■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 18 de diciembre de 2016 ■ Núm. 1137 ■ Directora General: Carmen Lira Saade
Farabeuf
■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
de salvador elizondo
50 años de la novela del escándalo Antonio Valle
Rodolfo Stavenhagen o la grandeza de la sencillez Luis Hernández Navarro Cien años de G onzalo R ojas Esther Andradi Entrevista con J orge B occanera
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Dos ficciones breves de M arco A ntonio C ampos
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Rodolfo o la
el SíMBolo ReVelAdo
Luis Hernández Navarro Desde su primera edición hace cinco décadas, la novela Farabeuf se convirtió en uno de los emble-
Foto: Cristina Rodríguez/ archivo La Jornada
mas de la narrativa mexicana de la segunda mitad del siglo xx y en todo este tiempo no ha dejado de estar rodeada de polémica, muchas veces tanto como su propio autor. En su ensayo, Antonio Valle habla del acercamiento que Farabeuf hace a “las cosas más oscuras de la condición humana” y revela algunas claves para entender esta obra insoslayable que, medio siglo más tarde, sigue dando de qué hablar. Publicamos además un artículo a la memoria del enorme sociólogo y defensor de los derechos humanos Rodolfo Stavenhagen, fallecido recientemente, una entrevista con el poeta argentino Jorge Boccanera y una crónica sobre el poeta chileno Gonzalo Rojas, que este año habría cumplido su primer siglo de vida. Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx
LA BATALLA POR LOS DERECHOS INDÍGENAS
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se 22 de diciembre de 2014 se efectuó en Amilcingo, Morelos, una fiesta popular en la que, en calles y plazas, decenas de representantes indígenas de diversas comunidades del país intercambiaron anhelos y afanes, pesares y regocijos, palabras, saberes y sueños. Fue una celebración convocada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el Congreso Nacional Indígena a la que bautizaron como “Primer Gran Festival Mundial de las Rebeldías y las Resistencias Contra el Capitalismo”. Ayotzinapa era, en ese momento, el epicentro del dolor y la indignación nacional. La desaparición de 43 estudiantes normalistas lanzó a las calles a cientos de miles de consternados e irritados ciudadanos. Padres y compañeros de estudios de los jóvenes estaban presentes en el Festival para compartir su rabia e indignación. Pero el memorial de agravios que se denunció en la reunión era mucho más amplio de lo sucedido en la trágica noche de Iguala. En testimonios que en ocasiones parecían un recital de poesía épica, los delegados documentaron cómo la irracional siembra de concreto en terrenos rurales ha provocado una cosecha de ira comunitaria. Expusieron su rechazo al maíz Frankestein que quiere devorar las cosechas de las semillas criollas. Denunciaron el avasallador avance de la minería a cielo abierto que envenena aguas y tierras, y que convierte páramos en desiertos. Narraron su lucha por la conservación de bosques y ríos en contra de voraces depredadores. Hablaron no de pobreza e igualdad, sino de explotación, despojo y discriminación. No fue producto del azar que el encuentro se realizara allí. Amilcingo es una comunidad nahua, de larga tradición de lucha en Morelos. Sus habitantes han formado un autogobierno, con instituciones integradas a la asamblea, como la Ayudantía Comunitaria, la Ronda Comuni-
taria (especie de policía comunitaria), y su comisaría ejidal. Han dado vida también a una Radio comunitaria, a la que nombraron Radio Amiltzinko. Tampoco fue casualidad que allí estuviera, como un espectador más, Rodolfo Stavenhagen. Él conocía ya de primera mano muchas de las historias que se relataron ese día. De hecho, algunas de ellas las había escuchado y documentado en su primer informe como relator especial sobre la situación de los derechos humanos y las libertades fundamentales de los indígenas de la onu , dedicado a México. Ese Informe fue producto de una maratónica visita de trabajo a nuestro país, realizada entre el 1 y el 18 de junio de 2003, en la que Rodolfo se entrevistó lo mismo con autoridades federales, estatales y municipales, que con organizaciones indígenas. Fue una misión en la que tuvo que echar mano de sus dotes diplomáticas para sortear las maniobras de gobernadores que trataron de impedir su encuentro con representantes de pueblos originarios. Los mandatarios locales llegaron al absurdo de enviar a porros para tratar de reventar las reuniones con los indígenas. El dossier que el doctor Stavenhagen presentó a finales de ese año no hizo concesión alguna para decirle al poder las cosas como son, no obstante que el gobierno mexicano fue quien lo propuso a él para ese puesto. El escrito es, ni más ni menos, una dramática radiografía de la explotación y expoliación que sufren los pueblos indios de nuestro país. Se trata de un texto elaborado a partir del formidable arsenal teórico y práctico que Rodolfo desarrolló a lo largo de los años, pero también, de su enorme calidad humana. En ese documento se funden y confunden un acucioso trabajo de campo, una brillante formación académica, una larga experiencia como defensor de derechos humanos y su genial capacidad para ganarse la confianza de los otros y escucharlos con atención y respeto.
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Portada: El instante cronicado Foto de Guillermo Aldama (auiliuinti)
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Stavenhagen
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grandeza de la sencillez EL PASADO 5 DE NOVIEMBRE FALLECIÓ EL SOCIÓLOGO Y DEFENSOR DE LOS DERECHOS HUMANOS DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS. INVESTIGADOR, ENSAYISTA Y DOCENTE DE CIENCIAS SOCIALES, EN 1997 RECIBIÓ EL PREMIO NACIONAL DE CIENCIAS Y ARTES EN MÉXICO. LA ANTROPOLOGÍA DE ACCIÓN FUE SU SELLO DISTINTIVO COMO INTELECTUAL PÚBLICO.
El expediente establece desde su presentación “La reforma constitucional de 2001 en materia indígena no satisface las aspiraciones y demandas del movimiento indígena organizado, con lo que se reduce su alcance en cuanto a la protección de los derechos humanos de los pueblos indígenas, y también dificulta la reanudación del diálogo para lograr la paz en el Estado de Chiapas”. Y recomienda explícitamente al Congreso de la Unión reabrir el debate sobre esa reforma “con el objeto de establecer claramente todos los derechos fundamentales de los pueblos indígenas de acuerdo con la legislación internacional vigente y con apego a los principios firmados en los Acuerdos de San Andrés”.
EL ANTROPÓLOGO ACTIVISTA
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se Informe, al igual que el resto de su trabajo como relator especial durante siete años, es obra no de un científico social que guarda sana distancia de su objeto de estudio, sino de un confeso “etnógrafo activista”. “Desde que asumí el mandato de relator especial –escribió Rodolfo sobre su experiencia en la onu – entendí que mi postura no sería la de un ‘observador neutro’ sino la de un ‘observador activista’ en apoyo de los derechos humanos de los pueblos indígenas.” No vio en esta dualidad contradicción alguna. “Aunque el activismo y la etnografía parecen ser dos perspectivas distintas –explicó en un texto publicado en Nueva Antropología–, en el caso del relator especial no condujeron a contradicciones o ambigüedades en su quehacer personal. Hasta el momento no me puedo quejar de los resultados.” Cuando los organizadores del Primer Gran Festival Mundial de las Rebeldías y las Resistencias Contra el Capitalismo se percataron de la presencia del profesor Stavenhagen, le preguntaron si quería tomar la palabra. Rodolfo declinó la invitación. “Estoy aquí para aprender”, le respondió a los anfitriones. En cambio aceptó, profundamente conmovido, conversar con una comisión de padres de los 43 jóvenes desaparecidos en Iguala y con estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos. La anécdota dista de ser una ocurrencia y muestra dos hechos muy relevantes sobre su papel intelectual. Primero: el que la expresión organizativa autónoma del movimiento indígena más relevante del país, caracterizada por el celo con el que escoge a sus amigos e interlocutores, le haya consultado sobre su interés
La indígena Jacinta Francisco y el investigador Rodolfo Stavenhagen, en el Centro PRODH durante la conferencia donde se habló de la declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, septiembre de 2010. Foto: Guillermo Sologuren/ archivo La Jornada
por hablar en el evento, es una prueba del reconocimiento y aprecio que le profesaba entonces (y que le tiene en la actualidad). Esta estima contrasta con la mezquindad con la que su nombramiento como relator especial fue recibido por un líder indígena de la región del Balsas, quien criticó el hecho de que Rodolfo no fuera indio. La historia ha puesto las cosas en su lugar, y mientras la corriente política de ese dirigente terminó uncida en su mayoría a los gobiernos panistas y a una fallida apuesta de formar un partido político indígena, el doctor Stavenhagen fue nombrado en 2006 Anciano de Honor por la tribu Ogiek, de Kenia. Y segundo, que un notable académico de ochenta y dos años de edad, autor de textos claves para comprender la realidad de América Latina y los conflictos étnicos en el mundo, merecedor de multitud de honores, con un currículum vitae de veintiocho páginas, admitiera, con sencillez y modestia, que estaba allí para aprender, habla de su grandeza intelectual. Reconocimientos como éste no fueron exclusivos de México. Le fueron otorgados, una y otra vez, por indígenas de todo el mundo. El 20 de marzo de 2007,
al terminar la presentación de su último Informe como relator especial ante el Consejo de Derechos Humanos, en Ginebra, Suiza, dedicado a la situación de los pueblos indígenas en Asia, muchos gobiernos de ese Continente estaban furiosos con él. En el Palacio de las Naciones Unidas, junto al lago Lenan, el representante de Filipinas lo descalificó como relator y como profesional, y lo acusó de ayudar a los terroristas de su país. La arremetida en su contra fue tan inusual y violenta, que hasta el representante de México, molesto con las críticas que Rodolfo había hecho al gobierno, tuvo que defenderlo. En cambio, emocionados, los dirigentes del Pacto de los Pueblos Indígenas de Asia le ofrecieron una cena especial de agradecimiento en un restaurante italiano de esa ciudad. Además de los asiáticos, asistieron al convivio también indígenas de África, Norteamérica y Samis. Con profundo agradecimiento brindaron en su honor por su valentía. El reconocimiento de los pueblos originarios a Rodolfo Stavenhagen no se debe exclusivamente a su función como relator especial. Tampoco a su relevante papel en la aprobación de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indísigue
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genas el 28 de junio de 2006, y a su ratificación en la Asamblea General de esta institución el 13 de septiembre de 2007. No. Desde muchos años antes de que desempeñara esta labor él ya era respetado por numerosos dirigentes indios de varios continentes, especialmente sudamericanos. Parte de ese reconocimiento proviene de que Rodolfo fue fundador, en 1992, del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe, y presidió su primer consejo directivo entre 1993 y 1997. El Fondo es el único organismo multilateral de cooperación internacional especializado en la promoción del autodesarrollo y el reconocimiento de los derechos de los Pueblos Indígenas en el continente. Muestra de cómo el movimiento indígena miraba al doctor Stavenhagen es que, en 1996, fue invitado por el ezln a formar parte de la Comisión de Seguimiento para los Acuerdos de Paz en Chiapas. Nombra-
En 1965, en su ensayo Siete tesis equivocadas sobre América Latina, el investigador advirtió, sin ambigüedad alguna, sobre la necesidad de entender la relación entre las llamadas “sociedad moderna” y la “sociedad arcaica” a partir de una estructura basada en la desigualdad o el colonialismo interno. Y, en contra de la corriente de pensamiento dominate, objetó la tesis de que el mestizaje fuera el elemento central para lograr la integración nacional. En 1990 publicó, junto a Diego Iturralde, un libro clave para comprender la lucha india en el continente, y la reivindicación de sus sistemas normativos: Entre la ley y la costumbre.
LAS CLAVES DE UNA (OTRA) EDUCACIÓN SENTIMENTAL
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ería equivocado suponer que el enganche del profesor Stavenhagen con el mundo indio fue un asunto meramente intelectual. Su compro-
Fuente: elinformante.mx
do su primer (y único) coordinador, dedicó mucho tiempo y esfuerzo a hacerla caminar, a pesar de la tozudez gubernamental. Gran conocedor de la resolución de conflictos, exploró diversos caminos para que la Comisión fuera un instrumento eficaz para avanzar en el logro de la paz. Intentó todo cuanto estuvo a su alcance para lograrlo. Lo mismo promovió una conversación de los invitados zapatistas a la Comisión con el antropólogo Henri Favre que terminó en un desastre, que exploró reuniones informales con la representación gubernamental que nunca dieron frutos, o impulsó reuniones en Oaxaca para analizar y reivindicar el nombramiento de autoridades municipales por la vía de los usos y costumbres. Pero más allá de su función como representante en organismos multilaterales o mediador de conflictos, el profesor Stavenhagen elaboró a lo largo de su vida reflexiones esenciales para comprender la dinámica étnica en América Latina, que ayudaron a la intelectualidad indígena a comprender su situación y a emprender la vía de su reconstitución como pueblos.
“d eSde que ASuMí el MAndAto de RelAtoR eSpeciAl – eScRiBió R odolfo SoBRe Su expeRienciA en lA
onu – entendí que Mi poStuRA no SeRíA lA de un
‘oBSeRVAdoR neutRo ’ Sino lA de un ‘ oBSeRVAdoR ActiViStA ’ “
miso de vida con los pueblos originarios formó parte, desde muy temprana edad, de su educación sentimental. En una foto tomada en el verano de 1949 en la cañada de San Quintín, el joven Rodolfo, entonces de diecisiete años de edad, esboza una tenue sonrisa mientras cruza su brazo derecho sobre el hombro de un lacandón, quien mira entre sorprendido y desconfiado el lente de la cámara. En otra instantánea, capturada en la misma región de Chiapas en 2003, puede verse al entonces relator especial rodeado por cinco hach winiks (verdaderos hombres) que, alegres, fijan su mirada con seguridad en el fotógrafo. Los cincuenta y cuatro años que separan una imagen de la otra dan cuenta de la apasionada historia de un muchacho judío alemán, víctima del nazismo y exiliado con su familia en México, que se encontró y comprometió de por vida con la causa indígena. Muestran dos estaciones clave en el trayecto de un inmigrante cosmopolita que echó raíces y se lio a fondo en la transformación de su patria adoptiva. El viaje de Stavenhagen al Desierto de la Soledad, de la mano de Getrude Duby-Blom, volando en avioneta de cinco plazas, caminando horas, abriéndose paso en la selva a golpe de machete, cruzando el río en canoa y durmiendo en hamaca, fue una experiencia que lo marcó de por vida. Le abrió los ojos a otros mundos. Allí le nació el entusiasmo y la idea de estudiar antropología. Para entonces, Rodolfo tenía ya la semilla de lo diferente dentro sí. Había crecido en un ambiente fértil a la diversidad cultural. Sus padres amaban las culturas prehispánicas y coleccionaban arte precolombino. Más adelante, en los trabajos de campo que realizó como estudiante, se acercó otro poco al México indígena. Con veintiún años de edad, en el segundo año de la carrera, hizo su primera práctica, en realidad más un trabajo al servicio del gobierno que trataba de desalojar varias comunidades establecidas en el margen del río Tonto, que un estudio de comunidad. Desde entonces, en los distintos proyectos en que participó desde el indigenismo estatal, sintió cierto malestar intentando mantener el equilibrio entre su empatía hacia los indígenas y su responsabilidad como funcionario. Fue allí donde descubrió su vocación por la antropología de acción, su sello distintivo como intelectual público. Efectivamente, Rodolfo Stavenhagen fue, como etnógrafo activista, un intelectual público que defendió con lucidez y convicción los derechos humanos de los pueblos indios, y vio en esos pueblos la simiente de un mundo más justo. Lo dejó en claro a lo largo de toda su vida, y muy especialmente al analizar el derrotero de las comunidades originarias. Ante la interrogante de cuál es el camino de los pueblos originarios ante las arenas movedizas de un planeta convulsionado, en Un mundo en el que caben muchos mundos: el reto de la globalización, publicado en 2008, aventuró que “el camino se hace al andar, como dice el poeta. Los altermundistas nos recuerdan que ‘otros mundos son posibles’ y el zapatismo en México aspira a un ‘mundo donde quepan muchos mundos’. Los pueblos indígenas de hoy en día tal vez nos pueden enseñar cómo hacerlo”. A permitir que ese “tal vez” vea la luz, a darle herramientas a esa esperanza de lo incierto presente en el despliegue de la reconstitución de los pueblos originarios, Rodolfo Stavenhagen dedicó su vida. Al hacerlo, nos enseñó a mirar el mundo de otra manera
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Cien años de Gonzalo Rojas Esther Andradi EL PRÓXIMO 20 DE DICIEMBRE, EL ENORME POETA CHILENO HABRÍA CUMPLIDO UN SIGLO DE VIDA.
El pueblo es patrimonio histórico, su iglesia barroca del siglo xvii , y sus edificaciones y sus callecitas empedradas remiten a un tiempo detenido. Lübars es un espacio donde la vida campesina sigue tan bucólica ENTRE OTROS RECONOcomo en el siglo xix . Las típicas heCIMIENTOS RECIBIÓ EL rrerías y el campo con sus animales PREMIO NACIONAL DE pastando son una foto que también LITERATURA DE CHILE, EL es Berlín. Mientras existió el Muro, REINA SOFÍA DE POESÍA Lübars fue la meca de excursiones escolares, visitas turísticas y el sitio IBEROAMERICANA Y EL donde ciudadanos melancólicos PREMIO CERVANTES. coincidían en la ilusión de un horizonte “fuera“ de la ciudad. “ Tres cosas hay que no dejan huella: el pájaro en el cielo, el pez en el mar y el hombre en la mujer“ me Homenaje a Gonzalo Rojas en la FIL de Guadalajara, 28 de noviembre de 2004. Foto: Carlos Cisneros/ La Jornada decía Gonzalo ese mediodía cuando Parto Porque no estoy para nadie me echaron. llegamos a Lübars. Ricardo, Diny, mi esposo y yo salimos soy, parto seré. De la república asesinada y de la otra me echaron. a caminar por los senderos del pueblo, una explosión Parto, parto, parto. De las antologías me echaron. de primavera en cada esquina, el campo verde, las arDe las décadas salobres me echaron. De lo que no pudieron boledas dibujando un arco sobre nuestras cabezas Hasta que sus setenta años le trajeron bajo el brazo la es del aire. mientras hablamos y discurrimos sobre lo que es lo que invitación a Berlín Occidental. Elegido por un prestigioGonzalo Rojas se lee lo que se siente lo que se añora lo que se desea... so jurado, se le otorgaba una beca para residir un año en la ciudad como parte del Programa de Intercambio EL BERLÍN DEL POETA Ay, cuerpo, quién Académico daad . Gonzalo llegó el 1 de mayo y se insfuera eternamente cuerpo. taló en la Güntzelstrasse, cerca de la Ku’damm, la calle l poeta pequeño de estatura, con su inefable pituca y la vidriera de Occidente. Disponía de un depargorra de marinero cubriendo la calva de su En el Alte Krug pedimos niños envueltos que en alemán tamento de 120 metros cuadrados “con balcón-terracráneo perfecto, cumpliría cien años el 20 se llaman “Rinder Rouladen“ y se acompañan con repocita, frente a un parque interior con castañas, muy en de diciembre. Gonzalo Rojas, nacido en Lello morado y papas. Y Ricardo explicaba la factura de el aire berlinés...“ escribía Gonzalo en sus cartas. Cuanbu, Chile, marcó el siglo con su singular voz esa delicadeza culinaria. ¿O fue Diny? do lo visité, las habitaciones permanecían casi vapoética. Desde 1938 su obra discurrió incesante. Una Los días pasan muy rápido, decía Gonzalo. ¿Y los cías, conteniendo mesa y lecho, a la espera de Hilda decena de poemarios, publicados en momentos claaños? La muerte, esa libertina salvaje, acabará con tola “centaura“ del poeta, que se le reuniría recién dos ve de su vida intensa, tatuaron su presencia ineludible dos. Pero su poesía, renacida, sigue fresca, como las meses más tarde. “Este lado es incomparable, un cruce en la lengua española. Recibió el Premio Nacional de trescientas mujeres que deseaba amar y se quedaba de los vientos del planeta“, anotaba Gonzalo. Literatura de Chile (1992), el Premio Reina Sofía de Poesiempre con una. Ella. No habrá ninguna igual, tango Berlín estaba cumpliendo sus 750 años y todos los sía Iberoamericana (1992), el Premio Octavio Paz de dixit. Gonzalo escribía y Materia de Testamento tomaba días eran una fiesta. Desde Colonia anunciaron su visiPoesía y Ensayo (1998) y el Premio Cervantes (2003). A forma. Y extrañaba a Hilda. ta al poeta los amigos Ricardo Bada, entonces redactor su padre, ingeniero en minas, que murió cuando Gonde la Deutsche Welle, y su esposa Diny Hansen. Convizalo tenía cuatro años de edad, le legó “todo el mar“. Más que por la A de amor estoy por la A nimos en hacer una excursión exótica: a Lübars. Y a Celia Pizarro, su madre, que se encargó de criar seis de asma, y me ahogo Lübars es un territorio al norte de Berlín, “campo con hijos, el poeta le otorgó “la rotación de la tierra.“ Me de tu no aire, ábreme vaquitas“, como se le denominaba en las épocas en que alta mía única anclada ahí refiero a “Materia de Testamento“, el libro que el poeta esta ciudad estaba amurallada. Por esos años siempre terminó de escribir en Berlín durante su estancia en había gente que necesitaba “salir al campo“, hambrienEl Departamento de Lenguas de la Universidad Libre 1988, cuando lo conocí. ta de horizonte. En dos lugares seguro lo encontraba. de Berlín grabó con él una larga entrevista y un reciPor entonces Gonzalo Rojas no era conocido en AleEn las orillas del río Havel, al sur de la ciudad, donde no tal de sus poemas. El Instituto Iberoamericano le demania Occidental. En 1974 estuvo en Rostock, donde se veía la frontera. O mejor dicho, las señales de la frondicó un workshop a su obra, sus poemas se leyeron por el gobierno de la entonces rda le había concedido asitera se camuflaban en la corriente. lo político. El golpe de Pinochet lo sorprendió en La primera vez en alemán en la Literaturhaus y en la voz Habana, cuando era Encargado de Negocios en la Emdel poeta chileno Claudio Lange que los tradujo. Apréndele, hocicón, bajada de Chile. En un instante se quedó sin represenDe Lübars quedan unas fotos borrosas que nos rele digo a mi corazón, la que tenía ciencia tación diplomática, sin trabajo, sin país. flejan con treinta años menos, en un mediodía de sol, era el agua. El gobierno de la rda le ofreció una cátedra en Rosfrente a la taberna donde vamos a almorzar. Y la foto tock pero sin autorización para dar clases, lo que incoaquella con Gonzalo caminando conmigo del brazo se Y en el norte de Berlín, en Lübars. Un sector de cinco modó a Gonzalo, así que poco más de un año más tarla tragó la noche. Pero en mi memoria estamos radiankilómetros cuadrados del distrito de Renikendorf, y de partió a Venezuela, donde permaneció un tiempo, tes, en ese enclave verde en el norte de Berlín, imagiunos cinco mil habitantes, permaneció al margen de la y de ahí marchó a Estados Unidos. Pero ahí tampoco le nando la ciudad abierta. Presintiéndola, desde algún vida urbana aunque forma parte de Berlín desde 1920. concedieron visa de permanencia. rincón de la historia
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Dos ficciones breves Marco Antonio Campos LA TIERRA DEL ENSAYO PROMETIDO
EN LAS TIERRAS DE BAVIA a Joan Margarit
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Martín Díez le era muy importante la publicación porque lo había puesto en el programa de actividades anuales del Instituto con lo que buscaba una promoción que lo mejorara económicamente. Él sabía que no le simpatizaba al director de la revista, con quien desde hacía mucho tenía desacuerdos, pero decidió pedirle a un amigo próximo, a quien veía en el café de la tertulia sabatina en el Starbucks de Miguel Ángel de Quevedo, que lo ayudara a publicar su ensayo sobre el Pre-Boom. Para su sorpresa, el director de la revista aceptó de inmediato: “Es magnífico. Se publica el próximo mes o el siguiente. Lo que no entiendo es por qué no me menciona cuando he escrito mucho sobre el tema.” Pero el siguiente mes y los siguientes, escritores y artistas esenciales del país y del extranjero tuvieron el gusto inoportuno de fallecer y el ensayo esperaba en estado de alerta en el escritorio del director. Ya en últimas pruebas, alguna vez sustituyeron su ensayo por un trabajo académico acerca del poeta nacional de Zimbabwe, otra, por una colaboración del Premio de la Alcaldía de Panamá, y otra, por un discurso del secretario académico de la Facultad de Bioquímica… Al fin, ya con el lazo académico en el cuello, le informaron que en el mes de diciembre, contra viento y marea, aparecería el ensayo. En la redacción le mostraron incluso el PdF . El primer día de diciembre Martín fue a comprar la revista, pero por más que repasó durante veinte minutos el índice y cada página, el ensayo no aparecía. Furioso, dispuesto a llegar adonde fuese, harto de que en la redacción de la revista el director se hiciera el sueco, se comunicó por enésima vez con el secretario de redacción, quien muy apenado, le dijo: “¿Pero no sabes? El director murió y el sustituto dijo que para este número sólo dejaría el material que le parecía importante.” Martín Díez cumplió todo el programa de actividades, pero perdió la promoción. –Hemos platicado entre nosotros y estamos seguros de que el director de la revista se murió sólo por no publicar tu ensayo –dijo uno de los amigos en la tertulia sabatina. –Por joder, Martín, se murió sólo por joder –puntualizaba otro. –¿De quién fue la culpa? –dijo otro contertulio. –De Martín, porque no lo citó. Si al menos lo hubiera puesto en la bibliografía… –terció el primero. Pero haciendo las cuentas de lo que dejaría de ganar el siguiente año, a Martín las pullas no le hacían gracia. –Ya les tocará alguna vez a ustedes, cabrones, ya les tocará… –mascullaba. Pero no lo oyeron, porque en ese momento ya estaban hablando mal de la coordinadora de un Centro que no ligaba dos frases seguidas y haciendo chistoretes de otro académico que se apropiaba para sus trabajos universitarios de párrafos enteros de las tesis de sus alumnos
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icente Velasco, joven estudiante de licenciatura de Historia del Arte, fue mandado por su maestro de Aproximación a la pintura a la muestra del famoso pintor abstracto español Juan Daniel Miralles para que la siguiente clase expusiera ante el grupo su experiencia. Vicente llegó al palacio de la Fundación Abstracta, pagó su entrada y de inmediato pasó a la primera sala. Se encontró cuadros con formas poligonales titulados: Cuadro 1, Cuadro 2, Cuadro 3, Cuadro 4, Cuadro 5… Trató de escribir algo en su cuadro de apuntes, pero sólo se le ocurrió escribir: Poligonales. Pasó a la siguiente sala donde se exponían cuadros de vastas dimensiones donde todo era blanco, salvo un circulito azul o amarillo o verde en una de las esquinas altas. Quiso asociar verbalmente con algo, pero sólo se le ocurrió poner: “Puntito en una esquina”. En las dos salas siguientes, la novedad de estilo era que sólo había rayas deformes, puntos gruesos e hilos a la deriva. El conjunto de cuadros tenía como título general Signos. “Sí, claro”, se dijo a sí mismo el estudiante. En la siguiente sala las formas coincidían plenamente con el título: Manchas. La última sala era enorme y representaba la última etapa del gran pintor abstracto: Anti pintura. En el rótulo de los títulos de los cuadros se ponía el signo de menos: Anti pintura -1, Anti pintura -2, Anti pintura -3… En un pequeño cuadro informativo se destacaba que en la anterior pintura de Miralles se mostraba la maestría del autor pero aquí se llegaba a la excelencia. “¡Ah!”, exclamó asombrado el estudiante. Al salir el joven Vicente Velasco de la exposición cruzó por la tienda. Se vendían, con la imagen de los cuadros, t-shirts, bolsas, gorras, llaveros, reproducciones de las pinturas en cubos de madera, y desde luego, libros y catálogos sobre el autor. Pasó de largo. Al otro día el maestro lo llamó a exponer. Vicente Velasco le entregó un cuaderno. El maestro sólo vio rayas, puntos, hilos, signos, manchas. “Pedí una crítica, no las imágenes de los cuadros.” –¿Y usted cree que puede escribirse algo coherente donde no hay una sola figura humana, un elemento de la naturaleza o al menos un objeto? –¿Ustedes qué opinan? –preguntó enfadado el maestro a los alumnos. Se hizo el silencio. –Voy a enseñarles cómo se hace una crítica. Tomó de la mesa un libro sobre Miralles, y a partir de las reproducciones detalló las extraordinarias cualidades de la obra. Habló de espacios, signos, materia, texturas, constructividad, vibraciones cromáticas, en fin, resumió la gran mirada moderna del pintor. –¿Quedó claro? –preguntó al final. Pero estuvo tan adentrado leyendo el texto que no se dio cuenta cuando los alumnos salieron
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Piero Manzoni, Artist’s Shit, 1961
camino con Un muchas puertas VOZ INTERROGADA
EL ENCUENTRO DE POETAS DEL MUNDO LATINO DE ESTE AÑO FUE DEDICADO AL POETA ARGENTINO.
entrevista con Jorge Boccanera
CRECIÓ EN LA PELUQUERÍA DE SU ABUELO. DESCUBRIÓ EL MUNDO A TRAVÉS DE LAS HISTORIETAS.
José Ángel Leyva
lo percibiste en México y en Costa Rica, donde viviste durante años? –En mi infancia, más que los libros, me influenciaron las revistas de historietas y las letras de tangos, disciplinas discriminadas como subgéneros pero que contribuyeron a mi formación. La paradoja es que uno de los guionistas de esas historietas era Héctor Oesterheld, uno de los mejores escritores argentinos, y que uno de esos “letristas” de canciones era Homero Manzi, uno de los grandes poetas de mi país. Es así que me enriquecieron. Es una realidad que en Argentina hay nombres de grandes poetas dedicados a la cancionística –Yupanqui, Discépolo, Dávalos, Castilla, entre muchos– integrados ya a las antologías de poesía. Por otro lado, hay canciones con textos de Borges e incluso de poetas más cercanos en el tiempo, como Mario Trejo. Así que hay toda una tradición. Lo que no se ha dado del mismo modo en otras latitudes del continente, por supuesto Violeta Parra en Chile, algunos textos de Renato Leduc y en las últimas décadas poetas trovadores como Mauricio Redolés de Chile y la ecuatoriana Margarita Laso.
Jorge Boccanera nació en Puerto Ingeniero White, en Bahía Blanca, Argentina, en 1952. Creció en la peluquería de su abuelo descubriendo el mundo a través de las historietas, los afeites, el talco en los espejos de su fantasía, entre música de tango y el arribo de marineros que traían consigo sed de placeres y pendencias, de anclajes temporales en la memoria de la noche. Fue un opositor de los regímenes militares en su país y un exiliado en México. Es uno de los poetas emblemáticos de Argentina y una voz presente en la lírica de América Latina. El pasado Encuentro de Poetas del Mundo Latino, octubre 2016, ha sido dedicado a él y a la mexicana Coral Bracho.
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l exilio tiene algo que ver con esa panhispanoamericanidad, con esa visión más cercana a como la vieron escritores como Juan Gelman o Julio Cortázar, por citar dos ejemplos? –En México me formé al contacto con su gente y con las comunidades de exiliados: chilenos, uruguayos, nicaragüenses, salvadoreños, guatemaltecos, etcétera. Vale decir que México me latinoamericanizó. Amplió mi interés por nuestras culturas, nuestros pueblos, su inventiva, su lucha continua por la dignidad. En esa línea se han movido intelectuales argentinos como Gregorio Selser, Pedro Orgambide y Stella Calloni, entre otros. –En tu obra hay una referencia recurrente al nomadismo (Nómada es también el nombre de la revista que dirigiste), a la errancia, pero tu poesía es fiel, como tú, a ciertas visiones de la realidad, de los orígenes, del discurso que se exige a sí mismo un grado de claridad que comunique y toque al lector. ¿En qué sentidos pues esa errancia, ese nomadismo, esa vocación de mudanza? –El que nace en un puerto tiene el tema del viaje instalado, más si ese puerto encierra historias de exploradores. El lugar donde nací, Ingeniero White, registra el paso de muchos aventureros, pero además poetas
Foto: NOTIMEX/ ESPECIAL/ COR/ ACE
como el italiano Dino Campana, científicos como Darwin, piratas como Sir Francis Drake. Creo que el viaje es un camino con muchas puertas: la búsqueda de sí mismo, el descubrir, el imaginar, el azar de ir a tientas, pero también la capacidad, el dejarse formar por lo diferente, la incorporación de lo nuevo, la fascinación por el recorrido, la apertura a nuevos interrogantes. La infancia en un puerto de inmigrantes, como el lugar donde yo nací al sur de Buenos Aires, frente al Atlántico, cruzado por un viento severo y por el sonido de las lenguas diferentes de marineros, pescadores y forasteros en general, creo que impone un misterio: el de la vida, y el de un sentido de la vida que en forma continua asoma y se vuelve a ocultar, se vislumbra y se desdibuja. Los álbumes de figuritas (cromos, estampas), las revistas de historietas y los relatos orales, alimentan la imaginación, los juegos, el deseo de aventura; y quizá de todo ese amasijo de enigmas nacieron las primeras anotaciones, primero acompañando mis dibujos, después con autonomía, y por fin encauzados en la música de la poesía que empezaba a leer y a imitar. –Has escrito poemas o canciones que están recogidos en libros tuyos. En México esa relación de los poetas con la canción se perdió, incluso se desprecia. ¿Cómo vives tú ese vínculo en Argentina y cómo
–¿Qué significa para ti un poeta como Ramón López Velarde, además del premio que te otorgaron hace unos años en Zacatecas? –Es un autor de libros clave para nuestra poesía, como Zozobra y El son del corazón; un autor tensionado entre los coletazos del modernismo y las imágenes osadas de las vanguardias. Y cerca del poeta argentino Baldomero Fernández Moreno, en esa línea que los críticos denominaron “mundonovismo”. Hay en López Velarde una interioridad pulida en la confidencia, trabajada con herramientas de filo susurrado; ese lenguaje que elude los tonos altisonantes para detenerse en los pliegues de lo cotidiano. Un poeta que además trata el erotismo desde una sensorialidad apenas perceptible y con imágenes a ratos inesperadas, como cuando dice en el poema “Hormigas”: “Déjalas caminar camino de tu boca.” Una imagen que me remite a Buñuel. Creo que muchos nos enamoramos de su prima Águeda, de pómulos rotundos y ojos verdes. –¿Adviertes algunas afinidades con la poesía escrita en México en tu propia obra o en tu búsqueda? –Uno encuentra vecindades en muchos lugares, similares temperaturas, fraseos, modos de ver el mundo, de nombrarlo. Quizá eso lo pueda detectar más en detalle algún crítico en las marcas de una generación, ya que en gente de una misma promoción resuenan elementos afines y de época. En mi caso, me cuesta verlo tratándose de mi propia escritura, pero sí hay versos de poetas mexicanos que me hubiera gustado escribir
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Antonio Valle
Farabe 50 años de la
DE ACUERDO CON SUS PROPIAS PALABRAS, SALVADOR ELIZONDO ESCRIBÍA “POR RESENTIMIENTO Y CURIOSIDAD”. AL ESCRITOR, TRADUCTOR Y CRÍTICO LITERARIO LE HUBIERA GUSTADO QUE VIERAN SU OBRA COMO “UNA CINTA MENTAL LABERÍNTICA”.
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A los fotógrafos MacManus
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arabeuf es una novela que ha sido objeto de múltiples exégesis. CuriosaCuriosa mente algunos de los métodos menos empleados ha sido el del psicoanálisis; digo curiosamente porque los temas que aborda el insólito texto pueden ubicarse no sólo como una parte de la historia universal de la infamia, sino dentro del campo semántico de las pulsiones eróticas, más allá del principio del placer y del malestar de la cultura, así como de diversos síntomas y patologías, especialmente aquellos ligados a las perversiones. Por supuesto, dicho enfoque no se hace en menoscabo de los descubrimientos estructurales y de las aportaciones literarias de esta obra señera que ha cumplido cincuenta años; aportaciones lingüísticas, poéticas y narrativas que, desde mediados de la década de los sesenta y hasta la fecha, no han dejado de asombrarnos.
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arabeuf aparece en un contexto que, en términos generales, podría definirse –utilizando el mismo concepto que emplearon los artistas plásticos de la época– como una parte sustancial de “la ruptura”. Elizondo apunta hacia este hecho cuando comenta la obra de sus pintores predilectos. Entre otros, destacaba la obra de Francisco Corzas con su serie de trashumantes; la surrealista, criminal y muralista Sofía Basi y Gironella, de quien Elizondo dice: “Ha pintado un espejo que nos devora y nos hace vivir dentro de él.” Elizondo forma parte de una generación de grandes escritores mexicanos como Carlos Monsiváis, Juan García Ponce y Juan Vicente Melo. La vida sensible e intelectual de Elizondo, además de experimentar y de nutrirse en las artes plásticas, estuvo íntimamente vinculada a la industria cinematográfica. De hecho, le gustaba explicar que la técnica que empleó para escribir y estructurar Farabeuf la recuperó de la técnica del montaje cinematográfico descubierta por Sergei Eisenstein. En ese sentido, significa un reto tratar de “desmontar” o, empleando un concepto de Derrida más cercano al estilo y a las preocupaciones intelectuales de Elizondo, “desconstruir” el proceso “narrativo” de Farabeuf para intentar comprenderlo. Es evidente que los principales temas desarrollados en Farabeuf tienen que ver directamente con las pulsiones de vida y muerte, así como con algunos elementos y símbolos ampliamente abordados por el psicoanálisis, temas como el estadio del
espejo, el narcisismo y sus heridas, así como la trama de las perversiones sexuales “clásicas”, como voyerismo, sadismo, masoquismo, etcétera.
III
A
ños después de que Farabeuf fuera publicada, el mismo Elizondo decía que esta “crónica de un instante” había estado rodeada de una especie de sensacionalismo, efecto publicitario y literario que sobre todo provenía de la inclusión de la famosa fotografía que descubrió en el libro Las lágrimas de Eros, de George Bataille. Como se sabe, esta fotografía es la de un(a) supliciado(a), tomada justo antes de su muerte. En esa instantánea se ve a un hombre, aunque hay quien afirma que el magnicida es una mujer. En todo caso, se aprecia un ser con los pechos cercenados, cuyo rostro andrógino, por el grado de dolor y el consecuente mecanismo para trascender el mismo, ha alcanzado una expresión en éxtasis, muy a tono con las reflexiones sensuales de Bataille. Por otra parte es relevante mencionar que, en su autobiografía, Elizondo casi no menciona a su madre; lo que sí se sabe es que, mientras vivía en Berlín, uno de sus primeros recuerdos infantiles es el de una nana alemana que, además de desnudarse frente a él, tenía una fuerte inclinación por los nacionalsocialistas. Evidentemente, en la figura de la madre, que a lo largo de sus textos brilla por ausencia, se encuentra una de las claves para entender una de las novelas más enigmáticas en la historia de la literatura mexicana.
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H
ace treinta años, Fernando Cortés me invitó a tomar un curso de fotografía que impartía su padre, el profesor MacManus, en un viejo estudio que tenía en el Centro Histórico de Ciudad de México. Ahí experimentábamos con una serie de técnicas y conceptos en torno a la fotografía en los que hoy me apoyaré, tratando de analizar el concepto “crónica de un instante” en Farabeuf. Si como el mismo Elizondo dice que intentaba crear algo que pudiera acercarse a este oxímoron, no existe medio expresivo más eficaz, y tal vez único, que una fotografía, un arte que, como llanamente lo dice su etimología, es una forma “instantánea” de “escritura de luz”, especialmente si pensamos en la fotografía que se llevaba a cabo cuando había que trabajar con cámaras fotográficas que operaban mediante dispositivos de obturación que regulaban el paso de la luz a través de un diafragma que a su vez regulaba la dimensión de su obertura, proceso que tenía que ver con el tiempo de exposición y de la sensibilidad de la película en la que se registraban las imágenes que serían resguardadas en una cámara oscura herméticamente sellada, para, finalmente, imprimir las fotografías sobre papel en un cuarto oscuro débilmente iluminado por algunas luces rojas que recordaban a los antros o a algo que remotamente podría parecerse a la sensación de una tem-
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uena parte de sus críticos ha señalado que la mayoría de sus influencias proviene de escritores malditos; algunos no dudan en decir que Farabeuf es una historia satánica, ya que Elizondo ha ido al encuentro de las cosas más oscuras de la condición humana. Sin embargo, en la mayoría de esas obras (hablemos de Arthur Rimbaud, por ejemplo) se reconoce una búsqueda espiritual, como si el poeta estuviera intentando sanar de alguna enfermedad del alma. Mucho se ha dicho de las obsesiones que escritores como Poe, Baudelaire, Lautreamont, el Marqués de Sade, Antonin Artaud, Jean Genet o, más recientemente, Charles Bukowski expresaron, a través de un estilo “maldito”, la búsqueda de algún tipo de alivio para sus melancólicos espíritus. De alguna forma, la historia literaria de los malditos en el fondo es una historia alternativa de la espiritualidad occidental, una búsqueda de liberación personal que, al publicarse, cumple con efectos muy importantes de liberación psíquica y social.
El original cuyo nombre fue La quimera, expuesto en Farabeuf: 50 años de un instante, Palacio de Bellas Artes. Foto: Cristina Rodríguez/ La Jornada
Elizondo varias veces indicó que le hubiera gustado que sus lectores potenciales percibieran Farabeuf tal y como él lo percibía, en esa especie de cinta mental laberíntica por la que pasaba “su película”.
euf
de salvador elizondo
novela del escándalo Foto: Paulina Lavista Las primeras versiones mecanografiadas, elaboradas manualmente por Salvador Elizondo. Colección particular
porada en el infierno. Parte del ambiente de un cuarto oscuro de fotografía fue “revelado” en el relato “Las babas del diablo”, de Julio Cortázar, que apareció en el libro Las armas secretas, relato que a su vez fue adaptado para el cine con el título de Blow-Up, dirigida por Michelangelo Antonioni. Valga esta breve explicación de los procedimientos casi poéticos del arte fotográfico previo a la explosión de los pixeles y del uso de Photoshop, para aproximarnos a ciertas imágenes que permanecen veladas en el inconsciente, imágenes altamente significativas que de pronto, al revelarse, como le sucede a Elizondo en Farabeuf, cobran un sentido de extravío y angustia inenarrable. Es importante mencionar que Elizondo varias veces indicó que le hubiera gustado que sus lectores potenciales percibieran Farabeuf tal y como él lo percibía, en esa especie de cinta mental laberíntica por la que pasaba “su película”. Es decir, le hubiera gustado conocer a alguien que fuera capaz de percibir y de sentir lo mismo que él experimentaba (gozaba y/o sufría) al “verla” –leerla. Evidentemente decía esto desde una especie de herida narcisista “cicatrizada” que difícilmente podía abrirse y “manar” en un diálogo con el “otro”; es decir, para interactuar con un receptor que tuviera algo distinto que comentar. Elizondo parecía buscar algo o a alguien que fuera capaz de escuchar sin interrupciones ni interpretaciones de ninguna especie esa historia donde “no ocurría nada”. Sin embargo, me parece, una escucha atenta a eso, a todo lo que no quería o no podía decir (que suele ser lo indecible en todo proceso de revelación de lo inconsciente); eso, intuyo, es la tentativa que buscaba revelarnos Salvador en las numerosa entrevistas que concedió para hablar de Farabeuf.
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ace unas horas Luis Tovar me recordó la imagen de la oreja que aparece tirada en un jardín al principio de la película Terciopelo azul, de David Lynch. Esa oreja mutilada y cubierta por un hervidero de hormigas es el símbolo que movilizará todo aquello que ha permanecido inaudible, símbolo de todo aquello que no se escucha y que, sin embargo, visualmente escandaliza. Un poco de esto es lo que sucede con el
supliciado de Bataille; supliciado, magnicida y víctima es el mismo personaje que Elizondo “presenta” como detonador y también es el mismo que menciona Julio Cortázar, aunque sólo como alusión ominosa, en Rayuela. Indudablemente la obra de Georges Bataille provocó gran inquietud entre los escritores e intelectuales de los años sesenta, década en la que algunos de esos narradores se propusieron revolucionar el concepto de las historias noveladas. La misma Rayuela, pero sobre todo 62 Modelo para armar, son un buen ejemplo de lo que se propusieron algunos de los más audaces escritores latinoamericanos. En ese sentido, la idea de “montaje” cinematográfico utilizado por Elizondo presupone una participación muy activa por parte de sus lectores-espectadores (ideal que Elizondo hubiera deseado para que hicieran contacto visual y no mediante una interpretación intelectual del doctor Farabeuf ) que les permitiera “crear” las imágenes necesarias para cubrir los vacíos de tiempo y de lugar o elipsis, mecanismo de la imaginación que por cierto no sólo precisaba Farabeuf sino El acorazado Potemkin, de Eiseinstein, 2001 Odisea del espacio, de Kubrick y, de manera más compleja, la mencionada Terciopelo azul y Mulholland Drive, de Lynch. Lo mismo sucede con obras como Esperando a Godot, de Beckett, o Reunión de personajes, de Elena Garro. El verdadero problema para entender Farabeuf es que contamos con un solo fotograma de la cinta, no tenemos ni un antes ni un después de ese terrible instante detenido. Eso sí, Elizondo nos ofrece algunas pistas, como el signo seis del i Ching, una inquietante pintura del renacimiento veneciano llamada Amor sagrado y amor profano, de Tiziano, y un nauseabundo manual de cirugía de un doctor, entre unos cuantas pistas más. Con esos datos y la prosa poética de Elizondo, cada uno de sus lectores “armará” su modelo personal de Farabeuf. Por fortuna, además de esa “película” por la que “corre” Farabeuf, también “corren” por nuestra mente pistas paralelas que nos permiten tener vislumbres de esa novela literalmente iconográfica. Tomemos por ejemplo el símbolo de la cifra seis del i Ching, que Elizondo presenta como una reproducción del supliciado chino. Se trata, ni más ni menos, que del asesino del padre. Elizondo, además de despistarnos sistemáticamente durante la “crónica de ese instante”, hacia el final introduce una gran sospecha diciendo: “Mire usted esa fotografía con gran cuidado: ¿no reconoce usted a Melaine Dessaignes?” lo cual significa que el magnicida torturado puede ser una mujer. Jean Che-
valier y Alain Gheerbrant dicen que la cifra seis “marca la oposición entre la criatura y el creador”, que el seis es el número de los antagonismos, de la perfección en potencia, perfección que sin embargo hace del seis el número de la prueba entre el bien y el mal, y que en el Apocalipsis el seis es el número del nombre físico sin su elemento salvador, sin ese elemento redentor que en el poema-prólogo del i Ching de Jorge Luis Borges es reconocido con facilidad cuando dice: “Pero en algún recodo de tu encierro/ Puede haber una luz, una hendidura/ El camino es fatal como la flecha/ Pero en las grietas está Dios, que acecha.”
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lguna vez Elizondo afirmó que escribía por resentimiento y por curiosidad, que su necesidad de comunicarse con los demás no era para él algo imperativo sino aleatorio: “Yo quisiera poder dialogar esclarecidamente conmigo mismo, mucho más que con los demás.” En Farabeuf dice: “Tratarías de reconocer en el brillo de aquella cuchilla afiladísima los reflejos que produce el sol sobre el lente de la cámara”; sin duda se trata de una imagen simbólica de castración y voyerismo. Es interesante señalar que al psicoanálisis “le corresponde el mérito de una descripción específica de la perversión, articulada en su forma definitiva por Freud en 1927, a propósito de un caso de fetichismo”. En esa descripción “se confirma el primado del falo y el establecimiento de un objeto sustitutivo, metonímico en relación con la castración simbólica… elementos (que) se desarrollan en la experiencia primordial del niño durante su encuentro con la cuestión del sexo, que aparecen bajo una luz radicalmente traumática.” “No recuerdo nada. Es preciso que no me lo exijas. Me es imposible recordar.” Esta línea nos habla de la imperiosa necesidad que Farabeuf y sus dobles antagonistas-protagonistas tienen: necesidad de olvidar –velando–; de la imposibilidad de recordar –revelando–; necesidad que acaso siga expresándose en las múltiples proyecciones e interpretaciones que esa iconoclasta crónica de un instante continúa generando en sus nuevos espectadores-lectores. Al pintor, poeta, cineasta y narrador excelso Salvador Elizondo, maestro de la autobiografía y de la autoficción, le debemos un trabajo de experimentación aforística con un lenguaje donde sus imágenes, como en el espejo de Gironella, se conviertan “en nada”, acaso “en la imagen” (esto lamentablemente cierto desde un punto de vista simbólico de la ley del padre y su caída; y en ese sentido, lamentablemente cierto desde lo moral y lo político) “de lo que verdaderamente somos”
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LEER Los árabes y el Holocausto. La guerra de narrativas árabe-israelí, Achcar, Gilbert, Universidad Veracruzana, México, 2016.
UNA OFENSIVA QUE SE LIBRA SOBRE PAPEL OLLIN VELASCO
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as guerras no precisan de escenarios exclusivos; lo mismo ocurren cuerpo a cuerpo en cruentos campos de batalla, que sobre pliegos de papel. Si algo ha quedado claro a lo largo de la historia es que para que haya una conflagración no se necesita mucho. Basta con la existencia de ideas en discordia y la disposición para hacerlas explotar. El conflicto árabe-israelí ha sido uno de los más encarnizados, no sólo del siglo xx sino de toda la historia de la humanidad. En él convergen por igual intereses geopolíticos y actitudes xenofóbicas, que raíces históricas, culturales y religiosas hondas y difíciles de tocar. En Los árabes y el Holocausto, el académico y escritor libanés Gilbert Achcar se interna en la naturaleza más profunda de esta disputa, e intenta verla desde los zapatos de cada uno de los bandos; va hasta los últimos antecedentes lingüísticos de sus apelativos y luego se aleja e intenta abarcarla de forma global, con una neutralidad que busca expresamente. Este libro, editado por la Universidad Veracruzana y traducido por Marianela Santoveña, proporciona una cartografía ideológica del mundo árabe. En una primera parte, que ocupa más de la mitad de los folios, analiza la “Shoá”, entendida como la “catástrofe” o aniquilación sistemática de los judíos europeos por la Alemania nazi. El autor pone especial atención en dicha época, debido a que esos años constituyen el objeto principal de la controversia histórica que se libra en la batalla de narrativas, a la que se hace referencia desde la elocuente ilustración de la portada. He ahí una de las principales enseñanzas del también profesor en Estudios del Desarrollo en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos: el filtro desde el que cada actor cuenta la historia define gran parte de la historia misma. Para Achcar, el inicio de la ofensiva sobre papel radica en el afán de tener el monopolio de la verdad. La segunda parte de Los árabes y el Holocausto está dedicada a los tiempos de la “Nakbá”, o el éxodo palestino tras la creación del Estado de Israel, en mayo de 1948. De ese lado de la frontera temática, se analizan las actitudes árabes frente a los judíos y el Holocausto, hasta la actualidad. Este apartado se centra en la ocupación israelí de Palestina y hace un señalamiento especial respecto de la imagen deformada sionista de todos los árabes como antisemitas y cómplices de los crímenes por parte del régimen nazi. Achcar desmitifica los discursos en pugna, abre el micrófono a testimonios y condena los pronunciamientos reduccionistas del Holocausto.
18 de diciembre de 2016 • Número 1137 • Jornada Semanal
El tema ha llenado de tinta y sangre millones de cuartillas, a lo largo de décadas; no obstante, en este volumen bastan poco más de 420 páginas para entrever que lo más probable es que la oposición entre palestinos e israelíes permanezca irreductible, ya que está dictada no por las circunstancias, sino por diferencias culturales. En una acertada comparación, el autor hace referencia a Jano, el dios romano de dos caras que ve al mismo tiempo hacia el pasado y el futuro. El simbolismo está claro: no es posible vislumbrar un futuro pacífico hasta que se hayan hecho cuentas con el pasado y asimilado sus lecciones. Pero para que den frutos los esfuerzos de quienes intentan promover la comprensión cultural entre judíos y árabes, la violencia debe terminar. Los romanos dejaban abiertas las puertas del templo de Jano en tiempos de guerra. De acuerdo con Achcar, “en Medio Oriente esas puertas han estado abiertas por más de sesenta años, y es urgente que se cierren finalmente, para siempre” •
De lo poco de vida, Marco Antonio Campos, Visor, España, 2016.
LA VIDA COMO FUGA O AVENTURA JUAN CARLOS ABRIL
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arco Antonio Campos (Ciudad de México, 1949) es un poeta conocido y reconocido en lengua española. En España ha editado, siempre en la editorial Visor, los poemarios Viernes en Jerusalén (2005, V Premio Casa de América de Poesía Americana), y Dime dónde, en qué país (2010, xxxi Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla). De lo poco de vida es su última entrega, y los lectores tenemos la suerte de asistir a una voz madura que, sin renunciar al canto elegiaco, celebra lo que –nos– queda de vida con mirada vitalista, pues aun siendo bastante poco, se vive a ritmo trepidante. Siempre es poco, ciertamente, pero al menos queda la sensación de haberla vivido a tope. Nada de vida libresca, como el mismo autor asegura: «[…] –porque/ sólo aquello que se vive, sin mira ni propósito literario/ (Cesare Pavese dixit), puede convertirse en un poema–.» («Libros»). De lo poco de vida posee dos ejes bien definidos que convergen en una sola idea, el nomadismo. Por un lado se halla nuestra propia existencia concebida como nomadismo, vida peregrina y rápida, implícita en el título; y por otro se trata del vagar del poeta por ciudades y países de todo el mundo. Nomadismo que implica no sentirse de ningún sitio pero ser de todos los lugares al mismo tiempo, no man’s land como tópico redimensionado desde una mexicanidad que aparece como motor que espolea el recuerdo, la amistad, el amor y tantas situaciones emotivas por las que
circula la vida que, no obstante, no se puede apresar, destinada siempre a evadirse, a no permanecer. No en vano su poesía reunida–editada en México en la prestigiosa editorial El Tucán de Virginia en 2007– se titula El forastero en la tierra (1970-2004). Pero una verdad asoma a pesar de nuestra eventualidad, una verdad acaso nómada, recordando el libro de Guattari y Negri: la poesía como testimonio, como conciencia cívica y lírica de nuestro paso. El poema «Aquellas cartas» podría ser un claro ejemplo de ese deambular por el mundo, en este caso Europa a finales del año ‘72, cuando el poeta, en un viaje iniciático en tren, se escribía cartas entre una estación y otra con su amada de diecinueve años allá en Ciudad de México. Sin embargo, el final estremecedor del texto anticipa ese «poco de vida» que nos queda, ese otro final de nuestra vida que siempre nos queda cuando vivimos aceleradamente, y todo nos sabe a poco. Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus, huye inexorablemente el tiempo y «[…] parece/ que aún oigo la canción del mirlo a la hora del degüello.» «De lo poco de vida», la composición homónima del libro, en homenaje a Bécquer, del que toma el título por la Rima «LI», también puede ser un magnífico ejemplo de este ir y venir de una voz que escribe desde el pasado, que se replantea «[…] ¿dónde poner las palabras que eran tuyas/ y decían al repetírtelas lo bello y lo bueno que me eras?», pero que viene hacia el presente hecha literatura, impresa en la palabra que permanece, igual que el romanticismo decimonónico, redefinido en estos tiempos donde nada es lo que parece. Porque “El después no existe”, la conciencia trágica de no poder apresar nada, ni el pensamiento, y el único argumento que nos queda es el ahora. “No hace mucho comprendí –le digo a Carmen–/ que la vejez es la muerte a media muerte./ Me atristo ante lo mucho o/ lo poco que viví, sin saber cómo fue/ ese mucho o poco. […]» («¿Dije esto?»). A veces, por tanto, ese «poco» de vida se puede pensar como un valor de intensidad, otras como un cambio de extensión, pero siempre desde una perspectiva optimista. Porque no hay una sola manera de concebir lo vivido, al margen de frivolidades, más allá de lo inasible de la cotidianidad y la rutina, de ese «reloj de Plaza Mayor que suena a la hora en que no vine», pues siempre pensamos que nuestro tiempo se ha ido, y que incluso tratando de acaparar todas las oportunidades posibles, también se va. Conciencia trágica del tránsito hacia la identidad nómada, como en el poema final en prosa, «Lápida en el aire», aunando el impulso erotanático que nos guía y que se sabe al mismo tiempo punto de fuga: «me sentí un forastero dondequiera, y para vivir, para simular que vivía, más pronto que tarde emprendí la aventura o fuga». Identidad hecha verdad que, aunque mute o no podamos consignarla, guarda una razón escrita en algún sitio, puede que en el aire. «Pudo ser del aire. Pudo ser el aire.» Leer a Marco Antonio Campos nos emociona, y su elegía nos arranca un puñado de verdades, sutilmente tamizada, porque ya se sabe que los suspiros son aire y van al aire •
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LEER
Jornada Semanal • Número 1137 • 18 de diciembre de 2016
En un mundo de abdicaciones, Victoria Guerero Peirano, Fondo de Cultura Económica, Perú-México, 2016.
LA POÉTICA DEL BURRO ROJO MAYRA INZUNZA
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ste año, el f c e nos da la oportunidad de ampliar nuestro panorama de la poesía escrita por mujeres pues, habiendo ya publicado plumas revolucionarias, románticas como serían Magda Portal y Blanca Varela, ahora sale del tintero feminista peruano Victoria Guerrero Peirano justo con un poemario donde se abdica de los cánones establecidos, institucionales, de género. Poética del cuerpo como resistencia, última barricada revolucionaria que no se permitirá ser capturada, aquí se compara la desnudez de una mujer frente a un hombre con la ya experimentada ante el ginecólogo. Y es que, desde el inicio, abundan dialogismos, intertextos, empezando por las poetas rusas Ajmátova y Tsvietáieva, pasando por Dostoievsky. La voz poética se casa con la poesía; su amante es su gato, quien le acompaña en este periplo por la Morgenrot (aurora) hasta encontrar la casa roja: verdadero leit motiv donde se da un interesante vuelco de la oscuridad al fulgor y loros ladrones que roban la palabra… Como se trata de aprender a hablar o vivir, se sobrevive dialogando: “…Somos pobres, no tenemos nada, solo nuestros libros […]/ Para ser escritor hay que vivir en la pobreza/ No la pobreza miserable de los que nacieron en ella/ Sino la frugalidad en honor de aquellos que lo dieron todo”. Se trata de un poemario con una recopilación de escritos publicados e inéditos, donde una voz poética, como el “Grafógrafo” de Elizondo, dice ‘Escribo/Escribo/Escribo’ —¿Stein?— Y escribe para Dickinson, Martín Adán, Allen Gingsberg; apela a “Coco” Bedoya al insertar su serigrafía y, más aún, rompe con las complacientes formas establecidas. Siendo la autora misma también narradora, cuestiona la narrativas y el privilegio de la masculinidad, que se juzgue con más dureza las voces de autoras mujeres, lo cual queda cuantimás explícito en el inquietante inserto de la página 60, que nos recuerda el surrealismo, pero aquí Zurita y Sylvia–por citar sólo dos de sus ofrendas– aparecen con la fuerza crítica de Buttler o Cisoux. La anticomplacencia es el hilo conductor, la resistencia ante un mundo hostil, donde (parafraseo) la poesía de las mujeres es ridícula hasta el hartazgo, y, por ende, “¿A quién le importa la escritura de una mujer?”. Bien, pues habría que responder con la mancha tipográfica desde la página 75, cuyo contenido no se queda atrás: lúdi-
co que –ojo– con gran maestría a momentos logra tornar tragedia en melodrama (vg. “Victorialand”: "baile cumbiambero delante de tus muertos"), para cerrar con un Poe hambriento es quien parece ronronear Never more o destellar luciérnagas entre el lodo, gusanos intermitentes fulgor perdido (Pasolini, Didi-Huberman). Es la tensión que existe entre contemplación e introspección: reflexión sobre la fantasmagoría a lo Zurita, poesía valiosa, de entreveros con Bataille, que oculta en palimpsestos al demonio rojo. Vale la lucha •
Los últimos hijos, Antonio Ramos Revilla, Almadía, México, 2015.
CON FURIA, SAÑA Y SANGRE... ORLANDO ORTIZ
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esde la primera línea de la novela queda uno atrapado. El autor conoce perfectamente cómo armar una buena intriga. Leemos: “La única habitación que los ladrones respetaron a medias fue la del bebé.” Este enunciado, aparentemente sencillo, encierra un amplio abanico de posibilidades, que se multiplican a medida que avanzamos en la lectura. Si la pareja no trae al bebé, y tampoco su cadáver está a la vista, ¿lo secuestraron los maleantes? Ni una cosa ni la otra. Esta es una de la líneas dramáticas que campean a lo largo del libro, mas no como “misterio”, sino como inquietud y problema que acerca y separa, de alguna manera, a los jóvenes protagonistas. El bebé podría ser importante pero también podría no serlo; existe pero no está vivo; sin embargo su relevancia es tal que lleva al joven a una situación extrema. Interviene la policía, un detective, los vecinos de la privada que incluso llegan a mostrarse hostiles cuando la pareja, asqueada y temerosa por lo ocurrido, saca de su vivienda todos los muebles. El miedo se agudiza cuando los ladrones regresan y dejan, muy a la mano de las víctimas, un cd en el que grabaron el atraco y quiénes participaron en él. La urdimbre de la trama, más que complicarse, gana en complejidad, mas no por los hechos en sí sino por el carácter de los personajes, en especial las contradicciones del protagonista. También se amplía el espacio, llevando al joven matrimonio a parajes que se salen de los trillados espacios del relato contemporáneo, urbanizado casi en su totalidad. Es en esos pasajes en los que la prosa de Ramos Revilla alcanza alturas insospechadas y de una
eficacia narrativa sorprendente. También presenta personajes vivos, y situaciones del campo mexicano contemporáneo que ya de ninguna manera es el de Rulfo o Rojas González, aunque la miseria, el precarismo y la muerte asomen todavía las orejas por todos los rincones. El bebé del inicio, ya se dijo, no existe porque es un muñeco mecánico, una especie de placebo para las parejas incapaces de procrear o que no desean vivir los contratiempos de tener un hijo “de a deveras”. Y la situación ha llegado a tal extremo que no pasará mucho tiempo para que “los últimos hijos, los hijos de vinilo y caucho (...) los últimos hijos del hombre serán sobre pedido...” reflexiona Alberto cuando la bebé que sí existe está muy grave. En una de las libretas habitadas por mis ideas, bocetos, palabras, semillas de historias, y en las que no faltan, igualmente, algo que atrapé en alguna lectura, notas que seguramente se quedarán en eso —porque jamás llegarán a cristalizar como páginas, por motivos etarios—, encontré estas líneas que de cierto ignoro de quién son, pero estoy cierto de que no me pertenecen: haz a un lado el estilo, las palabras rimbombantes, la capacidad para describir, el rigor en la expresión, las técnicas narrativas, la verosimilitud en los diálogos y la estructura original, pues todo eso es nada si le falta vitalidad a tu historia, vida que solamente la dan personajes de dimensiones humanas. El hallazgo coincidió con la lectura de Los últimos hijos, novela de Antonio Ramos Revilla en la que se hace evidente que este joven regiomontano ha alcanzado la madurez en el oficio •
In memoriam Betsy Pecanins (1953-2016) Militante de la felicidad, bluesera, cantante y compositora
In memoriam Guillermo Samperio (1953-2016)
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En nuestro próximo número
TEPITO: historia, resistencia cultural y dignidad Fabrizio Lorusso
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ARTE Y PENSAMIENTO ........
18 de diciembre de 2016 • Número 1137 • Jornada Semanal
Francisco Torres Córdova
Ricardo Venegas ricardovenegas_2000@yahoo.com
Felipe Garrido MENTIRAS TRANSPARENTES A veces Como a veces sucede, la tía Ernestina llega a las ocho en punto, sin avisar. Todos nos levantamos de la mesa y corremos a saludarla y hay ese revuelo que su aparición provoca siempre porque hace falta traer otra silla y hacerle lugar y ponerle platos y cubiertos y mamá saca copas de fiesta y papá abre una botella de vino y todos hablamos al mismo tiempo y la tía Tina nos besa y nos alborota las greñas, como ella dice, y nos pregunta qué hemos hecho y le decimos que nos gusta bañarnos en la tina y ella se ríe como si fuera esa la primera vez que lo oyera. Ernestina es muy hermosa y por ella no pasa el tiempo. Nos alegra la vida hasta que tiene que irse, porque despedirla nos pone tristes. La tía se va y no le da miedo salir a la calle, por tarde que sea, y cuando nos deja, mamá, como siempre vuelve a llorar y papá le dice que no se preocupe, que pronto volverá y que ya nada malo puede pasarle, pues hace tiempo, cada vez más tiempo, que falleció •
Ricardo Yáñez DE PASO
Guillermo In memoriam Difícilmente, aun cuando trabajábamos en las mismas oficinas, cruzamos palabra. O quizá, pero no tête à tête, sino en alguna tertulia. La única vez que lo hicimos, en un vacío Covadonga, me contó un delirio: iba en un camión y descubrió que los pasajeros todos eran de piedra gris. Pasado el tiempo, colegí que nada más me había contado un cuento teñido de Magritte, mas no deja de ser verdad que me hizo habitarlo. “Ella habitaba un cuento” es uno de los suyos. Lo leyó hará treinta años, poco más, en el Alcázar de Chapultepec. Cuento pulcro que pulcramente leyó.“Este hombre habita un cuento, al menos mientras lee el que ahora está leyendo”, me hizo decir. Un día me lo encontré delgado –lo conocí rollizo–, elegante, una media sonrisa, sugerida, flotando en la claridad de la tarde (¿traía bastón, ¿se me cruza su imagen con otra de Carlos Isla: verde la indumentaria de éste, café y marrón la de Guillermo?), como si saborease mi sorpresa. Así quedará, habitando ese cuento, en mi memoria •
bitácora bifronte
ftorrescordova@gmail.com
monólogos compartidos
21 poetas por la paz
Plegaria del desaparecido
“La paz es como un derecho a la vida y como un estado material y espiritual propio de una humanidad que rechaza la violencia y la guerra. La paz es algo que cada día se tiene que conseguir, porque no puede ser que vivamos en un mundo azotados por asesinatos. Por ello, se debe luchar por la paz y no desoír”, ha dicho el poeta catalán Joan Manresa a propósito del volumen 21 poetas por la paz (2016), editado por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco y Ediciones La Cuadrilla de la Langosta, antología cuya selección, prólogo y notas son autoría de la poeta Leticia Luna. Desde 2001 la Asamblea General de las Naciones Unidas acordó que el 21 de septiembre se celebre el Día Internacional de la Paz. Ya en 2016, de acuerdo con los objetivos de desarrollo sostenible como elementos constitutivos para la paz, los gobiernos que conforman este organismo deben trabajar para proteger el planeta, eliminar la pobreza y garantizar la prosperidad de sus ciudadanos. Lamentablemente la violencia, el ecocidio, la injusticia, las migraciones, el hambre y la guerra, son una constante en la sociedad mexicana actual y son temas que abordan los poetas en esta reunión de voces, como lo advierte Luna: “La poesía, que desde tiempos inmemoriales ha expresado altos ideales y también ha dejado constancia de los problemas del mundo, se suma a las acciones que han surgido por la paz. En México, la poesía alza la voz en contra de la gran cantidad de secuestros, muertos y desaparecidos (tan sólo el sexenio de Felipe Calderón y su lucha contra el narcotráfico dejó más de 121 mil muertes violentas).” La antología 21 poetas por la paz, presentada recientemente en Cuernavaca, reúne autores como Lety Elvir (Honduras), Jorge Boccanera (Argentina), Saúl Ibargoyen (Uruguay), Etnairis Ribera (Puerto Rico), Rodolfo Hinostroza (Perú), Raúl Zurita (Chile), Antonieta Villamil (Colombia), Xhevdet Bajraj (Kosovo), Mohsen Emadi (Irán), Gonçalo Salvado (Portugal), Joan Manresa (España) y Mark Lipman (Estados Unidos), también integra la prosa de poetas mexicanos como Hermann Bellinghausen, Javier Sicilia, Eduardo Vázquez Martín, Mardonio Carballo, Marco Antonio Campos, Francisco Magaña, Maricruz Patiño, Irma Pineda y Miguel Ángel Ruíz Magdonel. Encomiable actividad la del Grupo Cultura de Paz, promotor de esta edición, integrado por Ramón Bolívar, Eurídice Román de Dios, Mariana Bernárdez, Leticia Luna, Carlina Ríos Omaña y Mikeas Sánchez, para quienes “la paz es resultado de la sana convivencia entre los seres humanos”. Leticia Luna ilustra muy bien la intención del libro con su “Poema 43. Declaración de otoño”: “Nos tiraron al basurero como las ratas que son/ nos desollaron/ nos arrancaron la vida en la hez de la basura/ Ni con las lágrimas de mil ríos/ borrarán nuestra huella/ nuestra lucha de sueños visionarios/ Pero de entre los caídos nos alzaremos/ como un solo corazón/ los niños, jóvenes y mujeres y hombres de este país/ y danzaremos sobre las cenizas de los muertos” •
E
stoy a un costado del camino, ahí donde el polvo se acumula en mi contorno, o a la sombra erizada de esos matorrales, ceñido por las piedras de un pozo ciego en la planicie; en la sed de un arroyo en un desfiladero, al rojo de la luna en el desierto, en el rincón de una bodega que fue de granos o pienso de ganado o al fondo de aquel huerto envuelto en su humedad y sus aromas; en el baldío atrás de la parroquia o en el patio roto de esa casa sin número en la puerta, sin nombre su barrio o su colonia, sin letras el nombre de su calle. En cualquier lugar, en todas partes, atado a esta distancia que crece hacia adentro y se endurece, lejos de todo, al filo la nada. Y en ese vasto pliegue del espacio en que mis huesos se disuelven o destellan en la hierba, sé que no soy uno sino muchos o cualquiera, la muchacha en uniforme que no bajó del camión frente a su escuela, la criatura de dos años oculta en una manta rugosa y pestilente, el médico que atiende sudoroso bajo el frío metal de la amenaza, aquel niño que sería maestro, la mujer que dejó el hatillo de su vida en un vagón de carga. En esa multitud de rostros que se niega cada uno a diluirse a pesar de la indolencia del poder y sus pactos de torpeza y cobardía para hallarme, incesantemente soy hermano, hijo, padre, madre o compañero y nieta de alguien que no supo cómo y cuándo o por qué ya no volví de donde iba, que era el colegio, el mercado o la oficina, la tienda o la farmacia de la esquina, y no alcancé la puerta de mi casa que a nadie pertenece desde entonces, así la herrumbre de la duda que cunde en el silencio de mi ausencia y muerde el techo y las ventanas, enciende en las sábanas su insomnio, corroe la madera de los muebles y deshila la luz que era de la entrada. Me tomaron por asalto la presencia, le quitaron los zapatos, rasgaron sus ropas, dispersaron el peso y el aroma de sus miembros. Las hondas quebraduras en mis ojos y nudillos, el lodo que me estanca y el viento que mece a la intemperie mis costillas, me impiden el regreso pero no cancelan las rutas de mi encuentro; no soy mancha de ceniza en una roca o en el aire, no soy escombro ni minucia o cifra en un legajo amarillento. En alguna parte estoy que no es ninguna como dicen. Si todo tiene su tiempo, éste que me impone el extravío, su furioso abrazo por la espalda, no está en los días que me tocan, ni del lado de mi vida ni del lado de mi muerte. Que derribe entonces la distancia los muros que me cierran y me ponga al fin en evidencia; que suspendan su letargo los caminos y me vuelvan, y de nuevo pese mi cuerpo su persona en los talones; que vaya a donde iba con certeza y que regrese en paz a casa, dueña de sí misma con nosotros, con su número en la puerta y el nombre completo de su calle, digo, que si fuera en realidad un derecho incuestionable y vivo, una razón de Estado si lo hubiera, no sería como es en mi boca sin saliva la grave resonancia de un rezo sin patrono, altar o veladora, una larga plegaria a cielo abierto desde el cerco de la arena que me tiene •
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13 Jornada Semanal •
........ ARTE Y PENSAMIENTO
Número 1137 • 18 de diciembre de 2016
Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com
Luis De Tavira, la convocatoria del demiurgo
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A POLIVALENCIA DE LUIS de Tavira lo coloca como uno de los creadores más polémicos del teatro latinoamericano y en particular del mexicano. Su originalidad, riesgo, erudición y desprecio por la estupidez y la banalidad provocan incomodidad, envidia, pero también una fascinación que lo sitúa como uno de los actores más seductores de la escena nacional. Un gran titiritero, un gran mago, que en el mundo inaugural de nuestro siglo cumplió uno de los sueños y las promesas que fincó por lo menos un par de décadas atrás, cuando propuso la estabilidad y el repertorio como paradigmas de la creación y el avance cultural nacional en materia teatral. Guillermina Bravo tuvo una idea semejante para la danza, pero le hizo falta esa tribu nutrida de ideas que cobijó a De Tavira (simplemente los dramaturgos, desde José Ramón Enríquez a Vicente Leñero) y que De Tavira supo aprovechar. Después de ocho años de dirigir ese sueño que ya es una realidad, deja la Compañía Nacional de Teatro para ser reemplazado por una nueva administración que recoge el desafío de no sólo “administrar”, sino insuflar un aire de continuidad y novedad a una Compañía cuyos números dicen mucho menos que lo cualitativo, expresado en las puestas en escena, creación y consolidación de públicos. Héctor Azar decía que en México las instituciones son las personas y todavía es cierto. No creo que eso sea negativo o tenga que cambiar, pese a los avances democráticos, y ver los liderazgos como meras expresiones de un organigrama. Las grandes personalidades son los grandes motores de la creación y el cambio: los sabemos de Brecht a Müller, de Stanislavsky a Bergman. De Tavira tiene esa estatura.
LA OTRA ESCENA Quien vio crecer el Centro de Experimentación Teatral, y más atrás, la riqueza del teatro universitario que descolló a fines de los setentas y alcanzó los ochentas pleno de proposiciones, sabe que De Tavira es oficiante de una liturgia, y únicamente los aparatos administrativos pueden ponerle límites a un weberiano líder carismático de la talla de este dramaturgo, traductor y director. Sabemos que Julio Castillo, Margules, Mendoza, fueron grandes, pero me atrevo a pensar que ninguno con esa capacidad de invertir parte de su energía vital y creadora en un trabajo de gestión, parte del quehacer artístico que muchos creadores se niegan a realizar, pues por otro lado son incapaces de pagar, porque no saben dónde. Crear un techo, un espacio, para el arte propio (aunque en el caso de la cnt haya “respaldo” institucional), es también una condición de la creación. Hace unos días, en Hermosillo, conversé con Julieta Egurrola, a quien Hilda Valencia convocó para que fuera anclaje e inspiración del Festival Shakespeare en el Desierto. Las Lunas de Urano, La conversación se repartió entre Alejandro Luna, Tito Vasconcelos, Jorge Ortiz Rivera, Adriana Castaños y Luis Esteban Galicia (artista joven con la trayectoria de vida suficiente para conocer de primera mano esos momentos de desarrollo y definición de la escena actual). Lo que había en sus recuerdos eran grandes momentos de reivindicación de la actuación, de la dirección, de la dramaturgia, de la puesta en escena. Esas voces privilegiadas poseen una memoria que se disuelve todos los días. La consolidación de una Compañía con esas características de estabilidad y repertorio es un combate contra el olvido. El testimonio de una de las mayores actrices de nuestro país sobre el desarrollo de la cnt es conmovedor, y ojalá muchos tuvieran acceso de primera mano para escuchar el significado de los múltiples pasos que han consolidado
esta primera etapa de la Compañía y el valor de ser actor de número en el país de las telenovelas. Los resultados: http://www.cnteatro.bellasartes.gob.mx/ La cnt cierra el año con dos extremos canónicos: Numancia, de Miguel de Cervantes, bajo la dirección de Juan Carrillo y Paisaje de Elenas, el homenaje a Elena Garro, bajo la dirección de Sandra Félix, que concluye este fin de semana la temporada 2016. En el caso de Cervantes, homenajeado como Shakespeare, con Numancia se muestran los poderes de lo colectivo, de entrada en ese nosotros que no deja que lo grupal aplane los talentos de un conjunto enmarcados en una de las más bellas escenografías de este año iluminada también por Jesús Hernández, que subraya su anatomía arquitectónica poliédrica con el vestuario de Jerildy Bosch coreográficamente animada por el trazo de Antonio Salinas al ritmo y densidad coral de Juan Pablo Villa •
Luis de Tavira
Alonso Arreola @LabAlonso
Te lo encargo mucho
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AY DOS TIPOS de encargos: a) Los de afuera y b) Los de adentro. Esto es: a) Los que nos hacen otros y b) Los que pedimos a nosotros mismos. Aunque ambos se contaminan, los del segundo tipo son más embarazosos pues de alguna manera se es tan cliente como proveedor de tal o cual servicio. Ello hace caer en la indisciplina o la displicencia, ya que nadie presiona para cumplirlos en tiempo y forma (a sus ojos somos estatua solitaria). Hijos de la reflexión más que del relámpago fugaz, los encargos propios se plantean por gusto al juego, al proceso o por la imperante sed de ver una tesis erigida con mecanismos autónomos. Intentan cumplir una hipótesis. Desean encarnarla. Buscan meta. Espejo. Estos encargos, los de uno a uno mismo, también pueden ser remanentes de una fiebre pasajera, lúdica, que desea permanecer. Por supuesto. Hablamos del eco resonante tras el bosquejo, el garabato, el aforismo, la improvisación, la conversación repentina que intuye y pide su inmortalidad, pues sin haber sido planeada se reconoce como germen de algo superior. Asimismo, esta clase de peticiones pueden encenderse con las brasas de sesudas convergencias entre lugares, personas, situaciones y acontecimientos. Impulso de provocaciones antiguas, son rastro presto a guiarnos en la playa o a desaparecer con el aire y el agua. Borrarlos de inmediato no conlleva demasiados peligros, mas comprometerse para luego renunciar a su cuidado… eso pesa en el costal de lo irresuelto. Lo cierto es que son sucedáneos de una fuerza independiente del mundo exterior y que ven la luz, sobre todo, por necedad irrefrenable. Sin ellos estaríamos perdidos en un lugar restringido por las hambres ajenas, sujetos a una evolución pragmática donde la belleza dejaría de conmover para sólo funcionar. En ellos se invierten los papeles, pues no responden a la pregunta que llega; más bien provocan respuestas a la interrogante que nace.
BEMOL SOSTENIDO Hablando del primer caso –el de las tareas que nos piden los otros–, las implicaciones son harto diferentes. Si bien estas notas pueden aplicarse a cualquier oficio o trabajo, en el mundo del arte y en particular en el de la música (que de eso ha de tratar nuestra columna), la idea del encargo está relacionada con fenómenos como el llamado “hueso”; o como el de la simple y llana negociación para usufructuar derechos, ideas, materiales sónicos diversos a favor de marcas, publicidades, películas, series de televisión, videojuegos, etcétera. Empero, hoy no queremos entrar en terrenos manidos. Apenas compartiremos algo de lo pensado en torno a la composición por encargo durante una plática con un prolífico compositor que, agradecido por invitaciones y oportunidades, aplaudía trabajar para otros. Es esto: musicalizar proyectos ajenos es uno de los mayores privilegios, pues acotar capacidades a terrenos desconocidos, con tiempos y presupuestos limitados, en realidad potencia la imaginación. La clave es el respeto. Contrariamente, algunos “puristas” señalan que escribir por encargo ocurre fuera de los parámetros de la límpida
inspiración. Dicen que pervierte al arte. Esto supone que el autor encomendado deje a un lado sus más queridos cánones o conexiones con el misterio de la creación para vilipendiar capacidades, talentos y virtudes en pos del mundo capitalista y los bienes de mercado. Mas no siempre es así. La música por encargo ha generado obras notables de la humanidad, y lo seguirá haciendo dependiendo la forma de su contrato con el diablo. Recientemente, el productor y ganador de dos premios Oscar, Gustavo Santaolalla, dijo que no le gusta la música por encargo pues prefiere la credibilidad. Habiendo trabajado para directores que supeditan su oficio, el comentario parece incongruente. Si volteamos siglos atrás para ver las encomiendas que tantos nobles hicieron a compositores como Bach o Beethoven, notaremos que nada tiene de malo el encargo si implica obediencia a la visión de quien lo llevará a cabo; si lo que intenta es respaldar el valor de una misión duradera. Esta sutileza es la gran diferencia, pues hoy la comisión venida de compañías parece esclavizar al creador ante el cliente (no así las de instituciones culturales). Basta poner en internet la frase “música por encargo” para ver la manera como los músicos se someten a precios cada vez más bajos, convirtiendo el arte sonoro en producto de plástico. Finalmente, a los casos de inicio habría que añadir un tercero: c) El de los encargos propios en función del otro. Zona oscura, ésta pretende darle gusto a hipotéticos consumidores que compensarán la adivinanza made in laboratorio. En ese terreno los músicos tratan a la audiencia como un cliente y no como un ser dialogante que cierra círculos de madrugada. Dicho esto –que es muy poco y superficial, por cierto–, nada tiene de malo hacer negocio. Lo cuestionable es, una vez más, la manera como un intercambio excesivamente profesional transforma el significado de las cosas. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •
ARTE Y PENSAMIENTO ........
18 de diciembre de 2016 • Número 1137 • Jornada Semanal
Jorge Moch
Verónica Murguía
tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch
El pato, la muerte y mi amigo
Ilustración de Wolf Erlbruch
ligrafía anticuada y bella, había cruces. Mi abuela se resistía a tachar los nombres porque sentía que era borrar un rastro querido y no quería conceder ni un ápice al olvido. M i amigo vivió co n f u e r z a . Te n í a un espíritu turbulento y voraz que oscilaba entre los polos opuestos de la búsqueda espiritual y los placeres carnales con una violencia que nacía de la angustia. Hablaba rápida y roncamente, fumaba como un chacuaco y solía carcajearse, entre toses, de chistes de toda laya. Su sentido del humor abarcaba desde lo infantil hasta lo procaz, tan amplio y sincero como su curiosidad, que era mucha. Amaba la poesía y la espiritualidad oriental. Discutíamos constantemente acerca de esos dos temas, pero estábamos de acuerdo en lo básico:“No hay que ser hojaldre”, como diría él. Además, yo admiraba su brío tartamudo y brusco, porque aunque compartíamos el signo negro de la morriña, él se la sacudía con brincos y yo sólo me inclino. Éramos del mismo día. Eso me garantizó, hasta hoy, una llamada cariñosísima y estrafalaria cada cumpleaños: reflexiones sobre nuestro signo del zodíaco, que yo represento mal y que él encarnaba a la perfección: pasional, intenso, azotado, etcétera. Pero yo no creo en la Astrología. Algo en él me inspiraba unas confianzas rarísimas. Cuando más enferma he estado, quise que él acompañara a mi marido mientras me operaban. Al salir de la anestesia, los vi y me tranquilicé. Me hizo reír porque me d i j o que me veía sanísima y me dolieron horrible las puntadas. El calor de su mano sobre la mía, en contraste con la sensación del suero como un hilo frío que me recorría la vena del brazo, es una de las cosas que no quiero olvidar jamás. Es un deseo que sobra. No lo olvidaría ni aunque quisiera. Así es la vida •
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ARECERÍA QUE LA DE los desaparecidos en México es una industria pujante. Por todos lados desaparece gente. Y no es nuevo. Muchos de quienes usamos las redes sociales, porque un retuit no se le niega a un desaparecido, constantemente hacemos circular fichas de alertas ámbar de niños desaparecidos (¿robados?) en todo el territorio nacional, o las fichas de desaparecidos que emiten esas organizaciones no gubernamentales, sostenidas y operadas por los ciudadanos hartos de la apatía, la impericia, el cinismo y en no pocas veces la confabulación de los elementos de las fuerzas del orden con la delincuencia que organizada o no ha hecho de la vida en México un verdadero infierno. Ahí el esfuerzo colosal que hacen los capítulos estatales de La Alameda, ya presente lo mismo en Baja California que en Veracruz, documentando desapariciones, haciendo circular en internet las fotografías y una breve descripción de los hechos. Un trabajo enorme que además se hace con puro voluntariado. Pero insisto: no es un fenómeno nuevo. Recuerdo cuando yo era chamaco, hace muchos años, en los espacios publicitarios de Canal 5 la voz de Rogelio Moreno (o alguno de esos locutores que hicieron escuela en Televisa) pidiendo la atención del público para localizar a … y aquí aparecía ya fuera una foto o escenas en vivo de alguna persona extraviada, usualmente un niño. Cuando yo era chamaco eran famosas las historias de robachicos, es decir, secuestradores de niños, y suponían el Coco con el que nos asustaban muchas veces nuestras madres o abuelas:“obedece o viene el robachicos”. Quizá por eso nos parece absurdo a muchos, porque los robachicos forman parte de una mitología pueril de terror urbano que afortunadamente muchos dejamos atrás, el mito de gente que roba niños ya sea para venderlos o para usarlos, qué horror, como desguaces humanos de recambio, de partes, de refacciones: de órganos humanos. Pero… ¿es mito? Porque aunque se ha demostrado que algunos reportes (como el de hace un par de semanas de un supuesto tráiler detenido por el ejército en Guerrero) son falsos y hay quien exhibiendo una condición humana miserable, con tal de llevar tráfico de redes a sus sitios de internet, muchas veces simulando pequeñas agencias de noticias pero tratándose en realidad de sitios montados por vivales y estafadores dispuestos a todo con tal de conseguir dinero (por ejemplo, vendiendo espacios publicitarios en sus sitios de internet, pero tal cosa sólo es posible si un sitio de internet mantiene ciertas características de aforo, y noticias amarillistas, sensa-
cionalistas, que buscan el efecto del horror, venden y mucho: el morbo vende, y esa es por cierto una de las fórmulas de éxito de los medios audiovisuales en general, desde internet hasta el cine). Historias similares se han estado repitiendo en los últimos años: una casa en Taxco donde se hizo el horrendo hallazgo de decenas de cuerpos de niños que resultó en realidad una serie de fotografías, terribles todas, de niños sirios expuestos a un ataque con gas venenoso. Y luego se dijo que se había encontrado otro camión, de una marca de yogurt muy conocida, que tuvo un pequeño accidente automovilístico, pero el conductor del camión, ante la insistencia de la otra parte de llamar al agente de tránsito, habría subido a la cabina de su vehículo y se habría suicidado de un tiro a la cabeza. Y al abrir la autoridad poco después el camión, se sabría que llevaba cuerpos eviscerados de niños, congelados. Pero una versión similar recuerdo que la contaron algunos miembros de las autodefensas de Tepalcatepec, de los que seguían al doctor Mireles (que, por cierto, sigue soterrado injustamente en la cárcel); pero versiones similares brotan que si en Laredo, Tamaulipas; que si por Cadereyta, Nuevo León; que en Paso del Macho, Veracruz; que cerca de Frontera, en Tabasco. Y así. Lo único cierto es que México se ha convertido en un lugar horrible, en el que se desaparece y asesina a gente por puñados a diario. Más que en países que padecen abiertamente guerra civil o una invasión armada. Y no sabemos qué está pasando. Y a diario alguien ya no llega a casa. Y lacera a deudos y público en general el silencio ominoso de ésos que se dicen autoridad y nos cobran sueldos estratosféricos por no hacer absolutamente nada. Rascarse la panza. Y todos seguimos tan campantes. Porque ojos que no ven, corazón que no siente.Tampoco cerremos los ojos •
CABEZALCUBO
N EL LIBRERO, al lado de la Biblia, el Corán, La rama dorada, de Frazer y las Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, guardo un pequeño libro para niños titulado El pato, la muerte y el tulipán. Su autor es el escritor e ilustrador alemán Wolf Erlbruch. Los libros de Erlbruch, como saben niños de todos los países imaginables, son cómicos y sabios al mismo tiempo. Los grandes temas no lo arredran, y suele formular las cuestiones más delicadas con soltura y con una sencillez elegante que sólo añade belleza allí donde coloca un silencio. En sus ilustraciones hay grandes espacios abiertos. Abiertos, no vacíos, ya que suele haber color en ellos y los personajes que se mueven en estos amplios escenarios son de una expresividad insólita.
LAS RAYAS DE LA CEBRA
El horror de no saber
E
En El pato, la muerte y el tulipán, un pato se da cuenta de que la muerte, dibujada como una amable calaca que trae puesto un vestido de cuadritos, delantal y zapatos de abuelita, anda cerca de él. El pato entabla una relación con ella, pues la muerte le explica que está con él desde que nació, por lo que pueda ofrec e r se. Entonces el pato se hace vocero de todas nuestras dudas: ¿qué hay después?, ¿por qué morimos? La muerte sólo contesta que los accidentes, los resfriados, el zorro (cuya sola mención aterroriza al pato) son cosas de la vida. El pato le pregunta si es verdad que los patos buenos se convierten en ángeles. La muerte lo ignora, pero le responde:“Tú ya tienes alas.” Acerca del gran horno donde los patos malos se rostizan por toda la eternidad, la muerte desconoce todo. El final de esta pequeña joya es, claro, la muerte del pato.“Así es la vida”, dice la muerte. Final que compartimos con él: hemos de morir y de eso se encargará la vida. Lo que siga, si algo hay, nadie lo sabe. Suelo decirme que la muerte, esa cifra, el revés del ser, le da sentido a todo. Pero hoy no, porque hoy murió un amigo a quien quiero mucho y su muerte, en este momento, semeja un rayo que ilumina el vacío que han dejado otros con su partida. A veces siento que mi ánimo es como una planicie llena de lápidas verticales que marcan la falta de mis amigos y parientes además del término de ciertas ilusiones. Cada ausencia de un ser amado me ha disminuido y estos años han sido muy crueles. Por más que trato de compensar, de enriquecer mi experiencia y de vivir un poco por ellos, estas partidas me han dejado empequeñecida, como exangüe. Cada día entiendo mejor a mi abuela, quien murió muy anciana y cansada de la muerte ajena. “Mira mi agenda –me decía mostrándomela–parece un camposanto.” Efectivamente, al lado de muchos nombres de sus amigos y parientes, registrados con una ca-
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Jornada Semanal • Número 1137 • 18 de diciembre de 2016
Ricardo Guzmán Wolffer
Luis Tovar @luistovars
Leer el cine A Gerardo Laveaga
A
PROPÓSITO DE LAS PUGNAS entre críticos, artistas y los lectores críticos de esos críticos, cabe recordar el inicio de Tala, de Thomas Bernhard, donde el personaje principal, quien narra en primera persona esta peculiar novela, disecciona a todo el mundillo de “sociedad artística”, desde su peculiar trono, un sillón desde el cual domina la “cena artística” que tiene lugar en la alta sociedad, o al menos eso piensa de sí misma, de Viena. Desde la cita de Voltaire, donde se establece lo irremediable de la insensatez humana y, por ello, la necesidad de vivir feliz lejos de toda persona, Bernhard establece que habremos de leer sobre necios. Y en el mundo artístico, donde los
verdaderos logros son más opinables que en otras profesiones, esa carencia humana de lucidez se emparenta con la innegable desconexión de la realidad y de cualquier contacto genuino entre creadores. Sobra decir que esa necedad es proporcional a la falta de crítica hacia sí mismo y hacia los demás, quizá por no contar con argumentos sólidos o documentados sobre la disciplina en turno. Luego de relacionarse por años con el matrimonio Auersberger, el narrador establece que el “intenso trato artístico” lo puso en las puertas de la locura, a grado tal que huye a Londres y décadas después vuelve a Viena. Como buen local, acude a la elegante calle Graben y termina por encontrarse con el matrimonio en cuestión y con muchas personas más del gremio “artístico”, a pesar de que tales encuentros le causan “todas las crispaciones físicas y mentales imaginables”. Habría intentado evitar esos encuentros, pero la pertenencia a la ciudad y la necesidad de integrarse a la sociedad, incluso a la masa que camina por tal calle y las cercanas, le ha servido para retomar el camino de la filosofía y la literatura. La narración que hace, sin moverse del sillón, nos remite a las novelas introspectivas donde la libre asociación mental permite al lector compenetrarse con la psique del personaje. El punto de partida conceptual se da cuando el narrador es invitado a la “cena artística” a la que se espera la llegada de varias personalidades culturales y él no puede negarse: “no soy ni un hombre fuerte ni un carácter fuerte; al contrario, soy el más débil de los hombres y el más débil de los caracteres, y estoy más o menos a la merced de todos”. La reunión tiene como pretexto el suicidio de una amiga en común. La parte de la novela que recuerda la pugna entre autores y críticos es la forma en que el narrador aborda las problemáticas y las personalidades. Busca dificultades innecesarias. Divaga sobre la forma en que fue aborda-
do, como si el acercarse a otro peatón fuera motivo de análisis para buscar las razones ocultas de un acto tan sencillo: el análisis se dispara a los lugares menos esperados: supone que lo estuvieron acechando para abordarlo en un momento en que le sería difícil reaccionar con inteligencia. Se autoflagela por encontrar mejores respuestas mucho después de la invitación aceptada y reflexiona sobre el suicidio de la amiga, quien necesariamente, le dice el personaje a un tendero por teléfono, debió ahorcarse, pues “las bailarinas, las actrices se ahorcan”. En medio de la reunión advierte el vestido de la anfitriona: es el mismo que usaba treinta años antes, con un arreglo, pero ahora está fuera de lugar. También lo está el actor que sólo por trabajar en el teatro Burgtheater se siente destacado, cuando es el “antiartista en general” y “el prototipo del histrión totalmente carente de inspiración y, por lo tanto, completamente de espíritu”. El intérprete es criticable, apunta el autor, por su falta de compenetración con la expresión artística, al caso el teatro, y por escudarse en el foro donde “actúa”: “Los actores del Burg son fantoches pequeñoburgueses, que no tienen la menor idea del arte teatral y que han hecho desde hace tiempo del Burgtheater un asilo para su diletantismo dramático.” Bernhard nos habla del vacío en el artista observado, pero ya lo había dicho Nietzsche: si miras el abismo terminas por parecerte a él. El personaje de Tala, cual crítico literario, encuentra el timo de los artistas a su alrededor y, en parte es porque reconoce algo que le es cercano y que puede identificar. No puede evitar buscar acomodo en la llamada "buena sociedad”. No puede evitar mirar con morbo la vida de la suicida y evidenciar que el arte sin substancia es sólo mercantilismo. Bernhard es un autor magnífico que disecciona a los “creadores” y sus relaciones humanas, por huecas que sean •
GALERÍA
Entre Thomas Bernhard y los críticos
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ACE YA MÁS DE un cuarto de siglo, una vez cada semana en las páginas de este diario, y con mayor frecuencia cuando tiene lugar la Muestra Internacional de la Cineteca Nacional, el querido y admirado colega Carlos Bonfil efectúa uno de los más sólidos y consistentes ejercicios de crítica y análisis cinematográfico de los que puede disponerse no sólo en este país. Modélicos en más de un sentido, los textos de Carlos dan prueba de al menos dos de las condiciones indispensables para que la práctica de esa profesión –la de crítico– sea no sólo auténticamente profesional sino que alcance el nivel de referencia, ineludible para cualquiera que, a su vez, pretenda dedicarse a tareas afines o similares, así como altamente disfrutable para quienes –a estas alturas del inmediatismo mediático en el que todos estamos inmersos, y con la entronización lamentable de una muy osada impericia en numerosas prácticas quesque críticas– aún buscan un diálogo pre/ post/cinematográfico reflexivo, informado e inteligente, que no esté compuesto nada más que de simple acumulación; de filias y fobias fílmicas más o menos inopinadas; de horizontes cinematográficos claramente constreñidos a lo que cierta distribución pretende elevar a lo único atendible; de limitaciones léxicas disf r a z a d a s d e economía discursiva, ni tampoco del citado inmediatismo, generador de balbuceos que moverían a risa si no dieran tanta grima. (Así, como cansino ejemplo, eso que para tantos es una irrefrenable compulsión findeañera, consistente en elaborar, consultar, citar, referir, asumir como propias y, por ende, cuasicanonizar una lista y otra y otra de “las diez mejores”, asunto del que se hablará aquí dentro de poco.) Quien ha leído a Carlos Bonfil sabe bien lo que se menciona al principio de estas líneas y, por consiguiente, como este juntapalabras de seguro también lamenta que a Carlos le dé por la escasez bibliográfica autoral: sin contar su participación en volúmenes colectivos dispersos, sólo cuatro libros a lo largo de casi veinticinco años son cuota más que escasa y lo dejan a uno, invariablemente, con ganas de más. Por eso es tan bueno que a sus títulos Águila o sol, las apariciones de Cantinflas, de 1993; A través del espejo, el cine mexicano y su público, de 1994; y ¡Hoy grandioso estreno! El cartel cinematográfico en México, de 2011, se haya sumado Al filo del abismo. Roberto Gavaldón y el melodrama negro.
Un fUera de serie A fuer de sinceridad, lo único que sale sobrando en el libro no puede ser atribuido a Bonfil, y es un prólogo donde el prologuista comete el peor de los yerros que pueden cometerse al pro-
Carlos Bonfil
logar algo, es decir, en vez de hacer el prólogo se pone a hablar de sí mismo y su relación con la materia de la que el libro trata, en un afán de lucimiento personal deplorable. Empero, con prescindencia de esa falta, Al filo del abismo es una obra espléndida en la que Bonfil despliega un conocimiento absoluto no sólo del cine realizado por Roberto Gavaldón, sino del momento cultural e histórico, tanto nacional como internacional, en el que esa filmografía se inserta y que, por ende, le da un contexto y lo explica. Concentrado en los filmes La otra (1946), La diosa arrodillada (1947), En la palma de tu mano (1950) y La noche avanza (1951), Bonfil postula y demuestra sobradamente la tesis de que, para decirlo en términos coloquiales, Roberto Gavaldón se cuece aparte, lo mismo en aspectos técnico-formales que temáticos y de intereses creativos, y una buena prueba de lo anterior es ese puñado de películas con las que de hecho inició, al menos en este país, el subgénero al que se alude en el subtítulo del libro: el melodrama negro. Dividido en ocho capítulos, los últimos cuatro dedicados al análisis de cada uno de los filmes y los primeros cuatro a la definición conceptual y la contextualización estética, sociocultural y cinematográfica, el estupendo ensayo de Bonfil pone de manifiesto la delicada imbricación que llevó a cabo el cineasta, de los hilos que tejen el entramado del cine melodramático más ortodoxo con los que dan cuerpo al film noir. De suyo altamente significativo entre lo más importante de la historia fílmica mexicana entera, y asombrosamente vigente hasta la fecha por sus elevadas cualidades creativas, el gavaldoniano pócar de ases negros no había sido valorado hasta ahora con la claridad y la profundidad con las que Carlos Bonfil lo hace en este libro. Bien por él, y mejor por quienes disfruten ambas cosas, películas y ensayo •
CINEXCUSAS
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Las calles de París
ENSAYO
23 de octubre de 2016 • Número 1129 • Jornada Semanal
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Vilma Fuentes
C
iudad a la vez antigua y moderna, París ha sido uno de los temas predilectos de muchos escritores, y no sólo de lengua francesa. Los novelistas la han descrito y los poetas la han cantado. Los caminantes la caminan… todavía. Pasearse por sus calles es un placer narrado por novelistas como Balzac en sus Scènes de la vie parisienne, Víctor Hugo en Notre Dame de Paris, Louis Aragon en Le Paysan de Paris, Léon-Paul Fargue en Piéton de Paris, Hemingway en Paris est une fête, o poetas como Baudelaire en Le Spleen de Paris. Por desgracia, este placer podría desaparecer aplastado por los automovilistas que invaden esta capital europea. ¿Ciudad para peatones o para autos? Esta alternativa es discutida ya desde hace tiempo entre los partidarios de una y otra disyuntiva. Por un lado, los ecologistas, quienes desean un aire puro sin la contaminación producida por los vehículos, y los caminantes amorosos de París, sean sus habitantes o sus turistas. Por otro lado, los conductores de transportes privados o públicos, siempre apurados en una carrera contra las manecillas del reloj, temerosos de embotellamientos, pero lentos cuando buscan un lugar para estacionarse. Durante años se decidió una política en favor de los automovilistas creando y ampliando ejes viales, al principio llamados “rápidos”, tales las dos riberas del Sena o los anillos periféricos, transformados de manera cotidiana en largos y obligados estacionamientos. Existió incluso el proyecto, bajo la presidencia de Georges Pompidou, de entubar el Sena para construir encima una carretera urbana… Proyecto que, por desgracia, se llevó a cabo en la magnífica Ciudad de México, donde fueron entubados los ríos con el pretexto de las inundaciones. En estos días, la polémica ha subido de tono por la política paisajista y urbana decidida por la actual alcaldesa de París, Anne Hidalgo. En efecto, partidaria de ecologistas y caminantes, optó por cerrar el paso a los automovilistas en gran parte de las riberas del Sena, lo cual ha
tenido como efectos inmediatos los embotellamientos y las quejas y protestas de los conductores. Otra decisión ha sido la de poner una tarifa a la entrada de autos a la capital, tarifa escalonada según el grado de contaminación causada por el vehículo, lo cual es juzgado discriminatorio para quienes no tienen la posibilidad económica de renovar sus autos. Por fortuna, aún es posible caminar la capital de Francia y gozar de sus calles, jardines, plazas, monumentos, en una ciudad cargada de historia. No se trata sólo del atractivo de sus boutiques, en cuyas vitrinas se despliega un verdadero arte para exhibir los productos más disímbolos. Cierto, el caminante puede admirar lo mismo el aparador de una carnicería, donde se exhiben los trozos de carne con una armonía sabrosa que no deja de abrir el apetito de los menos carnívoros, que el coqueto escaparate de una tienda de prendas íntimas femeninas o de sombreros masculinos. Juguetes, tapices, joyas, vestidos, almohadas, sillones, flores o pájaros lanzan sus guiños a los ojos de los paseantes en esta feria citadina d e centelleos como burbujas de luz y champagne, espectáculo gratuito para gozo de los ojos y la mente. París, ciudad secular, ofrece también un paseo por los senderos del tiempo. Ciudad de soñadores como el poeta Gérard de Nerval donde los encuentros con la Historia surgen a la vuelta de la esquina, en la placa que da el nombre evocador de la calle o la que conmemora tal o cual personaje, real o imaginario, habiendo vivido en ese edificio. Así, pueden llevarse a cabo tantos vagabundeos como calles y callejuelas se bifurcan y entrecruzan en el laberinto parisiense, al antojo de la imaginación del caminante. Pueden inventarse rutas para seguir los pasos, por ejemplo, de Los tres mosqueteros, y contemplar las fachadas de los inmuebles donde vivieron Athos, cerca del jardín de Luxemburgo, Aramís, en la calle Vaugirard, el d’Artagnan ficticio o el muy real e histórico capitán de mosqueteros de Luis xiv , en una calle aleda-
ña al Sena, frente al palacio del Louvre. Puede también hacerse de Nadja, de André Breton, una guía de un París de encuentros y extravíos. Perderse en el laberinto del tiempo es uno de los placeres que regala esta ciudad a quien sabe caminarla perdiendo el suyo. ¿Acaso hay mejor manera de disfrutar el tiempo si no es despilfarrándolo con lujo? Las plazas y calles tienen cada una un nombre. A veces célebre como la plaza Pigalle o Les Champs Elysées, en ocasiones anónimos como la calle des Mauvais garçons o la calle de la Grande truanderie, apelativos que excitan aún más la fantasía. Pero la denominación de una calle es a menudo el objeto de una polémica. Según los movimientos de la Historia y los cambios de poder, un mismo lugar puede cambiar varias veces de nombre. La plaza más grande de París, La place de la Concorde, se llamaba Louis xv , pero esto era ¡antes de la Revolución! Existen tantos ejemplos de estos cambios que enumerarlos equivaldría a retomar la cronología de todas las transformaciones cruciales, en suma, de toda la Historia del país. Todavía hoy, denominar con el nombre de un personaje contemporáneo una arteria cualquiera provoca de inmediato querellas. Ni siquiera De Gaulle escapó a la polémica cuando sus partidarios quisieron dar su nombre a la plaza de L’Etoile. Y, siguiendo una tradición bien francesa, la disputa concluyó en un compromiso que dio como resultado: plaza de l’Etoile-Charles-de-Gaulle. Quizá sería más sensato, más poético y más evocador conservar los nombres simples y significativos de las calles de París. En el barrio Maubert, del lado de la Rive gauche, varias calles tienen su nombre según su proximidad con el Sena, su geografía o alguna característica peculiar. Ejemplos son las calles des Grands degrés, du Haut pavé, des Trois Portes. Los apelativos pueden también recordar la actividad que se desarrollaba en las orillas del río. En medio de este laberinto, una calle lleva el nombre Frédéric Sauton, personaje histórico que hoy ya nadie conoce •