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Suplemento Cultural de La Jornada Domingo 8 de mayo de 2016 Núm. 1105 Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver

Ellas escriben: Poniatowska, Ferré y Mistral tres voces latinoamericanas

Gabriela de México, E sthEr A ndrAdi • r osArio F Erré : el vuelo de una garza desangrada, EduArdo niEvEs-MiElEs • La muñeca menor, de rosArio FErré • ElEnA PoniAtowskA entre el periodismo, la literatura y la historia, X AviEr F. C oronAdo


Tres mujeres latinoamericanas de

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8 de mayo de 2016 • Número 1105 • Jornada Semanal

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revedades

escritura insoslayable convergen en las páginas de este número. Esther Andradi recuerda a la chilena Gabriela Mistral, única latinoamericana que ha recibido

Febronio Zataráin REENCUENTRO Oí los ladridos del perro y me levanté. Borges ya se había bañado, estaba preparando el café y sonreía.

el Premio Nobel de Literatura y cuya relación con México sin duda fue profunda por su carácter y por su participación en la educación que añoraba Vasconcelos; Edgardo Nieves-Mieles hace una lúcida semblanza de Rosario Ferré, poeta, ensayista y gran narradora recientemente fallecida, cuya voz inquieta y contestataria es ya emblemática de las letras puertorriqueñas, y Xabier F. Coronado se acerca a nuestra entrañable Elena Poniatowska, Premio Cervantes 2013, versátil, comprometida e incansable presencia que reflexiona y da testimonio a través del periodismo y la literaura. En la misma geografía, Marco Antonio Campos nos habla de la nueva poesía de México, Argentina y Nicaragua.

PRESA Creí que había terminado con ustedes, pero acabo de escuchar un gruñido, y sé muy bien que al rato serán más. Estoy cansado: cómanme.

AUTOBIOGRAFÍA –Yo he cogido mucho, mano, pero a todas les he pagado.

EPIFANÍA Anoche fui feliz: se quemó mi casa.

ESPERA –Todo es tedio. –Por qué no te suicidas. –Estoy esperando a que Dios me cuente un buen chiste.

QUERUBÍN La semana pasada el oftalmólogo me dijo que tenía glaucoma, que me podía quedar ciego. Ayer por la mañana, mientras leía a Cioran, las letras se me borraban; me retiré de la página, divisé a través de la ventana siluetas de rascacielos y me resigné. Por la noche vino Ofelia, luego de cenar nos fuimos a la cama; bajo la luz de la lámpara, le di un beso y noté que su rostro se nublaba; bajé por su cuello, su pezón izquierdo era una mancha, seguí bajando y un pavor incontrolable me entró por las plantas de los pies; llegué a su pubis libre de vello, mi lengua sintió su carne viva, mi cara se distanció apenas y mis ojos no distinguieron el breve montículo de la pequeña grieta; me quedé quieto intentando cavar con mis retinas esa duna, y dos lágrimas cayeron sobre las ingles del querubín.

MARCHA ATRÁS Estaba frente a uno de los barandales del Golden Gate a punto de montarme y saltar cuando se oyó el aullido de una sirena lejana. Los coches se orillaron y se detuvieron. Divisé el colorado giro de su ojo que se acercaba y ya a unos metros de mí, la aguja de su alarido me atravesó el corazón.

EL MALEFICIO Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

Mi padre trabajaba de afanador en el ferry que iba a La Paz. Un día llegó con un libro de Lecturas Mexicanas que alguien olvidó en una mesa del restaurante. En casa nadie lo leyó; se usaba como cuña para mantener la puerta abierta en los días calurosos. Una noche mientras veíamos El Maleficio, al libro se le desprendió un bonchecito de hojas, y me levanté. Cuando lo recogía, me topé con un verso, “Amanecí triste el día de tu muerte, tía Chofi”; me regresé con la familia frente a la tele y seguí leyendo. Se acabó la novela, apagaron la tele, se fueron a dormir y yo seguía leyendo

Ellas escriben: Poniatowska, Ferré y Mistral

Directora General: C armen L ira S aade , Director: H ugo g utiérrez V ega (†) , Jefe de Redacción: L uiS t oVar , Edición: F ranCiSCo t orreS C ó r d o Va , a L e y d a a g u i r r e r o d r í g u e z y r i C a r d o y á ñ e z . Coordinador de ar te y diseño: F r a n C i S C o g a r C í a n o r i e g a , Diseño de portada y dossier: m arga P eña , Diseño de Columnas: J uan g abrieL P uga , Relaciones públicas: V eróniCa S iLVa ; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: a Le Jandro P aVón , Publicidad: e Va V argaS y r ubén H inoJoSa , 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: jsemanal@jornada.com.mx, Página web: www.jornada.unam.mx

tres voces latinoamericanas

Portada: Texturas a tres voces

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Gabriela de México Esther Andradi

A SIETE DÉCADAS DE HABERLO RECIBIDO, GABRIELA MISTRAL SIGUE SIENDO LA ÚNICA ESCRITORA LATINOAMERICANA RECONOCIDA CON EL PREMIO NOBEL DE LITERATURA.

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ace setenta años que Gabriela Mistral (1889-1957) recibió el Premio Nobel de Literatura, hasta ahora la única mujer latinoamericana en conseguir semejante reconocimiento. Y hace sesenta y cinco años que Chile, su país de origen, le concedió el Premio Nacional de Literatura. Sin embargo, no se la lee tanto como se le homenajea. En esas cosas de programas escolares y obligaciones curriculares, nunca falta un poema de Gabriela, aunque más como deber cumplido que como tributo al asombro y la belleza de su escritura. Siempre se está en deuda con ella, la poeta que reconocía: “vengo de campesinos y soy uno de ellos”; la que decía que su “pequeña” obra literaria era “un poco chilena, por la sobriedad y la rudeza”. Gabriela Mistral era de Chile, pero también de México. Lo dijo muchas veces: México y su esperanza vibra en sus cartas, en su búsqueda, en sus enseñanzas, en toda ella. México es agradecimiento y destello. “Tengo una escuela en México –escribe– y otra en Chile. Vacilo entre las dos. Esta también es una escuela hispanoamericana, y mi patria es esta grande, que habla la lengua de Santa Teresa y de Góngora y Azorín.” En junio de 1922 viaja a México “por invitación del ministro de educación, el notable pensador doctor José Vasconcelos, con el objeto de dar en esa capital una serie de conferencias literarias y de educación durante mi permanencia en ella, que será de seis meses”. Gabriela Mistral encuentra en México la visibilización de esa ternura que añora. Ya estaba en las cartas de su amigo Amado Nervo, al que bendice “porque trajiste a la América centauresca el canto suavizante, e hiciste de tu verso la levedad de un manojo de hierbas para que los tristes lo pusieran contra sus heridas”. En su correspondencia de 1923 revela “la sencillez afectuosa”, esa cualidad mexicana “que es la virtud más rara de encontrar en mi raza chilena. ¡Me han ganado el corazón! Yo quisiera sentir alguna extrañeza, hasta aquí no la tengo. Mi impresión más fuerte: llegué a la casa que me han instalado en el campo. Subí a su azotea. El horizonte es inmenso y sentí un abrazo de la luz del cielo y un abrazo de todos los campos que me rodean. Por primera vez en dieciocho años sé que puedo trabajar en paz, sin la angustia económica que me turba la vida permanentemente. Alabé a dios y bendije con todo mi corazón a esta tierra ajena que me da semejante paz”. Más adelante cuenta cómo llegó a la escuela más pobre de México y cómo la vio crecer en dos meses, desorientada primero, desconcertada por tanta pobreza, y sin embargo fue revelándose esa grandeza, la de los niños haciendo la huerta: “Tenía delante de mí, realizada en tierra mexicana, la escuela que soñó Tolstoi y que realizó Tagore en la India. La racional escuela primaria agrícola que debieran formar el 80 por ciento de los colegios de nuestros países.” Ni qué decir que este sueño hizo aguas. Pero ese es otro cantar. Vasconcelos dio a una escuela el nombre de la Mistral pero la poeta no quiso saber nada, porque allí, entre otras cosas, se enseñaba el control de la natalidad que “chocaba con alguna de mis doctrinas más acérrimas”.

La estadía de Gabriela Mistral en México se prolongó más de dos años, pero lo vivido en el país la marcó para siempre. En cartas de 1954 evoca el nacimiento de otro México a través de las “invenciones geniales del reformador José Vasconcelos, quien alfabetizó con la ayuda de los maestros misioneros, del cinema y de la radio, a millares de campesinos”. “Escuelas al aire libre” les llamaba Gabriela, porque se hacían en los patios de las haciendas, con maestros que trabajaban el doble con o sin paga, “escuelas ambulantes”. “Allí tuve yo la alegría de aprender que ha sido una vieja y malhadada superstición aquello de que el indio americano padece de una incapacidad intelectual irredimible... estas escuelas eran el desagravio a una raza entera, la indígena...” No sólo la memoria, también las políticas que soñaba para su tierra chilena: “hace seis años mandé mi primer artículo sobre la reforma agraria en México. Y desde entonces, sin hacer artículos de especialidad que no sé escribir, he dicho, cada vez que he podido, mi aborrecimiento de nuestro feudalismo rural”, escribe. Después de la estadía en México comienza la errancia de Gabriela Mistral. “Me lanzaron, y como tengo un fondo de vagabundaje paterno, me eché a andar y no he parado más.” Como en su poema “La que camina”, la poeta va y viene entre América y Europa. En 1926 trabaja para la Sociedad de las Naciones, en Ginebra. A partir de 1933 es cónsul de Chile en diferentes países. Recibe el Premio Nobel de Literatura en 1945 cuando es cónsul en Brasil, donde en 1943 se había suicidado Juan Miguel Godoy, su hijo de dieciocho años. Atravesada por el dolor de esa pérdida de la que no se recuperará jamás, se encuentra en 1946 con Doris Dana, que devendrá su amiga del alma, su secretaria y albacea. Su amada amante. La poeta errante busca reunirse con el amor y el paisaje, pero la división, el quiebre, el “filudo pedrisco” se interpone casi siempre. Lo consigue por instantes, son segundos del relámpago que agradece a la vida, acosada por el fuego, el sentir que se quema su casa detrás de sus pasos. La correspondencia con Doris refleja esta búsqueda. El deseo de México, el de sus tierras bajas pero no tan calientes, ni tan frías, ni tan tan. El dF es muy alto, “porque mi presión arterial parece que sea lo peor que tengo”. “Fui hoy a Coatepec, por ver la posibilidad de bajarme. Pero la diferencia de altura es muy poca. Me gusta la gente de esta ciudad. Son finos, tímidos y a poco andar parece que se vuelven míos.” En Jalapa se enferma, porque alquila dos cuartos con poca luz y aire. “Y el aire a mí me alimenta y aviva: la ventolera.” En Chichén Itzá la descompone el sol, el calor, la comida. Pero insiste porque “o veo eso ahora, o me muero sin verlo. Y esta raza me ha impresionado mucho y no la olvidaré. Ella está en mí, más que todos los indios que vi hasta hoy”. Errancia de Gabriela Mistral en la nostalgia de ese valle que la vio nacer y del que se conocía todos los cerros de memoria, “la quiebra amoratada de mi montaña”. Pero nadie le quita lo bailado. Y qué danzón...


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Rosario el vuelo de una EL PASADO 18 DE FEBRERO FALLECIÓ LA NARRADORA, POETA Y ENSAYISTA ROSARIO FERRÉ, QUIEN CON EDGARDO RODRÍGUEZ JULIÁ, LUIS RAFAEL SÁNCHEZ, ANA LYDIA VEGA Y CARMELO RODRÍGUEZ TORRES FORMA PARTE FUNDAMENTAL DE LA LITERATURA PUERTORRIQUEÑA CONTEMPORÁNEA. “LA MUÑECA MENOR” ES UNO DE SUS CUENTOS MÁS REPRESENTATIVOS.

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oy una anarquista literaria irredenta y a orgullo lo tengo. Creo que es la pasión por la libertad lo que me ha hecho ser escritora. Escribo en español y en inglés precisamente porque el bilingüismo está proscrito en Puerto Rico. Y a mí, desgraciadamente, basta que me prohíban algo para que inmediatamente me empeñe en hacerlo. Considero las prohibiciones que responden a los fanatismos políticos y religiosos como un reto. Cada vez que traduzco uno de mis libros al inglés, siento como si me quitara una mordaza. ¡Y estoy afirmando mi derecho a escribir en el idioma que me dé la santa gana! Si pudiera también escribir en chino y en francés, me sentiría todavía mejor.” Más que la confesión final de un sentenciado a muerte, tal aseveración parece una parejería de muchacha malcriada obstinada en contrariar a la sangre de su estirpe, fundadora ésta de una industria emblemática de la modernidad puertorriqueña: el cemento. Rosario Ferré Ramírez (1938-2016) nace en el seno de una familia acomodada, en la muy señorial ciudad de Ponce, Puerto Rico. Hija del primer gobernador anexionista del país y educada en los mejores colegios estadunidenses, se especializa en literatura inglesa y latinoamericana en la Universidad de Puerto Rico (1985) y en la de Maryland (1987). Cultiva el cuento, la poesía, el ensayo y la novela. Junto a Olga Nolla, su prima y también destacada escritora, funda y dirige una de las revistas literarias más importantes de nuestra América: Zona de Carga y Descarga (1972-1975). La libertad, el

debate y la búsqueda constante hincarán pronto sus banderas en las páginas de esta revista de formato novedoso y carácter irreverente. La misma se convertiría en trinchera literaria de la más nueva y joven literatura puertorriqueña de la década de los años setenta. Alrededor de esa revista orbitaron reconocidos autores tanto del patio como del ámbito internacional. Impartió cursos y dictó conferencia en distinguidas universidades en Puerto Rico y Estados Unidos. Su obra conquistó importantes galardones internacionales, tales como el que se le otorgó en la Feria del Libro de Fráncfort, Alemania (1992). La versión inglesa de su novela La casa de la laguna fue finalista del Premio National Book Award. Obtuvo la beca Guggenheim en 2004 y desde 2007 fue miembro honorario de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española. Sus libros han sido traducidos a un sinnúmero de idiomas y son ob jeto de constante estudio en escuelas y universidades en todo el mundo. Mediante una escritura agresiva, imaginativa y lírica, dramatiza violentamente la opresión y marginación de la mujer, víctima de los códigos machistas de la alta burguesía y de su mentalidad capitalista. No pocas veces, las protagonistas de sus relatos abren la caja de Pandora y desatan demoledoramente su pasión y su ira contra

la injusticia hipócrita de ese mundo burgués y sexista. Su estilo se caracteriza por la densidad lingüística barroca, un lenguaje de fuertes y atrevidos matices en el que combina eficazmente lo popular y lo culto; por su ruptura con las estructuras tradicionales, la acentuación de la subjetividad y la introducción de elementos fantásticos y grotescos que a menudo exigen una cuidadosa y repetida lectura. Su avispada y osada conciencia sacudió anquilosados cimientos y ensanchó veredas hasta dar con nuevos rumbos para sacar nuestra literatura del pantano de nostalgia provinciana y rural en que se encontraba chapoteando cansinamente. Su discurso incisivo porta siempre una efervescencia capaz de imantar y electrificar a los lectores.

Sus obras bordan un espejo de aguas claras en las que, maravillados, podemos asomar nuestra curiosidad y ver reflejados nuestros irrepetibles rostros.


Ferré: garza desangrada

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Edgardo Nieves-Mieles

En su terrible y hermoso Sitio a Eros reflexiona profundamente sobre el proceso de descubrimiento de su vocación por la escritura, y, a la vez, se embarca en una intensa y sobrecogedora exploración de “la cocina literaria”, de esa “habitación propia”, de ese fértil espacio de silencio y soledad que con justicia reclama para sí toda mujer artesana de la palabra. El coloquio de las perras es un brillante texto que contrasta notablemente con el homónimo masculino de Cervantes y en el cual la autora ajusta cuentas con el machismo paternalista de la literatura del boom. En toda su obra, Ferré repiensa y reconfigura los roles de la mujer en un país en transición de lo que ella misma nombró una “sociedad agraria de inmovilidad feudal” a “un orden industrial vinculado a […] la transformación constante”. Más allá de los estereotipos de la feminista armada con un cuchillo en la boca o de la mujer blanca y burguesa criada por empleados domésticos negros en un país pobre, ella explora, sin pelos en la lengua, el desarrollo de las clases privilegiadas a través de la historia, la lucha de éstas por conservar el poder así como la evolución política de una sociedad marcada atropelladamente por la modernización e industrialización en un país carente de soberanía nacional. II

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ntre su obra, ampliamente premiada y difundida, cabe destacar los siguientes títulos: Papeles de Pandora (1976), Sitio a Eros (1980), Fábulas de la garza desangrada (1982), Maldito amor (1986), El co­ loquio de las perras (1990), Cortázar: el romántico en el observatorio (1990), La casa de la laguna (1996), Vecin­ darios excéntricos (1999), El vuelo del cisne (2002), Lazos de sangre (2009) y Memoria (2012). Un delicioso puñado de sus piezas resulta referente obligado para el lector avezado y exigente. Entre éstas, me atrevo a consignar tres relatos de aristas pulidas con rabia hasta la perfección, como una catedral sublime, construida ladrillo a ladrillo, con infinita paciencia: “La muñeca menor”, “El regalo” y “La caja de cristal”. Rodeada siempre de encendidas cuando no espinosas polémicas, Rosario siempre supo nadar y guardar la ropa. Pese a que el devenir del tiempo y los acelerados cambios en la política del ya no tan ancho y ajeno mundo de antaño la llevaron a diluir su tenaz rebeldía de juventud y a moverse cada vez más hacia posturas conservadoras de cómoda simpatía por los estilos de vida de nuestros vecinos norteños, su espinazo tanto como su quehacer literario resistieron con serenidad y elegancia el peso de sus decisiones, las asechanzas y el embate furioso de sus detractores. Así, esta moderna Medea sortearía la insoportable verruga de la incertidumbre y el imprevisible y caprichoso ajedrez de su destino.

Los puertorriqueños orgullosamente tenemos en Rosario Ferré, Carmelo Rodríguez Torres, Luis Rafael Sánchez, Ana Lydia Vega y Edgardo Rodríguez Juliá, a nuestras más distinguidas y relevantes figuras en el mundo literario, tanto en el Caribe como en el resto del orbe hispanohablante. Alejada de la vida pública y ajena a los entramados publicitarios que catapultan egos avasallantes, optó siempre por pasar de largo de las atropelladas y fugaces pantomimas que hoy día abundan en nuestra ciudad letrada tan lastimosamente saturada de farsantes, divas con aureola y celebridades empresariales. Antes lo hicieron Shakespeare y Cervantes, esas dos extraordinarias cimas de la creación artística. Juntos abandonarían este valle regado con sangre, sudor y lágrimas. El año pasado, para mayor exactitud, el 13 de abril de 2015, desencarnaron otras dos grandes mentes creadoras: Eduardo Galeano y Günter Grass. Esto viene a abonar mi corazonada de que la vida está compuesta de ciclos. Ciclos que se abren. Ciclos que se cierran. Y son estos Elegidos los destinados a abrir y cerrar tales ciclos.

Se trata de los que desdeñan las monsergas de los cantores huecos y el burdo croar de los sapos que no paran de saltar en su vano empeño de alzar vuelo y encumbrarse hacia el cosmos. Expertos en distinguir las voces de los ecos y en separar el grano de la paja. Sus obras bordan un espejo de aguas claras en las que, maravillados, podemos asomar nuestra curiosidad y ver reflejados nuestros irrepetibles rostros. En fin, los hacedores del más rico alimento que no es para la boca y que neutraliza las miserias del alma. Ahora que ya Rosario Ferré no camina más entre los vivos, aprovechemos la sabiduría del silencio y con los ojos abiertos hacia adentro, leamos, pues, su recia y audaz obra para que permanezca viva por siempre en nuestra memoria colectiva. Celebremos esa otra liturgia que protagonizan la palabra (ese espejo con ventanas), el conocimiento y la belleza. Hasta luego, Maestra


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a tía vieja había sacado desde muy temprano el sillón al balcón que daba al cañaveral como hacía siempre que se despertaba con ganas de hacer una muñeca. De joven se bañaba a menudo en el río, pero un día en que la lluvia había recrecido la corriente en cola de dragón había sentido en el tuétano de los huesos una mullida sensación de nieve. La cabeza metida en el reverbero negro de las rocas, había creído escuchar, revolcados con el sonido del agua, los estallidos del salitre sobre la playa y pensó que sus cabellos habían llegado por fin a desembocar en el mar. En ese preciso momento sintió una mordida terrible en la pantorrilla. La sacaron del agua gritando y se la llevaron a la casa en parihuelas retorciéndose de dolor. El médico que la examinó aseguró que no era nada, probablemente había sido mordida por una chágara viciosa. Sin embargo, pasaron los días y la llaga no cerraba. Al cabo de un mes el médico había llegado a la conclusión de que la chágara se había introducido dentro de la carne blanda de la pantorrilla, donde había evidentemente comenzado a engordar. Indicó que le aplicaran un sinapismo para que el calor la obligara a salir. La tía estuvo una semana con la pierna rígida, cubierta de mostaza desde el tobillo hasta el muslo, pero al finalizar el tratamiento se descubrió que la llaga se había abultado aún más, recubriéndose de una substancia pétrea y limosa que era imposible tratar de remover sin que peligrara toda la pierna. Entonces se resignó a vivir para siempre con la chágara enroscada dentro de la gruta de su pantorrilla. Había sido muy hermosa, pero la chágara que escondía bajo los largos pliegues de gasa de sus faldas la había despojado de toda vanidad. Se había encerrado en la casa rehusando a todos sus pretendientes. Al principio se había dedicado a la crianza de las hijas de su hermana, arrastrando por toda la casa la pierna monstruosa con bastante agilidad. Por aquella época la familia vivía rodeada de un pasado que dejaba desintegrar a su alrededor con la misma impasible musicalidad con que la lámpara de cristal del comedor se desgranaba a pedazos sobre el mantel raído de la mesa. Las niñas adoraban a la tía. Ella las peinaba, las

LA MUÑECA MENO ROSARIO FERRÉ

bañaba y les daba de comer. Cuando les leía cuentos se sentaban a su alrededor y levantaban con disimulo el volante almidonado de su falda para oler el perfume de guanábana madura que supuraba la pierna en estado de quietud. Cuando las niñas fueron creciendo la tía se dedicó a hacerles muñecas para jugar. Al principio eran sólo muñecas comunes, con carne de guata de higüera y ojos de botones perdidos. Pero con el pasar del tiempo fue refinando su arte hasta ganarse el respeto y la reverencia de toda la familia. E l nacimiento de una muñeca era siempre motivo de regocijo sagrado, lo cual explicaba el que jamás se les hubiese ocurrido vender una de ellas, ni siquiera cuando las niñas eran ya grandes y la familia comenzaba a pasar necesidad. La tía había ido agrandando el tamaño de las muñecas de manera que correspondieran a la estatura y a las medidas de cada una de las niñas. Como eran nueve y la tía hacía una muñeca de cada niña por año, hubo que separar una pieza de la casa para que la habitasen exclusivamente las muñecas. Cuando la mayor cumplió diez y ocho años había ciento veintiséis muñecas de todas las edades en la habitación. Al abrir la puerta, daba la sensación de entrar en un palomar, o en el cuarto de muñecas del palacio de las zarinas, o en un almacén donde alguien había puesto a madurar una larga hilera de hojas de tabaco. Sin embargo, la tía no entraba en la habitación por ninguno de estos placeres, sino que echaba el pestillo a la puerta e iba levantando amorosamente cada una de las muñecas canturreándoles mientras las mecía: Así eras cuando tenías un año, así cuando tenías dos, así cuando tenías tres, reviviendo la vida de cada una de ellas por la dimensión del hueco que le dejaban entre los brazos. El día que la mayor de las niñas cumplió diez años, la tía se sentó en el sillón frente al cañaveral y no se volvió a levantar jamás. Se balconeaba días enteros observando los cambios de agua de las cañas y sólo salía de su sopor cuando la venía a visitar el doctor o cuando se despertaba con ganas de hacer una muñeca. Comenzaba entonces a clamar para que todos los habitantes de la casa viniesen a ayudarla. Podía verse ese día a los peones de la hacienda haciendo constantes relevos al pueblo como alegres mensajeros incas, a comprar cera, a comprar barro de porcelana,

El joven dejó caer la falda y miró fijamente al padre. Usted hubiese podido haber curado esto en sus comienzos, le dijo. encajes, agujas, carretes de hilos de todos los colores. Mientras se llevaban a cabo estas diligencias, la tía llamaba a su habitación a la niña con la que había soñado esa noche y le tomaba las medidas. Luego le hacía una mascarilla de cera que cubría de yeso por ambos lados como una cara viva dentro de dos caras muertas; luego hacía salir un hilillo rubio interminable por un hoyito en la barbilla. La porcelana de las manos era siempre translúcida; tenía un ligero tinte marfileño que contrastaba con la blancura granulada de las caras de biscuit. Para hacer el cuerpo, la tía enviaba al jardín por veinte higüeras relucientes. Las cogía con una mano y con un movimiento experto de la cuchilla las iba rebanando una a una en cráneos relucientes de cuero verde. Luego las inclinaba en hilera contra la pared del balcón, para que el sol y el aire secaran los cerebros algodonosos de guano gris. Al cabo de algunos días raspaba el contenido con una cuchara y lo iba introduciendo con infinita paciencia por la boca de la muñeca. Lo único que la tía transigía en utilizar en la creación de las muñecas sin que estuviese hecho por ella, eran las bolas de los ojos. Se los enviaban por correo desde Europa en todos los colores, pero la tía los consideraba inservibles hasta no haberlos dejado sumergidos durante un número de días en el fondo de la quebrada para que aprendiesen a reconocer el más leve movimiento de las antenas de las chágaras. Sólo entonces los lavaba con agua de amoniaco y los guardaba, relucientes como gemas, colocados sobre camas de algodón, en el fondo de una lata de galletas holandesas. El vestido de las muñecas no variaba nunca, a pesar de que las niñas iban creciendo. Vestía


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siempre a las más pequeñas de tira bordada y a las mayores de broderí, colocando en la cabeza de cada una el mismo lazo abullonado y trémulo de pecho de paloma. Las niñas empezaron a casarse y a abandonar la casa. El día de la boda la tía les regalaba a cada una la última muñeca dándoles un beso en la frente y diciéndoles con una sonrisa: “Aquí tienes tu Pascua de Resurrección.” A los novios los tranquilizaba asegurándoles que la muñeca era sólo una decoración sentimental que solía colocarse sentada, en las casas de antes, sobre la cola del piano. Desde lo alto del balcón la tía observaba a las niñas bajar por última vez las escaleras de la casa sosteniendo en una mano la modesta maleta a cuadros de cartón y pasando el otro brazo alrededor de la cintura de aquella exuberante muñeca hecha a su imagen y semejanza, calzada con zapatillas de ante, faldas de bordados nevados y pantaletas de valenciennes. Las manos y la cara de estas muñecas, sin embargo, se notaban menos transparentes, tenían la consistencia de la leche cortada. Esta diferencia encubría otra más sutil: la muñeca de boda no estaba jamás rellena de guata, sino de miel. Ya se habían casado todas las niñas y en la casa quedaba sólo la más joven cuando el doctor hizo a la tía la visita mensual acompañado de su hijo que acababa de regresar de sus estudios de medicina en el norte. El joven levantó el volante de la falda almidonada y se quedó mirando aquella inmensa vejiga abotagada que manaba una esperma perfumada por la punta de sus escamas verdes. Sacó su estetoscopio y la auscultó, cuidadosamente. La tía pensó que auscultaba la respiración de la chágara para verificar si todavía estaba viva, y cogiéndole la mano con cariño se la puso sobre un lugar determinado para que palpara el movimiento constante de las antenas. El joven dejó caer la falda y miró fijamente al padre. Usted hubiese podido haber curado esto en sus comienzos, le dijo. Es cierto, contestó el padre, pero yo sólo quería que vinieras a ver la chágara que te había pagado los estudios durante veinte años. En adelante fue el joven médico quien visitó mensualmente a la tía vieja. Era evidente su interés por la menor y la tía pudo comenzar su última muñeca con amplia anticipación. Se presentaba siempre con el cuello almidonado, los zapatos brillantes y el osten-

toso alfiler de corbata oriental del que no tiene donde caerse muerto. Luego de examinar a la tía se sentaba en la sala recostando su silueta de papel dentro de un marco ovalado, a la vez que le entregaba a la menor el mismo ramo de siemprevivas moradas. Ella le ofrecía galletitas de jengibre y cogía el ramo quisquillosamente con la punta de los dedos como quien coge el estómago de un erizo vuelto al revés. Decidió casarse con él porque le intrigaba su perfil dormido, y porque ya tenía ganas de saber cómo era por dentro la carne de delfín. El día de la boda la menor se sorprendió al coger la muñeca por la cintura y encontrarla tibia, pero lo olvidó en seguida, asombrada ante su excelencia artística. Las manos y la cara estaban confeccionadas con delicadísima porcelana de Mikado. Reconoció en la sonrisa entreabierta y un poco triste la colección completa de sus dientes de leche. Había, además, otro detalle particular: la tía había incrustado en el fondo de las pupilas de los ojos sus dormilonas de brillantes. El joven médico se la llevó a vivir al pueblo, a una casa encuadrada dentro de un bloque de cemento. La obligaba todos los días a sentarse en el balcón, para que los que pasaban por la calle supiesen que él se había casado en sociedad. Inmóvil dentro de su cubo de calor, la menor comenzó a sospechar que su marido no sólo tenía el perfil de silueta de papel sino también el alma. Confirmó sus sospechas al poco tiempo. Un día él le sacó los ojos a la muñeca con la punta del bisturí y los empeñó por un lujoso reloj de cebolla con una larga leontina. Desde entonces la muñeca siguió sentada sobre la cola del piano, pero con los ojos bajos. A los pocos meses el joven médico notó la ausencia de la muñeca y le preguntó a la menor qué había hecho con ella. Una cofradía de señoras piadosas le había ofrecido una buena suma por la cara y las manos de porcelana para hacerle un retablo a la Veróni-

ca en la próxima procesión de Cuaresma. La menor le contestó que las hormigas habían descubierto por fin que la muñeca estaba rellena de miel y en una sola noche se la habían devorado. “Como las manos y la cara eran de porcelana de Mikado, dijo, seguramente las hormigas las creyeron hechas de azúcar, y en este preciso momento deben de estar quebrándose los dientes, royendo con furia dedos y párpados en alguna cueva subterránea.” Esa noche el médico cavó toda la tierra alrededor de la casa sin encontrar nada. Pasaron los años y el médico se hizo millonario. Se había quedado con toda la clientela del pueblo, a quienes no les importaba pagar honorarios exorbitantes para poder ver de cerca a un miembro legítimo de la extinta aristocracia cañera. La menor seguía sentada en el balcón, inmóvil dentro de sus gasas y encajes, siempre con los ojos bajos. Cuando los pacientes de su marido, colgados de collares, plumachos y bastones, se acomodaban cerca de ella removiendo los rollos de sus carnes satisfechas con un alboroto de monedas, percibían a su alrededor un perfume particular que les hacía recordar involuntariamente la lenta supuración de una guanábana. Entonces les entraban a todos unas ganas irresistibles de restregarse las manos como si fueran patas. Una sola cosa perturbaba la felicidad del médico. Notaba que mientras él se iba poniendo viejo, la menor guardaba la misma piel aporcelanada y dura que tenía cuando la iba a visitar a la casa del cañaveral. Una noche decidió entrar en su habitación para observarla durmiendo. Notó que su pecho no se movía. Colocó delicadamente el estetoscopio sobre su corazón y oyó un lejano rumor de agua. Entonces la muñeca levantó los párpados y por las cuencas vacías de los ojos comenzaron a salir las antenas furibundas de las chágaras


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entre el periodismo, la lite Xabier F. Coronado

SU ESTILO INOCENTE E INQUISITIVO LA HA COLOCADA ENTRE LAS MÁS RECONOCIDAS, PERO TAMBIÉN ENTRE LAS MÁS CRITICADAS. OFICIO Y TRABAJO CONSTANTE LA HAN HECHO UNA ESCRITORA EXPERIMENTADA.

Ser mujer es hablarle fuerte a la milpa que se extiende de mar a mar.

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Elena Poniatowska

o existe una frontera clara entre periodismo y literatura. Cada vez se fusionan más esos territorios disímiles que se entrelazan y confunden. El tema es un debate viejo que se ha ido clarificando con la aparición de una forma de periodismo de autor donde confluyen reporteros y literatos. Cuando la palabra creativa es la materia que da cuerpo a artículos y ensayos, relatos y reportajes, novelas, crónicas y poemas, todo es literatura. Entonces periodistas, narradores, poetas y ensayistas, todos son escritores. Aunque muchos sean ciudadanos de ambos países, algunos se consideran ubicados de un lado u otro de esa frontera que los une y los separa. Hay periodistas que no se aventuran fuera de sus propias murallas, inhibidos quizá por clasificaciones excluyentes. Lo mismo ocurre con escritores que, maestros en el trabajo de modelar y pulir textos, no frecuentan el reino de las letras cotidianas, tal vez por no poder desenvolverse en un escenario de inmediatez que exige precisión, es decir, escribir sin opción a correcciones posteriores.

Hay literatura en el periodismo y periodismo en la literatura, especialmente cuando hablamos de géneros como la crónica, el reportaje, la biografía o el relato. Literatura y periodismo se corresponden, mantienen relaciones unívocas, se acoplan y el resultado es un género mixto que cumple el objetivo de comunicarse con el lector. Hay literatos que practican el periodismo y reporteros que respiran poesía en sus trabajos. Aunque se podría profundizar desde otras perspectivas –crítica o analítica– sobre las correspondencias entre periodismo y literatura, quizás no merezca la pena. Hay grandes escritores que maduraron en periódicos y revistas: García Márquez, Onetti y Borges, entre otros muchos; y narradores que encuentran en la prensa diaria el espacio que necesitan para publicar textos cargados de literatura. En las letras mexicanas coexiste una raza heterodoxa de escritores que mezclan periodismo y literatura, que combaten en ambas trinche ras. Entre ellos destaca, en nuestra época, la figura de Elena Poniatowska, una autora formada en el periodismo más puro: la entrevista. Sus textos, dotados de oficio adquirido con base en trabajo y experiencia, muestran un estilo peculiar que despliega sus alas literarias para penetrar espacios donde ficción y realidad se funden en un todo, sin fronteras ni diferencias, porque lo único que cuenta es la sucesión de palabras enlazadas por la magia de la creatividad.

UNA OBRA EN EVOLUCIÓN La voz propia es, en mucha medida, la voz de otro. Mijaíl Bajtín

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lena Poniatowska podría ser, ella misma, sujeto de sus entrevistas y biografías o personaje de sus novelas. Nació en París en 1932, hija del príncipe polaco Jean e . Poniatowski y la aristócrata mexicana Paula Amor. La familia abandonó Europa huyendo del conflicto bélico y se instaló en México cuando Hélène tenía diez años. Tuvo formación católica, parte de ella interna en Pensilvania y Nueva York. Su inquietud y el interés por conocer mejor la realidad mexicana, la llevaron a relacionarse con el periodismo. Comenzó en Excélsior haciendo entrevistas y pronto llamó la atención su estilo inocente, inquisitivo e impredecible. Poniatowska ejercía de metiche con un modo atrevido y gracioso: “Espéreme, Elena, que soy de chispa retardada y usted me pregunta así nomás a bocajarro”, le dijo abrumado Juan Rulfo. Era el año 1953.

Hay literatos que practican el periodismo y reporteros que respiran poesía en sus trabajos. Poco después comenzó a escribir para el suplemento del periódico Novedades, México en la Cultura, donde trabajó con Fernando Benítez, maestro en periodismo cultural de una generación de jóvenes escritores. A partir de entonces ha colaborado en publicaciones nacionales y extranjeras; ha sido fundadora de diarios, revistas e instituciones culturales; autora prolífica y laureada; carne de muchos moles en nuestro México contemporáneo. Elena Poniatowska es una de las escritoras más activas y reconocidas, más queridas y criticadas. Su origen aristocrático, educación, profesionalización en el periodismo e ideario político –cargado de compromiso y solidaridad–, se reflejan en la evolución de su obra literaria. Su primer libro fue un cuento para niños, Lilus Kikus (1954), ilustrado por Leonora Carrington. Una sola vez incursionó en el teatro con una sorprendente sátira sobre los intelectuales que nunca ha sido reeditada, Melés y Teleo (1956). Sus entrevistas y artículos se recogieron bajo el título Todo México, del que van publicados varios tomos. Las crónicas aparecidas en Novedades, ilustradas por Alberto Beltrán, quedaron recopiladas en Todo empezó en domingo (1963). En el trabajo que desarrolla como asistente del antropólogo Oscar Lewis asimila el concepto de “cultura de la pobreza” y se ejercita en la escritura testimonial. Ese aprendizaje le sirve para escribir su primera novela forjada a base de entrevistas: Hasta no verte Jesús mío (1969), retrato literario directo, preciso y fiel de una mujer del pueblo; un texto cargado de naturalidad y realizado con destreza. En 1971 publica el libro que le daría mayor reconocimiento: La noche de Tlatelolco. Poniatowska aplica una fórmula periodística novedosa, realiza un exhaustivo trabajo de campo y aporta, sin excepción, todas las voces recogidas. La escritora documenta el recuerdo de los que vivieron aquella dramática noche y construye un mosaico de imágenes que forman el retrato completo de un crimen de Estado que, como otros muchos, ha quedado impune en la conciencia histórica del país. En, Nada nadie. Las voces del temblor (1988), Elena Poniatowska renueva la fórmula ante otro hecho traumático, el terremoto del ’85; la estructura del texto se dimensiona y enriquece con artículos, notas y reportes. Sin abandonar nunca el trabajo periodístico, la autora se va decantando por las biografías noveladas: Tinísi­ ma (1992) es uno de los picos, quizás el más alto, de esa


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eratura y la historia sierra de notables títulos, una serie de interesantes textos ficcionales sobre personajes históricos como Las siete cabritas (2000), Leonora (2011) o Dos veces única (2015). Otras novelas, La ‘flor de lis’ (1988), Paseo de la Reforma (1996) y La piel del cielo (2001) tienen visos autobiográficos. En su obra destaca una pequeña novela epistolar, Querido Diego te ama Quiela (1978), que ha dejado huella en el imaginario cultural mexicano. Poniatowska siente fascinación por la imagen, escribe textos para acompañar selecciones fotográficas (Soldaderas, 1999) y dedica un libro biográfico a la grabadora y fotógrafa Mariana Yampolski (2001). También publicó varios volúmenes de relatos: De noche vienes (1979), Domingo 7 (1982), Tlapalería (2003); un libro de poesía, Rondas de la niña mala (2008), que ilustró Leonora Carrington; y un buen número de otros títulos, entre ellos algunos de temática social y política (Fuerte es el silencio, 1980; Las Mil y una… la herida de Paulina, 2000; El tren pasa pri­ mero, 2006; Amanecer en el Zócalo, 2007). En definitiva, un conjunto de libros de gran valor e importancia. La suya es una obra en constante evolución, tanto en estructuras como en contenidos, reconocida de manera unánime, que forma parte de la historia periodística y literaria de México.

ESCRIBIR Y RECREAR LA HISTORIA Eres curiosa Elena, una gente curiosa y tenaz. Verdaderamente tenaz. Luis Buñuel

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odemos decir que el periodismo escribe la historia de cada día y la literatura contribuye a grabarla. Elena Poniatowska ejerce de forma combinada esa labor de relatar y perpetuar la memoria colectiva. La escritora mexicana convierte el periodismo en relato novelado cargado de corazón y poesía, de literatura. Es una autora que se identifica con sus personajes, seres reales en su mayoría, a los que otorga una consistencia impregnada de humanidad con toques de fantasía. Elena nos relata sus vidas con la proximidad que da ser cómplice de ellas, partícipe. En sus novelas biográficas quedó reflejada una vanguardia de entrañables mujeres disidentes que luchan por mantener su identidad en un medio hostil, “un país de hombres”. Los personajes masculinos también tienen cabida en su obra: atraen su atención artistas y escritores como Pablo O’Higgins, Miguel Covarrubias, Octavio Paz o Juan Soriano, y luchadores sociales como Rubén Jaramillo, Demetrio Vallejo o el Güero Medrano; todos ellos se someten a su mirada escrutadora e imaginativa. Elena Poniatowska da voz a aquellos sobre los que nadie escribe, a los postergados. Una mujer humilde y luchadora, Josefina Bojórquez, abrió la puerta al resto de personajes femeninos que fueron desfilando en sus libros, protagonistas de historias que sorprenden y conmueven. Una constelación de mujeres luminosas alumbra sus páginas: la ejemplar Gaby Brimmer; las admiradas Tina Modotti y Lupe Marín; Pita Amor, la tía poeta,

mujer de influjo propio; Leonora Carrington, su amiga, y un largo etcétera. Todas ellas se plantan en la vida con un discurso personal, ajeno al estatus que la sociedad pretende otorgarles; luchan para rechazar reglas impuestas, realizar sueños y buscar un espacio diferente donde desarrollar en plenitud sus espíritus femeninos. Para conseguirlo, necesitan romper el yugo de una educación manipulada y sexista, la imagen de objeto utilitario controlable. Esa energía femenina que lucha por su lugar y se rebela de múltiples maneras, atrae a Elena Poniatowska. Ella también tuvo que batallar por conseguir ser quien es. Su profesión sufrió rechazo intrafamiliar, incluso de mujeres que para ella eran ejemplo, y fue menospreciada socialmente. Poniatowska narra la pasión de esas mujeres sin excluirse del relato, enlaza las declaraciones obtenidas con el hilo que aporta su propia visión. Comparte la mirada de las protagonistas de sus textos y logra meterse en sus cuerpos para sentir la intensidad de cada momento de sus vidas. La escritora ocupa los vacíos que dejan las memorias, los diarios y las cartas y construye el devenir dramático. Sus novelas sobre estos personajes reales son para Elena Poniatowska una base de datos que puede servir a posteriores biógrafos: “Tanto Dos veces única, como Leonora o Tinísima, pueden ser el punto de arranque para que un verdadero biógrafo rescate la vida y obra de personajes fundamentales en la historia y en la literatura de México.” Elena Poniatowska, inmersa en la búsqueda de las huellas que sus protagonistas dejan, encuentra el rastro en todo tipo de fuentes que luego recoge en sus textos. El resultado es una galería de retratos originales donde capta, además de los rasgos personales, aspectos sociales, políticos y artísticos de la época; en

definitiva, el relato de la historia sociocultural de nuestro país. En la obra de Elena Poniatowska hay una fusión de géneros, sus textos mezclan el reportaje y la crónica con la ficción literaria, la biografía con la novela y el relato con el periodismo. Maestra del hipertexto, sus libros incluyen artículos, notas, cartas y noticias. La escritora renovó el lenguaje de la entrevista y la crónica, dio protagonismo al reportero, le dotó de voz propia. En la transición de lo oral a lo escrito, cuando aparecen elementos incorporados por el propio periodista al redactar el texto, el autor adquiere, como dijo Mijaíl Bajtín, “categoría de personaje”. Los libros de Elena Poniatowska, ya sean periodísticos, biográficos o narrativos, muestran un estilo personal, un sello característico e inconfundible. Su mirada se traduce en una propuesta literaria determinada por un tejido entrecruzado de voces, un enfoque polifónico que borra la frontera entre ficción y testimonio. Sus textos narran con precisión periodística, sin arrogancia, relatan sin enjuiciar y reflejan una imagen en movimiento que no genera ni defiende intereses. Octavio Paz llegó a decir que era la mejor periodista de México y José Saramago, durante la presentación de la novela La piel del cielo en Madrid, afirmó que Elena Poniatowska era una escritora rebelde y coherente. Cuando, en 2014, se le concedió el Premio Cervantes, Hugo Gutiérrez Vega declaraba: “Naturalidad, transparencia, amor por los otros, sentido de la solidaridad y pericia formal distinguen ese trabajo que resultó galardonado.” Estos testimonios exponen con claridad el valor y las virtudes de la obra de una escritora singular


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Cuentos japoneses de doncellas, Grace James, Quaterni, España, 2015.

UN DELICADO AROMA A CEREZOS EDGAR AGUILAR

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o se trata el presente librito de una selección de cuentos de autores japoneses sobre doncellas. Antes bien, nos enteramos que Grace James (1864-1930) fue una “escritora inglesa de literatura infantil y experta en folclore y cultura japoneses”. Pero esto no es un problema sino una simple aclaración. De modo que uno se va entregando a estas bellas historias, muy bien escritas, con lenguaje sencillo y con todo el aroma japonés. Lo efímero, esa condición de la naturaleza que prevalece en el arte nipón de todos los tiempos, parece hacerse realidad en la existencia de estas divinas criaturas que, tan pronto como llegan, se desvanecen. Mas los dioses son muchas veces benevolentes y complacientes con nosotros, y podemos disfrutar, ya sea transitoriamente, de su maravillosa presencia. Aunque a veces más valdría… Nos vemos entonces tocados por esas fascinantes historias que los antepasados del lejano oriente contaron de generación en generación, y que nos

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deleitan hasta nuestros días gracias a la palabra impresa. Así, en “Los amantes de las estrellas”, La Doncella de los Hilos teje –sin sospecharlo– su propia desgracia en el momento en que su padre, el Dios de la Luz, la induce a dejar su laborioso trabajo y que comience a disfrutar de la vida. Sin embargo, está revelado que “la pena, esa pena que durará eras, caerá sobre La Doncella de los Hilos cuando abandone su rueca”. O la fatal predicción en “La Doncella de Unai”, cuando un anciano viajero, saciado de comida y reposo, corresponderá a la amabilidad de los dueños de la casa en la que ha recibido alojamiento observando el futuro de la única hija en un cuenco de agua: “La doncella de Unai crecerá como la más hermosa flor entre los hijos de los hombres. Su belleza será la de una diosa. […] Y habrá pena y lamentos por ella, ruidosos llantos llenos de amargura, tan poderosos, que llegarán al Cielo y destruirán la paz de los dioses”. Veamos las primeras líneas de “La Doncella Helada”: “Vosotros, que viajéis en invierno, os pido que tengáis cuidado en las noches de nevada, pues La Doncella Helada acecha a los imprudentes”. Éste, además del sugerente inicio, es un cuento perfecto y sumamente enigmático. Un anciano y un joven se pierden en el camino durante una cruda ventisca logrando guarecerse en una apartada choza. Cerca de la medianoche, el joven sufrirá lo que cree ser una alucinación (una hermosa y extraña mujer vestida de blanco) y se salvará milagrosamente, mientras que el anciano muere por congelamiento. De nuevo una advertencia en forma de vaticinio: “Nunca has de hablar de mí, ni de esta noche. Ni a tu padre, ni a tu madre, ni a tu hermana, ni a tu hermano, ni a la doncella con la que te prometas, ni a la esposa con la que te cases […]” (Pienso sin proponérmelo en Shakespeare, tan dado a los vaticinios y espectros, y me encuentro que hay una afinidad sorprendente entre sus tragedias y la tradición japonesa, y de allí quizá la inmejorable versión de Macbeth de Kurosawa en Trono de sangre). Transcurridos los años, el hombre enfrentará, en una noche helada y en compañía de su esposa, algo que no tenía previsto… “La doncella y la horquilla de oro” es un conmovedor cuento sobre las –literalmente– trasmutaciones del amor. Dos honorables samuráis deciden comprometer a sus respectivos hijos (aún niños) en matrimo nio. Una horquilla de oro será entregada a la prometida una vez que tenga la edad suficiente como señal del pacto convenido. No obstante, circunstancias adversas separarán a los futuros esposos. La grácil hermana menor de la prometida, luego de la inesperada muerte de ésta (quien llevará la horquilla dorada en su lecho de muerte), en un evento extraordinario, suplirá con su cuerpo la ausencia de su hermana ante la repentina llegada del joven prometido… Para no fatigar al lector, abordaremos sólo un cuento más: en “La hermosa bailarina de Yedo” se nos narra la historia de Sakura-ko, La Flor de Cerezo, “geisha sin par”, quien acostumbra burlarse de sus pretendientes. Conoce sin embargo a un joven “valiente y alegre; impetuoso y hermoso”. Los días felices pasan sin contratiempos para ambos, hasta que, también premonitoriamente, Sakura-ko desaparece de la vida del joven amante, para bien de él. No hay que olvidar que los cuentos populares de estas características tienen su origen en las fábulas, mitos y leyendas del antiguo Japón. La moraleja es, por lo tanto, inherente a ellos. Pero en todos rezuma un delicado y exultante aroma a flor de cerezos •

José Gorostiza: la creación sin fin, Mónica Mansour, unam , México, 2015.

GOROSTIZA MÚLTIPLE RICARDO GUZMÁN WOLFFER

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uizá la parte más deleitable de la literatura sea volver consciente el efecto de las lecturas que nos forman. Muchos debemos a José Gorostiza momentos maravillosos. La obra de Mansour no sólo obliga a la relectura de este notable poeta, también muestra facetas del escritor que pasarían al olvido de no ser por textos como esta recopilación de trabajos de Mansour sobre el ganador del Premio Nacional de Letras 1968. Si la obra más conocida y acabada del autor, Muerte sin fin, lo hace ineludible en el panorama literario nacional, advertir el camino para su elaboración, basado en la obra previa del autor, rastreando las constantes en la temática poética, resulta doblemente interesante. ¿Qué autor planea una obra poética para el resto de la vida? ¿Cómo elaborar un camino a partir de varias obras definitorias? Parte de lo interesante de la recopilación es advertir las lecturas que forjaron al autor que habría de permanecer. las lecturas religiosas de Gorostiza, tanto en su veta espiritual como literaria, son destacadas por la ensayista. También da nota de la personalidad del autor en aspectos tangibles como los horarios y forma de escribir. A partir de las remembranzas familiares, vemos a un escritor que usa los horarios previos y posteriores a su “trabajo remunerado”. Lo suponemos constante en sus hábitos, dividido entre ese trabajo que paga y el que le da vida. Nota aparte es la divulgación de material inédito, inacabado, sobre el que la ensayista rastrea las constantes literarias del escritor y los difíciles mecanismos de la creación; más aún por tratarse de un poeta que destruía sus borradores, trabajados por largas temporadas. Para los seguidores de Gorostiza, este será un libro de lectura obligada. En su excelente estudio para relacionar al autor con la Cábala (la tradición mística y esotérica, originalmente judía), la ensayista termina por hacer una exposición de esta expresión mística, pero bajo la perspectiva literaria. Así nos enteramos de que Gorostiza era masón y que en Inglaterra contactó a varios cofrades, como George Bernard Shaw. Así, la autora encuentra rastros del “Zohar” en Muerte sin fin. La trascendencia del autor no sólo reside en la forma en que plantea el acto poético, que ya debería ser suficiente para establecer la necesidad de ensayos como el de Mansour; también trasciende por hablar de la parte esencial de la raza humana: su creación, su camino a la iluminación, su reconocimiento como émulo divino en la posibilidad de nombrar todo cuando puede ver o pensar: su capacidad de ser el centro de su personal universo y, a partir de ahí, del de toda la humanidad al reconocer los nombres que Dios toma para brillar en cada objeto y ser donde esa divinidad es emisor y ente

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reflejo. Sus preocupaciones creativas y existenciales permean a Muerte sin fin: “en medio de un perecer infinito no podemos concebir sino lo eterno”. Un ensayo que obliga a retomar el deleite de saberse ante la profunda expresión poética • Juicios a las brujas y otras catástrofes, Walter Benjamin, Hueders, Chile, 2015.

DE BRUJAS Y CATÁSTROFES ORLANDO ORTIZ

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l título del libro, para mí, como que no coincidía con el nombre del autor, que sin duda fue uno de los pensadores de izquierda más emblemáticos del siglo pasado. ¿Qué podría decir Benjamin de las brujas? Seguramente cuestiones interesantes desde una perspectiva filosófica o sociológica o... atarantadora por lo sesuda y solemne. Conocía algunos textos de él en torno a los avances tecnológicos y sus repercusiones en el arte y en la comunicación; pero ignoraba que había sido un hombre de radio, no sólo como teórico en cuanto a lo que significaba este, en su momento, novísimo medio, y sus efectos en la sociedad, sino también como protagonista, pues transmitió más de cien programas dirigidos a los jóvenes. En Berlín, cuando nació la radio, en 1923, se transmitía únicamente música, según nos dice Mariana Dimópulos, prologuista de este volumen, “pero pronto se develó el poder de la voz humana”, y con ello, por así decirlo, se vislumbró que podía ser un medio de propaganda muy poderoso. Benjamin fue uno de los primeros pensadores que vio, de alguna manera, las dos puntas de los nuevos medios de comunicación, es decir, de la radio, el cine y la fotografía. Mas no se limitó a observar y teorizar, se involucró con uno de ellos, la radio, y transmitía un programa para jóvenes. Al parecer fueron más de cien los programas que hizo; de ellos se han conservado algunos textos, pero no su voz. Una selección de esos escritos son los editados en este libro que para mí fue una revelación de Benjamin como narrador hábil y curioso. Casi podríamos decir “frívolo” por los temas, pero tras esa aparente frivolidad hay expresiones que mueven a la reflexión sin engolamientos. Benjamin tiene malicia narrativa, en uno de los textos podemos leer: “Cuando pensaba de qué podía hablar hoy con ustedes, busqué de nuevo uno de mis libros preferidos. Es un libro gordo, con dibujos, publicado alrededor de 1840, que en realidad sólo contiene chismes y bromas...” Y esos “chismes” van de “La caída de Pompeya y Herculano” y “Juicios a las brujas”, hasta unas “Historias verdaderas de perros”.

Son en total doce relatos de los que podríamos decir que se ha escuchado mucho, pero Benjamin encuentra la manera de incorporarles datos novedosos o detalles que aportan perspectivas nuevas. Relatos hábilmente estructurados para atraer la atención de los escuchas y generar tensión. Hay algunos impresionantes, pues el autor apela a testimonios de supervivientes o contemporáneos de los desastres. Uno de ellos es Immanuel Kant, cuyas líneas se refieren al terremoto que destruyó Lisboa en 1755 y le tocó vivir de lejos, pues los efectos se sintieron en Königsberg, donde él vivía y de la que nunca salió, según Benjamin. Además del prólogo, esta edición trae un posfacio de Esther Leslie. Ambos, prólogo y posfacio, aportan mucho al conocimiento de Benjamin, lo que significó el surgimiento de la radio y la circunstancia de este pensador. Por momentos, se lamenta uno de que no hayan sobrevivido todos los textos que escribió para la radio, sobre todo el que prometió escribir para contarnos la historia del Ku Klux Klan •

Maribel Portela. Una naturaleza frágil, Ingrid Suckaer, Samsara/Fonca, México, 2015.

NATURALEZA, FRAGILIDAD Y ESTÉTICA

términos botánicos y metafóricos; de ahí surge su visión de una naturaleza frágil que, sin embargo, acoge y embellece el entorno humano. El resultado en conjunto deviene en una experiencia grata para la vista y para el espíritu. A contracorriente de cierto arte contemporáneo concentrado en la fugacidad posmoderna, Portela elabora sus obras siguiendo una dinámica en la que permea su ánimo de observar a la naturaleza como ejercicio de abstracción, sin prisas. La artista –quien es reconocida en el ámbito internacional– sigue concentrada en recrear de distintas maneras plantas, árboles y flores. Situarse frente a las piezas que origina, admite mirar a la natura con llaneza y consentir que la carga emotiva que produce brote y se explaye con alegría la celebración por la vida y su belleza. En la producción de Maribel Portela, la amplitud de intervenciones plásticas creadas por ella posibilita observar el lúdico juego de enfoques desde los que aborda sus esculturas, las cuales devienen en una extensa articulación en el espacio. La materialidad común de todas las obras es el papel, como en una búsqueda por explorar no sólo la tridimensionalidad, sino también por evidenciar la fragilidad de la naturaleza •

INGRID SUCKAER

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esde hace cerca de siete años, Maribel Portela, ha creado una obra evocadora y poética en escultura que demuestra la especial relación que posee con los árboles, plantas y flores. El suyo es un proyecto de largo aliento que comprende esculturas en papel de distintos tipos y diversos formatos, más una serie de fieltros que, a manera de una narración visual alegórica, recrean caprichosos motivos de la naturaleza (l a p a l a b r a g e r m á n i ca naturist, significa “el curso de los animales, carácter natural.”) El amplio conjunto de piezas que ha creado motiva a la reflexión sobre nuestra forma de interactuar con la floresta, plantas y flores y con la belle belleMedian za estética que éstas guardan. Mediante sus obras, Maribel Portela –artista compro con honda conciencia social y comprometida con la conservación ecológica– permite que las esculturas, realizadas interveni en papel y lienzos de fieltro intervenido, recuerden la complejidad que huma conlleva para la supervivencia humana el que la natura sea dañada y con ( es la traducción ella su inigualable estética (natura latina de la palabra griega physis (φύσις ), que en su significado original hacía referencia a la forma innata en la que crecen espontáneamente plantas y animales). En respuesta a lo anterior, Portela investiga las particularidades de la vegetación en

En nuestro próximo número

Albricias Felicitamos al maestro

Sergio Pitol por haber obtenido el Premio Internacional Alfonso Reyes

Escríbanos a: jsemanal@jornada.com.mx

FERNANDO DEL PASO entre la historia y la ficción Enrique Héctor González y Gustavo Ogarrio


ARTE Y PENSAMIENTO ........

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Francisco Torres Córdova

Ricardo Venegas ricardovenegas_2000@yahoo.com

Felipe Garrido MENTIRAS TRANSPARENTES Una tarde Joaquín Armenta caminó muchas horas sin detenerse sino al llegar al borde del estanque. Caía la tarde y el calor era una lápida ardiente que le impedía respirar. La arboleda estaba tan quieta que crecía hacia el fondo del agua con la misma nitidez con que se alzaba hacia las nubes. Fue entonces cuando vio pasar la garza. Cruzaba el espacio sin mover las alas extendidas. Fue entonces cuando sintió aquella voz que le venía de otro tiempo y le crecía sin que pudiera escucharla. Sólo quiero morir, que nadie me recuerde. Tanto y tanto amor. Tan sordo, tan imposible, tan indecible, tan desperdiciado. Todo amor es apenas un sueño, se dijo. ¿Cómo seguir viviendo si está muerta la flor de las flores? Oh, Dios, ¿cómo vivirán los otros si ella murió? ¿Cómo habrá ningún sueño sin su sueño? ¿Cómo verme si su rostro es ceniza borrada por el fuego? ¿Cómo seguir respirando si la luz es su tumba? ¿Cómo mirar el mundo si su mirada es olvido, es polvo, es nada? •

Ricardo Yáñez DE PASO Ramón Le debo el haber leído los Diarios de Kafka y escuchado una versión muy seca (seca como vino) de Las cuatro estaciones. Eso define su carácter. Pasaba por él a las cinco de la mañana, jugábamos frontón y nadábamos en la alberca revolcada –llena de ramas, ranas, pinacates…– del Parque San Rafael. A las siete estábamos de vuelta. Un día en su casa sin razón me espetó (debió explicármelo): –Tú eres el hombre sin camisa. Pensé: Cómo una afectuosa percepción aun con su toque de ironía puede darle a uno ánimo. A los veinticuatro años, él de ojos claros, se dejó crecer la barba, lo que le ganó que un conserje de la facultad lo apodara El Divino Rostro. Gil Olivo, según le nombrábamos, era doctor por el polaco Instituto de Teoría de la Literatura, Teatro y Cine –falleció hace dos meses– y de creación e investigación escribió veintitrés libros. No es posible olvidar que, hombre de convicciones, militó en la entre famosa y mítica, pero sobre todo histórica, Liga 23 de Septiembre. Eran los tiempos, su tiempo fue •

ftorrescordova@gmail.com

bitácora bifronte

monólogos compartidos

Ricardo Garibay, el polemista sincero

De aldeanas, escaleras y rodillas

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ablar de la obra de Ricardo Garibay es acercarnos a una manera tenaz, aguerrida e irreverente de literatura. Lejos de la falsa humildad y de los modales postizos al uso, a Garibay le interesaba ir al grano en cualquier asunto. Alguna vez, allá por 1997, cuando en el auditorio del Jardín Borda de Cuernavaca presentó la novela de un infladísimo narrador, Garibay dijo: “este libro tiene muchos errores, ¿cómo pudo ganar un premio?” Acto seguido citó una lista considerable de defectos en la escritura del volumen; por ejemplo, en vez de escribir “se volvió hacia ella”, el autor decía “volteó a verla”… Corregir una novela en plena presentación quizá no es la mejor forma de respaldar la calidad de una obra, pero Garibay lo hacía. Algo similar hizo cuando recibió el homenaje por sus setenta y cinco años en el patio de un recinto de la cultura. En la mesa estaban Mercedes Iturbe, el pintor ruso Vlady y Santiago Genovés, entre otros; al final, cuando le cedieron la palabra, dijo: “Algo bueno debo tener para que estos hijos de perra que me acompañan en la mesa me reconozcan y me brinden este homenaje.”Y es que hablar de Garibay es también hacer gala de la anécdota, y en ello es posible advertir que su escritura tiene una fe inevitable en la experiencia, el testimonio de lo que consta, la vida vivida que es posible contar y la vida en la que suceden de vez en cuando cosas extraordinarias; esto es notorio en libros como Fiera infancia (1982) y Cómo se gana la vida (1992). Desde niño, Garibay encontró en las palabras un oficio que lo llevaría a escribir más de cuarenta y cinco libros de diversos géneros: novela, cuento, ensayo, teatro, guión de cine, crónica y reportaje. Usaba el ingenio verbal al vender candelas para la lumbre, escribía cartas para el tendero por diez centavos o ganaba concursos de radio repitiendo trabalenguas a gran velocidad. Pocos saben que Garibay incursionó en el box para redimirse de lo que hoy llamamos bullying: “Aprendí a boxear, obsesión que traía desde la secundaria, acaso por el terror y cobardía que me creara la enorme sombra de mi padre, y resultó que era yo de veras apto y que tenía el don de oro, el ponch, el pegue de nocáut de un solo golpe.” Con la obsesión por el deporte de los puños, años más tarde y desde la perspectiva del escritor, publicaría el volumen Las glorias del gran Púas (1978). Ricardo Garibay Ortega es también el nombre de una importante biblioteca, que conmemora su ix aniversario en Pachuca, en donde el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo realizará un magno festejo el 17 de mayo a las 18 horas para honrar la memoria del escritor. Se presentará el volumen Sendas de Garibay (Ediciones Eternos Malabares/Fonca, 2015), disponible en librerías de Educal de toda la República, en el cual se reúnen ensayos y entrevistas realizadas en los últimos años del autor de 35 mujeres (1998). Los esperamos •

n ebanista en su taller que acierta en la veta de un encino el ángulo oculto que hará cantar a todo el escritorio al cerrarse su cortina; o una adolescente que al andar tropieza todavía con su propio cuerpo, atrapada sin saberlo en un desorden de codos, hombros y caderas que quizás será belleza; o los ojos nuevos, llenos de sí misma y sin embargo desbordados de una criatura que por vez primera se reconoce en el espejo y se señala; el grito de un susto que en el juego se vuelve carrera y carcajada; el cosquilleo en los bordes de una herida que cierra y sana ya lejos del dolor y del peligro, un modo de hablar o de callar de alguien que nos tiene y nos impulsa o nos sosiega y ampara, y más en fin, eso que llamamos Gracia y cuando ocurre o se descubre se salva la vida y se cumple y entra toda en el relumbre de un instante. Parece entonces que la abundancia de miseria se atempera y reposan la ansiedad y la emergencia, la codicia y el miedo; que descansa el mundo y los huesos dispersos que erizan sus desiertos y cañadas, sus cunetas, rincones y baldíos todos nuestros recuperan su peso y su esqueleto, y el aire mismo rehace los pulmones y con ellos la voz de cada uno para hacer sonar de nuevo las letras de sus nombres. La mueca que talla en el alma la violencia y sus cínicas rutinas; la imperiosa sed que atizan los azogues del consumo; las salivas y ademanes del embuste y la patraña que en las bocas del poder fermentan su halitosis, se opacan o ceden y se apartan un momento. La Gracia, que nunca es sólo una sino al menos dos o tres, la de él o ella o ambos y la propia que despierta si los ve. Tal vez son las aldeanas de nuestro poeta: “En el encanto de la humilde calle/ sois a un tiempo, asomadas a la reja,/ el son de esquilas, la alternada queja/ de las palomas, / y el olor del valle” (“A la gracia primitiva de las aldeanas”, Ramón López Velarde) O quizás no sólo alguien así encandilado, sino apenas un mínimo trazo vertical en la esfera del tiempo, una hora quieta en la memoria que lleva al cuerpo a un espacio que lo encarna, la casa de la infancia una tarde en la escalera, y que a base de silencio y presencia el poeta acecha y alguna vez alcanza, o lo alcanza, y se encuentra con mucho más de lo que fue:“Las dos entre la sombra y en la pared el viernes/ ardiendo inmóvil como vellón purísimo de fuego./ Y la vida cayendo despacio, sin sentirlo, /como la luz de los árboles cenizos/ o el rugoso sillón de la mano que duerme./ Y ver pasar las nubes, y los años/ entre los ojos, distantes hacia la noche última./ La familiar baranda me rehace las manos/ y el portal, como un padre/ mis días me devuelve.” (“La casa”, El sitio en que tan bien se está, Eliseo Diego). Si no se quiebra la persona o se empantana en la costumbre y el temor, la desidia o la indolencia, no importa el titubeo, la edad o la destreza en las artes de estar vivo que tantea; no importa en esa danza la rodilla inestable, ruidosa y dolorida, sino el brillo y la alegría que desprenden siempre por la Gracia las otras muchas rodillas intactas de su alma •

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Jornada Semanal • Número 1105 • 8 de mayo de 2016

Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com

La gente: el sabor amargo del desacuerdo

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A GENTE, DIRIGIDA por Jaume Pérez con textos de Juli Disla y la adaptación de Bárbara Colio, da como resultado una obra subversiva y poderosamente provocadora , de una simpleza aparente, pero capaz de inocular esa sensación de vacío que provocan la mezquindad ajena, el desacuerdo y la voluntad de renunciar a cualquier posibilidad de ceder, de empatía y de colocarse no sólo en los zapatos del otro sino de participar en el mismo horizonte conceptual… y emocional. La obra se despliega en un círculo que forman actores y público, todos reunidos e indiferenciados pero todos creyentes y partícipes de los guiños que provoca una situación donde los visitantes están dispuestos a la con-

LA OTRA ESCENA ducción de una especie de anfitriones que les indican que “vamos a esperar un poco más…”, “vamos a esperar unos minutos a que llegue más gente y se incorpore al trabajo”. Y justo así sucede, van llegando más personas que descubriremos que forman parte de este intento de construcción de un consenso “para llegar a algo”. Poco a poco el público, que es tratado con benevolencia por quienes organizan la “junta”, la reunión, se da cuenta que entre ellos están repartidos, salpicados, unos actores que parecen encarnar algunas consideraciones con las que el público se identifica. En esa transición de separar al público de los actores es muy interesante observar la vocación actoral del público, vocación para actuar en el corazón mismo de un propósito político, de un objetivo civil, donde se dirimen los asuntos del Estado y el destino de la polis. Esos agentes de opinión que se encuentran entre el público se oponen a la manipulación que intentan ejercer los administradores de la voz que ya han acordado con alguien más, alguien arriba, a quien no vemos pero que está detrás de esa voluntad de convencer. Son los líderes políticos que usufructúan las carencias y las pasiones simples de las masas: seguridad, vivienda, empleo, atención a la maternidad vulnerable, a los ancianos, a los niños, a los jóvenes. Se erigen como los representantes del grupo pues son quienes han recogido los acuerdos, convocado a los asistentes, como si fueran las cabezas de un gran movimiento, cuyos trazos está dados por anticipado, con liderazgo garantizado pero hoy como nunca antes cuestionado y se les insinúa que están al servicio de la manipulación. La gente no se pone de acuerdo, la gente quiere todo muy claro, que se entienda y le convenga. Por su origen y contexto, la obra podría apegarse a una manera de organizar el consenso y el acuerdo, de dirimir los intereses colectivos y distinguirlos de los personales, los de esa

gente que está en la periferia de esta gran organización teatral ahora enclavada en el corazón de una colonia popular que antes aparecía en los noticieros emboscando peatones y automovilistas para asaltarlos y violentar el orden publico; se trata de la colonia Doctores, que fue en los años noventa una de las piezas favoritas de las televisoras para ilustrar el crimen ciudadano de los que menos tienen. Pero no, no se trata de eso, sino de mostrar en su complejidad formas de la condición humana que aparecen como resultado de procesos democratizadores y que le dan voz a quienes han permanecido silenciados por otros y por ellos mismos. Un mal sabor deja este montaje, este performance, esta parodia de organización y de participación ciudadana, este sketch que podría ilustrar en qué han parado los paroxismos de la izquierda, los populacherismos que priístas, perredistas y otros minoritarios conservan como formas de comunicación con el electorado que opta por el frijol con gorgojo. Es fundamental decir que este proyecto es resultado del cosmopolitismo creciente de la compañía, de esta organización teatral que ha roto sus fronteras estéticas y mentales para buscar en el orbe afinidades que la pongan en la mirada de la gente del mundo que hace teatro para cambiar y para cambiarlo. Esta alianza tiene como sostén otra compañía y búsqueda ejemplar: Pérez&Disla surge tras varias colaboraciones, de la asociación de los artistas escénicos Jaume Pérez y Juli Disla. En 2011 presentaron Expuestos en el marco del festival urbano Russafa Escénica de Valencia. En 2012 estrenaron La gente en un antiguo horno en desuso, casi como un experimento, y más tarde se presentó oficialmente en la Muestra de Autores Contemporáneos de Alicante, continuando con la gira estatal hasta la actualidad. Vale la pena verla y sentirla, sentir ese vacío que a veces nos provoca la vida en común •

Alonso Arreola @LabAlonso

Carta al niño-atún y torero muerto Pablo Carbonell

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EÑOR PABLO, antes que nada, tres cosas. Primera: es usted un chingón. Su libro El mundo de la tarántula es la construcción de una sólida y feliz sabiduría a base de gilipolleces e imprudencias, sí, pero sobre todo de valor, intuición, libertad y movimiento. Segunda cosa: le ofrecemos una disculpa en nombre del primer México que lo recibió hace años, cuando nos asustaban las tetas de Pilar y la actitud del hijoputa Javier [canciones de Los Toreros Muertos], cuando regalábamos temblores de tierra a nuestros visitantes más hipocondriacos y dados al juego de cartas. Mire, no es que hayamos cambiado mucho. El pri ha vuelto al poder y seguimos aprendiendo a respetar a la mujer. Nos la pasamos bañándonos en sangre, huimos corruptamente de la vida que nos tocó y los periodistas siguen siendo impertinentes (con la diferencia de que hoy los matan a montones). Tercera cosa: somos de los que saben algo importante: usted le enseñó al fallecido Prince a tocar su instrumento número 31 cuando reporteaba para Caiga quien caiga en España: la zambomba navideña. Vayamos a su libro. El mundo de la tarántula, don Pablo, es un libro de agua en el que chapotea un niño que termina convertido en atún fortificado luego de tomarse una foto con Woody Allen. Sí. Es un libro náutico. Es un flujo –a veces diáfano, a veces amarillo– que desde la honestidad más radical nos muestra su poderosa vulnerabilidad, sus inseguridades y vanidades (acaso la misma cosa), sus búsquedas personalísimas de un “método artístico”, sus laberintos y Minotauros, sus cavilaciones ante alumbramientos y decesos dolorosos, pero también el temperamento nocturno de una España que, como tantos otros lugares de este mundo empeñado en la homogeneidad y el orden, se ha ido por el water.

BEMOL SOSTENIDO Leyéndolo, amigo Pablo, lo imaginamos cayendo en el calabozo policíaco por ingerir la hierba del diablo; pasando la gorra con su querido Pedro en las calles de Madrid; vendiendo sus historietas en Sevilla; mal besando a Alaska en el programa televisivo La bola de cristal; vaciándole la nevera al gran Wyoming; haciendo casting junto a Antonio Banderas o actuando con Lola Flores… Lo imaginamos y pensamos: carajo, sí, esta carrera merece la pena ser contada. Usted es como un gato con muchas vidas que no suceden una tras otra, sino en paralelo. De las calles al teatro, a la televisión, al estudio de grabación, al cine, a la literatura… En lo que todas esas vidas parecen coincidir es en el riesgo y en un optimismo obcecado. Qué maravilla pensarlo a usted tocando para narcos en la selva colombiana; aprendiendo por la mala a entender los vericuetos de la industria, los derechos de autor y la inmundicia de Los 40 Principales; rechazando una invitación de la Fura dels Baus en Barcelona… Qué inevitable pensarlo llorando a ratos mientras escribía estas memorias, o por lo menos melancólico al revivir sus encuentros con Lola, su primera novia. Por cierto, nos hubiera gustado que su libro tuviera más fotografías (la de usted de niño es espléndida). Hubiera sido fantástico ver el rostro de su padre, al joven Pedro pintado de mimo, a Cristina con su lunar en la frente. Nos hubiera gustado, también, conocer algunos de sus dibujos de adolescencia y juventud... Pero bueno, hay que decirlo, don Pablo: su reflexiva escritura alcanza, basta y sobra para echar a andar la cámara de ocho milímetros que tenemos en la cabeza. A nosotros nos ha encantado la experiencia. Además, el trabajo de la editorial Blackie Books, una vez más, ha sido fenomenal. Y terminamos: estimado Pablo, te imaginamos desnudo y acojonado en esa playa de Ibiza actuando como un animal… o junto a tu padre en esa banca de Cádiz, bebiéndote con la mirada el gran aperitivo de sal… o brindando con David Byrne cerca del Hudson… o siendo arrastrado por ese big fish en tu película Atún y chocolate y nos repe-

timos que sí, que tu libro es de agua… lo que hace total sentido cuando te vemos disfrazado en el escenario del Vive Latino, convertido en un chorro de meados sacudidos por el viento al son “Mi agüita amarilla” y sus cuarenta cervezas... Cuando nos preguntamos: ¿a dónde irá, a dónde irá, a dónde irá este Pablo Carbonell? Creemos que de vuelta al mar. Post Data. Lectora, lector: Pablo Carbonell es un cantante, actor y periodista gaditano, conocido por fundar el mítico grupo Los Toreros Muertos. Hace unos días tuvimos el honor de presentar junto a él su libro de memorias El mundo de la tarántula. Es notable. Búsquelo. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •


ARTE Y PENSAMIENTO ........

8 de mayo de 2016 • Número 1105 • Jornada Semanal

Verónica Murguía

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Jorge Moch tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch

Goodnight, sweet Prince N EL ACTO v, escena ii de la tragedia de Hamlet, Horacio se despide así del príncipe agonizante, su amigo:“Now cracks a noble heart/ Goodnight sweet prince/ and a flight of angels sing thee to thy rest.” El músico Prince, muerto el 21 de abril, se llamaba así: Prince. Y le quedaba. Estos versos preciosos bien podrían ser su epitafio: “Ahora se quiebra un noble corazón/ Buenas noches, mi dulce príncipe/ y que un vuelo de ángeles arrulle tu descanso…” Una de las dificultades de escribir cualquier cosa sobre alguien que ha muerto y a quien no se conoció personalmente es que el texto, de forma inevitable, también se tratará de quien lo escribe. No puedo hablar de una conversación, un romance (a qué le tiras cuando sueñas…), una clase de baile o ninguna forma de convivencia con Prince. Sólo puedo hablar de cómo tocó mi vida y me llenó de alegría. Conviví con su música, con su imagen, con sus ambiguos y explícitos mensajes de una forma, para mí, poco usual. Me enamoré de él a los veinte años. Tarde, como llego a todo: nunca me encandilé por las estrellas de la música disco porque me parecía detestable. Mi adolescencia transcurrió entre la pa sión por Dostoievsky –cuya foto en uniforme, con sable y bigotito, adornaba las paredes de mi cuarto– y ser fan del grupo Jethro Tull. No me gustaban la música disco, ni la trova cubana. No iba a bailar, pues usaba un aparato ortopédico que me sujetaba de la cadera al cuello. Los grupos de rock no venían a México, con la extrañísima excepción de Chicago, cuya sección de alientos me entusiasmaba pero que jamás me deslumbró. Además, la moda de los ochenta me parecía horrible y era una recién casada confundida. No sabía en qué madriguera meterme. Sólo me quedaba un resquicio de rock y funk. Cuando al aparato ortopédico le tocó el turno en una caja al fondo del clóset, llegó él. Al mismo tiempo que la hora de moverse. Descarado, camp, sexy, ambiguo y ¡mocho! Una delicia. Cuando se estrenó Purple Rain sentí que, por fin, el resquicio se convertía en una puerta. Mi vinilo fue morado. Me compré unos zapatos hechos con tela de gobelino, un saco con hombreras que me dejaba cuello de pollo y me enchiné el pelo. Quedé horrible. El hombre con el que yo vivía entonces no hacía más que pelar los ojos y pedirme que le bajara el volumen al tocadiscos. Lo confieso: me enamoré como una fanática de catorce años. En mis sueños comenzó a aparecer ese chaparrito desafiante que se vestía como una versión estrafalaria de la Tigresa, a medias cubierto con encaje, pantalones de bailaor de flamenco, tacones de vértigo y los ojos pintados. Bailaba como un poseso, era amanerado y quién sabe cómo, también viril. Nadie, y eso lo aseguran Eric Clapton, Eddie Veder o Bruce Springsteen, nadie, digo, tocaba la guitarra como él. Su voz me fascinaba. Cada vez que escucho su falsete se me erizan los pelos.

Prince era tan andrógino como David Bowie, pero si Bowie estaba hecho con hielo y sustancias ultraterrenas, Prince estaba modelado con materia más cálida: tierra mezclada con saliva y semen, sudor y lágrimas. Blanco y negro, femenino y masculino, potente y delicado, bailaba con soltura sobre el filo que separa lo ridículo de lo misterioso. Ya millonario siguió siendo streetwise, un cool brother que se vestía con túnicas Versace hechas especialmente para él, mientras tocaba la guitarra como si ésta fuera un puente del rock al funk y al pop y al hip hop. El velo de sus misterios se rasgaba en el baile; los corifeos eran muchachas risueñas que lo deseaban como él a ellas; todas se enamoraban. Hasta Kim Basinger, a quien conoció en el rodaje de Batman. Su música me acompañó en el sexo, me guió con el ritmo seguro del funk como si se tratara de un rito –quizás porque el sexo es un rito. Gozoso, divertido y profundo a la vez, bailar su música con toda el alma iba más allá de la pura alegría de bailar. Era participar y aceptar su Pánico misterio. Decir que sí: sobre mí. En mí. Yo también. Dejar atrás los prejuicios para desear con cada célula a esa criatura hecha con rasgos opuestos. Aceptar que la carne está animada por una chispa que busca encender dos fuegos: el carnal y otro, del cual él era un extravagante emisario. Cantaba sobre Dios con el mismo arrebato con el que hablaba del sexo oral, de la masturbación, del orgasmo y el cielo. Qué silencio se ha hecho ahora sin Bowie y sin él. Qué tristeza •

RENDO LA TELE. Me tumbo en el sillón. Ya no quiero saber de pleitos, incordios, topetazos, torturas, asesinatos o desapariciones; en la barra de programas de televisión abierta las opciones son escuetas, pero decido apechugar y me topo con un programa refrito (de hace unos quince años) de tv Azteca que acabará por aportar un elemento más al ya pesado costal de argumentos con qué tildar a la del Ajusco de deleznable e imbécil: Jeopardy. Se trataba de una mala copia del Jeopardy! estadunidense en que los concursantes suelen hacer alarde de una agilidad mental y profundidad de conocimientos generales de zúmbale la carabina. Ya Televisa en la década de 1980 tuvo al aire su versión del mismo programa de concursos. Pero hacer una mala copia de otra mala copia nunca ha sido óbice para tv Azteca, que ha copiado antes sin recato ni disimulo algunas producciones estadunidenses y para muestra un botón: la vomitiva Un ángel en casa o algo parecido que copiaron, personaje por personaje, del Who’s the boss? que protagonizó Tony Danza desde finales de los setenta hasta principios de los noventa. Bastante malito ya de suyo, por cierto. Pero volvamos a nuestra pasarela de la idiotez; el insufrible catrincillo –Omar Fierro– que decía conducir el programa hace las insípidas introducciones de rigor, todo sonrisas Colgate, y empieza el show de la estupidez desnuda, la exhibición de las vergüenzas de nuestra juventud. Son tres chamacos, una jovencita y dos varones. A cual más de bestias los tres por igual. No dan una. Preguntas como:“Símbolo de la tabla de los elementos de la plata” reciben con una frialdad que pone los pelos de punta respuestas del siguiente tenor:“¿qué es... pé-ele?”; y ni qué decir de preguntas que versan sobre la historia mexicana o nuestra geografía... ya no le pida peras al olmo y olvídese de preguntarle a los sonrientes mocosos algo sobre literatura, música o cálculo integral. Pero eso sí, atinaron sin titubeos a casi todo lo que tuviera que ver con la detestable parafernalia pseudoartística que cobra en la nómina de Salinas Pliego o con el futbol. El desfile de despropósitos es terrible. ¿Qué pasó con aquellos programas que no solamente nos permitían conocer a mexicanas y mexicanos informados, sesudos, inquisidores, sino que además poseían el carisma necesario para congregar a las familias en el cuarto de la tele para, al menos, aprender algo de cultura general? ¿Qué fue de la pregunta de los sesenta y cuatro mil pesos?, ¿Qué del simpático Doctor iq? ¿Y los espacios donde Arreola desenrollaba la alfombra verborreica de su erudición? ¿Estamos condenados a que solamente figuren los Krauze y los Aguilar Camín y se confunda cultura con intelectualidad orgánica del sistema?

Pero eso sí; proliferaron como hongos las más refinadas expresiones de la estulticia mediática: los programas de “opinión”, como el de la intragable güerita Rocío Sánchez Azuara, mala copia del de la cubana de Miami, Cristina Saralegui, o el programa de María Laria, malas copias, a su vez, de los ya de por sí malísimos freakshows de Sally Jessy Raphael, Oprah Winfrey, Geraldo Rivera o Phil Donahue, que hicieron escuela del género panelista en las décadas de 1990 a 2010. Mala televisión, sí, pero ah, pero cómo vendía publicidad de detergentes y sopa de pasta. La televisión mexicana nació y se consolidó promotora de la estupidez colectiva. Particularmente tv Azteca parecería de pronto empeñada en rebasar en la infame tarea a Televisa. Si nos dejamos llevar por las paranoias diríamos que se trata de un fino complot para crear generaciones de idiotas sin opinión, imbéciles sonrientes y dúctiles, manipulables. ¿Será que hay, como dicen algunos, un plan orquestado desde Washington para, con la anuencia y complicidad de algunos traidores dentro del gobierno y los medios, ir paulatinamente creando generación tras generación de mexicanos subeducados, mal informados y dóciles? Suena descabellado, pero padecemos todos los síntomas. Tristísimo. Pero la culpa no es solamente de Salinas Pliego y sus jaurías o de Azcárraga y sus súbditos, ni solamente de las autoridades que supuestamente deberían ponerles freno en bien de la cultura y la educación de la sociedad mexicana. Tanto peca el que mata la vaca... La culpa es también nuestra; tuya y mía, lector, por sintonizar las porquerías que tv Azteca y Televisa nos mandan a nuestras casas sin rechistar siquiera. Después de todo, como dije al principio de esta diatriba, llegué y prendí la tele, en lugar de abrir un buen libro. ¿O no? •

CABEZALCUBO

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Ilustración de Juan Gabriel Puga

Para Déborah

LAS RAYAS DE LA CEBRA

Inteligencia refrita


........ ARTE Y PENSAMIENTO PENSAMIENT

Jornada Semanal • Número 1105 • 8 de mayo de 2016

Edgar Aguilar

Luis Tovar @luistovars

Vasos que son océanos

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L LENGUAJE ES MÁS vasto de lo que se cree. Las palabras generalmente denotan una ínfima parte de su significación real. La acepción de cada una de ellas abre posibilidades únicas de interpretación. Su relatividad de sentido no está en función de su alcance semántico sino en su afirmación individual: no tanto lo que dice de las cosas como lo que dice de nosotros. Así lo debió comprender Ambrose Bierce. Su instinto metafórico del lenguaje se vio traducido en una obra excepcional. Recopilación satírica de 998 definiciones (en riguroso orden alfabético), el Diccionario del diablo, escrito de 1881 a 1906, es sobre todo un inclasificable artefacto verbal de altísimo voltaje, en el cual lo mismo encontramos irónicos aforismos que punzantes reflexiones, entreverados muchas veces con pequeños relatos llenos de malicia.

GALERÍA

La carcajada cínica de Ambrose Bierce

s forzoso comenzar estas líneas con un par de obviedades: la primera, referida a la importancia que tiene conocer la Historia, así con mayúscula, pero expresada en las mil ramificaciones, ya con minúscula, en las que el pasado se despliega, verbigracia la historia del arte y sus igualmente múltiples derivaciones: historia de la literatura, del teatro, del cine, etecé. La segunda obviedad posee la doble condición de lamento y reproche, ya que sólo de lamentable puede calificarse la ingente anemia bibliográfica que todavía padece México en materia de estudios a fondo, bien estructurados, orientados y documentados, así como –si no es mucho pedir– amenos y accesibles para cualquier tipo de público, dedicados a la difusión de la muy abundante historia cinematográfica de este país, y sólo a manera de reproche puede formularse la indolencia y el desinterés que incontables arrastralápices metidos a pontificantes opinadores sobre cine (de)muestran respecto de esa historia, lo cual se verifica todas y cada una de las veces que, con aflicción incurable, Uno vive el infortunio de leer o escuchar sus desinformados despropósitos. Poca bibliografía y aún menos interés en la que existe no podían arrojar más resultado que una colectiva y monumental indigencia analítica, que no es absoluta sólo gracias a ciertas excepciones.

Dos lecturas Como pocos autores con tintes moralistas, Bierce se vale a menudo de un eufemismo embrollador como argumento para denostar hasta el absurdo a personajes y situaciones. De este modo, el Diccionario del diablo es una crítica mordaz a las convenciones sociales de la época, a los altos funcionarios políticos y a los eminentes dignatarios eclesiásticos, a la base del matrimonio –uno de sus blancos preferidos–, y a todo aquello que pudiese representar una institución en sí misma. Es decir, a todo lo que tenga tufo a poder y autoridad. Es, sin embargo, una cínica carcajada que resuena en cada uno de nosotros. La estupidez, la hipocresía, la abyección, la fatuidad o la avaricia es el motor que mueve realmente a los humanos. Y cualquier forma de organización social o política, cualquier método de justicia, cualquier modo de relacionarse entre ciudadanos, por bien intencionado que parezca, no es otra cosa –parece sugerirnos Bierce– que la catapulta de nuestras más bajas pasiones. Si las palabras conforman la noción que tenemos del mundo, éstas por tanto deben significar lo que verdaderamente somos: un enorme y rico botín que necesariamente hay que despojar y en el que sólo algunos obtienen la mayor parte. No obstante, a diferencia de una clasificación evolucionista a la manera de Darwin, en donde los más aptos sobreviven, en el Diccionario del diablo son los más torpes, mezquinos y serviles los que mejor logran adaptarse a su medio y, de este modo, escalar hacia las alturas. Es el reino de los cielos de la religión cristiana, católica o protestante. Bierce agregaría: y de toda religión y de toda cultura, mas lanzando sus afilados dardos a la sociedad estadunidense de su tiempo, santurronamente proclive a un tipo de barbarie “civilizada”.

El del diablo es un diccionario con clase, rebosante de elocuencia y erudición. Nada de vulgaridades. Nada de malas palabras. Nada de dobles sentidos. Nada de groseras lucubraciones. El robo, el asesinato, el latrocinio disimulado, la impostura y la sandez son explicados de modo familiar, expositivo, a ratos didáctico, casi aleccionador. Las descripciones fluyen en cada uno de los términos a veces anecdóticamente, como si se deseara ilustrar con suma objetividad y desparpajo el caudal de vileza con que el hombre moderno se empeña puerilmente en mostrar su degradación. Maestro del arte narrativo, Ambrose Bierce finca su misantropía y toda su amargura en el lenguaje. Los hombres son despreciables porque representan el fondo mismo del lenguaje: actos y pensamientos. El lenguaje es un mero recurso estilístico, un conjunto de huecos caracteres (símbolos, signos, fonemas) que se suceden unos a otros que obliga a cada hombre a designar, a través de determinados vocablos, su propia naturaleza. De allí su burla despiadada a ese “ser apestoso”, como se refiere al lexicógrafo (“¡que Dios lo perdone!”), quien, “al investirlo de un poder judicial, la inteligencia humana, con su natural servilismo, renuncia a su derecho a la razón y se somete a una mera crónica, como si fuera un estatuto legal”. Es decir, el lenguaje sometido a las leyes corrompidas del hombre y no a su carácter renovador y liberador de cualquier idioma esencialmente vivo. Abrirse paso, bisturí en mano, en la complejidad humana, es también desprender las vísceras con que las palabras nombran y definen el mundo. Quizás, entonces, la máxima de Ambrose Bierce en su siniestro diccionario pudiera reducirse a esto: sírvete del lenguaje en la medida en que los hombres se sirven de ti •

Así las cosas, hay que agradecer –y, en el caso de esta columna, dicho agradecimiento sólo puede tener sentido si se convierte en difusión– que un libro como Dos amantes furtivos. Cine y teatro mexicanos haya visto la luz editorial. Publicado por Paralelo 21 y coordinado por el investigador y periodista Hugo Lara Chávez, de larga trayectoria en el medio, el volumen amerita la mención de otro lugar común, puesto que de verdad no tiene desperdicio. El mérito de esta obra colectiva comienza desde la idea original que la sustenta: abordar los diversos y estrechos vínculos que el teatro y el cine mexicanos han tenido desde que el segundo hizo su arribo al espectro artístico no sólo es una feliz puesta en práctica de la interdisciplinariedad, sino un gran acierto conceptual por cuanto se hace eco de una relación entre dos disciplinas que, como quiere sugerir el título de estas líneas, no son vasos sino auténticos océanos comunicantes. Desde luego, no es el primer ejercicio escritural que aborda la relación del teatro y el cine mexicanos, pero definitivamente es uno de los que mejor muestra los atributos arriba mencionados. Precedidos por una introducción a cargo del coordinador, el volumen se compone de los siguientes once ensayos: “El teatro en el vértice de la época de oro del cine mexicano. Aportaciones y legado de Juan Bustillo Oro”, escrito por el prolífico y acucioso historiador Eduardo de la Vega Alfaro; “La irrupción de la ciudad. Los signos del Zodiaco”, del productor, director y envidiable coleccionista cinematográfico Roberto Fiesco –a quien se debe una buena cantidad de las imágenes que ilustran el libro–; “La estética del Gran Guiñol”, de Pedro Paunero;“Las troyanas. Un curioso suceso en el teatro y

el cine de los sesenta”, a cargo de Elisa Lozano; “La escena teatral en los inicios del cine experimental en México. La confesión de Stavroguin de Juan José Gurrola”, del también prolífico y minucioso historiador Álvaro Vázquez Mantecón; “Hugo Argüelles. Dramaturgia en la escena y la pantalla”, de Miguel Ravelo; “Ruptura. La teatralidad fílmica de Alejandro Jodorowsky”, escrito por Raúl Miranda López; “Del teatro al cine (o de cómo la amistad es vocación y trascendencia). El caso de Jorge Fons”, de Fernán Galíndez; “Los albañiles: dos trayectorias y un personaje en común. Ignacio López Tarso y José Carlos Ruiz”, de la pluma del propio Hugo Lara Chávez; “Puentes comunicantes. Teatro y cine de Vicente Leñero”, del director, guionista, articulista y gran defensor de los derechos del cine mexicano Víctor Ugalde; y por último “Las experiencias recientes. De Sabina Berman a Manolo Caro”, escrito por Sergio Huidobro. Cierra el volumen un apartado con los datos biobibliográficos de los autores, así como un listado muy útil de referencias bibliohemerográficas. Ya sea abordado desde la perspectiva de sus hacedores, de alguna obra específica, de algún movimiento estético y dramatúrgico, o desde la visión estrictamente histórica, el maridaje fílmicoteatral mexicano es fascinante, y el lector encontrará lo mismo casos conocidos que hallazgos del todo inesperados. El lector en general tiene aquí la posibilidad franca del placer intelectual, mientras quien quiera hablar con propiedad de estos temas tiene aquí una lectura definitivamente obligada •

CINEXCUSAS

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ENTREVISTA

Nueva poesía de México, Argentina y Nicaragua

8 de mayo de 2016 • Número 1105 • Jornada Semanal

i También la noche es claridad: En la obra lírica de Félix Suárez (Ixtlahuaca, Estado de México, 1961), cada palabra parece estar calculada. Nutrido de los epigramistas latinos, ante todo Catulo y Marcial, Suárez se instala en Roma como por su casa y la traslada en sus versos a cualquier ciudad moderna, de manera que los romanos antiguos, llámense Lucilo o Gelio, Flavia o Lidia, los vuelve nuestros contemporáneos con sus defectos, insuficiencias o baja moral. En sus epigramas –en gran parte de su obra– Suárez sabe combinar hiel y miel, la mano acariciadora y la befa cáustica, la paloma azul y el rostro del cerdo. Lector asimismo de la Biblia, nos da en un libro una adaptación personalísima de los contenidos del Eclesiastés: en el transcurso fugaz de la vida sólo conocemos tribulación y abandono, venimos de la nada y vamos a la nada, y lujos, sabiduría o gloria son vanidad, y como toda vanidad, inútil. Pero sin duda el sol central de su poesía es el lecho de los amantes, que en el amor es una alegre hoguera y en el desamor un pozo de cenizas. Félix Suárez ha vivido al margen de las luces mediáticas; no importa; mucho mejor que la fama es ser reconocido. En esta amplia antología personal, También la noche es claridad, editada en marzo por el gobierno del Estado de México, encontramos esencialmente lo que Suárez ha sido siempre: un poeta por los cuatro costados, un artífice del poema breve. ii

Poemas concretos: Cecilia Romana (Buenos Aires, 1975) es una poeta con una emotiva voz personal. En México ganó en 2006 el Premio Iberoamericano Sor Juana Inés de la Cruz y en 2007 el Premio Internacional Jaime Sabines. Acaba de publicar en Argentina Poemas concretos (Editorial Cabiria, 2015). Los principales protagonistas del libro son artistas abstractos –pintores, escultores, arquitectos, fotógrafos, escritores–, entre los que se cuentan varios de los que lanzaron en 1946 en Buenos Aires el manifiesto de Arte Concreto Invención y fueron muy notables artistas (el arquitecto Tomás Maldonado, lúcido teórico, su admirable compañera Lidy Prati, Raúl Lozza –que utilizaba en sus cuadros magistralmente

Marco Antonio Campos el espacio–, Manuel Espinoza –del que es difícil olvidar sus alucinantes círculos y cuadrados cromáticos–, Alfredo Hlito –que en el juego de la diversidad de las formas geométricas crea un orbe alegre y colorido–, el escultor Ennio Iommi –con sus pequeñas esculturas plenas de gracia y vuelo–), y fuera de ese grupo, el escultor Vitullo, de vida trágica, y del que se recrean también breves momentos desdichados con su esposa Marie, y la pintora Eugenia Crenovich, tan ligada, como discípula y pareja, a Juan del Prete. Para volvernos emotivos los poemas, Cecilia Romana cuenta o hace contar a otros, con un habla sencilla y honda, pequeñas historias de los que devastó la vida, o los que no supieron vivirla, o los que persiguió la mala suerte, o los que señaló la locura, o los que se fueron cayendo simultáneamente con los pedazos de los amores rotos, de manera que aquello que podría ser tedioso o seco, como lo es la descripción poética de piezas artísticas, se vuelve íntimo y humano. Reproduzcamos, por ejemplo, parte de este conmovedor poema en prosa (“Vitullo”): “Lo que más le dolía a Vitullo era no poder alcanzar un conocimiento total de su arte: yo logro una experiencia plena con la literatura, aunque no entiendo nada de literatura, pero no con mi obra ¿por qué estoy tan solo?, escribió en septiembre de 1951. Al mes siguiente, a punto de cumplir años: Quiero entrar en un salón y que todos se den vuelta para mirar quién soy. No me importa esta verdad revelada de ser único sólo para alguien. Sufría, pero más que la soledad, le dolía el fracaso. Como a mí, como a todos los que damos por sentado que nadie se preguntará quiénes somos en un salón, ni en un libro.” Cuando Cecilia Romana cuenta en primera persona parece que ha conocido a los artistas, incluso a los nacidos en la última década del siglo xix o en las tres primeras décadas del siglo x x , y parece que los hubiera tratado desde siempre. Cecilia Romana estudió la carrera de Artes en su país natal. En los poemas, en unos cuantos trazos, puede dibujar retratos o describir un cuadro o escribir escueta y puntualmente crítica

de pintura. En el libro encontramos también la vida de Buenos Aires con nombres propios: calles, barrios, comercios, clubes, y curiosamente, de manera muy graciosa, cosas del futbol. En el libro –en todos sus libros de poemas– Cecilia Romana, no sin ternura y desvalimiento, nos hace entrar por “la puerta triste”. iii

Detrás de la sed: en el curso de 2015, en la editorial hondureña Efímera, que dirige el poeta Salvador Madrid, se publicó de Néstor Ulloa el poemario Detrás de la sed. Si bien hay poemas que quedaron en esbozos o cerraron mal, Ulloa sabe huir en el verso del lugar común y sus imágenes buscan con precisión no decir del todo. Muchos de sus poemas son cajas secretas. Poeta habitado por el sol negro de la melancolía y quien oye de continuo las llamadas y voces de los muertos, sabe también agradecer los destellos inolvidables y los dones que le ha dado la vida. Desde el primer poema Ulloa es consciente de que el vuelo es siempre “hacia abajo” y que la ciudad –que simbólicamente puede ser el universo– es un abismo. Palabras como estrellas, campanas, girasoles, lluvia, se repiten en los poemas, pero siempre, según sea el verso, con connotaciones distintas. Ulloa destaca también en la escritura de epigramas, donde dibuja la atroz situación de su país (o cualquier país que se le parezca), la condición inerme del hombre y la difícil resignación de que pertenecemos a la raza de los cainitas. El último día de 2010 se suicidó en Managua el poeta nicaragüense Francisco Ruiz Udiel. Ulloa, al saberlo, escribió un poema a aquel joven apreciable, dotado artísticamente, que decidió su manera de morir: “Hoy recordé a Andrés/ diciéndome ‘siempre hay una última vez’/ Entonces comprendí/ que cada quien tiene derecho/ a ordenar su ropa en los cajones,/ a quitar el polvo de las cosas;/ a brindarle una limosna a ése que habita en el espejo,/ y morir triste si se le da la gana.” Nacido en Comayagua, Honduras, en 1978, Ulloa es uno de los buenos poetas latinoamericanos de su generación al que debe seguirse con viva atención •

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