quien explica de dónde vienes, quién has sido a lo largo de las más de ocho décadas que sumas mirando la realidad y transcribiéndola en letra y música, y quién eres hasta la fecha en términos socioemocionales, y lo digo con esa palabreja por una razón que

tú mejor que muchos vas a entender: jamás te has considerado ajeno a los otros, lo tuyo es la colectividad, o para decirlo con un vocablo que algunos –tú jamás– han querido abollar diciendo que si es panfletario, que si anacrónico, que si no representa a nadie y se usa por conveniencia… esa palabra es “pueblo”, y realmente pocos en estos tiempos podrían usarla con tanta autoridad, pero sobre todo con tanto conocimiento de causa como los tuyos. Así que el documental no habla de cuando estabas bien chavo y vendías refrescos, paletas y hasta veladoras, ni dice nada acerca de tus primeros acercamientos a las movilizaciones de protesta y las organizaciones políticas, como el Comité de Defensa Popular o La Comuna de Sor Juana, que tú y otros músicos, pintores y escritores fundaron en una vieja colonia de Ciudad de México, nada menos que en 1968. Y hablando de ese año emblemático, hermoso y terrible a la vez, tampoco menciona que fuiste alumno del cuec precisamente a finales de los años sesenta, y que esa circunstancia provocó que algunas de las tomas de El grito –sólo tú podrías decirnos cuáles– sean de

León Chávez Teixeiro

tu autoría. Es más, ni siquiera se mencionan los poco más de diez discos que has editado desde 1969 hasta la fecha, y la banda sonora incluye apenas un puñado de tus canciones. En verdad es una lástima, pues la deuda de datos biográficos habría quedado más que saldada si el espectador pudiera escuchar más de esas letras tuyas en las que hablas, por ejemplo, de Leonides, de Cipriano o de cualquier otro personaje de la calle y de las fábricas, porque ellos son tú mismo. En cambio, lo cual es de agradecer y se relaciona con lo que antes te decía –que la decisión de los directores del documental me parece acertada–, sí se habla mucho y bien de las mujeres pero, como tú mismo dices a medio concierto, “no de las burguesas”, sino de las que luchan, se organizan, salen a la calle a defender sus derechos y los de las demás. Ahí está doña Fili, más vieja que tú, en el Pedregal de Santo Domingo haciendo plantones para defender que haya agua para todos y no sólo para quienes habitarán otro condominio lujoso. Ahí está Verónica, vecina de la colonia Martín Carrera, donde también viviste, resistiendo los embates de eso que hoy se conoce como el pulpo inmobiliario. Ahí también Gloria, costurera sobreviviente del terremoto del ’85 que ni un día dejó de pelear por su gremio, y llegó el nuevo terremoto, el del año pasado, a darle nuevos motivos y más ánimos para continuar. Apenas había comenzado, querido León, y el espacio se me fue como dices que se va la vida al agujero… Se va la vida, compañera (Mariana Rivera, México, 2018)


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LA JORNADA SEMANAL 7 de octubre de 2018 // Número 1231

Ensayo Ricardo Guzmán

Bashevis Singer y la norma interior

I Un repaso por los temas y motivos del cuentista y novelista ganador del Nobel de Literatura 1978, cuyos personajes se debaten con sus demonios internos pero también con los externos que ponen a prueba su identidad.

saac Bashevis Singer (Polonia 1904-1991) es uno de los Premios Nobel menos divulgados. Es extraño, vista la sutileza de su pluma; véase su premiada compilación de cuentos Gimpel, el tonto. Bashevis muestra cómo lo más local es lo más universal. Sus cuentos se desarrollan en comunidades judías pequeñas, con tradiciones sociales y morales, claramente religiosas, propias. Los nombres de los personajes son judíos y demonios y pecadores transitan, a veces con final feliz, a veces con una desgracia tras otra. Pero eso resulta asimilable a cualquier cultura por hablar de valores universales: la identidad del individuo frente a la sociedad, frente a la cosmovisión centrada en lo religioso, frente a la posibilidad de enfrentar esa estructura que inicia en la propia familia: la búsqueda de la identidad. Y la respuesta general es que el individuo existe en tanto logra ubicarse en el sentido social de la familia y, con ello, de las fuerzas del bien y el mal imbuidas en el quehacer religioso cotidiano, a veces extremadamente ortodoxo. La mejor ley no es la dictada por otros hombres, ya sean legisladores sobrepagados, constitucionalistas faltistas o actores de cualquier proceso legislativo, si no aquella que logra ser interiorizada. Que tenga implicaciones sociales, económicas y de autodeterminación, ya es otra historia. Los personajes de Bashevis son seres generalmente melancólicos que transitan entre las fuerzas externas que ponen a prueba su fortaleza interna. Y eso puede aplicarse a la sociedad entera: en “El caballero de Cracovia” es uno de los demonios quien pone a prueba al pueblo entero para hacerlos caer y lo logra, por la codicia de los habitantes, hasta que el Rabino logra abrirles los ojos, pero es demasiado tarde: los bebés han quedado calcinados en sus cunas “las madres se agachaban para recoger manos, pies, cráneos.” En esa búsqueda de lo bueno y lo malo, los rabinos son señalados como referentes; más que por su conducta personal, por su conocimiento de las leyes divinas y los caminos que deben tomarse. El papel de la familia es cuestionado reiteradamente. Y poco hay peor que enviudar reiteradamente. “El mataesposas” habla de un rico que al cuarto matrimonio se topa con una mujer capaz de doblarlo y empobrecerlo, pero no de romperlo. Cuando se narran las peleas con una de sus esposas, se habla de que quienes luchan son los demonios que toda persona tiene a su alrededor: los conyugues no son los culpables. Y al final, cuando sobrevive a las guerras conyugales, vuelve a ser rico y vive muchos años, hasta después del siglo de vida, pero no hay

ninguna riqueza en su casa. Ha sido una vida de polvo y olvido. Era necesario ser buen esposo y padre de familia, pero también eso se lo llevará el viento, dice Bashevis. Con un dejo de filosofía y otro de ironía, los personajes pasan penurias y dolores, pero terminan por comprender la futilidad de la vida: en “A la luz de las velas conmemorativas” tres vagabundos narran su llegada a esa fogata en busca de calor y comida. Son historias sobre la excesiva fidelidad conyugal y sus riesgos, pues el hombre que ha vivido cincuenta años con la misma mujer simplemente no logra acomodarse al lado de ninguna, ni siquiera sin hablarle o tener una relación más personal: prefiere pedir limosna y dormir en las calles. Es un recurso usado en todas las literaturas, el de hablar de los bajos fondos para establecer el proceder de una sociedad, como si quienes no tuvieran nada fueran más observadores y, así, más conocedores de la naturaleza humana. Lo cual se extrapola a las historias contadas por pequeños demonios, quienes, por un lado, no tienen ninguna relación con los valores y bienes humanos, así que hablan sin tapujos y con sentido crítico sobre las costumbres de su época y sociedad; por otro, buscan divertirse a instancia de las desafortunadas personas que caen en sus garras. Ello también se traduce en la concepción de que la vida es una serie encadenada de burlas y risas por parte de los seres sobrenaturales, sin importarles la consecuencia sobre los humanos. Esta crueldad dota de un sentido precario al diario vivir: nosotros no lo entendemos, pero en el cielo o en el infierno hay entidades muy atentas de nuestro sufrimiento, generalmente por ellos provocado, explica en sus cuentos. Todos escritos con una disfrutable sutileza, donde la aparente sencillez conmueve por eficaz. El orden celestial y los jugueteos entre los muchos contrarios, las leyes religiosas, la unidad familiar con sus variantes son pretextos para llegar a las leyes de la rectitud que permiten a los personajes, y así a los hombres lograr una vida soportable cuando interiorizan esas normas, muchas no escritas: la fe en un orden, aún incomprensible, dota de sentido. Al final, la futilidad de lo cotidiano y de la perspectiva individual debería llevarnos a la conclusión lógica: en palabras del rabino de “Alegría”: “se debería estar siempre alegre”


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