■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 12 de Marzo de 2017 ■ Núm. 1149
La ruta sagrada de
John y Colette Lilly Carmen Parra
El L óPez V eLarde de m artha C anfieLd
marCo antonio CamPos
Las novelas de a na m aría J aramiLLo
sandra Lorenzano
El suicidio en tiempos de la posmodernidad
mario CamPuzano
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La escritura, los elementos y el papel Nebojsa Vasovic*
LOS PASOS SAGRADOS DEL RESPETO Él nació en Estados Unidos en 1915 y ella en Francia en 1937, y juntos emprendieron un camino que los condujo a ser dos miembros más de la comunidad wixárika, cuya cultura y territorio conocieron y defendieron a lo largo de más de cuatro décadas, con una entrega y una convicción inusitados. Huicholes por derecho propio, John y Colette Lilly abandonaron este mundo en noviembre de 2016 y septiembre de 2001, respectivamente, y es a raíz de la reciente desaparición de Colette que la pintora Carmen Parra, su amiga, compañera y benefactora, escribió la crónica que ofrecemos a nuestros lectores. Publicamos también un artículo sobre el Ramón López Velarde de Martha Canfield y otro acerca de la novelística de Ana María Jaramillo, así como un ensayo de Mario Campuzano donde analiza el suicidio en tiempos de la posmodernidad.
Escribo Escribo para los editores cuyo único amor y angustia son los dólares, para los lectores afligidos por el precio de la luz y el pan, para los hambrientos que no leen los libros, para los amigos dispersos por el mundo que no saben que escribo, para sus hijos que hablan todas las lenguas excepto ésta en la que escribo, para mis hijos que no nacieron, para los villanos esparcidos, las partículas radioactivas. Al fin me hice escritor, ya no escribo para mí.
Los elementos Después de la muerte (de pudrirse, de descomponerse, y con los gusanos el inevitable rendez-vous), la naturaleza toma lo poco de los huesos (llamados nuestros), empieza a juntarlos con otros elementos, creando así las piedras o los minerales de textura fina y de formas geométricas. Incluso después de la muerte siempre nos volvemos aquello que no quisimos ser.
El papel La portada de un libro y el papel en que está impreso a menudo me atraen antes que el nombre del autor. Así, por ejemplo, siempre me gusta hojear los libros de Nicolás Guillén, impresos en el papel rugoso como el alma de un árbol, granuloso como pizcas de canela sobre membrillo asado, el papel suave como la oreja de una cubana que trabaja en la fábrica de ron y libros no lee.
*Nebojsa VasoVic es autor de trece libros de poesía en serbio y varios libros de ensayo y crítica literaria. Ha sido traducido a varios idiomas, incluido el español, y publicado en La Jornada Semanal, la revista digital Vallejo & Co. y la antología de poesía serbia contemporánea El color de la esen cia (Ánfora Nova, España, 2013). El libro de crítica literaria Contra Kundera fue publicado en 2012 por la editorial mexicana La Cabra Ediciones. Su libro Diario aparecerá próximamente en español.
VersioNes de jeleNa rastoVic.
Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx
Directora General: C armen L ira S aade , Director: H ugo g utiérrez V ega (†) , Jefe de Redacción: L uiS t oVar , Edición: F ranCiSCo t orreS C ó r d o Va , a L e y d a a g u i r r e r o d r í g u e z y r i C a r d o y á ñ e z . Co o rd i n a d o r d e a r te y d i s e ñ o : F r a n C i S C o g a r C í a n o r i e g a , Fo r m a c i ó n : m a r g a P e ñ a , D i s e ñ o d e C o l u m n a s : J u a n g a b r i e L P u g a , R e l a c i o n e s p ú b l i c a s : V e r ó n i C a S i L V a ; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: a L e J a n d r o P aV ó n , Publicidad: e Va V a r g a S y r u b é n H i n o J o S a , 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: jsemanal@jornada.com.mx, Página web: www.jornada.unam.mx
Portada: Wixáricas foráneos Carmen Parra, Mazihua posando junto a su cuadro
La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh témoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.
El López Velarde
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de Martha Canfield Marco Antonio Campos
LA TRADUCTORA Y PROFESORA UNIVERSITARIA DE ORIGEN URUGUAYO RECIBIÓ EN 2015 EL PREMIO IBEROAMERICANO DEDICADO AL POETA JEREZANO.
H
ace unos meses, en las ediciones mexicanas de La Otra, se reeditó –corregido– el libro de la uruguaya-florentina Martha Canfield La provincia inmutable, a propósito de habérsele otorgado el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde en junio de 2015. La primera edición data de 1981 y fue publicada por la Universidad de Florencia, de la que Martha es profesora. La reedición va acompañada de un bello prólogo del lopezvelardeano Fernando Fernández. En el libro Martha hace un análisis meticuloso de poemas de los tres libros en verso de Ramón López Velarde (La sangre devota, Zozobra y El son del cora zón); hay al final un capítulo sobre “La suave Patria”. Bello estilísticamente, es un libro que sólo pudo haberlo escrito un poeta, o si es menester en este caso, una detallada investigadora universitaria que escribe muy bien y es también una poeta. En la manera de tratar la poesía del joven jerezano, Martha Canfield estaría más próxima a los impecables y minuciosos estudios del estadunidense Allen w . Phillips y el sevillano Alfonso García Morales, que propiamente a los admirables ensayos de Xavier Villaurrutia, Octavio Paz, José Luis Martínez y José Emilio Pacheco, a quienes leyó muy bien. Sin embargo, lo original y distintivo de su trabajo es la inclusión en su análisis del punto de vista psicoanalítico. Para Martha Canfield cada verso cuenta en un doble sentido: en su aquilatada importancia y en su posibilidad interpretativa. Desde muy temprano, luego de su muerte, la crítica apuntó como rasgo característico de la poesía de rLV el asunto del misterio; tal vez el primero fue Vasconcelos en un breve texto que apareció en noviembre de 1921 en la revista México Moderno. rLV es uno de los escasos poetas y escritores en que cada nuevo misterio que se devela, crea uno nuevo. Ante todo la dualidad temática que sostiene el libro de Martha Canfield es la provincia y las mujeres, y a menudo una y otras se confunden. Partamos de un hecho: gracias a la magia verbal de López Velarde, para los poetas mexicanos, en su imaginario personal, sean conscientes o no, lo hayan visitado o no, Jerez es el pueblo literario por excelencia. Se puede haber nacido en cualquier rincón del país; todos tenemos dibujado en el alma el pueblo zacatecano. Martha Canfield ha señalado muy bien que la poesía de rLV es más
pueblerina que campesina; el orbe poético de rLV son las aldeas, pueblos y pequeñas ciudades de tierra adentro, solitarias, quietas, recoletas. Nada que ver, ya lo decía José Emilio Pacheco, con el sureste, la frontera y la costa. rLV jamás miró el mar. En esos lugares del centro de la República donde el poeta vivió (Zacatecas, Aguascalientes, San Luis Potosí), López Velarde ve en una mujer a todas y todas se individualizan en la Amada. Es Fuensanta (Josefa de los Ríos), pero a la vez son todas las jerezanas y todas las provincianas. O dicho por Martha Canfield: la mujer-provincia y la mujer plural. En La sangre devota, Fuensanta ocupa como astro central el cielo idílico, y en El son del corazón hallamos la nostalgia de la pérdida del reino y la cercanía apremiante de la muerte. Sobre Aguascalientes no hay, propiamente en sus libros, ningún poema en verso; apenas nos queda una divertida prosa de dos páginas (“Bohemio”), por la que sabemos de su círculo de amigos, la revista que publicaron, los gustos teatrales, el entusiasmo por las divas... En relación con San Luis Potosí son los poemas “No me condenes”, en donde hay un verso a la destinataria (María Nevares) –“ojos inusitados de sulfato de cobre–, uno de los más famosos de la poesía mexicana, y el poema “El candil”, que es una nave de cristal que cuelga en la iglesia de San Francisco, y al que ve como un símbolo de su vida. De la ciudad de Zacatecas, don-
de vivió dos años entre la niñez y la adolescencia (1900-1902), sólo hay un poema, “A la bizarra capital de mi estado”, varios de cuyos versos forman parte del imaginario tradicional zacatecano: la ciudad como “un cielo cruel y una tierra colorada”, la “frialdad unánime del ambiente”, los habitantes divididos en “católicos de Pedro el Ermitaño y jacobinos de la era terciaria”, las calles, que por las subidas y bajadas, parecen una “broma pesada”, la campana mayor de la Catedral que al tañer hace concurrir el “clamor concéntrico del bronce”... De 1914 a 1921, es decir, hasta su fallecimiento, López Velarde vive en Ciudad de México; no creo que sea “desprecio”, como escribe Martha Canfield, lo que sentía el jerezano por la urbe; dos sentimientos se contraponen: fascinación y horror. No es el mejor sitio para vivir, pero no hay otro mejor para desarrollarse. Sin Ciudad de México López Velarde no sería quien fue. Ciudad de México representaba el principal sitio para las amistades inteligentes, las revistas y editoriales donde publicar, las librerías, el sitio donde la familia no se sintiera “arrimada”, el paso por la Escuela Nacional Preparatoria, el bufete de la calle Madero, el anonimato sin tedio, la pasión erótica unida a la pasión religiosa, “las consabidas náyades arteras”... Martha titula su libro La provincia inmutable: en un sentido amplio la provincia jamás mudó en él, y en un sentido estricto, como se observa en El son del co razón, no la provincia, sino un pueblo –su pueblo– se va alejando de él, y al irse alejando le causa el arrepentimiento y el remordimiento por haberse ido. Varios de sus últimos poemas, particularmente “Mi villa” y “El sueño de la inocencia”, muestran la tristeza y el arrepentimiento por haberlo abandonado. Martha Canfield analiza también en su detallado libro los significados del agua y la luz, la danza y los animales, y hace un bello texto dentro del texto, que se lee como un cuento, al mostrar las afinidades hondas de la poesía lopezvelardeana con el gran poema provenzal “Miréio”, de Frédéric Mistral. Pero lo más atractivo de La provincia inmutable es el elaborado examen que hace de varios poemas, en especial de “Mi prima Águeda” y “La suave Patria”. En 1981, cuando se publicó por primera vez el libro, José Emilio Pacheco vio la interpretación de Martha como “lúcida, original y estimulante”; ahora, en su reedición corregida, consideraríamos lo mismo
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El suicidio en tiempos de la Mario Campuzano
POSMODER
EN MÉXICO ES UN ASUNTO DE SALUD PÚBLICA. ENTRE ADOLESCENTES Y ADULTOS ES LA SEGUNDA CAUSA DE MUERTE.
E
l suicidio es un evento difícil de comprender. ¿Qué sucede en algunas personas y en su entorno que los lleva a atentar contra su propia vida? A Freud le inquietó este acto tan contrario al impulso vital y terminó considerándolo una de las expresiones del impulso de muerte. En la actualidad esta explicación no resulta suficiente y se han buscado otros elementos que permitan entender los factores determinantes de una realidad que ha acompañado a la humanidad a todo lo largo de su devenir histórico. La importancia actual de este comportamiento autodestructivo radica en el aumento progresivo del número de casos en nuestro país, de tal forma que se considera un asunto de salud pública. El problema alcanza una dimensión tal, que en adolescentes y adultos jóvenes es la segunda causa de muerte.
LA INFLUENCIA SOCIAL Y DE ÉPOCA En el siglo xix , Émile Durkheim (El suicidio. Estudio so ciológico) inicia la comprensión de este fenómeno en relación con sus determinantes sociales, lo cual permite trascender el estrecho marco de un problema individual de orden psicológico o moral. Desde la perspectiva social queda claro que el suicidio no puede considerarse siempre de origen patológico, ya que hay suicidios de honor asentados en un determinado marco cultural, por ejemplo, los que se realizaban en la vieja cultura japonesa, como el hara kiri; suicidios rituales en culturas del pasado para obtener favores de los dioses, en el México prehispánico donde se practicaba el autosacrificio ritual religioso del cual tenemos, como mito, el suicidio/autosacrificio de Nanahuatzin, que se lanza al fuego para convertirse en el sol necesario para alumbrar al mundo, o suicidios conscientes y racionales determinados por distintos motivos, como enfermedades terminales o insoportables, vejez u otras causas. Esta última posibilidad implica una postura diferente a la mayoría de las grandes religiones que estigmatizan la realización del acto suicida, al punto que en alguna de ellas los suicidas no pueden sepultarse en el cementerio religioso. Goethe, desde la literatura, mostró un ejemplo clarísimo de la influencia de la cultura de época, en ese caso el romanticismo del siglo xix , en su novela juvenil de fuerte contenido autobiográfico Las penas del jo ven Werther, personaje que se suicida ante la realidad de un amor imposible con una mujer casada. La publicación de la obra mostró los efectos de “contagio social” ya que, como reguero de pólvora, se produjo una cauda
de suicidios similares que se llamaron “efecto Werther”, condición que se repite hasta la actualidad como secuela de la difusión pública de suicidios notables. Si la frecuencia, motivaciones y forma de realización del suicidio dependen de los factores sociales, económicos y culturales de cada época, en la actualidad tenemos que considerarlos en conjunción con neoliberalismo y postmodernismo. Y si, como muestran las estadísticas, se han incrementado los suicidios, ¿qué nuevas condiciones en la cultura de época pueden explicarlo, así como las peculiaridades de las formas con que se realiza?
CAUSAS DEL SUICIDIO O INTENTO DE SUICIDIO PATOLÓGICO La experiencia acumulada a lo largo del tiempo en la psiquiatría ha permitido identificar dos causas principales del suicidio o del intento de suicidio. En primer lugar, episodios depresivos de origen emocional y, en segundo lugar, trastornos psicóticos como la esquizofrenia y los trastornos bipolares. Esta es la visión médico-psicológica tradicional, sólidamente asentada. Ahora bien, en épocas recientes se ha podido identificar y comprender una modalidad particular, de gran importancia, que conforma un tercer grupo: la de los suicidios reiterados, identificados como de origen caracterológico. Es importante destacar que todos estos casos pueden acompañarse de factores coadyuvantes que agravan el cuadro, en especial las adicciones, situaciones económicas críticas o el desempleo. Y aquí, en los factores coadyuvantes, es donde podemos encontrar elementos de la cultura de época que expliquen el crecimiento del problema. Empecemos con el tema de las adicciones y su relación con los cambios culturales de la postmodernidad, donde se produce un incremento del individualismo con un corte narcisista, hedonista y consumista, propio de la época de consumo de masas, lo cual genera ciertas patologías de época: las adicciones, por una parte, y por otra, trastornos de la alimentación como la anorexia nerviosa y la bulimia. Las adicciones son ejemplo del énfasis social en el consumo, en este caso como consumo del placer inmediato a través de distintas substancias psicotrópicas que el mercado ofrece y que son fácilmente asequibles de forma legal o ilegal, y que han dado lugar a un severo problema social y de salud pública. La magnitud del problema actual, inédito en la historia, hace evidente su origen social, aunque también se sustente en fragilidades individuales y vinculares que hay que considerar en su tratamiento y prevención.
Nick Irvine-Fortescue, Stencil graffiti, Holborn/Clerkenwell. Fuente: flickr.com
Aunque en algunos casos puede haber una búsqueda tanática, lo dominante, según la experiencia en la clínica, es la búsqueda hedonista como postura narcisista favorecida por la inmediatez de efectos que da el consumo de una substancia psicotrópica, así como su facilidad de consecución, donde no hay que batallar con esfuerzos mayores a tener un poco de dinero para comprarla, ni aventurarse en las complejidades de la búsqueda de satisfacciones vinculares y sociales; de ahí que en situaciones avanzadas de adicción el sujeto, cada vez más alienado, se vuelva pasivo y aislado, y busque en las drogas las satisfacciones imaginarias que otrora buscara en el medio social real. Los otros factores coadyuvantes son las situaciones económicas de carencia grave y de desempleo. Es muy comprensible que ambas lleven a determinaciones tan radicales, ya que un ingreso insuficiente o nulo pone en riesgo la posibilidad de la vida misma; amén de que el empleo y el dinero son elementos básicos de sostén, junto con el cuerpo, del narcisismo normal que todos requerimos. Las estadísticas oficiales del inegi apuntan en ese sentido, ya que en 2014 un tercio de la población que cometió suicidio no tenía trabajo. Esta situación de desempleo y déficit monetario grave se incrementa en
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RNIDAD
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Suicide stencil. Fuente: flickr.com
recurrente suele tener intenciones de control y manejo del ambiente interpersonal, aunque en realidad el paciente sufre porque no puede manifestar verbalmente su sentir y simplemente lo actúa en contra de sí mismo en forma de un acto suicida. Esta modalidad de intentos de suicidio no es de origen reciente, pero el cambio postmoderno de formas de crianza y educación que favorece el incremento de caracteres inmaduros, dependientes y narcisistas tiende a aumentar su frecuencia. Estos trastornos graves de la personalidad pueden cursar con episodios depresivos o con reacciones adaptativas que son vividas muy intensa o exageradamente, y es cuando quienes los padecen se vuelven violentos, irritables, agresivos y pueden proyectarlo hacia el exterior o en contra de sí mismos en actos suicidas. Algunos casos, poco frecuentes, tienen otro origen, que siempre hay que considerar, como el caso que pude conocer de un hombre abusado sexualmente por su padre en la niñez, que intentó suicidarse en un par de ocasiones como expresión de su desesperación al no encontrar salidas y como recurso extremo para pedir ayuda que, quizá, alcanzó a comprender el padre, pues ya no intentó nuevos abusos.
LA NUEVA PATOLOGÍA EMOCIONAL
Las estadísticas oficiaLes deL inegi apuntan que en 2014 un tercio de La pobLación que cometió suicidio no tenía trabajo. la población como efecto estructural del modelo económico neoliberal, y es algo que los economistas con esta orientación prefieren ignorar al tomar sus decisiones.
LOS INTENTOS DE SUICIDIO REITERADOS Los intentos de suicidio reiterados son muy conocidos en los servicios de urgencias, pero poco comprendidos en su causalidad y tratamiento hasta épocas recientes. Tienen, en la mayoría de los casos, origen caracterológico asentado en estructuras inmaduras, infantiles. Su tendencia es crónica, repetida, como expresión de un estilo de vida y una forma de comunicación que en el psicoanálisis grupal se llama comunicación figurativa o dramatizada, porque implica la actuación de un conflicto psíquico o interpersonal, o la expresión de un mensaje que no es verbalizado. La conducta suicida
El psicoanálisis se inicia a partir de la teoría freudiana donde, como patología psíquica, sólo se concibe el modelo de las neurosis, de tendencia inhibitoria, con sus mecanismos de defensa intrapsíquicos organizados alrededor del conflicto entre distintas instancias, predominantemente entre la satisfacción de los impulsos sexuales y agresivos y su control ajustado a las necesidades de la convivencia social y los mandatos culturales. La evolución del psicoanálisis en sus más de cien años de existencia ha mostrado el pasaje de problemáticas centradas en el control excesivo, inhibitorio, de los impulsos sexuales y agresivos al predominio de caracteres infantilizados con comportamientos donde destacan la impulsividad y la fragilidad. Estos caracteres se mantienen, aun en la adultez, en formas vinculares semejantes a la etapa infantil de intensa dependencia entre el hijo y la madre, que se puede mantener extemporáneamente con la persona original o desplazarse a otra persona que actúa como estabilizador y organizador externo, sustituyendo funciones del aparato psíquico del sujeto. Como consecuencia, predominan en estos caracteres infantilizados las defensas interpersonales para el control del ambiente familiar y social por medio de comunicación no verbal y figurativa, semejante a la tenida en la relación temprana del
bebé con su madre. Claro, ajustado a las nuevas necesidades donde el llanto del bebé, por hambre, para solicitar el alimento que la calme, cambia a la manipulación para obtener atención, apoyo, amor u otras necesidades a satisfacer. Por esas razones no domina el porqué del conflicto intrapsíquico, sino el para qué de los intentos de manejo del ambiente interpersonal, aunque también tengan mecanismos de defensa intrapsíquicos de tipo primario.
IMPORTANCIA DE LA INCLUSIÓN DE LA FAMILIA Es imprescindible incluir a los familiares en el proceso de diagnóstico y tratamiento, ya que son ellos quienes pueden favorecer y poner límites a las acciones controladoras de la persona. Cuando la familia queda “atrapada” por el control del individuo afectado, favorece el riesgo suicida, de manera que cuando no es viable cumplir sus deseos se puede repetir la acción de intento suicida generando un círculo vicioso. Tras la realización del intento de suicido y después de una o varias sesiones psicoterapéuticas de corte especial con el paciente y sus familiares, es necesario establecer claramente y por escrito la responsabilidad diferencial del paciente, de la familia, del psicoterapeuta y de la institución para el tratamiento del individuo, el cual tiene como objetivo el mantenimiento de su vida y la mejoría de su problemática mental y emocional, aunque tiene que advertirse que lo delicado y difícil de estos casos hace que no siempre se alcance el objetivo buscado y haya una tasa de mortalidad a pesar de los esfuerzos de tratamiento, aún en los casos impecablemente conducidos.
CORTES EN LA PIEL DE UN JOVEN Hay otros casos en la patología psíquica contemporánea en los que el cuerpo es autoagredido. Se trata de una situación frecuente en los jóvenes (y algunos no tan jóvenes), que se practican cortes en la piel, especialmente en áreas que la ropa cubre para poder ocultarlo a los padres. Algunos casos, poco frecuentes, tienen origen masoquista, como el descrito en la novela La pianista, de la premio Nobel Elfriede Jelinek, novela que después fuera llevada al cine con el mismo título. La mayoría de los casos aparece en personalidades inmaduras, que utilizan esta conducta como una forma de controlar la ansiedad u otras emociones desagradables que su yo débil no es capaz de manejar y que forma parte del conjunto sintomático de estos caracteres de la postmodernidad
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Sandra Lorenzano
La dama, E
LA COLOMBIANA ES AUTORA TAMBIÉN DE LAS HORAS SECRETAS, CRÍMENES DOMÉSTICOS Y LA CURIOSIDAD MATÓ AL GATO.
¿Q
ué hacen una dama, un poeta y un ropavejero cuando están juntos? Ana María Jaramillo se hizo esta pregunta, y como en un ejercicio de alquimia, o en un juego infantil (quizás los niños sean los únicos verdaderos alquimistas de la realidad), los reunió en las páginas de un libro delicioso; y allí los tres hicieron lo que saben hacer (y sobre todo lo que la autora sabe hacer): contar historias. Una dama, un poeta y un ropavejero reunidos por la pluma y la magia de Ana María nos cuentan una vieja historia de amor que es una historia de pasión, y a la vez de tristezas, de dolores, de separaciones, de traiciones, de violencias, de abandonos, vestida con el ropaje tantas veces engañoso de la magia y la memoria. ¿Será que son así todas las historias de amor? ¿Cargadas de desamor? Una dama y un poeta van desgranando sus recuerdos y sus deseos invitados por un ropavejero. ¿Dije invitados? Tendría que decir azuzados. ¿Qué busca ese extraño personaje? ¿Quién esa suerte de dios inmoral, o mejor dicho amoral, generoso pero taimado, tramposo y cálido a un tiempo? La pregunta sobre la “moralidad” divina sería una buena pregunta para la teología y, por qué no, para los escritores. El subtítulo de la novela es “Cambalache de enseres y otros recuerdos”. Yo, para no irme con mi argentinidad y con la letra del gran Enrique Santos Discépolo, aquella que tampoco nos vendría mal en estas épocas y que dice: “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. En el 506 y en el 2016 también…”, por las dudas, me fui al diccionario de la Real Academia y ¿saben qué dice de “cambalache”: “Trueque o intercambio de cosas de poco valor”. ¿De poco valor? ¿De poco valor los recuerdos, los álbumes de fotos, la colección de estampillas o de
los boleros favoritos, querido poeta, querida dama? ¿De poco valor las cartas o un pañuelo con lágrimas? Lo que es poco, es lo que sabe la Academia de nuestros afectos y de nuestras emociones. ¿O no? Somos esas “pequeñas cosas”, como dice otra canción. Son parte de nuestra historia, de nuestra entraña. Ya lo escribió Borges y lo recuerda la novela: “… somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. ¿A cambio de qué tienen que deshacerse de ellos, de sus propios y amados pedazos de vida, el poeta y la dama? Un espejo mágico que permitirá un encuentro pospuesto durante una eternidad, tiene la respuesta. El ropavejero, el cambalachero, tiene el poder sobre el tiempo. Vuelvo a la idea de que algo –mucho– tiene de dios, este personaje tan humano, algo mentiroso y hasta borrachín. Pero los verdaderos responsables de su vida, sus decisiones y las consecuencias que éstas traen consigo, son ellos, los enamorados (¿o desenamorados?), no él. Este cuento de hadas, con castillos, dragones y desencuentros amorosos, es también una reflexión sobre el tiempo y el destino. Así: ni más ni menos. Y en ella se cruzan dos elementos que a mí en lo personal me hacen absolutamente feliz: en primer lugar, el humor, una cierta ironía cargada a la vez de ternura, que Ana María mantiene permanentemente cerca. Un poco como diciendo: “Esperen, esto es sólo una historia.” Con maestría nos lleva de la emoción al distanciamiento, del enojo y la complicidad a la mirada burlona. Habría que preguntarle, como le pregunta el Ropavejero al Poeta: “…qué prefieres: ¿La verdad o una buena historia?” Y ella respondería, no lo dudo, como respondió el Poeta: “No hay una buena historia que no sea verdadera.” El segundo elemento que se cruza es la poesía; no sólo porque es consustancial a la escritura de la autora, sino porque además está abiertamente presente, dándoles título a todos los capítulos. En una suerte de intertextualidad poético-amorosa, allí están Hölderlin, Quevedo, Artaud, Andreievich, Shakespeare, Yeats, Pascal, Gibrán… El altar de quienes le susurran versos a la autora. Y cierro lo que quería decir sobre La dama, el poe ta y el ropavejero, para poder pasar a la siguiente novela, leyéndoles el epígrafe de Aurelio Arturo, para algunos el mejor poeta colombiano del siglo xx , y miren que Colombia es tierra de grandes poetas, aunque sólo publicó un pequeño libro, Morada al sur. El poema citado dice:
An
En el umbral gastado persiste un viento fiel repitiendo una sílaba que brilla por instantes. Una hoja fina aún lleva su delgada frescura de un extremo a otro extremo del año. “Torna, torna a esta tierra donde es dulce la vida.”
Estoy segura de que con este último verso: “Torna, torna a esta tierra donde es dulce la vida” palpita el corazón de exiliada, transterrada, nómade, de Ana María Jaramillo. Y si el poema se llama además “Morada al sur”, ¡qué les puedo contar sobre lo que me provoca también a mí! Gracias a Ana María y a Aurelio Arturo, quien forma mi santísima trinidad de la poesía de aquel país, con León de Greiff y con mi querido amigo Darío Jaramillo (y que me perdonen José Asunción Silva, Porfirio Barba Jacob y Jaime Jaramillo Escobar). Y, si ustedes están de acuerdo, paso ahora a hablar un poquito de El sonido de la sal. Se dice que un grano de sal puesto bajo la lengua del recién nacido lo protegerá de los malos espíritus. Quizás porque es una de las expresiones más minúsculas y a la vez poderosas de los dioses. Como el propio ser que llega al mundo. La historia toda está encerrada en ese pequeño cristal; la historia toda está encerrada en ese pequeño cuerpo. Milenios de fundaciones y éxodos, de guerras y devociones, de pasiones y caricias, de exploraciones y mitos, de guerras y libros, de miedos y rituales. Todo dentro del grano de sal. Nuestro verdadero Aleph. La humildad de lo inconmensurable. Mi abuela, como luego mi madre y como aprendí a hacer yo misma, llegaba a cualquier nuevo hogar, ése recién fundado por el amor y el deseo de independencia, siempre con dos cosas en las manos: pan y sal. Así lo han hecho por los siglos de los siglos todas las mujeres de nuestra estirpe. Se convoca con ellos a los buenos espíritus en recuerdo, decía mi madre, que como buena atea inventaba casi toda su tradición, de la marcha por el desierto. Sal y pan. Aquello que no se le niega nunca a un semejante. Aquello que acompaña el vaso de agua refrescante y solidario. Y así llegó a mí la novela de Ana María Jaramillo. El sonido de la sal es agua refrescante y solidaria, mano tibia a pesar de las tristezas, pequeño Aleph protector a pesar de los destierros y los desamores. Cristal apenas entrevisto en los sueños de todos los memoriosos. Cristal que trae otras cadencias del tiempo, la certeza de lo perdido y la marca a fuego de los nombres amados. Así llegó a mí El sonido de la sal. Con el murmullo sabio que dice que la vida quizás tampoco esté en otra
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el poeta y el ropavejero y El sonido de la sal: las novelas de
na María Jaramillo parte, que la vida no es sino ese caminar teniendo un perro junto a nosotros que algún día será quien nos acompañe en ese único viaje que no quisiéramos emprender. Más allá, un ser al que amamos y que nos ama a pesar de los años y la costumbre, unos hijos por los que daríamos la vida, y ausencias dolorosas que no compartiremos con nadie. “Novela” aclara la portada y eso ya es sospechoso. Como si dijera “vaso” sobre el vaso, o “pluma” en este artilugio con que escribo. “Novela”, como cuenta García Márquez, con quien Ana María comparte sus dos patrias, que tuvieron que escribir los habitantes de Macondo al perder la memoria. Para no confundir el vaso con la pluma, las lágrimas con el humo, los cerros de Colombia con las voces de esta ciudad, el pan con la sal. “Novela” hubieran escrito en la portada porque la confusión puede ser un riesgo. Y ustedes y yo, lectores desprevenidos, podemos sentir de pronto que leemos un largo poema, un diario íntimo que busca el lugar exacto en el que crear un hogar; un monólogo que es diálogo con los propios fantasmas. Allí está Margarita con sus cincuenta años, su perro Caliche, su miedo a no servir ya para nada –como la sal cuando deja de salar, según la amenaza de Mateo en las líneas puestas como epígrafe: “Vosotros sois la sal de esta tierra. Pero si la sal deja de ser salada, ¿cómo seguirá salando? Ya no sirve para nada, así que se la arroja a la calle y la gente la pisotea.” El miedo de Margarita a no servir ya para nada, a ser pisoteada por la gente. ¿Para qué sirve una mujer con la piel que ha recorrido ya cincuenta veranos, que guarda miedos y ausencias, que ha perdido más de un hogar, que sabe que la vida ya no está donde está ella? ¿Para qué? A veces Margarita llora para recuperar el sabor de la sal. ¿Tiene algún sentido? ¿Vuelven con la sal los ausentes? ¿Vuelve el tiempo de la felicidad? ¿Vuelven las manos suaves de los ángeles encarnadas en esas tías de la infancia? ¿Vuelve la hermana robada por la violencia? “Novela” dice la portada, pero Ana María sabe que lo que hizo con la escritura fue dibujar las siluetas de las pérdidas. Margarita, la protagonista, que se llama Márquez como su paisano, busca una isla desierta. Ana María puebla las islas de Margaritas porque las islas desiertas sólo son deseables cuando sabemos que volveremos a la tibieza de alguna piel que quizás nos ame, o cuando, como Calipso, podemos poblarlas del recuerdo de Ulises. Pero las islas pueden ser sólo promontorios, y Ulises un desempleado que se sienta a ver programas de concursos por televisión. Mejor ser náufraga por siempre, ir de mar en mar, de isla en isla, de
cuerpo en cuerpo para no olvidar que una es “una salvada de las aguas, una arrojada como espuma en una costa desconocida, una venida del otro lado, una emigrante, una inmigrante, otra”. ¿Y qué puede hacer una venida de otro lado sino buscar la sal de todas las patrias posibles? ¿Qué puede hacer una si además se llama Margarita? Porque seguramente usted como yo, ambos lectores incautos, no sabíamos (podemos disimular diciendo que lo habíamos olvidado) que margarita no es sólo un nombre o una flor o una isla verde en el corazón del Caribe venezolano, o la isla fluvial más grande de la depresión momposina colombiana: es además, es tam-
“noveLa” dice La portada, pero a na m aría sabe que Lo que hizo con La escritura fue dibujar Las siLuetas de Las pérdidas .
bién, un mineral. Sí, como el minúsculo grano de sal que ahuyenta los malos espíritus. Un mineral de la clase de los silicatos, dice la enciclopedia; subgrupo filosilicatos, y dentro de ellos pertenece a las –no podía ser de otro modo– “micas frágiles” (a veces parece que la realidad copia a la ficción, ¿verdad? La ciencia a la poesía). La fragilidad de las margaritas es inversamente proporcional al sabor salado de sus lágrimas. Las lágrimas como las de Ariadna, abandonada por Teseo, en aquella otra isla que podría ser un promontorio pero no lo es: Naxos; el lugar del mundo donde hay mayor presencia del mineral llamado margarita, frágil espejo del azul del Mediterráneo. “A veces me dan ganas de llorar –podría haber escrito Ariadna, como José Gorostiza–, pero las suple el mar.” O como cantara Fernando Pessoa, que como uno de los hombres que pasara fugazmente por la vida de Margarita, también era un enamorado de Lisboa: “Oh mar salada, cuánta de tu sal son lágrimas de Portugal.” Islas, lágrimas, mujeres que abandonan o son abandonadas porque quién no piensa que la vida está en otra parte, y quién pensándolo se atreve a salir a buscarla. Quizás siguiendo las líneas de la mano, como predicen los gitanos, quizás siguiendo la estela de alguna falda floreada y vaporosa que protege de las miradas indiscretas a las piernas saladas de las mujeres que leen el futuro. Como Ana María, como Margarita, también quise ser gitana y caminar descalza lejos de los habitantes de la sombra, de los dioses del eclipse que se alimentan del futuro de los cuerpos jóvenes. Cuerpos jóvenes, piernas saladas como las de esa hermana que jamás regresó a casa. Porque El sonido de la sal es también una elegía para aquellos que no volvieron, devorados por la “violencia de un país de bandoleros”. “Te llevó el diablo hermana, no supimos estar a la altura de tus sueños.” Habitante de un “país ajeno y generoso”, Margarita tiene miedo de soñar. Miedo de echar raíces, de amar y ser amada, de confundir la novela con un poema, la sal con el pan, las lágrimas con la tristeza. Porque la nostalgia puede quebrar todo lo que permanece en pie dentro de ella, Margarita tiene miedo de soñar. Pero de a poco su isla desierta es esa mesa en la que la esperan el pollo con verduras y la tibieza de un hogar. Allí la encontramos nosotros llevando en las manos el pan y la sal de la memoria. Allí llegaremos a agradecerle a ella y a Ana María el que nos hayan enseñado que a veces la vida –increíblemente– puede estar donde también nosotros estamos. Así sea
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John Christian, El ulucuacame lleva sus ofrendas, 1972. Camino al desierto de Wirikuta, San Luis Potosí. Impresión contemporánea. © Archivo Lilly. Con autorización del Centro de la Imagen
Carmen Parra TRABAJARON CON FERNANDO BENÍTEZ EN UNA INVESTIGACIÓN ACERCA DE LOS HUICHOLES. SE CONOCIERON EN WASHINGTON DURANTE LA GUERRA DE VIETNAM, HUYERON DE SU REALIDAD PARA ENCONTRARSE CON REALIDADES HUICHOLAS.
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Tienes que esperar lo inesperado cada minuto, en cada hora, en cada día y en cada noche. John C . Lilly Padre de mi amigo
escatar el pasado de mis dos amigos es cumplir con un acto de justicia hacia ellos. Para mí, es prolongar mis nostalgias. Durante la década de los ochenta, Fernando Benítez trabajaba con John y Colette Lilly, ya que ellos llevaban tiempo en la Sierra Madre Occidental investigando sobre los huicholes. Benítez los comparaba con personajes de r . L . Stevenson, pues eran como esos grandes aventureros que son capaces de transgredir el tiempo y sus contradicciones para buscar una verdad perdida como tesoro en los lugares más recónditos del planeta, recorriendo los más sombríos senderos, pasando inimaginables dificultades y grandes penurias, pero siempre convencidos de estar en el camino correcto para realizar, en el caso de los Lilly, su investigación sobre la cosmología indígena mexicana. John y Colette fueron complementarios en su extraordinario sueño por los caminos de los huicholes y por México. Se conocieron en Washington durante la guerra de Vietnam y, como muchos jóvenes estadunidenses, huyeron de su realidad para encontrarse con otras. En ese momento surgían los movimientos hippie y beatnik, con Ginsberg, Kerouak y Burroughs como personajes principales, entre otros rebeldes pacifistas, que empezaron a abrir el camino de las experiencias extrasensoriales a través de las sustancias psicoactivas. En
México se puso de moda viajar a Oaxaca para conocer a María Sabina y consumir hongos de manera ritual. Hasta allá llegaron celebridades de todo el mundo, como Los Beatles. John Lilly fue hijo de un gran científico estadunidense, amigo de Huxley, quien descubrió la comunicación entre los delfines e inventó la cámara de aislamiento: un espacio cerrado que propicia alucinaciones sin necesidad de sustancias tóxicas, que consistía en un tanque herméticamente cerrado y medio lleno de agua salada tibia, en donde la persona flota y experimenta vivencias cósmicas y extrasensoriales. El padre pertenecía a un grupo de neurocientíficos que investigaban y producían drogas alucinógenas como LSd y ketamine, que luego servirían al ejército estadunidense en su guerra contra Vietnam, que había empezado en 1960 y terminaría en 1972 con el retiro de sus tropas. La familia de John era parte del establishment americano, eran banqueros. En los dólares, una de las firmas pertenece a uno de sus abuelos. Colette Lilly era francesa, su padre fue combatiente en la resistencia antinazi Maquis, parte de la guerrilla rural, y murió fusilado por la Gestapo. Su madre se fue a Washington a trabajar a una organización internacional y Colette la acompañó. Ahí conoció a John. Era 1965. En ese mismo año deciden irse juntos de Estados Unidos y viajan a México. Ahí iniciaría la aventura de su vida, de su pasión amorosa y de su descubrimiento de las más hondas raíces mexicanas. En Washington tomaron un tren hacia Veracruz y de ahí a Ciudad de México,
La ruta
y se instalaron en Xochimilco. El sueño de John fue siempre la visión de Tenochtitlán antes de la llegada de los españoles, por lo que los canales y las chinampas eran para él una mágica evocación del mundo prehispánico mexicano. En Xochimilco conocieron a un hombre huichol que fue su introductor y guía en su camino a la Sierra Madre, a Wirikuta, uno de los territorios más sagrados de la cosmogonía wixárica (huichol), la tierra del peyote. John era cineasta y fotógrafo y Colette era bibliotecaria, por lo que logró un minucioso trabajo etnográfico luego de más de cuarenta años de vivir y convivir con los huicholes, mismo que quedó plasmado en un libro que preparó pero que no podrá tener en sus manos, pues murió el pasado primero de noviembre, día de los muertos niños, luego de inaugurar su exposición el 20 de octubre en el Centro de la Imagen de Ciudad de México. Esperamos ver y leer el libro próximamente, editado por el Instituto Zacatecano de Cultura Ramón López Velarde. Los Lilly cumplieron con su misión en esta tierra mexicana dejando un archivo fílmico, fotográfico e histórico invaluable. Nos toca a nosotros protegerlo, cuidarlo y conservarlo de la mejor manera, apoyando a su heredero, Edín Alain Martínez.
FERNANDO BENÍTEZ Y LOS LILLY
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onocí a los Lilly en un viaje al México profundo con Fernando Benítez, quien comentaba en esos días que estaba casi seguro de que nadie de sus amigos (Fuentes, Monsiváis, Rojo, Pacheco, Cuevas, et-
John Christian, John Lilly calentando sus manos, 1972. Desierto de Wirikuta, San Luis Potosí. Impresión contemporánea. © Archivo Lilly. Con autorización del Centro de la Imagen
sagrada de John y Colette Lilly cétera) había leído sus libros sobre los indios de México porque esa realidad no les interesaba para nada. Llegamos a Guadalajara para salir hacia Tepic, Nayarit, tierra de mis ancestros por parte de mi padre, los Romano y los Rivas Mercado, y por parte de mi madre, los Gómez Flores Osuna. Nos subimos al coche de John y Colette, llenos de mapas y libros sobre la ruta que debíamos tomar. El primer lugar a visitar era Mexcaltitán en Santiago Ixcuintla, el origen de la mítica Aztlán, de donde partieron los aztecas para fundar la gran Tenochtitlán. Todavía es una isla detenida en el tiempo. Llegamos a Mexcaltitán en una barcaza. Era el atardecer y la propuesta de John era que imagináramos y visualizáramos la flora y la fauna, garzas, chachalacas y patos que seguramente habían habitado también Tenochtitlán. Se supone que en la zona había una cultura anterior que construyó edificaciones con conchas de ostión. Por todos lados hay muchos petroglifos y por eso Jacques Soustelle, etnólogo francés especialista en culturas mesoamericanas, había enviado grupos de arqueólogos para trabajar en esa zona para sus investigaciones sobre los aztecas. Era una tarde deliciosa del trópico, avanzábamos a lo largo de las marismas nacionales, que ahora son una reserva de la biosfera, de una riqueza natural incalculable. Es el manglar más grande de la costa del Pacífico mexicano. Llegamos a la isla. El trazo renacentista de la ciudad me sorprendió, con su iglesia al centro, de donde salían pequeñas calles, como rayos de sol hacia las marismas
que a veces suben de nivel, volviendo al pequeño pueblo una mínima Venecia tropical. Las casas eran de techos de tejas de doble agua, pintadas de colores. La basura flotaba alrededor. Empezamos a buscar dónde dormir porque la noche estaba a punto de caer. Como no encontrábamos lugar, fuimos a la iglesia. Afortunadamente, el párroco nos recibió. Me acuerdo que los Lilly, como buenos exploradores, estaban preparados para cualquier circunstancia y sacaron unos mosquiteros de campaña que colocamos en los catres que nos dio el padre para pasar la noche. Salimos a dar la vuelta por el pueblo y nos metimos a una cantina de donde salía una música tropical. Adentro estaba todo oscuro, con unos focos pelones colgados del techo. Una atmósfera color rojo viscoso invadía el lugar. Había puros hombres ensombrerados. Pedimos una cerveza. John y yo empezamos a bailar y Colette y Fernando nos siguieron. Éramos los extraños, los siempre extranjeros. Dormimos protegidos por las campanas de la iglesia. Al día siguiente fuimos a desayunar a un comedero típico del lugar, una barraca sobre el agua donde todo era camarón: albóndigas de camarón, tamales de camarón, tostadas de camarón, tacos de camarón, camarón que se duerme, se lo lleva la corriente. Si tuviéramos cultivos, pensé en ese momento, los camarones de las marismas nacionales podrían alimentar a la población de todo el país. Acabamos de comer y salimos hacia el embarcadero para tomar la misma barcaza que nos trajo. Nos despedimos de este lugar, el Aztlán imaginario, y nos dirigimos a Mazatlán.
Íbamos en la mítica camioneta Suburban azul turquesa 1970 de John, en donde cabían todos los sueños. El camino a Mazatlán era el magnífico paisaje de la Sierra Madre que los Lilly conocían perfectamente. En cada tramo nos iban señalando los lugares sagrados de los huicholes, que generalmente eran los picos de las montañas. Colette era también una experta en etnobotánica y nos describía la vegetación que íbamos viendo en el camino. Ella era conocida de Evans Schultes y Hofmann, autores del libro Plantas de los dioses, orígenes del uso de los alucinógenos, (Fondo de Cultura Económica, 1979). Viajar con el ser extraordinario que fue Fernando Benítez, un apasionado del mundo, de la geología, la geografía, la historia y la cultura como forma total de vida, era siempre inolvidable. Las pláticas sobre México eran un homenaje a la vida, en las que contaba anécdotas maravillosas sobre sus viajes anteriores a las comunidades huicholas y de cómo, por ejemplo, llegaba hasta Santa Catarina, el pueblo de los huicholes en la Sierra Madre, llevado en mula y con tamemes durante dos días caminando bajo un cielo azul interminable. Alguna vez Benítez viajó con Bryan Rey, un fotógrafo que trabajaba mucho con los Lilly y del cual hay muchos documentos resguardados. Afortunadamente, existe el Archivo Lilly que está perfectamente organizado ya que Colette, siendo bibliotecaria, llevaba una bitácora de viajes rigurosa y catalogó cada una de las experiencias que vivieron en estas tierras. Todos los materiales gráficos y documentales de su aventura están ahora en custodia de su heredero en Zacatecas. sigue
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Cuidar que este legado no desaparezca es tarea de todos nosotros. Pasamos por Villa Unión, un pueblo de rancherías sinaloense, perdido en la nada, en donde también tengo familiares. Luego llegamos a Mazatlán, en donde yo me despediría del grupo pues tenía que regresar a México para un gran evento: el bautizo de Pablo Elizondo, hijo de mis amigos Paulina Lavista y Salvador Elizondo. Yo era la madrina y Ricardo Valero el padrino. Regresaba a otro grupo étnico marginado, el de los escritores y poetas. Salvador había escogido al Padre Ponce para la ceremonia. La misa se dio en latín, pues Elizondo siempre había estado en contra de que la Iglesia hubiera dispuesto lo contrario. En la fiesta estaban muchos amigos de la familia, como Octavio Paz y Marie Jo, Eduardo Lizalde y José Luis Martínez, entre muchos otros. Paulina demostró sus dotes de anfitriona: dio un banquete extraordinario en su casa de Coyoacán bajo la gran jacaranda desde donde se veían las enormes plantas de mariguana enfrente del estudio de Salvador, mismas que pasaron completamente desapercibidas. Regresé a mi casa de San Ángel enriquecida con el encuentro y con la experiencia que acababa de vivir con Benítez y los Lilly, quienes se convertirían en mis amigos de la vida.
cionando en dos ocasiones. Lo más importante era estar construyendo sueños de manera permanente. Otro de los viajes inolvidables que recuerdo es la expedición al territorio mazateco y chinanteco de Mil Islas en Oaxaca. Los Lilly se habían casado ahí y querían que Emiliano y yo conociéramos el lugar. El fotógrafo Bryan Rey era el patrocinador del viaje, pues los Lilly nunca tenían dinero. Nos fuimos en la camioneta azul. Como siempre, la idea era regalarnos este sueño del México pre-conquista. Llegamos a un lugar de fantasía, salido de la imaginación. El paisaje insólito de Mil Islas nos trasportó a otros mundos. Bajamos al pequeño puerto y tomamos una lancha hacia una de las islas en donde vivía un grupo de mazatecos, en donde se casaron John y Colette. En las casas de palma
DE SUEÑOS Y TRENES
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ohn y Colette me abrieron ventanas a mundos desconocidos. Tenían una casa en Contadero que reflejaba su alma de viajeros de la estirpe de Stevenson: era un espacio lleno de mapas aéreos, terrestres y de pinturas de la antigua Tenochtilán, hechas por unos amigos suyos texanos, los pintores hiperrealistas Stuart Gently y su hermano gemelo, quienes solían trabajar en la misma tela al mismo tiempo. Había también cuadros de los volcanes de Helguera y muchos objetos y cuadros huicholes. La casa era de techo de doble agua, cerca del Desierto de los Leones. Era muy húmeda y olía a humo y madera. Tenían muebles muy sencillos y una pequeña cocina. El lugar principal era la gran sala de proyección que John había preparado con todo el equipo necesario para ver sus películas de 35 mm. Había también un cuarto de edición en donde se quedaba a dormir mi hijo Emiliano, a quien John había adoptado con gran cariño. Quería transmitirle sus conocimientos, pues ellos no habían tenido hijos. Lilly era un apasionado de los ferrocarriles como sistema de transporte. Estaba totalmente en contra de los gobiernos de Estados Unidos y México, que habían decidido apoyar la construcción de carreteras para favorecer a los armadores de la industria automotriz y al petróleo, cosa que finalmente acabó con los trenes en México. También pensaba que el Zepellin debía sustituir a los aviones. John era un inventor, tenía una serie de aparatos que él había ideado. Uno de ellos era una especie de lupa que volvía tridimensionales los mapas de montañas en México. Un día armó en el cuarto de Emiliano una maqueta de trenes con montañas, bosques, ríos y puentes, que no terminaba nunca. Recuerdo cómo mi hijo me pedía dinero todo el tiempo, pues tenían que comprar nuevas vías de tren. Creo que, en cinco años, vi la locomotora fun-
los sueños en el cerebro humano ha disminuido, mientras que en el mundo indígena, el sueño, la realidad y el mito son realidades indivisibles. Eso es exactamente lo que une a los indígenas y lo que a Occidente le es ajeno. Esta unidad con la creación del universo es la que estudiaba el papá de John, neuropsicólogo, científico y místico que decía que la unión con dios es el verdadero yo. Él buscó siempre comunicarse con otras especies, y para ello experimentaba con alucinógenos para entrar en un estado alterado y lograr ser parte de la creación de éste y otros universos. Nunca olvidaré cómo en la sala de proyección de la casa del Desierto de los Leones, viajábamos de la mano de John a través de sus películas al mundo huichol, a Santa Catarina y al origen del fuego. Nunca hubiera conocido una comunidad indígena si no hubiera sido por los Lilly. Ellos convivieron tanto con los huicholes –hablaban su idioma y vivían en sus casas –, que cuando éstos llegaban de la Sierra, llegaban a vivir con los Lilly. Muchas veces llegaron a mi casa en San Ángel, 1ª Cerrada de Galeana 13, a comer o visitar. Vestidos elegantísimos en atuendo tradicional, con una gran dignidad, los huicholes entraban y departían con una gran naturalidad con la gente que no era de su cultura, sin ninguna sensación de diferencia. Comíamos debajo de un gran árbol de colorín que había en el patio de la casa. La teoría de John era que este grupo era parte de la aristocracia del imperio azteca que se refugió en el lugar más recóndito de la Sierra Madre, haciendo la traza del pueblo igual a la del Templo Mayor.
LA PINTURA DEL MARAKAME
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John Christian, Celso enseñando sus pequeños bules para tabaco, 1972. Desierto de Wirikuta, San Luis Potosí. Impresión contemporánea. © Archivo Lilly
y madera con pisos de tierra nos recibió la comunidad muy afectuosamente. Hablaban un idioma que me remitía a Oriente. Eran como pájaros. Llegamos a una de las casas en donde nos alojaron para dormir y comer. Nos despertábamos al amanecer con el ruido de los guajolotes y de la molienda del maíz, para oír las palmadas sobre la masa, el fuego y las maravillosas tortillas en el comal. La vegetación era como una imagen de la enciclopedia sobre la naturaleza. En esta región del río Papaloapan dimos un paseo a pie y en lancha para ver esas vistas increíbles y conocer algunas islas. Nos regresamos y los Lilly nos depositaron en Orizaba para tomar el tren a Ciudad de México. Ellos se quedaron unos días más a tomar fotografías. En el mundo de los Lilly lo que más importaba era la relación con el origen de los mitos, ya que las sustancias alucinógenas están en la raíz del fenómeno. Hoy en día, en la civilización occidental, la región de
n esos días, a través de esta amistad, obtuve permiso para pintar a Mazihua, un marakame (chamán) que posó para mí en mi estudio. Él era hijo del huichol que pintó Diego Rivera tocando un instrumento musical y eso me daba mucho gusto, pues yo sentía que había una continuidad de intereses entre generaciones. Para poder trabajar con él, tuve que pedirle permiso en una ceremonia para la cual compré un becerro que fue sacrificado durante el ritual. De esta manera establecí un diálogo con el mundo huichol a través de la pintura. Retraté a Mazihua sentado en una silla, con su traje de marakame y su sombrero con plumas de águila. La tela de su vestimenta, bordada por su mujer, representaba parte de los mitos de la cosmogonía huichol, como los venados, las flores, el peyote, los pájaros, el águila bicéfala, los gallos… Tenía su bolsa o morral tejido típico de lana negro y café cruzado al pecho, también con el águila bicéfala. En los hombros llevaba un pañuelo de orilla roja también bordado con pompones de colores. Me fascinaba observar cómo él mismo era un objeto sagrado, con toda la carga simbólica de su cultura impresa en su atuendo, de pies a cabeza. Eso pasa, por supuesto, con todos los miembros de la comunidad wixárica que siguen sus tradiciones. Cada pincelada me adentraba a los ojos de Mazihua. Era entrar a un mundo desconocido, pues los puntos de referencia que los occidentales tenemos de las culturas ancestrales son imaginarios, tenemos una visión antropológica, de biblioteca. No hemos compartido ni lengua ni cotidianidad y, por mi parte,
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sólo a través de las películas de John y la información de Colette podía acceder a ese mundo tan maravilloso como lejano. Las películas en 35mm nos hacían acompañarlos a pie en la Sierra Madre hasta Santa Catarina, paisajes en donde sólo podían habitar los dioses, en el más recóndito lugar. Llegábamos a ver la traza de los templos rodeada de las pequeñas casas muy simples, de adobe, donde vivía la comunidad. La visión era como el vuelo de un águila en un mundo donde se celebra la creación del fuego, donde las almas de los niños se convierten en colibríes. Es una tradición oral por supuesto más antigua que nuestro alfabeto y transmite, de generación en generación, toda su cosmogonía y estructura social. Veíamos también el desarrollo de las ceremonias, lo bailes, la música y los sacrificios, y sus chamanes, los marakames, portadores de todos sus secretos. Para abrir los campos de la percepción utilizan un objeto mágico que se llama mubieri que es un pequeño palo al que le amarran dos plumas de águila con hilos de colores que se agita en el aire para dar acceso a otro mundo. Es un instrumento que abre puertas. La comunidad participa en la ruta sagrada de los huicholes que va desde Real de Catorce hasta Nayarit. Los Lilly, junto con Humberto Fernández, formaron una sociedad civil que se llama Conservación Humana, aC, en donde yo participo y que está logrando que esta ruta se incluya en la lista de la uneSCo de Rutas Sagradas del Mundo. Como John se había convertido en un ser huichol, la realidad mexicana se le escapaba. En un momento dado, por ejemplo, pensó que su casa en Cuajimalpa era suya porque en alguna ocasión, había dado un dinero, por supuesto que sin papeles ni nada. Un día los desalojaron. Se encontraron con todas sus pertenencias en la calle. Fue así que se vinieron a vivir a mi casa. Los instalé en el estudio y pusieron parte de sus libros, películas y archivo en casa de mi madre y de su marido Beach Railey, en San Ángel. Fue un momento muy vergonzoso y traumático. Colette era una mujer discreta, decidida, disciplinada y suave. John era un caballo desbocado y su alma desesperada llevaba el secreto de una cultura que él se negaba a difundir en Occidente, para que no pasara lo que pasó en Huautla con María Sabina. Él sabía que guardaba un tesoro en imágenes y en conocimiento. Vivía desesperado, como un tigre enjaulado, porque sabía que él era un gran cineasta que lograba imágenes extraordinarias, pero sólo unas pocas gentes conocimos su trabajo. Porque él no lo mostraba. Nunca acabó la película que tenía en mente, por el respeto que le tuvo a ese mundo que lo había aceptado y acogido. Recuerdo que durante una estancia en París, viviendo en el estudio de Guy Roussille, otro visionario, llegaron Colette y John a visitar a la madre de ella en Grenoble. Mi amiga, la directora del Museo de Chartre, Sylvie Douce de la Salle, me hizo el favor de invitarnos a que John mostrara su trabajo en ese lugar. Nos recibió en la casa adjunta a la catedral, que era el recinto de exposiciones y casa de ella. John enloqueció inmediatamente al ver los mandalas en los vitrales de la catedral, pues tienen que ver con la geometría sagrada que corresponde a todas las culturas, y le emocionó comprobar cuánta relación tenía todo eso con lo wixárica. John llevaba su material para mostrarnos, pero nunca pudimos verlo. Era muy extraño, como si él mismo se pusiera una traba mental que siempre, por alguna u otra razón, incluyendo la descompostura de algún proyector, le impidió compartir su trabajo. Ahora pienso que, en el fondo, nunca quiso que viéramos
Colette y John Lilly. Fuente: http://fr.tourimex.com
nada para no descomponer su amado lugar. Todos los tiempos místicos se nos juntaron en ese viaje fantástico. La construcción de las catedrales, como contenedores e himnos de agradecimiento al cielo y a dios, se mezclaban con las imágenes y prácticas huicholas. En una ocasión hice un encacahuatado para celebrar tantos momentos memorables en ese lugar increíble, con esos amigos irrepetibles. Mientras Colette se iba a ver a su madre, John se quedó en casa de Roussille. Me impresionaba comprobar cómo John lograba sobrevivir en sus viajes, pues nunca traía dinero. Ni si quiera un poco. Sobrevivía de manera mágica. Flaco, siempre impecablemente vestido de blanco o colores claros, para John Lilly la comida era un asunto que no le interesaba en lo absoluto. Tenía la cara muy angulosa, con unos ojos azules incrustados en su calavera. Su mirada era el motor de su trabajo. Después de un tiempo de vivir en mi casa, un buen día llegó a mi cuarto estando yo todavía dormida. Me sorprendió su aspecto recién amanecido, el pelo encrespado y revuelto, la pijama desordenada. Llegó hasta los pies de mi cama y mirándome fijamente, sólo espetó: “Es que tú no entiendes el mundo indígena…” Poco después, decidieron irse a vivir a Zacatecas. Emigraron y se instalaron con todo su acervo en un lugar muy modesto a donde llegaban los huicholes de la Sierra a visitar o a hacer una parada en sus largos trayectos. John y Colette los ayudaban si estaban enfermos o tenían cualquier otro problema. Colette era pasante de medicina y eso era de mucha utilidad.
DE FASCINACIONES Y HECHIZOS
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ebido a que eran unos personajes tan fascinantes y fuera de lo común, una serie de amigos míos quedaron hechizados, al grado de llevarles personalmente, y con ayuda de las autoridades, un cargamento de venados cola blanca que en esa época escaseaban y, como sabemos, son fundamentales para la vida y la cultura huichola. Personas como Ofelia Medina, Fernando y Pablo Ortiz Monasterio, el doctor Juan Pérez Amor, Adam Weisman y el hijo de Pierre Alechinsky, entre muchos otros, sucumbieron a la atracción que los Lilly ejercían sobre quienes los conocían. Yo nunca los acompañé. Me daba miedo entrar a otras realidades a través de la ceremonia del peyote. Respeto esa cultura y ese mundo; lo toqué y lo sentí, pero me pareció demasiado fuerte y sabía que no era para mí. La experiencia que tuve con los Lilly y lo wixárica fue suficiente. Siempre he sentido la necesidad de transmitir todo lo que me enseñaron. Por eso inventé una exposición que nunca se realizó y un libro de la ruta sagrada que hizo Humberto Fernández para Sedesol, pues creo que el desconocimiento de sus verdaderas necesidades hace que todo lo invertido
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por el país en el mundo indígena nunca funcione. Necesitan respeto, medicinas y escuelas. No que les cambien su mundo, su manera de pensar y su religión. Aunque la globalización, que es un monstruo devorador, está acabando a través de la televisión y los celulares con las tradiciones en el mundo. Hemos sido afortunados en haber conocido de la mano de los Lilly a este grupo huichol que, a lo largo de todos estos años, también ha cambiado mucho. Al poco tiempo, John compró una casa en Zacatecas, para ya instalarse de manera definitiva. A partir de ese momento dejé de verlos por muchos años. John murió y Colette siguió su trabajo cuidando los archivos y terminando su libro, además de siempre estar al servicio de las necesidades de la comunidad huichola. Mi tristeza fue inmensa al enterarme, hace poco, de la muerte de esta mujer maravillosa. Personajes novelescos como ellos ya no existen. Especies en extinción, entregan su vida entera a una vocación, con una capacidad de entrar a otro mundo, el mundo indígena, que a nosotros como mexicanos nos cuesta tanto trabajo comprender y respetar. Ese mundo fue su pasión y lograron relacionarse con él y traducir para nosotros el universo desconocido que siempre está presente en nuestro país. Su vida en México tuvo siempre intermitencias con la ciudad de Los Ángeles, en Estados Unidos, en casa de un millonario descendiente de la familia Edison, que los protegía. Ese amigo suyo era hermafrodita. Se había casado y tenía dos hijas. Para mí, las historias que me contaban los Lilly eran como de Naranja me cánica. Según supe, vivían todos en una mansión inmensa a medias abandonada, en la que algunos cuartos estaban ocupados y muchas otras estancias estaban vacías, con o sin muebles. Al señor Edison le gustaba viajar a Mazatlán porque ahí podía encontrar una oferta sexual adecuada a sus necesidades e imaginaciones especiales. Excéntrico o no, apoyó siempre a los Lilly con dinero para hacer las películas que John nunca terminó. También visitaban al padre de John, el gran científico que vivía en Malibú, otro personaje extraño que había ganado mucho dinero. Se casaba con jóvenes estilo playboy y en la sala de su mansión proyectaba de manera permanente películas porno que no se terminaban jamás. Tiempo después se mudó a Hawai y entonces John y Colette viajaban allá. Para mí, este mundo era tan ajeno como el de Wirikuta. Ese mundo estadunidense puritano, tan ajeno a la latinidad, en donde la familia se disuelve, dedicado a la ciencia y a la tecnología a ultranza con miras al poder, al dinero y a las drogas. Ese mundo también inmerso en una inquietud y aspiración por alcanzar lo desconocido, investigando todas las posibles dimensiones humanas y cósmicas al estilo chamánico pero, contrariamente a los chamanes, sólo con fines de conquistarlo todo, poseerlo todo. Una especie de delirio humano de poder que nosotros no conocemos. A John C . Lilly le llamaba la atención que los cetáceos fueran tan buenos con los humanos y no los atacaran. Yo creo que a él le intrigaba porque vivía en una sociedad de guerra y violencia cuyo fin es apropiarse del otro y de todo lo que el otro posee y significa. Esa era su cultura. Pero tanto mi amigo John como su padre, vivían en otro estado de conciencia. No vivían en la materialidad del mundo, vivían en su mente. Esto me hace recordar cómo John siempre me pedía que lo perdonara porque él venía de una cultura tan poco civilizada y sofisticada en comparación con las antiguas culturas de México
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ARTE Y PENSAMIENTO ........
12 de marzo de 2017 • Número 1149 • Jornada Semanal
Francisco Torres Córdova
Ricardo Venegas ricardovenegas_2000@yahoo.com
Felipe Garrido MENTIRAS TRANSPARENTES Vísperas Ese rumor de nuevo. Como de alguien que hubiera entrado y se hubiese colocado a sus espaldas, los pasos ahogados por la alfombra. Alguien que la veía. Concentró la atención porque sintió que alguien más llegaba. –¿Eres tú, Esperanza? Nacho, dime, ¿eres tú? Quiso volverse, pero en cuanto intentaba cambiar de posición el dolor era insoportable. Sólo así, de lado sobre el costado izquierdo, si dejaba de moverse, lograba mitigarlo. La lámpara arrojaba una luz tenue sobre las fotografías. Allí estaban todos. Los padres, los hermanos, los hijos, los nietos. No hacía falta que alzara la mirada para verlos. –Váyanse –dijo en voz muy baja–. No los quiero conmigo. Que venga... –pero no pronunció su nombre. Solamente lo recordó; pidió en silencio su compañía. Luego abrió más los ojos, pero sintió que las sombras eran cada vez más intensas.“Así, acércate más”, dijo por dentro mientras una lágrima le escurría y el cuarto se iba haciendo más, más, más oscuro •
Ricardo Yáñez DE PASO Los Alfonsos Eran que se eran dos Alfonsos, casi de la edad y ambos birrieros, uno de familia (Alfonsito) y otro (el Rodailo) por cercanía con la familia. Éste, ya como federal, murió cosido a balazos no sé por qué (su madre me pidió le escribiera un epitafio, lo que haría mucho tiempo después). Con Alfonsito más bien estuve a punto de morir no pocas veces, por ejemplo la noche que en Tepatitlán se metió a un lugar de mala muerte (nosotros esperándolo en un Impala que de dónde salió). Apareció de pronto:“Arranca, arranca –dijo a quien la hacía de chofer–… Para… Échate en reversa…” Del otro lado del pavimento, alguien empuñaba su pistola hacia nosotros cinco. De la guantera Alfonso había sacado un desarmador y –de pie sobre el breve estribo del auto, asido de la ventanilla– con él colocado en la siniestra como arma de fuego hizo que reculase el enemigo. “Con que me tengan miedo basta –remató–. Vámonos.” Pregunté al Carnal, su cuñado, por él: –Hace tiempo se fue –respondió, sonriente y triste •
bitácora bifronte
ftorrescordova@gmail.com
monólogos compartidos
Poemando en Cuernavaca, nueva antología
Plegaria del adicto
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oemando en Cuernavaca, antología del taller literario de Ethel Krauze (Ediciones Eternos Malabares, 2017) es una muestra variopinta de la producción literaria actual del estado de Morelos. Martha Elba Cárdenas, Berta Alicia Carrillo Quiroz, Elsa Castorela Castro, Lucy Domínguez Vergara, Gabriela García Soria, María De Lourdes Mancilla Ceballos, Gela Manzano, Reicelda Piña, Flocela Poblete y Elizabeth Rodríguez González son las escritoras reunidas en el volumen. Debido al clima privilegiado de Cuernavaca, escritores y artistas extranjeros establecieron en algún momento su residencia en esta ciudad. La belleza de Morelos, por otra parte, ha propiciado que se le identifique más como un sitio de diversión y esparcimiento –satélite vacacional de Ciudad de México –y no como un centro de actividades donde el quehacer cultural es un eje importante para el desarrollo de su sociedad. Muestra de la intensa vida cultural de Cuernavaca son los talleres literarios iniciados por Poli Délano –en los años ochenta–, quien fuera relevado por Hernán Lara Zavala y posteriormente por Héctor Gally. Escritores de la talla de Enrique Espinoza, Luis Francisco Acosta, Eliana Albala, Ricardo Garibay, José Agustín, Javier Sicilia y Enrique Serna, entre otros, se unieron a esta tradición que hizo cimientos firmes en una capital multicultural –hoy bautizada como Cuernabalas– cercada por la violencia y la inseguridad. En el prólogo de Poemando en Cuernavaca, Ethel Krauze, tallerista consumada, refiere:“He sido partícipe y testigo de talleres cuyos coordinadores son talentosos mas no tienen herramientas didácticas y se convierten en espacios para promoverse y multiplicar fans; también he visto la saña y el sadismo de quienes destruyen no sólo al texto, sino al autor, socavando la dignidad y aplastando la creatividad; hay talleres que son clubes de mutuos elogios donde no se hace crítica constructiva ni aprendizaje; los hay donde se uniforma el estilo a los modos de quien coordina, y los hay donde éste tiene la mejor buena fe del mundo pero no el conocimiento, la experiencia ni el tino para ayudar al autor en su proceso de creación.” La actividad literaria de Ethel Krauze destaca por su autocrítica y por el éxito del ejercicio literario reflejado en el exterior, en lo social, lo cual confirma que la búsqueda del individuo no se centra sólo en el consumismo o en el materialismo como anestesias de la conciencia también hay una busqueda espiritual que conduce a la verdad y belleza de la poesía y de la literatura. Con Poemando en Cuernavaca, Ediciones Eternos Malabares inaugura la Colección Talleres Literarios, con la cual ofrece al lector el talento y el empeño de quienes han elegido el camino de la escritura, como lo consignan los versos de Martha Elba Cárdenas:“Tal vez (amor) he de encontrarte/ algún día… en alguna parte/ se cruzará tu senda con la mía.” •
spero la mañana con toda la noche en las grietas de la lengua. La luz despunta en mis venas el ansia y su mordida, su afilado torrente de cristales, y traza el oscuro relieve del día en la hondura amarillenta de mis ojos. Mi cuerpo se desancla con torpeza del fango de un sueño frío y sudoroso, y se levanta al peso de las horas que traman el otro vacío de la vida en la ruina cotidiana de la calle. Sentado en el borde de la cama, como un ciego siempre primerizo, palpo los labios de la herida que me abre furiosa la vigilia, la urgencia sin fisuras que reitera irrevocable en todas las membranas de mi cuerpo y mi persona o lo que queda. La tos me aturde desde adentro y luego me derriba en el silencio, mientras crece el olvido de la euforia si la hubo ayer eterna o sólo unos instantes, y emerge poco a poco en la conciencia la casa socavada, su desorden permanente de fiesta caduca ya desde el inicio, la basura de amigos que se dicen y comparsas que vinieron y se fueron sin rostro y sin aviso, rotos los brazos de su abrazo y dispersas sus lealtades sometidas a los burdos rituales del consumo, sus bártulos y prendas, los corchos y cucharas, las latas, botellas y papeles de aluminio, las pipas, popotes y cerillos y mecheros, las agujas, las bandas y las ligas y navajas y colirios. Conmigo me tropiezo y conmigo empantanado entre la cura y el veneno me levanto del letargo de la noche al vértigo del día.Ya no hay un solo espejo sin astillas, sin el golpe que estrella mi reflejo; no hay rincón o recoveco que me oculte, que me salve de mí en mi resaca, de la coz de la abstinencia en mi más recóndita molécula. El tiempo se hace grumos en mi mente y se deforma o se colapsa; mi memoria ya no da con el que era y atrapado y sometido en el que soy no vislumbro el que sería. Sólo tengo para erguirme esta sed inabarcable que me ahoga y un hambre negra que me come, y juntas me arrastran a una vasta y celosa soledad sin horizonte, cada vez más nada, una más severa y eficiente que se arraiga en las íntimas membranas de la sangre y la saliva, ahí donde alcanzan las fibras del alma y la deshilan. Avanza su náusea la mañana, se endurecen los pulmones y aprieta el dolor de los nudillos. Entonces, en una pausa inusitada en el derrumbe que acumulo, exhausto de promesas y quimeras incumplidas, con la antigua voluntad que había en mi nombre y de pronto todavía se rebela y la última inocencia que dejan temblando las palabras al quebrase en mis oídos, desafío la química del mundo, sus cadenas en ciclos, líneas y racimos que me exilian de mí y me confinan a mí mismo. Quiero que cesen las sustancias su artificio de zafios paraísos, la estridencia de su risa delirante, la vejez que me adelantan, la subasta de mi muerte en gramos de polvo o mililitros. Como no hay dioses que concedan milagros semejantes, invoco en la materia y sus estados el poder de lo sagrado: que otra vez en ella y por su gracia aprenda las letras primarias del deseo y el placer de piel y pensamiento, y que en ese silencio renovado mi voz me reconozca al fin y me recuerde… •
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........ ARTE Y PENSAMIENTO
Número 1149 • 12 de marzo de 2017
Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com
Teatro alemán contemporáneo, un cruce de caminos
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L NUTRIDO VOLUMEN de Teatro alemán contemporáneo –737 páginas–, con la selección e introducción de Carola Dürr, prólogo de David Hevia e ilustraciones de Joana Slazak, bajo el sello editorial de El Milagro y la Universidad Autónoma de Nuevo León, es uno de esos logros que, como indica su editor, David Olguín, viven un periplo largo y sinuoso hasta llegar al papel, un trayecto que se vive a veces sin conclusión visible, hasta que un día se materializa. Para nuestra lengua es un enorme logro cultural porque las diez obras reunidas en este volumen son de las más duraderas y conmovedoras de la dramaturgia contemporánea. Es el teatro en el más puro registro literario, con los recursos más influyentes de la escena europea y los temas que han alcanzado los más diversos rincones y a los más aventureros creadores de la escena. Algunas de las obras que forman parte de este volumen han sido traducidas por otros escritores y, en algunos casos, por traductores profesionales que viven de la industria editorial que atiende al mercado germano y que han formado parte de proyectos de investigación y enseñanza. Tal es el alcance de gran parte de la dramaturgia que despliega este volumen. El trabajo de Carola Dürr (lectora, viajera, gestora inquieta, actual directora del Instituto Goethe en Perú) es de gran firmeza y certidumbre. Se apoya en un aparato crítico que permite dar cuenta de una historicidad del teatro y al mismo tiempo de sus procesos. Sabe que ofrecer un paisaje de los últimos cuarenta años más representativos de la literatura dramática alemana es casi imposible; sin embargo, la redondez de estas obras lo permite.
LA OTRA ESCENA No es fácil ser un experto en el despliegue de las letras alemanas en español. Su trayecto obedece a los caprichos de los traductores, las subvenciones, las amistades que se tejen en torno a los congresos, los festivales, los encuentros, y que el tiempo confirma en su verdad, que consiste en el despliegue y cumplimiento de una vocación al erigirse sobre un mundo de imaginación y de ficción lo suficientemente rico como para desplegarse en otras lenguas y encontrarse con interlocución en el ámbito de los espectadores y los creadores. Hay que particularizar sobre nuestra lengua porque el aterrizaje del alemán en italiano, francés e inglés es de otra dimensión. Si se revisan las maneras de traducir al francés, por ejemplo, las mismas obras que ven la luz en italiano o en español, los abordajes suelen ser muy distintos. Creo que son las particularidades del teatro y la poesía, que terminan por ser visibles y audibles de manera distinta en cada lengua. Y el teatro tiene la fortuna que mucha poesía no: ser leído en altavoz, en voz alta o representado y personificado. El conjunto de las obras y las semblanzas de creadores incluidos le dan al volumen un tono doctoral, muy informado y con una documentación suficiente como para hacer de este esfuerzo un puerto de partida hacia otras aguas igual de profundas en la lengua alemana. Es precisa la enumeración para compartir lo atractivo de muchos autores entrañables en el paisaje mexicano: El concierto deseado, de Franz Xaver Kroetz (Munich, 1946) lo tradujo Stefanie Weiss. El presidente, de Thomas Bernhard (Heerlen, 1931-Gmnunden, 1989), traducido por Claudia Cabrera. Cuarteto, basado en Laclos, de Heiner Müller (Eppendor, 1929-Berlín, 1995), traducido por Juan Villoro. La guía de turistas, obra en dos actos de Botho Strauss (Naumburg, 1942), versión de Brígida Alexander y Luis de Tavira. Yo, Feuerbach, de Tankred Dorst (Oberlind, 1925), traducido por Claudia Cabrera.
Hacia la segunda parte del volumen están: Tatuaje, de Dea Loher (Traunstein, 1964), en la traducción de Henriette Somarriba Hubacher, y Maurici Farré en la versión de Carola Dürr y David Olguín. El feo, de Maurius von Mayenburg (Munich, 1972), en la traducción de Stefanie Weiss. El mar de Kaspar Häuser , de Felicia Zeller (Stuttgart, 1970) traducida por David Hevia. Masa crítica, de Oliver Bukowski (Cottbus, 1961), traducción de Claudia Cabrera. El dragón dorado, de Roland Schimmelpfenning (Gotinga, 1967), traducido por Ana Graham, Stefanie Weiss y Antonio Vega. Me guardo para la siguiente entrega el comentario de las visiones que la propia Carola presenta sobre el volumen junto con las del director, dramaturgo y traductor David Hevia, que con todo y la brevedad de su prólogo muestra cómo ha sido leída en nuestra lengua esta producción teatral, mucha de ella estrenada en México •
Alonso Arreola @LabAlonso
Música de Esperanza
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UE MUY DIFÍCIL ESCOGER la música para despedirla. Ella vivía en Veracruz, yo en Ciudad de México. Me avisaron por teléfono que duraría poco, que el advenimiento de su transparencia estaba cerca. Con un litro de whiskey en la mano –era con lo que brindábamos desde que tuve edad para saludar el mediodía a su lado–, con la infancia amotinándose en el cráneo, recorrí las repisas plagadas de discos. En el desconcierto inicial, algo estaba decidido: pondría música que la honrara en un plano físico, lejos de la computadora y su credo digital. Los criterios luchaban con desenfreno. ¿Algo que pudiera gustarle en los últimos momentos? ¿Algo que me consolara a mí? ¿Algo que representara su paso por la vida? ¿Algo que reflejara lo que significó en la mía? ¿Algo que teatralizara, que alegorizara, que simbolizara…? Nada me convencía. Los minutos ensayaban la ilusión del agua. Molesto con la falta de pericia, seguí los impulsos más extraños temiendo abrir las puertas equivocadas del corazón. Mis dedos tomaron cinco discos y una caja. Primero, The Best of Flaco Jiménez. Canción número nueve: “Un viejo amor”. Entonces sucedió. El caprichoso proyeccionista de la memoria puso el filme de cuando ella cumplía cincuenta años de casada mientras se movía con mi abuelo al son de: “Que un viejo amor no se olvida ni se deja… Que un viejo amor, de nuestra alma sí se aleja, pero nunca dice adiós.” Suficiente para revivir la fiesta sorpresa en que celebramos el tránsito de una pareja que casi llegaría a las siete décadas junta. Con el alma rajada, seguí eligiendo a oscuras. Puse “C’est la vie”, de Emerson, Lake & Palmer, acaso por las recientes muertes de Keith Emerson y Greg Lake; acaso por el melancólico desplazamiento de melodías vocales y de cuerdas en el magnífico concierto de Montreal de 1977.
BEMOL SOSTENIDO
Dramática como pocas en la carrera del trío, esta balada de corte italiano dio un aire fatalista y hermoso a la situación. Pero el reloj seguía avanzando y yo debía mandarle más mensajes aéreos a mi abuela. Así, en un arranque de intuición puse la Compact Compilation, de Camel. Sé que parece un arranque sin sentido y egoísta. ¿Rock progresivo? Tras los doce minutos de “Lady Fantasy” tuve razón: sus tres movimientos sirvieron para recordarla más allá de la tristeza, enalteciendo la parte más terrenal, sencilla y locuaz de su persona. Luego, necesitado de acordes amplios, largos y afectados, di play a “Who’s Gonna Ride Your Wilde Horses” de aquel U2 intermedio, el del Achtung Baby, el que maduraba con gafas negras sin perder poesía, pese a la invitación del Mefistófeles que años después los vencería. “Eres peligrosa porque eres honesta”, canta la mejor pluma de Bono. Seguí después con “So Cruel” y “Love Is Blindness” del mismo álbum, empero, haciendo honores a la carta del Borracho en la Lotería, supe que escupía en la herida; que
bajar a los rincones de José Alfredo es un ejercicio que prefiero momentáneo, pues odio el desconsuelo que pierde el abrazo de quien desaparece. Para sacudirme la cantina abrí la caja Paco de Lucía Integral, allí donde 27 discos esperan nacer por obra del azar, separándose como barajas. Sin darme cuenta tomé Sólo quiero caminar de 1981. Es de los que mayor virtuosismo muestran entre la guitarra del gaditano y el bajo del catalán Carles Benavente. Dialogando en tangos, bulerías, fandangos, rumbas y colombianas, las cuerdas observaron una gravedad que me ayudó a embellecer el tránsito de Esperanza (que así se llamaba mi abuela). En ese punto el dolor se hizo adulto. Era obstáculo en la garganta, pero también fruto maduro. Era el momento de cerrar la tarde antes de salir a la terminal de autobuses. Bitter, tercer disco de la estadunidense Meshell Ndegeocello, brilló vestido de Luna cansada. Dirigido a la comisura de los labios, allí donde el breve gesto pasa de lo dulce a lo amargo, sus doce piezas desplegaron esa bellísima epístola inscrita en el desamor. ¿Era adecuada para decirle adiós a la madre de mi madre? No lo sé. Pero sí para despedirme de mí, del que todavía fui con el último de cuatro globos cuyo hilo se soltó, afortunadamente, en un suspiro que pude acompañar de cerca. Porque sí, hay música de códigos secretos... Ésa cuyos compases hipnotizan echando luz sobre fantasmas que nos dan la cara por un instante, únicamente a nosotros. Ésa en la que no importan el autor ni su mensaje, sino los rebotes en músculos, nervios y parietales. Música de vidas pasadas. Música con llaves de puertas ignotas. Música que nos transporta a una casa rodeada de iguanas y cangrejos, allí donde azorados por el canto de mil y un aves aprendimos a querer la flecha de una risa inolvidable. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •
ARTE Y PENSAMIENTO ........
12 de marzo de 2017 • Número 1149 • Jornada Semanal
Verónica Murguía
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Jorge Moch tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch
adolescente cuando se subió al tráiler del asesino. Su historia fue llevada a la televisión y convertida en un capítulo de Criminal Minds. Lo que me llamó la atención de este ensayo no fue sólo el tema horroroso, sino la sobrevida de la víctima, las huellas que quedaron en su mente después del encuentro con un monstruo. Leí un ensayo de un hombre que se iba a suicidar debido a una enfermedad terminal, otro de un hombre que decidió no matarse cuando ya tenía todo preparado para hacerlo. De una mujer con dolor crónico debido a una cirugía fallida, otro de una mujer a quien los medicamentos que la mantienen cuerda le están arruinando el hígado. Desde la muerte propia y la de los seres amados hasta los temas más banales son abordados con una liberliber tad que me da envidia, pues soy incapaz de semejante franqueza. Nunca he escrito algo que no sienta o piense, pero tampoco me puedo mostrar con esa naturalidad. El libro de este año me ha conmovido porque me quedé con la impresión de que se trata del dolor de los demás. El editor invitado es Jonathan Franzen, él mismo un formidable ensayista y novelista. Su libros de ensayos How to be alone y su autobiográfico The Discomfor t Zone son una especie de ventana por la que podemos asomarnos a los engranajes de su mente. Suele, ya me fijé, exponer una serie de argumentos para sostener una tesis y luego, cerca del final, los deshace. Uno queda hecho bolas, lo cual me parece, quizás, el propósito secreto del ensayo: obligarnos a ver los asuntos desde el punto de vista del otro. Varios ensayos me dejaron zurumba: Bajadas, de Francisco Cantú, estadunidense de ascendencia mexicana que estuvo en border patrol, la migra tan temida. Lo leí con avidez porque todos nos hemos preguntado qué les pasa por la cabeza a los agentes migratorios estadunidenses con apellido hispano, ya que suelen ser más feroces que los güeros. Cantú, al momento de escribir, ya no es patrullero; el texto es una bitácora de su transformación. Se dio cuenta de la crueldad inherente a su empleo. La muerte y el dolor ajeno que vivía a diario comenzaron a carcomerlo. Hay una escena donde un compañero suyo orina
sobre las pertenencias de los migrantes. Me hizo hervir la sangre, pero Cantú la cuenta con serenidad. Las descripciones del paisaje fronterizo, de la fragilidad de los seres humanos a los que atrapa –cazar es un verbo que describiría mejor el asunto–, la imagen de una serpiente dándose contra el muro divisorio, en este caso de acero oxidado, es una fulguración que ilumina el absurdo de las fronteras, esas líneas trazadas por la historia humana. Otro, de Lisa Nikolaidis, comienza diciendo que su padre, el día del cumpleaños veintisiete de la autora, mató a su novia, a la hija de su novia, y luego se suicidó de un balazo. Más adelante habla del suicidio de su abuelo materno y del horrible día en el que la policía la llamó para decirle lo que su padre había hecho. Nikolaidis es admirable en su sinceridad: el texto es duro, sin complacencias ni autocompasión. No pertenece al linaje odioso de los escritos autobiográficos que buscan erigir al autor en semidiós. En lugar de la vanidad encontré el decoro de quien resiste la violencia y responde con la decisión de vivir. Pero no sólo de dolor habla el libro: también de la felicidad de traducir, de amar, de la compañía de los animales, y por supuesto, hay dos en los que alguien se vanagloria de sus proezas sexuales. Esos nunca faltan. La verdad, todavía no encuentro al autor que admita “Soy mal amante. Tan malo/a, que x me tiró de la cama.” Allá es el lugar prohibido. Allá todavía no llegan ni los más sinceros •
LAS RAYAS DE LA CEBRA
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ADA AÑO LA EDITORIAL estadunidense Mariner Books publica un volumen en el que un editor invitado hace una selección de los mejores ensayos publicados en Estados Unidos a lo largo de doce meses. Soy adicta a estas antologías. Me hacen preguntarme muchas cosas, entre ellas por qué soy incapaz de escribir tan autobiográficamente. También son imposibles de soltar, experiencia que se contrasta con la idea que hay del ensayo. Es, en realidad, un género nobilísimo y súper entretenido. Leí uno escrito por Vanessa Veselka donde cuenta cómo escapó de un asesino serial; su encuentro posterior con el policía que lo atrapó –un hombre ya retirado, una figura paternal que me pareció fascinante– y su sensación de haber provocado la peripecia que casi le cuesta la vida, aunque ella era apenas una
Los desaparecidos no son banderas raídas ni miradas difusas, ni sonrisas fallidas. Historias bordadas en las venas. No son botín. La Alameda
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OMO ESTE GOBIERNO (¿gobierno?) que dice encabezar Enrique Peña Nieto ha resultado una suerte de agente cabildero foráneo, enemigo de los mexicanos, no era de esperar que le importara gran cosa el fenómeno espantoso de las desapariciones forzadas en nuestro país. Y como sucede ya en otros ámbitos de activismo social, fueron grupos de ciudadanos quienes decidieron actuar por su cuenta en lugar de esperar resultados imposibles de un gobierno
de a dos centavos y tomaron la iniciativa de ponerse a buscar a sus familiares desaparecidos que, culpables de ser narcotraficantes o delincuentes, o no, como es el caso de decenas de miles de personas inocentes atrapadas en el fuego cruzado de esa guerra fratricida en que resultó la búsqueda de popularidad del nefasto expresidente Felipe Calderón Hinojosa, sería cosa que determinara un debido proceso judicial y nunca la ejecución sumaria, como aquellas escenas de guerra en que un helicóptero artillado disparó contra presuntos criminales en Tepic. Ese nivel de violencia por parte del Estado es simplemente inadmisible porque ningún agente del Estado se debe comportar como si fuera un sicario más, aunque es cosa sabida que muchos policías “completan el chivo” trabajando para la delincuencia organizada. Y vaya que decir “trabajando” es eufemismo. La desaparición forzada suele ser la gran ausente desde luego del discurso oficialista, pero tampoco existe en la retahíla propagandística de las televisoras privadas invariablemente afines al gobierno, como son Televisa, tv Azteca, o Cadena Tres. De hecho, es conocida la acrimonia de las televisoras y sus cabilderos y ejecutivos hacia las redes sociales porque constantemente contradicen el discurso oficialista de los consorcios de telecomunicaciones. Twitter o Facebook son desde hace mucho una piedra en el zapato del gobierno precisamente porque escapan a ese férreo cerco informativo con el que la mafia del poder suele pretender borrar las huellas de sus tropelías. No es gratuito que en Televisa se originaran los peñabots que infestan sobre todo Twitter para acallar disidentes. Pero afor tunadamente esos colectivos ciudadanos que decidieron rebasar la ineptitud monumental –o la deliberada, cómplice negativa a dar resultados de las autoridades de todos los niveles–, como el de La Alameda, se han multiplicado y redoblado esfuerzos para divulgar las desapariciones de gente inocente en este México que, en lugar de ser sinónimo de progreso social, es hoy epítome mundial de salvajismo y corrupción. El gobierno mexicano tampoco da muestras claras de resolver el aluvión de casos de desaparición, quizá por-
que es cosa sabida que agentes de los tres niveles de gobierno, municipal, estatal y federal, así como miembros de las fuerzas armadas, han estado involucrados en no pocos casos de desaparición forzada. Solamente el estado de Veracruz padece la friolera de 28 mil desaparecidos desde que Calderón inauguró su guerra imbécil hasta la fecha. Sí, 28 mil. Sí, solamente en Veracruz. Y algunos de esos desaparecidos son precisamente los que decidí “adoptar”, tal que han hecho también miles de mexicanos, y cuyas filiaciones retuiteamos a diario. Se trata de seres humanos, no solamente de números estadísticos, con historias y anhelos truncados por ese amasiato infecto que supone el espectro del crimen al que ampara una impunidad cruel, nacida sea de la complicidad y de la indolencia más lamentable. El 5 de febrero del año pasado, en plena capital, Xalapa, desapareció Julieta Álvarez Cruz, de dieciséis años. Salió de casa y nunca volvió. Víctor Alfonso Bautista Jiménez desapareció en Medellín, municipio conurbado de Veracruz y Boca del Río, el 11 de enero de 2016. Tenía veintiocho años en el momento de su desaparición. Hace seis años, el 21 de mayo de 2011, desapareció en Poza Rica Jenny Isabel Jiménez. Tenía entonces veintisiete años. Por esos mismos días desapareció en Córdoba el joven Alejandro Gutiérrez, quien contaba entonces con diecinueve años de edad. También en esa misma región, en Río Blanco, hace tres años, el 7 de marzo, desapareció Enrique Sebastián García Durán. Era apenas un chamaco de catorce años. También de catorce, Paola Tapia López desapareció en Xalapa el 25 de mayo de 2013. Veintiocho mil familias lloran a sus desaparecidos en un Veracruz que azotó una pandilla de ladrones, asesinos y timadores. Miles más lloran a sus muertos. Algunos inhumados en pavorosas fosas clandestinas. Y mientras las agresiones a la población siguen en aumento, el gobernador del naufragio está enfrascado en una campaña de guerra sucia, odio y mentiras contra la única oposición política real del país •
CABEZALCUBO
Mis desaparecidos (ii y última)
La mente ajena
........ ARTE Y PENSAMIENTO O
Jornada Semanal • Número 1149 • 12 de marzo de 2017
Yolanda Rinaldi
Luis Tovar @luistovars
La literatura y el artículo 27 constitucional S CAPAZ LA LITERATURA de dimensionar el mundo o sólo es una fábrica de sueños? El reconocido escritor y ensayista Julio Ortega decía que Pedro Páramo se “cruza de brazos” para destruir Comala, independientemente de que en su condena llevaba implícita la autodestrucción. Una imagen atroz de la fantasía rulfiana, sin que nadie le señale rumbos, muestra al lector problemas ocultos, concebibles en el espacio literario, que a su vez perciben los desafíos de los años venideros. Con razón José Emilio Pacheco afirmaba que cada línea de Juan Rulfo “es un tesoro digno de conservarse”. Se afirma que la obra de Rulfo da cuenta de las condiciones de sometimiento del pueblo mexicano bajo un disfraz religioso;
sin embargo, cabe preguntarse: ¿para Rulfo las leyes eran arbitrarias, ambiguas, condenatorias; solamente suponen ventaja para el poder y desamparo para muchos? Pensemos en el literario reparto agrario de “Nos han dado la tierra”, de El Llano en llamas: puros campos resecos. Esto no es exótico, porque la literatura nos ofrece a veces lecciones positivas, que no son ajenas al mundo real; por ejemplo, en el juego de “realidades paralelas” podríamos muy bien llamar la atención sobre México y el uso de la tierra. Rulfo remite a lo ocurrido hace algunos años con la reforma al artículo 27 constitucional y el impacto demoledor en el campo, todo enmarcado en la obsesión por la inversión extranjera y al interés de ésta por las reservas petrolíferas; en la realidad, una conducta legal que cumple un papel: desplazar, para imponer. En la literatura, en esa acción de “cruzar los brazos”, en esa voz lejana, en ese lenguaje inventado de Rulfo descubrimos el perfil del retroceso histórico del país. El artículo 27, decisivo, fue el último que discutió ampliamente el Constituyente de 1917, el cual presentó el proyecto que planteaba la expresión y ejercicio de la soberanía nacional, sin ninguna injerencia externa en sus tierras y aguas; fue una fórmula para colocarse al lado de los ciudadanos mexicanos, del campesino, del trabajador, y no de los extorsionadores, torturadores y grandes negociantes. Sin embargo, en los años noventa del siglo pasado, México decidió –mediante reformas– abrirse al capital mundial, y entonces demostró su alejamiento de la población. La ley resultó condenatoria para los campesinos, sin salidas resolutivas ni opciones; un signo deliberado que se asumió normativo e irrevocable, y por lo tanto, trágico. Así, por cuestiones de política económica, México “cambió su suerte”, como el Dionisio Pinzón de "El Gallo de oro", otra narración de Rulfo; se decretó el fin del reparto agrario, se acabó con el sagrado vínculo campesino-tierra, y las principales figuras políticas del país “se cruzaron de brazos”. Parecería que socialmente México quedó pasmado, que nunca cambió. A principios del siglo xx , en La rebelión de los colgados, Bruno Traven cuenta que “los finqueros [terratenientes] se hallaban constantemente a caza de familias indígenas, mano de obra indispensable para los trabajos de sus fincas, y empleaban los medios más
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OSIBLEMENTE HAYA VISTO el amable lector que la portada y las páginas centrales de esta edición de La Jornada Semanal están dedicadas a la memoria de John y Colette Lilly. Si fue así, nada tendría de extraño que, al ver sus nombres, se preguntara quiénes son/eran pues, en honor a la verdad, lo desconoce todo acerca de ellos. Nada raro, en virtud de la discreción extrema con la que John y Colette desarrollaron, a lo largo de más de cuatro décadas, un trabajo que todos los mexicanos deberíamos envidiar. Quien desee asomarse a la ruta sagrada que recorrió esa pareja excepcional, tiene a su disposición la estupenda crónica-semblanza que la pintora Carmen Parra escribió para dejar constancia no solamente de la amistad profunda que la unió al matrimonio Lilly, sino sobre todo para dar testimonio de dicha labor, tan envidiable como encomiable. Pero si en algún momento tiene la suerte de dar con El sueño del Mara’akame (México, 2016), primer largometraje de ficción dirigido por Federico Cecchetti, entenderá mucho mejor la fascinación en torno a la cual giraron la vida y la obra de los Lilly.
Soñar para encontrarSe
carentes de escrúpulos para conseguir arrancarlas de sus pueblos y colonias”. Y John k . Turner, en su México bárbaro, lo confirma: “Encontré que México es una tierra donde la gente es pobre porque no tiene derechos, donde el peonaje es común para las grandes masas y donde existe la esclavitud efectiva para cientos de miles de hombres.” Por su parte, John Reed revelaba, en un artículo publicado en The Masses, las condiciones infrahumanas en las que vivían los trabajadores de las minas, y al referirse a la Ley sobre Tierras de 1896, emitida por Porfirio Díaz para garantizar que cualquier tierra estuviera protegida por un título legal, escribe: “La cínica criminalidad de esta pieza de legislación se hace clara cuando se considera que las tres cuartas partes de las pequeñas granjas independientes e incluso la propiedad urbana eran posesiones de peones demasiado ignorantes para saber qué significa su título… estas son las gentes a quienes los grandes propietarios despojaron de sus hogares, empujándolos a morirse de hambre o a ingresar virtualmente a la esclavitud.” Además de que en esas extensas propiedades estaba prohibido establecer escuelas públicas porque la ley decía que eran “propiedad privada”. ¿Y el interés público? Cualquier parecido con la vida de los trabajadores jornaleros, de los indígenas y la trata de personas en este siglo xxi es pura coincidencia. Turner “recreó” jornaleros esclavizados; Traven, chamulas en rebeldía; Reed, peones ignorantes, pero, ¿y la ley? Pedro Páramo se cruza de brazos. Y cuando Fulgor le pregunta por las leyes, el patriarca responde: “¿Cuáles leyes?, la ley de ahora en adelante la vamos a hacer nosotros” y, para empezar, Toribio Aldrete es asesinado. Igual que un tarahumara de hoy, asesinado. Después de todo, es literatura •
Formalmente modélica, la ópera prima del egresado del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la unam se sirve de la ortodoxia para deshebrar, con dosis equivalentes de habilidad y calidez narrativas, una historia de tradiciones que se enfrentan al riesgo de perderse en estos, nuestros tiempos de liquidez –Bauman dixit– y postverdad: la del mara’akame, es decir del chamán y curandero huichol al que alude el título del filme. Producida por Maricarmen de Lara y José Felipe Coria, del cuec; fotografiada eficientemente y sin lucimientos gratuitos por Iván Hernández, y con guión del propio Cecchetti, El sueño del Mara’akame es protagonizada por Luciano Bautista Maxa Temai, Antonio Parra Haka Temai y Pascual Hernández, actores no profesionales –como se ha dado en llamar a todo aquel que ocasionalmente interpreta un personaje de ficción– a quienes Cecchetti recurrió en el afán, felizmente coronado, de conferirle la mayor verosimilitud posible a la historia, puesto que Maxa Temai, Parra Haka Temai y Hernández efectivamente son huicholes y, valga la insistencia redundante, no actores tratando de parecer huicholes. No es imposible que, a la hora de concebir y confeccionar su ópera prima, Cecchetti haya sabido de la existencia, la presencia constante, el dilatado trabajo y, a fin de cuentas, la pertenencia de John y Colette Lilly a la comunidad huichola, entre otras razones debido a la participación en calidad de productora de Maricarmen de Lara, a su vez documentalista como lo
fue John Lilly y casi de seguro conocedora de la labor de este último. Lo cierto es que tanto John y Colette como el realizador cuequero comparten un mismo propósito: poner de relieve la riqueza infinita de la cultura wixárika y, al mismo tiempo, destacar la enorme importancia que, dentro y fuera de la misma, tiene la preservación de una cosmogonía ancestral como la que ha florecido, a lo largo de los siglos, desde la costa del Pacífico central hasta el desierto de lo que hoy es San Luis Potosí, y que no sólo ha sabido defenderse de compañías mineras canadienses depredadoras y otros amagos territoriales, sino también de los embates igualmente intensos de una modernidad cuyo signo principal es un tristísimo afán de volver uniforme lo que es diverso, y volver consumo absolutamente todo aquello susceptible de ser comercializado, incluidas en primerísimo lugar las aspiraciones de un adolescente, sea o no huichol y esté o no destinado por pertenencia y por herencia a mantener viva la figura del mara’akame. A través del viaje y el sueño de Nieri, un joven huichol literalmente extraviado en ese otro desierto que tantas veces llega a ser una urbe áspera y desoladora como sabe ser Ciudad de México con quienes desconocen sus claves y sus vericuetos, Cecchetti expone asimismo el proverbial e inevitable conflicto que suele darse entre dos generaciones que, no obstante compartir una idiosincrasia, no necesariamente coinciden en sus deseos o en la imagen que cada una tiene de sí misma. Que este ponepuntos sepa, El sueño del Mara’akame no se ha exhibido en cartelera comercial y sólo ha sido materia de festivales. Ojalá que plazas ad hoc como la Cineteca Nacional y La Casa del Cine, por mencionar un par, la rescaten de ese cuasi anonimato tan parecido al que mantiene en el desconocimiento a una pareja fabulosa como John y Colette Lilly, estadunidense y francesa, pero huicholes por derecho propio •
CINEXCUSAS
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Huicholes de todas partes
GALERÍA
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ENSAYO
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12 de marzo de 2017 • Número 1149 • Jornada Semanal
Ilustración de Juan Gabriel Puga
rase una vez un personaje sanguíneo, rojo, casi como camarón. Su color se encendía más cuando hilaba discursos llenos de maldiciones y anatemas; sudaba y resoplaba y parecía que su engominado copete perdería la consistencia. A pesar de todo, el señor le dio la oportunidad histórica de ser el presidente del país más poderoso del orbe (porque la tierra a la que pertenecía este hombre, pasara lo que pasara, siempre era bendecida por dios), es decir, se le brindó la posibilidad de hacer de éste un mundo mejor. Al más puro estilo del Antiguo Testamento, y como les sucedió a algunos patriarcas de antaño, el nuevo presidente tuvo revelaciones oníricas. En sueños, un ángel versado en todo lo que tenía que ver con arquitectura se le apareció durante la tercera noche de su mandato y le ofreció dos posibilidades: –Estos son dos modelos que el señor pone a tu consideración. El primero es un puente. Construyéndolo, podrás vincularte con gente de otros pueblos. Crearás lazos de amistad y solidaridad. Tendrás conocimiento de lo que pase en otras regiones, por muy alejadas que estén, y como gobiernas una nación poderosa, tendrás la posibilidad de ayudar a resolver los problemas y carencias de quienes así lo requieran. Se te admirará por tu benevolencia y los habitantes del mundo te amarán y te visitarán con gozo para manifestarte su agradecimiento. Se te pondrá al lado de los sabios a
L a crónica :
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los que hace referencia la escritura y de los que ya no queda ninguno. Pero gracias a ti, esa estirpe renacerá y serás el primero de una larga lista que incluirá únicamente a varones de tu familia. La idea le sonó maravillosa al presidente. Conseguir tanto por tan poco era algo que no se le presentaba todos los días. Estaba tan emocionado que la sangre se agolpó en sus cachetes y lo hizo parecer una tea ardiente nomás de imaginar los homenajes que le dispensarían todos y cada uno de los pobladores de nuestro, hasta ahora, maltrecho planeta (él lo arreglaría en poco tiempo). –Ahora bien –dijo el ángel– también puedes levantar un muro alrededor de todo tu país y aislarlo del resto de las demás naciones. Es un trabajo pesado y para hacerlo necesitarás de la ayuda de inmigrantes ilegales (la mano de obra barata, ya sabes; además es importante que
El puente, el muro y el dinosaurio Saúl Toledo Ramos
reduzcas costos porque, como quedarás apartado del universo, puede que al rato requieras de algún dinero para que tu economía no se vea afectada), a los que luego de explotar hasta el delirio, expulsarás para que no contaminen tu bendito linaje. Se te odiará y tu nombre será mencionado con terror. Tu discurso será de venganza. Desterrarás a los infieles y guerrearás contra todos aquellos que se han aprovechado de la nobleza de tu país. De pie, sobre tu gris muro, no levantarás báculo alguno (ya están muy pasados de moda) pero harás uso de la tecnología y te auxiliarás del tuit para dar a conocer tus mandatos y manifestar tus más feroces ideas. Como se te ha otorgado el libre albedrío, el plan que elijas será bendecido y bien mirado desde arriba. Reinarás, perdón, gobernarás escuchando la voz de tu pueblo y tu simiente se extenderá como la arena del desierto. Esta propuesta también era bastante interesante. Pero al presidente le ganó el ego y decidió que las loas y la veneración de la raza humana eran cosas que no podía despreciar. Así que se decidió por el puente. Lo único malo fue que, como las otras criaturas de dios, el nuevo presidente de la nación más poderosa del mundo no era perfecto ni mucho menos. A decir verdad, era lerdo, pendenciero, berrinchudo y vengativo. Así que cuando despertó, el muro ya estaba ahí •
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