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LAURA IMAI MESSINA EN JAPÓN

Una breve acotación del narrador omnisciente devela, con sutileza, pero sin rodeos, la nueva realidad interior de Yui, sobreviviente del tsunami que el 11 de marzo de 2011 devastó la prefectura japonesa de Fukushima: “Cada semana había sido un esfuerzo; cada mes, nada más que tiempo acumulado en el desván, para poder utilizarlo en un futuro que quién sabía si finalmente llegaría.” Tal sutileza es la que imprime Laura Imai Messina (Italia, 1981) a su novela Las palabras que confiamos al viento,* para abordar aquel fenómeno natural cuyos efectos aún hieren el alma y la psique del Japón contemporáneo.

Novelista y cuentista, Imai Messina está envuelta por la cultura del Japón, tanto por su residencia en aquel país como por su labor de catedrática de italiano en varias universidades niponas, experiencias que le han concedido una relación estrecha con las población japonesa del común, y sortear los exotismos simplistas de ciertos autores europeos al referirse a regiones fuera de su entorno. Al contrario, si algo distingue a Las palabras que confiamos al viento es la solidez con que se retratan las vidas de quienes acuden a la cabina telefónica que les concede hablar, desde su intimidad, con los seres queridos ya fallecidos.

Con dominio técnico no exento de virtuosismo, Imai Messina relata la cotidianidad de un grupo de hombres y mujeres que deben rescribir sus historias particulares desde la certidumbre atroz de la pérdida, por lo que la autora divide los capítulos de la novela en dos tipos: unos, en los que se exponen las acciones de los personajes, por lo que los observamos desde afuera; otros, en los que se develan sus recuerdos y anhelos, por lo que devenimos cómplices e intrusos de su vida interior. Así, en el capítulo once Yui discurre:

Yui se preguntó si también vagarían por allí las conversaciones que la anciana que los había guiado hasta Bell Gardia mantenía con su viejo perro. Estaba segura de que en aquella relación de amor se contemplarían largas charlas sobre el mar y sobre los hijos que ahora vivían en ciudades lejanas.

En tanto, el capítulo doce indica “Temas de conversación favoritos de la anciana de Kujirayama y su perro”, entre los que destacan “Lo romántico que era su marido de joven” y “Aquella ocasión en que hicieron el amor en el invernadero de las orquídeas.” Temas que son transgresiones: a la inexpresividad emocional que exige el machismo a los hombres, el primero; al automatismo de los afectos en la vida matrimonial, el segundo.

Novela de transgresiones, no por discretas menos desafiantes, Las palabras que confiamos al viento no es, aun así, una novela efectista, sino de un ritmo sobrio que se establece desde el surgimiento de la cabina telefónica a la que acuden miles de personas para hablar con sus muertos, hasta el reencuentro de los deudos consigo mismos al reconocerse en el dolor ajeno, y que hace más intensa la relación de los familiares con sus seres perdidos. Aunque poblada por diversos personajes, las acciones de Las palabras que confiamos al viento se centran en Yui, la locutora que perdió a su madre y su hija durante el tsunami, y en Takeshi, el médico que enviudó al morir su esposa de cáncer, y cuya hija enmudeció a raíz del deceso. Con su mirada entrevemos los infortunios que perturban a los demás y los modos particulares de sobrellevarlos, que son a su vez formas de sobrellevarse, porque las desventuras entrañan la ausencia de los otros y la evidencia de nuestra fragilidad interior:

Los dos estaban muy alterados, pensando sobre todo en la cantidad de veces (¿decenas?, ¿centenares?) que el padre debía de haber reproducido la grabación, alternando la desesperación, el desconcierto, también la cólera y un esfuerzo sobrehumano para consolarse con la idea de que por lo menos el chico se hubiera divertido.

Si Yui y Takeshi nos dejan atisbar la comunicación de los demás, ninguno de los dos puede comunicarse con sus muertos. Ellos deben crear un lenguaje propio, hecho de sobreentendidos, complicidades y de un conocimiento cotidiano de sus afinidades y desacuerdos: “Daba la impresión de que, entre ellos, cada vez había menos necesidad de aclarar cualquier asunto del que hablaran.”

Sólo al crear su lenguaje logran redimir de la muerte, la ausencia y el olvido, la otredad de sus seres queridos, tal como Imai Messina encuentra, a través de su italiano natal, la forma de enunciar a las mujeres y hombres japoneses de a pie que la autora expone acertadamente, limpios de hieratismos y distanciamiento, para develarlos desde la intimidad, la discordancia y los afanes de la vida diaria l

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