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LISPECTOR
como el género en el que podía comprender el mundo a través de otras. A Mansfield lo que le inquietaba era el instante, lo que podía contener o desprenderse de las situaciones breves y cotidianas, la magia que encerraban las mismas era justo lo que dinamitó su pluma. Una especie de conjuro entre lo visible y lo invisible, lo cotidiano y lo excepcional o lo real y lo extraño. Virginia Woolf diría de ella que era una gran observadora de las microhistorias; en ese sentido, Mansfield era también una gran creadora de personajes invisibilizados, además de usar la mímesis y presencia animal para comprender la psicología del ser humano, así fuera alegre o incluso oscura, tal como lo reflejan, por ejemplo, los cuentos “Algo pueril pero muy natural” y “La mosca”; éste en especial, su último cuento, cuyos personajes son sólo masculinos. Hablar de su temprana muerte (murió a los treinta y cuatro años, en París, debido a una hemorragia causada por la tuberculosis) es importante si queremos comprender su intensidad literaria: más de setenta cuentos en total, además de sus pensamientos, que dejó registrados en su diario personal y que nos hablan de esa inquietud por la vida, por los instantes, por las historias, por las fórmulas dadas, pero sobre todo por su propia fórmula: “La
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verdad es que una historia puede contener solo una cantidad determinada de información; siempre se tiene que sacrificar algo. Se tiene que omitir lo que se sabe y se desea utilizar. ¿Por qué? No tengo ni idea pero así es”, escribiría en su diario un año antes de morir.
Con este pensamiento dejaba constancia de la fórmula usada en su prosa breve, que abriría el cuento moderno. ¿Cuál es esa fórmula?: jugar con los elementos que construyen un buen relato, elegir el equilibrio entre lo que puede funcionar de manera dramática y lo que no; eliminarlo o sacrificarlo, en palabras de Mansfield. Escribir no desde el deseo o proyección de la autora o autor, sino en función de la historia y sus personajes; el juego mismo, el juego-danza, pensando incluso en lo que el mismo Gadamer propone: “es juego la pura realización del movimiento”, porque en ese sentido los jugadores no importan (en este caso la autora o el autor), sino el juego mismo.
Cabe recalcar que, años antes, Chéjov establecería esta misma fórmula. Incluso una de las herramientas más importantes para quienes se dedican a la narrativa se conoce como La pistola de Chéjov, justamente en relación al cuentista ruso, que postula como principio sagrado que cada elemento