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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 18 de octubre de 2016 ■ Núm. 1076 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

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18 de octubre de 2015 • Número 1076 • Jornada Semanal

El cine y sus propiedades

Nacida en Marruecos en 1929, Lucinda Urrusti llegó a México como parte del exilio republi-

Juan Ramón Ríos Trejo

cano español; aquí se asentó, estudió en La Esmeralda, se hizo pintora, se casó con el mítico y polémico Archibaldo Burns y tuvo innumerables experiencias relacionadas con diversos personajes del medio intelectual mexicano a lo largo de la segunda mitad del siglo xx . Entre sus cuadros más célebres destacan los de Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Juan Rulfo. En esta entrevista-semblanza, Elena Poniatowska hace a su vez el retrato de esta mujer notable, que al mismo tiempo ha sido testigo y protagonista de una época entera en la cultura mexicana. Publicamos además un ensayo sobre el venezolano río Orinoco, una brevísima antología de la tuiteratura, así como un recuerdo de Vilma Fuentes dedicado a la memoria de nuestro querido Hugo Gutiérrez Vega.

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avid Cronenberg despertó sobresaltado. Llovía fuerte; las gotas enormes golpeaban los vidrios de su apartamento y una ventisca, ululando, recorría la habitación gracias a una ventana mal cerrada. A mitad de la noche, arrancado de un sueño intranquilo, abrió los ojos, espabiló y no alcanzó a ver nada, la oscuridad era avasallante. Se sentía diferente. Extraño. Había estado soñando con cucarachas. Afuera, los truenos como roncos cañones sonaban como si fueran a destrozar el cielo nocturno, desgarraban las nubes repletas y hacían que el diluvio arreciara. Los relámpagos dividían el firmamento con sus trazos de luz. David se llevó la mano a la cabeza: no la soportaba. La fiebre era evidente y aún no lograba distinguir nada. El viento seguía provocando que el cuarto aullara; el ruido, como cruentos alaridos, causaba que el dolor en el cerebro de David incrementara. Por encima de la mesa, al lado de su cama, se encontraba una libreta de anotaciones, una vieja cámara –Cronenberg era cineasta– y una lámpara con forma de sombrero chino. Buscó el interruptor a ciegas y al encenderla recuperó la vista. Los ojos le palpitaban, los abría y cerraba para acostumbrarse a la luz pero éstos también le dolían, los sentía como si una navaja hubiera pasado sobre ellos; sin embargo, su mirada estaba excepcionalmente más lúcida, anormal. Finalmente se incorporó. Dirigió sus pasos hacia el baño, arrastrando lentamente su cuerpo pesado y dolorido. Se detuvo frente al lavamanos arriba del cual colgaba un espejo ovoide. Se perdió en él y observó su reflejo: de repente, se supo anciano. Vio retazos de piel colgando de su cuello; ojeras fieles; vellos largos y blancos sobre la barba y las mejillas como palmeras en islotes, solitarias y distantes; vio también su piel porosa y sus arrugas por toda la cara, cicatrices de una vida facial expresiva. De su inmersión reflexiva lo sacó el vibrar de la tubería del lavabo. Alguien lo llamaba desde dentro. Estuvo a la expectativa hasta que de las entrañas de las cañerías apareció una pequeña cucaracha. David se sorprendió y alegró. Notablemente más tranquilo, hasta aliviado podría decirse, tomó al insecto con sumo cuidado entre sus manos y lo acercó a su boca para susurrarle: “Hola Gregorio. Todo estará bien. Te convertirás en cine.”

Personajes de la película Naked Lunch, dirigida por David Cronenberg, basada en la novela de William S. Burroughs del mismo nombre. Fotos: David Cronenberg Collection/ TIFF Film Reference Library

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

Directora General: Carmen Lira Saade, Director: Hugo gutiérrez Vega(†), Jefe de Redacción: LuiS toVar, Edición: FranCiSCo torreS C órdoVa , a Leyda a guirre r odríguez y r iCardo y áñez , Coordinador de arte y diseño: F ranCiSCo g arCía n oriega , Diseño de portada y dossier: marga Peña, Diseño de Columnas: J uan g abrieL P uga , Relaciones públicas: V eróniCa S iLVa ; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: a LeJandro P aVón , Publicidad: e Va V argaS y r ubén H inoJoSa , 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: jsemanal@jornada.com.mx, Página web: www.jornada.unam.mx

Portada: Sobrevivir en la pintura Foto de Rogelio Cuéllar

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/ SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.

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Escena de Allegorical Carnival, del director William Goulding basado en el libro de William Lindsay Gresham

William Lindsay Gresham HA SIDO COMPARADO CON DOSTOIEVSKY. ES AUTOR DE EL CALLEJÓN DE LAS ALMAS PERDIDAS.

y lo grotesco

Ricardo Guzmán Wolffer

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entro de las novelas underground famosas está El callejón de las almas perdidas, de William Lindsay Gresham (Estados Unidos, 1909-1962), que habla sobre la vida de la gente del circo. Probable Probablemente la fama del autor, ahora, proviene de la comparación de su escritura con otros escritores “profundos”; algunos críticos lo equiparan con Dostoievsky. El callejón... se vincula con la vida del autor, quien conoció la historia del “monstruo” al estar en la Guerra civil de España: se trata de un borracho que, con tal de seguir bebiendo, es capaz de hacerse pasar por animal y comer animales vivos, y empieza por arrancarle la cabeza a los pollos. El circo donde inicia la trama muestra a tal personaje y también nos cuenta la historia de Stanton, el lector de mentes que irá progresando en su idea de engañar incautos, al grado de hacerse predicador de una iglesia espiritualista e intentar defraudar a un rico industrial, pero que al ser descubierto huye hasta caer a lo más bajo: ser el próximo monstruo de un circo. Esta novela circular encierra estudios de personajes donde el pasado los persigue: más allá de la trama bien tejida, vamos adentrándonos en la psique del industrial, de la psicóloga, del ilusionista y, así, de una sociedad estadunidense percibida como culposa por este autor que pasó por los estratos más bajos del american way of life. En vida, el autor practicó el psicoanálisis y lo dejó para dedicarse al tarot. Eso también se refleja en el libro, pues construye a una de las villanas más logradas de esta literatura noir mezclada con costumbrismo: la supuesta psicóloga Lilith Ritter, quien engaña y abusa de sus clientes y compinches sin importarle acabar con sus vidas, como sucede con Stanton: cae en un largo declive a partir del cambiazo que esta Lilith casi bíblica le hace con las ganancias de sus fraudes. Los espléndidos pasajes en que el predicador Stanton planea sus timos recuerdan al Elmer Gantry, de Sinclair Lewis. Curiosamente, ambas novelas fueron llevadas al cine, la segunda con mucho éxito en buena medida gracias a la soberbia actuación de Burt Lancaster. La afición al tarot del autor también se inserta en la novela: cada capítulo es antecedido por una carta de esa baraja.

El alcoholismo del autor igualmente se patentiza aquí. No sólo hay muertes por tal enfermedad, sino termina por ser incluido como un “monstruo”, gracias al tino del dueño del circo, que lo identifica como fugitivo de la ley y adicto. Se reconoce a Gresham por el uso del habla cotidiana de la época y del gremio, tanto del circo como de los adictos al alcohol y al opio; el autor logra recrear ese peculiar argot que suena familiar a estadunidenses sureños y norteños. Gresham presenta la premisa de su mundo: el miedo controla a las personas. Si sabes cuál es el miedo de alguien, estará a tu merced. “El ‘monstruo’ estaba hecho de miedo. Tenía miedo de estar sobrio y de que le entrara la tiritona.” El título original de la novela era “callejón de pesadilla”, pero fue modificado en la traducción por motivos editoriales y por la película así llamada que protagonizara Tyron Power. Entonces, para Gresham, la vida es una pesadilla puesto que al callejón por él temido, cerrado por edificios que impiden escapar, nunca llega la luz. El miedo principal de los personajes es la imposibilidad de escapar de su pasado. Stanton no puede olvidar los maltratos del padre, ni haber sorprendido a la madre en un encuentro sexual con el amante que la llevaría lejos de él para siempre, pero, sobre todo, no puede superar el haber perdido a su mascota. Ya adulto, cuando está en la cima de su carrera de defraudador, regresa a ver a su padre y comprende que el perro ha muerto a manos del hombre que desquitó así el enojo de ver a su mujer huir con otro hombre. Stanton comprende, también, que de haber estado él en la casa ese día, él habría sido el golpeado. Después, cuando piensa huir con las ganancias de sus timos, al descubrir que fue engañado por su psicóloga, tendrá una nueva carga imposible de soportar: casi al final de la novela, cuando está a punto de reivindicarse y huir a México para vivir con

dignidad, sin preocuparse por la persecución que sufre por defraudador y asesino, ve en el periódico que la diabólica Lilith se ha casado con el magnate que pensaban defraudar y eso lo manda al abismo del alcohol: el miedo a no poder olvidar ni perdonar. Y eso lo traslada a la sociedad estadunidense, donde la riqueza está mal distribuida y la policía está a las órdenes de los poderosos: cuando huye en ferrocarril, es confundido con un negro “revolucionario” que sólo busca tener un trabajo bien remunerado. Los tontos (los “panolis”) son engañados por los timadores profesionales tanto por su nula preparación académica como por su necesidad de fe. En una sociedad donde el éxito se limita a tener más dinero, los habitantes de los pequeños pueblos por donde pasa el circo buscan algo en qué creer, aunque sea en la palpable monstruosidad humana, encarnada en el “monstruo” creado por los dueños del circo, ciertos de que un alcohólico perdido dará todo por seguir bebiendo. “Un monstruo no lo encuentras: lo creas.” La necesidad de tener una fe equipara al campesino que manda preguntas a la “vidente” del circo con el multimillonario que contrata al espiritualista Stanton para pedirle perdón a la novia que, en su juventud, dejó morir en un aborto. Si los “monstruos” tienen su bebida, dice el autor, “los demás beben otra cosa: beben promesas. Beben esperanza”. Pero en la tierra de la gran promesa no siempre se puede salir del temible callejón de la pesadilla. La fascinación gringa por los circos como lugar de sueños, aunque sean terribles como el de esta novela, se refleja recientemente en la última temporada de la serie American horror. Freak show, donde terribles deformaciones humanas conviven con las verdaderas criaturas temibles que gustan de matar y torturar. La catástrofe humana como constante. El callejón de las almas perdidas es una novela que no pierde profundidad con el tiempo


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Brevísima antología LA FORMA LITERARIA DEL FUTURO SERÁ EL FRAGMENTO, DECÍA W. BENJAMIN.

Ricardo Bada

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as redes sociales son el Sida virtual, no las usen nunca sin algún tipo de condón. (Este es un tuit o trino que les brindo gratis a los tuiteros que eventualmente me lean acá: son 83 caracteres si lo pasan como propio, 98 si me dan el crédito). Pero entre las redes sociales hay una, Twitter, la cual, a despecho de la mala fama que tiene, ha logrado generar un nuevo espacio para la literatura, y para algunos incluso un cierto tipo de literatura de nuevo cuño. Así lo cree y así lo formula Vicente Luis Mora (@MoraVicenteLuis): –La tuiteratura es literatura, porque los problemas de validez y legitimación que genera son los mismos que los de la literatura tradicional. Sin embargo mi buen amigo Daniel Samper Pizano dice que Twitter –es un medio de comunicación para quinceañeros–, con lo cual resulta que está tratando de quinceañero a su hijo Daniel Samper Ospina, un tuitero avant la lettre que ya lo hizo abuelo una vez más. Me apoyo ahora en un tuit de @Subtitulada (–Uno siempre tiene a un par de twitteros a los que considera una lectura obligada–) para hablarles de mis observaciones llevadas a cabo en el mundo Twitter, desde el lejano día en que Héctor Abad Faciolince me anunció que lo habían convencido de que abriese una cuenta T y me pasó la dirección, @hectorabadf, para que también pudiera leerle en ese formato. Desde entonces, y dedicándole una hora diaria de rastreo a la red, me he ido convirtiendo en una especie de Olivier Messiaen de Twitter, y los melómanos entre ustedes habrán captado enseguida la referencia culta al Catalogue d’oiseaux (Catálogo de pájaros), una obra capital en la pianística del siglo xx . Porque sí, mi actividad ha sido tanto ornitológica como musical. Descubrir especies de pájaros trinadores, y cuáles de ellos trinaban mejor, para darlos a conocer urbi et interneti. Y es que en Twitter hay de todo, como en botica, y si bien hay bastante Purgatorio, harto Limbo y, como en el mundo dantesco, una enormidad de Infierno, no es nada desdeñable la porción de Paraíso. Vaya por delante, eso sí, que no soy tuitero ni quiero serlo, por ser lobo solitario y abominar de todas las redes, en especial de la que bauticé como Scarfacebook; ¡Bada retro! Pero he tenido que reconocer que en Twitter se ha gestado algo que vale realmente la pena, es un espacio de creación que no puede dejarse a un lado así como así. Y hoy por hoy, gente como Ángeles Mastretta, Carmen Boullosa, Margo Glantz, Héctor Aguilar Camín, Juan Villoro, Alberto Chimal, Fernando Vallejo, Héctor Abad Faciolince, Ricardo Silva Romero, Nélida Piñón, Edmundo Paz Soldán, los ya fallecidos Óscar Collazos y Eduardo Galeano, y qué sé yo cuántos, cuantísimos más, avalan con su presencia en esa red que allí se está cociendo un puchero de lo más sabroso. Hay escritores como Rogelio Guedea, profesor universitario en Nueva Zelanda, columnista de este suplemento, que ya empezaron a escribir relatos en trinos, consiguiendo además hacerlos interactivos con sus lectores:

de la

@rogelioguedea : Hay bibliotecas que tienen más personal que libros. La bibliotecaria de esta biblioteca llegó, se quitó las chancletas de horcapollo y se puso unos tacos de plataforma, como queriendo modelar. Le sacaría una foto a los tacones altísimos de la bibliotecaria pero me está mirando con unos ojos que no sé si son de odio o de lascivia. Creo que la bibliotecaria y yo hacemos “química”, ya empieza a distraerme su mirada. No me concentro en la lectura. Qué irá a pasar. La bibliotecaria de tacones altísimos se ha quitado el chalequito café y ha dejado al descubierto un inusitado escote. No me concentro. Ahora la bibliotecaria se ha encajado el Ipod en medio del escote. Los consejos de Séneca se han diluido. No sé que pueda pasar. Me mira. Tengo intenciones de levantarme y besar a la bibliotecaria. Estoy indeciso. Qué pensaría mi mujer. @bernardoruiz : Resiste. Luke, use the Force! Ve y solicita la Consolación de la filosofía, que está dos estantes más abajo. @rogelioguedea : ¡Creo que ni las sirenas podrían salvarme de la bibliotecaria! @bernardoruiz : Reza: “Y déjanos caer en la tentación, mas líbranos de mal. Amén.” @rogelioguedea : Justo lo que necesitaba. En el primer tercio del siglo pasado, Walter Benjamin (1892–1940) ya cavilaba que la forma literaria del futuro sería el fragmento. La red social Twitter, seguramente sin darse cuenta de lo que hacía –y qué, si así fuese–, endosó esta conjetura del malogrado pensador alemán. Obligando a sus usuarios a ceñirse al formato de los 140 caracteres (incluidos los espacios en blanco), Twitter les entregó a sus miembros un cheque de creatividad, también en blanco, que muchos han sabido aprovechar para crear lo que considero un nuevo espacio literario. Espacio y no género, donde conviven desde el aforismo puro y duro hasta la teología de batalla, pasando por el erotismo más refinado y las intertextualidades más creativas: –Y yo que me la llevé al río, creyendo que era cerquita–, –Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pero no encuentro las gafas–, –Una de las posturas más refinadas pero también más difíciles del Kamasutra consiste en ver la paja en el ojo ajeno–, –La Naturaleza limita al Arte–, y esta, de veras insondable: –Si Dios no existiera, habría que intentarlo–. Fue nada menos que Karl Kraus [1874–1936] quien se diría que hubiese preconcebido la existencia del tuit, ¡incluyendo hasta la imagen del protagonista del trino!, con uno de sus aforismos más afortunados: –Una idea nueva debe formularse como si el proverbial pajarito se hubiese olvidado de contárnosla–. Después de casi cinco años de trabajar intensamente en el rastreo de la red, me animo a ofrecerles la antología que sigue, haciendo hincapié en el hecho de que sólo incluye 7 mil 225 espacios destilados de un total de más de 1 millón 200 mil. Quiere decir que podrían hacerse igualmente varias antologías más, y todas al mismo nivel de calidad. Ésta, para que no queden dudas, es la mía:

¿Que nada más debe tener 140 caracteres? ¡En 140 caracteres cabe un enlace y por lo tanto, potencialmente, todo el mundo! (@Afelia=Marina Weisband, del partido alemán Los Piratas, con esta singular versión del Aleph, de Borges) La sutileza de los insultos femeninos: “Estás muy bonita hoy. No te reconocí.” (@lauritagarcia) Enamorarse es grave. No lo digo yo, lo dice la ortografía. (@Inefable) Mi reloj de arena se detuvo y anda ahora de incógnito en la playa. (@josetenene) ¿De quién es esa boquita? ¿De quién esos ojitos? ¿De quién esas manitos? Qué desorden en esta morgue... (@GotadeCafe) Debe ser devastador llevar a tu pareja el desayuno a la cama y encontrarla con otra persona y que no hayas hecho café suficiente para tres. (@HugoBonet) A mí los hombres guapos como George Clooney o Brad Pitt no me caen mal. Deseo su extinción fulminante, ok, pero sin ningún tipo de acritud. (@MoraVicenteLuis)


tuiteratura

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Ya me he vuelto a dejar la paz interior en el otro bolso. (@ncasiopea)

El Vaticano está en contra del alquiler de vientres, menos mal que no tenía esa regla cuando nació Jesús. (@Nicrand)

La sombra es la noche para llevar. (@MerlinaAcevedo) En las más recónditas profundidades de la selva amazónica, alejadas de todo, viven personas que jamás en su vida han visto un psicólogo. (@Mic_y_Mouse) De tal falo, tal ladilla. (@eldelmonton) Me dejaron plantada. Con la consecuencia lógica: florecí. (@anacrisrestrepo)

La vida sin té no tiene sentido. (@RbkMej) En una oferta de servicios eróticos de un diario de Barcelona: “Excelente relación calidad–precio”. ¡Ah, Catalunya inmortal! (mío, citado por @carmenboullosa) El colmo del nihilismo sería creer que en la vida no hay nalga que valga la pena. (@LeonGil2011) Mi novio es bien deshonesto; tantos años haciéndome creer que las cosquillas son orgasmos. De no ser por su hermano, seguiría engañada. (@lacamesi) Casilla de inmigración, Milán. “Y usted, siendo colombiano, ¿por qué es blanco?” “Porque hay una puta lombarda en mi árbol genealógico.” (@hectorabadf ) Sembrar un árbol, tener un hijo, escribir un libro. El árbol es para ahorcar al hijo cuando se ría del libro de uno. (@SalcedoRamos)

Díganme cuáles son las formas de hacer llorar a diosito, porque a los niños del África le resbalan. (@DarlesCharwin) Mi supervillano favorito es Dios. (@Boris_Grushenko)

A mí en los aviones se me olvida completamente que no creo en Dios. (@animesa)

No le crean a la Iglesia, si yo no quisiera que se masturbaran les habría dado brazos más cortos. (@Dios_Padre)

“Soy el Mozart de los blogs”. (@azableh) “¿Y c ó m o s e l l a m a t u h i j o, q u e r i d o Le o p o l d o ?” (@andrewholes)

La variante etílica: –Estas son las margaritas / que chupaba el rey David, / hoy por ser tu aniversario / las chuparemos por ti– (mío, citado por @Annia_Sarahi)

No dejo que me abras la blusa para que me toques las tetas, sino para que veas el espacio en el que vives. (@hartatedemi)

Soy tan ecológica que voy a reciclar tu recuerdo. (@todoalnatural)

Al ver al Caballero de la Triste Figura, Aldonza Lorenzo tomó un curso de Photoshop. (@Guashabita)

Últimamente escucho gritar más fuerte mi nombre en los moteles que en las iglesias. (@Dios_Padre)

Conocí a una poeta que era la musa de sí misma. Y su única lectora. Un caso límite de amor propio. (@nenecaca)

Hoy explicamos cómo elaborar licor casero con las lágrimas de tu ex. (@AlainDelonce)

No sé cómo habiendo tantos errores yo sigo cometiendo el mismo. (@juanalajirafa)

Cuando me levanto parezco Uma Thurman en Pulp Fiction. Después de la sobredosis. (@flamingowurst, citada por @soyofav)

Jesucristo salía siempre con 12 hombres y una sola prostituta, María Magdalena. Mucho hijo de dios, pero como organizador de fiestas, nulo. (@nochedeperros)

En vista de que me puedo encontrar al vecino chévere en cualquier momento, he decidido seguir bajando al perro en baby doll y tacones. (@verozco)

Los mayas nos enseñaron a perder nuestra virginidad lo más pronto posible si no queremos morir sacrificadas. Chicos listos. (@maire_wink) Tienes una cara excelente para la radio. (@zafiroorozco) Me acuerdo de ese comentarista deportivo que definió a un boxeador diciendo que tenía su talón de Aquiles en la ceja derecha. (@luismiguelere) Compré unas baterías y vinieron con un vibrador. (@gre_cia_m)

Yo me casaré con el hombre que me diga tiernamente: “Amor, tus calzones son el paracaídas de mi alma”. De lo contrario ni me hagan ojitos. (@MisCalzones) Prefiero darte las nalgas y saberme puta, que darte el corazón y saberme pendeja. (@dimecarlota) Ella no es perra, lo que pasa es que tiene un clítoris sociable. (@RubiaConCerebro) Sabes que el sexo fue bueno cuando te sacan del motel en silla de ruedas. (@Fulania) @rogelioguedea: Cuánto no mejoraría el cine mexicano si los guionistas supieran escribir diálogos que no parecieran entre extraterrestres. @luistovars: No ofendas a los extraterrestres, mi hermano. Yo de menor quiero ser como Audrey Hepburn. (@mariapazruiz) Me gusta mirarte mientras te desvestís, prenda a prenda: estrellas, luna, oscuridad... hasta que amanece. (@jromagnoli)

Nuestra noción del amor imposible sería distinta sin Ingrid Bergman y Humphrey Bogart abandonándose en Casablanca. (@magamastretta) Como le diría Bogey a la Bergman [en Casablanca], cuando desaparezcan los tuits: –Siempre nos quedará Cervantes”. (Rolando Hinojosa, citado por @hectorabadf )

Me gustaría que esta amplia exposición del mundo tuitero les despierte la curiosidad por apuntar sus catalejos a algunas de sus colmenas y comprobar que allí bullen, además de una infinidad de zánganos, una auténtica Corte del Rey Arturo, Damas y Caballeros de una Tabla Redonda, laboriosos obreros y abejas reinas que producen –blanda cera y dulce miel. Y además de los enlaces que ya van citados en el texto, les recomiendo expresamente estos otros dos: para conocer a una tuitera mexicana con alto pedigrí, https:// twitter.com/AlmaDeliaMC/with_replies Y¡ pa gosá! con las siete sextuiteras más famosas de la red, http://www. sinembargo.mx/27-04-2012/215784

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El vasto ES EL RÍO MÁS CAUDALOSO DEL PLANETA. SIN EL CONTACTO CON LA NATURALEZA EL HOMBRE SE OLVIDA DE QUIÉN ES: CARPENTIER.

Atardecer en el Orinoco, Ferdinand Bellermann Fuente: wikipedia.org/wiki/ Dominio público

LAS RIBERAS PROVIDENCIALES

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or estos días nos despedimos de Venezuela y el desahogo agradecido nos hace repasar la prodigiosa geografía del país. Un país que acoge montañas, playas, llanos inmensos, selvas y sabanas, así como una extensa red de corrientes marinas que confluyen en el gran río. Y en la mayor parte del territorio, la brisa cálida que remueve la topografía voluptuosa. Es característico de culturas ancestrales su florecimiento a la vera de una gran corriente de agua. Con pocas excepciones, ríos acreditados han escoltado casi siempre a civilizaciones milenarias, trátese del Nilo, del Yang-Tsé, del Tigris, del Éufrates, del Ganges... Egipto es un país adquirido, el regalo del río, escribió Herodoto, conmovido con la visión. La maravilla y el ruidoso espectáculo del nacimiento del río, en los márgenes del Lago Victoria, en Uganda, remueve todos los sentidos, aun del más indiferente. Todavía en tiempos modernos, sociedades diligentes han evolucionado a la orilla o cruzadas por un río, mediano al menos: el Támesis, el Sena, el Manzanares, el Han, el de La Plata y, destacadamente, el más emblemático quizás, el Danubio. Otros ríos dan perfil a continentales masas líquidas, como el Amazonas, el Mississippi o el Orinoco... y donde está el Orinoco, lo que cuenta es el Orinoco, escribió Alejo Carpentier. “El soberbio Orinoco, el famoso río de Sudamérica y arteria principal de Venezuela”, según lo describió Julio Verne, recoge las aguas del cielo de casi toda Venezuela, de parte de Colombia y de corrientes del Brasil. El Orinoco –que en tamanaco significa “serpiente enroscada” y en guarao “río padre– nace en un sumidero próximo a la cumbre del cerro Delgado Chalbaud, en la frontera sur de Venezuela con Brasil, a poco más de mil metros sobre el nivel del mar. Su longitud se despliega por 2 mil 140 kilómetros y se considera el tercero más caudaloso del planeta. A través del río Negro y del Casiquiare se le unen aguas del Amazonas. La anchura de su cauce llega a alcanzar varios cientos de metros y hay zonas donde su profundidad rebasa los cien metros. Del norte y del sur, no menos de doscientos afluentes desfogan en su corriente, y su delta desemboca briosamente en el mar Caribe mediante una prodigiosa madeja de canales: unos trescientos, se asegura. No alejados ya del extremo oriental, en el Bajo Orinoco, donde el gran río acoge a uno de sus mayores afluentes, la vista aprecia con nitidez las tonalidades de uno y otro: casi rojizas unas, a causa del sedimento de vetas del hierro y otros minerales, frente al tono oscuro del impetuoso arrastre de las otras. No han sido pocos los

exploradores, misioneros, aventureros e historiadores que han dejado por escrito el testimonio de su asombro ante las maravillas de la desbordada naturaleza que, sin cesar, custodia el permanente y vertiginoso fluir de sus aguas. Es considerable la riqueza que posee y ha aportado desde sus primeros registros históricos. Al río magnífico acuden tributarios de las alturas de los Andes, de las llanuras, de las montañas y las selvas todas del territorio. Su longitud fue fraccionada por los estudiosos en Alto, Medio y Bajo Orinoco, aunque no son muy nítidos esos límites todavía. Es navegable en la mayor parte de su curso, no obstante la reputación inequívoca de su agitada corriente. Vierte en el Atlántico unos treinta y ocho mil metros cúbicos de agua por segundo. Sus riberas fueron asiento de culturas precolombinas, para las que el gran río se llamaba Uyapari. No sin razón a Humboldt le pareció “uno de los ríos más majestuosos del Nuevo Mundo”. Del mismo material que del mítico anhelo de El Dorado, de las riberas del gran río afloraron fabulaciones románticas donde convivían amazonas y sirenas, gigantes y pigmeos, duendes y otros seres fabulosos. No fueron pocos los expedicionarios que se aventuraron por su ruta en busca de El Dorado, el imperio del oro, en una mezcla de ilusión y fantasía, de geografía real e imaginada. Y no era para menos, pues al inagotable inventario de flora y fauna que fertiliza arriba y abajo en su brioso peregrinaje, en tiempos recientes se ha sumado un catálogo amplio de minerales: petróleo y gas (en la llamada Faja del Orinoco), hierro, bauxita, oro y diamantes... Ciudad Bolívar, referencia central del río, es la antigua e histórica Angostura. Pero en la época colonial las rivalidades inglesas, francesas y holandesas con la corona española se reflejaron en la cartografía subsiguiente. Parece que la Guayana de Raleigh se reducía a los alrededores del delta del Orinoco, si bien la Guayana formal comprende los actuales estados de Amazonas, Bolívar, Delta Amacuro y el Esequibo: la mitad del territorio venezolano. Un grupo de científicos franceses y venezolanos estableció, en noviembre de 1951, las fuentes del mítico río, cuya cuenca abarca unos treinta millones de kilómetros cuadrados. En realidad son dos las fajas que lo ciñen: la de hierro al sur, la de petróleo al norte; con lo que a fin de cuentas la Guayana probó ser, efectivamente, una veta riquísima que se explota en la actualidad.

La lectura de El Orinoco y el Caura, diario de viaje de Jean Chaffanjon, inspiró a su compatriota Julio Verne para escribir El soberbio Orinoco. La eufonía del nombre y su imán misterioso han atraído la atención no sólo de viajeros y exploradores, también artistas y otros autores han reparado en el aliento sedicioso de ese espacio cifrado, mezcla de agua imperiosa, vegetación ubérrima y universo tónico. “Naveguemos, naveguemos en la corriente del Orinoco”, celebra Enya, la cantautora irlandesa de New Age, y Carpentier, quien vivió en esta nación cerca de tres lustros, experimentó la atracción del torrente y sus contornos. En Venezuela escribió Los pasos perdidos y la mayor parte de su obra narrativa. “Sin el contacto con la naturaleza, el hombre se olvida de quién es, se esteriliza, pierde sus ritmos vitales”, escribió.

Todo se puede esperar del magnífico Orinoco. No podemos conocer el espíritu de un pueblo si no sabemos el nombre de las cosas; luego, por el nombre de las cosas, nos acercamos al conocimiento de su alma.

LA TRADICIÓN DE EL DORADO ¿Fue Colón mismo quien encendió el anhelo, el furor legendario del Paraíso terrenal en el nuevo mundo? Como quiera que haya sido, lo situó en la demarcación venezolana. En su famosa tercera carta, según narra el historiador Guillermo Morón (Historia de Venezuela, Los libros de El Nacional, Caracas, 2012), el almirante viajero no tiene dudas sobre la ubicación del Paraíso terrenal: en Paria, en tierra firme venezolana, en la parte que él mismo llamó “Tierra de gracia”. No deja de ser curiosa la condición del espíritu: esperanzas o emociones de otros humanos anteriores a


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Orinoco Leandro Arellano

nosotros pueden representarnos una realidad inmediata. Del Paraíso, del Edén, de los fabulosos siglos dorados se ha escrito desde la Antigüedad clásica. Poetas y filósofos planteaban la existencia de un tiempo y lugar ideales, dorados. Hesíodo entre los griegos y Ovidio entre los romanos, alentaron el mito de El Dorado, el reino donde impera una vida menos rigurosa, donde la felicidad humana es cotidiana y sin ataduras. Casi sin excepción, hombres y mujeres del Renacimiento abonaron con gusto, cuando no con fervor, la misma posibilidad. Don Quijote mantiene asombrado a su auditorio mientras discurre sobre aquellos tiempos dorados, cuando todo había sido paz y felicidad. Sergio Buarque de Holanda, el historiador brasileño, escribió un extenso libro –Visión del Paraíso, Biblioteca Ayacucho 125, Caracas, 1987– en el que expone con

Al río magnífico acuden tributarios de las alturas de los Andes, de las llanuras, de las montañas y las selvas

todas del territorio. Su longitud fue fraccionada por los estudiosos en Alto, Medio y Bajo Orinoco.

agudeza los “Motivos edénicos en el descubrimiento y colonización del Brasil”; mismos que, con asegunes, serían aplicables a la evolución de otras naciones latinoamericanas. Entre nosotros, el padre Bartolomé de las Casas fue un entendido, un avanzado en estos asuntos, sobre los cuales escribió. Y entre los emigrantes europeos de América se contaron no sólo exploradores y misioneros, sino también arriesgados aventureros que se embarcaban en pos de la fortuna, de destinos novedosos o atraídos por el brillo de las riquezas. Con los conquistadores y miembros de las órdenes religiosas, viajaron exploradores, científicos y gran número de personas osadas, decididas a hallar nuevas oportunidades, o vagabundos en busca de fortuna. La corona española –sobre todo después de Trafalgar–vio rápidamente disputada su hegemonía territorial en el nuevo continente. Cuando se desató la marea de piratas y filibusteros que asolaron las rutas marítimas a España, el eco de El Dorado andaba ya de boca en boca en el Viejo Mundo. Es mediante la literatura como se recobra el pasado y sólo ella dota de permanencia a la memoria. Ora reconocido como pirata, ora como explorador, sir Walter Raleigh contribuyó a la leyenda de El Dorado con la publicación de un libro en el que relataba las experiencias de su incursión en el Orinoco. Aunque sus motivaciones expresas contenían un interés hegemónico o estratégico, Raleigh no fue el único en escribir sobre las maravillas naturales del territorio bautizado como El Dorado, situado un tanto vagamente a un costado del Mar Caribe, en territorio venezolano. Hoy podemos decir que no estaba errado, en vista de la abundante riqueza de recursos –confirmados en estos tiempos– que se encuentran en el subsuelo de la zona, que abarca el no pequeño espacio del sureste venezolano. El origen de El Dorado tuvo resonancias magnéticas, se le citaba y se refería a él como el sitio en donde abundaban el oro y las riquezas, por sobre todas las cosas. El nombre y la fama del espejismo dorado fueron más decisivos que su exacta ubicación, pero eso sí, invariablemente se le situaba alrededor del Orinoco. Alejo Carpentier –quien vivió una larga etapa de su vida en Venezuela– escribió: “La tradición de El Dorado fue situada por Raleigh, con oscura intuición, en este mundo del alto Caroní.” Es el Caroní el afluente mayor del Orinoco, entre ambos dan vida a un valle en el que la naturaleza irradia plenitud, donde la vitalidad se sobrepone a todo. Escenario legítimo de lo real maravilloso, no fueron pocos los exploradores, antes que Raleigh, que recorrie-

Ilustración de la novela The Mighty Orinoco, de Jules Verne dibujado por George Roux. Dominio público

ron ese vasto espacio. Pero a diferencia de muchos, el caballeroso pirata inglés escribió su experiencia, independientemente de las motivaciones más auténticas de su incursión. El descubrimiento del grande, rico y bello Imperio de Guayana, es el título del entretenido librito que fue publicado en Londres en 1596. Los libros de aventuras han sido bien acogidos en todas las épocas y el de Raleigh lo es; y ni qué decir de las riquezas que aportaron los territorios americanos a Europa durante la época colonial, además de que fueron abundantísimas. Lo cierto es que, desde el título, el autor hace homenaje a esa región de la Guayana que a grandes rasgos enmarca en el gran delta del Orinoco. Raleigh no se adentró demasiado en sus navegaciones según parece y sólo habría llegado hasta la confluencia del Caroní con el Orinoco. Pero su fantasía y su voluntad participaron plenamente de la alucinación, del éxtasis del oro. No encontró la veta, por supuesto, en todo caso no el metálico que imaginaba. Sí halló, en cambio, la riqueza sin fin de la naturaleza de la Guayana que va anotando cuidadosamente. “Nunca he visto un país más bello ni un paisaje más hermoso”, escribe sin rubor. Ahora que, en retrospectiva, ni él ni quienes lo precedieron y bautizaron El Dorado se equivocaron, pues efectivamente la Guayana histórica, más o menos la mitad del país, es una zona dotada no sólo de recursos agrícolas y ganaderos, sino efectivamente de oro, diamantes y otros minerales. Hay algunos aspectos y asuntos que la naturaleza no necesita rectificar, como el hecho de que la rabiosa fertilidad del suelo venezolano responda en primer lugar a su pertenencia a la zona ecuatorial, con una temperatura situada entre los veinticinco y los treinta grados centígrados, aunque ésta varía, como suele ocurrir en los países montañosos. Pero estos asuntos no los registra la filosofía de la historia


lucinda urr Foto: Rogelio Cuéllar

Elena Poniatowska

pintora: retrato de

PINTÓ A JUAN RULFO, A GABRIEL GARCÍA M

l

ucinda Urrusti, nacida en 1929, en Melilla, Marruecos, vino a México con sus padres a los diez años a raíz de la Guerra civil de España en 1939. Después de estudiar en La Esmeralda se hizo pintora y entre otros grandes retratos pintó el de Juan Rulfo, el de Gabriel García Márquez, el de su propia madre, doña Felisa y el de Carlos Fuentes, quien al verse por primera vez en el caballete en la casa de Lucinda en Xochimilco, exclamó: “¡Pero me has hecho como Dios!” Gabriel García Márquez, que lo acompañaba, intervino: “¿Qué no lo eres?” Deslumbrados, dijeron que el retrato de grandes proporciones impactaría no sólo al mundo intelectual sino al celestial. Fuentes, blanco y luminoso, es un espejo desenterrado (él, que tanto habló del espejo enterrado) que aparece en una tela que ilumina el espacio varios metros a la redonda. Lucinda ofreció una comida en su casa floreada de Xochimilco para que Álvaro Mutis y su mujer, Carmen; Gabo y su mujer, Mercedes Barcha, y Carlos Fuentes y Silvia Lemus inauguraran el fantástico retrato de Fuentes. “Los Fuentes llegaron tarde –cuenta Lucinda– porque Silvia toma dos o tres horas en arreglarse. Me llamaron que estaban perdidos y se presentaron enojados. Carlos le reclamó a Silvia: ‘Siempre me hace esperar, nunca llegamos puntuales a nada, hemos perdido aviones en varias ocasiones.’ Me consta la impuntualidad de Silvia porque alguna vez me citó a mediodía a comer en San Ángel Inn y llegó a las dos horas, cuando ya me iba yo.” (Los retratos de Lucinda Urrusti son extraordinarios. Alí Chumacero habló de la poesía de los dos retratos de Felisa, madre de Lucinda. Octavio Paz, Ramón Xirau, Jaime García Terrés y Alfonso García Robles cuelgan en la galería de miembros de El Colegio Nacional. Los apuntes sobre Gabriel García Márquez también han causado sensación.) En 1939, Lucinda, su padre Rafael, que era militar de carrera, su madre Felisa y su hermano, pasaron la frontera de la España republicana a Francia “con miles de familias republicanas que caminaban hacia los Pirineos y sufrieron grandes penalidades. Cientos de miles cargamos lo poco que pudimos salvar y tuvimos que lidiar con los gendarmes franceses que sólo nos decían: ‘Allez- y, allez- y…’ y nos desvalijaban”. “Creo que los franceses, al tratarnos tan mal, le apostaron a Hitler, lo hicieron por temor, para hacer méritos ante Hitler. Lamentablemente, Vichy y Pétain fueron colaboracionistas. Mi madre escondió un reloj Longines de oro que mi padre usaba en la bolsa de su chaleco y lo guardó en el momento en que nos enviaron con seiscientos ancianos y ancianas, madres de familia con sus hijos, al norte de Francia, a Pas de Calais, cerca ya de Inglaterra. Mi padre quedó en el peor campo de concentración imaginable, el de Argeles sur Mer, en la playa, a ras de la arena, en medio de ventiscas de arena y de agua, en el que murieron muchos de los que no tenían ni tienda de campaña y sólo podían protegerse con lo que traían puesto. Nosotros por lo menos tuvimos paja José Clemente Orozco. Fuente: koreadaily.com

Derecha: Un momento del desembarco del Sinaia en Veracruz Abajo: Llegada a México de refugiados españoles en el barco Sinaia Fotos tomadas del documental Sinaia, más allá del océano

para recostarnos encima y mi madre juntó trapitos de no sé dónde para hacernos una colchoneta que rompió el carcelero porque ‘todo tiene que ser igual para todos’. A diferencia de los militares, el pueblo francés se portó de maravilla y nos hacía llegar chocolate, azúcar, pan. Mi madre por fin pudo recibir noticias de mi padre en Argeles sur Mer y gracias al general Cárdenas, ¡bendito para todos nosotros!, conseguimos viajar a México en los barcos que él fletó y llamó ‘Barcos de la Libertad’, fíjate qué bonito nombre. México nos abrió sus puertas y venimos en el Sinaia. Embarcamos en Set, cerca de Marsella. Reencontramos en el puerto a mi padre –esquelético y muy maltratado psicológicamente– y viajamos a México en pésimas condiciones en la cala, en una

De los Tres Grandes, al que yo más admiraba era a Orozco y le llevé un dibujo a su andamio. Para mí era como conocer a Dios Padre.

Clases de pintura en La Esmeralda, circa 1958 Foto: Memoria de labores, 1954-1958/ fuente: www.discursovisual.net

de las tres oscuras bodegas, hasta que a mi padre se le ocurrió subirnos a cubierta y meternos en una lancha salvavidas: ‘¡Qué genio de mi padre, qué rico se está acá!’, aunque a las cinco de la mañana nos tocó el regaderazo gratis de los marineros que lavan la cubierta. En las tardes, también en cubierta, Fernando y Susana Gamboa nos daban conferencias de cómo era México y eso nos animaba una barbaridad. ”En Veracruz, el acogimiento fue el más cálido y fervoroso que te puedas imaginar. Todo el puerto salió a recibirnos agitando banderitas y globos. Pero ¡qué maravilla! Leíamos distintas pancartas: ‘¡Queridos hermanos españoles, somos el sindicato tal y les damos la bienvenida!’ Levantaban hacia nosotros charolas de piñas y mangos. Recuerdo mucho los aguacates. ‘Oye ¿qué es, papá?’ ‘Es una mantequilla verde riquísima’, me explicaba mi padre, que había estado en África. Al ver desde cubierta una manta del ‘Sindicato de Tortilleras’, una amiga le comentó a mi madre: ‘¡Mira tú qué fenomenal, yo no sabía que comen tanta tortilla, hasta sindicato tienen!’ Creía que era la tortilla española, la de papas y huevos. Todos los veracruzanos nos invitaban a su casa a comer, a cenar y esa cordialidad nos emocionó sobre todo después de pasar tantas persecuciones, tanta humillación y tanta hambre.”


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rusti una época

MÁRQUEZ Y A CARLOS FUENTES, ENTRE OTROS. Fotos cortesía de la pintora

“¡AY, LA NIÑA DIBUJA!” “En México, mi padre (general de la República) fue nuestro primer maestro en matemáticas, álgebra, geometría, gramática, geografía, etcétera. Mi madre cosía primorosamente para El Palacio de Hierro y El Puerto de Liverpool y otras tiendas, y así nos mantuvimos. Tenía clientas que iban a la casa y un día me vieron inclinada sobre mi cuaderno blanco: ‘¡Ay, la niña dibuja!’ Me pidieron que les hiciera un retrato. Conocimos a Salvador Zubirán, el médico, que decidió llevar a su sobrina o a su hija para que yo le hiciera un retrato y me pagó una fortuna: 100 pesos. ¡Qué barbaridad! Con aquellos pesos mi hermano pudo comprarse su libro de anatomía. “Pensé en elegir Arquitectura como carrera universitaria, pero me di cuenta de que mi vocación era pintar y en 1948 me metí a La Esmeralda, a la que asistían veteranos americanos, supongo que de la guerra de Vietnam (sic). El director era Antonio Rodríguez y conocí a un ser entrañable, el Corcito, gran pintor y dispuesto a ayudar en todo. Fue una época linda de mi vida. Mi maestro de dibujo era Jesús Guerrero Galván, Federico Cantú daba fresco, Agustín Lazo, óleo, y me di cuenta de que además de maestros estupendos eran pintores muy respetables que me dejaban en libertad. De los Tres Grandes, al que yo más admiraba era a Orozco y le llevé un dibujo a su andamio. Para mí era como conocer a Dios Padre. Orozco me elogió. También conocí años más tarde a Diego Rivera y me senté junto a él en la casa de Lupe su hija en la esquina de Calero, en San Ángel. Mis dos hijos –Juan David y Joaquín, el menor que falleció de cáncer– eran amigos de los hijos de Lupe Rivera y jugaban juntos en la calle, que no tenía tráfico. Lupe Rivera me sentó en una banca al lado de Diego, que también fue padrísima gente conmigo aunque yo tenía miedo de que me comiera. ”Empecé a tener éxito como retratista. Las señoras me pedían que les quitara la papada, que les mejorara la espalda, el mentón, el peinado, y había que darles gusto dándote de cabezazos, pero me pagaron muy bien y eso ayudó a la familia a salir adelante. Lo menos afortunado que hice en toda mi vida fue casarme con Archibaldo Burns, pero mis dos hijos son lo mejor. –¿Y por qué te casaste, Lucinda? –Me casé con Archibaldo Burns porque él era el galán de la época. Rico, guapo, inteligente, codiciado por todas las madres de familia, el mejor partido. Un cronista de sociales anunció en su columna en Excélsior que “el soltero más codiciado de México se casa con una gachupinita que dicen que para el tráfico”. En esa época yo era compañera de escuela de pintura de Lilia Carrillo, que falleció de cáncer. Ricardo Guerra, filósofo del grupo Hiperión, me pretendía. Cuando vio que yo no iba a hacerle caso, se hizo novio de Lilia Carrillo, a quien iba a buscar a la salida de clases. Muchas veces me he preguntado: ¿por qué me casé? Quizá toda esa aureola de rico,

La artista con sus hijos Joaquín y David

Joaquín Burns Urrusti, 1959, lápiz sobre papel

educado en Inglaterra, conocedor de muchos idiomas, culto, guapísimo, hombre de mundo, quizá todo me deslumbró, como deslumbraba a las jóvenes casaderas de México. ¡Y a las mamás de las casaderas! Archibaldo montaba a caballo, pertenecía a clubs hípicos, jugaba polo y tenía caballos únicos, casi pegasos o unicornios traídos del mundo entero, mejor dicho del más allá. En uno de esos juegos de polo se cayó y se fastidió varias vértebras y ya no pudo seguir montando. Fue entonces, ya muy tarde, cuando descubrió la cultura. ”Aunque Archibaldo creía que sabía todo, no había hecho estudios serios de nada. Descubrió la cultura ya de adultísimo, a partir de su caída del caballo jugando al polo, porque antes era un niño bien, enviado por sus padres a internados en Inglaterra, creo que en Eton o en Cambridge. Me contó que varios de sus compañeros podían tener su coche privado esperándolos en el estacionamiento del campus. ”Archibaldo Burns era hijo único; su madre Carmen Luján y sus tías habían sido dueñas de Torreón. Tenían

fincas algodoneras y la tía Lola embelesaba a todos contándoles de la pizca y de la inmensidad de las tierras cubiertas de copos de algodón. Casi todo Torreón les pertenecía, como el estado de Chihuahua perteneció a la familia Terrazas. En una ocasión le preguntaron a un Terrazas si era de Chihuahua y respondió: ’No, Chihuahua es mío.’ Las Luján eran ricas, apostólicas, católicas. Archibaldo ya no era un jovenazo de veintitantos años y había tenido varias novias y otras tantas amantes. Con Dolores del Río tuvo una relación de un año y ella declaró que se había enamorado perdida de él. Como Archibaldo era hijo único, su madre, Carmen, ya quería nietos y me acogió bien aunque me examinó de pies a cabeza. Ella y las tías hicieron una comida sólo para interrogarme. En esa casa, en la calle de Francisco Sosa, conocí a Lolita Miranda, que era medio francesa y habría de casarse con René Creel. A ambas nos aceptaron las tías Luján, porque éramos blanquitas y europeas, por eso pasamos la prueba, si no nos mandan al diablo. A Lola Miranda –hija de divorciados– le pusieron algunos “peros”; a mí también porque a lo mejor era “roja”, pero salimos indemnes porque las dos éramos muy bonitas. ¡Estudié en el Luis Vives y me nacionalicé mexicana a los dieciocho años! ¡Ay, qué tiempos, señor don Simón! Tiempos como de Joaquín Pardavé. ”Después de la boda no me acuerdo ni dónde, porque no me quiero acordar, pasamos un año viajando por Europa, un año que disfruté muchísimo porque los museos fueron mi verdadera escuela. También Archibaldo lo disfrutó, si no jamás habría aceptado pasar horas y sigue

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Sus hijos David y Joaquín Burns Urrusti

horas frente a un determinado cuadro. Yo era muy obsesiva y regresaba a ver en la tarde los cuadros contemplados en la mañana y él me seguía porque sí era un hombre a quien le interesó el arte. Creo que de joven y gracias a su dinero produjo con Chano Urueta La noche de los mayas, y creo que también dio dinero para montar La paloma de Amuy, de Anouilh. ”Cuando regresamos a México me encontré con que mi suegra nos había puesto casa en San Ángel Inn, una casa grande construida con materiales de demolición, herrería antigua muy especial, piedras notables y columnas del arquitecto Parra, que curiosamente insertaba en las paredes de las habitaciones un botellón de agua verde como tragaluz. Llena de escaleras, ventanucos y recovecos, la arquitectura de Caco Parra era cotizadísima. El comedor quedaba en el piso de arriba; la cocina hasta abajo, la sala a metros de distancia, nada cómodo, nada cómodo. Mi suegra la decoró como las de la gente bien de México y la llenó de antigüedades, cómodas, tapetes persas, porcelanas de la Compagnie des Indes, muebles de época, cuadros valiosísimos, taburetes, mesitas y esquineros, pero yo nunca la sentí mi casa, ni siquiera la recámara. Además, no había un solo espacio para que yo pintara.

“¿POR QUÉ ME CASÉ CON ÉL?” –¿No te enamoraste de Archie ni tantito, Lucinda? –Pues algunas veces lo he pensado. Cuando me di cuenta de que no tenía ninguna afinidad con él me pregunté: “Entonces ¿por qué me casé con él?” Seguramente la imagen del niño bien amable, cortés, bien educado, rico y célebre caló en mí, pero después resultó que mi marido sólo era rico. Cuando me di cuenta, me pregunté: “¿Qué hice? ¡Qué barbaridad, esto es para toda la vida!” Como ya te lo dije, Archibaldo Burns era hijo único, no trabajaba, estaba en casa todo el día. Si estaba de buenas, pues bien, y si no, pasaba su mano encima de los muebles para ver si tenían polvo y se enojaba. ”Él no tenía que trabajar, yo tampoco y él se quejaba de todo; yo tampoco había cocinado nunca ni tenía necesidad, no sabía ser ama de casa porque antes de casarme nunca hice nada, había de todo, mozo, cocinera, recamarera. De joven soltera, lo único que hice fue dibujar. ”Tuve a mis dos hijos y él ahí en casa todo el santo día. Ni siquiera hacía siesta. Yo le dije: ‘Tú que tanto hablas de tu vida ¿por qué no la escribes?’ Se lo dije para que hiciera algo. Era inteligente y me pareció que podía tener dotes de escritor si se lo tomaba en serio, porque cuando se le acabó la época dorada de playboy, el polo y lo demás, se quedó sólo conmigo. Conoció a Edmundo O’Gorman y a Justino Fernández y con ellos descubrió el mundo de la cultura y eso lo empezó a vestir. ”Aunque él ni siquiera era buen lector, le repetí casi a diario: ‘Tienes dotes, muchas capacidades, cuenta tu vida, estás dotado para la literatura, escribe lo que has vivido, ya verás que puedes.’ Sin embargo, tengo que recordar que él –muy joven, antes de conocerme– produjo una película de Francisco de Paula Cabrera que se filmó en su casa de Paseo de la Reforma, que es ahora

Kiyoshi Takahashi, Manuel Felguérez, Vicente Rojo, Gosei Abe, Muñoz Medina, Lilia Carrillo, Lucinda Urrusti, Albita Rojo, Waldemar Sjolander, Berta Cuevas,Rafael Anzures, Bambi, Antonio Segui, Enrique Echeverría, Héctor Xavier, Alberto Gironella, Pedro Coronel, José Luis Cuevas, Rafael Coronel, Jorge Dubón, Vlady y Tomás Parra, en la cervecería alemana La Palma, en los años sesenta

el Cine Diana: Refugiados en Madrid, y también que le fascinaba el teatro y fue alumno del japonés Seki Sano. ”Para esto, Ricardo Martínez y Zarina, que eran amigos y vecinos, me invitaron a compartir su estudio. Al no tener que ir a oficina alguna, Archibaldo salía en las mañanas a caminar en San Ángel y un día regresó acompañado de Ricardo Martínez, culto, leído, serio, quizá un poco pedantón. Vivía con Zarina y sus hijitos, que iban al mismo kínder que los míos. Mi marido le dijo a Ricardo: ‘Esta mujer ha perdido la vocación porque ya no hace nada.’ Me sentaba frente a la tela en blanco, intentaba yo hacer algo, pero mi marido se ponía detrás de mi hombro a dictarme el cuadro que yo tenía que pintar. En esa época yo era tímida y en vez de protestar y pedirle que me dejara hacer lo mío, me aguantaba por idiota, no le decía nada a mi marido, que seguía insistiéndole al pintor Ricardo Martínez: ‘Esta mujer tenía vocación y ya no hace nada.’ Ricardo, que era un hombre sensible, se dio cuenta de la situación y le explicó a mi marido: ‘Mira, si tu mujer no tiene un lugar donde encerrarse a pintar pues no lo va a hacer. Como vivimos cerca, yo tengo mi estudio en casa, Lucinda puede ir cuando quiera.’ ”Empecé a ir a casa de Ricardo Martínez. Su estudio no era el gran estudio que después construyó al fondo del jardín, sino un cuarto de su casa, pero yo trabajé muy a gusto. Archibaldo me iba a dejar y me iba a recoger a mediodía, aunque Ricardo y Archibaldo eran como el agua y el aceite. Si hablaban de literatura acababan del chongo; si de política, peor. No coincidían en nada. Yo nunca intervenía en las discusiones, tampoco hubiera podido, ¿verdad?, pero ahora recuerdo que se me antojaba contradecirlos porque si uno era un pelma, el otro era un pedante y viceversa. ”Archibaldo se sentó a escribir sobre una mesa antigua. Más tarde, como comprenderás, nunca leí uno solo de sus libros, ni Botafumeiro, ni En presencia de nadie ni El cuerpo y el delito. Recuerdo que el grupo Hiperión se reunía en la casa para que él les leyera lo que había escrito durante la semana. Venían Luis Villoro –desde luego el mejor de todos–, Fausto Vega, una muy buena persona, muy inteligente; Joaquín Sánchez McGregor, Salvador Reyes Nevares; recuerdo que Leopoldo Zea vino una sola vez. Todos habían sido discípulos de José Gaos y se jactaban de conocer a fondo a José Ortega y Gasset, y mientras discutían se bebían todo el whisky de la casa. Uranga era como bichito, era el más brillante pero yo lo sentía como venenoso. Jorge Portilla, hijo de asturianos, tenía bonita voz y cantaba: ‘Soy un pobre vena-

dito que habita en la serranía.’ Lo conocí antes, en La Esmeralda, creo que él fue quién me presentó a Archibaldo Burns. El que nunca me cayó nada bien fue Emilio Uranga. ”Todos los visitantes le echaban porras a mi marido hasta altas horas de la noche. Había una tienda de los alemanes en San Ángel y yo les hablaba por teléfono a esas horas para renovar las dotaciones de whisky y de jamón serrano, de patés y de quesos y de quién sabe qué tanto. Pensándolo más tarde, me di cuenta de que eran unos gorrones. Mi marido les creía todo. Los halagos a nadie le hacen daño. También yo le decía: ‘Estás dotado. Lo que has vivido, cuéntalo.’ ”Mi marido comenzó a descubrir a la intelectualidad, a los filósofos del Hiperión que a mí no me interesaban, al contrario, me pesaban porque se eternizaban en la casa. Aunque hubo una cosa fantástica: una noche llegó Juan Rulfo, calladito, calladito –porque los otros no lo eran– y él sí me encantó y pensé: ‘Ojalá y él sí viniera seguido.’ ”Otra noche también, ya muy tarde, apareció Elena Garro recién llegadita de Estados Unidos o de Francia y echó un discurso sobre la promiscuidad, que qué maravilla la promiscuidad. El oyente más entusiasta era su marido, Octavio Paz, quien exclamaba a cada frase: ‘¡Qué inteligente es Elena!, ¿no te parece? Qué inteligente, es inteligentísima ¿no te parece?’ A mí me sorprendió que él la aplaudiera en forma tan desmedida cuando su tema era el de las grandes ventajas de la promiscuidad. Pensé: ‘Pero ¿cómo? Si él es su marido.’ A lo mejor era yo muy provinciana frente a ella y a Octavio– esa pareja tan adelantada. Octavio ya tenía meses en México, ella llegó tiempos después con la hija de ambos que también se llamaba Helena. Recuerdo que todos anunciaban su llegada como un acontecimiento inusual: ‘¡Ya va a venir Elena, ya va a venir Elena, es brillante, apabullante!’

“CUANDO LLEGÓ ELENA, TRASTOCÓ TODO” ”Elena Garro se presentó en la casa con soberbia, con un argentino amigo de Borges, creo que Pepe Bianco o Adolfo Bioy Casares, no recuerdo; Pepe Bianco, seguramente. Apareció un sábado a la una de la mañana, yo ya había dado de cenar y cuando vio que ya no había ni cacahuates exclamó: ‘¡Es que hay que ver lo payo que son los mexicanos. Mucha casa y mucho todo pero después de las doce no se come! En cambio en París…’ Pensé qué descaro el suyo, porque la que llegó tardísimo y sin avisar fue ella. ”Muy al principio, Archibaldo y ella se aislaron y se sentaron muy campechanos en unos escalones disparejos del Caco Parra a comunicarse sus males, los de Elena y los de Archibaldo, que si la columna, que si las vértebras, que si la pierna, que si la cabeza, y enumeraban todo lo que padecían y yo decía qué bueno, que tenían mucho de qué hablar con tantas y tan frecuentes enfermedades. Creí que su consulta médica era muy inocente y me parecía mejor que Elena disertara sobre su gripa o sus migrañas a que criticara con saña las cursis cenas mexicanas, ‘nada que ver con las de París’. Ella era muy intelectual y muy por encima de todo. Al principio pensé yo qué bueno que mi marido y ella platiquen, pero después Elena lo convirtió en su enfermero. ”Cuando llegó Elena a San Ángel, trastocó todo. El teléfono sonaba a veces a las dos de la mañana y ella decía: ‘O vienes o yo me suicido’ y no sé qué. Archibaldo salía corriendo y dejaba abiertas las puertas del garaje. Te digo que apareció Elena Garro, que era de rompe y rasga y muy soberbia, muy pagada de sí misma. Su voz, a lo largo de cientos de llamadas, me resultó estridente. Elena gritaba, exigía, se encolerizaba. Cuando no llama-


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ba a cualquier hora, le enviaba cartas amenazándolo con su suicidio y a mí la vida se me volvió un infierno. ”‘Yo me salgo con mis hijos’, pensé y decidí irme. Le pedí el divorcio a mi marido pero nunca hubo divorcio. Ricardo Martínez se dio cuenta de lo que estaba pasando: ‘Tienes problemas ¿Por qué no dices algo? Te podemos ayudar.’ En esa época yo era muy callada, aguantaba todo, creo que toda la vida he aguantado todo, hasta la muerte de mi hijo Joaquín, pero cuando él me propuso su ayuda, creo que solté todo: ‘Sí, ya no los aguanto. Cuando no llama, manda una carta amenazándolo. Yo me salgo de mi casa, yo agarro a mis hijos y allá ellos.” –No, no hagas eso porque pierdes los derechos –me dijo Ricardo–, te acusarían de abandono de hogar, de secuestrar a tus hijos. Necesitas un abogado. –Pero si no tengo dinero, ¿de dónde pago un abogado? –No, no te preocupes, yo te voy a ayudar, tengo un amigo que es abogado. –Pero ¿con qué le pago? –Él y yo nos conocemos desde la primaria, José López Portillo. Cuando puedas le pagas. “Efectivamente, en esa época, López Portillo todavía no estaba en la política ni en el partido; sólo tenía su bufete, era un hombre sencillo, apoyador. Le expliqué mi situación, le dije que quería el divorcio. José López Portillo –muy buen consejero– me preguntó si yo quería casarme otra vez. Yo le dije que no, que para nada, mi experiencia con Archibaldo había sido muy mala y ya no quería otra igual. ‘Si esto es el matrimonio, ¿quién diablos lo quiere?’ En esa época eran íntimos amigos, López Portillo, Jorge Díaz Serrano y Luis Echeverría. López Portillo me aconsejó no salir de la casa. Muy tranquila y confiada le entregué mis papeles, pero al poco tiempo me llamó: ‘Venga a recoger sus documentos porque Luis Echeverría, mi amigo, me dice que me meta al partido, que ahí tengo mucho más que hacer que como abogado.’ Me devolvió el expediente y efectivamente, los tres amigos prosperaron en el partido, Echeverría y López Portillo como presidentes de la República y Jorge Díaz Serrano en Petróleos Mexicanos. ”Archibaldo no respondía a mi petición de divorcio, salía de viaje, regresaba a los cien años. Yo quería saber cuál era mi situación, soltera, divorciada… Un abogado me dijo: ‘Después de cinco años, en México usted es soltera’ o algo así. Soltera y con hijos, ¿te imaginas? ”Archibaldo se iba a vivir a París con Elena y con su hija… No sé en qué ministerio dejaba nuestra solicitud de divorcio, pero como él no seguía el proceso, se iba y no prosperaba. Para lograr el divorcio era necesaria la presencia de Archibaldo o la de su abogado.” –Entonces, Lucinda, estallaste como una olla de presión.

volvía a lanzarme, pero pasó algo divino en una época divina de México: empecé a vender. Éramos cuatro ciudadanos o gatos y los maestros y los alumnos universitarios organizaban ventas públicas, hacían una tanda, digamos de 50 pesos mensuales y cuando juntaban una equis cantidad acudían al estudio de algún pintor y compraban un cuadro. Pasaban cosas así, mágicas. ‘Lucinda, queremos algo tuyo.’ La gente tenía interés por el arte. Ahora no vives de la venta de tu obra como en aquella época. El primer premio que gané fue el de las Galerías Excélsior, un gran estímulo y además un premio en efectivo importante, no sé si mil o tres mil pesos. Empecé a poder vivir de la pintura y a hacer exposiciones en galerías y a participar en bienales y a viajar a Nueva York y a exponer en Bellas Artes y en colectivas con Lilia Carrillo, Alberto Gironella, Vicente Rojo, José Luis Cuevas, los hermanos Coronel y otros más, todos los de la generación de la ruptura. Los críticos se entusiasmaron con mi obra, desde los más viejos como Margarita Nelken y Jorge Juan Crespo de la Serna, hasta los más jóvenes como Alí Chumacero, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Alaíde Foppa. Trabajé muchísimo, desde el primer momento me comprometí a rechazar lo improvisado. Viví en Nueva York, ya cuando mis hijos estaban grandes y no me necesitaban. Allá trabajé como una obsesa. Había pensado ir a París, pero me quedé más cerca de ellos, sabiendo que ya tenían de qué vivir y todo eso. Su abuela Carmen Izquierda; Adolfo Bioy Casares, Elena Garro, Octavio Paz y Elenita, hija del matrimonio Luján les heredó un edificio magnífico en la calle de Horacio, en Polanco, y lo vendieron en tres centavos, botaron el dinetodo. Mi marido vivió muy mal sus últimos años. Yo creo ro en diez segundos. Si me hubieran avisado yo se lo que la que pagó el pato siempre fue la hija, porque malcompro, en vez de eso pusieron un restaurante con vendieron el departamento de París. Todo se les iba de sus amigos en Valle de Bravo y fracasaron. las manos, todo. A él lo dejaron en la calle. Al final, quien ”La pintura para mí ha sido un salvavidas fantástico. le llevaba de comer a mi marido de lunes a domingo era Es maravilloso hacer lo que uno quiere y además que nuestro hijo Juan David. te elogien y ganar dinero. Fui amiga de García Ascot, –¡Qué historia! Clement, Luna, Gaya, Souto, aunque él en seguida se –Cuando a Octavio Paz le dieron el Nobel y tenía que fue a Galicia; Gaya creo que también. José López Portiir a Suecia a recibirlo, él y su mujer Marie Jo –con quien llo, presidente de la República, siguió siendo muy amasí fue muy feliz– tenían pánico de que se presentaran las ble, se detenía a saludarme en todos los actos cultudos a boicotear el acto, aunque a lo mejor eso no habría rales de Bellas Artes, muy cordial, muy caballeroso. Por sucedido porque parece que Elena le tenía muchísicierto, una vez me encontré a Octavio Paz en Bellas Artes mo respeto a la realeza; era monárquica, además de del brazo de Marie Jo y me dijo una frase que se me ha quitamaridos. quedado grabada: ‘Los dos salimos ganando.’ “Tuve que dar clases particulares porque La Esmeralda me ofrecía ser maestra, pero de ese sueldo no se puede vivir. Entonces les enseñé a pintar a señoras que pagaban bien. Quizá yo por débil les cumplía sus antojos: ’Lucinda, ¿cómo enmarco esto? Por favor ayúElena Garro murió el 23 de agosto de 1998. Octavio Paz el 19 de abril de 1998. dame’, ‘No, pues le pones así y asado y yo te acompaño’, Archibaldo Burns Luján, el 24 de enero de 2011. hasta que me di cuenta de que yo no pintaba lo mío por Lucinda Urrusti es ahora la única que puede contarnos la andar de samaritana. Dejé las clases particulares pero, tormentosa historia que padeció. ¿de qué vamos a comer? Me lanzaba, me arrepentía, –Mientras Elena Garro acababa con la fortuna de mi marido en Europa al grado de dejarlo en la miseria –él le compró la casa que fue de Molière en la rue de l’Ancienne Comédie en París–, me puse a trabajar. Nunca hubo divorcio, hasta la fecha. Yo estaba sola con los hijos, mi marido jamás le dio seguimiento a nada. Todo era para Elena Garro, ni un centavo me daba. A pesar de que lo dejaron en la calle, supe que ella y su hija lo criticaban: ‘El tacaño de Archie nos compró un departamento en París pero ni el salón de peinados nos quiere pagar.’ –¡Qué locura! –Ella era una majareta perdida, como les dicen en España a las que están tocadas. Madre e hija se reían de él en todos lados; siguieron poniéndolo pinto y moro a pesar de que él perdió todo, y cuando te digo todo es

en nuestro próximo número:

La mirada de Rogelio Cuéllar Una entrevista con el fotógrafo y un texto de Gustavo Ogarrio

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ARTE Y PENSAMIENTO ........

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Agustín Ramos

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Naief Yehya

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L CRIMEN DE ESTADO SE planea para que parezca accidente. Un accidente lamentable. Pero algo sale mal. Y aunque las conspiraciones de esa clase siempre salen mal, son el mal, ésta deriva en la caída del primer ministro. La víctima es un opositor. El hecho se programa para el final de un acto político donde los asistentes sufren el hostigamiento de acarreados bajo control de las autoridades, con la pasividad cómplice de uniformados responsables del orden público. Todo en presencia de altos mandos policíacos vestidos de paisanos, atentos al cumplimiento de una conjura que no pretende asesinar de tajo sino dejar tulli-

do, de por vida, a un adversario política y físicamente superior, militante independiente muy popular y estrella del atletismo. Dos factores se conjuntan para que el complot gubernamental quede al descubierto y venzan la versión oficial de la historia hasta inscribirse en la memoria universal mediante una obra maestra de la literatura contemporánea. Primero, la revelación de la verdad. En el momento del atentado, uno de tantos simpatizantes de la víctima se arriesga a detener al agresor material. Luego, otro ciudadano, ajeno a la política y sólo motivado por su conciencia, da su testimonio a un reportero que lo hace público. Y, por último, un juez honesto logra resistir las presiones y cumple con su deber. Un activista modesto, un individuo con valor civil, un periodista genuino y un funcionario de la justicia con vocación, con ética y con valentía, consiguen imponer la verdad en un contexto mexicanizado de genocidas, cleptómanos y mitómanos. Y esa verdad impone la renuncia del primer ministro. A la victoria, temporal como todas las de esta clase hasta el día de hoy, la sigue una reacción cruenta que culmina en el golpe de Estado de los coroneles. Sin embargo, ya es irremediable. Y para ello se requirió del segundo factor, la literatura. El escritor griego Vasilis Vasilikós reelaboró novelísticamente el hecho histórico en z. El título –explica la autora de la primera traducción directa del griego al español– “remite a la letra inicial de la palabra griega Ζει , ‘vive’ o ‘está vivo’, que la ciudadanía repetía al unísono durante el sepelio”. Costa-Gavras llevó esta obra al cine con el mismo título. Ambas, la novela y la cinta, estuvieron prohibidas en la España franquista, con secuelas adversas para el público hispanohablante. El prólogo explica el camino que siguió Vasilikós para convertir el hecho real en literatura. Porque además de brindar una contextualización muy

completa de la historia griega moderna y de trazar una semblanza de Vasilikós, la prologuista y traductora, Guadalupe Flores Liera, analiza el proceso de novelización e incluso refiere las peripecias de una traducción llevada a cabo en constante consulta con dicho autor. “Vasilikós –dice Flores Liera– quiso trasladar estos hechos al papel, novelizarlos, es decir mitificarlos, que es lo que a su juicio hace un escritor.” Y al situar esta novela dentro del más de centenar de libros que forma la obra completa del autor, reitera lo que “caracteriza su método de trabajo: partir de la vivencia y mitificarla mediante la novelización”. El subtítulo original, “documental imaginario” alude a que “si bien los hechos narrados son todos reales” el resultado final “es producto de la ficción y aquí descansa el sentido del relato”. Por el prólogo, además, nos enteramos en detalle del trabajo que demandó z , la primera novela griega de no ficción, nacida de un diario donde, además de documentar el hecho real, Vasilikós enfrentó la “dificultad para escribir el libro tal y como lo tenía planeado. La lectura de A sangre fría… le despejó el camino y le mostró el rumbo a seguir”. Esa literaturización del hecho real no tiene nada que ver con el recurso a la llamada “imaginación” para darle vuelo a la hilacha de lo desconocido. La imaginación, en este caso, no consistió en inventar, por lo menos no en el sentido de poner rellenos en la oquedad de lo ignoto, sino en emplear herramientas nuevas para iluminar los misterios de la realidad, como lo hacen los verdaderos científicos y los verdaderos poetas, como lo hicieron Stevenson y Kafka, como lo hizo Vasilikós al integrar la poesía a la narración no como adorno sino por exigencia expresiva. (Continuará.) * z, Vasilis Vasilikós, México, 2015, Universidad Autónoma de Nuevo León. Prólogo, notas y traducción directa del griego de Guadalupe Flores Liera.

Las mil y una noches: una reflexión irónica, política y subversiva de Miguel Gomes Relatos paRa antes de seR decapitado El cineasta portugués Miguel Gomes decidió responder a la devastadora crisis económica que aflige a su país de la manera más ambiciosa que pudo imaginar, con una obra magna, un filme de 338 minutos que parte de la estructura e inspiración de uno de los libros más prodigiosos de la historia. Las mil y una noches (As Mil e uma Noites) es un filme inclasificable, caleidoscópico, vertiginoso y abrumador, que va del documental sobre temas arcanos y exóticos, a un folclor universalista y de ahí a la comedia surrealista. Es un ejercicio reflexivo sobre las formas de ver a un pueblo en crisis y es un deleite escapista cargado de melancolía (saudade) y exotismo. Como el libro que lo inspiró, el cuarto largometraje de Gomes reúne muchas historias, independientes y a la vez vinculadas por temas comunes y contrapuntos, pero sobre todo por que se trata de relatos que se cuentan para retrasar la muerte, en el caso de Sherezada a manos del cruel Vizir, en el de Gomes, bajos los instrumentos punitivos de la temible troika ( fmi , Banco Central Europeo y Comisión Europea). Acompañado por un equipo de periodistas y guionistas, Gomes elaboró un retrato de su país a lo largo de un año. Originalmente tenía un contrato para no rebasar las tres horas y media, por lo que optó por dividir su filme en tres películas independientes de dos horas,“cada una con su propio estilo, clima y lógica”, pero que entre todas cuentan la historia.“Algo así como La guerra de las galaxias”, ha declarado Gomes. Las mil y una noches tuvo un recibimiento espectacular en el pasado Festival de Cannes y es una de las piezas más fuertes en la edición 53 del Festival de Nueva York.

FuRia y humoR Gomes estaba comenzado a trabajar en una película que tenía lugar en el México de los años ochenta. Sin embargo, la desesperada condición financiera de su patria lo obligó a cambiar el tema. Se enfrentaba a una trágica realidad que hemos vivido muchos en los países en vías de desarrollo: un equipo de tecnócratas aterrizaba en Portugal sin entenderlo, para aplicar una serie de medidas económicas draconianas y echar atrás décadas de luchas sociales y conquistas populares, desmantelar los beneficios de los trabajadores, despedir masivamente a burócratas y recortar el presupuesto en todo lo que consideraban irrelevante, como la cultura y la educación. De esa manera Gomes se embarcó en la creación de un filme que parte de la frustración, la rabia y el desencanto, pero emplea el humor, el sarcasmo y la belleza para responder al naufragio de la nación.

el labeRinto naRRativo Cada parte del tríptico está dividida a su

vez en capítulos, algunos de los cuales se abren en subcapítulos, en historias laberínticas que se entrelazan o chocan en tono y temas. El primer episodio del filme, “El inquieto”, comienza de manera relativamente convencional, mostrando el inminente cierre de un astillero como resultado de los cambios de políticas y tecnología, y que tiene como consecuencia la devastación de una comunidad. En el segundo episodio, “El desolador”, destaca un juicio al aire libre que comienza con el caso de unos inquilinos que venden los muebles que pertenecen al propietario de la casa donde viven. Este crimen es el resultado de otro crimen y éste a su vez de otro y así se establece una larguísima y absurda cadena de complicidades y atropellos que reflejan las viejas transas que permiten sobrevivir en una sociedad pauperizada. En la tercera parte, “El encanto” destaca un falso documental sobre gente que atrapa pinzones y los prepara para competir con sus canciones en inquietantes torneos donde la ilusión de los aficionados es recuperar las canciones antiguas de los pinzones que se han perdido en nuestra era. Estas historias están enmarcadas por muchas otras, algunas conmovedoras, como la de “Los dueños de Dixie”, un perrito que sirve como hilo narrativo para mostrar el desconsolador empobrecimiento de los portugueses, o aquella en donde un mago premia/castiga a un grupo de poderosos banqueros provocándoles erecciones que nunca cesan.

de medievo a medievo Las mil y una noches es un libro provocador, escatológico, profundamente divertido y moderno, punk, dice Gomes. Es una de esas obras gigantescas e infilmables en su totalidad. Gomes lo sabía. Sin embargo, nada parece más pertinente que echar mano de un obra subversiva y fascinante como ésta para hablar de la ironía de un tiempo de esplendor y catástrofe como el nuestro. Además de que tiene el valor agregado de que se trata de un libro proveniente de la edad de oro musulmana, y pone en evidencia, entre otras cosas, que la fase medieval, retrógrada y fanática por la que pasa el islam ahora no es representativa de una cultura, sino es una enfermedad transitoria •

JORNADA VIRTUAL

z, imaginación documentada (i de ii)*

TOMAR LA PALABRA

naief.yehya@gmail.com


Jornada Semanal • Número 1076 • 18 de octubre de 2015

........ ARTE Y PENSAMIENTO

Germaine Gómez Haro

Alonso Arreola

germaine@casalamm.com.mx

Vlady: revolución y pintura La Revolución y la pintura se llevan en la sangre

Vlady

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DIEZ AÑOS DE SU fallecimiento, el pintor de origen ruso y nacionalizado mexicano –Vladimir Kibalchich Russakov, conocido como Vlady– es homenajeado con una exquisita exposición en el centro de estudios que lleva su nombre y que forma parte de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (uacm). Demonios revolucionarios es el título de la muestra, que propone una interpretación de la compleja iconografía vladyana a partir del análisis pormenorizado que realizó la curadora Silvia Vázquez Solsona de las fuentes visuales del pintor, mismas que se repiten una y otra vez en las páginas de los 318 cuadernos de apuntes legados a este centro por el artista, y que son estudiados a profundidad por primera vez. En esos 318 cuadernos, que por fortuna Vlady conservó celosamente a lo largo de toda su vida, se concentra lo más íntimo de su biografía plástica en alrededor de 30 mil dibujos que representan las ideas y obsesiones del p i nto r q u e s i r v i e ro n como andamiaje de su monumental construc1 ción pictórica. Tuve el privilegio de ser acompañada en el recorrido de esta exhibición por el historiador Claudio Albertani, catedrático de la unam y director del Centro, cuyo profundo conocimiento de la vida y obra del artista me ayudó a percibir de manera luminosa aspectos del lenguaje críptico-simbólico que subyace en el trabajo de este singular creador que siempre he admirado. El guión museográfico da inicio con una fotografía del Kremlin. Albertani me hace ver cómo Vlady se apropia de la característica forma de las almenas de este edificio como elemento simbólico que se repetirá reiteradamente en muchas composiciones. Otras referencias aparecen también como motivos omnipresentes en los prodigiosos dibujos, grabados, acuarelas y pinturas que integran esta muestra: el piolet con el que Ramón Mercader asesinó a Trotsky, la budiónovka o gorra d e l o s b o l c h ev i q u e s que a su vez asocia con la mitra que simboliza la tradición ortodoxa rusa, y así va desconstruyendo diversos elementos hasta convertirlos en signos sintéticos que aluden a las tribulaciones y obsesiones que lo acompañaron toda su vida: la historia de las revoluciones y su fraca2 so representados por la eterna lucha entre ángeles y demonios. El caudal de imágenes complejas que aparecen en sus pinturas y dibujos no proviene simplemente de su imaginación desbordada, sino es producto de un profundo conocimiento de la historia y de la historia del arte, donde se entreveran paráfrasis de sus pintores predi1. Vida, 2:Herejía

lectos, pasajes de la mitología clásica y guiños no exentos de crítica al psicoanálisis, así como sus exquisitos autorretratos. Vlady nació en 1920 en Petrogrado, hoy San Petersburgo, en el seno de una familia de revolucionarios comunistas y anarquistas. Su padre, el reconocido escritor Víctor Napoleón Lvovich Kibalchich, mejor conocido como Víctor Serge, se adhirió a las filas de Lenin y Trotsky, y al oponerse al régimen de Stalin fue encarcelado y enviado en cautiverio al Kazajstán, donde permaneció junto con su hijo tres años. Milagrosamente lograron escapar de la Unión Soviética y se establecieron en París, donde Vlady frecuentó a destacados artistas que serían fundamentales en su formación: Max Ernst, Wifredo Lam, André Masson, Arístides Maillol, Víctor Brauner, Óscar Domínguez. Con el advenimiento de la segunda guerra mundial, se vieron obligados a huir de nuevo, y tras un periplo por la Martinica, República Dominicana y Cuba, llegaron a México en 1943 auspiciados por el gobierno de Lázaro Cárdenas. Vlady hizo de nuestro país su patria por elección y se integró a la generación de la Ruptura que criticaba la retórica del Realismo Social de la Escuela Mexicana. En 1992 tuve la oportunidad de hacerle una entrevista para este suplemento. Me recibió en su taller en Cuernavaca donde sostuvimos una larga charla que se centró en la importancia que tenían para él el dibujo y las técnicas pictóricas. Dibujaba sin cesar, como presa de un furor endemoniado. Y pintaba siguiendo el rigor técnico de la escuela veneciana que era su mayor pasión. Fue un ser humano excepcional, congruente con sus ideas y con su oficio. Un revolucionario de corazón que sufría por las injusticias de este mundo deshumanizado y despreciaba los vicios del poder. Así se palpa en los miles de dibujos que resguarda el Centro Vlady, y su postura combativa queda plasmada en sus portentosos murales en la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada y en sus lienzos sensuales, vehementes y enigmáticos que quizás sólo alguien como Dostoievsky podría describir cabalmente •

Músicos y medicina

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L MAYOR ACIERTO DE Adolfo Martínez Palomo, además del concepto del libro en sí, es el tono de su escritura. No se trata de un mamotreto académico abocado a numeralia o data fría tras insensibles elucubraciones, sino de un ameno trabajo que refleja amor por la música, interés genuino por los misterios que subyacen en el matrimonio entre la inspiración y el padecimiento de enfermedades físicas o mentales. Los ejemplos abundan, claro, pero Martínez Palomo va mucho más lejos y presenta el resultado de una labor titánica que no se entrega al morbo de la ocurrencia llana. Sí, nos deja conocer el perfil médico de Bach, Haydn, Rossini, Schubert, Bellini, Chopin,

Schumann, Wagner, Verdi, Chaikovsky, Mozart y Beethoven, pero desde una perspectiva clínica que contribuye a completar la imagen de su ser artístico. Su experiencia con la pluma, por cierto, no es nada nueva. Nacido en 1941, este médico cirujano es miembro del Colegio Nacional desde 1986. Tiene maestría y doctorado en Ciencias (una por la Queen’s University de Canadá y el otro por la unam ), así como estudios de postgrado en Francia. Cuenta con más de diez libros dedicados a la biología celular, la bioética y las ciencias para el desarrollo, así como cientos de artículos en destacadas publicaciones de medicina. Dicho esto, ¿cuál es la historia del libro que presenta? Editado a inicios de este año por El Colegio de México, la unam y el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados, Músicos y medicina, historias clínicas de grandes compositores es el fruto de las conferencias que Martínez Palomo presentó el año pasado –acompañadas por intérpretes en vivo–, con el objetivo de divulgar grandes repertorios, pero también de “responder” preguntas que nacen ante seres superiores, cuyo diagnóstico médico desconocemos. ¿El genio se hace o se nace siendo genio? ¿De qué manera contribuyen las enfermedades a la construcción de ese genio? Con tal impulso, este libro aborda la vida de esos doce personajes notables del repertorio culto, atendiendo no sólo a los sufrimientos que los llevaron a la tumba, sino a los males que intervinieron (en algunos casos desde que nacieron) en su manera de ver el mundo, de crear una obra artística. Ello no deja de lado un sabroso contenido biográfico en el que interactúan muchas personas más (familiares, amigos, amantes), a las que resulta interesante seguir en tanto apoyan o dan la espalda al virtuoso enfermo. De su mano atestiguamos los problemas oculares de Bach, la decadencia mental de Haydn, el silencio de Beethoven, la malformada oreja de Mozart, la gonorrea de Rossini, la sífilis de Schubert, entre muchas aflicciones más que los humanizan y nos regalan empatía.

Ahora una confesión: hubiéramos querido hallar a algún compositor mexicano o latinoamericano, o a una mujer, independientemente de su influencia en el canon occidental. Incluso se podrían haber incluido otros géneros musicales con la justificación médica por delante. Es verdad que eso habría roto la concisa unidad que prevalece en el volumen, pero quede como una provocación a su autor, pues se antoja que alguien con su lucidez se aproxime al alcoholismo de Silvestre Revueltas y José Alfredo Jiménez; a la soberbia dictatorial de Carlos Chávez; a la enfermedad progresiva de Manuel m. Ponce; a las afecciones cardíacas de José Rolón; a los “accidentes” de Agustín Lara; a las dolencias hepáticas de Julián Carrillo. Por otro lado, debemos hablar de la magnífica presentación impresa de este título. Decenas de pinturas, fotografías, tablas y viñetas ilustran lo que vamos aprendiendo. Además, observamos cambios tipográficos y múltiples aciertos en el diseño editorial y criterios de estilo (cornisas, pies de foto, ventilaciones, guardas), todo lo que da un bello esqueleto al contenido. Finalmente, y atendiendo al perfil de su autor y de las instituciones que lo apoyaron, se puede ver un nutridísimo cuerpo analítico integrado por citas, notas y referencias bibliográficas al final de cada capítulo. Se trata de verdaderos faros para quien desee hallar más información sobre las consecuencias que trae el sufrimiento por enfermedad a quienes poseen el genio de la música. Tenerlo en las manos hace sentir bien. Búsquelo y escuche ya no el acorde del piano, la melodía de la cuerda, el ritmo del timbal, sino el terrible canto del cuerpo que enmudece adolorido, buscando escapes en el espíritu y la mente. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •

BEMOL SOSTENIDO

@LabAlonso

ARTES VISUALES

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ARTE Y PENSAMIENTO ........

18 de octubre de 2015 • Número 1076 • Jornada Semanal

Jorge Moch

Ana García Bergua

tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch

PASO A RETIRARME

que transitaba, o caminaba, o tal vez flotaba pues hubo algún momento en que perdió el piso, hasta la parada de los autobuses en el Eje Central y muchos estaban ahí mirando la misma exposición de hacía diez meses en Bellas Artes pues la siguiente esperaban a que viniera algún día desde el aeropuerto en grandes camiones para ser montada y admirada por las siguientes multitudes en llegar. Y de los autobuses sobresalían brazos y piernas y hasta cabezas de personas acomodadas en ellos como buena o malamente podían y dispuestas a pasar la noche en ellos, en lo que sorteaban la jalea de autos y gente y más autobuses todo lento, muy lento, y había quien decía cuando la ciudad colapse tendremos que quedarnos cada uno en su lugar hasta morir, ahora mal que bien nos podemos mover. Y Moncho empezaba a extrañar a su querida esposa de quien se había despedido hacía ya un siglo, le parecía, y pensaba bueno, pues hay que ir a trabajar. Y sabía que el pago por lo menos era automatizado y que el retraso no se lo cobrarían porque el policía que controlaba el reloj checador vivía en Neza y de ahí se llegaba como antes en diligencia, en cosa de un par de días más, así que Moncho se le iba a adelantar.Y desde el techo del autobús alcanzaba a mirar alguna estrella o quizá sería una antena o un avión de los muchos que surcaban el cielo como plaga de langostas y pensaba en la vida moderna y en aquellos que se fueron a provincia que decían extrañar la capital. Y es que aquí, mal que bien, pensaban Moncho y mucha gente, tenemos una activa vida cultural –bueno, activa era un decir– y además tenemos trabajo, y en los trabajos, cuando logras llegar hasta te pagan y toda la cosa. Era cosa de acostumbrarse a este ritmo pues ya no tan febril, más bien gelatinoso, que entre la multitud y los transportes permitía mucha meditación, mucho mirar al cielo y preguntarse por qué, por qué o cómo llegamos a esto •

Para Marina y José Ramón, magníficos anfitriones

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AY, AFORTUNADAMENTE, a pesar de la estulticia que parece orbitar en casi todo lo que sucede en este país, estupendas y siempre esperadas ferias del libro en México. Pero dos son prodigios tanto de voluntad de sus organizadores, que se ponen unas friegas monumentales cada que las echan a andar, como del apetito lector de sus visitantes, muchos de ellos, felizmente, chamacos. Una es desde luego la Feria Internacional del Libro de Guadalajara el mes que entra, una de las más importantes del mundo, y la otra también ya con resonancia allende fronteras es la

Foto: archivo La Jornada

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DIÓS, MI QUERIDA AURORA, le dijo Moncho a su esposa depositándo un sentido beso en su frente, me voy a trabajar. Y Aurora lo despidió envuelta en lágrimas mientras le entregaba su gigantesco lunch y una muda para algunos días. Tomó uno de los taxis detenidos frente a la puerta de su edificio y le pidió al taxista dirigirse al Metro más cercano. ¿Lleva mucho aquí?, le preguntó. Cuarenta y cinco minutos nada más, contestó el taxista. Tuvieron suerte, el tráfico se despejó un poquito y así, milímetro a milímetro, avanzaron hasta la próxima estación de Metro. Como siempre, les dio tiempo de hacer el largo recuento de sus vidas, la terapia en común, el café y los

Feria del Libro del Zócalo de la Ciudad de México, que recién el viernes 7 alcanzó sus quince; quince años de una feria de libros, de arte, de cultura verdaderamente popular y democrática, y más en ésta que es organizada por la Brigada Para Leer en Libertad, ese grupo de aguerridos promotores de la lectura y la cultura (y la legalidad y la democracia y en general del mejoramiento de las maneras en que nos relacionamos los mexicanos unos con otros) bajo la orientación de los queridos Paloma Sáiz y Paco Ignacio Taibo ii . Este año la Feria se dedicó, además, a las letras del Reino Unido, con una copiosa participación de autores de allá y de acá. Estos doce días de feria en el Zócalo que hoy culminan son una de las festividades librescas de la Brigada (que dichosamente han sido varias durante el año; lo mismo organizan ferias de libro en Azcapotzalco que tianguis de libros en Paseo de la Reforma, festivales, conciertos, conferencias, etcétera) y de la Secretaría de Cultura del df , que con iniciativas como ésta demuestra que la cultura sí convoca a la gente: basta asomar al Zócalo atestado, a sus foros llenos (que además este año fueron ampliados y multiplicados), a los talleres para niños y también para adultos de teatro, de cuentacuentos, de guiñol, de son jarocho, de arte huichol, de pintura, de confección de papalotes… la oferta de actividades de la Feria es inmensa y muy variada: hay algo para toda la gente, desde el párvulo hasta el chavo punketo. Y desde luego para los amantes de los libros o para los ocasionales interesados en hojear alguno. Todos los días hay presentaciones de libros, lectura de poesía en voz alta, mesas de discusión y coloquios literarios. La Feria del Libro del Zócalo es además verdaderamente popular y democrática, para todos: un carnaval de ingenios. Bueno, quizá no para todos; no faltará el yúnior imbécil que la considere “populista”… Entre los atractivos de la Feria, además de conciertos y montajes teatrales,

hay un sinfín de conferencias, tertulias, paneles de discusión y cotorreos entre los autores y el público. Y no sólo es palestra para escritores, sino para periodistas, investigadores y también luchadores sociales. Platicar el viernes 9 con José Reveles en el foro Eduardo Galeano fue un lujo para este aporreateclas. Escuchar después la conferencia conjunta sobre el estado de la sociedad y la nación en voz de periodistas, analistas y escritores de la talla de Sanjuana Martínez, Humberto Musacchio, Epigmenio Ibarra y Virgilio Caballero con un colofón, además, de Taibo ii resultó una experiencia no sólo rica y muy nutritiva, sino sanamente incendiaria: ninguno tiene pelos en la lengua para decirle al régimen que dice gobernar México la porquería que es en realidad. Son tan necesarias, tan esclarecedoras estas ferias de los libros, auténticas verbenas populares, que no es de extrañar que se las mire desde algunos rincones del poder (allí sus expresiones mediáticas por ejemplo en el duopolio televisivo, tan cercano a la inmundicia y tan lejano de las bellas artes) con mal disimulada desconfianza si no es que con auténtica repulsa: ya sabemos que los papanatas no son muy afectos a la lectura ni a la popularización genuina de los productos culturales, que suelen causarles urticaria. En un país que se debate contra sí mismo, la divulgación masiva y popular de la cultura, de la belleza artística, de la fantasía variopinta de la literatura y de la información dura y sin cosmético no son accesorias, sino imprescindibles para que el futuro sea menos lesivo que este terrible presente. Sólo recuperando la cualidad de maravillarnos que nos ofrecen la literatura y las otras bellas artes, seremos capaces de apaciguar esta bestia rabiosa que nos devora por dentro. Sólo así, ecuánimes algún día, podremos encarar de veras un futuro deseable en lugar de vivir con el miedo de saber qué nuevo y escandaloso trasgo puede estar agazapado a la vuelta de la esquina •

CABEZALCUBO

¡Vaya a la Feria!

Ahorita vengo

panecillos que compartieron, e incluso disputaron a manotazos por un asunto político. Pasada la experiencia, vieron acercarse el Metro muy lentamente, como se usaba, y en medio de autos y personas atrapadas en movimientos leves e interrumpidos, Moncho logró abordar un vagón que llevaba horas sin avanzar. Hasta el silbato sonaba despacio ya, pues era raro que los vagones salieran enseguida, o incluso que salieran. Los trenes se pegaban unos a otros y morosamente se movían unos centímetros, después se detenían media hora y así, la vida en el vagón se intensificaba: pequeños e improvisados restaurantes, salas de juego, temazcales espontáneos. Los asaltantes eran asaltados y los asesinos asesinados, formándose grupos de nuevos asesinos y asaltantes que eran asesinados y asaltados después. Tiempo para todo había en el despacioso avance, a tal punto que los grafiteros ya no se ocultaban y concluían con parsimonia elegantes representaciones de sus nombres siempre misteriosos y atractivos: Kike estuvo aquí (durante una eternidad), Chuchis era puto, ya es bisexual. Y hasta los ambulantes esperaban ambular algún día, siquiera para rellenar la cajita de cedés o peines o novelas piratas de García Márquez o cambiarle la pila a los aparatos de sonido ya roncos y había quienes pasaban tremendas hambre y sed. Pero Moncho tuvo la suerte de poder ocupar un cuadrado de treinta centímetros tan sólo para sí mismo y recordar su lejana infancia cuando la gente avanzaba y se movía y decía aquella frase tan común que dejó de usarse porque a algunos los lastimaba con su amarga ironía: ahorita vengo. Y el Metro medio avanzó y medio avanzó y ya anochecía cuando pudo descender en una estación del centro y subir muy despacio las escaleras entre la multitud como leche condensada y en ese magma corpóreo en que se había convertido lo que antes se llamaba los transeúntes medio sintió

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........ ARTE Y PENSAMIENTO

Jornada Semanal • Número 1076 • 18 de octubre de 2015

Orlando Ortiz

Luis Tovar @luistovars

Oaxaca esencial

N

O SOY ESPECIALISTA EN el tema, pero hasta donde alcanza mis conocimientos, creo que el primer gran escándalo que reveló colusión entre una organización criminal y la policía, fue el de “Los bandidos de Río Frío”. El líder de esta banda de asaltantes era el coronel Juan Yáñez, ayudante del presidente Antonio López de Santa Anna. Muchos son los que pensaron –y todavía se piensa, pero no ha podido documentarse para probarlo– que Santa Anna, por abajo del agua, era el verdadero cabecilla de la banda. Lugartenientes de Yáñez eran otros dos militares: Vicente Muñoz, apodado el Chacho, y Juan Martínez, alias el Indio Martínez. Las atrocidades de esta banda ocurrían en los caminos y también en Ciudad de México y alrededores, pues entre ellos –eran casi cincuenta maleantes– había “ganzueros” muy hábiles. (Hace algunos años era común decir “no me estés azorrillando” cuando alguien nos molestaba; tal vez el origen de la expresión sea de cuando los salteadores de diligencias gritaban “azorríllense” a sus víctimas, para que se echaran al suelo y esculcarlos o revisar tranquilamente sus baúles.) La población, al igual que ahora, estaba molestísima con la inseguridad que se vivía y culpaban de ella al gobernador José Justo Gómez de la Cortina. En cierta ocasión que éste recorría a caballo las calles de la ciudad, creyó ver a un ladrón muy conocido; sus sospechas se confirmaron cuando el maleante se dio a la fuga. Sabiendo que era imposible correr más rápido que el caballo, se metió a la Catedral Metropolitana. (En aquellos años, y todavía después, los delincuentes acudían al amparo de los templos, pues a ellos no podían ni debían ingresar las autoridades civiles en calidad de tales, tampoco las militares: hacerlo era un verdadero sacrilegio.) Gómez de la Cortina seguramente era liberal y entró a caballo en la Catedral, posiblemente lo lazó y lo sacó arrastrando. Ahí comenzó a desgranarse la mazorca, pues el detenido pertenecía a la banda de Río Frío y fue señalando físicamente a los integrantes, hasta que días después allanaron la casa del coronel Yáñez, donde encontraron piezas robadas en diversos asaltos a diligencias y residencias. El poder de Yáñez, o de quien estaba atrás de él, se evidencia porque el juicio al coronel y sus compinches se llevó cuatro años, y porque en ese lapso –qué curioso–, murieron: un fiscal (envenenado), un alcalde (apuñalado) y varios testigos; un escribano fue apaleado, pero finalmente fue sentenciado al garrote vil. Algunos de los facinerosos también, pero Yañez, según algunos autores, no quería morir de manera tan espantosa, y mucho menos en pú-

blico, así que decidió suicidarse. Algunos sostienen que lo hizo cortándose el cuello con una navaja de barbero, en el expalacio de la Inquisición, otros aseguran que fue en la cordada (ya no recuerdo si dicen que se colgó). El caso es que Santa Anna salió cual blanca paloma de tal escándalo. De entonces a la fecha se han dado numerosos casos en los que ha quedado en evidencia la colusión de delincuentes con autoridades policíacas. No de la magnitud narrada –que alcanzó al presidente–; si acaso, tal vez, el único de un tamaño casi similar fue el del Negro Durazo, compadre del entonces presidente José López Portillo. Lo anterior vino a mi memoria con la lectura de La banda de los Sacco, de Andrea Camilleri, crónica que narra las vicisitudes de una familia siciliana allá por los años veinte, que tuvo el valor de negarse a pagarle a la mafia por lo que ahora denominamos uso de suelo, aunque lo hacían todos en la región. La familia denunció las amenazas a los carabineros y nada pasó, acusaron a uno de los hijos de un asesinato y fue encarcelado; el padre iba a visitarlo y fue asesinado, no obstante no cedieron y en un momento dado los sobrevivientes se fueron a la clandestinidad, pues los acosaba por un lado la mafia y por otro la policía, acusándolos de delitos inventados por la misma mafia. Los hombres de la familia tuvieron que autodefenderse. Creo que esta última palabra lo dice todo, y es más evidente que intentaba relacionar la colusión de la justicia con la delincuencia en los tiempos de fascismo italiano con lo ocurrido en nuestro país, específicamente en Michoacán, con las autodefensas. En particular me recordó el caso de doctor Mireles, que formó su grupo de autodefensa contra el crimen organizado, aceptó dejar las armas y confió en que las autoridades federales se harían cargo de la seguridad, pero él fue quien terminó en la cárcel. Como puede verse, es un relato espeluznante. (Anfibología intencional.) •

Grabado de John Phillips, 1848

O

RIUNDO DE ZAACHILA, en el sureño estado de Oaxaca, Rigoberto Perezcano es un cineasta que comprende a la perfección la importancia del origen, la pertenencia y el arraigo. Así lo demuestra el trabajo fílmico realizado hasta la fecha, consistente en el largometraje documental xv en Zaachila (2001) y los largos de ficción Norteado (2009) y el más reciente, Carmín tropical (2014). Si en el primero de los mencionados Perezcano hizo todo un retrato sociológico de su comunidad de nacimiento, en el que las tradiciones, las costumbres y la idiosincrasia de su pueblo son registradas desde la perspectiva simultánea de

quien a un mismo tiempo pertenece y es testigo de aquello que el documental muestra; mientras que en el segundo ficcionaliza el éxodo migrante, sus dificultades y sinsabores, es decir aquello en lo cual consiste una de las principales derivaciones socioeconómicas de la cotidianidad vivida por esa comunidad y por infinidad de ellas que comparten similar circunstancia, Carmín tropical es algo así como la suma enriquecida y enriquecedora del sustrato, de lo más esencial que alimenta lo mismo la trama de la estupenda Norteado, que el valor testimonial del enorme fresco de cultura popular que es el principal signo de xv en Zaachila. Dicha esencialidad radica, en Carmín tropical, no en uno sino en varios planos. El primero de ellos, de obvia naturaleza, es el escenario/contexto en el que la historia es desarrollada, una ciudad de Juchitán contemporánea en la que se resume mucho del espíritu oaxaqueño –y quien de inmediato se pregunte en qué puede consistir éste, hará bien si lo averigua precisamente viendo entera la filmografía de Perezcano. De absoluta relevancia, otro nivel en el que una de las múltiples aristas de lo oaxaqueño característico se manifiesta es en el perfil del protagonista del filme: Mabel (José Pescina, inolvidable) es muxe, sustantivo al que no conviene apresurarse a destinarle un género, puesto que muxe es muxe, llanamente, ni masculino ni femenino, condición tercera que para la comunidad juchiteca no representa conflicto social, cultural, conceptual o psicológico alguno. Un plano más en el que la muy particular idiosincrasia local se manifiesta, descansa de manera preponderante en la trama o, mejor dicho aún, en el fondo de la misma. Los hechos que narra Carmín tropical, indistintos en cierto sentido a los que podría contar cualquier otra cinta que comparta atributos generales como el tema y el género cinematográfico, cobran un matiz y una dimensión distintas cuando esos mismos hechos, sus antecedentes prediegéticos y sus consecuencias dentro de la

trama son ejecutados, unos en vida y otros desde ultratumba, por muxes.

la Realidad empática Desde luego, y estas líneas se apresuran a decirlo para adelantarse a cualquier voz que desde lo palmario quiera protestar, Oaxaca no es una sola ni de un solo modo, y sin salir del ámbito cinematográfico es fácil hallar muestras de belleza clara de esos otros modos; sin ir más lejos, ahí está el cine de Nacho Ortiz. Lo que aquí se argumenta es la fortuna de que esta otra Oaxaca, que también existe y que pocas o ninguna incursión tenía hasta ahora como no fuese en el rubro documentalista, alimente el contenido de un largometraje de ficción y lo haga de forma no metaforizada o sublimada bajo diversas figuras fílmico-retóricas sino directamente, apostando su eficiencia narrativa a la máxima cercanía posible entre el referente y lo referido –conocida bajo el nombre de realismo, si bien esta definición es altamente discutible–, lo cual opera de manera óptima en el caso de los personajes, pero lo mismo en los hechos que conforman la historia y todo aquello que la rodea. Un escalón más arriba de su bien lograda empatía con la realidad local de la que se hace eco, la ficción en que consiste Carmín tropical cumple sin contratiempos con esa otra condición necesaria para trascender, y con creces, el ámbito de su familiaridad más inmediata –Oaxaca, o el propio Juchitán–, así como la de su comprensión y significación cabales en el ámbito de cultura al que pertenece dicha localía –es decir, este país–: la universalidad de su relato descansa en el tema último del filme, que no es sino la búsqueda de verdad y de justicia, así sean mínimas, e idealmente acompañadas del respeto irrestricto a la diferencia. Finalmente, y en términos estrictamente cinematográficos, debe mencionarse que por la exactitud, la plasticidad y la eficiencia total que despliega, la última secuencia de la cinta es imperdible •

CINEXCUSAS

Colusiones

PROSAÍSMOS

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ENSAYO

Hugo Gutierrez Vega: el actor y el poeta

20 de septiembre de 2015 • Número 1072 • Jornada Semanal

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Vilma Fuentes

C

on los ojos brillantes de alegría hasta las lágrimas, Ignacio Hernández me gritó, de un lado a otro de las aceras de avenida Insurgentes: “Aceptó, el maestro Gutiérrez Vega, sí, el ocupadísimo diplomático, el poeta de la ironía y la blasfemia, el mismísimo Hugo aceptó el papel de Rapaccini.” Cierto, Hernández, rey del florilegio laudatorio, no teme a los superlativos ni a las esdrújulas. El triunfo de Ignacio, al haber logrado la participación de Gutiérrez Vega en La hija de Rappaccini, única pieza teatral de Octavio Paz, era más fácil de lo que él imaginaba: la pasión de Hugo por la actuación era la del “amor que mueve el mundo”. Al acecho de cuanta proposición teatral pudiera ofrecérsele, la idea de actuar el personaje de Rapaccini era un desafío al actor y al poeta: los diálogos de esta obra se proponen más a la lectura que a la representación teatral. Octavio Paz, para decirlo en forma brutal, no tenía los dones de Elena Garro para la réplica verbal que requiere la escena. El reto era, pues, para Gutiérrez Vega, un asunto insoslayable y personal, en tanto hombre de teatro y poeta. La pieza, montada con medios financieros más que escasos, logró hacer de Octavio Paz un dramaturgo. Ignacio Hernández, brillante alumno de Nancy Cárdenas –¿no fue su asistente en la magnífica representación de Los rayos gamma sobre las caléndulas verdes?–, supo dar la voz alta del teatro a un texto hecho de silencios. Hugo l o c o m p re n d i ó t a n b i e n q u e , s i n é l , n o s e habría logrado esa transustanciación de la palabra y su sonido. Vestido con una amplia túnica, la cabeza cubierta por un gorro frigio, convertido en su propio monumento, sin necesidad de un pedestal construido por la grandilocuencia de autores aspirantes a la inmortalidad, no se puede decir que Hugo robara escena puesto que su sola presencia la desbordaba. Un jardín de plantas venenosas, creado por el sabio Giacomo Rappaccini, es el personaje central del libro. En él crece y habita Beatriz, su

hija, a quien el doctor e investigador de los misterios de los venenos vegetales trata como una planta de su jardín: la flor más bella y venenosa. Su solo aliento envenena pues ha crecido aspirando la ponzoña que emana de cada vegetal coleccionado por su padre. La historia de un jardín paradisíaco y venenoso aparece por vez primera hacia el siglo x en un relato hindú, leyenda que se extenderá a otros territorios y llega a la Nueva Inglaterra, donde Nathaniel Hawthorne escribe un relato con un tema convertido en mitología. Octavio Paz utilizará este mito para escribir su única pieza teatral, donde explica sus ideas sobre la poesía, expuestas en El arco y la lira como conceptos, mostradas con imágenes en la tragedia: la escritura de Paz es, en esta obra, más la de un ensayista y un pedagogo –su generosa inclinación a dar lecciones es una vocación en él– que la de un dramaturgo. El doctor, convertido por el poeta mexicano en un demiurgo, aspira a transformarse en un dios. La ambivalencia del universo, idea fundamental en la obra de Paz, se inspira en el I King donde el yin, fuerza femenina, se complementa al unirse al yang, su opuesto masculino, para constituir el Gran Principio del orden universal llamado Tao. Hugo Gutiérrez Vega va a dar un giro a la obra con su Rappaccini gracias a su doble condición de poeta y actor. Su poesía, antípoda de la de Octavio Paz, quien busca a través de ella el imposible ideal de la transparencia en las palabras, es la búsqueda de la evidencia invisible en lo visible: irreverente, blasfemo, desacraliza lo sagrado, vuelve poético lo más prosaico, con una risa burlona que transforma en cómplice al lector, con un escupitajo, como llama el mismo Paz a la carcajada de Gorostiza cuando se dirige a la muerte diciéndole: “Anda, putilla del rubor helado/ anda, vámonos al diablo.” Hugo se complace y place, como un niño travieso, con el desplome de los héroes, el derrumbe de la solemnidad, la hoguera que alumbra con sus palabras para inmolar seriedad y ritos grotescos de la liturgia pomposa que trata de ocultar su hastío. Su voz

desenmascara, con la ironía que comienza por reírse de sí mismo, el ridículo de creencia y costumbres. Es esa voz, de entonaciones tan satíricas como tiernas, la que Hugo da a Rappaccini incluso en sus monólogos más severos: “¡Las amorosas, abrazadas como una pareja de adúlteros! (Arranca una planta.) Vas a estar muy sola de ahora en adelante y tu furioso deseo producirá, en el que te huela, un delirio sin tregua, semejante al de la sed: ¡delirio de espejos!” Gutiérrez Vega lograba arrancar el aplauso, a la vez silencioso y sonriente, de los espectadores convertidos, cada uno, en su otro yo, trocándose él mismo en su espectador con la distancia del poeta y la íntima proximidad, simbiótica, del actor. ¿Por qué la fascinación que desatan ciertos actores? Acaso porque todos somos los comediantes de nuestro personaje: ése que fuimos perfilando durante la infancia, cuando no lo imponen los padres que hacen del niño un adulto enano, cuando la maquinaria escolar no lo aplasta. Personaje inventado por cada quien para representarlo a lo largo de la existencia. El actor encarna a sucesivos otros en cuya piel y mente se mete olvidándose de él mismo. ¿Quiénes son María Félix o Marilyn Monroe? ¿La Bandida, el símbolo sexual sacrificado a su mito? ¿Quién es Bogart, Delon o Armendáriz? ¿Quién se esconde tras los personajes interpretados? ¿Existen de verdad esas personas o son puramente imaginarias como las figuras que representan? Preguntas que no puedo dejar de hacerme cuando pienso en Hugo Gutiérrez Vega: ¿quién es? ¿Es, él, real o imaginario? ¿Quién es la persona enmascarada que se confunde y se esconde tras los múltiples rostros de los personajes representados por él en escena? “Yo es otro”, podría haber dicho Hugo parodiando a Rimbaud. Imaginario y real, actor y poeta, personaje singular y plural, Gutiérrez Vega, como los seres imaginarios, es inmortal porque no puede morir. Persona real, su poesía le sobrevive en un eco de su risa contagiosa •

Foto tomada del libro Escritores en la diplomacia mexicana, editado por la SRE


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