Semanal15012017

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Amparo

Dávila Siete décadas

entre la poesía y el cuento Una entrevista de

■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 15 de enero de 2017 ■ Núm. 1141

Eduardo Cerdán

La Gavriliada de P ushkin

Saúl Toledo Rodolfo Usigli: una concepción mítica de la historia Alejandro Anaya


La Gavriliada de

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Pushkin Saúl Toledo Ramos

EL POETA RUSO ES AUTOR DE ODA A LA LIBERTAD, OBRA POR LA QUE ESTUVO A PUNTO DE SER DESTERRADO.

Nacida en Zacatecas en 1928, Amparo Dávila es una de las escritoras más relevantes que ha dado este país. Sin embargo, no goza de un reconocimiento acorde con la calidad de su obra, lo cual se debe quizás a que ha cultivado sobre todo el cuento, tan poco atractivo para la industria editorial como la poesía misma, el otro género literario trabajado por la autora de Muerte en el bosque, Meditaciones a la orilla del sueño y Música concreta, entre otros títulos. En la entrevista que le concedió a Eduardo Cerdán, a sus casi noventa años la maestra Dávila se muestra no sólo en plenitud de facultades sino con un entusiasmo intacto por el cuento, la poesía y la expresión escrita en general. Completan el número textos acerca de La Gavriliada de Pushkin, sobre el pintor Carlo Perugini y Rodolfo Usigli, respectivamente.

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

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MURIÓ DURANTE UN DUELO SOSTENIDO CON EL MILITAR FRANCÉS GEORGES D’ANTHÉS A LOS 37 AÑOS.

lexander Pushkin (1799-1873) es considerado por los estudiosos y especialistas como el poeta, novelista y dramaturgo que introdujo a la Rusia zarista en la modernidad literaria y que fue influencia definitiva para otros grandes de las letras de aquella región, verbigracia Dostoiveski, Gógol y Tolstoi. Pushkin recibió una educación refinada que se basó en la literatura y el idioma franceses. Fue lector precoz de Moliére y Voltaire y su deseo de expandir sus conocimientos lo llevó a buscar y disfrutar de Shakespeare y Byron, entre otros autores ingleses. Además, su abuela materna y su aya fueron fundamentales en su desarrollo: ambas le inculcaron el gusto por los relatos populares que le contaban con un lenguaje claro y directo. Durante un tiempo Pushkin se desempeñó como funcionario del gobierno ruso, pero al mismo tiempo comenzó a relacionarse con grupos que ansiaban cambios sociales y económicos. Escribió textos que las autoridades consideraban sediciosos, como su Oda a la Libertad. Tales vínculos y actividades le valieron que el zar Alejandro I amagara con desterrarlo a Siberia. Salió bien librado, pero a partir de ese momento mantuvieron sus actos bajo vigilancia constante. Fueron muchas las obras confeccionadas por Pushkin que lo colocaron en la gloria de la literatura universal. Como ejemplo están las novelas Eugenio Oneguin y La hija del capitán. En 1822, no obstante, escribió La Gavriliada, un poema narrativo que causó una enconada controversia en su momento y que no goza de la difusión de otras obras de corte semejante (quizá no se ha buscado con la profundidad debida, pero nos ha sido imposible localizar una traducción al español de tal poema); entre ellas se cuentan las obras del Marqués de Sade, con Los 120 días de Sodoma en particular; La última tentación de Cristo, de Nikos Kazantzakis, en la que se humaniza a Jesús para que viva como un hombre ordinario –obras que se han vuelto

más conocidas por sus versiones cinematográficas (Pasolini, 1975, Scorsese, 1988, respectivamente), y esa provocación radiofónica llamada Para acabar de una vez con el juicio de dios, de Antonin Artaud, que a pesar de su contenido anticristiano ha merecido diversas transmisiones en distintos tiempos y lugares. Escrito en un tono irónico y jocoso, La Gavriliada es una reelaboración del pasaje bíblico que narra la anunciación a la virgen María. El dios creador elige a la judía María –quien se ha desposado con un carpintero impotente– para que conciba a su hijo. Ordena al arcángel Gabriel que acuda a darle la nueva a la mujer. Satanás, quien ha estado atento al asunto, se adelanta y en forma de serpiente desflora a María. El enviado del cielo llega y expulsa al maligno pero sucumbe ante la belleza de María, así que luego de transmitirle el mensaje decide tener relaciones con ella. A la mañana siguiente, el Espíritu Santo, transformado en Paloma, desciende y “preña” a María, quien se siente afortunada por los encuentros sexuales recién vividos y porque, finalmente, será la madre del redentor. Empero, en la conciencia de los lectores queda la duda de quién es realmente el padre del niño en camino. Es evidente que tal texto causó más de un problema a Pushkin con la Iglesia y con el sistema, así que, durante un tiempo y probablemente para evitar persecuciones, el bardo negó ser el autor del poema. Sin embargo, investigaciones serias revelan que él y nadie más que él formuló los versos que componen La Gavriliada. En estos tiempos, en los que ciertos políticos son incapaces de mencionar el título de algún libro leído por ellos, que otros utilizan la tribuna para lanzar consignas llenas de odio y racismo; en estos días en los que la televisión impone modas y mal gusto, y lo que genera polémica y “escándalo” son libros inocuos como Las cincuenta sombras de Grey, o los escritos por Dan Brown, es conveniente que los ciudadanos de a pie, comunes y corrientes, revivamos, leyéndolas, obras como La Gavriliada para alimentar nuestros espíritus

Boris Tselnicker, Gavriliada

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Portada: Ojos abiertos a la oscuridad Cartel oficial del Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila Fuente: www.premioamparodavila.com

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh témoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.


Carlo Perugini

15 de enero de 2017 • Número 1141 • Jornada Semanal

o el amor de la pintura Vilma Fuentes

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Fuente: jbellefroid.free.fr

EL PINTOR ITALIANO ES ORIGINARIO DE CALABRIA; RADICA EN FRANCIA.

ara hablar, y con mayor razón para escribir, a propósito del pintor Carlo Perugini y de su obra, habría que actuar como él. Por ejemplo, uno de sus cuadros se llama Bicicleta. Se pueden ver en este cuadro, claramente representados en la tela, un cuadrante, una rueda, tal vez un volante o un asiento, en suma, algunos elementos materiales que permiten reconocer e identificar con seguridad ese objeto conocido por todos, una bicicleta. Nada más que en este cuadro los diferentes fragmentos se hallan montados o, más bien, desmontados, unidos y dislocados, de tal manera que la primera evidencia que salta a la vista es que este objeto llamado bicicleta nunca habría podido y jamás podría rodar en ninguna parte y que, en cierto sentido, se da un nombre a una cosa que no existe. Así, es evidente que ella no existe como representación de un instrumento destinado a la tranquila circulación de una persona que desearía servirse de ella para rodar, pero, en forma simultánea, surge otra evidencia, la cual se impone poco a poco: esta bicicleta es la más real de todas las otras de su especie. Ella es verdadera. Ella rueda. Con ella, se tiene la tentación de pasear e, incluso, irse de viaje al fin del mundo. Porque bien podría poseer el poder de llevarnos hasta ese otro mundo que, siendo desconocido, quienes cultivan su sueño y su nostalgia evocan mediante las palabras de Baudelaire, anywhere out of the world. Lo mismo, otro cuadro se llama Guitarra. La forma es perfecta con la excepción de un detalle: no hay cuerdas en esta guitarra. Adquiere entonces una presencia desconcertante que empuja al espectador a abrir los oídos para tratar de escuchar el sonido de las primeras notas de su música. Cuando Carlo Perugini pinta las piezas del rompecabezas de su cuadro sin juntarlas, deja la construcción posible de esta desconstrucción a cargo de quien la mira. Siguiendo su manera de pintar, sería así posible citar mezclados, en el orden y el desorden de una sola tela, los fragmentos dispersos de su existencia real: Carlo Perugini es italiano, originario de una región del sur, la Calabria, vive desde hace mucho tiempo en Francia, en París, tiene el pelo canoso desde joven, ha viajado por diversos países, es de estatura normal, al-

rededor de un metro setenta o setenta y cinco, cocina con un arte muy refinado las pastas frescas, no fuma, tiene un hijo, y seguir así juntando, unidos o yuxtapuestos, los numerosos hechos y particularidades cuyo conjunto compone lo real de una vida, tal como un volante, un asiento, unas ruedas dan testimonio de la existencia de una bicicleta, incluso si ello no basta para crear una presencia real. Esta enumeración acumula hechos exactos, como las fichas de un expediente de investigación, sin lograr asir lo esencial. ¿No surge cierta frustración al final de la lectura de cualquier biografía? A fuerza de describir los hechos reales, el resultado de estas informaciones no consigue

una respuesta clara, pero parece que, a pesar de la forma afirmativa, es más bien la turbación de una interrogante lo que se insinúa en la provocación de estas palabras. Toda creación es quizás un crimen, más o menos perfecto según la ejecución, puesto que el acto de construir está siempre ligado al acto de destruir. En la pasión de pintar como en el amor de la pintura, el riesgo corrido se aproxima a los riesgos de la pasión. Si destruyes, que sea con los útiles nupciales, dice el poeta René Char, ligando así el acto bárbaro del destructor-creador a las bodas del amor. Y, de un cierto punto de vista, el cual rebasaría el sentido común, se puede comprender que una bicicleta desestructurada, un rostro desconstruido, es también el cumplimiento de un acto de amor. El niño que desarma pieza por pieza su juguete preferido hasta, finalmente, romperlo con la esperanza luciferina de encontrar el secreto contenido en el misterio que encarna este ju guete ante sus ojos, este niño obedece, él también, a pesar de las apariencias, a la pasión de un acto de amor. A su manera, parte en busca del enigma planteado por cada fragmento de lo real y, sin saberlo, se introduce en un túnel del que no está cerca de encontrar el fin. Un pintor no es, tal vez, sino un niño que continúa jugando. En un pequeño libro, cuyo simple título –Le jour et la nuit– da lugar tanto a lo claro como a lo oscuro, Georges Braque, uno de los fundadores del arte moderno, recoge algunos pensamientos que nacieron de su trabajo y de su experiencia, a veces condensado bajo la forma de aforismos. Escribe: “Las pruebas fatigan la verdad”. Se puede comprender que la verdad, si existe, lo real, si es real, no se encuentran fácilmente al fin de una especie de investigación basada sobre todas las pruebas aportadas por los principios del realismo. Tantas escuelas se han lanzado en busca de lo real, hiperrealismo, surrealismo, cada una tratando de aproximar lo más cerca la inasible verdad, sin olvidar el “realismo socialista” que pretendió imponer la dictadura de un dogma. Al parafrasear las palabras de Georges Braque, viene a la mente que lo real, desde hace tanto tiempo como se le juzga, interroga y aplasta con tantas pruebas, ha fatigado la verdad. Carlo Perugini no fatiga la verdad, la busca

Cuando Carlo Perugini pinta las piezas del rompecabezas de su cuadro sin juntarlas, deja la construcción posible de esta desconstrucción a cargo de quien la mira. satisfacer nuestras más profundas esperanzas. Algo falta. No se puede evitar, entonces, el sentimiento de duda, la germinación de un pensamiento que nace y se basa en una sola certidumbre: la verdad está en otro lado. Y es acaso este “otro lado”, el cual, en su propio terreno de formas, colores, trazos, estructura y planos, el pintor desea alcanzar, cuando yerra, es decir cuando trabaja, en búsqueda de lo desconocido. Interrogarse sobre la existencia de lo real, sobre la verdad probable o improbable de este real, es sin duda la cuestión más constante de la aventura del arte moderno. Un libro bastante extraño lleva un título aún más extraño: Lo real es un crimen perfecto, novela de Jacques Bellefroid. Podría creerse que se tiene ahí


POLVO y CENIZA

CREACIÓN

Javier Perucho

A

hora lo recuerdo. El tiempo pasa y yo con estas vasijas del recuerdo sobre los hombros como un aviso de que volvemos al polvo, más tarde seremos piedra, pero desde mucho antes ya éramos ceniza. Rememoro esta escena que sucedió en la casa de Juan José Arreola, transcurría el noviembre invernal de 1958. Mientras pergeñaba los relatos que integrarían Punta de plata, el Maestro reposaba en su cama. Sentado en una rústica silla de mimbre, me dictaba sin imposturas en la voz las acciones humanas, las descripciones fáunicas, los parlamentos inacabados, que luego puliría sobre las galeras que la Imprenta Univer-

sitaria le mandaba con el corrector de pruebas, un muchachito de nombre latino, Augusto, expulsado de su pueblo por un sátrapa bananero. Esos poemas en prosa que son el artificio de sus cuentos, años después los fundiría en un libro célebre, el Bestiario, donde un selvático zoológico domesticado hacía de bufón para aleccionar al torpe ser humano, tan cerca de la bestia enjaulada. Maestro, le repetí en varias ocasiones, antes de que retornaran a la imprenta las galeras, ya nos retrató en este anfibio del lodo y con aquella ave rapaz nos iluminó oscuridades del alma, pero no se olvide de la Sirena por cuyas melodías el héroe de la Antigüedad titubeó en su retorno a la tierra nativa. Pero ese animal, herencia de la sal, es para la pura diversión en las ferias pueblerinas, me amonestaba, luego bostezaba, se estiraba en toda su esbeltez, mesaba sus rizos y volvía a dictarme otra de las estampas magníficas que integraron aquella animalia, más domesticada que fantástica, donde inspeccionaba las monstruosidades de la especie, es decir, las nuestras. Hasta que un día, luego de unos sostenidos tragos de ron Potosí y unas sabrosísimas tostadas de camarón

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JUAN JOSÉ ARREOLA: UNA PLEGARIA Y EL OCASO DE SIRENAS.

preparadas magistralmente por su señora esposa, escuchó y atendió mi súplica. Está bien, tome nota, me dijo vaso en mano antes de sentarse en la cama, arrellanarse entre las almohadas y encabalgar la botella de ron hasta la cómoda. No, mejor me levanto, ese animal de los sargazos no se presta para la prosodia de mis relatos, pero sí se atiene a las melodías del canto, ¿está usted listo? De un envión se puso de pie y al instante me dictó las siguientes estrofas, que más tarde enviaría en correspondencia privada a una de sus amigas francesas, aunque nunca las añadió a Punta de plata ni las cobijó entre su magna obra completa por mis testarudos comentarios que le recordaban que los adelantos recibidos por regalías –invertidos en saldar la renta de su modestísimo departamento, en la compra de unos cuantos litros de vino, además de liquidar las deudas con el carnicero– eran para entregar un libro de cuentos, no para un cancionero. Afortunadamente nunca atendió la necedad del amanuense testarudo, que seguramente lo atosigaba. Gracias a una incipiente memoria histórica, resguardé –¿o escondí de la fuerza destructiva del Maestro– el original mecanográfico entre mis cajones. Ahora lo hago público a regañadientes, más por culpa que por desvelar inéditos extraviados, ciertamente apenado por alterar el descanso perpetuo del Maestro, pero agradecido de haber llevado a las pautas del papel el cántico marino de un fabulador de tierra adentro, en cuyas prosas el mar apenas se vislumbra. Confieso que el original del manuscrito lo guardo en mis archivos; ese viejo papel que nos recuerda el paso indecible del tiempo. Ya habrá investigadores escrupulosos que lo certifiquen cuando inquieran entre los sótanos y el polvo de las bibliotecas. Una advertencia final: le facilité una fotocopia a Javier [Perucho] cuando me enteré que espigaba nuestras narrativas en busca de ese animal anfibio, entre charal y gallina, mitad ensueño y mitad hechizo, templanza y prueba del héroe. Por esa culpa que se entreteje en nuestra historia personal, cedo a sus lectores esta letanía de la Sirena para honrar la memoria del Maestro, tal cual me la dictó mientras allá, en medio de la calle, los automóviles marcaban el pulso citadino:

Plegaria del granicero Señor nuestro, deje de llover que mis hijas sufren por sus gordas gotas de agua de lluvia harta pluvia humedece su alma ya de por sí compungida. Plugo a usted, señor de las aguas nuestras que cesen las lluvias mas si llegan sus hijas del mediodía

en visita estival silbando una melodía de sirenas y tocan a la puerta y no se abre dóteles paciencia cumplen los deberes del pan no escuche los reclamos de lluvia truenos y chubascos que imploren los argonautas para cazarlas, haga caso omiso de sus ruegos. Señor nuestro de las aguas mansas piedad con las beldades marinas que trabajan sueñan y ordenan el día para llevar pan, tinto que escanciar y manjares dulces a la mesa. Ruego en su nombre paz en las nubes en el cielo sol de verano trinos, golondrinas y cálido frescor, ¿mi señor, entonces escancias el día? Arpones y flechas del argonauta las esperan en sacrificio. ¿Escancias el día, Señor nuestro de las aguas dulces?

Aclaración al calce: Esta es la única certeza que iluminaba mis días: La Sirena no existe ni entre los sargazos. Que sea imposible, es lo realmente funesto. (JeP )

Posdata Un lector atentísimo del “Inventario” publicado del domingo pasado (febrero 6, 2009), me advierte que Arreola sí escribió sobre la Sirena y me manda por fax el recorte del poema que sirve de obertura a Ocaso de sirenas, esplendor de manatíes, de la pluma maestra del peruano José Durand, la cual copio a su vez para mis lectores, pues se vuelve cada vez más difícil encontrar un ejemplar de este libro en librerías de viejo, ese hospicio de veteranos donde yacen, entre la oscuridad y el polvo, nuestras escrituras:

a OcasO de sirenas [elogio y vejamen] JUAN JOSÉ ARREOLA En materia de mujeres y de pescados farsantes muchos hoy y muchos antes han sido los pareceres. Durand, el sabio que tú eres nos lo demuestras aquí… …pero una tarde te vi siguiendo sobre la arena el rastro de una sirena que se volvió manatí.

La memoria es una trampa que tiende la nostalgia, por eso no me queda más que rectificar mis añoranzas: somos polvo y regresamos a las cenizas

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Rodolfo U sigli: una concepción mítica de la Historia Alejandro Anaya Rosas EL PADRE DEL TEATRO MODERNO EN MÉXICO, ESCRIBIÓ OBRAS COMO EL GESTICULADOR.

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odolfo Usigli edificó algunas piezas de teatro empleando los andamios de la Historia, aunque reconoció que ésta, en nuestro país, se encuentra en un estado casi inerte. A modo de queja escribió que “en México se cree que la historia es ayer, cuando en realidad la historia es hoy y es siempre”. Su percepción de la Historia, abierta a un amplio horizonte de posibilidades interpretativas, se aboca a una concepción mítica del mundo. Esto deriva en que Usigli procuró mostrar en sus piezas “antihistóricas”, lo que le atrapaba por su peso identitario sobre un México y, como escribió Octavio Paz, su “cansancio popular ante las versiones oficiales de nuestra historia”. En este sentido, Rodolfo Usigli representaría a Erasmo Ramírez, personaje de su Corona de sombra, a quien el portero pasa sigilosamente al salón de la emperatriz Carlota; el prólogo de dicha obra nos ofrece pistas del porqué: “Erasmo Ramírez no existe, pero debería existir.” Así expresa Usigli su menester por contar con una suerte de historiador zahorí: quien conduzca al lector a restituir un tiempo fundacional, como si cada episodio que otorga identidad pudiese renacer periódicamente en algo parecido a un ceremonial religioso –acaso el teatro lo sea, y sobre eso hay un cúmulo de reflexiones. Con Usigli, los acontecimientos que forjan unidad entre los mexicanos tienen un vínculo estable con los valores simbólicos de la Historia. Volvamos al prólogo precitado: “La historia escrita desde 1867 a la fecha me parece poco convincente por cuanto divorcia a Maximiliano y a Carlota de sus antecedentes más profundos y de su medio natural, limitándose a atribuirles una simplista actitud de príncipes de seda y de brocado, y una confusa serie de irregularidades de carácter.” Aquí surge la duda sobre cómo el dramaturgo, entonces, vuelve trascendente un pasado escrito de forma insustancial e inflexible. Es posible encontrar una respuesta elocuente en su biografía: recordemos que la

cultura heredada por Usigli no fue meramente libresca. Las historias se le presentaban con la potencia de una práctica que sigue vigente como medio de transmisión de mitos y leyendas: de forma oral. La Historia primigenia de la que el párvulo Rodolfo tuvo conocimiento, carecía de los paradigmas clásicos de la ciencia, del dato preciso; antes bien, la narración oral, por estar constituida con elementos de carácter intrínseco y no de aquellos comprobables mediante un método, se fundamenta con signos mitológicos. Hay que pensar en la progenitora de Usigli como una gran mujer, aunque carente de una educación sólida para apoyar sus versiones. Así la imagen: principios del siglo xx , una madre relatándole al hijo la vida de Maximiliano y Carlota. Indiscutiblemente, este tipo de narraciones causaban una fuerte impresión en el niño; sobra decir que, aún hoy, los relatos orales estimulan de forma eficaz la fantasía y la agudeza de casi cualquier persona, no sólo la de un menor de edad. Otra cosa: es prudente anotar que él mismo vivía inmerso en otros hechos que dieron identidad a la nación: la Revolución mexicana. Rodolfo Usigli nació en 1905 y es fácil suponer el ambiente caótico, y mítico hasta cierto punto, que ceñía su infancia. Ahora bien, con la extraordinaria combinación de los relatos de la madre y la vida terrible de la Revolución, conjeturamos que la imaginación de Usigli se veía presa en un torbellino fabuloso, y que su actuar inmediato fue buscar respuestas a su condición infantil en medio de la guerra, a su pasado no muy mexicano –su madre fue austrohúngara y su padre italiano–; respuestas a esta peculiar existencia en este país. Y si no halló esas respuestas en su entorno, quizá su mente le brindó el único camino por dónde rastrear una verdad convincente. El contexto que enmarca los primeros años de Usigli es profuso en acontecimientos extraordinarios, y es posible que en su mente las imágenes se hayan potenciado más, pues enriquecer la historia no equivale a

cambiarla, sino a amplificar sus significados, a darle un valor connatural e insertarla en un orden mítico, transformarla para que reviva y nos hable de la actualidad; como si el tiempo fuese estático o circular, como refiere Silvia Rivera Cusicanqui respecto a la cosmovisión indígena: “El mundo indígena no concibe a la historia linealmente y el pasado-futuro están contenidos en el presente” –es ineludible observar que en las palabras de Cusicanqui, a modo de palimpsesto, descuella la concepción usigliana de la historia. También es posible entrever que las figuras sobresalientes de la diacronía, lo son por el hecho de que “son originales” –así lo expone Usigli en sus reflexiones –, y esto nos remite a su carácter primigenio. Si aceptamos la hipótesis de que una de las tareas esenciales de los mitos es crear patrones de tipo ejemplar para una comunidad, podremos entender la necesidad de integrarlos en las historias generales alrededor del mundo. Empero, la manera en que Rodolfo Usigli llega a interpretar la historia de México es más cercana a la experiencia poética –de la que habla Hölderlin–; es decir aquello poético-mítico, un acto de creación que parte de una “realidad” espacio-temporal ya documentada, al cual nuestro creador le asigna una “realidad” propia, pues en sus piezas no se encuentran trabas retóricas que dificulten el camino que va de lo histórico a lo mítico. Así, el dramaturgo se inviste de poeta, nunca se conforma con mostrar perfectos calcas de la Historia, y devela aquellos laberintos de sucesos por los que había transitado desde la niñez, que vivían en su memoria, quizá de forma innata; aquellos trazos indelebles que se acercan a lo que Jung denominó “inconsciente colectivo”. Por ello, al leer las piezas de Rodolfo Usigli –incluyendo los paratextos, como los prólogos a sus tres Coronas –existe la probabilidad de entablar un diálogo con la esencia del ser humano, de descubrir una verdad honda y trascendental de la Historia, y de dialogar con el poeta


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15 de enero de 2017 • Número 1141 • Jornada Semanal

TODO CAMBIA PARA QUE TODO PERMANEZCA IGUAL Notas sobre la Colección Cultura José María Espinasa FUE PENSADA COMO UN TESORO DE LECTURA.

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a conocida frase que titula esta nota, de El gatopardo, la extraordinaria novela de Lampedusa, me vino a la memoria al leer “La Colección Cultura y los fundamentos de la edición mexicana moderna, 1916-1923”, el estudio que precede al facsímil antológico con que Juan Pablos Editor conmemora los cien años de dicho proyecto. El año pasado, fecha de la efemérides, la ejemplar labor de la Biblioteca Lerdo de Tejada dio lugar a una pequeña exposición que rendía cuenta de ese aniversario que cambió el mundo editorial mexicano en los años finales de la Revolución mexicana. Sin embargo, sabía a poco y no parecía haber más iniciativas que conmemoraran el proyecto. No parecerían aquellos años de la segunda década del siglo xx tiempos benignos para un proyecto así, y si bien Freia i . Cervantes Becerril y Pedro Valero Puertas, autores del estudio e impulsores del proyecto, explican algunas de las razones de su aparición, eso no impide considerarlo un milagro literario. La presentación de Verónica Loera y Chávez nos informa además sobre los sinsabores –de pesadilla– para tratar de conservar la memoria de la colección, la editorial y la imprenta. Lo impresionante es la vigencia de un proyecto centenario en su lucha por la lectura y lo poco que han cambiado en el fondo las circunstancias actuales comparadas con aquellas. Enumero algunas de las características del proyecto. Es impulsado por dos activos miembros del Ateneo de la Juventud, Agustín Loera y Chávez y Julio Torri, y representa claramente un intento de crear un tiempo lector menos volátil que el de los periódicos o el de las conferencias y tertulias, tan importante para el Ateneo. Como ahora en las editoriales independientes, en la Colección Cultura el papel de los escritores fue muy importante. Y también como ahora, después de un período en que la comunicación verbal a través del aula o el foro público es muy importante, se busca echar raíces en la página impresa. El surgimiento –numéricamente asombroso– de editoriales en este nuevo siglo proviene de los años postsesenta y ocho, claramente verbales a través de recitales, lecturas, hojas volantes y revistas de efímera existencia. La importancia del Ateneo de la Juventud no acaba todavía de ser valorada en su totalidad en el México contemporáneo. Otra característica es que sus impulsores y los que colaboran con el proyecto con traducciones, prólogos y selecciones lo hacen robando tiempo a sus trabajos, frecuentemente ligados al Estado, que los apoya de diversas formas y maneras, ya sea con compras, sub-

la ediCión faCsimilaR ConmemoRaTiva de dieCiséis enTRegas seleCCionadas del ConjunTo de oChenTa y seis es una de las mejoRes noTiCias ediToRiales del año Pasado. sidios u otros mecanismos. Algo muy similar a lo que sucede hoy. Y se aprovecha la siembra de varias generaciones: en 1916 se buscaba la continuidad con algunas de las ideas de Justo Sierra en torno a la educación, se basa en una generación excepcional, y suma a los más jóvenes, la generación de Contemporáneos. Se busca también innovar en las formas de llegar al lector, por ejemplo en el hecho de que la aparición de las entregas de Cultura fuera pensada de manera periódica (cada quince días, misma que pronto no cumplió) y para ser coleccionada como una especie de tesoro de la lectura. Hoy en las editoriales independientes se suman al menos cuatro generaciones. Otro elemento imprescindible: el espacio para la traducción. Aproximadamente un tercio de los títulos son traducciones, un tercio de autores en español (españoles e hispanoamericanos), y un tercio de autores

mexicanos, un balance más que equilibrado. Fueron ochenta y siete entregas de la colección y sin duda se trata de una selección muy buena de autores que refleja el gusto del momento pero que formó el de las décadas posteriores hasta reflejarse en nuestros días. Su talón de Aquiles terminó siendo la poca distribución y la escasez de librerías. ¿Les suena? Sin duda había menos lectores entonces y el panorama era mucho más pobre intelectualmente, pero no deja de ser curioso que la relación habitantes-lectores-librerías-libros siga manteniendo más o menos la misma proporción. Visto desde el día de hoy hay elementos muy curiosos en el catálogo: por ejemplo algunos autores que están un poco olvidados en español después de gozar de una fama relativa, por ejemplo Mauricio Maeterlinck o Rabindranath Tagore; otros son lecturas fundamentales que hoy nadie conoce, como Leónidas Andreiev (y que lamentablemente no entró en la apretada selección que se hizo para reproducir en facsimilar). También se puede observar que, si bien el catálogo refleja cierto afrancesamiento, ya se nota la voluntad de abrirse a otras lenguas, en especial en inglés (una de las últimas entregas sería El soldado desconocido, de Salomón de la Selva, poeta nicaragüense quien, junto a Salvador Novo, sería factor fundamental en el conocimiento de la poesía estadunidense). Un hecho que me importa destacar es que la Colección Cultura surge como un proyecto privado, más allá de que la imprenta en que se hace reciba trabajos del gobierno (como la revista El Maestro) y que atraviesa por sucesivas crisis económicas y cambios de membrete e incursiona también en el universo de las librerías sin lograr consolidarse del todo, a diferencia de los proyectos casi paralelos de Ediciones Botas (que si bien dura más tiempo también termina por fracasar) y Porrúa (aún vigente y saludable hoy). El problema señalado hoy de la enorme dependencia del Estado que tiene la industria editorial viene desde entonces. La edición facsimilar conmemorativa de dieciséis entregas seleccionadas del conjunto de ochenta y seis es una de las mejores noticias editoriales del año pasado. La edición está, además, bien hecha, una caja bien diseñada, funcional y atractiva que las reúne junto con el estudio preliminar mencionado puede servir de punto de arranque para otros estudios sobre proyectos editoriales del período y para profundizar en el trabajo editorial del Ateneo de la Juventud. Por ejemplo, poner en contraste la iniciativa de los clásicos de Vasconcelos con esta colección. Felicidades a todos los que estuvieron involucrados en el proyecto


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15 de enero de 2017 • Número 1141 • Jornada Semanal

Saúl Renán León Hernández

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LA GLÁNDULA PINEAL, DOS MIL AÑOS DE DEBATE. FILÓSOFOS, CIENTÍFICOS Y NOVELISTAS SE HAN SUMADO AL ANÁLISIS.

ras casi dos mil años de debates sobre una “glandulita” localizada en el centro del cerebro, en 1649 Descartes planteó su tesis: es la sede de las pasiones del alma que deben dominarse por la razón. En 1682 Thomas Gibson la llamó pineal. Los ilustrados la ignoraron pero convirtieron la razón cartesiana en razón de Estado para dominar cuerpos y pasiones a través de religión, ciencia e instituciones públicas como instancias de ejercicio y reproducción del poder. Shelley, Stevenson y Wilde vaticinaban la némesis: horror y violencia por el almicidio que sucedería. A fines del xix , mientras los científicos se interesaron de nuevo por la pineal para derribar la tesis cartesiana, Arthur Machen la retomó en El gran dios Pan, recordando lo que Descartes había dicho: es tan sensible que sus menores movimientos tienen un gran poder para agitar a las pasiones; por eso escribió que bastará un simple toque, una ligera incisión sobre “cierto grupo de células nerviosas del cerebro” para arrasar completamente con la sólida barrera sensorial para que, por primera vez, un espíritu pueda contemplar el mundo espiritual levantando el velo. Los antiguos sabían lo que significa levantar el velo: lo llamaban ver al dios Pan. Dios musical, pero también iracundo y de sexualidad desenfrenada que, a la postre, se asimiló a Dioniso. En El nacimiento de la tragedia, Nietzsche tomó de Schopenhauer el mito hindú de levantar el velo de Maya para conocer la verdad más allá de las engañosas representaciones, e infirió que ese era el propósito del estado de embriaguez dionisíaco de desindividuación que dio origen al coro y a la tragedia. La voluntad de vivir de Schopenhauer sostenía que, por el principio de individuación, la satisfacción de los deseos conducía a la lucha egoísta de todos contra todos oca­ sionando el mal y la violencia. Según Nietzsche, Dioniso luchó contra las pasiones y el sufrimiento lo transformó en el dios que creó el arte, con la alegre esperanza de romper el sortilegio de la individuación. El desmembramiento de Dioniso por los titanes en los cuatro elementos primordiales rompió la individuación como fuente del mal, en un mito semejante al mexica: Huitzilopochtli, dice Eduardo Matos, desmembró a la Coyolxauhqui como castigo por haber puesto en riesgo la unidad del reino; por eso sus miembros apuntan a los cuatro puntos cardinales simbolizando la extensión que abarcaría el triunfo de Huitzilopochtli para restablecer la unidad. Quetzalcóatl es el equivalente mexica del Apolo griego, que invitaba a la mesura y al sosiego en complicidad con la Coyolxauhqui y Huitzilopochtli uno, con Pan y Dioniso el otro; es decir, unidad de razón-pasión cuya división hizo sufrir a nuestra Sor Juana en su Dime vencedor rapaz y que re-unió admirablemente en Primero Sueño. En el xix europeo, la mayoría de los grandes filósofos y científicos querían ser reconocidos como el Newton

de la moral por haber descubierto el arché de las pasiones para manejarlas objetivamente. Los socialistas científicos hicieron mutis al respecto y a lo máximo que llegaron fue al título, nunca desarrollado por Engels, sobre El alma de la plastídula. Charles Fourier fue uno de los utópicos al declarar que había descubierto la ley de la atracción de las pasiones. A propósito de su falansterio, escribió en cambio: “Si la clase obrera, si los pobres no son felices en el socialismo, lo turbarán por medio de la malevolencia, el robo, la rebelión; semejante orden fracasará en su objeto, que es el de asociar la pasión y lo material, conciliar caracteres, gustos, instintos y desigualdades.” [Las cursivas son mías]. Fourier asumía que el capitalismo se regodeaba –y se regodea, confirmemos– con tal fracaso. Hoy sabemos que el desequilibrio pasión-razón refleja el desarrollo asimétrico del cerebro durante la ontogenia y su posterior inmadurez biopsíquica. De acuerdo con un vasto estudio, en más de 22 mil niños [Tremblay. 2009], entre los dos y los cinco años de edad, más del setenta por ciento de los niños y niñas manifiestan conductas agresivas: muerden, patean, golpean, arrebatan pertenencias a sus pares, hacen berrinches. En esta edad, la corteza prefrontal que controla la razón y las conductas pro-sociales equivale a un tercio de la de un adulto sano; por eso predomina el eje de respuesta innata al estrés en el que participa la glándula pineal como la gran reguladora de los reguladores cerebrales. Los reclamos de alimentos, cuidados corporales y afectos son prioritarios (pura voluntad de vivir, pues) y la demora o la ausencia de su satisfacción o su satisfacción psicopatológica es procesada como estrés o como intención de daño que se manifiesta en agresividad que, en in­ teracción con los genes, bajo ambientes ecológicos y sociales adversos, dan origen a la agresión o a la violencia en la adolescencia y en la vida adulta. Uno de los problemas que planteó Francis Crick (1994) en su Búsqueda científica del alma (encontrar un correlato objetivo entre la actividad neuronal con los sucesos demostrativos del libre ejercicio de nuestra voluntad) ha empezado a ser resuelto por la resonancia magnética funcional. En adultos sanos, ante manifestaciones de empatía emocional y cognitiva (siento lo que sientes y sé qué es lo que sientes) se activan áreas específicas de la corteza prefrontal (apolínea) que a su vez tienen conexiones que activan el eje de respuesta al estrés (dionisiaco), cuyos estímulos regresan a la corteza prefrontal para ser reprocesados y restablecer la unidad. Es un proceso en el que participa la glándula pineal que, a través de la melatonina, descubierta por Aaron Lerner en 1958, regula el ciclo vigilia (apolíneo)sueño (dionisíaco) a través de la vía “retino-epifisaria”, cuyo velo nos dificulta “ver” al gran dios Pan. Crick consideró que en la búsqueda científica del alma, filósofos, novelistas y adláteres poco podían aportar y que, por tanto, no deberíamos tomarlos muy en serio. ¿Será cierto?

La búsqueda del alma antes y después de

Descartes


Amparo D entrevista con Amparo Dávila Eduardo Cerdán

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LA ESCRITORA MEXICANA FUE GANADORA DEL PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1977. A FINALES DE 2015 SE LE OTORGÓ LA MEDALLA BELLAS ARTES POR SU TRAYECTORIA. Con mi agradecimiento para Luisa Jaina Coronel Dávila

través de las nubes mugrosas de Ciudad de México se filtraba una resolana incómoda y pegajosa. Soplaba aún el viento frío del Mictlán, que llega con noviembre y se va con él. A la una y media, mucho antes de “esa hora de la tarde en que uno se siente especialmente triste”, me apersoné en la casa cuyo botón del timbre está custodiado por la palabra “dávila ”, escrita dos veces con plumón indeleble, arriba y abajo. Muy bien combinado con la fachada de paleta neutra, brillaba el barniz del amplio portón y de la puertecita situada del lado izquierdo, a la que se llega por una escalinata diminuta, de tres escalones apenas, con barandales de fierro a los lados. En la manija, pintada de negro, estaba la cabeza de un ángel con la cara algo demudada. Enseguida pensé, querida Amparo, en la portada de sus Cuentos reunidos. Tras timbrar una vez, me recibieron primero los ladridos de Nina y de Cali; luego, una mujer muy tímida que asomó media cabeza. –Pásele –dijo después de identificarme. Entré y sentí un déjà vu. Aquello era como una versión modernizada de “uno de esos patios de provincia, cuadrados”, que usted y yo, Ampa, conocemos muy bien, sólo que éste no tenía corredores ni habitaciones a los lados, únicamente la entrada principal. Enseguida, todavía deslumbrado por el sol, me interné en la casa oscura y me invadió el vértigo que todos vivimos cuando nos volvemos huéspedes, aunque sea por un ratito. Lupita, su asistente, me dijo que entrara a su biblioteca. Husmeé de derecha a izquierda. Por la luz que entraba de afuera, espejeaban los portarretratos puestos en los estantes de los libreros. No me dio tiempo de ver casi nada porque muy pronto llegó usted, precedida por su andadera. –Buenas tardes –dijo quedito, cabizbaja. Las manos adornadas con anillos, los labios brillantes, el pelo co-

mo algodón de azúcar mascabado y los ojos, ya achicados por los años y afectados por las cataratas, lucían alrededor unos trazos gruesos y negros. Nos sonreímos. Se sentó usted en el sillón de tres espacios, al que luego me invitó, y después le pidió una Coca-Cola a Lupita. –Que no esté fría, por favor –precisó–. Buenas tardes –repitió, girando la vista hacia mí. –Buenas tardes. Yo soy..., mire..., vengo de..., pero dígame: ¿y usted?, ¿cómo está? –Así que da clases en la unam ... Qué bueno. ¡Y es usted de Xalapa! Xalapa es muy bonito, cómo no. Yo fui hace años y me gusta mucho. Iba a ir a principios de este año a un homenaje... ¡ah!, con usted y Vicky de Ciudad Juárez como ponentes, sí, pero me caí dos veces seguidas y fue imposible viajar... En fin, una ruina. Pero mire qué curioso: a usted y a mí nos unen la literatura y la provincia. Yo nací en Pinos, Zacatecas, un pueblo minero, situado en la ladera de un cerro, de calles empedradas, culebreantes, con callejones oscuros... En su Breve semblanza de un pueblo mágico, Pinos, leo: “Yo nací calle abajo, muy cerca de la casa de mis abuelos maternos, rumbo a los arquitos, por donde pasa el agua cristalina entre las piedras pulidas por ella misma en su continuo correr. Bajo un cielo azul cobalto como la capa de los magos, azul limpio sin nubes, azul intenso el de mi pueblo, pueblo de metales y de historia, cuna de hombres ilustres.” –Es un pueblo bastante bonito, con jardines hermosos, iglesias... –dio un sorbo al vaso de Coca-Cola que ya le había llevado Lupita–. He vuelto a él muchas veces. Cuando yo era niña se habían ido muchos hombres a trabajar a Estados Unidos, como tantos mexicanos, entonces Pinos estaba solo, vacío. Las casas de allá son de habitaciones sumamente grandes y siempre hace frío

y sopla el viento. Yo lloraba mucho cuando nací y no sabían de qué. Creían que me faltaba alimento, pero luego veían que no. Después revisaban si algo me dolía... Total: no entendían de qué se trataba. Y un día que dejé de llorar, fueron a verme y estaba yo plácidamente dormida en mi cuna rodeada de gatitos que había llevado una gata que tenía mi mamá. Los llevó y los acomodó junto a mí para darme calor. Con eso dejé de llorar. Mi abuela dijo que era muy peligroso, que los gatos tenían pelo y que eso les hacía mucho mal a los niños, que me podía perjudicar, que me los quitaran. Me los quitaban y yo lloraba. Cada vez que la gata podía, iba y los acomodaba conmigo. Desde entonces conozco a los gatos y convivo con ellos. Mire usted, ahí anda la gatita Chamir. La mascota tricolor, al notar nuestra mirada, comenzó a maullar desde el umbral de la puerta. Luego, la psicóloga Jaina: su hija, Ampa, la que tiene trillizos y cincuenta y cuatro gatos y un montón de canarios, entró con cautela a la habitación y se sentó a su lado. –Tengo nueve gatos y seis perros –continuó usted, risueña–. Me gustan mucho, tanto perros como gatos. Fíjese que, de niña, como había muerto mi hermano Luis Ángel de cuatro años, me quedé muy sola, y en la noche eran mis perros los que me acompañaban. Entonces tenía cinco años y mucho miedo. Contaban varias leyendas en el pueblo: decían que el último dueño de la casa donde yo vivía había perdido una pierna y que le habían adaptado una de palo, de la rodilla para abajo, pues no había otra opción de cirugía. Decían que ese señor, que era muy rico, se había casado varias veces y que una de sus esposas, que había muerto (la última, creo), deambulaba por la casa con una vela encendida, con su vestido de novia. No sé si en realidad yo los veía o lo imaginaba por lo que me contaban. Todavía en este momento no sabría decirle a usted si eso fue real o no. Mis problemas del sueño cesaron a partir de que tuve una terapia con el doctor Federico Pascual del Roncal. Tenía yo terror a la oscuridad...,


Dávila

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Siete décadas entre la poesía y el cuento

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–He de haber tenido veintisiete, veintiocho... A los treinta me casé con Pedro Coronel, a él lo conocí aquí. La ciudad en esa época era preciosa, con flores. Me gustaba mucho. Era muy tranquila, con un clima delicioso, templado. Podía usted salir en las noches a pasear, cosa que ya no puede hacer porque lo asaltan en la esquina, ¿verdad? Aquí, cuando llegué, fui asistente de Alfonso Reyes. Yo le sacaba en limpio textos que él necesitaba porque estaba haciendo un libro que le habían pedido en Monterrey (ya ve que él era de Monterrey) como homenaje. No estuve demasiado tiempo porque me casé y fue difícil seguir yendo con él... –¿A qué otra cosa se ha dedicado usted, aparte de escribir? –Siempre me he dedicado a eso nomás. Inicié escribiendo poemas, pero Alfonso Reyes me dijo que era muy necesaria la prosa para agilizar la poesía. Yo ya había escrito en la escuela, en clases de gramática, cositas sencillas, como descripciones, diálogos, y salían cuentos. No porque yo me lo propusiera, sólo salían. Después, cuando don Alfonso me dijo que había que practicar la prosa, le hice caso y le fui enseñando lo que escribía. Entonces me dijo: “Vamos a ir publicando esto.” ¡No! Yo no quería. Por timidez, yo creo. Pero él me insistió. Me dijo: “Fíjate que son buenos y los vamos a publicar.” Y así fue: en la Revista de la Universidad, la de Bellas Artes, la de Elías Nandino que se llamaba Estaciones... –Y en la práctica de la prosa, ¿ha intentado escribir novela? –Nunca me ha interesado la novela. Sólo me interesan el cuento y la poesía porque exigen mucho rigor. Disfruto por igual los dos géneros, que siempre brotan en mí por necesidad.

Fotos: Archivo personal de la autora

bueno, hasta el momento duermo con luz porque me da miedo la oscuridad, pero ya no me da terror. El doctor Pascual del Roncal me lo quitó. Era un psiquiatra español que vino aquí a México y escribió el primer libro de psiquiatría para niños en la unam. Era muy famoso, una maravilla. Cuando yo le platiqué a Alfonso Reyes de mis terrores nocturnos, me dijo: “Te voy a llevar con alguien que te va a ayudar.” Y así fue: me ayudó mucho. –Y ya que habló de don Alfonso, dígame: ¿cuándo se conocieron? –Debo haber tenido menos de veinte años. Don Alfonso fue a San Luis, invitado por la universidad, y le presentaron a los jóvenes que escribían o a los que les gustaba la literatura. Entre ellos estaba yo. –En San Luis Potosí usted se educó en colegios religiosos, tengo entendido... –En el Colegio de las Madres del Espíritu Santo, sí. Con ellas hice la primaria y la secundaria... –¿Todavía es creyente? –Sí, ¡claro que sí! Muy creyente. De la religión nació mi obra, podría decirse. Fíjese que me fui encaminando a la literatura poco a poco porque yo había conocido bastante de la Biblia, por el colegio, y ahí conocí los Salmos, que después quise imitar, pero con poemas paganos. Las religiosas tenían mucha predilección por los clásicos españoles: con ellas leí especialmente a Fray Luis de León, a Santa Teresa..., a los más importantes. Fray Luis de León, con su traducción del Cantar de los cantares de Salomón, hizo una gran mella en mi vida. Por eso escribí paralelismo en Salmos bajo la luna; ya no lo hago, pero sí tengo mucha influencia del Cantar de los cantares. –Y cuénteme: cuando llegó a Ciudad de México, ¿le gustó? ¿Qué edad tenía por entonces?

–Ahora, por su problema de la vista, me imagino que ya no escribe mucho... –¡No, claro que sí! Últimamente he escrito algunas semblanzas... Ah, pues allá arriba tengo unas –se dirigió usted a Jaina–, para que Lupita baje algunas... Escribí una sobre Pinos, una sobre mi hija Loren, que murió –y me señaló una foto en el librero donde aparece una joven morena, de anteojos y pelo oscuro hasta los hombros, vestida de rosa– y una semblanza de mi muerte–. Al decir “muerte”, querida maestra, usted soltó una risita traviesa. Ahora leo, con los ojos empañados, su bella “Semblanza de Loren”: “Llegaste un día frío/ de noviembre/ niña de la cabecita ensortijada/ la boquita bien delineada/ y los ojos de ciervo asombrado.// Paloma mensajera/ gorrión jilguero/ manitas de ángel/ hacían figuritas/ con plastilina/ y pintaban/ con los colores del iris.// Luz y sombra/ alegría y tristeza/ canciones y sollozos/ dejaste/ la inmensa nostalgia/ de tu voz y de tu risa/ de tu amor/ y de tu compañía.” Cuesta continuar después de estas líneas, pero siguiendo su ejemplo, querida Ampa, sigo donde me quedé. Hay que seguir, nos conmina usted, aun con el frío y la ausencia y el miedo y el duelo y la muerte... Siguió contándome: –Estoy escribiendo unos poemitas pequeños, breves, y tal vez algún cuento en estos días. No hay muchas cosas inéditas que valgan la pena. Creo que voy a publicar un librito de poesía y tal vez uno o dos cuentos. Es que no tengo ninguna rutina. Puede llegar a cualquier hora una idea: cuando me estoy bañando o cuando estoy acostada... A veces sueño y luego despierto, “¡ay!”, digo, y empiezo a escribir. Durante mucho tiempo escribí a máquina, pero ahora mis manos son muy torpes, entonces prefiero el manuscrito. Don Alfonso decía que no había que acostarse sin haber escrito dos o tres páginas; yo sigue

Biblioteca personal de la autora

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–Lociones, también comprabas lociones –respondió ella–. Pasábamos primero a Tacuba a comprar el agua de rosas, glicerina, y luego íbamos al Pasaje Catedral. Yo debo haber tenido como cinco años. Todavía recuerdo que entrábamos corriendo mi hermana y yo, y mi mamá: “¡Esperen, niñas, esperen!” No, nosotras ni atendíamos. –Oye, Jaina, ¿entonces tu mamá era Shabadá? –pregunté. –Sí. Cuando yo era niña le inventé Shabadadiba. ¿De dónde? Quién sabe. –Eso era de niña –dijo usted entre risas–. Ahora mi hija y mis nietos me dicen Ampa...

En la esquina inferior derecha, el retrato de Juana Lorenza Coronel Dávila. Foto: Archivo personal de la autora

paso años sin escribir nada, pero creo que cuando no escribo estoy ideando, rumiando: mi mente nunca está vacía. Ah, y yo escribo, sencillamente. Si me colocan en una generación o en otra, son los críticos los que se ocupan. A mí eso me tiene sin cuidado. En el Medio Siglo, que es donde siempre aparezco, también están Inés Arredondo y Lupita Dueñas. Conmigo éramos la trilogía (creo que alguien escribió un libro que se llama así). Fuimos muy amigas y me parecen extraordinarias cuentistas. Son maravillosas, eso opino. –Yo conocí muy bien a Inés –dijo Jaina–. Me acuerdo que de niña yo estaba obsesionada por hacerle un vestido. Ella era muy paciente. Incluso se dejaba que le pegara yo papeles acá –señaló los brazos– con cinta... Siempre fue muy linda. También Juan José [Arreola]. A él lo veíamos muy seguido, ¿verdad? –Sí –respondió usted–. Por eso le digo –volteó a verme–: si me ponen al lado de Inés y de Lupita, yo no tengo ningún problema. En esa generación hay gente muy interesante. –Y ya que hablamos de admiraciones, ¿quiénes son sus autores? ¿Quiénes la han influido? –Kafka para mí es importantísimo, t. S. Eliot, la cuentista maravillosa Carson McCullers me gusta muchísimo... Mire usted mi biblioteca. Si me pongo a enumerar no acabo... En efecto, los lomos de los libros decían mucho, pero los que decían todo eran los retratos de, por ejemplo, Kafka y Julio Cortázar. –Oiga, y ahora que veo a Cortázar por ahí, cuénteme cómo comenzó su relación epistolar. –Una muy amiga de él y mía, Emma Susana Speratti Piñero, vino a El Colegio de México a hacer una tesis sobre Tirano Banderas, de Valle-Inclán. Nos conocimos y nos hicimos muy amigas. Cuando salió Tiempo destrozado le gustó mucho y se lo mandó a Julio a París sin decirme nada. Cuando me dijo me enojé mucho porque me pareció indebido: ¡cómo un primer libro mandárselo a un hombre ya consagrado que yo además admiraba..., admiro mucho! Total que me contenté con ella, tuve que... Y ella me dijo: “Se lo mandé porque me parece muy bueno y yo creo que le va a gustar a Julio.” Como a los dos o tres meses, recibí en el Fondo [de Cultura Económica] una carta muy elogiosa de Julio Cortázar. Todas las cartas salieron en la edición conmemorativa de Árboles petrificados. –Y sí llegaron a encontrarse en París, ¿verdad? –¡Ah, claro! Yo fui a París porque allá estaba mi marido, que había hecho una exposición y quería que fuera yo a verla. Entonces conocí a Julio y hubo mucha simpatía entre él y yo. Mucha afinidad, pero muchísima. Me dijo, cuando nos conocimos, que le encantaba la influencia tan grande que yo tenía de Edgar Allan Poe y le dije que

–kafka PaRa mí es imPoRTanTísimo, T . s . ellioT, la CuenTisTa maRavillosa CaRson mCCulleRs me gusTa muChísimo... miRe usTed mi biblioTeCa . s i me Pongo a enumeRaR no aCabo ... no, que desde luego que no porque yo no podía leer a Poe: cada vez que intentaba leerlo, me afectaba tantísimo, que me enfermaba de colitis. Entonces me dijo Julio: “Mira, te voy a regalar una traducción que hicimos Aurora y yo de los cuentos de Poe. Me vas a prometer que aunque sea una paginita vas a leer porque no es posible que con tanta afinidad no lo conozcas” (para entonces ya había escrito Tiempo destrozado y estaba terminando Música concreta). Después fui asimilando a Poe. Ahora me estruja, pero ya no me enferma. –¡Esto es una revelación! Todo mundo la asociamos a Poe y mire... En fin. Si me lo permite, me voy a regresar a sus contemporáneos. ¿Qué me puede decir del Centro Mexicano de Escritores? Fue becaria allí, ¿no? –Fui becaria, sí. El director era Francisco Monterde, un académico maravilloso, y los tutores eran Juan Rulfo y Juan José Arreola. Mis compañeros eran Salvador Elizondo, José Agustín, Julieta Campos. Fuimos amigos, por supuesto. Leíamos cada semana: teníamos la obligación de llevar un texto cada quien. Lo leíamos, lo criticaban, sobre todo Rulfo y Arreola, y también entre nosotros. A veces me iba bien, a veces no tanto... En ese tiempo escribí Árboles petrificados, que después tuvo su Premio Villaurrutia en el ’77 y que ahora acaban de reeditar. El último libro de cuentos que publiqué es Con los ojos abiertos, de 2008. Antes de eso escribí los poemas de El cuerpo y la noche. Nunca me he retirado de la literatura. Sólo hasta el día en que me muera me tendré que retirar. Irremediablemente, ¿verdad? –la risa ante la mención de la muerte volvió a brotar de su cuerpo chiquitito–. Ahora tengo, fíjese, muchos pasatiempos: los gatos, los perros, mi familia (mi hija, mis nietos), mi casa. No me faltan... Y es que, para mi literatura, la vivencia es muy importante. Mire, a mí me afecta... nunca se sabe qué. Soy demasiado sensible a muchas cosas: a los olores, a las cosas que veo, a la música... Un aroma o un sabor me llevan a recordar algo que viví o que me gustó hace años (a las panaderías de mi infancia, por ejemplo) y entonces, tal vez ahí, empiezo. Después el cuento se va yendo por su propio paso. –Ahora que habla de la vivencia, pienso en su cuento “La noche de las guitarras rotas”, donde usted es la narradora... —Sí, aparecemos mis hijas y yo. Íbamos al Pasaje Catedral y compraba hierbas, ¿verdad? –se dirigió usted a Jaina–. ¿Qué más compraba?

–Bueno, mi querida Ampa, ya vamos a terminar. Tengo una duda: ¿sabía de “El rastro de tu sangre en la nieve”, de García Márquez, cuando escribió usted “El pabellón del descanso”? Porque en ambos cuentos aparece una pareja compuesta por unos personajes que se llaman Billy y Nena. –¿Ah sí? Pues seguro es coincidencia porque no he leído ese cuento de García Márquez. Fíjese que eso comentábamos con Cortázar: que a veces hay cosas extrañas que aparentemente uno conoce y en realidad no es así. –Yo creo –dijo Jaina– que es parte de un inconsciente colectivo. Como dice Jung: se comparten ciertos arquetipos sin que haya una explicación científica de por medio. Como la misma Dávila y Poe, pensé. –Para terminar, maestra, la pregunta obligada: ¿qué tenía en mente cuando creó “El huésped”, “Moisés y Gaspar” y los personajes de “Alta cocina”? –Moisés y Gaspar son una disociación. Moisés y Gaspar es el destino. El huésped... ¡pues es un huésped misterioso! Por eso me asocian con Camus, porque él también tenía un huésped... –Ahí está el huésped –interrumpió Jaina, señalando un cuadro de algo parecido a un búho, que estaba junto a la viñeta de Pedro Coronel que sirvió de portada a la primera edición de Música concreta–. Mírale los ojos... sin parpadear. Y los de “Alta cocina”, pues... –¿Caracoles? –Bueno, pero eso se lo dejo al lector. Que interprete lo que él quiera, lo que le venga bien. Que le ponga el vestido que le quede. Aquí concluyó mi pseudoentrevista. Jaina, elocuente y brillante, me contó “qué se siente” ser hija de dos grandes artistas: –Mis papás me heredaron una sensibilidad especial que me ha ayudado a apreciar el arte en todas sus manifestaciones. Entenderlos, convivir con ellos, ver con sus ojos..., todo eso me ha otorgado otra forma de vida, otro modo de vivir el momento. De pronto mi mamá y yo nos descubrimos extasiadas viendo una florecita, el gesto de un gato..., pequeños detalles cotidianos que nosotros volvemos especiales. Usted me obsequió las semblanzas inéditas que ya he referido en líneas anteriores. De ellas dejé para el final, con malicia y premeditación, su “Semblanza de mi muerte”. Me temo que después de ésta, mi admiradísima Ampa, sobrará cualquier palabra mía. “Que no me muera/ un día nublado y frío/ de invierno/ y me vaya tiritando/ de frío y de miedo/ ante lo desconocido:/ ese mundo de sombras/ sin rostro/ que camina siempre/ a mi lado,/ o que me aguarda/ al doblar la esquina,/ y ese misterio insondable/ que no logramos develar/ y que angustia/ y perturba la existencia./ Quiero irme/ un día soleado/ de una primavera reverdecida,/ llena de brotes y retoños/ de pájaros y de flores,/ a buscar/ mi Jardín del Edén,/ mi Paraíso Perdido,/ y gozar de los frutos/ de la vid y de la higuera,/ el perfume de los cerezos/ y los naranjos en flor/ y el calor del sol/ que nunca se oculta.”


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Jornada Semanal • Número 1141 • 15 de enero de 2017

Legado mesiánico. La sillería del coro de San Agustín, Carlos Martínez Assad, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2015.

UN TESORO DEL PATRIMONIO NACIONAL ANDREA TIRADO

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o sorprende el profundo conocimiento que tiene Carlos Martínez Assad del Antiguo Colegio de San Ildefonso: antes de publicar Legado mesiánico. La sillería del coro de San Agustín, ya había analizado el cambio del discurso del inmueble, cuando el templo de San Agustín se convirtió en sede de la Biblioteca Nacional en 1867. A su vez, en San Ildefonso: vivir por su historia consagrado, trazó un esbozo de las repercusiones generadas por sus actividades educativas y culturales en el pensamiento y la política nacional de México en la primera mitad del siglo xx . En Legado mesiánico, Martínez Assad vuelve a mostrar su erudición sobre el Antiguo Colegio. Legado... tiene dos objetivos principales: el primero, poner en manos del lector una guía práctica de los contenidos de la sillería del coro de San Agustín; y el segundo, contribuir al conocimiento y preservación de un conjunto barroco del siglo xviii . En la primera parte del libro, Martínez Assad anticipa detalladamente al lector lo que podría presenciar si decidiera visitar la sillería del coro; advierte sobre “el olor de la madera añosa” que percibirá el espectador, al mismo tiempo que apreciará el movimiento de los personajes que “adquieren vida ante nuestra mirada”. Tan sólo con esta introducción, el lector/ visitante puede darse una idea –si nunca ha ido– de lo que le espera, y aunque haya ido, de lo que tendría que (re)visitar bajo otra mirada. Esta parte es tan precisa como amena, pues a la par de los datos crudos como fechas, nombres y contratos que especifican el tipo de material utilizado para la sillería, Martínez Assad narra animadamente la historia de los agustinos llegados a la Nueva España y la construcción del templo de San Agustín; y aunque ahonde en esta temática en su libro Rescate de San Agustín, el autor re-traza brevemente los desafortunados acontecimientos que modificaron involuntariamente la sillería original, tal como el incendio de 1676, por el cual se perdió una parte del retablo e hizo necesaria la reconstrucción del templo. Otro evento, y el más significativo, fue sin duda cuando debido a las Leyes de Reforma, los bienes de la Iglesia se secularizaron y el templo pasó a formar parte de los bienes nacionales. El rescate de la sillería se debe a Vidal de Castañeda y Nájera, quien le pidió al entonces secretario de Instrucción Pública, Joaquín Baranda, el conjunto que permanecía abandonado (el proceso de desmantelamiento

había comenzado desde 1861). Posteriormente, gracias a Nicolás Fuente se ensamblaron las partes y se restauraron, resultando en la sillería que se conoce hoy. Los retablos de la sillería fueron inspirados en pasajes bíblicos y Martínez Assad estructura su libro de tal forma que cada tabla fotografiada se encuentra acompañada de su correspondiente pasaje. Las técnicas modernas de la fotografía permiten apreciar con total nitidez los pasajes bíblicos elegidos, los cuales revelan la ideología de San Agustín, para quien la creación y el pecado original fueron fundamentales. El lector puede entonces cotejar datos previamente citados por el autor, como la maestría de los artesanos que conciben escenas que adquieren vida y movimiento; o bien, la intervención de diversas manos en la confección de los retablos, pues los tableros mayores fueron elaborados con más cuidado, homogeneidad y maestría que los cuadrados y ovalados. La mano de obra indígena mencionada en la primera parte del libro es perceptible en la ejecución de ciertos animales desconocidos en el continente americano, como los camellos que menciona el Génesis (capítulo 24), los cuales tienen más parecido a una jirafa que a un camello. El trabajo que realiza Martínez Assad permite identificar pasajes bíblicos que habían quedado pendientes; se da un paso más en el trabajo de identificación y comprensión de los pasajes de la sillería. Además, este libro se presenta como una suerte de homenaje a aquellos artesanos que lograron una lectura visual y una ejecución plena de movimiento. Legado mesiánico enaltece el talento artístico de los artesanos mexicanos que supieron trabajar la madera, aprehendieron elementos del Renacimiento español y crearon una sillería que se distingue de otros conjuntos al contener una narrativa dinámica y viva que buscaba suscitar interés y convicción, convirtiéndose así, la sillería del coro de San Agustín, en uno de nuestros tesoros patrimoniales • Palabra e identidad en América Latina. Los movimientos indígenas en América Latina, Juan de Dios Escalante Rodríguez, Editorial Académica Española, Alemania, 2016.

IDENTIDAD Y AUTONOMÍA DESDE AMÉRICA LATINA ORLANDO LIMA ROCHA

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ensar la realidad latinoamericana y su constitución identitaria a partir de sujetos colectivos para problematizar y colaborar con la constitución de una dignidad humana socialmente ejercida como expresión de liberación es el tema que el pensador latinoamericanista Juan de Dios Escalante Rodríguez expone en su más reciente obra, titulada Palabra e identidad en América Latina. Los movimientos indígenas en América Latina. En efecto, una de las grandes preocupaciones

del autor es pensar la identidad y la dignidad humana desde América Latina. Ejercicio que sólo puede ser situado y que el autor reflexiona a partir de la emergencia social de los indígenas en la vida política de los distintos países de la región, sobre todo desde la década de los años ochenta. Emergencia que transformó la vida política, social y cultural de todas las naciones latinoamericanas poniendo sobre la mesa el hecho de que los indígenas no son sociedades arcaicas ni tradicionalistas, antes bien siguen tan vivos como desde hace siglos. No constituyen, como recordara (¡hace ya más de cincuenta años!) el recientemente fallecido Rodolfo Stavenhagen (1932-2016) en sus “Siete tesis equivocadas sobre América Latina”, sociedades “duales”, sino que viven desde, por y para constituirse como grupos sociales con una identidad propia y en lucha por su dignidad humana. Así, Escalante retoma los casos de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie, desde 1986) y del Ejército Zapatista de L i b e r a c i ó n Nacional ( e z l n , desde 1994) para abordar, con un método interdisciplinario y un horizonte ensayista, la constitución de una identidad u t ó p i c a b o l i v a r i a n a “desde abajo”. De este modo, el mito de la jaula melancólica como símbolo de la esclerotización identitaria latinoamericana es cuestionado por una identidad indígena en movimiento social. Así, la dimensión política es puesta en primer plano para transformar una realidad cotidiana de explotación y dependencia a partir del trabajo como núcleo identitario que, por medio d e u n a p e d a g o g í a c r í t i c a , l o g re construir los procesos de liberación social y regional. Por todo ello, la militancia intelectual y las dimensiones de construcción bolivariana, de imaginación martiana y rodriguista y de transformación identitaria comunitaria, son los horizontes desde donde Escalante Rodríguez pone en cuestión el statu quo de los Estados-nación neocoloniales y postula la necesidad de repensarla desde la instancia plurinacional y multiétnica por una democracia directa radical. Cuestión que dimensiona los retos de la autonomía y la educación por un proyecto colectivo nacional y regional latinoamericano. Tales son los elementos, dimensiones y horizontes que Palabra e identidad en América Latina plantean y por lo cual su lectura se hace, más que necesaria, e imprescindible •

visita nuestro PDF interactivo en: http://www.jornada.unam.mx/

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en nuestro próximo número

RICARDO PIGLIA (1941-2017): la identidad y el derecho a la palabra Esther Andradi y Gustavo Ogarrio

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ARTE Y PENSAMIENTO ........

15 de enero de 2017 • Número 1141 • Jornada Semanal

Francisco Torres Córdova

Ricardo Venegas ricardovenegas_2000@yahoo.com

Felipe Garrido MENTIRAS TRANSPARENTES Celos celestiales Fue Clemente x, Papa a los ochenta, en 1670, quien canonizó a San Venancio, que tenía diecisiete cuando fue martirizado, en 257, más de mil cuatrocientos años antes. Apenas hay huellas de las razones que hicieron que este joven activista fuera azotado y colgado cabeza abajo sobre una hoguera. Que le arrancaran los dientes, le quebraran la mandíbula y lo arrojaran a un estercolero. Un ángel canalla, movido por los celos, se encargó de volverlo a la vida. Venancio fue entonces arrojado a los leones, que se prosternaron a sus pies mientras predicaba. Pero eso no lo libró de que lo arrastraran entre zarzales, lo precipitaran desde una roca y lo decapitaran. A su muerte se desató una pavorosa tempestad y los terremotos asolaron la región.“El cristiano que sufre escarnio, dolor y muerte por causa de Jesucristo –dijo Venancio– es motivo de júbilo para Dios y los elegidos.” “Pero no siempre –añadió San Barlaán– para sus colegas celestiales” •

Ricardo Yáñez DE PASO

Liz La recuerdo ante todo, qué extraño, en una gran tienda de autoservicio empujando su carrito. Lo de extraño porque estuvo en mi taller en Monterrey, de donde siente es (aun cuando –lo acabo de saber– nació en Guadalajara), y allá no tanto. Y de ese encuentro recuerdo ante todo sus ojos –o no recuerdo, pues en la imagen quedaron, no obstante nítidos, entre que amarillos, verdes y azulados… Lo bueno es que no soy pintor. Ella sí, y grabadora. Y arquitecta titulada. Y técnica en artes visuales. Vive con su marido y sus tres hijos en Estrasburgo, Francia. Es hija de alemanes. Durante sus primeros años sólo alemán habló, y desde luego suyas son herencias mexicanas y alemanas –entre estas últimas de modo destacado la disciplina. Se considera lectora, bien que no rata de biblioteca, y da preferencia a los asuntos de su oficio… Sin embargo disfruta no poco de la literatura, verso y prosa –sobre todo novelas de ésas que te continúan habitando varias semanas después de haber terminado de leerlas •

bitácora bifronte

ftorrescordova@gmail.com

monólogos compartidos

Bitácora Pública y su contexto

Plegaria del migrante

L

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A REVISTA BITÁCORA PÚBLICA es una publicación multidisciplinaria centrada en la difusión de la cultura que fomenta la crítica como formadora de conciencia social. Propone una escala en la reflexión a través de la lectura. Tanto las artes, la cultura, la literatura, el análisis social, el tema jurídico y el sociológico conforman el itinerario reunido en sus páginas. En su estructura, y como medio de divulgación de la cultura, busca tender puentes a través de los cuales se logre la cohesión de distintos puntos de vista. Con catorce números, Bitácora Pública se perfila como una revista multidisciplinaria con un contenido diverso y actual: entrevista con un escritor, entrevista con un artista plástico, artículos sobre ciencia, erotismo, literatura, tema jurídico y tema social. Cada edición conlleva el material del artista plástico entrevistado y las imágenes que muchos lectores y artistas plásticos envían. Como es evidente, se trata de una publicación con un contacto público y social permanente. Con un tiraje de 3 mil ejemplares, se distribuye en Morelos y en la red nacional de librerías Educal de toda la República Mexicana. En abril de 2016, el señor Gustavo Martínez González, coordinador de asesores del Gobierno del estado de Morelos, solicitó la publicación de varias inserciones que difunden las actividades del dif -Morelos. Samuel Hernández Mesinas envió los diseños publicados vía correo electrónico, mismos que fueron elaborados en las oficinas del dif estatal, a cargo de la señora Elena Cepeda. Fueron cuatro números consecutivos (ediciones 10, 11, 12 y 13). Luego de haberse publicado, Gustavo Martínez propuso a la revista la firma de un contrato para tramitar el pago correspondiente, documento que fue enviado desde el correo electrónico de la abogada de la gubernatura, Paulina Toledo Touret. Pasó todo 2016 y el pago nunca se realizó (después de la cancelación de muchas facturas solicitadas por Martínez González). Miguel Ángel Sandoval, coordinador de Comunicación Social del Gobierno Morelos, nunca nos atendió y el día que contestó el teléfono fue grosero y déspota, como una diva suele comportarse. Por otra parte, Samuel Hernández Mesinas nos dijo de forma burlona que lo que nos falta “es un cobrador decente”, en alusión a las inserciones, pues estos funcionarios son creativos con los pretextos para eludir su responsabilidad. Nada justifica la ausencia del pago de un trabajo, ya que, como es de conocimiento público, solicitar un servicio e irse sin pagarlo, es un delito; además de no editar revistas que dignifiquen la cultura de la entidad (la secretaria de Cultura, Cristina Faesler, apoya sólo a sus amistades), el gobierno de Morelos sostiene una política de cierre de medios para sepultar la libertad de expresión (la reciente desaparición de La Jornada Morelos y La Opinión de Morelos son dos buenos ejemplos). Ojalá que el gobernador Graco Ramírez mencione este caso en su ya cercano iv informe de gobierno •

STA MAÑANA ES OTRA vez ninguna parte. A fuerza de insomnio y golpes de esperanza tramo los hilos de las horas para irme, espero a que el río atempere sus corrientes, el desierto asiente sus arenas o el tren caliente al mediodía el hierro de su sangre y se despierte. Miro en todas direcciones buscando al menos una que no me corte la mirada, que no se amarre a mis tobillos o le sople su vértigo a mis pasos. Voy a donde voy por no morirme con los míos acá y a ver si no se mueren ellos conmigo en el trayecto. Me lleva en sus manos el afán de lo posible. Los callejones cerrados de mi tierra cuando era me sacaron a empujones, me pusieron a la orilla de mi casa y rasgaron la cadencia de mi lengua hasta comerle sus silencios, y así me echaron al camino y su madeja de distancias. Cuando llegue si llego a mi destino, sé que el viaje habrá sido pura voluntad de otro lugar que no sea esta patria voraz que me empobrece, el hueco que me abre, el hambre que me encima. Todo desde entonces a mis ojos es frontera, garita con cerrojo, puerta con mirilla, arresto en la mansa rutina de las calles, cerca de aire en el aire o lindero de concreto en los mares del planeta, y así ando por su lomo estrecho y resbaloso, por sus bordes enrejados y los dientes de sus muros, haciendo el equilibrio, titubeando corazón y aliento, a punto de la fiebre y el despojo, de la sed y el empellón, el piquete, el machetazo o la consigna de secuestro, y al filo siempre de las otras múltiples violencias indelebles en el alma si además fuera mi hermana o mi mujer, mi madre o mi hija o mi sobrina que van allí calladas, atadas unas a otras y al techo de un vagón para no caer de un manotazo de viento en el vacío, con el sol en la frente o el peso de la noche en las espaldas, con la escarcha de la náusea en la garganta en la aguda oscilación de una barcaza, un autobús, la doble oscuridad de un remolque abandonado en carretera, y con el sueño cenizo en la mirada kilómetro a kilómetro, sudor a sudor en la planicie o la montaña sin cesar en el centro de la nada. Salí al enredo de caminos sólo con mi nombre que hace tiempo, casi todo en mi memoria, mi tierra desconoce. Y si no hay papel o letra o sello que dé fe de mi existencia, y en la vasta extranjería que me asedia mi contorno es sólo sombra de sospecha, mis manos son mi prenda, su lúcida fuerza primigenia mi única divisa en el amplio basurero de tareas que deja a la intemperie el mundo satisfecho y su opulencia. En este ovillo de tantas soledades, horizontes y peligros, me encomiendo primero a mis talones y rodillas, a la luz oculta de mis venas en el pecho y a la recia nostalgia de futuro que me mira desde adentro. Luego a las señales y mínimos presagios que hacen propicias las rutas en el agua, la arena y el asfalto –el gesto de una nube, el eco de un ave y el destello de su vuelo, una huella consanguínea de la mía intacta en el polvo humilde y delicado, el consuelo de una voz serena en la penumbra–, y al último a los númenes y santos de madera o yeso de mi infancia: que no me encuentre vivo o muerto un regreso prematuro y se trunque mi destino y la dura vaguedad de sus promesas, y que haya en mi tiempo al fin un tiempo en que la vida sea conmigo y acaso mi familia si me queda en una casa de piedra de volcanes sus cimientos… •

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Número 1141 • 15 de enero de 2017

Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com @mquemain

LA OTRA ESCENA

2017, la escena sin fronteras de la UAM

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PESAR DE LOS augurios sobre una crisis generalizada de recursos para la cultura y en general para el país, el panorama teatral de las grandes ciudades no parece amenazado sino dispuesto a cumplir con un proceso de desarticulación de los géneros tradicionales y las fronteras entre las artes escénicas que, entre los grupos y los artistas más arriesgados, parece un laboratorio de propuestas transfronterizas, muchas de las cuales se han instalado en un nuevo estilo de conversación escénica. Por ejemplo, el Taller de Improvisación de Movimiento que impartió Rossana Filomarino (y que justo este 14 de enero concluyó) hubiera sido impensable como una actividad de la cartelera escénica hace veinticinco años, porque entonces una práctica de ese calibre era un ejercicio de iniciados que empezaban a innovar con sus indagaciones en el lenguaje de las artes escénicas que son bisagra entre dos siglos. Hoy es aceptable que un taller como éste se dirija a “coreógrafos, actores y personas que realicen algún tipo de entrenamiento físico (artes marciales, taichí, yoga, etcétera) y que como requisito se contemple estar en activo en su entrenamiento corporal, tener disposición al trabajo físico intenso y a la concentración activa”. Esta aventura interpretativa de las tendencias que marcarán los próximos años las artes escénicas mexicanas forma parte, desde septiembre del año pasado, de un vital proyecto que la Universidad Autónoma Metropolitana puso en manos de Lydia Margules, quien nació (1968), creció y se desarrolla en el corazón del teatro más atrevido, riguroso y de vanguardia mexicano. Educada en el rigor del estudio en México (net, Núcleo de Estudios Teatrales) y el extranjero (cua-

tro años en París, con la Beca de Apoyo a Estudios en el Extranjero del Fonca, 1995-96) donde continuó sus estudios en instituciones como la escuela Théatre École du Passage, Le Conservatoire National Supérieur d’Art Dramatique de Paris y L’école Internationale Jacques Lecoq), ha pasado por todos los espacios de enseñanza y aprendizaje posibles y ha tenido todas las becas y apoyos que es posible tener. Todo esto no ha sido en vano, porque los resultados de todo este periplo se vislumbraron de una manera muy discreta y vertiginosa el año pasado, y este año tendrán la oportunidad de visualizarse en pleno con un programa que incluye un conjunto de creadores muy sólidos, todos con una trayectoria amplia en el mundo de la escena y otros que, si bien tienen la experiencia y el rigor, dan sus primeros pasos fuera de la comodidad de sus hallazgos anteriores. Las actividades de enero y febrero están hilvanadas con delicadeza y astucia. Hay un trabajo particularmente interesante como proceso, tanto para el público como para estudiantes y dramaturgos que creen en la escritura sobre la escena. Se titula Freud, Orfeo y la Catrina, de Tania Lomnitz bajo la dirección de Costa Palamides, que explora la multiplicidad

de lenguajes y recursos de la escena contemporánea, desde la música hasta el análisis del movimiento y la multimedia. Tania Lomnitz es la mujer orquesta que escribe, produce y organiza el texto sobre la escena y trabaja en la música. Lo hace bajo la vigilancia amorosa de su hermano, que es ya un sabio de estas artes, Alberto Lomnitz. Me atrevo a decir hermano, porque en Lomnitz este ejercicio va más allá de la consanguinidad; quienes conocen su trabajo con el teatro de sordos saben que se trata de una bondad cómplice enmarcada en un rigor estético. Se trata de un trabajo en proceso que culmina con la puesta que se considera definitiva con el estreno, que será en febrero, aunque sabemos que lo definitivo no existe y que ese es justo el sentido del teatro: el registro imposible de los matices de cada función. Dos artistas de gran solidez, una en la danza, Rocío Becerril, y otra en el teatro, Rocío Carrillo, son dos cartas poderosas para la siguiente semana. Rocío Becerril estrena (miércoles 18, 20 horas) Entre 6 espacios / entre 6 cuerpos de agua, una instalación de video, arte sonoro y danza. Una propuesta auténticamente atmosférica que toca la memoria de los sentidos. Rocío Carrillo estrena (viernes 20, 20 horas) Re-unidos, un texto de Verónica Maldonado escrito ex profeso para este montaje sobre una idea polémica y compleja del amor: “todos somos el ideal roto de otra persona”. Foro Casa de la Paz, en Cozumel 35, colonia Roma. La entrada es libre y el cupo limitado, por eso hay que reservar (52865315/0403 y reservateatrouam@gmail.com) • Un momento de Entre 6 espacios/ entre 6 cuerpos de agua, que dirige Rocío Becerril. Foto Yazmín Ortega

Alonso Arreola @LabAlonso

BEMOL SOSTENIDO

Sing Street

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UE NOS PERDONE NUESTRO colega Luis Tovar, Juntapalabras dedicado al séptimo arte en estas mismas páginas. Que nos perdone por meter el pie en su alberca de letras. No pudimos contenernos. Una, dos, tres veces vimos la película Sing Street en las últimas semanas a fuerza de compartirla con quienes, como nosotros, vivieron parte de su adolescencia en los años ochenta. Historia simple y diáfana, la dirigida por el irlandés John Carney rinde tributo a la música de aquella época utilizándola como símbolo y vehículo para la conquista que un compositor en ciernes intenta ante su primer amor. Experimentado en la narración de historias con vena musical, Carney logra una ambivalencia emocional honesta y sin pirotecnia. Algo que sus personajes llamarían –a propósito del cancionero de The Cure– una estética “triste pero feliz”. Hablamos de un flujo que rebota entre el llanto y la risa, el coraje y la ternura, aislando temas de familia y hermandad. Porque sí, en buena medida Sing Street celebra la manera en que la música une a dos hermanos permitiéndoles sobrevivir al comportamiento errático de sus padres. Digamos que volando entre ellos las canciones sustituyen al diálogo de fondo y les otorga sabiduría, independencia y capacidad de decisión sobre el destino de uno y la reivindicación del otro. De alguna manera Sing Street continúa lo emprendido por Carney en Once, historia musical de 2007 que sorprendiera al mundo recaudando lo que sus 160 mil dólares de inversión no imaginaron. Ganadora de un Independent Spirit Award, un Oscar y una nominación al Grammy, aquella cinta le valió al director la posibilidad de realizar Begin Again, de 2013, con un presupuesto de ocho millones de dólares y la actuación de Mark Ruffalo. Nueva-

mente abocada a la problemática del músico independiente, esa cinta también le dio varias nominaciones y la confianza de más inversionistas. Así, con buena dosis autobiográfica –como toda creación que valga la pena–, Sing Street da muestra del inicio de una globalización que sirvió para que la música traspasara fronteras ayudando a que una generación de jóvenes sintiera en la poderosa atracción de ciudades como Londres una salida, un escape de inercias religiosas, raciales y económicas. Hablamos del año 85, el mismo del mítico concierto Live Aid, el de nuestro terremoto y el de la cumbre de mtv, canal de videos por televisión que cambió nuestra forma de relacionarnos con las canciones (“video killed the radio star”). Es el año en que John Carney –también escritor de la historia– asistía al colegio Synge Street de la Hermandad Cristiana (Dublín, Irlanda), misma institución que aparece en pantalla como cuna y detonante del quinteto Sing Street, cruce de caminos para adolescentes que se rebelan tocando y filmando videoclips. ¿Sensiblera, cursi? Poco. Además de

apelar con elegancia a una melancolía anclada en su banda sonora, esta película logra reflejar la manera como se construía la personalidad juvenil en territorios urbanos de Europa signados por la limitación, así como el triunfo del talento individual, mas no a través de la originalidad de quien milagrosamente da en el clavo, sino de la eficiente y concienzuda imitación, llave de entrada a la tradición del rock. Así, imitando a Duran Duran, Hall & Oates, Joe Jackson y muchos grupos más, el joven líder de Sing Street aprende a encadenar versos, intuir melodías y ensamblar ritmos, sí, pero sobre todo a encaminarse hacia su propio futuro siguiendo los pasos de rockstars que, como su propio y frustrado hermano,“le abrieron la brecha”. Sobre la respuesta de la crítica, Sing Street ganó un Irish Film & Television Award (Mejor Actor de Apoyo para Jack Reynor), un San Diego Film Critics Society Award (Mejor Banda Sonora Original), un St. Louis Gateway Film Critics Association Award (Mejor Banda Sonora), un Phoenix Film Critics Society Award (Película que se Dio a Notar) y un Atlanta Film Critics Society Award (Mejor Canción), además de múltiples nominaciones como la del Globo de Oro a Mejor Película Musical, premio que ganó la celebrada La La Land. Esto puede darle confianza, lectora, lector, para buscar la última obra de John Carney, cuya selección de actores poco conocidos es perfecta en el aprovechamiento de un puñado de locaciones ambientadas con gran tino. Eufemismos todos para decir que cuando alguien creativo y brillante tiene una historia buena conectada con el corazón, centrada en la música y articulada por situaciones elementales de la vida, el presupuesto siempre será suficiente. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos • Póster de la película Sing Street


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15 de enero de 2017 • Número 1141 • Jornada Semanal

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Jorge Moch

Verónica Murguía

tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch

OS FOLCLORISTAS QUE ESTUDIAN los cuentos de hadas afirman que es imposible “inventar” o “crear” una de esas narraciones, que lo que hacemos con ellos es descubrirlos. A quien le parezca raro esto –a mí me asombra– le diré que hay versiones de Cenicienta en África y en Asia; que la Caperucita se llama Botón de Oro en China; que el mito del dragón ha florecido en todo el planeta, nuestro país incluido; que el momento en el que se originaron es impreciso y que conservan el poder de iluminar lo que tocan. A pesar de su fama de ñoños, suelen ser terribles, duros como tantas verdades. Piel de Asno tiene que huir de palacio porque su padre ve en ella a su esposa muerta y desea acostarse con ella; Hansel y Gretel son abandonados porque no

hay con qué alimentarlos; Blancanieves es perseguida por su madrastra, quien pide el corazón de la joven como prueba de su muerte, ya que la belleza de Blancanieves opaca la suya, etcétera. Quizás la acusación de ñoñez se deriva de los cuentos que se escribieron en el siglo xix , distintos de los medievales que están llenos de moralejas cristianas y escenas melodramáticas, pero tengo para mí que, con todo, son tan amargos como hermosos. Recuerde el lector a El príncipe feliz, de Oscar Wilde, o a La sirenita, de Hans Christian Andersen, apologías del sacrificio y la abnegación que mezclan a partes iguales el dolor y la belleza. Testimonio de esta conjetura son las decenas de películas, series de televisión y libros que se alimentan de ellos, además de los libros que se han sumado a este canon exigente y perdurable: Alicia en el país de las maravillas, El mago de Oz, Pinocho, Peter Pan, etcétera. Supongo que hay algo en el corazón de muchos lectores, entre los que me cuento, que añora el mundo donde la imaginación es soberana. Por eso admiro a quienes logran sacar retoños de este árbol venerable, escritores como Gregory Maguire, Phillip Pullman, Gerald Brom y el autor mexicano Adolfo Córdova. Córdova es autor de literatura infantil, investigador y periodista. Una de sus obsesiones literarias son los personajes secundarios, ésos que vislumbramos o que conocemos a la sombra de los héroes. A Córdova le apasio-

na la transformación de Huckleberry Finn, ese cómplice perfecto que un día se convirtió en protagonista. Así, su curiosidad lo llevó, como él mismo confiesa en las primeras páginas de El dragón blanco y otros personajes olvidados, ganador del Premio Juan de la Cabada y publicado por el fce en 2016, a continuar las historias clásicas, a enfocar la mirada sobre un personaje menor, a describir con detalle los pormenores de una transformación o un hechizo mencionados apenas en las historias primordiales. Debo decir que fui parte del jurado que dio el premio a este libro. Naturalmente, en el momento ignoraba quién era el autor y la lectura no tuvo a su favor nada más que las palabras que forman el texto. Fue una sorpresa muy hermosa: Córdova eligió sabiamente a los personajes secundarios a quienes dotaría con más experiencias y detalles psicológicos que apenas se intuyen en los originales, personajes que todos amamos, como Fújur el dragón de la suerte que acompaña a Atreyu en La historia interminable. Así el lector pasará más tiempo en compañía del gato de Cheshire y en uno de los cuentos –porque sí, no son viñetas, son cuentos hechos y derechos– conocerá la tragedia del hada de pelo azul, apenas vislumbrada en Pinocho. El hada, en la versión de Córdova, encarna a la naturaleza que da vida en oposición a las fuerzas de la guerra. Y es que todos los personajes encarnan una idea que se muestra en la experiencia. No puedo dejar de lado las poderosas ilustraciones de Riki Blanco. No son simples complementos, sino una música que acom paña con fuerza propia a las palabras. Son ilustraciones de líneas puras que, auxiliadas por los colores, crean ambientes expresivos y solemnes, quizás hasta heroicos. A Lago no le arredran los escorzos ni las perspectivas difíciles: en sus ilustraciones hay un constante movimiento hacia arriba, un impulso de vuelo que exalta a quien mira con atención. Hasta el más humilde personaje tiene una dignidad que le devuelve su estatura de leyenda, de ser parte de una tradición ancestral alejada de las modas. La sola portada, con ese árbol envuelto en sombras y habitado por seres mágicos, nos advierte que estamos ante un libro que merece ser atesorado • Ilustración de Riki Blanco

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O PUDO OCURRÍRSELE PEOR respuesta al compendio de corrupción e ineptitud que se dice presidente constitucional de México, pero al que prácticamente no hay mexicano que le crea de buena fe ni los buenos días. Desde que era un candidato caricaturesco, voluntario bufón político que hacía promesas por todos lados (y que pronto se disparó a sí mismo en el pie con sus propias ignorancia y estupidez, con lo de los tres libros que marcaron su vida y de ahí pa’l real), que firmaba ante notario como compromiso aunque no pensara cumplir esas promesas, sinvergüenza, Enrique Peña Nieto enseñó el cobre: mentiroso patológico, parecía un convencido del adagio prepotente aquel de“ofrecer no cuesta, otorgar es lo que aniquila”. Prácticamente todas sus promesas se vinieron abajo: no quiso ni pudo

fortalecer la economía nacional. Ha estado socavando desde que inició su mandato el Estado de bienestar, empezando por debilitar la seguridad social. Su “reforma educativa” ha terminado en uno de los más descarados embates de la derecha radical y el empresariado voraz contra la educación gratuita y laica para todos; y torna un asunto educativo en atentado laboral contra los derechos de los trabajadores de la educación, al someterlos a un marco jurídico eminentemente punitivo, no integral. No es casual que fuera precisamente en su sexenio cuando se dio uno de los más brutales atentados contra el estudiantado: el ataque y desaparición forzada de los estudiantes de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos, en Ayotzinapa, Guerrero.Tampoco es gratuito que fuera precisamente en el sexenio de quien como gobernador asumió como suya la represión salvaje y violenta a los pobladores de San Salvador Atenco, y por ende se hayan dado masacres como las de Nochixtlán, Tanhuato, Apatzingán o balaceras contra la gente, la más reciente en Ixmiquilpan, Hidalgo. Su reforma energética se resume en una carga brutal impositiva contra la población, los gasolinazos, y la entrega paulatina e irrestricta de la soberanía nacional al imperio de otros países y sus trasnacionales, en un clarísimo acto de traición a la patria. En política interior, su gobierno ha sido, junto con el de su antecesor, el panista Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, un rosario de calamidades, abusos y persecución a muerte. Decenas de periodistas han sido agredidos, perseguidos, amenazados, desplazados, golpeados, robados, secuestrados, asesinados, levantados y desaparecidos. Y ha desaparecido una enorme cantidad de gente, desde activistas u opositores hasta ciudadanos, niñas y niños que se “esfuman misteriosamente” todos los días, en todas las regiones de este país,

donde también han sido desaparecidos, masacrados, esclavizados miles de migrantes centro y sudamericanos que tuvieron la infeliz idea de pasar por este valle de muerte y traición en su búsqueda de una vida mejor, menos pobre. A miles de personas la ilusión de una vida mejor este país se la convirtió en su peor pesadilla, y el último responsable de la situación que prevalece en una sociedad será, aunque no le guste, el papanatas que se diga capaz de presidirla. Al malestar que el alza de los precios de combustible –disfrazada de liberalización presunta, pero en realidad ocultando el bestial porcentaje de impuestos que suponen los incrementos– Peña Nieto, desesperado, contestó con un insolente “¿Qué hubieran hecho ustedes?”y de inmediato miles de mexicanos en redes le contestamos: Vender el pinche avión más caro del mundo. Reducir los exorbitantes sueldos de los funcionarios a la mitad. Reducir de quinientos a solamente noventa y seis diputados la Cámara. Retirar canonjías a todos los funcionarios, como viáticos y el pago de celulares o de seguro privado médico. Y reducirles las escoltas, y establecer un verdadero plan de austeridad gubernamental que de inicio suponga eliminar bonos millonarios a funcionarios de toda laya, reducir parque vehicular de las dependencias de gobierno. Erradicar esa pinche costumbre de muchos empresarios de cobrar más caro cualquier cosa que tenga que ver con gobierno. Eliminar privilegios. Eliminar privilegios. Eliminar privilegios. Nomás de entrada. Pero además nos seguiríamos de frente con un castigo ejemplar a los actos de corrupción del régimen que venimos documentando muchos desde hace al menos cincuenta años y por el que más de un politicastro del pri y sus satélites (pan, prd, panal, pvem, etcétera) debería, de acuerdo con leyes vigentes al menos en teoría, ser puesto a encarar un pelotón de fusilamiento. Tal que la nación así lo demandare, reza la leyenda •

CABEZALCUBO

L

“¡¿Qué hubieran hecho ustedes?!”

LAS RAYAS DE LA CEBRA

Un poco más de tiempo con Fújur


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Jornada Semanal • Número 1141 • 15 de enero de 2017

Luis Tovar

Ricardo Guzmán Wolffer

@luistovars

Tom Sharpe y la escritura editorial

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L HUMORISTA TOM SHARPE (Inglaterra, 1928-2013) evidencia que bajo la apariencia del gracejo y las situaciones desternillantes se puede proponer el análisis de aspectos medulares de la escritura. En La gran pesquisa (1977) nos habla de Frensic, un editor inglés; una académica que ha hecho la biblia de la apreciación literaria; Piper, un escritor que no da una y repite cada año la misma obra, pero emulando a un literato mayor inglés; un editor gringo y su esposa. Los enredos inician cuando una firma de abogados (sinónimo de problemas en las novelas de Sharpe) le envía a Frensic un manuscrito para su publicación, con la única condición de no revelar el nombre del autor. El texto parece excesivo, cargado de escenas sexuales y,

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ON UNA PRODUCCIÓN FÍLMICA que el año recién concluido rebasó las quince decenas de largometrajes, inevitablemente se queda en el tintero mucho de lo que podría y debería decirse de una cinematografía que, como la mexicana, muestra una salud quizá definible como esquizofrénica: mucho filmar y poco exhibir, engordándose de tal modo un déficit que, así sea en breve medida, será paliado en ésta y las próximas entregas.

M éid in la frontera El director debutante en largoficción Gilberto González Penilla, tijuanense de origen, ha dicho que la idea original de lo que habría de convertirse en su ópera Póster de la película Los Hámsters

Tom Sharpe

sobre todo, con personajes de distinta edad: se hace referencia a la película Harold y Maude (1971). Frensic sabe que venderá y para ponerle autoría a la obra le propone a Piper que se haga pasar por tal, con la ventaja de que así podrá publicar después su novela tantas veces rechazada. De ahí en adelante los enredos se multiplican, a grado tal que el editor gringo hace publicidad falsa para escandalizar a todos los grupos escandalizables, mismos que se reúnen para esperar a Piper a su llegada a Estados Unidos y armar un zafarrancho tremendo, llegando a hacerlo sangrar. De ahí, las ventas se disparan y Piper termina en la mansión pantagruélica del editor e hipnotizado por la esposa sesentona que de tan operada parece veinteañera. En un frenesí la esposa rapta a Piper, incendia la casa y por nada mata al editor y a la ayudante de Frensic, que ha ido con Piper para guiarlo en su viaje de promoción. El final de la obra es más enredado: Piper y la esposa acaban en un pueblito del “sur profundo” gringo, ella como pastora de una peculiar iglesia y él como maestro calígrafo. Frensic descubre que la académica moralina es la autora del escandaloso y exitosísimo libro, pero no sólo no puede desenmascararla a ella ni a Piper, sino que éste y la nueva sacerdotisa literalmente le han torcido el brazo y Frensic tendrá que aparecer como autor de los muchos libros que Piper le va enviando. Sharpe se burla de las dos partes del proceso editorial: del editor y del autor. Los muestra mezquinos, risibles y perfectamente inadaptados para socializar en su beneficio: todas las parejas del libro terminan en tragedia risible. Como sucede en casi todos los libros de Sharpe, hay mucho de fondo en esas risas voluntaria y diseñadamente logradas. Por un lado tenemos al editor que en su momento no pudo ser escritor. Parece más fácil corregir que hacer, pero Sharpe desliza la idea de la co-creación: si no le gusta al

editor, sugerirá cambios y quitará lo inútil, según él. Al final de la obra Frensic comprende que su criterio puede estar tan equivocado como que hay movilidad en el mercado editorial. Por momentos entiende que los parámetros “morales y formales” fijados por la académica y que él ha asumido, son perfectamente opinables y rebatibles, dependiendo del lugar y la fecha. Como para evidenciar que atrás de esos estirados editores que se sienten dueños de la verdad literaria no hay más que un “estatus cultural” obtenido por buenas ventas, contrapone al editor gringo, quien ni siquiera lee los libros que vende al por mayor: trata al libro como un producto más en el mercado. Por eso inventa el escándalo al recibir a Piper. Es como los políticos que son capaces de decir cualquier mentira con tal de venderse ante el electorado. La parte más profunda de esta divertida novela es la diferenciación entre el mensaje (el libro en turno) y el mensajero (el autor). Aunque al principio Piper sufre porque se ostenta como autor de un texto que le parece terrible y siente que su reputación como creador está en juego, cuando llega al punto de poder publicar cualquier libro en Europa y Estados Unidos, entiende que su nombre no es tan importante: “al fin y al cabo, dentro de mil años, ¿a quién demonios le iba a importar quién había escrito Grandes esperanzas?” En su risa, Sharpe opta por la importancia del libro, como si la cultura humana fuera lo preservable y no el ego, a veces desaforado, de los escritores que suponen que el mérito es enteramente de ellos, como si no hubiera un poco de azar inconsciente en la creación, como bien se advierte en las divagaciones con ilación del ensayo no documental; o como si todo el plan fuera del escribano, quien, clarifica Borges, termina siendo guiado por El Escritor: ese “Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. ¿Qué Dios detrás de Dios la trama (literaria) empieza?” •

prima en largoficción llegó a su mente hacia 2006, cuando el programa televisivo Big Brother estaba de moda y se le ocurrió “escribir un guión de cortometraje sobre una familia que ve este programa pero cada quien en su propio espacio”. En el ínter de una década, González Penilla cursó estudios cinematográficos en el ccc; la idea original creció hasta convertirse en un guión de largometraje; la inclusión o siquiera la alusión al citado programa de televisión desapareció; como es obvio, la densidad y la complejidad narrativas debieron crecer sustancialmente al pasar de la idea de un corto a la de un largo, y el resultado es Los hámsters (México, 2016), una de las películas mexicanas mejor logradas de los años recientes que a este juntapalabras le ha tocado en suerte conocer. Apoyado por el Centro de Capacitación Cinematográfica y por una multitud de bienquerientes que, a juzgar por lo que costó la producción, seguramente no cobraron un solo centavo –se afirma que fueron gastados menos de 400 mil pesos–, González Penilla se ha colocado, con esta que es su primera cinta, no sólo como un estupendo ejemplo del buen oficio fílmico patente fuera de los focos geográficos habituales, más específicamente en la frontera norte del país –ahí está Levantamuertos como muestra reciente–, sino como un realizador dueño de una solidez narrativa y un discurso cinematográfico insólitamente maduros para un debutante, incluso al grado de poder hablar, así sea de manera preliminar mientras llega su segundo trabajo –el cual ya tiene nombre, Huevos divorciados, y en el que seguramente el cineasta ya se afana–, de un estilo propio.

C uatro rostros de la posmodernidad

Para decirlo de modo sumario, a Los hámsters no le duele absolutamente nada en términos técnicos ni de ejecución, y mucho menos de concepción. No obstante estar visiblemente elaborada con los escasísimos recursos antes aludidos –comparativamente hablando, si se piensa en los veintitantos millones de pesos que mínimo suele costar una producción mexicana–, en la película no se echa de menos ninguna pirotecnia formal de realización, ni siquiera al nivel del cine mexicano, de por sí magro al respecto. Por el contrario, su fotografía de discreta eficiencia pero detallista en ciertos momentos clave, por un lado, y su

montaje impecable por otro, apoyados por un diseño sonoro ingenioso y juguetón, muestran un nivel de profesionalismo que uno esperaría de filmes surgidos de manos más experimentadas. Tampoco necesitó González Penilla la participación de luminarias, reales o más bien anhelosas de serlo, del firmamento actoral mexicano: puro tijuanense como él, e igualmente capaces de reflejar en su trabajo, según lo dictaba un guión sobresaliente, los avatares de un cuarteto de personajes tan profundamente locales que acaban por ser totalmente universales. La historia que viven, desarrollada entera en el lapso de una jornada, con dificultad podría ser más contemporánea y más verosímil: érase una familia de ésas que hace no mucho tiempo era llamada “nuclear”, y que se suponía ideal, compuesta por el padre, la madre, un hijo y una hija, pero en la que cada quien anda por su lado, real y emocionalmente hablando, y su convivencia, que se supondría no sólo asequible sino agradable, deseable y envidiable, en realidad sólo consiste en una pernoctancia, por decirlo de algún modo. Lo que los une, más allá del domicilio compartido y un lazo familiar peor que endeble, es su común incapacidad para comunicarse: ninguno sabe casi nada de los otros, los cuatro hacen como si todo marchara bien, y a la esporádica hora de reunirse –por una eventualidad y no por decisión conjunta–, lo único que esperan es poder irse otra vez a estar cada quien por su lado. Una cara, por cierto tristísima, de eso que Zygmunt Bauman definió como el mundo líquido, aquí plasmada en una interesante clave de humor no desprovisto de ternura •

CINEXCUSAS

Tintero (i de iii)

GALERÍA

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ENSAYO

Giorgio Bassani por Paola Bassani Marco Antonio Campos

E

l 4 de marzo de 2016 se cumplió el centenario del nacimiento de Giorgio Bassani, autor excepcional de novelas y relatos como Cinco historias de Ferrara, Los anteojos de oro, y claro, ante todo, El jardín de los Finzi-Contini. Hace dos meses en Milán, en las ediciones La Nave de Teseo, se publicó el libro de recuerdos de su hija Paola, Se avessi una piccola casa mia (Si tuviese un pequeña casa mía), en el que la figura es el propio Bassani, pero donde también se dan –giran en torno de él– el plano familiar y el mundo cultural y artístico de la Italia de los años cincuenta, sesenta y setenta. Es un libro inteligente, enternecedor, en el cual Paola trata de comprender a su padre, de ser objetiva, pero a veces la traiciona el alma o el sentido de las proporciones. Bassani tenía veintitrés años cuando estalló la segunda guerra mundial, que lo marcó indeleblemente, como marcó a todo judío que viviera en la Europa de entonces. Buen número de familiares de él y de su esposa Valeria Sinigallia fueron aniquilados en los campos de concentración nazis. Su condición de judío y la ciudad de Ferrara son dos columnas centrales en su narrativa. En el primer caso Bassani era, podríamos decirlo, un judío laico. Si bien religioso, “no soportaba mucho ni a curas ni a rabinos”. A su vez la ciudad le sirvió de escenario para su célebre ciclo de libros de ficción (Il romanzo di Ferrara), “una ciudad real e imaginaria y universal”. Ferrara fue la ciudad de su juventud, es decir del alma, pero donde padeció asimismo las peores agresiones y difamaciones, sobre todo, valga la paradoja, de la burguesía judía, a la cual Bassani no dejó de recordarle su sostenida simpatía por el fascismo, burguesía que sólo se dio cuenta de su equivocación aciaga con la expedición de las leyes raciales en 1938. La burguesía judía ferrare-

se esperaba ser victimizada y mitificada, no retratada. Además de escritor, Bassani fue poeta, periodista, profesor, escenógrafo y asesor editorial. En política fue un izquierdista moderado, pero sin partido. Sabía ser flexible, negociador, pero cuando creía en algo lo defendía hasta el último centímetro. Como editor, nadie lo olvida, Bassani recomendó la publicación en 1958 en Feltrinelli de El Gatopardo de Tommasi di Lampedusa, una de las novelas mayores del Novecento, luego de haber sido educadamente rechazada un par de veces por Elio Vittorini. Años después, luego de pelear con Feltrinelli, Bassani fue editor en Einaudi y finalmente en Mondadori. Como profesor, a su vez –señala Paola–, “tuvo dotes pedagógicas excepcionales, indiscutibles, sabía fascinar a los alumnos y de paso a los hijos”, dotes de las que él mismo estaba del todo convencido. “Se autoincensaba”. Fue gran aficionado a los deportes, sobre todo al tenis, el cual jugó desde muy joven, y que es parte indispensable como fondo en bellas páginas de El jardín de los Finzi-Contini. Su otra pasión fue el futbol. Una curiosidad: cuando vio Blow-up estaba convencido, por las escenas del tenis, de que su amigo Michelangelo Antonioni había leído su novela. En la literatura de Bassani hay una relación estrecha con el cine y a su vez él la mantuvo con el mundo del cine en los años cincuenta y sesenta. Fue escenógrafo, trabajó en doblajes y colaboró en guiones de filmes definitivos, como I vinti, de Antonioni (1953), y Senso (1954), de Visconti. Sin embargo lo irritó de tal manera la adaptación que Vittorio de Sica hizo de El jardín de los Finzi-Contini, que escribió un artículo sobre la traición del director y el guionista a personajes y hechos de la novela. El cine

le dio un mundo –una mundanidad– y un dinero que lo alejó de la escasez. Bassani se casó una sola ocasión, con Valeria Sinigallia. Tuvieron dos hijos: Paola y Enrico. No se divorció, nunca rompió con la esposa, pero ya desde finales de la década de los cincuenta empezó a formarse la fila de las amantes. A decir de la hija, la madre tuvo oportunidad de llevar otras relaciones sentimentales, pero no lo hizo. Fue una casalinga, estuv o s i e m p re d e t r á s d e l m a r i d o , y a v e c e s , además de esposa (no es un elogio), le sirvió como secretaria. Bassani consideró sus grandes antenas a Alessandro Manzoni, “heroico iluminista”, Giovanni Verga, “con su despojada, despiadada búsqueda de la verdad”, a Flaubert, “con su estilo lenticular, de una exactitud implacable”, y Thomas Mann, en quien veía un gran consanguíneo. Paola menciona numerosos amigos de su padre, pero la mayoría son difíciles de conocer para un lector extranjero. Sin embargo vemos aparecer a algunas luminarias de la época como Niccolò Gallo, Carlo Levi, Alberto Moravia, Elsa Morante, Italo Calvino, Natalia Ginsburg, Carlo Emilio Gadda, Sandro Penna, Roberto Longhi y Pier Paolo Pasolini. Su gran amigo de toda la vida fue Niccolò Gallo, gran gramsciano, católico y comunista, con quien nunca tuvo una disidencia o diferencia. Con Carlo Levi, el autor de los emotivos libros Si fuese un hombre y Cristo se detuvo en Eboli, fue más una relación de padre a hijo. A Michelangelo Antonioni lo conoció desde muy joven, ambos eran ferrareses, tenistas al delirio y amantes del cine. La amistad con Pasolini fue magnífica pero acabaron distanciándose. Sin embargo esa amistad sirvió a Bassani de apoyo para escribir Los anteojos de oro y Pasolini dio la estructura final a las Cinco historias ferrareses; Bassani fue pieza clave para editar de Pasolini Las cenizas de Gramsci. De particular interés para los lectores de Bassani son los momentos cuando la hija habla de la que fue la obra cumbre (El jardín de los Finzi-Contini). Contra lo que ha dado por creer, la casa no estaba en el centro de Ferrara, “sino a centenares de kilómetros, en Ninfa, en una propiedad de los príncipes Caetani”. Bassani idealmente le añadió la cancha de tenis. Un segundo apunte es que Bassani tomó algo de la esposa Valeria y de algunas de las amantes para el modelo de Micòl, uno de los personajes femeninos más fascinantes de la literatura italiana. De cuánto corregía sus textos –un tercer apunte- baste decir que de la novela quedan más “de dos mil páginas, todas mecanografiadas y con notas autógrafas”. En 1977 empezó su lento declive mental: “Sufría de una suerte de arterosclerosis combinada con Alzheimer”. Lo fue dominando el olvido. Su último poema data de 1981. La familia no lo dejó solo, pero la nublazón acabó de llegar en los años noventa. Murió en el año 2000. Lo enterraron en el cementerio hebreo de Ferrara. A la vez tiránico y comprensivo, ángel y demonio, padre y guía intelectual y artístico, Paola Bassani se supo por él salvada. ¿Algo más alto puede decirse de un padre? •


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