DoloresCastro ■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 16 de Abril de 2017 ■ Núm. 1154 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
AdriAnA del MorAl
nueve décadas entre lo vivido y la palabra
eduArdo MendozA, Premio Cervantes y renovador de la novela española. A ntonio r odríguez J iMénez CésAr VAlleJo y rAMón lópez VelArde: dos heraldos devotos enrique HéCtor gonzález
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Eduardo M Premio Cervantes
Dolores Castro, o sencillamente Lolita, como le dicen sus numerosos bienquerientes,
Antonio Rodríguez Jiménez
cumplió noventa y cuatro años de edad el pasado miércoles 12 de abril. Quien con toda seguridad es la poeta mexicana más longeva ha obtenido, entre muchos otros reconocimientos, el Premio Nacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz, el Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde en 2013, y al año siguiente el Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura. Con la semblanza escrita por Adriana del Moral festejamos las primeras nueve décadas y media que Lolita está cumpliendo, siempre entre lo vivido y la palabra. Completan esta entrega un artículo sobre Eduardo Mendoza, flamante ganador del Premio Cervantes de Literatura, así como un ensayo sobre los vínculos profundos entre la poesía de dos gigantes: el peruano César Vallejo y el mexicano Ramón López Velarde. Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx
POR SU APORTACIóN A LA NARRATIVA CONTEMPORáNEA ESPAñOLA DE LOS úLTIMOS TIEMPOS, EDUARDO MENDOzA SE hA hEChO MERECEDOR DEL PREMIO CERVANTES 2017 CON SU PRIMERA NOVELA, La verdad Sobre eL caSo SavoLta, OBTUVO EL PREMIO DE LA CRíTICA ESPAñOLA EN 1975.
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l próximo domingo, Eduardo Mendoza recogerá el Premio Cervantes de manos de los Reyes de España. Se trata del Nobel de las letras hispanas, que viene otorgándose desde 1976 y que en sus cuarenta y dos convocatorias ha sido obtenido por escritores de la talla de Alejo Carpentier, Dámaso Alonso, Borges, Onetti, Paz, Alberti, Sábato, Torrente Ballester, Fuentes, Casares, Delibes, Ayala, Vargas Llosa, Cela, Cabrera Infante, Edwards, Umbral, Pacheco, Gelman, Poniatowska, Del Paso y Juan Goytisolo, entre muchos otros. Son seis los autores mexicanos que han sido reconocidos; el más reciente fue Fernando del Paso, en 2015, y ahora le ha tocado el turno a Eduardo Mendoza, un autor excepcional que merecía ampliamente este reconocimiento por su aportación a la narrativa contemporánea española de los últimos cincuenta años. Eduardo Mendoza (Barcelona, 1923) está irremediablemente ligado a su primer libro, aunque después de 1975 ha publicado muchos más. Aquella novela, La verdad sobre el caso Savolta (Premio de la Crítica 1975), impactó en el mundo universitario de la época, en plena transición democrática, período nefasto y feliz a la vez por la ilusión que supuso la muerte del dictador y el cambio de una sociedad en la que los españoles habían vivido asustados. El autor de esta novela se inspiró, en cierta medida, en los grandes autores universales de la literatura, como Stendhal y Tolstoi, así como en clásicos estadunidenses, incluida la novela negra. El autor barcelonés impone en su obra un lenguaje donde la ironía y la parodia están muy presentes. En un artículo publicado con motivo de la conmemoración del cuarenta aniversario de esta obra, titulado “La verdad de una invención
(cuadernos del Sur, 25/ V /2015), el crítico Pedro m . Domene recuerda cómo la renovación formal y la transformación narrativa de la novela española contemporánea se produce a partir de 1961, con la obra de Luis Martín Santos tiempo de silencio, culminándose este cambio en 1975, con la publicación de La verdad sobre el caso Savolta. Si Martín Santos logra en su novela una renovación estilística con su decidido y revolucionario empeño de conseguir una ruptura con el monocorde realismo de la novela española de la época en que apareció, Eduardo Mendoza consigue, pocos años después, la transformación definitiva e intensa que provoca cambios formales y técnicos a pesar de seguir la estela iniciada por el realismo social previo, y que se reaccione contra presupuestos del objetivismo. Surge, pues –como acertadamente señala Domene– la omnisciencia objetiva del narrador,
Eduardo Mendoza. Foto: Mr. Tickle. Fuente: wikiwand.com/ CC BY-SA 3.0
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Portada: Mujer completa Foto de Rogelio Cuéllar
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y renovador de la novela española
la alternancia de los puntos de vista y ese heterogéneo perspectivismo entre autor, narrador y personajes. El lenguaje empleado por Mendoza en esta novela posee un carácter tan discursivo como poemático y logra pasar de la mera linealidad narrativa a una complejidad estructural y a una heterogeneidad en las consecuencias, así como a una mezcla de personas narrativas según los puntos de vista. La verdad sobre el caso Savolta es una novela de intrigas, de maquinaciones, de asesinatos, amoríos y un conjunto de sucesos encaminados al intento de resolver el Caso Savolta, la fábrica de armas que suministraba tanto a Francia como a Alemania, entre los años 1917 y 1919, una época que refleja un corrupto estrato social en una creciente Barcelona industrial y dinámica. Aunque el protagonista se llama Javier Miranda, un joven vallisoletano que viaja a Barcelona a principios del siglo xx en busca de trabajo, al margen de sus personajes, la verdadera protagonista es la ciudad de Barcelona. El texto es un mosaico de sucesos turbios, de ambiciones, de nostalgias, de amores en el que predominan los personajes caricaturescos que forman parte del canon de la novela policíaca. Se trata de personajes tan originales como disparatados, que no les importa idear un atentado anarquista o asistir a una fiesta de la alta sociedad catalana. Se trata de una historia que despliega una serie de frecuencias planteadas de manera aislada y enfocadas desde diferentes puntos de vista. Mendoza utiliza una mezcla entre la narración de corte tradicional y un aire innovador para alejarse del vanguardismo y experimentalismo al
uso. Es una miscelánea de relato policíaco, novela histórica y narración social. Se trata, pues, de una recreación de la Barcelona del primer cuarto de siglo xx , en la que Mendoza impone una vertiente histórica y realiza un retrato colectivo de la sociedad sobre el que el mismo Mendoza dijo que “tan sólo pretendía hacer la epopeya del proletariado”. Esta novela convulsionó el panorama de la narrativa española, siempre con la losa a cuestas de la censura, que llegó hasta Mendoza, pues originalmente la llamó Los soldados de cataluña y lo obligaron a cambiar el título. Afortunadamente intervino su amigo Gimferrer, poeta de la misma generación, que le sugirió el nuevo y definitivo título. El propio Gimferrer explicó que con esta novela su autor se acercó a la estética Novísima, de la que él es, junto a Vázquez Montalbán, Guillermo Carnero y Félix de Azúa, entre otros, uno de sus máximos exponentes. Cuarenta años después, Eduardo Mendoza recuperó el título original, Los soldados de cataluña (publicado de nuevo por Seix Barral en 2015, donde se recogen los textos de la censura y la historia de su primera edición), que fue presentada al Ministerio de Información y Turismo. Sección de Ordenación Editorial, el 11 de septiembre de 1973, un volumen de 379 páginas que editaría Seix Barral y pasó al lector el día 12. El informe se escribe y firma dos días después, y califica la obra como “Novelón estúpido y confuso, escrito sin pies ni cabeza […] el tema son los enredos de una empresa comercial que vende armas a los aliados y bajo cuerda a alemanes […] casamientos, cuernos y asesi-
natos y todo lo típico de las novelas pésimas escritas por escritores que no saben escribir […] no hay religión, ni sexo, y aunque aparecen en la escena de la novela algunos anarquistas, aparecen más como pistoleros que como políticos y desde luego no hay nada que parezca propaganda.”Y, a mano, se añade: “El título no tiene relación alguna con el contenido de la obra.” Se considera autorizable. Y finalmente, Ordenación Editorial sólo recomienda, el 17 del mismo mes el, “cambio de título”. Curiosamente, la novela se queda en un cajón de Seix Barral hasta dos años después, y el 17 de abril de 1975 vuelve a la censura, esta vez con 463 páginas y cambiado el título, La verdad sobre el caso Savolta, que pasa el mismo día al lector, quien no aprecia objeciones en la obra y aconseja su publicación, tachada de “buena dosis de humor e ironía con lo que llega a rozar los límites de la tragicomedia clásica”. Después de esta narración vendría el misterio de la cripta embrujada, de corte entre novela negra y gótica, para continuar con el laberinto de las aceitunas (1982), también en una línea detectivesca y divertida, repleta de humorismo. Más tarde daría a la luz La ciudad de los prodigios (1986), La isla inaudita (1989), Sin noticias de Gurb (1990), el tocador de señoras (2001) y riña de gatos (2010), entre otras. Con esta última obtuvo el Premio Planeta. Tras la noticia del Premio Cervantes, muchos lo celebraron con entusiasmo, aunque otros no tanto. Eduardo Mendoza es un galardonado merecidísimo, que logró alterar definitivamente la atmósfera mortecina de la novela española presionada durante muchas décadas por el franquismo
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La verdad sobre el caso Savolta (fragmento) Eduardo Mendoza EL AMOR ES UNA COSA QUE SóLO ExISTE EN LAS NOVELAS O EN EL CINE.
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os casamos una mañana primaveral a principios de abril. ¿Por qué? ¿Qué me impulsó a tomar una decisión tan alocada? Lo ignoro. Aun ahora, que tantos años he tenido para reflexionar, mis propios actos siguen pareciéndome una incógnita. ¿Amaba a María Coral? Supongo que no. Supongo que confundí (mi vida es una incesante y repetida confusión de sentimientos) la pasión que aquella joven sensual, misteriosa y desgraciada me infundía, con el amor. Es probable también que influyera, y no poco, la soledad, el hastío, la conciencia de haber perdido lastimosamente mi juventud. Los actos desesperados y las diversas formas y grados de suicidio son patrimonio de los jóvenes tristes. Inclinaba, por último, el fiel de la balanza la influencia de Lepprince, sus sólidas razones y sus persuasivas promesas. Lepprince no era tonto, advertía la infelicidad en su entorno y quería remediarla en la medida que le permitían sus posibilidades, que eran muchas. Pero no conviene exagerar: no era un soñador que aspirase a cambiar el mundo, ni se sentía culpable de los males ajenos. he dicho que acusaba en su interior una cierta responsabilidad, no una cierta culpabilidad. Por eso se decidió a tendernos una mano a María Coral y a mí. Y ésta fue la solución que juzgó óptima: María Coral y yo contraeríamos matrimonio (siempre y cuando, claro está, mediara nuestro consentimiento), con lo cual los problemas de la gitana se resolverían del modo más absoluto, sin mezclar por ello el buen nombre de Lepprince. Yo, por mi parte, dejaría de trabajar con Cortabanyes y pasaría a trabajar para Lepprince, con un sueldo a la medida de mis futuras necesidades. Con este sistema, Lepprince nos ponía a flote sin que hacerlo supusiera una obra de caridad: yo ganaría mi sustento y el de María Coral. El favor provenía de Lepprince, pero no el dinero. Era mejor para todos y más digno. Las ventajas que de este arreglo sacaba María Coral son demasiado evidentes para detallarlas. En cuanto a mí, ¿qué puedo decir? Es seguro que, sin la intervención de Lepprince, yo nunca habría decidido dar un paso semejante, pero, recapacitando, ¿qué perdía?, ¿a qué podía aspirar un hombre como yo? A lo sumo, a un trabajo embrutecedor y mal pagado, a una mujer como Teresa (y hacer de ella una desgraciada, como hizo Pajarito de Soto, el pobre, con su mujer) o a una estúpida soubrette como las que Perico Serramadriles y yo perseguíamos por las calles y los bailes (y deshumanizarme hasta el extremo de soportar su com-
pañía vegetal y parlanchina sin llegar al crimen). Mi sueldo era mísero, apenas si me permitía subsistir; una familia es costosa; la perspectiva de la soledad permanente me aterraba (y aún hoy, al redactar estas líneas, me aterra...). –La verdad, chico, no sé qué decirte. Tal como lo planteas, en frío... –No hace falta que me descubras grandes verdades, Perico, sólo quiero que me des tu opinión. Perico Serramadriles bebió un trago de cerveza y se limpió la espuma que había quedado adherida a su bigote incipiente. –Es difícil dar una opinión en un caso tan insólito. Yo siempre he sido del parecer de que el matrimonio es una cosa muy seria que no se puede decidir a las primeras de cambio. Y ahora tú mismo dices que no sabes con seguridad si estás enamorado de esa chica. –¿Y qué es el amor, Perico? ¿has conocido tú el verdadero amor? A medida que pasa el tiempo más me convenzo de que el amor es pura teoría. Una cosa que sólo existe en las novelas y en el cine. –Que no lo hayamos encontrado no quiere decir que no exista. –Tampoco digo eso. Lo que te digo es que el amor, en abstracto, es un producto de mentes ociosas. El amor no existe si no se materializa en algo corporal. Una mujer, quiero decir. –Eso es evidente –admitió Perico.
–El amor no existe, sólo existe una mujer de la que uno, en determinadas circunstancias y por un período de tiempo limitado, se enamora. –Vaya, si lo pones así... –Y dime tú, ¿cuántas mujeres se cruzarán en nuestra vida de las que podamos enamorarnos? Ninguna. Todo lo más, planchadoras, costureras, hijas de pobres empleados como tú y como yo, futuras Doloretas en potencia. –No veo por qué ha de ser así. hay otras. –Sí, ya lo sé. hay princesas, reinas de la belleza, estrellas de la pantalla, mujeres refinadas, cultas, desenvueltas... Pero ésas, Perico, no son para ti ni para mí. –En tal caso, haz como yo: no te cases –decía el muy retórico. –¡Fanfarronadas, Perico! hoy dices esto y te sientes un héroe. Pero pasarán los años estérilmente y un día te sentirás solo y cansado y te devorará la primera que se cruce en tu camino. Tendréis una docena de hijos, ella se volverá gorda y vieja en un decir amén y tú trabajarás hasta reventar para dar de comer a los niños, llevarlos al médico, vestirlos, costearles una deficiente instrucción y hacer de ellos honestos y pobres oficinistas como nosotros, para que perpetúen la especie de los miserables. –Chico, no sé..., lo pintas todo muy negro. ¿Tú crees que todas son iguales? Me callé porque había pasado ante mis ojos el recuerdo ya enterrado de Teresa. Pero su imagen no cambiaba mis argumentos. Evoqué a Teresa y, por primera vez, me pregunté a mí mismo qué había representado Teresa en mi vida. Nada. Un animalillo asustado y desvalido que despertó en mí una ternura ingenua como una anémica flor de invernadero. Teresa fue desgraciada con Pajarito de Soto y lo fue conmigo. Sólo recibió de la vida sufrimientos y desengaños; quiso inspirar amor y recogió traiciones. No fue culpa suya, ni de Pajarito de Soto, ni mía. ¿Qué hicieron con nosotros, Teresa? ¿Qué brujas presidieron nuestro destino? Finalizados los entremeses, el entrante, el pescado y las aves, la fruta y la repostería, los comensales abandonaron la mesa. Los hombres resoplaban y palmeaban sus tripas con alegre resignación. Las señoras se despedían mentalmente de los manjares que habían rechazado con esfuerzo, disimulando su avidez bajo un rictus de asco. La orquesta ocupaba ya su posición en la tarima y entonó los primeros compases de una mazurca que nadie bailó. La conversación, largo rato suspendida, volvió a generalizarse
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La aduana es nostaLgia pura Jovani Hernández Claudio* CáRCELES Y LIBERTADES: RECLUSORIO ORIENTE.
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entre los autos; el chicote de velocidades se tensa y la velocidad aumenta, la adreo más difícil es dar el primer disparo. Los siguientes suelen ser más nanalina fluye. La pequeña explosión se merma con el gentío que hormiguea en la turales gracias a la confianza que se va desenvolviendo progresivazona aduanal. mente. Las locaciones suelen ofrecer distintos lugares desde donde el Mi labor como retratista no se había visto interrumpida por la naturalidad de los encuadre es favorecido, pero siempre está la delimitante desconfianza otros curiosos presentes. Cosa distinta sucede al verme rodeado de varias deceadherida a trabajar en solitario. nas de familias que se entregan a la metodología de las visitas en los restrictivos Desciendo de la rila y me planto en una parte donde la valla metálica está decentros de rehabilitación. A las masas les es consecuente la oferta y la demanda. La rrumbada. El lugar es un tanto tétrico, lo desvirtúan las bolsas de basura y los olores economía ambulante recubre las banquetas; a una vasta selección de platillos tiede un animal en descomposición; debo aceptarlo, para mi interés es beneficioso. ne acceso el visitante; también se venden artículos de primera necesidad para los Volteo a ambos lados de la acera y confirmo un buen intervalo de tiempo despejareclusos así como distintas prendas de vestir en tono caqui, característico de nuesdo en el que podré realizar mi trabajo. Desenfundo y lanzo un par de disparos para, tro sistema penitenciario. El tránsito es casi irrealizable y el gentío se desparracomo dicen los del gremio, “entrar en calor”. ma en la calle y las banquetas, y entre tantos, apenas si se distinguen los coyotes Los objetos se ordenan según los planos; el primero lo conforman los matorratrajeados que andan al acecho de desesperados buscadores de libertad: amiles de hierba mala, que están floreciendo en la parte de llano despejado de las ingos, familiares, conocidos, que están atados a esta zona de la ciudad mediaciones del reclusorio. El segundo plano se encima. hay una conpor las acciones de “alguien de interés” que por ahora se enfusión visual entre una segunda valla metálica (alejada de las cuentra resguardado, en cautiverio. manos del homohabbilis se muestra altiva o recta), y la Llama mi atención la línea de torniquetes que da muralla principal de las insta laciones de rehabiliacceso al penal. Tan vigilados, tan tubulares. Por tación –esa plancha de pálido concreto, línea encima de la oscuridad que encierran las divisora del adentro y el afuera, protectora del puertas de acceso y se alzan unas letras refuerte de “rehabilitación” del asocial. vestidas de color oro con el mayúsculo Si la memoria no me falla la regla de los título “ reCLuSorio oriente ”. Disparo, distercios ayudará a la focalización del reparo, una boina roja me observa, volceptor. En uno de los tercios coloco la teo y le sonrío; para mi sorpresa y para torre de vigilancia que se cuela en mi la de ella, me responde también con encuadre, al tiempo que un frío picor otra sonrisa; es increíble que entre recorre mi espina: me persigue la patanta malicia incluso los uniformes ranoica idea de que “alguien está aceguarden cosas hermosas. Ya no quiechándome, que detrás de los vidrios ro ir a gran velocidad, quiero extrapolarizados, con un rifle de alta precipolarme y estar del otro lado de las sión, el ajusticiador aguarda a la espemurallas, sentir el encierro ¿o la lira de mirones”. Pasa el delirio, monto de nuevo y continúo este andar. bertad?, comida, techo asegurado, Avanzo a rodada lenta; no puedo cortesía de los generosos contribuyenevitar pensar en la mañanas veraniegas tes: ¿el sueño del artista? no, no es ese el cuando mi viejo, mi hermano, Oliver, el método. maltés y yo, salíamos a correr en las perifeLa aduana es nostalgia pura. No hay nada rias de esta obra minimalista. Ir de esquina a excepto rejas y veinte pasos a la vida en socieesquina me parecía un logro; hoy, lleno de tantas dad, a la segunda, tercera o hasta cuarta oportunuevas formas de percibir, apenas si es un lapso minidad de reintegrarse a los horarios de un empleo, a núsculo. Explicar esta sensación es difícil, muy probablelos accesos y carencias del salario, al tráfico, al bullicio mente influya en este efecto la nueva edificación, caja blanca y citadino… Mural en la prisión de Karreenga, Australia geométrica de líneas continuas y quebradas que funge como juzgados, Sólo el rostro de una madre que lagrimea a la espera de un Kevin –rey que hace parecer a la recta un poco más corta. De nuevo a retratar. De nuevo pite y repite su nombre, la noticia de la libertad del hijo la tiene en transe–, hace un interfiere una valla metálica rombeada, parece que es la que marca el ritmo de giro de emociones. Temo que se haya dado cuenta de mi empresa y esté sobreaclos contornos de esta jaula. tuando. Pero no. Prosigo. Tomo Leyes de Reforma; reincidencia, las otras cámaras me generan Se terminan los escenarios, el pedaleo sigue, me detengo un último momento pesadez. El C 2 está disperso. El ojo de la Cdmx , omnipresente ente de control y sey hago una perspectiva en fuga que deja atrás la amurallada zona federal, lecho guridad, se eleva; 360 grados de intimidad, la ciencia ficción a flor de piel. Me coque acoge a los que el sistema les ha fallado, los que no encajaron en la vengativa híbo casi al grado de no querer volver a disparar. Pienso: “de vuelta a casa seis ojos civitta mexicana colgantes esperan, el rastreo es posible”. La desconfianza –de ellos, la mía– está permitida. Quiero volver a casa, regresar en otro momento, pausar el proyecto. * Jovani Hernández Claudio (Ciudad de México, 1994) estudia actualmente la carrera de No me lo permito. Despierto el cuerpo y las ideas metiéndome por el carril de alta Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
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D E P E R ú A z A C AT E C A S , P O E TA S ESENCIALES DEL SIGLO xx. AMBOS VEN AL MUNDO IMPERFECTO, DELEzNABLE Y LúGUBRE A PESAR DE LA ExISTENCIA DEL AMOR Y LA MUJER.
Enrique Héctor González
César valleJo y ramó E
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l postmodernismo hispanoamericano, secuela inexacta del primer gran movimiento poético surgido en América y encabezado por Rubén Darío, alberga en la obra inicial de Ramón López Velarde (1888-1921) y de César Vallejo (1892-1938) quizá su aliento mayor y su firma de finiquito, pues ambos crecerían cada vez más lejos de este primigenio aroma de pavorreales multicolores y demás joyería verbal para convertirse en dos poetas esenciales del siglo xx en nuestra lengua. Es posible que entre La sangre devota (1916) y Los heraldos negros (1918), los libros con una más evidente deuda modernista de ambos poetas, no exista una vinculación digna de señalamiento; sin embargo, a cien años de su aparición, la relectura de estos poemarios deja ver que, por lo menos, se trata de dos autores fundamentales a cuya obra –parca, si se quiere– nada le sobra, pues tres son los libros que, en cada caso, conforman su obligada bibliografía: Zozobra (1919) y el son del corazón (1932, edición póstuma), además del ya anotado de López Velarde, y trilce (1922) y Poemas humanos. españa aparta de mí este cáliz (1939), posteriores a la heráldica obra del poeta peruano. De manera más significativa, es de advertirse que uno y otro modificaron el lenguaje heredado y, gracias a su fertilísima imaginación, supieron denotar en su trabajo literario las inquietudes metafísicas que los golpearon (el verbo es apenas una hipérbole) durante su corta vida. En efecto, la peculiar comunión de santidad y erotismo en la poesía de López Velarde es tan apacible como la simple rima de las palabras “caricia” y “novicia”, pero tan perturbadora como dar inicio a un poema de título casi delirantemente sensual (“Boca flexible, ávida”) con los siguientes versos de un esmerado prosaísmo: “Cumplo a mediodía/ con el buen precepto de oír misa entera/ los domingos…” La
oblicua inocencia que anima el grueso de los poemas de La sangre devota alienta, asimismo, una pericia particularmente certera en lo que se refiere al modo de adjetivar, quizá una de las virtudes más rotundas de la poesía velardiana: sus alardes velan muchas veces el añejo provincianismo que pudiera mancharla. Antonio Castro Leal cuenta que el poeta dejaba huecos en los borradores de sus textos, que luego iba llenando con los epítetos que mejor le satisfacían, espantosa paciencia que explica la originalidad de ciertos calificativos: paz “celibataria”, oración “asmática”, prosa “municipal”, “tónica” tibieza “mujeril”. En cierta medida, de esta rara perfección formal depende la devota lubricidad, la erótica religiosidad poética del escritor zacatecano. Si el amor es fuerza y vitalidad, una infusión de gracia divina y sin embargo corpórea en López Velarde, en los versos de Vallejo acusa caracteres menos melifluos: es “la punta chispeante de los cuernos del diablo”, como dice en el poema “Amor prohibido”. El Creador no inspira ningún sentimiento exaltado o siquiera compasivo en Los heraldos negros, donde la indiferencia convencida es la respuesta más afín a lo que llama Vallejo “el suicidio monótono de Dios”. Prevalece, en todo caso, una curiosa mezcla de indignación desangelada y fe que se desinfla: una cierta rabia, debilitada por la resignación, es la que anima –sería mejor decir: desanima– algunos versos del libro: “hay ganas de… no tener ganas, Señor;/ a ti yo te señalo con el dedo deicida:/ hay ganas de no haber tenido corazón.” No obstante que la amargura parece ser la instancia que identifica los sentimientos sagrados en ambos poetas (aunque en López Velarde, y muy a su pesar, el pesar se disfrace de vértigo amoroso y el padecimiento de pasión), los rasgos diferenciales de la fe en cada poeta son los que mejor definen los asuntos religiosos
n o obstAnte que lA AMArgurA pAreCe ser lA instAnCiA que identifiCA los sentiMientos sAgrAdos en AMbos poetAs
( Aunque en l ópez V elArde , y Muy A su pesAr , el pesAr se disfrACe de Vértigo AMoroso y el pAdeCiMiento de pAsión ). de las dos obras. El llanto de tristeza o entusiasmo que se confunde con el mar en la mareante maraña metafórica velardiana, es fúnebre y acaso macabro en la poesía de Vallejo, donde hasta las gotas son duras si son de sangre y lágrimas convocadas por la muerte del hijo de Dios, como sucede en el poema “Impía”, cuyo solo título se vuelve revelador de la áspera naturaleza del cristianismo vallejiano. El Dios de Vallejo odia, golpea, se arrastra como un gusano sarnoso. Si la festiva divinidad de López Velarde canta con frecuencia su propia tristeza, la vallejiana no pocas veces grita su desesperación. Aquella es agua; esta, piedra. La dicotomía de tales concepciones religiosas es sintomática de una actitud estética paralelamente dispar pues el autor de trilce, como lo señala Saúl Yurkievich, se desentiende absolutamente y con soltura de cualquier idealismo romántico. Su obra es realidad vivida, sus palabras son de carne y hueso.
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lópez velarde:
dos heraldos devotos ii
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a atmósfera mística que se respira en López Velarde funciona como contrapunto de la sensualidad casi inguinal que galopa en sus imágenes. Dios se presenta en su obra como el Gran Testigo que autentifica el camino de la pasión –diría Octavio Paz– elegido por el poeta. El universo de Vallejo, en cambio, es el de la blasfemia del hombre frente a la ira de Dios: la culpa compungida, el arrepentimiento mendaz, el escupitajo rijoso a las imágenes sagradas constituyen el muladar moral en el que habita la devoción humana. En el sentimiento religioso del poeta de Jerez es frecuente la presencia de una suerte de autocompasión, de una voluntaria flagelación que se resuelve, desde los primeros poemas (en los que suele hablar de sus experiencias íntimas en el seminario), como un reconocimiento de las limitaciones humanas: “huirá la fe de mi pasión risible”, dictamina en categórico endecasílabo. Al mismo tiempo, la divinidad gesticula amorosamente en la figura de primas, raptos adolescentes de romances platónicos y mujeres de “perímetros joviales” y “grupas bisiestas”. La asunción al alimón de asuntos de franca lubricidad y férrea fe católica es tan feliz y espontánea, tan poco artificiosa, que raya a veces en la inocencia impúdica de un ojo a la vez tímido y taimado: “Dormir en paz se puede sobre sus castos senos/ de nieve, que beatos se hinchan como frutas/ en la heredad de Cristo, celeste jardinero.” Las vías de acceso al mundo de los cálices y las devociones es distinta también en ambas obras: mientras López Velarde confiesa la condición erótica de su fe (“Nada puedo entender ni sentir sino a través de la mujer: por ella he creído en Dios”), para Vallejo Su presencia supone la necesidad de un tribunal redentor de los hombres que sufren, de los pobres de espíritu y de los que “tiemblan de frío, tosen y escupen sangre”. Si en el mexicano es una fuerza, en el peruano es una
imagen del desconsuelo: Vallejo duda, zozobra al son descorazonado de su sangre de creyente que exige respuestas. Consecuentemente, la mujer en López Velarde es forma divina de la flama amorosa mientras que el hombre, para Vallejo, es la muestra más dolorosa de la naturaleza celestial del sufrimiento y la desesperanza. El primero celebra a Dios, el segundo lo llama a cuentas. El mundo en ambos es imperfecto, deleznable y lúgubre, aun cuando lo animen ciertos rasgos de edificante entusiasmo (la mujer y el amor, en López Velarde; la solidaridad en el dolor, para el poeta andino), ciertos signos felices que en Ramón son señal inequívoca de que Dios está con nosotros y en César síntoma de que el Creador se distrae con frecuencia de sus deberes. iii
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a autenticidad emocional que se revela en el primer Vallejo acusa (pero no se agota en) los estragos de un modernismo que ya había dado sus aciertos más significativos en la obra de Darío, de Lugones, de Silva, de Díaz Mirón, y dejaba ya, hacia finales de la segunda década del siglo xx , una inevitable cauda de epígonos y copistas. El poeta peruano supo siempre sortear ese fácil mecanicismo de escuela con alguna línea agridulce (o “trilce”) que sabiamente rescataba a sus textos más artesanales de las redes del lugar común. Así por ejemplo, en poemas de títulos tan escasamente originales como la melodía que los anima –piénsese en aquel que se llama “El poeta a su amada”–, la piadosa cristiandad de los sentimientos, la devoción amorosa que caracterizan, más bien, a López Velarde, se resuelve en misticismos del corazón que apenas sucumben a la tentación de emocionarse a través de un catecismo
de provincias. El poeta no se deja arrastrar por las cristianas efusiones del alma. Fiel a la materia prima del poema, esto es, al trabajo con el lenguaje y a una evidente determinación de originalidad, de búsqueda, de apurar la experiencia personal hasta volverla sensación compartida, Vallejo, quizá más avezado que López Velarde en asuntos de vanguardias, asume la doble experiencia místico-erótica con gran imaginación: “Amada, en esta noche tú te has crucificado/ sobre los dos maderos curvados de mi beso.” Y agrega: “En esta noche rara que tanto me has mirado,/ la muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.” La sola representación de una muerte feliz, un beso curvado y una crucifixión erótica, tensada por dos sentimientos tan distantes como idénticos (el amor pagano y la pasión divina), alienta una epifanía llena de curiosidades formales así de estrictas y prometedoras como las que más tarde abundarán en trilce. Lo mismo ocurrirá, cabe acotar, en Zozobra de López Velarde. Ambos poetas siguieron sin duda caminos distintos. El mexicano encontró una muerte próxima que dejó en treinta y tres años –los de Cristo– la encomiable devoción poética que lo ha convertido en un autor fundamental de nuestra tradición. Vallejo se embarcó a París, sufrió injusticias y una miseria atroz que desembocarían en sus poemas sociales de la última etapa. Asimismo, se encontró de manera temprana con la muerte, a los cuarenta y seis años. No es factible que haya conocido, cada uno, la obra del otro; sin embargo, por esas vías que sólo a veces cruza el azar, y en las que circulan a sus anchas la conjetura y la suposición, es distinguible en sus primeros libros una cierta simbología erótica de perfiles místicos que los empareja, así sea de lejos, en los albores que hace un siglo iba edificando la poesía hispanoamericana contemporánea
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Dolo A driAnA del M orAl
EL PASADO MIéRCOLES 12 DE ABRIL, LA POETA MExI Y CUATRO AñOS DE EDAD.
AMIGA ENTRAñABLE DE ROSARIO CASTELLANOS Y ú LLAMADO LOS OChO POETAS MExICANOS, SE DESC SENSIBILIDAD Y DE PREGUNTAS DE TODA CLASE”.
ALGUNAS DE SUS OBRAS Son eL coraZón tranSfiGu
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uestro México insensato ha lastimado a Dolores Castro desde niña. Durante los noventa y cuatro años que ha visto al país conservar –o exacerbar– su locura, la poesía ha sido su compañera para desentrañar la vida y darle sentido. Para Lolita, como la conocen los que la quieren, los poemas no sólo sobreviven, sino que transforman todo. “Creo absolutamente que la poesía puede cambiar el mundo”, afirma contundente al final del taller que, con una constancia heroica, sigue impartiendo los sábados en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García ( ePCSg ). heredó la encomienda de su amigo Alejandro Avilés, quien fuera director de la escuela, y la ha mantenido desde 1985. Su vida ha sido larga y fructífera: centenares de poemas, catorce nietos, siete bisnietos e incontables alumnos, son algunas de las huellas indelebles de su paso por el mundo. En su casa llena de plantas y de libros –aún conserva algunos de su bisabuelo– ha vivido desde que se casó con el también poeta, escritor y periodista Javier Peñalosa. Conserva intactas su memoria y lucidez. Pareciera que la única mella que el tiempo le ha hecho es su diabetes ligera, un dolor en las rodillas que le dificulta caminar y lo mucho que ahora le cuesta escuchar cuando se le habla, así que ha aprendido a leer los labios. Confiesa que le gusta el silencio: “estoy viviendo esta soledad que Rilke tanto añoró”, dice con una sonrisa. Durante largo tiempo fue conocida sólo por algunos amigos y colegas escritores, pero en los últimos años ha recibido numerosos homenajes y reconocimientos. Ganó el Premio Nacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz, fue nombrada Maestra de la Juventud y se le otorgó el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2014 en Lingüística y Literatura. La vida perdurable, documental de Yaín Rodríguez, se transmitió por Canal 22 para celebrar los noventa y tres años de Lolita.
DE lA niñEz solitARiA A lA iMPoRtAnCiA DE viviR
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ació en Aguascalientes el 12 de abril de 1923, y pronto se trasladó con su familia a zacatecas. Su padre era “de pocas palabras, pero cuando hablaba siempre decía algo importante. Venía de una familia de liberales que creían más en la libertad que en la economía”, relata. “Mi mamá tenía una voluntad de hierro, amaba la libertad.” Gran parte de su infancia transcurrió en la casa de su abuela materna, Isabel Vázquez del Mercado: un edificio grande con pisos de cantera, adornado por naranjos en flor y jazmines. Ahí los juegos de sombras con la luna alimentaron sus temores infantiles y las macetas le sirvieron como alumnas para jugar a la maestra. Pasaba las vacaciones en un rancho
Foto: Eduardo León. Fuente: www.uaa.mx
Castro
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nueVe déCadaS entre Lo ViVido y La PaLabra
ICANA MáS LONGEVA CUMPLIó NOVENTA
úNICA SOBREVIVIENTE DEL GRUPO LITERARIO CRIBE A Sí MISMA COMO “UN NUDO DE
de su abuelo, entre altas cañas y paseos a caballo. Ahí conoció la precariedad de la vida de los campesinos, que a veces comían sólo vainas de mezquite. Años después, en el Colegio Francés de Puente de Alvarado, en Ciudad de México, descubrió que el dibujo no le bastaba para expresarse. Cuando escribió una composición sobre la primavera, alimentada por sus recuerdos del campo, supo que deseaba externar su mundo interior a través de la literatura. Volvió a zacatecas, cuna de la educación laica, cuando aún quedaban resabios de la rebelión cristera. La ciudad, esculpida más que edificada, con su catedral en una cañada y sus construcciones de cantera, dejó en Lolita una huella como ningún otro lugar donde ha vivido; tan es así que aún la sueña. Regresó a la capital del país para cursar tercero de secundaria. Entonces conoció a Rosario Castellanos, quien fue su compañera y se convirtió en casi una más entre sus hermanas. Su bisabuelo José María Castro inauguró en su familia paterna la tradición de la abogacía, que ella decidió continuar estudiando Derecho en la unam . Aunque la carrera no le gustó, decidió terminarla para mostrar a su padre seriedad en sus compromisos. Después estudió en la Facultad de Filosofía y Letras, en el edificio de Mascarones. Encontró ahí un agradable contraste con el “lugar de adiestramiento para bárbaros” que le parecía la Facultad de Leyes, con su población mayoritariamente masculina que peleaba en el patio y aventaba cohetes. Tuvo de maestros a Agustín Yáñez, Julio Torri, y a refugiados españoles como José Gaos. Rosario Castellanos había empezado a estudiar Derecho con ella, pero después se cambió a Filosofía. Fueron compañeras de Ernesto Cardenal, Ernesto Mejía Sánchez, Manuel Durán Gili, Tito Monterroso, Otto Raúl González y Carlos Illescas. La mayoría venían de la Guerra civil española o de haber derrocado al dictador guatemalteco, y en esta época también se estaba gestando la revolución en Nicaragua. Posteriormente llegaron a la facultad Jaime Sabines –quien se dice escribió a Lolita “Sitio de amor”–, Fernando Salmerón, Luis Villoro, Sergio Galindo, Emilio Carballido, Luisa Josefina hernández, Sergio Magaña y Ninfa Santos. Una separata de su poema endecasílabo y heptasílabo “El corazón transfigurado” apareció en 1949 en la revista américa, editada por Antonio Millán y Efrén hernández. Aunque ya en este texto se encuentran las imágenes hermosas que caracterizan toda su obra, posteriormente se apartaría de la rigidez de las formas clásicas en pos de su ideal: una poesía “esencial, emotiva y verdadera”. A sus noventa años, la poeta reconoció que quizá en esa primera obra estaba ya contenido cuanto ha buscado decir en toda su obra posterior: sus preguntas profundas, sus temas. sigue
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Dolores Castro. Archivo: Tomas Montero
urado, cantareS de veLa Y La ciudad y eL viento.
Esencia de Dolores Castro (frAgMento)
JAviER PEñAlosA
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n los imponderables que complementan (o que fundamentan) la poesía de Dolores Castro, no cabe sino transmitir algunas sensaciones líricas; decir que se siente uno mecido por una música pendular, que
se mueve en planos de misteriosa dinámica, que se ilumina por relámpagos que “quiebran la tiniebla”; y que, en suma, el sentimiento queda expurgado del dato dulzón que es la anécdota directa. Quien penetre en la poesía de Dolores Castro ha de sentir, estremecido, que en el nudo sensible de su ser “entra profundidad como una ola”. Cuando fui requerido por nivel para escribir una nota sobre Dolores Cas-
tro, acepté, en acto de libre voluntad, consciente de que puedo deslindar el campo afectivo del campo estético; y deseoso, además, de dar testimonio breve pero explícito acerca de un poeta cuyos alcances rebasan la clasificación rebajante de “poetisa”; de una creadora que se sitúa al lado de Concha Urquiza, Rosario Castellanos, Margarita Michelena y alguna otra figura cimera de las escasas, privilegiadas, que representan en México lo mejor de la creación poética femenina, en lo que va de este siglo. Y así lo hago, firmemente convencido de que al paso del tiempo contaré con el aval de juicios posteriores que hagan la justa valoración de su obra y de su trayectoria
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En 1950, cuando Castro y su amiga Rosario concluyeron sus estudios de maestría –la de ella en Lengua y Literatura española y la de Castellanos en Filosofía–, ambas fueron a estudiar a Madrid por un año. Para Rosario el viaje significó renunciar en ese momento a casarse con Ricardo Guerra, y para Dolores oponerse a la voluntad de su padre, aunque finalmente su mamá la apoyó para que se fuera. Llegar a Europa les tomó un mes a bordo de un barco de carga y pasajeros. En vacaciones conocieron París, Roma, el sur y parte del norte de España. Al final del ciclo escolar visitaron a Gabriela Mistral en Italia, y conocieron Nápoles, Florencia, Asís y Venecia. Atravesaron Francia pasando por Suiza hasta llegar a Austria, donde les avisaron que su barco hacia Nueva York zarparía con un mes de retraso y tuvieron que quedarse en una residencia de estudiantes pobres donde ni sábanas tenían. Finalmente, la travesía a Estados Unidos duró siete días y atravesaron una tormenta espantosa. En Nueva York visitaron harlem, pese a que les dijeron que era peligroso, y regresaron a Monterrey en un autobús Greyhound. Para ambas el viaje marcó un hito: conocieron de primera mano arte y sitios europeos que las habían influido durante sus años de formación, pero también estuvo lleno de desencuentros y discusiones. Rosario sostenía que había que sacrificar todo a la vocación, mientras que para Dolores la vida también era muy importante; le interesaba bailar, conocer, divertirse. A su regreso, Castro empezó a trabajar como correctora en la Editorial Novaro y escritora en Radio Femenina, donde hacía lo mismo textos literarios que recetas de cocina o publicidad. Poco después Reyes Nevares le publicó Sólo siete poemas (1952). Su segundo poemario tiene como hilo conductor la antropomorfización del paisaje. “Aquí voy por el río, desconocida, larga...”, dice uno de los textos que escribió en Chiapas. suPERviviEntE DE toDo Te amaré con agujas de mis huesos cuando rompan esta dulce prisión de fuego y carne y te amaré en la mano que retuvo la ceniza caliente de otra sangre, y en lo que fue constante afirmación de nuestra estancia. […] Y morirás de amor, del mismo amor que apagará la hierba. Y morirás de viento y de tristeza, cuando fría mi sangre no transmita a tu cuerpo, el calor que robamos a la fragua. (“Siete”, Sólo siete poemas)
Al paso de los años, Dolores Castro, Rosario Castellanos, Efrén hernández, Roberto Cabral del hoyo, Octavio Novaro, Javier Peñalosa, honorato Ignacio Magaloni y Alejandro Avilés fueron llamados los Ocho Poetas Mexicanos. Avilés había entrevistado a varios de ellos para el universal, y se reunían cada semana para leerse y criticar sus textos. En 1955, Alfonso Méndez Plancarte les publicó una antología con el nombre del grupo, cuyo lema, ideado por Castro, era “cada uno su lengua, todos en una llama”.
El polvo vuElto al polvo Dolores Castro Él era como yo pobre,
ignorante,
y violento
por más de una razón.
Yo salí tras de un quehacer agotador
de horas muertas,
en medio de la noche
y del miedo.
Él era como yo, pero conmigo
fue rabioso animal. Como pintar la raya
al horizonte de mi vida,
fue relámpago dentro de mi cuerpo, trueno, ola al reventar. Así conocí el mar que es el morir.
El polvo de mis huesos
mal sembrados en la tierra al polvo volverá.
(De Algo le duele al aire)
El amor a los libros y la palabra acercó a Dolores y Javier Peñalosa Calderón. Decidieron casarse y juntos estrenaron una casa en Lomas de Sotelo, donde procrearon siete hijos: cinco hombres y dos mujeres que fungieron como “elemento civilizador”. Con aproximadamente un año de diferencia entre cada nacimiento, recuerda que para ella el matrimonio y la maternidad fueron experiencias hermosas, pero que también la llevaron a límites en que ya le era imposible razonar. Aun así, todo eso siguió alimentando su poesía. “Amar a alguien no es fácil, ser amado tampoco”, recuerda. La pareja conservó su vocación literaria, y siendo ambos escritores el dinero no abundaba en casa. Javier, quien tuvo de niño poliomielitis, trabajaba a destajo y ella realizaba de vez en cuando encargos remunerados. Sin embargo, opina que “la pobreza no es mala, la miseria sí. La pobreza le enseña a uno a valorar las cosas, a las personas”. De lo mejor de ese período para ella, es lo mucho que su marido la valoró y respetó, en su persona y su trabajo. Para algunos críticos, los Ocho Poetas padecieron cierta marginalización, atribuida a la fe católica de varios de ellos. Sin embargo, Dolores, única superviviente del grupo, no lo ve así. Sólo “éramos católicos de
veras Alejandro Avilés y yo. Roberto era de una tradición católica, pero ya no practicante. Efrén hernández era muy particularmente creyente, pero no católico. honorato Ignacio Magaloni quería ser maya de todo a todo, hasta de religión, y decía como ellos para hablar de Dios: ‘aquel cuyo nombre se dice suspirando’.” “Mi esposo sí era católico, y yo también, pero nunca fuimos cerrados, sino por ejemplo íbamos a pláticas con el padre (Gregorio) Lemercier, que además nos casó. él estaba fuera de la Iglesia. Quería lo que ahora se practica: que muchos de los seminaristas vayan a ver a la psicóloga antes de entrar para saber si de veras tienen vocación.” “Lo que sí es que no todos fuimos escritores de la corriente que estaba más en uso, que era el surrealismo. éramos más de una tradición de cultura mexicana en general, unos más inclinados hacia una tradición indígena, sobre todo honorato y Rosario. Ella era indigenista y no, porque también les reconocía muchos de los aspectos negativos. [Más bien] “era justiciera, porque la poesía también es justiciera.” Atribuye a esto la falta de reflectores en la que muchos de ellos desarrollaron su carrera literaria, y a que “no teníamos grandes presentaciones, sino que realmente nos dedicábamos a escribir poesía, y a tratar de que se la conociera mejor”. A pesar de la estrechez económica en su hogar, Lolita siempre fue sensible a las necesidades ajenas. Cuando su amigo el escritor Efrén hernández falleció en 1958, ella y Javier acogieron a su viuda, Beatriz Ponzanelli, y a su hija Valentina por cerca de un mes, mientras su hijo Martín vendía la casa familiar para reunir algo de dinero. Los acontecimientos de 1968 afectaron profundamente a Dolores y Javier, y este último tuvo un ataque al corazón. Cuando se restableció, la familia entera se mudó a Veracruz por indicación de los médicos, quienes le recomendaron vivir a nivel del mar. Estuvieron ahí cerca de tres años, pero al final Javier quiso regresar: “Prefiero morirme en el Distrito Federal, pues esa es mi provincia.” Trabajó unos años más como director de un centro de documentación, pero nunca se restableció por completo. Los últimos años de su vida los pasó en silla de ruedas debido a las secuelas de la polio. Falleció en 1977, cuando la menor de sus hijas tenía trece años. Entonces “se me desapareció la mitad de mi vida”, cuenta Lolita. Dolores ha sostenido siempre la existencia de un lenguaje femenino y otro masculino en la vida diaria. También ha señalado que la mujer se ha expresado históricamente en varias formas no articuladas como “el llanto oportuno, la sonrisa, el grito o el silencio, pero nos falta mucho que decir en el terreno de la literatura”. Considerando esto, recomienda a sus alumnas, y a cualquier mujer, que si escriben sobre sexo “no hagan sólo descripción, que de veras escriban algo que dé verdaderamente una nueva visión de eso, o una antigua visión, pero que sea penetrante en el ser”. También critica: “como se sabe que la poesía mejor tiene magníficas imágenes, entonces (otra práctica es) empezar a hacer como un fuego de artificio de imágenes de manera que ya no se entienda qué quisieron decir”. Finalmente subraya que la poesía no se debe tomar “como un adorno, sino realmente como un llamado a ser algo”. La docencia ha sido casi tan constante en su vida como el trabajo con las palabras. ha sido maestra de muchos poetas, narradores y periodistas en las escue-
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las de Bellas Artes de Veracruz, Cuernavaca y Estado de México, así como en la Universidad Iberoamericana, la Sogem y la ePCSg . Por ello subraya la importancia de la lectura. “Leer y escribir son absolutamente indispensables uno al otro. Mediante la lectura uno se comunica con los que han soñado en otras épocas y puede tener un diálogo a distancia; mediante la escritura está constantemente indagando lo que verdaderamente quiere decir, y como la vida te va desarrollando no de una vez, sino de varias veces, entonces también hay que seguir escribiendo.” DEsAnuDAR(sE) A tRAvés DE lA PoEsíA Soy yo con una caja resonante donde guardo preguntas. (“iV ”, Qué es lo vivido) Esta es una ciudad devastada por un incendio, en la que no han acabado de arder la gente ni las cosas. (La ciudad y el viento)
Durante casi setenta años de creación poética pueden hallarse dos líneas constantes en la obra de Dolores Castro. Para su hijo Gustavo Peñalosa, editor, una se relaciona con el sueño y los valores, como la belleza. Otra es la empatía como forma de inteligencia para comprender o imaginar a los otros, los que escriben y los que no; a los que sufren, a los que han muerto. En la escritura de Lolita puede reconocerse una primera etapa que abarca de el corazón transfigurado (1949) hasta cantares de vela (1960). A juicio de Alejandro Avilés, en estas obras “el plano de la metáfora es trascendido por una poesía descarnada o bien encarnada en símbolos que son al mismo tiempo la existencia que se expresa”. La ciudad y el viento (1962) es una novela corta en prosa poética que transcurre en los años posteriores a la Revolución y muestra los rastros de la Guerra cristera “en una sociedad salvajemente destruida por el hambre y la desesperanza”, afirma Mariana Bernárdez. Empezó a escribirla embarazada de su tercer hijo, Eduardo, y sus protagonistas principales son la ciudad de zacatecas y el viento. La idea nació a raíz de una boda a la que asistió de joven, en casa de un general. La entrada era impresionante, con su ancha escalera de cantera, y el salón de fiesta lucía cortinas de encaje y muebles antiguos. Recuerda que no hubo misa porque el abuelo de la novia había sido liberal. Cuando quiso ir al baño durante el brindis, Dolores descubrió los cuartos derruidos de la parte posterior del edificio. En su única obra narrativa retrata “las contradicciones entre el poder y la pobreza, y realiza una denuncia, por demás dolorosa, del papel dejado a las mujeres”,
concluye Bernárdez, su alumna y atenta lectora, en el libro dolores castro: crecer entre ruinas. Sin embargo, Emmanuel Carballo sentenció que la novela era provinciana y ella nunca retomó el género. “Si se lee lo suficiente se puede escribir poesía en cualquier momento. La novela es más demandante en su tiempo de escritura”, afirma. Así que le pareció “más fácil escribir poesía después de cambiar unos pañales o dar una botella al hijo o tener exceso de trabajo”. Agotada por el frenesí de criar a sus hijos, labores domésticas y trabajos ocasionales, publicó Soles hasta 1977, porque entró en una etapa donde “era muy difícil publicar y era muy importante vivir”. El libro refleja la importancia de lo social sobre el individuo y el dolor que en su mundo generaron la represión del ’68 y la caída de Salvador Allende. Su última parte se nutre de la cosmovisión prehispánica. Qué es lo vivido (1980) es una reflexión íntima ante la vida, donde la poesía hace de vía de conocimiento a través de la visión contemplativa. En 1989 escribió el ensayo dimensión de la lengua en su función creativa, emotiva y esencial, y su siguiente poemario, Las palabras (1990) da cuenta también de la importancia del lenguaje. Mirando en retrospectiva su obra, Dolores se describe como “un nudo de sensibilidad y de preguntas de toda clase” que se “ha ido disolviendo, desanudando a través de la poesía”. En sus libros posteriores, como fluir (1990), tornasol (1997), fugitivo paisaje (1998), oleajes (2003) e Íntimos huéspedes (2004), aparecen temas que
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ya eran característicos de su obra, pero con menos angustia. En esta etapa, tras cuatro décadas de intensa relación con las palabras, la poeta considera al fin que ha encontrado en el lenguaje una llave para entender al mundo.
“Leer y esCribir pUeDe sALvAr Un pAís” En 2010 el Fondo de Cultura Económica publicó la primera edición de sus obras completas, donde aparece el poemario inédito asombraluz, que muestra cómo su palabra se ha decantado hasta alcanzar una transparencia donde relucen lo mismo las cosas cotidianas de la existencia que sus grandes misterios. Otros de sus libros reflejan la crítica que ya planteaba desde poemas como “Intelectuales S.a.” Por ejemplo, algo le duele al aire (2011) habla de las mujeres asesinadas en Chihuahua, los cientos de cuerpos encontrados en fosas. En Sombra domesticada (2013) se abordan el hambre, los 400 pueblos, los migrantes y otras lacerantes realidades de México. Para ella este tipo de textos son ante todo un testimonio, pero también una contribución, porque aunque ahora no puede ir a las marchas sigue escribiendo. “Leer y escribir puede salvar un país”, dijo tras la profunda herida que para ella, maestra por más de cuatro décadas, fue la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Lolita, que ha sido testigo del convulsionarse de este país desde finales de la Revolución mexicana, concluye que escribir es un acto de fe que permite atravesar las zonas oscuras. “A veces falla la fe, pero no la esperanza”, afirma. “Todo se me puede derrumbar menos la esperanza”, y para ella su mejor manifestación se encuentra en la poesía y los valores que cristaliza. Espiritual desde niña, no cree en la muerte absoluta. Su convicción se alimenta por el poder de la palabra para “vincularnos, develar e intuir este orden, y al profundizar en lo que es vivir en el mundo, que resuena en consonancia con lo que se trae dentro”, dijo en una ocasión a Mariana Bernárdez. “En la poesía, gracias a ella hay momentos de claridad en los que uno puede ver que el camino es amplio, luminoso y que uno tiene que emplear su imaginación para saber cómo es el otro. Inmediatamente que uno sabe cómo es, y que es tan semejante a uno mismo, uno lo puede respetar, lo puede querer, puede imaginar también por qué llegó ahí y por qué hizo lo que hizo, y cuáles fueron las condiciones que quizá lo obligaron a hacerlo.” Además, permite “imaginar uno mismo su camino e ir quitando obstáculos”, como puede ser “el nacionalismo extremo”. La poesía es un antídoto contra esto, porque “también nos hace entrar en la verdad, en las verdades que son muchas cuando uno vive. Nos hace reflexionar en nuestro pasado y adquirir una conciencia cada vez más estricta para uno mismo y más amplia para entender a los demás”
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Fuente: guardagujas.lja.mx
en nuestro próximo número:
la fuerza infinita de la imagen:
fotografía , diseño , publiCidad e Historieta
La Jornada Semanal @JornadaSemanal jsemanal@jornada.com.mx
ARTE Y PENSAMIENTO ........
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LEGUÉ A LA ÚLTIMA edad que tú tuviste aquí. La vida me ha traído más por las buenas que a la brava, no puedo quejarme. A veces con tu estilo que tanto y tan en vano agradezco, a veces con el escalofrío de la fuerza del tolete o los puños, a veces con el terror de una eternidad imaginada que no puedo exorcizar. ¿Hoy? Hoy me siento un extraño que visita a escondidas esta página, alguien para quien la literatura no importa sino solamente en aquello que más late. Jamás me he desprendido de alguna palabra que en vez de enriquecerme me empobrezca, sólo he dado palabras a cambio de… ¿de qué? De lo que sea, de lo poco que creo o siento estaba lleno de porqués y de qué es eso, al preguntarlo vi tu mirada. La perfecta definición de la tristeza. Habíamos ido al entierro de un hermano mío. Cuando me cargaron para que lo viera a través del cristal lo miré igual que en su cunita, en santa paz, descansando. Ignoraba la muerte y como andaba yo estrenando mundo la muerte ni a misterio llegaba ni a melón me sabía (sigo sin saber de esa certidumbre que me aterra porque planea sobre las cabezas de mis otros y siempre parece querer esquivar la mía). Todavía me cargabas. Ahora caminaría a tu ritmo, ágil pero sin ningún apresuramiento. Y si encontraras a una amiga y te pusieras a platicar con ella me quedaría quieto y silencito, aunque te tardaras mucho. ¿Cuánto es mucho en la pura amistad? Aunque te tardaras horas, días, años, no te diría: abue, ya vámonos, jalándote el vestido de un oscuro más suave todavía que los velos. El cielo y el sol, a diferencia tuya eran perfectamente estrictos, si bajo el sol te asabas, en la sombra te morías de frío, y yo me la pasaba brincando la raya, de la sombra al sol, del sol a la sombra, viendo el tacón mediano de tus zapatos negros de ante, hasta que me volvía a aburrir o me desinteresaba de las otras señoras con canastas de mandado, sirvientas de los ricos algunas de ellas, repartidores en bicicleta, uno que otro coche de vez en cuando, de los mismos ricos que mandaban a otras mujeres, puras mujeres, al mercado. Los coches, aunque escasos, me daban miedo. Entonces, si faltara a mi palabra y me venciera la desesperación y volviera a insistirte: abue, ya vámonos, tú no vayas a hacerme caso, amánsame con la voz de campechana, de concha de chocolate, de cuernos con nata de siempre: ya, ya enlorita nos vamos. Saborear tu sonrisa y tus palabras, abuela, aprenderlas, como descubrimientos de vocales abiertas, de verdades sencillas y menos complicadas que estar brinque y brinque entre el sol y la sombra de la sangre •
TOMAR LA PALABRA
Del diario
La Muralla China y los changarritos
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IDDARTHA GOTAM BUDA alcanzó la iluminación y compartió su logro en India mientras le alcanzó el cuerpo. Sus discípulos, ávidos de alcanzar el Nirvana, se encargaron de difundir su enseñanza: la ausencia de todo deseo. Como una piedra lanzada al estanque, las ondas se propagaron rápidamente y llegaron a China, cuando se iniciaba la construcción de su monumental muralla. Un budista crece al amparo del desapego, pero emprende las acciones con toda la formalidad y toda la voluntad que tiene; lleva a cabo su cometido ofrendando su vida, y hasta su muerte, si es preciso. Un monje recalcitrante realiza mi-
nuciosamente un bellísimo entramado de cuentas, de flores y de semillas. Durante días y días, con infinita paciencia, va elaborando un mandala. Los espectadores alaban esa creación artística, pero el monje, concentrado, no tiene oídos ni ojos más que para su empeño. Cuando culmina esa obra irrepetible la desbarata de un escobazo; su premio fue el quehacer y el trofeo fue la renuncia. De ese modo, los trabajadores que participaron en la Muralla entregaron toda la plenitud de su ser en una construcción equiparable a esas creaciones; no había ningún destino cierto en sus afanes. Recordemos el testimonio de ese humilde albañil en el texto de Kafka, La Muralla China: una cuadrilla de veinte trabajadores se dedicaba a edificar una sección de quinientos metros durante cinco años, en una región remota. Después, aniquilado ya todo aliciente, los sobrevivientes de esa cuadrilla eran enviados a otra región, igualmente remota, a continuar su trabajo en ese “sistema de construcción parcial”, que, en boca de nuestro relator, era de una futilidad extrema: no servía para proteger nada, pues los nómadas, (pretexto de la construcción), se multiplicaban como langostas y se esparcían con igual rapidez; ninguna muralla los iba a detener. Sin embargo, la construcción de la Muralla alcanzó una longitud de más de veinte mil kilómetros, durante dos mil años de materiales, de esfuerzos y de vidas. Ahora, un segmento de una de Las Siete Maravillas Modernas estará cerca de nosotros, conteniéndonos: Trump, nuestro contiguo presidente, al estilo de Rico MacPato, ha comprado la famosa Muralla para colocarla en la Línea, y controlar definitivamente el desorden de los latinos que nos brincamos las bardas y contaminamos su país con nuestros idiomas y nuestras costumbres barbáricas. Nuestros informantes han descubierto un acuerdo en el que los chinos, para conservar sus tratados de comercio, han cedido varios miles de kilómetros de su colosal muralla para colocarla en la frontera, no sólo en la de Mexico, sino también en la de Canadá. Recordemos que Trump es un negociante pragmático: México no tiene con qué pagar el muro. Nuestro presidente sólo ofrece la mano de obra: enviaría a miles de albañiles, lejos de sus familias, a edificar un muro de quinientos metros. Pero nuestros albañiles, a diferencia de los de kafka, no son budistas. Celebran el lunes, se roban los materiales y se la pasan haciendo ofensas de género desde sus andamios. Trump calculó que, con el apoyo de esa mano de obra tan descalificada, el
famoso muro iba a tardar, no cuatro años, que tiene su mandato, sino cuatrocientos. La solución, entonces, fue instalar la Muralla China en sus fronteras. Esto lo podemos catalogar como una genialidad: ya está construida, tiene la altura recomendable, es tan espaciosa que se puede montar una autopista de alta velocidad en ella, tiene torres de vigilancia escalonadas y es un atractivo turístico de primer orden. Pero lo mejor es que, de paso, fortifica Hollywood; tener la Muralla China al lado es un fabuloso repunte para la industria fílmica en franco retroceso ante la avalancha del cine indio y por el hartazgo de los espectadores ante la falta de buenos argumentos y bellas historias. No se la pensó; pronto los barcos comenzarán a exportar tramos de cien metros. El montaje quedará en un año, inaugurado con una excursión de costa a costa en esa autopista a lomos de muralla. Así, dos grandes proyectos imperiales se habrán logrado: la Muralla tendrá continuidad y eu podrá, como en una olla exprés, consumirse en su propio jugo. Y de nosotros ¿qué será? Algunos analistas piensan que tendremos un Muro de Lamentaciones de tres mil kilómetros. Otros, en un arrebato místico, afirman que habrá conversiones budistas en masa, pues el influjo que tiene la Muralla es poderoso. Los que conocen la idiosincrasia del mexicano, ser contradictorio, concluyen que tendremos 3 mil kilómetros de changarritos, de vendimias y de tabledances, todo con visitas guiadas. Sea como sea, la Muralla, como todos los muros que se han construido en el planeta, servirá más para amortiguar las compulsiones del tirano que en detener el trasiego de droga; la tradición de fabricar túneles está plenamente arraigada •
PERFILES
Honorio Robledo
Agustín Ramos
o pienso imprescindible, importante, necesario: seres alados preferentemente femeninos, animales preferentemente fieles y cosas preferentemente libres como libros. Observo, sin admiración aunque sorprendido, los modos de ser, de estar, de dar, de quienes escriben y no me reflejo en nadie ni en nada, como una especie de vampiro. Sí, lo que más tengo es miedo, escribo con miedo, a veces escondiéndome en la risa y el grito, retirándome, echándome para atrás antes de que suenen las alarmas antiaéreas, las trompetas del juicio final, o bien comprometiéndome, huyendo hacia adelante antes de que me ciegue la convicción y de que se decida abiertamente el horror del tan cantado porvenir. Nadie podría siquiera sospechar que desde siempre, desde antes de llegar ya me quiero ir, fundirme, escurrirme, desvanecerme, salir a donde no haya mundo ni yoes ni ellos ni ustedes ni nosotros. ¿Qué quiero? Que el universo no esparciera así a las almas y tú siguieras siendo sólo una, la que siempre falta porque siempre estuvo, como aire y sombra, infaltable y diligente. Eso quiero, encontrarte y que me tomes de la mano y me lleves al mercado o al panteón, como aquella tarde en que la lluvia era apenas una amenaza tierna y poco más. Todo era nuevo para mí, mientras tú, ¿cuántas lágrimas retenías para no inquietar al nieto acurrucado entre ti y la ventanilla? De la ida en el cortejo no recuerdo nada, pero del regreso sí, quizá por eso se me hizo largo, más largo que el patio cuyos cuatro lados jamás alcancé a tocar en un mismo día cuando que los adultos lo atravesaban en cinco o menos pasos. Híjole, qué apabullamiento ante las casas y los muros de colores que debieron ser rojos ladrillo, azules rey, amarillos huevo, antes de que el sol y las lluvias les lamieran los tonos y el musgo las redondeara y las tostaran los crepúsculos. Dijiste: eso no se dice. ¿Híjole? ¿Por qué? Todo
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........ ARTE Y PENSAMIENTO
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Alonso Arreola @LabAlonso
Las transmutaciones de Sergio Hernández
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ERGIO HERNÁNDEZ (Santa María Xochistlapilco, Oaxaca, 1957) destaca como uno de los artistas mexicanos más renombrados en la actualidad, creador de un vasto corpus de pinturas, esculturas en bronce y cerámica, dibujo y obra gráfica que, de alguna manera, se entreveran como eslabones de una cadena engarzada por un repertorio iconográfico que ha marcado su trabajo con un sello muy personal. La Casa Lamm presenta hasta el 7 de mayo la exposición Pasión naturante que reúne una selección de la obra que se exhibió en una versión más amplia el año pasado en Italia en el Palazzo delle Esposizioni, en Roma, y en el Labirinto
della Masone, en Parma. Con motivo de estas exposiciones, el prestigiado editor italiano Franco Maria Ricci editó dos primorosos libros titulados Hernández. Tres Pasiones y el Códice Hernandino-Mixteco, un par de joyitas editoriales que acompañan la muestra. La noche de la inauguración se presentaron estas publicaciones y se exhibió una parte de este “códice” moderno inspirado en el Códice de Yanhuitlan, elaborado originalmente en la mixteca oaxaqueña en el siglo xvi . Esta serie se 1 compone de treinta y siete grabados en blanco y negro, y otras tantas piezas también gráficas pero acuareleadas una a una de manera individual. Hernández abreva en las fuentes pictográficas de los antiguos tlacuilos mexicanos para crear su propio discurso visual en el que reconocemos algunos de los personajes y elementos que han poblado sus pinturas desde sus inicios: sus imprescindibles insectos fantásticos, sus palmeras y sabinos, sus cráneos que igual remiten al inframundo prehispánico que al Cristo de Grünewald, sus seres mutilados y sus rostros femeninos apenas esbozados que posiblemente encierran la imagen de la amada. Las escenas deliberadamente caóticas de Sergio Hernández se leen con los sentidos y se palpan con la mirada del niño siempre curioso que juega con desenfado y total libertad. Su pasión por el oficio se encarga de armonizar obras exquisitas que oscilan entre el relato y la fábula. Desde 2013, Hernández ha dedicado gran parte de su quehacer artístico a la investigación y exploración de una verdadera aventura técnica que ha dado como resultado las obras realmente asombrosas que integran la muestra curada por el italiano Giorgio Antei, quien ha sabido aprehender el arte del oaxaqueño como pocos. Se trata de superficies de lámina de plomo que el artista “ataca” con vinagre y ácidos para crear composiciones que son producto del azar y de lo imprevisto. Hernández coloca sobre la superficie plomiza distintos elementos, como plantas, flores, pieles de víbora y de cocodrilo y pigmentos sobre los que vierte los ácidos que se encargan del resto. El proceso puede durar hasta 2 unos cuatro meses y el resultado es siempre impredecible, algo similar a lo que ocurre con la cerámica en su paso por el horno. La curiosidad y el espíritu lúdico e indagador que caracterizan al artista oaxaqueño lo han llevado a perfeccionar esta técnica con la colaboración del prestigiado restaurador Manuel Serrano, y juntos han logrado alcanzar una calidad estética sublime en estos atractivos y sugestivos Plomos. Como complemento de ellos se presentan sus Repisas, composiciones escultóricas en las que el artista conforma escenas bélicas realizadas con soldaditos de plomo, caballitos y toros que nos hablan de la violencia de nuestro entorno. Si Pasión naturante es eclosión de vida a partir de la sensualidad del mundo natural, en las Repisas se palpa el lado abyecto de la condición humana. Hace unos días se inauguró en el Hospital de la Santa Caridad de Sevilla otra exposición titulada Sergio Hernández. El inventor de mapas, nuevos códices mixtecos, y actualmente está trabajando en la ilustración del texto clásico de Miguel León Portilla, La visión de los vencidos. Si algo hay que destacar del arte de Sergio Hernández es su capacidad de renovarse y reinventarse continuamente sin perder nunca su esencia, es decir, sin renunciar a su lenguaje personal siempre vinculado a su origen mixteco, pero aderezado por una cultura muy vasta que ha desarrollado a través de su pasión por la literatura y por los viajes. En su caso cabe aplicar la sentencia del gran pintor peruano Fernando 3 de Szyszlo, quien señala: “La única manera de ser universal es ser local, buscar las raíces.” Nada más alejado de los lenguajes homogéneos y desabridos que siguen las modas del circo del arte actual • 1.- De la serie Plomos 2. De la serie Repisas 3.- Del Códice Hernandino-Mixteco (Acuarelas)
ARTES VISUALES
Germaine Gómez Haro germainegh@casalamm.com.mx
Sí… al salón de la fama
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UIMOS FELICES. Hace unos días vimos la transmisión de la inducción de Yes al Salón de la Fama del Rock and Roll, sucedida semanas atrás en Brooklyn, nyc . Ceremonia estadunidense creada –como tantas otras– para la exaltación y validación de una industria juzgada a modo y cuya polémica se reduce a preguntas nimias como “¿por qué tardaron tanto?” o “¿cuándo sucederá?”, en su homenaje unánime a quienes hicieron música notable podemos sentir, empero, algo parecido a la justicia divina (son tiempos difíciles). Y si al grupo en cuestión, representante del mejor rock progresivo inglés, lo induce otro de los que nos templaron
(los canadienses de Rush), entonces la emoción escala. Viendo el programa recordamos cuando, para celebrar nuestro cumpleaños número veintidós, nos metimos con dinero prestado al Beacon Theater de Nueva York donde Yes se presentaría luego de años de silencio. (No sospechábamos que luego podríamos verlos en México.) Recordamos cómo, junto a un grupo de amigos tan necios y obsesos como nosotros, tomamos un camión que nos llevaría a San Antonio, Texas, para asistir a nuestro primer concierto de Rush. Recordamos también que, mucho antes todavía, visitábamos Discos Aquarius, los puestos de Lomas Verdes y del Chopo en busca de rarezas sonoras en las que aquellos virtuosos se salieran de la partitura con variaciones imposibles. (No sospechábamos que luego estaría todo disponible en internet.) Recordamos la vieja Casa de las Brujas de la colonia Roma en cuyos estantes encontramos el álbum Fragile, de Yes, para que, gracias a Chris Squire, nuestra manera de entender al bajo eléctrico cambiara para siempre. (No sospechábamos que esas tiendas estaban destinadas a desaparecer.) Recordamos esas y muchas otras cosas… Las sesiones de melómanos que hacíamos en casa, allí donde sumábamos turnos que se extendían por doce, catorce o dieciséis horas, transformando el tiempo que era carne de canciones que eran carreteras que eran posibilidades que eran deseos que eran días mejores. Dicho en otras palabras: viendo el arribo de Yes al Salón de la Fama del Rock and Roll nos llenamos de la misma fuerza que nos impulsa al siguiente escenario y que reivindica el trazo del reloj imaginario (el que se ocupa exclusivamente del pasado), hoy, cuando las canciones se superponen unas sobre otras, tan delgadas como las capas de una cebolla. Sí, Yes ha sido una banda con múltiples rostros, algunos horrorosos (pleitos y separaciones incluidos). Pero nosotros hemos decidido creer la historia en que confluyen a través del juego, el
capricho y el oficio artesanal que se concentra en el laberinto propio para luego marcar tendencia, involuntariamente. Formada hace casi medio siglo, en 1968, justo cuando chocaron las drogas y el rock, las instituciones y los jóvenes, Yes pagó tributo a influencias inglesas en sus primeros discos, pero rompió su cascarón a base de una solvencia interpretativa nacida en las academias clásicas. Sus alas, sin embargo, no se extendieron del todo sino hasta 1972, cuando lanza los álbumes más importantes: Fragile y Close to the Edge. Los fanáticos más amorosos dirían que antes y después hay piezas y discos insoslayables. Estamos más o menos de acuerdo, pero el año 1972 recibe la huella indeleble de su paso por la Tierra. Vendrán luego el Relayer, el Tales From Topographic Oceans, el Tormato, el Drama… incluso otros menospreciados que para nosotros guardan brillos especiales en los ochenta (Big Generator, 90125) y noventa (Union, Talk). Sin embargo, los doce cortes que componen aquellas obras maestras nos siguen pareciendo insuperables. Fragile mostró nueve piezas con prodigiosos arreglos vocales y sorpresivos pasajes en los que velocidad, escala, ritmo y concepto explotaban para regenerarse continuamente. Close to the Edge, en cambio, ofrecía tres composiciones de largo aliento y follaje inmarcesible. Allí suenan los mejores dedos de Steve Howe, Rick Wakeman y Chris Squire, la mejor garganta de Jon Anderson y los mejores tambores de Bill Bruford (quien luego sería llamado a King Crimson). Así, pues, escuchando los discursos de Rush (Geddy Lee y Alex Lifeson) a propósito de lo que Yes significó en su adolescencia, pensamos que no somos tan diferentes pese a las muchas distancias. Nosotros también nos encerramos por horas con nuestro instrumento intentando ser mejores, luego de que canciones como “Roundabout” se comportaran cual golondrinas o murciélagos inalcanzables en nuestra habitación. Y fuimos felices. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •
BEMOL SOSTENIDO
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ARTE Y PENSAMIENTO ........
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Jorge Moch Ana García Bergua
tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch
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L TEMA DE LA VIOLENCIA en nuestro México es una constante a lo largo del tiempo y en las décadas recientes no ha cesado. Causa angustia y agobio la cuenta diaria de fosas y asesinados, hombres y mujeres, y su inaceptable normalización. Causa angustia también pensar en el contexto de guerra y delincuencia en que varios estados de la República ven desaparecer a las mujeres, los jóvenes, los periodistas, sin que exista una mínima búsqueda de la responsabilidad o la aplicación de la justicia. Por nuestras fronteras pasa la más antigua esclavitud, circulan las armas y drogas que mueven el dinero y las guerras, y uno llegaría a pensar a
veces que han pasado siglos y siglos sin que aprendamos nada sobre la convivencia humana. Estas violencias se han escrito y se escriben en México de muchas maneras, desde la novela del narco hasta las formas de denuncia fragmentarias o poéticas, pasando por la búsqueda de paralelismos históricos con actualidad, que de ninguna manera se pueden sustraer a este contexto extraño en el que estamos enterados más que nunca de los horrores de aquí y allá, y a la vez tanta información nos paraliza. La literatura es un refugio y a la vez una linterna que da una perspectiva universal, humana, y en medio de este maremágnum amplía la experiencia, nos permite hablar de violencias que no tienen nada de nuevo, pero que han surgido con una fuerza renovada y brutal, como la violencia ancestral contra las mujeres. El cuerpo de las mujeres ha sido desde siempre el territorio del poder y el dominio: botín de guerra y presa de cacería, propiedad privada y oscuro sitio del deseo y la venganza. Cuando investigaba para mi novela Rosas negras, entendí cómo el cuerpo femenino se consideraba un puro instinto a dominar, pues de las mujeres dependía a fin de cuentas la organización de toda la sociedad. Las mujeres creadoras y criadoras de los niños, futuros presidentes, generales y jurisconsultos, necesitaban cumplir su sagrada función. En realidad, el cuerpo de las mujeres es poderoso, por eso tanta violencia, por eso tantas demostraciones de dominio sobre los cuerpos y las mentes femeninas. Gran parte de la escritura de las mujeres ha hablado a lo largo de la historia del asunto del cuerpo: los poemas de Sor Juana Inés de la Cruz defendiendo el lugar de su inteligencia en el mundo y renunciando de alguna manera a su cuerpo secular; la novela de Mary Shelley creando un monstruo a partir de las partes de un cuerpo, Virginia Woolf transformando el cuerpo de Orlando. Nuestro tema, en muchos sentidos, ha
sido el cuerpo dominado por la locura, por el amor, por la opresión, la violencia o el ansia de libertad, el cuerpo del que hay que huir, muchas veces hacia la muerte. En el contexto de la violencia, el cuerpo de las mujeres sigue siendo botín de guerra, territorio de animales de presa. Pienso en las muertas de Ciudad Juárez de las que escribió el recientemente fallecido Sergio González Rodríguez, pienso en la trata, en la violencia cotidiana y en los jueces que absuelven a los violadores. A pesar de las luchas, la modernidad y las leyes no terminan con ese instinto depredador. Sin embargo, hay algo que está cambiando en los últimos años y es la visibilización cada vez mayor de este abuso milenario, la expresión cada vez más fuerte, más clara en contra del abuso, los testimonios, la poesía y la ficción alrededor de esta violencia inaceptable. La revista Blanco Móvil que dirige Eduardo Mosches, en su número de abril, da una muestra de esta voz que visibiliza la violencia contra las mujeres. Relatos como los de Liliana Blum, Isabel Fernández, Verónica Ortiz, Jessica Sánchez, relatan el oprobio de la violación y el abuso. Un cuento de Eve Gil lleva el territorio del cuerpo virginal de una niña japonesa en un contexto místico a la venganza sobrenatural. Amaranta Caballero habla de muertes de escritoras y sus últimas palabras y Angélica Gorodisher nos recuerda a todas aquellas escritoras marginadas del relato de la historia literaria. Dorelia Barahona se burla del depredador hijo de mami, los poemas de Melissa Cardoza, Maya Cu Choc y Silvia Cuevas-Morales lamentan el sacrificio y la violencia, entre otras. Aunque escasos, no faltan el humor, la ironía, sobre una situación siempre trágica. La guerra está presente en los textos de autoras mexicanas y latinoamericanas que agradecemos y disfrutamos leer, un modo de recuperar los territorios de nuestra paz y nuestros cuerpos•
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O SON NADA COMPARADOS con los que llevan los fundadores de este diario en su cotidiana brega, pero veinticinco años son toda una vida. Un cuarto de siglo. En términos de la permanencia en un medio (o en un mismo empleo) veinticinco años no son poca cosa. No sé si voy a poder cumplir otros 25 años pergeñando diatribas semanales, así que por lo pronto quiero conmemorar que mi primera publicación en este diario la hice en 1992, en el suplemento sabatino Histerietas, que coordinaba la Cobra Bulmaro, o sea Magú.
Casi de manera simultánea empecé (poco después) a publicar reseñas literarias en este suplemento maravilloso, La Jornada Semanal, del que soy un muy orgulloso y agradecido colaborador desde entonces. En 1999, después de publicar varias entrevistas y reseñas, nuestro muy querido y extrañado Hugo Gutiérrez Vega me invitó a participar como columnista fijo de este suplemento. Me saqué la lotería. Hugo, aún sin quererlo, fue un maestro del periodismo cultural y de la búsqueda de los valores intrínsecos en las Bellas Artes para hacérselos llegar a la gente. Me siento muy honrado y muy orgulloso de haber trabajado con él, de haber aprendido de su amor por el conocimiento y la poesía, de su elegante picardía (sigo recordando con risas cuando en una Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en un salón principal llenecito de gente entre la que no faltaban señoras de nariz alzada, Hugo se mangó completita, con todo y sus más escabrosos pasajes cargados de ludibrio, sin perder ni una coma porque tenía una memoria prodigiosa como sabe cualquiera que haya estado expuesto a su erudición casi infinita, las estrofas de “El ánima de Sayula”, aquella elegía lépera que termina con el infame pero hilarante “Las talegas que andabas buscando…” Ese era Hugo. Un rebelde elegante y caballeroso). Yo no estudié periodismo, pero pude aprender de maestros insustituibles aquí, en La Jornada Semanal. Este suplemento al que le debo tanto, y del que pude aprender tanto más. Sí, este es un texto más que nada de agradecimiento. A la memoria de Hugo, en primer lugar. Pero también de agradecimiento a ti que lees esto hoy, por-
que quizá ocasionalmente o a lo mejor cada semana abres estas páginas para leer los textos, indispensables, de mis colegas columnistas, reseñistas, entrevistadores, pero también para, sin darte cuenta, disfrutar el fruto del esfuerzo de toda la gente que hace posible la publicación diaria de este rotativo. Muchas gracias a todo el personal administrativo, a intendentes, secretarias, choferes, mensajeros. Y especiales gracias a quienes hacen posible que este diario exista así, día a día: a quienes desde talleres convierten por medio de una rotativa en caracteres impresos los afanes de los reporteros, editorialistas y colaboradores. Y muchas gracias a quienes diseñan y arman las páginas. Y especiales gracias a quienes distribuyen el diario para que la gente lo tenga en sus manos a tiempo. Gracias, lectora, gracias, lector. Sin ti, este que es uno de los suplementos culturales más prestigiosos e importantes no sólo de México, sino de América Latina (La Jornada Semanal es un referente obligado de la cultura mexicana en el resto del continente, como pueden dar fe diarios de Argentina, Perú, Colombia, Costa Rica, etcétera) sencillamente no podría existir. Pero muchas, muchísimas gracias por todo lo caminado juntos a mis queridos Luis Tovar y desde luego a mi editor, Francisco Torres Córdova, al que a veces martirizo con mi obsesión compulsiva; y gracias a Aleyda Aguirre por subir mis textos a internet y obviar mis berrinches cuando algún gazapo brinca. Gracias. Infinitas gracias a todos ustedes. Ojalá sigamos caminando juntos un rato más •
CABEZALCUBO
Veinticinco años
PASO A RETIRARME
Escribir la violencia
........ ARTE Y PENSAMIENTO Luis Tovar
Juan Domingo Argüelles
Twitter: @luistovars
Parásitos en la melena del león
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ENTE QUE LEE muy bien y que incluso es rigurosa (y a veces francamente rigorista y aun despiadada) en su evaluación de lo que lee, se desploma con estrépito cuando escribe. Da la impresión de que no sabe leer, puesto que escribe con tanta incapacidad. Cuando juzga los libros ajenos lo hace con gran inteligencia, con perspicacia, con excelente sentido crítico. Su severidad, y hasta su rudeza, han abierto, quizá, ventanas al buen entendimiento de la obra ajena. Pero cuando el crítico deja la crítica y pretende ser “creador literario”, produce cursilerías, necedades, torpezas,
cosas infames que difícilmente pueden perdonaron a Steiner por su sinceridad encajar en la categoría literaria, ya sea y su humildad.) La vanidad descomunal de estos proen verso o en prosa. Y uno no entiende cómo alguien fesores y críticos todo el tiempo les haque es tan buen lector de lo ajeno no bló al oído diciéndoles que ellos eran puede poner esos excelentes oficios al tan leones como Shakespeare, Homero, leerse a sí mismo. De donde se infiere Dante, Rilke, Pessoa o John Donne, nada que no es lo mismo criticar que criticar- más porque se encargaban de leer sus se; que no es lo mismo ver la paja en el libros y dar clases sobre ellos. Y, por ojo ajeno que la viga en el propio. No es supuesto, cuando leían y daban clases fácil, por supuesto, pero existe un meca- sobre autores menos célebres se hanismo que puede ayudar mucho al críti- brán creído más que leones. Hay que co: cuando se sienta tentado a publicar estar realmente chiflados para creer tal un libro de “poesía” o “ficción”, al leerlo cosa. Es no tener idea de nada. Si Steiner atentamente, que imagine que no es se definió como un parásito en la melesuyo, sino de su peor enemigo, y piense na del león, quienes leemos y admiraentonces, sinceramente, qué diría de él. mos la obra de Steiner somos simples La crítica literaria puede ser, en sí pelusas en lo que queda de su melena. Esa es una definición literaria y estémisma, alta creación. Lo ha demostrado George Steiner, por ejemplo, quien, sin tica, pero también una postura ética y embargo, en una entrevista reciente, moral, aunque un escritor diga hoy que asegura que, en relación con la crítica “juzgar una obra por la moral de su autor y con la docencia, le enorgullece haber es empobrecedor”. Suponemos que lo sido un buen cartero que llevó el correo dice para que no lo juzguemos por su a sus alumnos. Es decir, un intermedia- moral, sino por su excelsa literatura (en rio eficiente de la literatura y nada más. caso de que lo sea). Pero le tenemos noEl gran profesor, filósofo, ensayista ticias: los autores producen sus obras y auténtico crítico literario lo dice con de acuerdo con su moral. Y hay unos humildad, y afirma que sus colegas que ni a moral llegan o que, más bien, profesores en la universidad jamás le ignoran la moral. Éstos son los peores. Los amorales suponen que escriben perdonaron haber dicho que “el más grande de los críticos es minúsculo desde una abstracción llamada “Arte”, llamada “Literatura”, llamada “Poesía”, comparado con cualquier escritor”. El entrevistador, Borja Hermoso, le para dirigirse a otra abstracción llamapregunta:“¿Quién no lo perdonó? ¿Co- da “Lector”. Y lo que producen está helegas suyos de universidad?” A lo cual cho de palabras pero es imposible de Steiner responde: “Así es. Es que en la leer: es ilegible. Lo es hoy y lo será mauniversidad hay una vanidad descomu- ñana. Ni Kafka ni Balzac ni Tolstói ni nal. Y les sienta mal que les digas clara- Dostoievsky son amorales en sus obras. mente que son parásitos. Parásitos en Justamente porque son morales, grandiosamente morales, sus obras les han la melena del león.” Esto lo dice uno de los más grandes sobrevivido. El episodio menos amoral de la litecríticos de la literatura y uno de los mejores lectores, pero a la vez alguien que ratura es cuando el joven universitario se asume como un humilde cartero y Rodión Románovich Raskólnikov asesicomo un feliz parásito en la melena del na a hachazos a la vieja usurera Aliona león. Y conste que se es parásito en la Ivanovna y, de paso, a su hermana Lizamelena del rey de los felinos cuando veta Ivanovna, para inmediatamente se lee y se estudia a leones, y no cuan- enfermar de fiebre. Los lectores que, luego de leer este do se lee y se estudia a ratones. (Algunos no podrían siquiera enorgullecerse episodio en la novela Crimen y castigo, de ser parásitos en la melena del león, si de Dostoievsky, permanezcan imperentregaron su vida a estudiar ratones, turbables “son analfabetos en el único y esos son, seguramente, los que menos sentido que cuenta”, diría Steiner •
George Steiner
Los hay en todas partes Digamos que no tiene comienzo el mar: empieza donde lo hallas por vez primera y te sale al encuentro por todas partes. José Emilio Pacheco
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OS HAY DE TODOS tamaños, pero póngase que un botón tiene un diámetro promedio de un centímetro. Ordenados en fila uno detrás del otro, se necesitarían algo así como 427 millones 200 mil botones para abarcar completo, de norte
Patricio Guzmán
a sur, el litoral de Chile, y aún faltaría una cantidad similar o quizá mayor si también pretendiera rodearse el contorno de cada una de las islas del archipiélago chileno, el más numeroso del mundo. Como la proverbial aguja del pajar, un botón en el mar se antoja perfectamente inencontrable: suenan a desmesura irremediable 4 mil 270 kilómetros para un centímetro extraviado. Añádase la profundidad de los océanos y la desproporción alcanzará cotas eternas. Los hay en todas partes, pero póngase que un botón en efecto es hallado en el mar; concretamente, en algún punto del dilatado mar chileno, y que se trata del botón de una camisa, incrustado en un trozo de riel de ferrocarril por efecto de la minuciosa corrosión del agua salada en el metal. Aquí es donde comienzan las preguntas: ¿cómo llegaron ahí ese botón y ese pedazo de riel?, ¿cuánto tiempo llevan en el fondo del mar?, ¿son parte de los restos de un naufragio?, y si lo son, ¿de qué tipo, qué naufragó en esas aguas?, y más: ¿a quién perteneció la camisa donde alguna vez ese botón?, ¿mujer, hombre, edad?, y sobre todo: ¿al botón, la camisa y el riel los acompañó al abismo marino el propietario de los dos primeros objetos? Los hay en todas partes, pero pocos regímenes dictatoriales han sido tan retorcidamente crueles como los impulsados/emanados/auspiciados/protegidos/solapados por Estados Unidos en la Sudamérica de los años setenta del siglo pasado, cuyo más ominoso botón de muestra es ese genocidio sin prisa y sin pausa, ejercido durante años y conocido como Operación Cóndor, al amparo del cual fue posible que, tras las infaltables sesiones de tortura, cualquier inconforme con el golpista Pinochet fuese horizontalmente inmovilizado, cubierto su cuerpo como si ya estuviera muerto –podía estarlo o aún no–, con un trozo de riel uncido a su pecho, subido a un avión, trasladado a Sólo Ellos Los Asesinos sabían qué punto del océano, y luego arrojado sin absolutamente la menor contemplación: bulto que se hunde, uno más, con su muerte, su riel, su camisa y su botón.
Botones en el mar Los hay en todas partes, pero pocos documentalistas han mostrado la persistencia, la contundencia y la congruencia no sólo ideológica sino humanística del chileno Patricio Guzmán. Desde El primer año (1971), su ópera prima en largometraje documental, y sobre todo con La batalla de Chile, filmado en 1973 aunque concluido años más tarde, Guzmán se convirtió en referente infaltable de lo que alguna vez se llamó “arte comprometido” pero que, más allá de nomenclaturas, tocante al cine y, de éste, en específico al género documental, tiene que ver con algo que en el chileno parece ser parte de su adn y que, también alguna vez en tiempos menos mercantiles y canallas, se llamaba ética personal, conciencia de clase, responsabilidad político-social… ponga usted el “anacronismo” que guste. Los hay en todas partes, pero Guzmán encuentra sus temas y sus motivos para filmar en la necesidad de sacar a la luz –en este caso, mejor dicho sacar a flote– los horrores de un tiempo que solamente quienes padecen de ceguera neoliberal consideran lejano o, peor aún, distinto del actual. Maestro indiscutible en el arte delicadísimo de juntar eficientemente la ignominia de aquello que se cuenta con una forma visual-discursiva bella en sí misma –pero no por eso anuente ni obsecuente con el fondo oscuro del que se hace eco–, en El botón de nácar (Chile, 2015) Patricio Guzmán hace más hondas las huellas narrativas y estéticas impresas por él con anterioridad, sobre todo en el espléndido Nostalgia de la luz (2010). Como sucede con este último, en El botón de nácar se entretejen hilos que proceden de la historia, la geografía, la etnología y la antropología, entre otros, y pueden ir del “buen salvaje” levistraussiano Jemmy Button –fueguino, patagón, llevado a Inglaterra a finales del xix con disfrazados fines de conquista– al asesinado sin nombre cuyo botón fue hallado en 2004. Hay de todo tipo, pero filmes y cineastas como éstos, de notable y necesaria terquedad, infortunadamente no los hay en todas partes •
CINEXCUSAS
Jornada Semanal • Número 1154 • 16 de abril de 2017
JORNADA DE POESÍA
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CREACIÓN
U
Condena
no de los mayores momentos del devenir se dio cuando un homínido macho se hincó para beber agua y descubrió que él, a pesar de ser igual a los otros que estaban a su alrededor, era distinto; y que entre las crías que correteaban a la orilla del río había una o dos que tenían algunos rasgos de su distinción. Este hecho lo llevó a perderse por unas semanas en el monte (en aquel tiempo, una semana tenía casi la magnitud de un año). A su regreso, los poquitos sonidos guturales le fueron insuficientes para expresar su gran descubrimiento; tuvo que agilizar su lengua e inventar nuevas sílabas y nuevos ordenamientos para que todos los machos lograran comprenderlo. Antes de eso, las hembras se comportaban con sus cachorros del mismo modo que lo hacían las lobas: mientras no se valieran por sí mismos, los trataban como si aún los trajeran en el vientre, mas en el momento en que daban su primer paso, ya no los seguían. Acabada la reunión, los hombres salieron de la cueva; cada quien se encaminó hacia una hembra, le dirigió dos o tres sonidos, la tomó de la mano y la hizo su mujer; luego el hombre eligió al niño que más se le parecía.
16 de abril de 2017 • Número 1154 • Jornada Semanal
narCiso
El día 334 de la construcción de la Torre de Babel apareció un mercader con una caravana de carromatos cargados de mercancías. En ellos podías encontrar vajillas hechas al este del río Tigris, así como telas tejidas y teñidas en las aldeas del valle Indo. Todos los constructores pararon su labor; algunos sólo para presenciar a los saltimbanquis que acompañaban al mercader, y otros con la intención de conseguir una alfombra de las tierras de los hititas, o un collar de piedras preciosas traído de más allá del Nilo Azul. Al día siguiente, los constructores notaron que el mercader había olvidado un carromato; ni siquiera se acercaron porque imaginaron que aquél, al notar su olvido, retornaría. Pero pasaron una, dos, tres lunas y el mercader no aparecía. Pararon el trabajo para reunirse y acordaron revisar el carromato. Retiraron el cobertor de pieles que lo cubría y se encontraron con un montón de estuches verdes aterciopelados. Los contaron y se dieron cuenta de que le correspondía uno a cada constructor; se los
Renovación del mito Febronio Zatarain
repartieron y se disponían a abrirlos cuando alguien dijo que había algo de cabalístico en el hallazgo; que se esperaran y cada quien lo abriera en la soledad de su habitación. Ya en ella, el estuche fue abierto; contenía un objeto plano y rectangular que tenía una de sus caras completamente negra, y la otra mostraba un rostro suspendido en un abismo. Al día siguiente, ningún constructor se presentó en la Torre. Con el pasar de los siglos, un comerciante que estaba más allá de la superchería se encontró uno de los estuches, y consideró que una cosa como ésa tenía muchas posibilidades de venderse, y la comercializó bajo el nombre de espejo. el Bautista
Nadie puede matarme excepto yo. Si me quejara ante Dios porque alguien me hizo daño, sería porque en verdad nunca he estado ante Él y estaría destruyéndome en ese preciso instante. Mi vida no está en manos del soldado que me cortó la cabeza para que fuese dada a una bailarina. Yo no la perdí. La habría perdido si no me hubiese sabido responsable de mi destino. Mi cabeza aún está en mi cuerpo, y cuando quiero hablar con Dios, camino cuesta abajo, al río, y lavo mi rostro en él •
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