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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 8 de octubre de 2017 ■ Núm. 1179 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

CRÓNICAS DE DOLOR, ESPERANZA Y ESPÍRITU COLECTIVO

19/S

Al BArreiro, MAyrA inzunzA, AlMA KArlA SAndovAl, GuStAvo oGArrio y A ntonio v Alle


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Alma Karla Sandoval * A 120 KMS AL SURESTE DE CIUDAD DE MÉXICO.

19/S En más de un sentido, el pasado martes 19 de septiembre la historia de México, pero sobre todo la de su ciudad capital, fue literalmente sacudida por un movimiento sísmico de dimensiones y alcances que sólo pueden compararse con los del ocurrido exactamente en la misma fecha hace treinta y dos años. A las lecciones colectivas de aquel entonces –unas muy bien y otras muy mal asimiladas– forzosamente debemos añadir ahora nuevos aprendizajes, tanto de orden estrictamente material como en el ámbito del pensamiento y la psique colectiva. Los ensayos y las crónicas aquí reunidos hablan de eso y, sobre todo, del dolor, la esperanza y el espíritu de una sociedad civil que, definida por

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os simulacros estaban listos. Miles de alumnos obedecieron, en cientos de escuelas, una efeméride aburrida, para ellos lejana. Así que se habían colocado en lugares seguros con la abulia de quien no sospecha que ese ensayo sería definitorio. Pocas horas después, el mundo iba a cambiar como en 1985: “Sentía que me iba a morir”, “pensé que ya no la contaba”, relataríamos con el pulso acelerado al recordar este 19 de septiembre. “¿Dónde te tocó el temblor?, ¿qué estabas haciendo?”, se preguntaban unos a otros luego de los 7.1, en la escala de Richter, gracias a lo cual que supimos qué significa ser casi un epicentro: no sólo tierra que se abrió en Axochiapan, sino de pronto, con la furia de aquella sacudida, quedarnos a merced del desastre, la devastación, los escombros en Jojutla, Zacatepec, Tlaltizapán, Tlaquiltenango y en casi todos los municipios o en cada ranchería de Morelos donde el universo saltó para derrumbar lo que éramos. “No vayas a Jojutla, ahí está bien feo, parece que cayó una bomba, todo el centro está destruido”, decían. “No, ni te acerques, ni vas a poder entrar, se levantó una nube de polvo horrible.” Tierra adentro, después de la una con catorce minutos, hora del terremoto, llegando a Zacatepec, la chimenea emblemática del Ingenio Emiliano Zapata apareció rota, como mordida por un dios salvaje que la hubiera trozado con los dientes y escupido. Al caer esa mole murieron varias personas. Avanzamos cruzando el lugar. Al dar la vuelta por una de las calles para llegar al cuartel militar y al Centro de Salud, la devastación como un venenoso aperitivo de la mirada con viviendas derruidas, techos a ras del suelo y piedra sobre piedra, viga sobre viga. “No, esto no es nada, espérese ahora que llegue a

Jojutla, no se vaya a espantar”, recomendaron. “Aquí fueron unas cuantas construcciones. Allá, pues, hay más edificios.” El silencio. Nada más que silencio entrando a Jojutla de vez en cuando roto por las lejanas aspas de dos helicópteros solitarios. Tensión que abre el paso veloz de las ambulancias con las que termina de partirse el corazón de cada uno. Militares en contingentes que avanzaban rápido, pero que miraban de un lado a otro con estupefacción; vecinos en grupos que salieron a entender lo que ocurría, a preguntar por los suyos, a correr a la casa del hermano, del tío, de la abuela, de la vecina, del compadre para ver cómo estaban. En algunos casos, el azoro les arrancaba la voz, abrían los ojos, se llevaban las manos a la frente. Algún conocido podría haber quedado atrapado. Y sí, al final de la calle Ricardo Sánchez, doblando a la derecha, el Ejército se acercó a rescatar gente debajo de un techo largo. Era un señor cuya esposa no quería que ningún soldado tocara a su marido, pero llegaron otros hombres, con cascos, botas, palas, se amontonaron para salvar esa vida y lo lograron. A lo lejos se escucharon aplausos y los rescatistas, serios, no esbozaban ninguna sonrisa. Se echaron la herramienta en la espalda y, juntos, siguieron dando vueltas por las calles. No estaban seguros de volver a contar con esa suerte. Los seguimos. Entre Leyva y Pensador Mexicano, una señora de gesto adusto, entrada en arrugas y maquillaje acuoso, labios color flor de tuna, vendía extraños frutos que contemplaba sobre una tela tendida en el piso. “¿Cómo está, no le pasó nada?, ¿necesita algo?”, le preguntaron. “Vendo ilamas”, respondió, y no hubo forma de sacarle otra frase. La policía acordonaba con cinta amarilla edificios y locales. “Avancen rápido por acá, que es el

Miles de casas destruidas y 16 personas fallecidas dejó el terremoto del martes 19 de septiembre en Jojutla, Morelos. Foto: Víctor Camacho, La Jornada

la tecnología y la información, asume su papel protagonista con solidaridad idéntica a la que floreció en 1985 y hoy, como ayer, con sus propias manos y sin aguardar acción oficial alguna levantaron una vez más el verdadero cuerpo de este país nuestro. Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

Directora General: C armen L ira S aade , Director: L uiS T ovar , E d ic i ón : F ranCiSCo T orreS C órdova y r iCardo y áñez . Coordinador de arte y diseño: F ranCiSCo G arCía n orieGa , Formación: m arGa P eña , Diseño de Columnas: J uan G abrieL P uGa , Tel. 5604 5520. Retoque Digital: a L e J a n d r o P av ó n , Publicidad: e va v a r G a S y r u b é n H i n o J o S a , 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: jsemanal@jornada.com.mx, Página web: www.jornada.unam.mx

Portada: México 19/S Foto: Rescatistas trabajando en la búsqueda de sobrevivientes en Ciudad de México, 20 de septiembre de 2017. Foto: Xinhua/David de la Paz (DA) RTG)

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh témoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.


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CRÓNICA

8 de octubre de 2017 • Número 1179 • Jornada Semanal

J oJutlA: casi el epicentro

Foto: Xinhua/ Paul Contreras (DA) (FNC)

mercado y puede haber fuga de gas, rápido, rápido”, a la derecha, a la izquierda, las cuarteaduras, mercancía tirada, mostradores vencidos, desorden y más desorden en la arteria de un municipio que de por sí vivía, hasta ahora, de la comercialización de sus productos.

CON LA CABEZA ERGUIDA

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n la calle de lo que era la Tintorería Marín, más jojutlenses sin casa permanecieron inmóviles, rodeados de conocidos que afirmaban: “Esto ya valió”, “no hay manera”, “¡en cuánto tiempo se podrá arreglar!, yo creo que nunca”. Esos eran los murmullos desesperados, de fatal contemplación, ante un templo protestante completamente destruido igual que la Catedral y la Presidencia, cuyos muros se volvieron huecos. Seguimos andando hasta la colonia Emiliano Zapata, donde el siniestro era total: bardas y más bardas rotas, testimonios de gente que cargó cadáveres: “Se le vino encima el techo”, “lo noqueó una piedra”, “no le dio tiempo de salir”, explicaban, y algunas manchas de sangre, entre la arena, daban fe. También las cifras que iban a leerse en los diarios: dieciséis pérdidas humanas, por lo menos; doscientas viviendas derruidas, otras 2 mil frágiles, en peligro, por lo que deberán derrumbarse con el mazo de la razón y la angustia, con los muebles afuera donde la gente durmió por miedo de que se los robaran: “No, no me voy a un albergue, me quedo acá, tengo que cuidar mis cosas”, señaló una mujer que dijo llamarse Ernesta.

Así la noche cayó sin más luz que la de las veladoras o las lámparas también decaídas. Incomunicado, todo el pueblo buscaba el modo de cargar sus celulares, algunos en los coches, los que los habían salvado, porque también era común ver decenas ellos bajo rocas, con los cofres vencidos por el concreto de las fachadas. Al otro día, la ayuda llegó puntual, en oleadas inverosímiles: “¡Vienen camionetas y camionetas llenas!”, “¡no paran de llegar camiones con comida!”, “¡ya nos están ayudando!”: ese era el asombro y , como la entrada a Jojutla estaba colapsada, la gente en la carretera salía de sus autos y bajo el crudísimo rayo del sol, en hileras interminables, como hormigas tercas, avanzaban cargando víveres, papel higiénico, bolsas de mandado, incluso barras de hielo que desaparecían en pocos minutos. Eran de todas las edades, entraban a Jojutla con la cabeza erguida, rápidos, laboriosos. A eso de las cinco o seis de la tarde del 20 de septiembre de 2017, un día después, brigadas y ciudadanos de todo el país ya habían tomado Jojutla. Su organización conmovía, su incansable andar, su entrega; desde el que paleaba rocas hasta la que cargaba cubetas con escombro o entregaba tacos a todo el que trabajara sin cesar en una cuadra, ángeles sin piel, dirían, una legión de ellos que se multiplicó en dos horas. Llegaron casi al mismo tiempo que el presidente de la República, quien fue a tomarse fotos y no dijo nada nuevo, “no cargó ni una piedrita”, se quejó un niño que estaba enfrente, él también rodeado de cámaras y micrófonos.

La tarde continuó hecha de sudores, de agua fría, de refrescos, de jóvenes con cascos o batas blancas, es cobas, de autos con matrículas de todo México, de centros de acopio que surgieron por todas partes como por generación espontánea. Cartulinas que en los cruceros la gente levantó en alto con las leyendas: “Ayuda a Jojutla y otros municipios”, “Fuerza, fuerza,”, “Eres grande, Morelos”, “México unido”, “sí se puede”, “ánimo”. Los resultados rebasaron toda expectativa, comenzaron a llegar tráilers, pero hubo llamadas de personas con otros acentos, gente apurada, nerviosa al otro de la línea, que querían mandar víveres pero les urgía un contacto confiable: “No queremos que ninguna autoridad se aproveche”, explicaban por teléfono a uno, a otro, no paraban de sonar los celulares, de moverse las redes en internet, de seguir llegando ayuda. Tenían razón: en el centro de acopio de Tlaquiltenango, el municipio más extenso en cuanto a territorio, el alcalde había ordenado concentrar todas las donaciones en un solo punto, lo que no tardó en suscitar sospechas. Y en la entrada de Cuernavaca, la capital, los tráilers comenzaron a ser detenidos por la policía. No tardaron en filtrarse videos que lo probaron, lo mismo que fotos en las bodegas del diF con montañas enormes de pañales, agua embotellada, alimentos de todo tipo. Mientras eso ocurría, los damnificados en refugios repartían sin cesar sus testimonios cuyo denominador común era: “Me quedé sin nada.” Esa noche, para variar, cayó una tormenta

*Poeta, periodista y profesora, oriunda de Jojutla.


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CRÓNICA

teMor y teMBlor en lA coloniA roMA LA MISMA COLONIA POR SEGUNDA VEZ 32 AÑOS

Mayra Inz unz a *

Fachada en la colonia Roma, después del terremoto del 19 de septiembre de 2017 Foto: Luis Humberto González/ La Jornada

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DESPUÉS.

stoy leyendo y se vuelca un libro sobre mi obcec ada cabez a. Bueno, varios. Como sea, nombro a este texto permitiéndo me citar a Amelí e Notho mb: Temor y Tembl or, pues siend o “ro­ mana” no puedo olvidar ese septiembre de 1985, cuando muchos compañeros de primaria y habitantes de los multifamiliares Juárez fallec ieron . Y la falta de agua y luz, el morta l olor a cadáv er, las clases improvisadas en casas de dueños que generosame nte pres­ taban su espac io para estud iar a niños de la Benit o, tapab ocas, velas … Fuero n años rudos , duros , y acá se repite n los temb lo­ res, los temores: al menos en mi memoria. No recuerdo el del ‘57 por no haber nacido aún, aunque no olvido el “diecimuev e de sep­ tiemb le de milno vecien tosoc henta ysism o”, mas este del 17 va marcando huellas en mi memoria. Dicen mis hermanas que septiembre trae desastre, y yo respo n­ do que en este mes nací. Según Cristina Pacheco, sólo puedo hablar de lo que aquí me ha tocado vivir. Como quiera, en el ‘85 ocurri eron velad as, una agóni ca dipso manía ante la falta de agua, hamb re real, hedores provenientes de todo lo derruido y ratas busca ndo res­ tos huma nos a mi derre dor que se fuero n disipa ndo mient ras yo tomaba clases de estulticia por tv y más tarde con una volun taria cretin a en una casa amab lemente presta da para los alumn os de mi quinto año en la Benito Juárez cuando, ¡sorpresa!, comie nzo a necesitar sostén y, peor aún, en plena sala cedida para la lección de civismo, solicito ir al tocador: ¡sangraba por vez prime ra y ves­ tía mezcl illa! Ahora mism o me reiría como niña intoxi cada con azúca r, a carcaj adas, a gritos, si no estuv iera exper iment ando lo que ocurre justo enfrente de mi hogar, alrededor de mi cuadr a... Estamos en 2017, para variar en septiembre y, ahora día trepi­ dator io, me despi ertan con un ataqu e de pánico para echar nos hacia el punto entre el quicio de la puert a y la calle, y ahí nos en­ contramos todos los vecinos que pudimos salir rápido (básic amente, los habitantes de casas; familiares míos en pisos altos se resguar­ daron bajo su sillón). No pasó nada, al parecer, pero al día siguien­ te se nota el edific io frente a nuest ras vivien das con el estaci o­ namie nto colap sado, y cerca uno ya casi derru ido, y otro más declarado inhabitable, y todos en mi cuadra sin agua ni luz corre­ mos por vívere s, partic ularm ente garra fones, y prepa ramos lin­ ternas. Las llamadas no entran ni se cargan los celulares, y no obs­ tante andamos todos echándonos la mano porque de algún modo u otro es en estas ocasiones en que ofrecemos lo que tenem os aun siendo damnificados. Nos damos cuenta de cómo se roban las pro­ vision es donad as (el gobie rno que no presta de sus camp añas; ciertas instituciones independientes que visitan domic ilios para “ayuda gratuita”; la misma Cruz Roja no sería sino un pelín descon­ fiable, etcétera). De cualquier manera, el movimiento telúrico sí que nos fantas ­ magorizó por aquello de no salir de casa, una vigilancia más res­ trictiva y un sentimiento de alarma continua. La cuadra acord ona­ da, jefes polici ales, repre senta ntes de salud , la guard ia civil, la fuerza eléctrica, voluntarios con necesidad de agua y algo de co­ mer y desca nsar, vecin os siemp re al tanto, “roma nos” al fin, cui­ dándonos unos a otros… Es un marasmo de temor el simple hecho de caminar por mi coloni a, una vez más derruida. Cintas, policías, patrullas, ladronzuelos con cha­ lecos iridiscentes, pillos birlando víveres: ¿temor a otro tembl or?

*Ensayista y narradora, residente de la colonia Roma.


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CRÓNICA

8 de octubre de 2017 • Número 1179 • Jornada Semanal

Al Barreiro *

Labores de rescate y limpieza de escombros en la calle de Escocia, colonia Del Valle, 22 de septiembre de 2017. Foto: Carlos Ramos Mamahua/ La Jornada

Línea de vida en La zona cero MANOS DE MUJERES JÓVENES TRABAJANDO EN LAS BRIGADAS DE LA COLONIA DEL VALLE.

A

yer estuve seis horas ayudando en la zona cero de Escocia, en la colonia Del Valle. Me quedé en casa de mis papás y me levanté a las 6:30 am, mi mamá me hizo de desayunar mientras me alistaba y me enfilé hacía Heriberto Frías, donde convocan a los voluntarios. Nos explicaron que las mujeres pasamos cubetas vacías al Ejército, quienes las llenan de cascajo y las regresan a las dos filas de hombres que están formados detrás de nosotras, replegados en las paredes. Las varillas, vidrios, muebles, bóilers y objetos más peligrosos son movidos por el Ejército. Conocen la inexperiencia de la mayoría de los voluntarios y no nos arriesgan. Para entrar nos dan equipo –casco, guantes, chaleco y tapabocas–, escriben tu nombre, un número de contacto y tipo de sangre en el brazo con plumón indeleble y te vacunan contra el tétanos. Entramos a la zona cero en silencio, con el celular apagado y rápidamente nos ponen a trabajar. (Previo a esto tuvimos el susto del temblor, nos replegamos y tardamos 45 minutos más en entrar, mientras Protección Civil verificaba que era seguro nuestro ingreso). Mis ojos no dan crédito a lo que observo: nunca había visto un edificio caído y es impresionante cómo una estructura tan robusta y sólida es ahora una montaña de cascajo y recuerdos. La línea de vida –como se le conoce– comienza y uno deja de pensar para ponerse a trabajar. Mientras uno está activo continuamente le ofrecen agua, electrolitos, dulces, tamales y huevos duros, todo donado por la sociedad. Los voluntarios preferimos no comer, sólo agarramos dulces para dejarles la comida al Ejército y a los ingenieros. También pasan voluntarios médicos para saber si te sientes bien, colocan gotas en los ojos y sacan a quienes ven más cansados de lo normal. Pasar cubetas (botes de pintura) parece sencillo, pero después de una hora sientes ampollas en las manos y calambres en los hombros. Te das cuenta de que no eres la única cansada cuando las cubetas empiezan a caerse de las manos de las demás. Algunos gritan que hay que tener cuidado, que pueden

romperse. Los hombres nos alientan y nos dicen que hacemos un gran trabajo. Mientras te concentras en no retrasar la actividad ves pasar pedazos de la vida de alguien más: zapatos, fotos, sillas, ropa, edredones, cuadros. Objetos que seguramente se obtuvieron con esfuerzo y dedicación, y ahora son nada. Llamó mi atención una carretilla (tirada en su mayoría por albañiles, quienes sacan escombros más grandes) con un juego de copas nuevo, aún envuelto. Conforme las mujeres dimiten nos recorremos y me acerco a la zona cero. Veo un auto en los escombros del estacionamiento: es un Sentra rojo y está intacto. Sin embargo, la entrada está detenida con polines, por lo que probablemente no saldrá completo. Nadie toma selfies ni trae música, tampoco hablan, bromean o flojean. El respeto es tangible, es una zona de luto. Un día antes sacaron un perro pug y un gato, por lo que existe la posibilidad de que haya vida entre los escombros. Nuestra eficiencia puede ser la diferencia entre la vida y la muerte de alguien más. El Ejército, la Marina y los ingenieros trabajan incansablemente. Hay una grúa que, con precisión milimétrica, mueve las paredes señaladas para continuar con la búsqueda; cuando lo hace el silencio es absoluto. Tiene una bandera de México en la punta y cuando la grúa se mueve la bandera ondea y el corazón se hincha. Los militares se colocan enfrente de nosotras para protegernos. Una vez que la pared está en el suelo toman sus picos y la deshacen en cuestión de minutos. Empieza de nuevo: pasar rápidamente las cubetas para sacar el escombro lo antes posible, las cubetas regresan con los hombres, las carretillas van y vienen, los miembros del Ejército salen con material riesgoso. La garganta pica, los ojos molestan, el corazón duele, el alma se engrandece al ver el esfuerzo de todos por ayudar desinteresadamente al otro. Llega el equipo chileno para ayudar y suben a evaluar los escombros. La actividad continúa hora tras hora. Te habitúas a tus compañeras, sabes que la de la izquierda es rápida pero la de la derecha es despistada, por lo que continuamente le ayudo para no retrasar-

nos. Debajo del casco y el tapabocas es difícil saber su edad pero son mucho más jóvenes que yo, la mayoría de los voluntarios lo son. Después de un tiempo pasa un ingeniero y nos pregunta a qué hora entramos: a las 8:30 am. Nos dice que debe sacarnos, algunas aceptan pero mi compañera de la izquierda y yo le comentamos que aguantamos un par de horas más. Nos dicen que son casi las 3 –no puedo creerlo– y que nos deben relevar para evitar un incidente. Detienen la línea de vida y anuncian que saldrá un convoy con quince mujeres. Dejamos las cubetas y nos enfilamos sobre Escocia rumbo a Eugenia. Mientras lo hacemos la gente deja lo que tiene en las manos, se quita los guantes y comienza a aplaudirnos: los voluntarios, los paramédicos, los ingenieros, los albañiles. Un elemento del Ejército grita: ¡vivan las mujeres mexicanas valientes! Y así, entre aplausos y gritos, con la vista en el suelo y aguantándome las lágrimas, salgo de la zona cero. Damos vuelta hacia Eugenia, entrego el equipo y la gente me ofrece fruta, comida y agua mientras me felicitan. Les doy las gracias y sigo de largo. Mientras camino me doy cuenta de que voy sola –no sé dónde están las demás, pero me hubiera gustado despedirme de ellas–, me duele todo, tengo mucha hambre, me arde la cara y me siento mareada. Un voluntario se da cuenta y me detiene, me llevan a un control donde me dan un plátano y un refresco. Me quedo unos minutos y salgo de la zona acordonada donde los relevos y la policía me aplauden nuevamente. Nunca he recibido tanta atención, así que sólo sonrío –la fama no es lo mío. Respiro agradecida, me peino el cabello tieso, sacudo un poco mi pantalón y continúo caminando sobre Gabriel Mancera, pensando en todo lo que acabo de vivir, orgullosa de mi trabajo y, sobre todo, de no haber llorado enfrente de los demás. Todo eso terminó cuando vi a mi mamá esperándome afuera del primer retén, entre los camiones de volteo listos para entrar a sacar más escombro

*Brigadista voluntaria, residente de la colonia Del Valle.


6 ¡Oh desecadores de lagos, taladores de bosques! ¡Cercenadores de pulmones, rompedores de espejos mágicos! Y cuando las montañas de andesita se vengan abajo, en el derrumbe paulatino del circo que nos guarece y ampara, veréis cómo, sorbido en el negro embudo giratorio, tromba de basura, nuestro mismo valle desaparece. Alfonso Reyes

EL PRIMER DÍA

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l 19 de septiembre de 2017 el ego de todos se fracturó como la tierra y nuestras cimentaciones. Como nunca, lo más esencial de nosotros se vio amenazado –por ejemplo, el espíritu de la jovencita que me encajó las uñas en el brazo y luego se desmayó con la lengua de fuera y los ojos en blanco. Nuestro instinto de supervivencia se puso en alerta máxima. “Eso” que nos despierta, que nos duerme o que nos hace cantar, se conmocionó ante la posibilidad de perecer bajo toneladas de escombros. Dice el Tao Te King que la naturaleza trata a los seres humanos como si fueran “perros de paja”: así de frágiles fuimos aquella tarde, cuando trastabillábamos por las calles ante los descomunales latigazos telúricos. Poco después vi y escuché cómo, asombrados y conmovidos, poderosos comunicadores e intelectuales, promotores de la egolatría posmoderna, de pronto se daban cuenta de que era urgente salir de esos pequeños mundos calculadores para abandonar lo más rápido posible el lenguaje con el que durante años se encargaron de echar a rodar un modelo cultural basado en un pensamiento socialmente insensible. A pesar de eso, el elemental lenguaje de los comunicadores pronto se vio rebasado por los mensajes que en sí mismos transmitían imágenes inauditas, escenas irrefutables de la destrucción de una ciudad ambivalentemente temida y amada, pero también de una solidaridad nueva, masiva, real y espontánea. Sin embargo, acostumbrados a emplear una retórica plagada de lugares comunes, desesperaba ver cómo transcurría un tiempo precioso –literalmente un tiempo que debió ser destinado a salvar vidas– desperdiciado en porras, banalidades y consejos inútiles de todo tipo. Afortunadamente, más allá de las pantallas de la tele abierta y cerrada, en las calles de la ciudad surgía, inesperada, como el terremoto, una juventud decidida a salvar a sus familiares, vecinos, amigos y, de forma increíble, a miríadas de gente desconocida. Después de tres décadas volvimos a saber que ciertas imágenes valían mucho más que miles y miles de palabras cargadas de la babosa emoción que tanto detestaba el poeta Ezra Pound, particularmente cuando esa babosa emoción podría ser empleada para referirse a la poesía; tal era el caso que sugerían algunas escenas de la tragedia, pero también de una épica mexicana generalizada en la ciudad y en otras ciudades y pueblos de provincia vapuleados por los bruscos movimientos de la madre tierra. Después de ver la decisión de aquellos magníficos jóvenes, a pesar de todo el desencanto y la desconfianza producidos por la violencia social, volvíamos a creer en México. Pasara lo que pasara, ahí estaría algún mexicano o mexicana dispuesto a ayudar (poco después aparecieron los equipos de salvamento extranjeros) que al lado de nuestra juventud (ahora es que me atrevo a nombrar a esta generación de manera casi ridícula) estarían dispuestos, como lo hicieron desde el primer momento, a buscar sobrevivientes entre las ruinas.

CREAR: UNA NUEVA FORMA DE CON-VIVIR

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ice Melanie Klein que “crear es reparar el objeto amado, destruido o perdido”, cita que viene a la perfección para explicar cómo la mejor forma de abordar el trauma social –e incluso de elaborar el duelo personal y colectivo– es creando. Seguramente esa fue

Antonio Valle

El tErrEmoto y El Es

LOS NOMBRES DE OCTAVIO PAZ, CINNA LOMNITZ, ALFONSO REYES Y LOS GEÓLOG

la razón por la que, al ver a un par de chicos extenuados –no sé si llamarlos millenials o seres de la ansiada restitución– que caminaban abriéndose paso en la oscuridad de esa primera noche sin luz que parecía eterna, con sus cascos, guantes y lamparitas, con sus sacos empolvados y sus bufandas de la unam , además de darles las gracias lo único que se me ocurrió fue decirles que la ciudad estaba en sus manos. Estaba seguro de que ellos eran los verdaderos artistas, que con su actitud solidaria y valiente inauguraban y proponían una nueva forma de vida para los habitantes de una ciudad tan maltratada por la naturaleza y por algunos de sus gobernantes de ayer y de hoy, porque desde el primer momento supimos que, además del movimiento geológico, había culpables y responsables de una tragedia cuyas dimensiones se iban haciendo evidentes.

junto a ella se encontraban otros pequeños del desafortunado colegio. Mientras, antes de que se hicieran virales los memes y las mentadas de madre en las redes sociales, todos seguíamos sin respirar esperando el final feliz de una historia donde una niña (que debió llamarse Kore o Perséfone) al fin era rescatada del Hades por un grupo (en el que todos participábamos en primera fila) pero que, a la mañana siguiente, adoloridos y desvelados, nos enteramos de que en el inframundo del desafortunado colegio al parecer “sólo” se encontraba el cuerpo de una trabajadora de intendencia. Por supuesto, en ese momento se vino abajo la telenovela que no tuvo su final feliz, final que hubiera hecho las delicias de un público educado durante décadas en el arte del melodrama vulgar.

VÍCTIMAS DOMÉSTICAS HISTORIA DE UNA NIÑA INEXISTENTE, CONTADA CON TODOS LOS LUGARES COMUNES POSIBLES, MÚSICA DE FONDO CURSI Y SIN FINAL FELIZ

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sa misma noche comenzó el show de la niña “Frida Sofía”, que durante un lapso precioso (casi sagrado) nos regaló un canal de Tv, hasta que muchas horas después, cuando el melodrama ya era insostenible, al fin tuvieron la gentileza de “liberarnos” de la audiencia cautiva en la que millones de televidentes “proyectábamos” nuestras más hondas culpas y vocaciones humanitarias, intentando “liberar” a una pequeña niña atrapada en los escombros que había dado muestras de sus deseos de vivir, ya sea haciendo señales con la manita, bebiendo agua de un popote o diciendo que

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uando vimos la “jaula” para tender ropa que colgaba en la azotea del edificio caído en la esquina de Escocia y Gabriel Mancera, intuimos que seguramente habría perecido un gran número de trabajadoras domésticas (criadas, sirvientas, camareras, cocineras, servidoras, niñeras, ayudantes y caseras, dice la barra de sinónimos de Word); extraña forma de referirse a un grupo de niñas, mujeres y ancianas de origen indígena. Por desgracia confirmamos esa intuición días más tarde, cuando nos enteramos de la historia de Candy, la indígena trabajadora doméstica que apareció muerta por culpa de la “consistente” actitud de una “mujer absolutamente celosa de su deber”, asignada por el gobierno de la ciudad, quien impidió que se llevaran a tiempo las labores de rescate en el edificio Saratoga de la colonia Portales.


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obras de ingeniería más importantes fue el albarradón de Nezahualcóyotl, construido en 1449. Aunque las ciudades del México antiguo sufrieron inundaciones, ninguna de ellas fue comparable con los desastres de la época colonial ocurridos en 1555 y en 1604. La verdad es que después de la destrucción de las ciudadesisla los españoles no consideraron la experiencia y avances de ingeniería (albarradones, calzadas y diques construidos por mexicanos), empeñándose en construir una ciudad a imagen y semejanza de las ciudades españolas, “llaneras” y áridas.

POESÍA PARA UNA CIUDAD HERIDA MUCHAS VECES

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ice José Emilio Pacheco en “Las ruinas de México”, poema elegíaco incluido en el libro Miro la tierra, de 1987: …creímos/ que las grandes catástrofes sólo ocurren de noche.

Tal como el terremoto de 1985, el 19 de septiembre de 2017 el movimiento mortal volvió a suceder a plena luz del día. Los animales avisaron, intentaron hablar/ y no entendimos las señales.

Civiles y elementos de la Marina ayudan al rescate de personas en edificios colapsados en la calle de Escocia esquina con Gabriel Mancera en la colonia Del Valle, el 19 de septiembre de 2017. Foto: María Luisa Severiano/ La Jornada

spíritu dE la ciudad

GOS DE LA UNAM APUNTALAN UNA IMPRESCINDIBLE REFLEXIÓN SOBRE LA CIUDAD.

19 DE SEPTIEMBRE: FECHA DE CALENDARIO QUE PARECE EMBRUJADO

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a catástrofe sucedió como un déjà vu, como si se tratara del extraño fenómeno de un almanaque embrujado, justo cuando una vez más éramos testigos de la manera en que languidecía el espíritu nacionalista durante el mes de las fiestas patrias, celebraciones que desde hace años se han deslustrado ante la falta de razones y deseos para festejar. Nadie sospechaba que debajo de la aburrición septembrina latía, con fuerza desconocida, el corazón de una juventud que nos hizo volver a creer en el auténtico espíritu de la patria.

LOS MILLENIALS

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ace treinta y dos años, al reflexionar sobre el despertar de la sociedad civil, Octavio Paz dijo que había redescubierto: “un pueblo que parecía oculto por los fracasos de los últimos años y por la erosión moral de nuestras élites. Un pueblo paciente, pobre, solidario, tenaz, realmente democrático y sabio”, conceptos puntuales que podrían aplicarse a la juventud que este septiembre volvió a volcarse en las calles. Se trata de la generación millenial, que, dicen los especialistas, surgió en 1985. ¡Vaya coincidencia de días, de meses y años! En las redes sociales los millenials o nativos digitales se han integrado a movimientos como el 15- m de España, Occupy Wall Street en Estados Unidos y el #YoSoy132 de México. Es posible que estos “nietos” del movimiento estudiantil del ‘68, hayan fortalecido una especie de conciencia crítica colectiva, estimulada además por su gran activismo digital. El periodista Jor-

ge Ramos comentó que nunca había visto un pueblo “más solidario, más arriesgado, con mejor iniciativa. Los millennials que tanto critican de México han dado una muestra de capacidad y de entrega extraordinarias”.

EL PRONÓSTICO DE CINNA LOMNITZ

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ace unos años, el investigador alemán Cinna Lomnitz dijo que, durante tres siglos de “dominio español y otro siglo de vida independiente”, los habitantes de la ciudad drenaron la laguna donde se asienta la ciudad y su zona conurbada. El especialista en mecá nica de suelos y sismología dio a conocer que “los edificios que tienen mayor riesgo de caer están en la llamada zona tres asentada sobre el antiguo lago, territorio que va desde la colonia Condesa hasta Texcoco, y de la Villa de Guadalupe a Xochimilco.” Por otra parte, destacados sismólogos de la unam explicaron que es muy probable que ocurra un sismo de magnitud superior a los 8 grados.

ANTIGUAS HISTORIAS DE UNA CIUDAD PARA PONERNOS LAS PILAS

A

l parecer, la escasa habilidad que tuvieron los españoles para adaptarse a la región lacustre de México-Tenochtitlan tuvo que ver con la poca semejanza que existía entre la orografía donde se asientan las ciudades de España y los enormes cuerpos de agua donde se edificaron las ciudades-isla de Tenochtitlan y Tlatelolco. Los pueblos de Mesoamérica habían realizado una serie de obras hidráulicas que les permitían manejar el nivel de las aguas; por ejemplo, una de las

El 18 de septiembre de este año vimos cómo una pareja de águilas se estrellaba una y otra vez contra las ventanas de unos edificios en la colonia Narvarte. No: las fotos más atroces de la catástrofe/ son esos cuadros en color donde aparecen muñecas/ indiferentes o sonrientes, sin mengua, sin tacha…

El 20 de septiembre de 2017, algunos canales de televisión transmitieron imágenes de mochilas colgadas adornadas con muñequitos de todo tipo en una escuela derribada. Secamos toda el agua de la ciudad, destruimos,/ por usura, los campos y los árboles. En vez de tierra a nuestras plantas quedó/ un sepulcro de fango árido/ y rencoroso, malignamente incapaz/ de amparar lo que sostenía./ La ciudad ya estaba herida de muerte. / El terremoto vino a consumar/ cuatro siglos de eternas destrucciones.

Versos que deberían operar como avisos del próximo déjà vu que alcanzaría tintes apocalípticos después de las evidencias expuestas en 1985 y 2017. También, por supuesto, los versos de José Emilio Pacheco deberían hacernos reflexionar en los estudios de los geólogos de la unam y en las predicciones científicas del doctor Cinna Lomnitz. Finalmente, citando Palinodia del polvo, de Alfonso Reyes: “Pasen y compren: todo está cuidadosamente envuelto en polvo. La catástrofe geológica se espera jugando: origen del arte, que es un hacer burlas con la muerte.” En una carta escrita en 1922 a Antonio Mediz Bolio, Alfonso Reyes soñaba con escribir algunos ensayos bajo el emblema “En busca del alma nacional”; en ellos reclamaría “a la brutalidad de los hechos un sentido espiritual: descubrir la misión del hombre mexicano en la tierra, interrogando pertinazmente a todos los fantasmas y las piedras de nuestras tumbas y nuestros monumentos.” Tal vez don Alfonso, al ver las polvaredas que levantaron los edificios caídos durante el sismo del 19 de septiembre de 2017, y ante el derrumbe del “circo que nos guarece y ampara”, hubiese vuelto a escribir: “En el polvo se nace, en él se muere. El polvo es el alfa y el omega. ¿Y si fuera el verdadero dios?”


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CRÓNICAS D Y ESPÍRITU

UNA REFLEXIÓN MÁS QUE OPORTUNA Y NECESARIA SOBRE LA REACCIÓN Y LAS SECUELAS, DE LA SOCIEDAD CIVIL A LA CLASE POLÍTICA, QUE PUSO EN EVIDENCIA EL TERREMOTO. EN ESTE BREVE ENSAYO SE PLANTEAN PREGUNTAS CUYA RESPUESTA ES INAPLAZABLE. Aprendan que no se salvarán de la sed de las montañas Mujer voluntaria participa en los trabajos de rescate de sobrevivientes de un edificio colapsado en la colonia Santa Cruz Atoyac, 22 de septiembre de 2017. Foto: Xinhua/David de la Paz (DP) (JG) (FNC)

Un rescatista japonés carga a un perro rescatado de un edificio colapsado en los Multifamiliares Tlalpan, en Ciudad de México, 24 de septiembre de 2017. Foto: Xinhua/STR (DA) (RTG)

Elemento de la Marina junto con su perro de rescate en la escuela Enrique Rébsamen, ubicada en avenida de las Brujas casi esquina con División del Norte 21 septiembre de 2017 Foto: Carlos Ramos Mamahua/ La Jornada

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aprendan aprendan a ser sólo pasto para ellas (Encontrado entre tus ruinas) Raúl Zurita

prendamos que no nos salvaremos nunca de la sed de los terremotos”: tal parece ser el veredicto geológico que se cumple como una repetición trágica la noche del 7 de septiembre pero, so­ bre todo, el martes 19 de septiembre de 2017 a la una de la tarde con catorce minutos sobre Ciudad de México, y que se presenta en clave mortal desde Puebla y Morelos, zona del epicentro. La ampolleta súbita de la muerte, el resquebraja­ miento y derrumbe de paredes, escaleras, edificios, balcones, puentes, vidas en fuga del monstruo sub­ terráneo de la convulsión telúrica; símbolos de esta misma vida en sociedad que se transforman en ruinas instantáneas; deslizamientos entre el miedo y el te­ rror, entre la esperanza y la frustración; entre la so­ lidaridad desbordada que alza el puño para pedir silencio y escuchar los sonidos de la existencia atra­ pada entre los escombros, y el temor a que una nor­ malidad impuesta por instituciones y gobiernos le arrebate a esta nueva sociedad civil el instante his­ tórico de su irrupción solidaria. Nuevamente es asombrosa la capacidad de res­ puesta de la sociedad mexicana ante el terremoto del 19 de septiembre de 2017: miles de manos y volun­ tades que inmediatamente se organizan venciendo el caos para levantar escombros, buscar sobrevi­ vientes, fabricar millones de tortas y chilaquiles, cargar miles de litros de agua, hacer y ordenar aco­ pios, convocar a médicos, enfermeras, ingenieras, arquitectos, psicólogos, voluntarios, brigadis­ tas, células de jóvenes que con entusiasmo trágico van levantando los grandes puentes de la solidari­

dad a una escala todavía impredecible y que, al sa­ turarse Ciudad de México de ayuda, se van también en caravanas a los lugares más apartados que tam­ bién han sido golpeados por el sismo. El terremoto del 19 de septiembre de 2017 como la pesadilla duplicada del terremoto de 1985, que simboliza los miedos y terrores que se desencade­ nan también como ríos de acontecimientos: derrum­ bes, fallecimientos, seres humanos atrapados en las montañas de varillas y de concreto, desesperación y alegría fugaz por las vidas salvadas. Un sismo de 7.1 que sacude al país al final de un sexenio sin entra­ ñas; un régimen político corrupto a una escala mo­ numental que no dudará en “encapsular” la tragedia en el tiempo y en el espacio (el Ejército y la Ma rina se encargan de comenzar este encapsulamiento “tomando el control” de muchos de los lugares de­ rruidos, lo que termina por enfrentarlos con esta misma sociedad idealizada como heroica, pero sis­ temáticamente incómoda para las autoridades); un régimen mediático que transformará las consecuen­ cias del sismo en un fetiche mercantil y que ya pelea el nombre de la marca con la que se apropiará co­ mercialmente de esta muerte colectiva y de la abi­ garrada solidaridad civil, que disputará desde la corrupción altruista una gran bolsa de capitales que se donarán y liberarán para la reconstrucción. “Fuer­ za México” es el eslogan de Televisa que rápidamen­ te se convierte en un fideicomiso privado creado por el Gobierno Federal; tv Azteca, que extiende su fre­ nético Movimiento Azteca en búsqueda de capitales blandos, que también ofrecen donar un peso por


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DE DOLOR, ESPERANZA COLECTIVO Gustavo Ogarrio *

cada peso donado por la “sociedad del espectácu­ lo”; adn 40, antes Canal 40, con su “México está de pie”… en fin, la tragedia del terremoto entra en su fase de apropiación capitalista. La muerte y la soli­ daridad se vuelven fetiches comerciales, mercan­ cías “blandas” en la gran escenografía melodramá­ tica de lo que queda del viejo aparato mediático, casi inadvertidas de ese modo, de no ser porque el crecimiento de otras alternativas de información en redes sociales resquebraja el poder unidimensional de las grandes empresas de comunicación.

PRIMERO TRAGEDIA, DESPUÉS MELODRAMA: FICCIONES EN NOMBRE DEL RATING

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ué se dice después de un terremo­ to? ¿Cómo se reconfigura en lo ha­ blado cada experiencia concreta, cada golpe de sobrevivencia o de muerte? ¿Quiénes somos cuando volvemos de ver los ojos de la Gorgona y nos transformamos en pie­ dra, en escombro o en puro miedo solidario? ¿Quién hegemoniza los relatos sobre el terremoto y bajo qué perspectiva y tipo de sensibilidad se presen­ tan a la misma sociedad que los origina? El terremoto del 19 de septiembre de 2017 va ge­ nerando grietas narrativas en realidades paralelas: la primera, la de las historias contadas en lo inme­ diato; las narraciones de la sobrevivencia o de la catástrofe o de los testimonios de los que sintieron el aliento de la muerte o de quienes “simplemente” vieron morir. Evocaciones, remembranzas, recuer­ dos; tejidos de memoria que se van anudando al ritmo de los intercambios verbales concretos en cualquier lugar; en las largas filas para sacar el cas­

cajo o para demoler lo ya demolido piedra por pie­ dra, en la elaboración de tortas y despensas, en los instantes mínimos de sosiego, en las redes sociales que se transforman en el gran murmurador de cer­ tezas, experiencias y formas concretas de organiza­ ción, confusión y zozobra… En ese momento no hay heroísmo individual posible: la tragedia narrada es de nadie y de todas y todos a la vez. Sin embargo, en las pantallas de la televisión co­ mercial muy pronto se localiza el escenario idílico para melodramatizar la tragedia: el colegio Enrique Rébsamen, en el sur de la ciudad, en el cual mueren veinticinco personas (veintiún niños y cuatro adul­ tos). Al día siguiente del terremoto, la reportera Danielle Dithurbide comienza a construir el relato hiperbólico del rescate de “la niña Frida Sofía”, pero en clave melodramática. La reportera llora ante las cámaras, protagoniza un dolor que usufructúa de padres y madres del colegio; concentra en este acon­ tecimiento la supuesta capacidad “heroica” de la sociedad y despoja de un enfoque periodístico a un hecho trágico, así transformado en espectáculo y ficción mediática. Frida Sofía, la niña­símbolo de una unidad na­ cional resquebrajada y que ahora se expresa casi solamente mediante el melodrama televisivo, se esfuma, nunca aparece y la noticia que supuesta­ mente logra el mayor rating en la cobertura del te­ rremoto termina en una amarga situación anticli­ mática: no habrá final feliz que redima a la sociedad golpeada y que enaltezca la sensibilidad melodra­ mática y comercial de Televisa; no habrá foto en Los Pinos de Frida Sofía y sus padres recibiendo del Pre­ sidente sus más sinceras felicitaciones por estar viva; se trunca la posibilidad de que la misma sigue

Rescatistas levantan el puño para pedir silencio durante la búsqueda de sobrevivientes en la escuela Enrique Rébsamen, 21 de septiembre de 2017. Foto: Xinhua/ Francisco Cañedo (FC) (JG) (FNC)

Voluntarios y topos mexicanos permanecen hasta el 27 de septiembre en los alrededores del edificio en Álvaro Obregón que colapsó el 19 de septiembre. Foto: Cristina Rodríguez/ La Jornada

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Voluntarios durante los trabajos de rescate de sobrevivientes de un edificio colapsado en la colonia Santa Cruz Atoyac, 22 de septiembre de 2017. Foto: Xinhua/David de la Paz (DP) (JG) (FNC)


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Televisa borre la pluralidad de la sociedad solidaria y que su reportera privilegiada derrame las últimas lágrimas del rescate de su ficción mediática. La contraparte de este relato melodramático la encontramos en la esquina de Bolívar con Chimalpopoca, una fábrica de textiles en la colonia Obrera que se derrumbó con el sismo del martes 19. Allí murieron costureras de diferentes nacionalidades: la sombra del ‘85 se repite en esta muerte, otra vez, de costureras que trabajan en condiciones laborales sumamente precarias y de una explotación feroz. Se documenta que la maquinaria pesada es usada prematuramente para sacar los escombros y borrar lo que el Gobierno Federal y la explotación capitalista no quieren ver: los cuerpos hallados hablan, cuentan desde su muerte las claves de su vida y del lugar donde murieron. Ese espacio de la fábrica doblemente arrasada, por el terremoto y por el capital que quiere ocultar el misterio de la plusvalía feminicida grabado en los cuerpos de las costureras, es transformado en un altar de acciones, representaciones y frases que ilustran el lado opuesto de los relatos oficiales o melodramáticos y que concentran, en varias consignas que se escriben sobre las piedras derruidas, esas verdades ciudadanas que ha arrojado ya el terremoto: “El escombro es el gobierno”; “La vida de una costurera vale más que todas sus máquinas: Justicia”; “Ni una más sepultada por la corrupción”. El heroísmo posible no tiene rostro, es el de aquellas sujetas y sujetos que guardan un silencio de duelo ante la catástrofe colectiva y que activan en comunidad su capacidad para dejar de presentarse como individuos solitarios que salvarán a la sociedad desde la superioridad moral o desde los breves segundos en los que las pantallas de televisión los transformarán en mercancía de su propia tragedia.

La imagen en la calle Rancho de Arco en la colonia Girasoles en Coyoacán, delante de un edificio colapsado, 20 de septiembre del 2017. Foto: Alfredo Domínguez/ La Jornada

¿SON SEMILLAS ESTOS ESCOMBROS?

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nte el terremoto de 1985, Octavio Paz planteaba que la dialéctica entre escombros y semillas, entre lo que se rompe y renace, servía para trazar el futuro después de la catástrofe y para identificar la lucha de los opuestos que le dan sentido a la historia de México, naturaleza y cultura, pero también a la herida de una nueva época que se abría paso sobre el lienzo de una nación rota y al mismo tiempo imbatible:

Fidel López, de 73 años, participa como voluntario durante las labores de rescate luego del sismo del 19 de septiembre, en Ciudad de México. Foto: Xinhua/ David de la Paz (DP) (DA) (VF)

La reacción del pueblo de la ciudad de México, sin distinción de clases, mostró que en las profundidades de la sociedad hay –enterrados, pero vivos– muchos gérmenes democráticos. Estas semillas de solidaridad, fraternidad y asociación no son ideológicas, quiero decir, no nacieron con una filosofía moderna, sea la de la Ilustración, el liberalismo o las doctrinas revolucionarias de nuestro siglo. Son más antiguas, y han vivido dormidas en el subsuelo histórico de México.

Paz concebía que estos “gérmenes democráticos” que salieron de los escombros del terremoto del ‘85 todavía era posible realizarlos con la clase política gobernante: “Creo que es el momento de iniciar en serio el proyecto de descentralización que figuró de manera prominente en el programa del presidente De la Madrid, y que fue uno de sus puntos más atractivos”. Sin embargo, Octavio Paz no alcanzó a advertir que la fractura que había dejado el terremoto del ‘85 era todavía más profunda, no sólo entre sociedad, centralismo y burocracia: era una resquebrajadura en medio de la crisis de un Estado benefactor que literalmente desapareció ante el terremoto y una sociedad cuya emergencia soñaba con posibilidades que ese mismo Estado autoritario ya no podía comprender: una sociedad democratizada desde la misma vida cotidiana. ¿Cuál es la fractura profunda que ha dejado este terremoto de 2017? Quizás esta nueva resquebrajadura se produce entre un Estado altamente criminalizado y una sociedad debilitada tanto por la seducción capitalista del consumo como por una tragedia mayor y permanente, la de una guerra de los poderes fácticos y criminales contra ella. Ahora también vemos con precisión la grieta de una serie de gobiernos y de poderes institucionales cuya corrupción es hoy todavía más dramática de lo que era en 1985, cuyos alcances homicidas y feminicidas se suman ya a las consecuencias del terremoto. El terremoto de 2017 surgió de la tierra justo en una fase terminal de la sociedad neoliberal que, en el vínculo estructural entre el “capitalismo financiero”, la desaparición forzada y los miles de homicidios, está borrando también las responsabilidades que el Estado todavía conservaba. Es Carlos Monsiváis quien describe lo que sería la lección del terremoto del ‘85: “el descubrimiento de que la colectividad sólo existe con plenitud si intensifica los deberes y anula los derechos, si la sociedad civil es todavía una idea imprecisa, los cientos de miles que se consideran sus representantes le otorgan energía y presencia irrebatibles”. ¿Qué tipo de energía democratizadora está generando este nuevo terremoto? ¿Será esta sed expansiva de la tierra, que nos golpea una y otra vez, el comienzo de una oleada de transformaciones en Ciudad de México y en el país? El terremoto del pasado 19 de septiembre es ya para nosotras y nosotros una palabra escrita con dos tipos de tinta: la de la memoria y la del olvido. Ambas pueden ser indelebles, se enlazan y se repelen, pero no existe la una sin la otra. De ese nosotras y ese nosotros en abigarrada solidaridad depende que una de ellas prevalezca. ¿Son semillas estos escombros?

*Cronista, periodista y narrador, doctor en Estudios Latinoamericanos por la unam, donde es catedrático. Es residente de la colonia Roma.

Imagen del 22 de septiembre de 2017, de la voluntaria Grecia Ricart durante los trabajos de rescate en un edificio colapsado en la colonia Santa Cruz Atoyac. Foto: Xinhua/David de la Paz (DA) (RTG)

Voluntario en la colonia Roma después del terremoto del 19 de septiembre de 2017 Foto: Luis Humberto González/ La Jornada Una mujer toca el violín en un albergue para damnificados tras el sismo, en la delegación Benito Juárez, en la Ciudad de México, 20 de septiembre de 2017. Foto: Xinhua/Str (DA) (VF)


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Jornada Semanal • Número 1179 • 8 de octubre de 2017

La conquista del cerebro, Daniel Tammet, traducción de Ismael Attrache, Blackie Books, España, 2017.

Un milagro cotidiano D

aniel Tammet, autor de La conquista del cerebro, no es neurólogo, ni neuropatólogo, ni siquiera psicólogo; es algo mucho más interesante que eso: autista. A los veinticinco años fue diagnosticado con síndrome de Asperger, pero además se trata de un savant, como el protagonista de la película de Barry Levinson, Rain Man, interpretado por Dustin Hoffman, inspirado en un personaje real de nombre Kim Peek, buen amigo de Tammet. En un libro previo a éste, Nacido en un día azul (2006), Tammet intenta explicar su fascinación, estética más que científica, por los números, que producen en él un sentimiento idéntico al que se experimenta ante una obra de arte. Para él, los números brillan, tienen color, textura, música. Es la razón por la que elaborar complicadas operaciones matemáticas no representa para él una dificultad sino un placer… y para explicar semejante prodigio es necesario exponer el más fascinante misterio de la naturaleza: el cerebro humano. Si bien el caso de Tammet es extraordinario, no es poco común que los autistas de alto rendimiento, así como los Aspergers y más aún los savants se vuelvan expertos en explicar su propia afección, para lo cual hay que familiarizarse con ciertas funciones cerebrales que en el común de los humanos pasa por completo inadvertida. Ese es el principal objetivo de La conquista del cerebro: revelarles a los “neurotípicos” cómo funciona su cerebro; por qué se reacciona de tal o cual manera ante determinados estímulos y en qué región del mismo se localizan los, por así llamarlos, “resortes” que producen tales reacciones. Pero, contrario a uno de los tantos mitos en torno a los Asperger, y que este libro echa por tierra, el interés de Tammet no se enfoca en los números, sino también en la escritura y en la literatura, por lo que este ensayo no sólo es claro y amigable, sino un genuino manjar literario. Por lo que a Tammet respecta, las matemáticas y la poesía son algo así como primas hermanas, por lo que no debe sorprendernos que su talento literario sea equiparable a su dominio de los números. El libro que nos ocupa está inspirado en un poema de Emily Dickinson titulado "El cerebro tiene el mismo peso que Dios"…

EVE GIL

Nacido en Londres, en 1979, Daniel Tammet proviene de una familia clasemediera, “normal”, cuyas anomalías representan un magnífico ejemplo de lo vacuo que resulta el término “normal”. El padre de Daniel era esquizofrénico –es común localizar esquizofrénicos entre los familiares de los chicos autistas, y muchos autistas son equívocamente diagnosticados como esquizofrénicos, pero hasta el momento se desconoce el vínculo entre una y otro– ; Daniel era “un chico epiléptico”, rasgo que comparte con muchos autistas, y un hermano menor recibió también un diagnóstico como Asperger a una edad más temprana, y se dedica a la música.

Tras descubrir su propia singularidad, pues no todos los Aspergers son savants, y viceversa (de hecho su amigo Kim Peek es un autista típico que además es savant), Tammet empezó por poner en tela de juicio la efectividad de los test que “miden” el Coeficiente intelectual (o iq ), por considerarlos mañosos y discriminatorios. Tammet, que se ha vuelto referencia para los estudiosos del cerebro, parece divertirse subrayando lo que tiene en común con las personas promedio y desdeñando sus habilidades extraordinarias. ¿Cómo? Explicando cómo funciona su cerebro e invitando al lector a realizar una serie de experimentos que lo llevarán a descubrir su propio potencial. Él habla once lenguas y se ha permitido inventar un idioma propio llamado mänti, y afirma que, instintivamente, el cerebro es capaz de reconocer palabras extranjeras que se parecen a las del idioma nativo o emiten algún sonido que remite al término en cuestión. Este “operativo” tiene origen en sus sistema de vínculos (links) que conectan palabras, sonidos y experiencias, y Tammet ha desarrollado este mecanismo lo suficiente para permitirse comprender y aprender lenguas nuevas en tiempo récord. Está convencido de que ninguna máquina logrará igualarse al cerebro humano. Es posible programar una computadora para que simule mantener una conversación contigo, pero se verá notoriamente mermada ante el avasallamiento de alguien con la inteligencia de Tammet, por ejemplo. Existe la posibilidad de que una máquina derrote a un campeón de ajedrez…pero el campeón de ajedrez, casi seguro, derrotará a la máquina en una segunda vuelta. Tammet lanza una audaz apuesta a los científicos: diseñen una máquina que piense como un autista, y entonces alcanzarán un cierto nivel de excelencia… pero, por fortuna para la humanidad, compuesta en su mayoría por neurotípicos, los únicos capaces de entender un cerebro autista son los propios autistas. Ni siquiera el maravilloso Oliver Sacks, que se aproximó bastante, nos dice Tammet, fue capaz de comprenderlos… y a pesar de sus críticas contra el muy querido científico, la humildad de Sacks lo lleva a referirse al autor de este libro que le corrige la plana como “fenómeno extraordinario” ◆

En nuestro próximo número

LA VOZ DE LA TIERRA Y LA CIUDAD


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8 de octubre de 2017 • Número 1179 • Jornada Semanal

Poemas de un loco, Edgar Aguilar, Praxis, México, 2017.

Escribir y borrar. Antología esencial, Ada Salas, Fondo de Cultura Económica, México, 2017.

El epígrafe que inaugura este volumen no podía ser más pertinente: pertenece al célebre e insuperable Diario de un loco, de Gógol –“te precipitas como un loco y enredas el asunto de tal forma que ni el mismo demonio sería capaz de ponerlo en orden”–, y arroja buena luz sobre el tono, la intención y los alcances de un poemario que, como avisan los editores, hace “una divertida apuesta por acercarse a los abismos del alma humana a través de un personajepoeta”. Texto tras texto, Aguilar arriesga la pluma con el despliegue de un sentido del humor y una capacidad de absurdo y sinsentido que no le reste, sino todo lo contrario, a su personal postura y visión de lo que la locura significa, no en un sentido meramente conceptual sino, por decirlo coloquialmente, a ras de tierra, aquí y ahora, para quien piensa en ella –en la locura– no necesariamente como una enfermedad o un estado mórbido a evitar, sino en calidad de condición esencial de la personalidad, un poco al son de aquella vieja frase según la cual “de músico, poeta y loco...”

Nacida en Cáceres, España, en 1965, Salas es buen ejemplo de lo que sucede frecuentemente en el universo literario de la lengua española: fuera de su país, fuera de su ámbito generacional, fuera quizá también de su grupo, corriente y tendencia –en caso de tenerlos–, la suya resulta ser una obra casi por completo desconocida, no obstante pueda ser, dentro de aquellos territorios tanto físicos como conceptuales, una insoslayable. Precisamente para combatir ese desconocimiento –que de aquel lado, es decir en España, suele ser monumental respecto de lo que se escribe, publica y lee de este lado del Atlántico–, y al mismo tiempo para incorporar al universo personal de lectura una voz poética que desde 1994 –año en el que arranca la selección a cargo de José Luis Rozas Bravo–, y hasta el momento actual, se expresa con originalidad y fuerza notables. La antología abarca desde el citado año hasta 2016.

PROSAISMOS orlando ortiz

HEREJE, APÓSTATA, RELAPSO... ( ii y última )

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OMO DIJE en la columna anterior, el joven Ignacio Ramírez, requerido por don Andrés Quintana Roo, repitió el título de su escrito:“No hay Dios, los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos.” El enunciado hizo que el silencio escandaloso se convirtiera en una batahola escandalosa, en la que menudeaban gritos airados, acusaciones de hereje, apóstata, relapso, comunista, ateo, anticristo, blasfemo... Recordemos que aquella tertulia estaba integrada por liberales, moderados y conservadores o no tanto, mas no había ateos. Guillermo Prieto y algunos amigos de Ramírez intentaron tranquilizar a los exaltados, argumentando que la Academia no debía convertirse en una oficina encargada de prohibir a ninguna persona la exposición de sus ideas y pensamientos. Don Andrés, con ademanes tranquilos, solicitó que se calmaran los ánimos y luego, con voz enérgica dijo: “No presidiré en ningún sitio en el que se pongan mordaza a las ideas ajenas” y terminó diciendo:“Triste Dios y triste religión de los que tiemblan delante de ese montón de papeles bien o mal escritos.” Inició su lectura y cuando acabó fue ¿ovacionado?, la verdad ignoro si tal sería la palabra adecuada, el caso es que lo felicitaron hasta aquellos que se habían indignado al principio; elogiaron la brillantez de su prosa, la solidez de sus argumentos, la firmeza de la estructura del discurso... en fin, fue aceptado como miembro de la Academia, el único, por cierto, que se declaró ateo, pues todos los otros, incluyendo a los liberales furibundos, como Prieto, eran creyentes (enemigos de la clerecía y sus excesos, mas no de la religión). La primera vez que escuché del escandaloso ingreso de Ignacio Ramírez a la Academia, fue cuando estaba en la secundaria. Mi maestro de Historia de México lo dijo, como intentando provocar alguna reacción en los alumnos, pero como en Tampico no somos muy mochos que digamos

y era una secundaria oficial, a los alumnos ni nos fue ni nos vino. Pregunté de qué se trataba el discurso y me respondió ¿No te basta con el título?... Aah, respondí y pasaron los años. En mis andanzas por los autores del xix surgía, en ocasiones, la anécdota del que más tarde sería llamado El Nigromante. Incluso adquirí, en alguna librería de viejo una edición de sus Obras, facsimilar y con prólogo espléndido de Altamirano (2 vols., edinal , 1966); había poemas (excelentes, y algunos inéditos), discursos, artículos históricos y literarios, algunas cartas y ensayos o estudios sobre economía política, cuestiones políticas y sociales y los “diálogos” publicados en El Mensajero. Por ninguna parte aparecía el mentado texto de “No hay Dios...” Llegué a pensar que tal anécdota había sido una más de las muchas atribuidas a Guillermo Prieto, o invención de masones o algo por el estilo, aunque tenía la referencia de que había sido publicado en El Año Nuevo, gacetilla que editaba la Academia de Letrán.

Hace unos cuantos días, husmeando en las mesas de novedades de algunas librerías a las que frecuento poco porque el dinero es poco y los precios muy altos, encontré un Guillermo Prieto, crónicas tardías del siglo xix en México, de Emilio Arellano, y lo traje a casa. Al desempacarlo y hojearlo por curiosidad, para ver si traía algo nuevo para mí, me encontré, ¡oh maravilla!, fragmentos del tan mentado discurso de ingreso a la Academia, que según Arellano está en poder de los descendientes de Ignacio Ramírez. Finalmente tuve una respuesta a mis inquietudes juveniles. ¿Por qué ha sido casi proscrito Ramírez del parnaso de patricios y hecho a un lado ese discurso? Creo que por la vigencia de muchas de sus observaciones. Para no dejarlos con la curiosidad, transcribiré a continuación algunas líneas de los fragmentos que tuve oportunidad de leer en la obra mencionada: Cómo podemos creer en algo sobrenatural cuando se nos mueren más de dos millones de connacionales de hambre, rodeados de miseria y enfermedad...? [...] La materia siempre es indestructible y eterna, por ende, presumimos que nunca existió un Dios creador [...] Toda verdad es relativa, ya que son muchas las verdades y nada es absoluto [...] Llegará el día en que los fenómenos naturales tengan una explicación científica, los males orgánicos sean curables y los derechos ciudadanos, algo común. ¿En qué vamos a emplear la divinidad entonces? Si sólo nos acordamos de ella en la enfermedad o en la adversidad…

Ahora, algunas de esa ideas podrán verse como nada nuevas, pero en su momento se anticiparon a algunos de los grandes filósofos y pensadores universales. Vale la pena ver en El Nigromante no sólo al inmenso poeta que es, sino también al gran pensador ◆

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Jornada Semanal • Número 1179 • 8 de octubre de 2017

Arte y pensamiento

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BITÁCORA BIFRONTE rcardo venegas

Septiembre

TEMBLOR DE DICCIONARIO

Kikí Dimoulá

Ven cosa

Septiembre sí septiembre es este nudo en la garganta la viscosa memoria que impide tragar sólidos ausentes el quebranto el cansancio que vacía el cuerpo en una fuga llena de agujeros la quemazón de sueños en ayuno en el estómago los apagados desiguales puños pequeños del pulso –qué crees alguna vez así se detienen las bromas sangrientas.

te diré tu nombre. Eduardo Lizalde

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OR FERDINAND DE SAUSSURE sabemos de la arbitrariedad de signo lingüístico. Lo que nombramos, o casi todo –tal vez las onomatopeyas son la excepción a la regla–, carece de un vínculo real con la voz que lo enuncia, es pura convención; en esta época de temblores y de necesaria comunicación, ahondar en el tema es también concluir que cada lengua es una historia de la civilización. Si los hablantes desaparecen, la lengua también. Configurar una lengua es tarea de siglos y de muchas generaciones. Los 1001 años de la lengua española, de Antonio Alatorre, por ejemplo, ofrece un mapa que explica las raíces de los vocablos del español, y su evolución en distintos períodos por los que hubo de transitar nuestro actual castellano. Sabemos por la lingüística que en algún momento hubo una lengua madre de todas las lenguas, algunos le llamaron protoindoeuropeo. De este modelo se derivan algunas preguntas: ¿Cómo sería la lengua primigenia del hombre si olvidara la que sabe? Si la lengua es identidad, ¿qué tanto le debe a las emociones humanas cada palabra del idioma? A un libro que ha agotado los ejemplares de su primera edición no le hace falta otra reseña. Pero es justo abundar el porqué un neurólogo describe el fenómeno de la afasia, definida por el diccionario como “trastorno del lenguaje que se caracteriza por la incapacidad o la dificultad de comunicarse mediante el habla, la escritura o la mímica y se debe a lesiones cerebrales”. Este es el tema de Un diccionario sin palabras (Almadía, 2017), de Jesús Ramírez Bermúdez. Desde el título se advierte un desafío que invita al lector a leer desde otro código, el del plano sensorial, el de la sensibilidad. Curiosamente un médico escribe un libro infinitamente humano, sin perder el interés científico que lo acompaña. ¿Cómo regenerar una capacidad de lenguaje para habilitarlo en el sistema de signos que usamos? En esta empresa sobresale un presupuesto: hay una educación muy racional que se antepone a la educación emocional. Quizá esto vulnera en gran parte nuestra capacidad cognitiva del lenguaje, incluso del conocimiento. Es una apuesta por explorar la condición humana, está el ojo agudo que todo lo ve y examina cómo se articula el lenguaje de alguien que ha perdido, ya sea temporal o de forma permanente, la posibilidad de usarlo. El autor ha encontrado varios temas a los que da tratamiento y con ello desdobla un volumen polisémico. Por una parte la aparente bitácora que registra tres casos de mujeres que han perdido su capacidad de usar el lenguaje. Por otra, una narrativa impecable que nos envuelve en el interés impostergable por saber más del tema. Se trata de una bitácora en la que el médico nos acerca a los pacientes que han perdido la capacidad de articular el lenguaje. El respeto del galeno y su capacidad de asombro y de investigación conforman este itinerario, lejos de la frivolidad de la medicina que diagnostica una cifra y no un nombre ◆

Llanos los cafés en la acera. Aceite la calma. Amargo seguro mi café lejos del azúcar pesada –es un hábito lo indispensable, la dejas. Sonido de monedas en el botecito del organillero. El piadoso septiembre que tira sus hojas. Septiembre sí. El innoble mes miserable el odioso avaro –te dio sólo la mitad y su otra mitad la mejor dolosamente más grande que la tuya la arrebataron los vivos. Sí. Pero hoy estaba irreconocible Un desconocido inocente. Intangible y sin embargo charlatanamente coqueto mientras lo empalagaba un calor más corporal –lo había forzado en el vacío desalquilado final de agosto. Era tan pesada como un pecado su turbiedad tan tenaz la carísima rocío de alguna lejanía fragancia que llevaba tan neciamente mundano su nombre que me gustó en el momento haberte olvidado por completo. En buena hora un gitanillo vendía unos culpables pañuelos de papel de segunda clase empapados en mis ojos. Kikí Dimoulá –Vasilikí Rodou su nombre de soltera–, nació en Atenas en 1931. Trabajó veinticuatro años como empleada del Banco Nacional de Grecia hasta su retiro en 1974. En 1963 el Grupo de los Doce le otorgó la Mención Honorífica por su trabajo poético; en 1972 recibió el Segundo Premio Estatal de Poesía; en 1989 el Primer Premio Estatal de Poesía, el Premio Kostas y Helena Ouránis en 1995; en 2001 el Premio de las Letras de la Academia de Atenas por toda su obra y en 2010 la Association Capitale Européenne des Littératures (acel ) le otorgó el Premio Europeo de Literatura. Estuvo casada con el poeta Athos Dimulás. Es autora de dieciséis libros y su poesía ha sido traducida al inglés, francés, español y sueco. Véase La Jornada Semanal,, núm. 1043, 1/ iii /2015 Versión de Francisco Torres Córdova

Jesús Ramírez Bermúdez


Arte y pensamiento

8 de octubre de 2017 • Número 1179 • Jornada Semanal

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RAYAS DE LA CEBRA verónica murguía

LA VIDA AQUÍ

M

I TEMPESTUOSO ROMANCE con Ciudad de México comenzó el 20 de septiembre de 1985. Nací en ella, pero pasé la infancia en Ciudad Satélite, que en el nombre lleva la fama porque es como la Luna. O al menos lo era cuando viví allí. Los parques eran tan apacibles que se podía leer sentada en un columpio. Cuando mis padres se mudaron a la parte más alta de Las Águilas me pareció un decisión cruel: las calles me apabullaban por su anchura, no teníamos teléfono y la escuela que yo adoraba está en Lago de Guadalupe, por Cuautitlán. Que me cambiaran a la secundaria Presidente Masaryk en la San Pedro de los Pinos me hizo aullar de tristeza. En los rumbos donde mis padres establecieron el cuartel general, los camiones llegaban hasta un lugar llamado Puente Colorado. Para llegar a mi casa tenía que tomar el pesero que en esos tiempos solía ser un Impala donde nos apretujábamos seis desconocidos y el chofer. Me disgustaba muchísimo porque, además, yo usaba un aparato ortopédico que me dificultaba subir al coche. Esas lejanías me convirtieron en una persona sumamente aficionada a caminar por colonias que no eran la mía. Por un enamoramiento adolescente frecuenté muchísimo la Condesa cuando era una colonia clasemediera sin más chiste que el Sep’s y la casa del sujeto en cuestión, que era indolente y no quería ir a mis lares porque le daba flojera. Así, mi vida amorosa, mis amigos y mis aficiones me hicieron caminar y querer esta ciudad. Pero como dicen los refranes y los boleros, no me di cuenta de cuánto la quiero hasta que creí que la había perdido, el 20 de septiembre de 1985, después de la réplica y cuando, desde la glorieta

del Metro Insurgentes, miré la longitud de la avenida y no distinguí –no había luz– más que destrozos. Creí que la ciudad se había terminado y experimenté un dolor agudísimo que era tan intenso y localizado, que en ese momento supe que no era el miedo lo que me sacudía, aunque estaba empavorecida. Desde entonces rara vez pienso en irme, aunque comparto con todos los chilangos que conozco una profunda ambivalencia hacia la vida aquí. El tráfico, el hacinamiento, los modales de muchos conciudadanos, la corrupción voraz de miles de funcionarios, la gravísima ofensiva de las inmobiliarias que, de la manita de las autoridades, han construido donde ya no se puede, nos llenan de deseos de huir. Pero, sin ánimo de ofender a nadie, viví un año en provincia y cuando volví me tiré al piso de Buenavista para darle besos como hacía Juan Pablo ii en sus visitas. Asumí, entonces, que era chilanga y que ese gentilicio definiría muchas cosas de mi actitud ante la vida. Ciudad de México es mi país. Tiene el tamaño, la población y las manías de un

país. Pero nadie pide visa y eso es, quizás, lo mejor. Su desordenada hospitalidad. No la celebro incondicionalmente: soy más crítica porque me he obligado a mirarla con atención. En este espacio es el tema principal, así como en un programa de radio que conduje varios años bajo la dirección de Arturo Ortega en Radio Educación. He hablado y escrito sobre lo que descubro en sus habitantes, no todo bueno y mucho desconcertante, como la insistencia de tener récords Guinness (entre los que ha de estar el del mayor número de botellas de refresco rellenas de pis en las banquetas o el de tener baches mágicos que se tapan un día y al siguiente se abren), el de ser un lugar ruidosísimo en el que el pesero y la pipa de Pemex gobiernan las calles. Faltan modales, sobra machismo y escasea la urbanidad. Pero es solidaria. Ahora me invade una tristeza punzante ante la destrucción y la rabia por cuanto se ha repetido, como lo de las costureras. También he visto, de nuevo, a miles de personas arriesgar la vida por ayudar a otros. Eso me ha dejado con la boca abierta, sobre todo porque parecía que estábamos hundidos en el marasmo pesimista de quien se enfrenta a la impunidad como asunto cotidiano. Que algo terrorífico como un temblor nos una, y que una turba de políticos corruptos y de sicarios nos paralice, es un misterio que, ojalá, se resolviera en favor de la sociedad civil. Eso deseo al ver a los miles de jóvenes que tomaron la calle para ayudar. ¿Cómo es posible que se desplieguen así, nacidas de la tragedia, esa generosidad entrañable, ese valor? Si se mantuviera este talante, esta solidaridad, no habría lugar para los corruptos. Seríamos ciudadanos cabales. Los obligaríamos a trabajar ◆

LA OTRA ESCENA miguel ángel quemain

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TEATRO EN EL CERVANTINO: EL PROYECTO RUELAS

L PROYECTO RUELAS es uno de los más importantes en la programación del Festival Internacional Cervantino, porque ofrece la posibilidad de que la experiencia escénica, la poética del teatro, no sea estacional y se quede en Guanajuato todos los días y no sólo en octubre, cuando lo artístico se suma a las expresiones populares, turísticas (en un orden muy amplio del término que va de la cantina pública a la muestra gastronómica y cultural) y deja fuera a los habitantes de la ciudad, que se suman a los servicios o se alejan del bullicio que los atolondra y de los precios elevados que transforman a Guanajuato en una ciudad inaccesible para sus habitantes. Hace más de cuatro décadas surgió el Proyecto Ruelas, como simplemente suele ser llamado, con el apellido de quien fuera un modesto hombre de teatro cuyo interés fundamental era recrear anualmente los Entremeses, teatralizar el mundo de Cervantes con los habitantes, los escolares y los propios maestros de la ciudad. Hoy se conoce el proyecto pero se sabe poco de su inspirador a pesar de la biografía, esa reunión documental que Edgar Ceballos tituló Enrique Ruelas y el teatro. Mundo imaginario y realidad de su mundo, que se presentó en el fic hace casi diez años. Enrique Ruelas (1913-1987) fue un trashumante: originario de Pachuca, llegó a Guanajuato a estudiar leyes y el resultado fue que fundó una escuela de teatro en 1952. Esa fue la base que sostuvo un quehacer que hoy se conmemora institucionalmente con el intento de devolverle a la gente más pobre de Guanajuato esa posibilidad de la poesía que consiste en crear un mundo de representación, de ritualidad y arte que conduce un conjunto de creadores de distintos puntos del país, con formaciones semejantes pero con estéticas diversas, incluso discordantes.

Luis Martín Solís, Juliana Faesler, Raquel Araujo y Sara Pinedo son los directores coordinadores de este trabajo que se lleva a cabo con comunidades guanajuatenses de alta marginación y compañías teatrales de aficionados para montar trabajos de la dramaturgia clásica. Este año será el tercero que se realiza este experimento, que forma parte de una concepción que no es nueva pero que difícilmente se implementa. Se trata de hacer valer una idea (misma que Ramiro Osorio, quien fue director del fic y otros festivales, propuso desde los años ochenta) consistente en que los artistas de las grandes compañías, los grandes directores y ejecutantes que visitan Guanajuato dejen algo de su enseñanza en las comunidades de teatristas locales. Ahora eso es posible gracias a este incipiente proyecto, que tendrá cuatro funciones en el marco de esta edición del fic.

Monumento a Enrique Ruelas en Guanajuato.

Martín Solís trabajó con adultos mayores de entre sesenta yochenta y tres años, de los centros gerontológicos del sistema dif Guanajuato, para montar La Valentina, diversas historias de mujeres empoderadas que narrarán cómo ha sido la participación femenina en la magia y la ciencia. Se presentará en la Plaza de la Ciudadanía Efraín Huerta, en León, el 15 de octubre a las 17:00 horas. Juliana Faesler montó Yerba Santa pa’ la garganta y abrecaminos pa’ tu destino, con su agrupación formada por habitantes de la comunidad Puerto de Valle en Salamanca, Guanajuato. La obra explora el ámbito de la salud como un escenario cultural y social a través de su aterrizaje somático. Se presentará en el Centro Imagina, en León, el 14 de octubre a las 17:00 horas. Raquel Araujo, directora de La rendija en Yucatán, trabajó con Los quijotes de Pozo blanco con la puesta en escena de La Macaña, que es también el nombre del centro cultural de la comunidad de San José Iturbide, inspirado en esta propuesta escénica. A partir de textos de Rulfo, Octavio Paz y Chéjov, el pueblo cuenta su historia al modo de una autobiografía. Este trabajo se presentará el 21 de octubre en la ciudad de León, en la Plaza de la ciudadanía a las 17 horas. Cómo llegar a Fuenteovejuna es un teatro de grandes tintes políticos que trata no sólo de dar cuenta de su propia historia, sino de un sentido histórico mas amplio, como pasa con San Juan de Abajo, que es una comunidad leonesa que propuso un recorrido por los paisajes opresivos y represivos a lo largo de la historia de México, planteando preguntas sobre lo ético, la justicia, la responsabilidad social y la participación ciudadana. Lo dirige Sara Pinedo y se presentará el 22 de octubre en la explanada del Templo del Expiatorio de León, a las 18:00 horas. Otro lado luminoso del Cervantino, su lado cobrizo ◆


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Jornada Semanal • Número 1179 • 8 de octubre de 2017

Arte y pensamiento

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BEMOL SOSTENIDO Alonso Arreola @LabAlonso

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EL AMOR ESTÁ EN EL AIRE I

ADA NOS DERRIBARÁ, cuando llegue el temblor.II Todo el mundo alrededor, todo el mundo tan cercano, aguantando. III No te rindas, porque tienes amigos; no te rindas, aún no has sido derrotado; no te rindas, puedes triunfar. IV Un alma atribulada está aprendiendo a volar, en malas condiciones pero determinada a intentarlo.V Te dije que podíamos volar porque todos tenemos alas, aunque algunos no sepamos para qué. VI El amor nunca nos dejará solos, pues en la oscuridad vendrá a iluminarnos.VII Aquí viene el sol y yo digo que todo está bien. VIII Los políticos se benefician de tus grandes ideales, no tienen idea de cómo se siente la mayoría. Período culminante, tomamos posición y sacudimos la perspectiva del hombre común sembrando las semillas del amor, acabando con la necesidad y la avaricia política. IX Nuestros supuestos líderes hablan con palabras que tratan de encarcelarnos, subyugando a los mansos, pero es la retórica del fracaso. X Sí, conozco a mis enemigos, son los que me enseñaron a luchar conmigo mismo XI como un árbol al que asesinan sus ramas. XII El enemigo común está alrededor. XIII Si un traidor puede más que unos cuantos, que esos cuantos no lo olviden fácilmente. XIV Manipulándote se ha hecho justicia. No buscan la verdad, sólo les importa ganar. Lo encuentro tan terrible, tan cierto, tan real. XV Cuando pienses que has tenido demasiado de esta vida, bien, aguanta. No te dejes ir. Porque todos lloran. Todos están lastimados. XVI El miedo es una raya que separa al mundo. El miedo es una casa donde nadie va. El miedo es como un lazo que se aprieta en nudo. El miedo es una fuerza que me impide andar. XVII Trato de reírme de esto escondiendo lágrimas en mis ojos, porque los chicos no lloran. XVIII He estado aturdido y confundido tanto tiempo. XIX ¿Quién dijo que todo está perdido? XX Veo amigos dán-

dose la mano diciendo “cómo estás”, diciendo realmente “te amo”. XXI Ideas claras, una nueva vida por delante. Ya es tiempo de que sea rey y no sólo un peón más. XXII Y malas decisiones, he tomado algunas. He tenido que soportar la arena que me arrojan, pero he sobrevivido. XXIII Somos los campeones, mi amigo, y seguiremos peleando hasta el final. XXIV Si nos dejan, nos vamos a querer toda la vida. XXV Golpe a golpe, verso a verso. XXVI Permaneceré de pie ante el dios de la canción, sin nada en mi lengua más que ¡aleluya! XXVII Todo se movió y es mejor quedarse quieto. Pronto saldrá el sol y algún daño repondremos. Terco como soy, me quedo aquí. XXVII Sé que te encontraré en esas ruinas. Ya no tendremos que hablar del temblor. XXVIII Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos. Notas: i “Love Is In The Air”, John Paul Young; ii “Temblor”, Dorian; iii “National Anthem”, Radiohead; iv “Don’t Give Up”, Peter Gabriel; v “Learning to Fly”, Pink Floyd; vi “Never Tear Us Apart”, inxs; vii “Could You Be Loved”, Bob Marley; viii “Here Comes The Sun”, George Harrison; ix “Sowing the Seeds of Love”, Tears for Fears; x “Spirits in the Material World”, The Police; xi “Know Your Enemy”, Rage Against the Machine; xii “Si no escucho el eco”, Monocordio; xiii Sácalo”, Jaime López; xiv Sólo le pido a dios”, León Gieco; xv “And Justice for All”, Metallica; xvi “Everybody Hurts”, rem; xvii “Miedo”, Pedro Guerra; xviii “Boys Don’t Cry”, The Cure; xix “Dazed and Confused”, Led Zeppelin; xx “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, Fito Páez; xxi “What a Wonderful World”, Bob Thiele y George David Weiss; xxii “Fly by Night”, Rush; xxiii “We Are the Champions”, Queen, xiv “Si nos dejan”, José Alfredo Jiménez; xxv “Caminante no hay camino”, Joan Manuel Serrat; xxvi Hallelujah”, Leonard Cohen; xxvii “Me quedo aquí”, Gustavo Cerati; xxviii “Cuando pase el temblor”, Soda Stereo ◆

CINEXCUSAS Luis Tovar cinexcusas@yahoo.com

LA LOSA DE LA DESMEMORIA

H

ACE NO MUCHO, a propósito de 7:19. La hora del temblor (2016), de Jorge Michel Grau, en este espacio se dijo entre otras cosas lo siguiente: “En el caso particular del terremoto del ’85, las aproximaciones han sido casi siempre tangenciales o meramente alusivas, y desde luego se habla aquí del cine de ficción, pues en el género documental el asunto es muy distinto. Al respecto cabe recordar la máxima según la cual un hito colectivo no puede darse por bien asimilado si los miembros de la colectividad no han sido todavía capaces de reflejar en la ficción todo aquello que dicho hito les provocó y sigue provocando, en términos individuales pero sobre todo sociales. [Hay] quienes han visto en 7:19 una síntesis apretadísima de mucho de cuanto se puede y es necesario contar al respecto, y quienes protestan porque les parece que falta demasiado, e incluso que la tragedia fue ‘tomada a la ligera’. No hay tal: es claro que la cinta busca resumir, espaciotemporalmente, diversos elementos: sorpresa, miedo, instinto de supervivencia, conciencia de la muerte, sentimiento de culpa, condición de clase, denuncia de corrupción institucional y de inacción oficial…” Es obvio que esa tarea pendiente del cine mexicano, de contar en clave de ficción –y de manera suficiente– las decenas o cientos de historias alusivas o relativas al terremoto del ’85, todavía enterradas bajo el peso de una desmemoria que no hace sino aumentar conforme los años pasan, se ha multiplicado con el sismo recientemente padecido. Es verdad que las afectaciones materiales no han sido tan devastadoras como las de hace treinta y dos años, pero las que tocan al espíritu colectivo son de dimensión idéntica y, en ciertos aspectos, incluso mayores, pues forzosamente debe añadírsele la noción tremendamente incómoda y desasosegante de que poco más de tres déca-

das no nos alcanzaron, como sociedad, para suprimir las taras colectivas, estrictamente humanas –políticas, culturales– que magnificaron ambas tragedias. Precisamente por lo antedicho, y pensando en el cine que necesariamente habrá de hacerse a raíz de esta muy indeseada reedición de pánico, horror y muerte a causa de un fenómeno natural, adosarle misticismos o causas pseudocientíficas al azar sería, redondamente, una puerilidad cuando no una franca estupidez. Siendo claro hasta la platitud que la naturaleza no se rige por el calendario gregoriano, es forzoso concluir que el azar y nada más fue lo que hizo coincidir al terremoto de 1985 con el que acaba de tener lugar, una vez más, el 19 de septiembre. Dígase lo anterior en abono anticipado de la sensatez: no vayan a llegar guionistas y argumentistas a intentar despropósitos de ese tipo.

7:19. La hora del temblor

RegistRo y asimilación Quienes con seguridad están –o deberían estar– trabajando ya en lo que podrá verse más adelante, son los documentalistas. Este juntapalabras sabe de cierto que al menos Rafael Rangel (Preludios, Un día en ayotzinapa 43, El grito de los coyotes) pospuso para un mejor momento la película de ficción en la que se afanaba, para salir a las calles y documentar esta realidad presente que, por fuerza, debe quedar registrada con mayor amplitud y muchos más puntos de vista de lo que fue testimoniada hace treinta y dos años. Las condiciones son otras, otros también los recursos técnicos y las posibilidades colectivas al respecto –basta un celular para un registro visual mínimamente articulado–, y el mismo pero a la vez otro debería ser el ánimo colectivo que mueva a ese registro puntual: el mismo en cuanto a la comprensión de lo indispensable que para esta sociedad resulta llevar a cabo el apunte oral, escrito y fílmico de un acontecimiento de esta relevancia, pero otro por lo que toca a los propósitos y los alcances que ese apunte colectivo puede tener. En otras palabras, si al cine de ficción le corresponde, como se menciona líneas arriba, ensayar formas de asimilación de un evento social traumático, tanto a nivel individual como colectivo, al cine documental toca –y nada más obvio, pero es necesario recalcarlo– estructurar una visión de conjunto, primero, y después al menos intentar la exhaustividad por medio de la casuística: exactamente lo que hizo, de manera tan inmediata como el mismo 1985, Maricarmen de Lara con su documental No les pedimos un viaje a la luna, acerca de las costureras que vieron desplomarse sus sitios de trabajo en aquel entonces, donde quedaron sepultadas muchas de sus compañeras. Que la memoria, pues, no quede medio sepultada una vez más bajo los escombros ◆


RELATO

8 de octubre de 2017 • Número 1179 • Jornada Semanal

Otro hombre muerto Saúl Toledo Ramos

V

ivió casi una década en Estados Unidos. Aurelio, oriundo del centro de México, erró por varios trabajos en restaurantes; pronto se dio cuenta de que lo suyo no era la cocina ni nada que tuviera que ver con la preparación de alimentos. Un conocido lo recomendó para trabajar como yardero, es decir, para mantener limpios y bien cuidados los jardines de las casas de gringos pudientes. Le gustaban las labores al aire libre, bajo los rayos del sol que tostaban su piel; el trabajo pesado hizo a su cuerpo robusto y resistente. Aurelio era una buena persona. Una mujer se fijó en él y decidieron vivir juntos. Alquilaron una casa de extensos patios frontal y trasero, los cuales Aurelio se encargaba de acicalar. El dueño del inmueble estaba contento porque, además de que la casa siempre lucía bien, los inquilinos nunca se atrasaban con los pagos de la renta. Al poco tiempo llegó un hijo y, con él, la razón más importante en la vida de la pareja. Una mascota, Turbo, un pastor belga fiel y aguzado, completó el círculo familiar. Aurelio era reconocido como un excelente trabajador; sus clientes cotidianamente lo recomendaban con otros propietarios. Económicamente le iba bien. El vástago crecía sano e inteligente; su mujer se encargaba de todo lo que tenía que ver con la organización de la casa. La vida fue por ese camino hasta que llegó el amargo invierno de los años 2016-2017, cuando la derecha se apoderó del gobierno. Entonces comenzó la persecución. No había día en que Aurelio y su familia vieran el noticiario y no se enteraran de alguna nueva medida en contra de los inmigrantes, como ellos, trabajadores honestos que tenían la mala fortuna de no contar con papeles legales para ocupar algún puesto de trabajo. Una mañana, al dirigirse a una de las casas a su cargo, recibió el primer aviso: una patrulla se situó detrás de su vehículo y encendió la torreta, indicándole que se detuviera. Era un agente que se notaba de ascendencia hispana. Aurelio respiró al verlo, pensó que el origen común haría más fácil la comunicación entre ellos. Se equivocó. El uniformado se negó a hablar en español. Lo multó por manejar sin licencia y le advirtió que esa era su zona de vigilancia; si lo volvía a pescar, le requisaría el auto y lo llevaría preso. El jardinero se asustó. A como estaban las cosas, si caía en la cárcel lo pondrían a disposición de las autoridades de migración y lo deportarían sin permitirle defensa alguna. Le comentó su tribulación a un amigo, quien le recomendó manejar lo menos posible y, generoso, hasta donde se lo permitieran sus actividades, se ofreció a servirle de chofer y trasladarlo cuando fuera necesario. La vida de Aurelio se tornó complicada. Tuvo que dejar las labores en zonas retiradas para no alterar las rutas de su camarada. Además, así, en carro ajeno, era muy complicado acarrear sus materiales de operación. El ingreso comenzó a disminuir, las cuentas por pagar eran las mismas.

El día de los acontecimientos, Aurelio dejó la cama bien temprano con la esperanza de conseguir “aventón”. No: el vecino tenía un trayecto contrario al suyo; no obstante, su esposa, con gusto, llevaría a la de Aurelio a la tienda para comprar algunas cosas de primera necesidad. Aurelio vio que en las orillas del patio trasero había comenzado a descollar yerba mala; era necesario podarla para que no se extendiera dando mal aspecto. Se dio cuenta de que sus árboles y plantas de frutas y verduras requerían ser abonados y desbrozados para que siguieran produciendo. Había mucho que hacer. Por lo menos no tendría una mañana inactiva. Revisó que su máquina de podar estuviera lista. Combustible tenía suficiente, la bujía recién la había reemplazado. Las cuchillas estaban bien afiladas. Atacó de inmediato al zacate, que cedía a cada uno de sus pasos. Había ya casi terminado cuando, en un rincón formado por un arriate, contempló unos cogollos indeseables que pretendían ocultar su presencia tras un crisantemo. Ajustó el nivel de las navajas para que alcanzaran su punto más bajo. Empujó la podadora; casi al mismo tiempo escuchó un sonido hueco, vio una chispa y sintió un golpe en la cabeza, exactamente entre el ojo y la oreja izquierdos. La aguda hoja había topado con una piedra llegada ahí sabe dios de dónde. El impacto con el metal le había arrancado una pequeña astilla que salió volando y se incrustó en la sien de Aurelio. Fue tal la fuerza, que cayó de rodillas. Su diestra seguía sobre la empuñadura de la máquina, la siniestra fue a la cabeza. Sintió su sangre manar. Quiso erguirse pero le faltó vigor, su cuerpo se negó a hacer ningún movimiento, como no fuera sumirse más en sí mismo. Un geranio, notó, tenía tres orugas que ya habían devorado algunas hojas y se dirigían, impunes, hacia las flores. Era mejor que se deshiciera de ellas. El tomate y el durazno lucían tristes. Les aplicaría el fertilizante que los pondría frondosos nuevamente. El sol estaba bien alto pero no era momento de postergar esas tareas: había que finiquitarlas. Se pondría ya en pie, pero cada momento sus músculos se aletargaban más. Sentía que, de a poco pero constante, algo lo abandonaba. Una mariposa aleteó cerca de él. Turbo, que siempre estaba a su lado, trató de jugar; le llevó la pelota para que se la lanzara. No hubo respuesta. El animal se tiró sin hacer más nada que mirarlo con ojos sombríos. La mujer del vecino ya traería a su esposa de regreso; habían tardado un buen rato. Casi veía a su hijo con alguna golosina. La mamá prometía no darle más dulces, pero en esa batalla el infante siempre triunfaba. En cuanto llegaran, ella le serviría un vaso de agua, lo ayudaría a levantarse y él podría terminar sus labores. ¿A qué hora había comenzado a hacer frío? No lo pudo decir con certeza porque cada vez su cuerpo estaba más lejano, e instante tras instante, la sangre se extendía más sobre la tierra. Cuando, gritando y exaltado su hijo entró para mostrarle y compartirle sus caramelos, él ya no sentía absolutamente nada ◆

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