■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 19 de marzo de 2017 ■ Núm. 1150 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
La crónica:
el arte de narrar la Historia Gustavo Ogarrio Literatura y crónica periodística
José Ángel Leyva
Trances y trasiegos de la crónica
Jezreel Salazar Crónicas de J osé L agos , A ldo R osales , Diego Olavarría y Magali Tercero
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19 de marzo de 2017 • Número 1150 • Jornada Semanal
José Ángel Leyva
Literatura y crónica periodística : dos sombras Luminosas UNA ESTÁ AL SERVICIO DE LA VERDAD Y LA OTRA AL DE LA CREACIÓN.
Literatura periodística y viceversa Referencial y subjetiva, informativa y afincada en la experiencia directa, acaso la crónica es la expresión periodístico/ literaria que, con mayores fuerza y fortuna, expresa las contradicciones del mundo contemporáneo, en virtud de la capacidad del género para dar testimonio de todo aquello que parece fugaz, lo mismo que toda su importancia a lo que una mirada superficial calificaría de trivial. Con los ensayos en torno al género, a cargo de Gustavo Ogarrio, José Ángel Leyva y Jezreel Salazar, así como las crónicas de José Lagos, Aldo Rosales, Diego Olavarría y Magali Tercero, ofrecemos al lector un panorama de la crónica en México, entendida como un reflejo tan insoslayable como indispensable de la historia y del momento presente.
Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx
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s en el periodismo narrativo y en el llamado cultural, ése que se mueve en la línea fronteriza entre la literatura y el periodismo, donde la crónica y el testimonio tienen, más que los otros géneros, como el reportaje, la entrevista, el artículo, el editorial, etcétera, una marcada dualidad que permiten juegos de palabras como fric cionalidad en lugar de ficcionalidad, o facticia en vez de ficticia. Más allá de esas polémicas sobre las fronteras del discurso, me interesa apuntar hacia el carácter y el poder visualizador del periodismo cultural, por llamarlo de algún modo, y sus nexos estrechos con la literatura. No se trata de mentir o de engañar al público, sino de persuadirlo sobre el sentido y los significados del relato apegado a la realidad o distante más o menos de ésta. Todo escritor ejerce ese poder y esa conciencia sobre las palabras, y su poderío depende del arte de seducir con tales herramientas del lenguaje, que son empleadas también por los políticos y los demagogos, los merolicos y los locutores. El periodismo ha sido una fuente muy importante no sólo para la sobrevivencia de los estetas del lenguaje sino para su propio discurso y sus posibilidades significativas. Si la poesía nace del lenguaje banal, de las palabras de la calle, la función del poeta es recogerlas, atesorarlas y cultivarlas en el jardín de las búsquedas estéticas. Llevar esas palabras comunes y corrientes a la significación única y reveladora del poema. El secreto está, por supuesto, en el cómo. En ello hay con certeza un acto alquímico o de la naturaleza para transformar el habla corriente, los residuos del lenguaje, en una suerte de escatología de la belleza y el alumbramiento, en memoria. Los poetas y los literatos no están obligados a ceñirse a la realidad; pueden recrearla, alterarla o negarla incluso, siempre y cuando cumplan con el pacto de verdad y el lector acepte tales licencias y condiciones de verosimilitud. Al periodista se le exige, por el contrario, el empleo de su escritura al servicio de la verdad y de esa realidad que cuenta. Es necesario entonces definir esa línea divisoria entre quien narra un hecho diegético y entre quien hace el relato apegado al hecho real y sus circunstancias, aunque los instrumentos literarios y poéticos estén empleados con conciencia de causa, pero sin ficción. La crónica periodística y la literaria pueden verse como describe Olga Orozco a las dimensiones de su pampa natal. Desde una avioneta se ve a dos gauchos conversar a uno y a otro lado de una cerca. A simple vista no sabemos cuál de ellos está dentro y cuál fuera. La pampa es inmensa… o los latifundios son enormes. La crónica, más que el reportaje, permite ese diálogo entre dos campos y dos voces sin que podamos con rapidez definir su pertenencia, pero ambos,
el periodismo y la literatura, cruzan sus alientos y sus sombras. En los casos explícitos de Noticias de un secuestro o de Crónica de una muerte anunciada, Gabriel García Márquez tiene dos propósitos distintos, uno es el de narrar un hecho real como si fuera literatura, y otro narrar un asunto literario como si fuese periodístico. García Márquez supo emplear a fondo todos sus recursos y en el secuestro nos lleva abiertamente a un fenómeno muy dramático que se vivía y se vive aún en Colombia, y que se reprodujo en otros países de la zona, como México, Venezuela y Brasil. La sustancia del relato está extraída directamente de fuentes reales, objetivas, de entrevistas y documentos, aun cuando el escritor emplea para ello recursos literarios, pero intentando no faltar a la verdad. En su novela, por el contrario, emplea la estructura de la crónica para narrar un hecho ficticio, que pudo o no tener su motivo original en hechos reales, pero donde nos cuenta desde el inicio el desenlace, es decir, la noticia; el desafío entonces es contar cómo sucedió. Allí está justamente lo literario, en el cómo y no en el qué; allí también lo periodístico, en el qué y el porqué. Ambos exigen dos perspectivas de visibilidad con propósitos y motivos diferentes. También está la tradición literaria apegada a la historia, como lo hace de manera notable Alfonso Reyes en Chroni ques parisiennes, como lo practican los Contemporáneos o como continúan ejerciéndolo dos académicos y poetas: Marco Antonio Campos y Vicente Quirarte, siguiendo los pasos de la recientemente fallecida Clementina Díaz y Obando, para hablarnos de los cafés de Ciudad de México. Pero ¿qué verdad nos cuentan Hernán Cortés en sus Car tas de relación, Bernal Díaz del Castillo en la Historia ver dadera de la Conquista de la Nueva España, o Fray Servando en sus Memorias? De algún modo ejercen la escritura para persuadir al lector de su experiencia, de una historia en la que son testigos y actores… convencidos de no mentir. En sus discursos del 10 y el 14 de diciembre de 1957, tras la recepción del Premio Nobel de Literatura, Albert Camus abordó el tema de la responsabilidad del escritor ante sí mismo y sus lectores. Se refería por supuesto al literato, pero podemos pensar que se extiende también al escritor de no ficción: “Cualesquiera que sean nuestras debilidades personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos compromisos difíciles de mantener: la negativa a mentir sobre lo que se sabe y la resistencia a la opresión.” Es decir, ampliar la visibilidad. En sentido contrario, el propio Camus llama la atención sobre la banalidad, el morbo, el espectáculo, el arte y el periodismo al servicio de una simple diversión, del entretenimiento, que pretenden justamente lo contrario: el ocultamiento de la realidad
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Directora General: c armen L ira S aade , Director: H ugo g utiérrez V ega (†) , Jefe de Redacción: L uiS t oVar , Edición: F ranciSco t orreS c ó r d o Va , a L e y d a a g u i r r e r o d r í g u e z y r i c a r d o y á ñ e z . Coordinador de ar te y diseño: F r a n c i S c o g a r c í a n o r i e g a , For mación: m a r g a P e ñ a , D i s e ñ o d e C o l u m n a s : J u a n g a b r i e L P u g a , R e l a c i o n e s p ú b l i c a s : V e r ó n i c a S i L V a ; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: a Le Jandro P aVón , Publicidad: e Va V argaS y r ubén H inoJoSa , 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: jsemanal@jornada.com.mx, Página web: www.jornada.unam.mx
Portada: La percepción sensible Rafal Olbinski, Winters’ Tales. Fuente: flickr/ CC BY-NC 2.0
La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh témoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.
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Aldo Rosales Velázquez
Imagen en el albergue Asociación de Migrantes Retornados con Discapacidad, en la delegación Gustavo A. Madero, 2014. Foto: Alfredo Domínguez/ La Jornada
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Hombre de hombres
I as primeras palabras que cruzamos fueron papeleo verbal. Cómo te llamas, de dónde vienes; frases –semillas de conversación– que se riegan en el aire. Claro, no todas alcanzan a germinar. Caminamos sobre los durmientes, lo que nos da cierto aire infantil. La manga derecha de su suéter, enorme, ondea. Se nota que su piel, antes, en un tiempo innombrable, fue de tono limpio. Ahora, al golpe de numerosas tardes, se ha vuelto polvo sólido. –Y ni así aprendo a no andar cerca de las vías –dice entre sonrisas. Dice llamarse Omar, aunque puede ser mentira. A pesar de lucir mayor que yo, sospecho que no debe rebasar los veinte años. Quizás, pienso, es la falta del brazo lo que le confiere ese tono de madurez, de amargura. –Fue más allá –su mentón señala una dirección imprecisable–, pero no me acuerdo de nada. Desperté en el hospital y vi el hueco en la camisa. Chingao, vos, que si lloré ese día. Su rostro cambia con rapidez de la tristeza a la felicidad. Me recuerda al símbolo del teatro, una cara triste y una alegre, en excéntrico equilibrio. Mira al norte y mira al sur, destino y punto de partida, respectivamente; Jano extranjero.
zábamos. “Lo golpeó en la cabeza; ni debió darse cuenta de que murió.” Era mediodía. III
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uautitlán es un pueblo surcado por numerosas vías de tren; desde el aire debe dar el aspecto de un cuerpo suturado, tumefacto, herido hasta el hartazgo. A veces, al lado de las vías, uno puede hallar (además de las cruces de metal) gallinas negras con el cuello abierto, secas como un fruto bajo el sol. –No es magia negra –nos dice el anciano que indica a los autos, con una franela roja, cuándo viene el tren–, vienen a tirarlas como ofrenda a un dios, no me acuerdo cuál, que habita en los caminos. De lejos parece como si toreara al tren, que pasa bufando, con numerosos inmigrantes clavados en el lomo, y desaparece en el filo de la lontananza. Omar se lleva la mano al cuello mientras mira los vagones, toma entre el índice y el pulgar una de las cuentas y la soba. Sus labios se mueven: cuenta los carros enganchados; rosario de acero crudo en el cuello del aire. –Brujería –agrega el viejo, mientras mira al tren irse. Pienso que Omar debió encomendarse a ese Dios que habita en los caminos. IV
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ace unas semanas vimos (mi madre, mi hermano y yo) a un perro correr desesperado en dirección a ninguna parte, con esa clase de gesto de teflón al que cualquier adjetivo le resbala. “Va muy cerca de las vías”, comenté, y la luz del tren asomó por encima de unos árboles que le pintaban verdor al horizonte. Vino el pitido de la locomotora (siempre pitan en los cruceros, para advertir a la gente que no intente ganarles; tarea inútil en ocasiones: han pasado muchos accidentes) y me tapé los oídos. “Está muerto ya”, sentenció mi hermano, segundos después, con la mirada en el retrovisor, donde el perro, con el cráneo destrozado, se iba empequeñeciendo conforme avan-
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o, nunca he ido. –Omar pregunta si he ido a Estados Unidos. Nos conocimos cerca de las vías. Se acercó a pedirme dinero o comida; llevaba de ambos, pero sólo doy de lo segundo, dinero no: creo que me ayuda a distinguir a los falsos migrantes. “Debiera ver al dizque migrante de ahí de la esquina”, nos comentó hace años un taxista, cerca de Tultitlán. “Todos los domingos sale del súper con tres carritos a reventar; yo le he llevado a veces.” Mi novia sacudió la cabeza como quien no entiende. Yo imaginé los carritos repletos, uno tras otro, como vagones de tren. –¿Y de qué podrías…? –un titubeo completa mi idea.
–Ah, de algo encontraremos. Dicen que en las cosechas –mira al cielo mientras esperamos el siga, frente a un cardumen de autos– o veremos qué. En realidad, me dijo cuando nos encontramos, que más que comida o dinero deseaba información: Hospital Vicente Villada. Eso era lo que buscaba. Conozco el hospital y me quedaba de paso. El hombrecito de pequeños leds verdes corre cada vez más aprisa en la contra esquina, hasta que se petrifica rojo. La lástima es un mejor negocio, pienso, pero no lo digo. Seguimos caminando. Tal vez me dijo a qué va al hospital pero no lo noté: mi atención se perdió en el palimpsesto de su rostro, donde un hombre nuevo parece surgir con cada expresión. Es un hombre de hombres, hecho de mil iguales a él, pero nunca el mismo. –Ya encontraremos –repite unos metros antes de llegar al hospital. Le indico que hemos llegado, aunque no hace falta. Me agradece y se despide. Se acerca a la gente que se agolpa en la entrada y se para de puntitas; entre el índice y el pulgar izquierdos, una de las cuentas del rosario gira. Dos ambulancias estacionan junto a la entrada, de ellas descienden dos camillas: avanzan hasta la entrada, una tras otra. Omar las sigue con la mirada hasta que se pierden dentro del edificio y luego continúa de puntitas, con la cuenta del rosario entre los dedos de su única mano. No puedo verlo entre la gente, pero imagino que sus labios se mueven. Me alejo, subo al puente; la cabeza de Omar es indetectable entre las demás
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ALDO ROSALES (ciudad de México, 1986) es autor de los libros Luego, tal vez, seguir andando (2012), Entre cuatro esquinas (2013), La luz de las tres de la tarde (2015), El filo del cuerpo (2016) y Ciudad Nostalgia (2016). Actualmente es becario del fonca en el área de Cuento, director de la revista A buen puerto y coordinador del taller de creación literaria del faro Indios Verdes.
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¡¿Tristeza?! ¡¿Te “M
Magali Tercero
e da mucha tristeza toda esta violencia”, le dije, unos meses antes, a Cynthia. Pasamos cuatro horas en un Sanborns cobijadas por la algarabía de los comensales de viernes. –¿Tristeza? ¿Te da tristeza –respondió incrédula esta joven, casi vomitando la palabra. –Bueno… Sí… Tristeza. Y mucha. –¡Pues a mí me da rabia! ¡Una rabia que no puedo controlar! Impotencia total. De tanta rabia, a cada rato me pongo en peligro en Neza. Cuando lo del señor borracho que te digo anduvo disparando al aire, le grité que si no sabía que había niños jugando en mi calle. Era un criminal y no me importó. Niños jugando en la calle. Cada vez hay menos, me dicen personas que habitan en lugares muy distantes entre sí. Como el escritor J . m . Servín, como el pintor Julio Huertas, a quienes entrevisté dos semanas atrás. Más adelante Cynthia relatará –tiene un don narrativo esta joven que ama los libros– cómo ese carácter abrupto suyo procede de la abuela materna, una hidalguense, de la sierra, migrada al exdF con sus hijos para trabajar vendiendo periódicos, manzanas, quesadillas, de todo. Contará también sobre su madre, la antes niña que jugaba a pararse sobre un montículo de tierra para imitar el discurso de los políticos que llegaban a Neza –el de los fraccionadores que vendían ilusiones para que los colonos compraran terrenos e hicieran casitas de cartón y asbesto–, crecida en el Estado de México, orgullosa colonizadora de Ciudad Nezahualcóyotl en los años sesenta del siglo pasado. ¿Paracaidismo? Ni siquiera menciona el término. Y hace bien porque si uno se ve a sí mismo como un paracaidista, alguien que llega a ocupar ilegalmente terrenos baldíos, acepta entonces que su conducta fue “ilegal”, que vendió su voto a algún partido y le compró “baras” un baldío polvoso a cualquier diputado transa. Todo para tener vivienda. Es mirarse como alguien sin dignidad, como alguien reducido por la realidad. Decir colonizador, en cambio, equivale a tener conciencia de tu propio valor como persona que se lanza, como hizo su abuela viuda, con todo e hijos, a la monstruosa Ciudad de México para darles alimento y casa a sus cachorros. ¿Algo más? Aquella noche de viernes salí del Sanborns pensando en toda clase de colonizadores. Los ingleses de quinta, por ejemplo, que llegaron a forjar un país en Estados Unidos y a reducir a los verdaderos dueños de la tierra. O, para no ir más lejos, en los conquistadores españoles, llenas sus tropas de tipos salidos de las cárceles, llegados al futuro México a pisotear una religión ajena, a someter, nuevamente a reducir, a los verdaderos dueños de la tierra. A cortarles manos y pies para aterrorizarlos porque eran numéricamente inferiores que sus enemigos. ¿No es de una soberbia atroz imponer tu religión al otro?, me digo. Más bien es un acto de poder. Y la “pobreza extrema” o la miseria, ¿no son violencia ejercida impunemente? Y la muerte del Efrén en Neza, hijo de Felipe, el periodiquero de la esquina de mi casa: ¿Se debe a la mi-
El Chedraui ubicado en la carretera Atizapán Villa Nicolás Romero, Edomex, quedó bajo el resguardo de policías luego de que la tarde noche del miércoles 4 de enero de 2017, fuera vandalizado y saqueado
seria o simplemente a la impunidad? (“Es hacerte de un poder violento que no te corresponde.”) “Y convertimos Neza en el territorio urbanizado, horrible pero urbanizado, que es ahora”, es la frase central, decido momentáneamente, pensando en esta crónica, después de la conversación con esta treintañera Cynthia que terminó Letras Hispánicas y fundó un taller artesanal de chocolate para dedicarse luego al freelance editorial. Un territorio urbanizado. Horrible pero urbanizado. Como el de la periferia en la frontera entre Neza e Iz tapalapa, como el de las zonas más miserables del Estado de México y del propio dF . ***
NEZASICÓTICO
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res días después, el 5 de septiembre de 2012, el miedo se extendía. “Neza, pueblo fantasma” y “el miedo se extendía” fueron las frases de Cynthia más “likeadas” en su muro de Facebook. El mundo parecía haberse vuelto loco. Al menos en ese municipio con una población mayor al millón de personas y una extensión de 63.74 kilómetros cuadrados. Mis contactos de Facebook comentaban lo nunca imaginado en nuestra falsa burbujita de seguridad defeña. Que los habitantes del municipio bravo más cercano a Ciudad de México llamaron, acelerados al mil, a sus seres queridos: “No lleves a los niños a la escuela. No salgas.
La familia m está en guerra. Esto está muy feo.” La misma mujer que advertía a su gente escribió lo siguiente (y prefiero citarla tal cual en lugar de ceder absurdamente a la tentación de sustituir sus palabras con las mías: “En Neza está pasando lo que ya pasó en Juárez, lo que pasa en Guerrero, en Morelos, en Michoacán. Los que vivimos en Neza sabemos: 1) Que la mayoría de mercados está pagando cuota a La familia michoacana o a alguno de sus clones; 2) de los golpeados y asesinados, de los baleados, de los secuestrados que se han resistido; 3) que todos tenemos una historia (generalmente con policías involucrados) de extorsión, secuestro, amenazas; 4) que actualmente tener un negocio próspero en Neza es motivo de temor pues, en cualquier momento, te llega el aviso de cuota de ingreso y la tarifa que te tocará pagar; y 5) que ser joven y guapa en Neza es motivo de temor, porque si le gustas a alguno de los múltiples fulanos en troca de vidrios polarizados, con carros de guardaespaldas, ya está en peligro toda tu familia.” En 2011 esta cronista no sabía que la realidad violenta del país la tenía también aquí a hora y media de casa. “¿Por qué irse a Siria o al fin del mundo si la realidad la tienen aquí mismo?”, cuestionó la académica española María Angulo Egea a algunos mexicanos. ¿Cuál es quid ahora? ¿Ser original? ¿Escribir bien? ¿Informar utilizando el lenguaje periodístico literario de la época globalizada? Mmm… Sólo sé que hoy utilicé tres transportes distintos –Metrobús, tren subterráneo y pesero–, para llegar a Ciudad Nezahualcóyotl a comer
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da tristeza?! FRAGMENTO DEL LIBRO EN PREPARACIÓN SOBRE CIUDAD NEZAHUALCÓYOTL.
Ciudad Nezahualcóyotl. Fuente: reporterosenmovimiento.wordpress.com
con Sol y Bibiana, dos habitantes de este municipio que adquirió su “municipalidad” en1963. Sólo sé que ambas me contaron historias rabiosamente similares a las que nos han entregado los periodistas norteños. “A los que dicen que en Neza no pasó nada la noche del 5 de septiembre de 2012 les propongo que lo vean más allá de la costumbre de buscar muertos, balazos, golpes, incendios”, escribió Cynthia en Facebook hace un año. Hoy Berenice, dedicada al negocio de los restaurantes, me cuenta algo que no sé cómo tomar. “La tienda de la esquina de mi casa, La Lupita, acaban de tapiarla después de veinte años de conocerla como clienta. Tiene cerrada dos años más o menos. Nos sorprendió muchísimo a la familia y los vecinos. Los dueños nunca cerraban, ni en Semana Santa. Después de tantos años empezaron a poner puestos. Es una familia: papá, mamá, tres hijas y un varón y nietos.” Berenice afirma que este tema de Neza es delicado. Aquí ha ganado el Prd desde 1997. Cada trienio. En 2009 perdió la Presidencia Municipal y obtiene la victoria el Pri . Desde 2009 a la fecha, la violencia, La fami lia michoacana, el cobro de piso o “renteo”, los asesinatos diarios, han sido el pan diario de este municipio. En 2012 regresó el Prd pero no se vieron cambios en las cifras de muertos. En la colonia Evolución hay muertos todos los días. Están las calles de exconvento de Churubusco, Santo Domingo, Santa Anita, más las calles de colonias del ex dF . Estamos en una zona de las más peligrosas. Sin embargo, insiste Berenice, “como tú ves, la vida es normal, vengo de mi trabajo aquí
(cerca del Estadio Neza 86, como a 20 minutos). Aquí las distancias son muy cortas en este municipio, no hay tráfico.” “El inicio de la violencia tiene fecha. La tenemos muy presente y asociada al regreso del Pri en Edomex. Yo vivo con mi hermano y mi cuñada. A él lo han asaltado al recoger su nómina. Es empleado de una compañía de carros de Slim. Fue al cajero de la Avenida Madrugada esquina con Villada, a eso de las 6 am, y le quitaron el dinero. A la esposa de mi hermano la han asaltado arriba del pesero, le quitaron el celular, dinero. “En mi casa, en Carmelo Pérez y Villada, en el Bordo de Xochiaca y Rancho Grande (cuadrante), a cada rato hay balaceras. Son las 3, las 4 am, y de eso que te despiertas y escuchas la balacera. No te asomas porque es peligroso. Después escuchas gritos. No sabes si llamar a la policía. Te da miedo denunciar, te dan números, te dicen “Denuncie” pero te da miedo. Al otro día platico con los vecinos y que no pasó nada. Unos andan armados. No sabemos si hubo balacera y hubo heridos y los levantaron. En El Universal sale mucho. En el Reforma veo “Muerto en Neza”. Inevitablemente le doy clic. Son mujeres, son hombres, entre treinta y cuarenta años, como que está muy ubicada esa población. Afuera de antros, en las calles, en las banquetas. Los vecinos extrañan mucho la tienda. El caso le parece emblemático. “Supe de oídas de los vecinos que hubo extorsión. Mi hermano se atrevió a pregun-
tarle al hijo del dueño “Oye, ¿ya no van a abrir?’. Y él dijo ‘no, ¿para que nos arriesgamos?’. ” Y tú ves que te dicen ‘Oiga, denuncie, cómo se va a dejar, es el patrimonio de toda su vida, no es justo’. No es posible esa comunicación porque también da miedo hablar de eso. También están cerrados varios locales cercanos.” Los que siguen abiertos es porque se mochan, o porque los dueños se les han enfrentado con armas. No quiere ni nombrar a la delincuencia por un asunto personal. El hecho es que todos se quedaron sin abarrotes. En otras colonias es lo mismo. Un anuncio de los cincuenta del siglo xx , hecho para atraer compradores de casas malhechas, reza: “Vengan a ver a la colonia EL Sol donde se vive mejor.” Bibiana cuenta que es exadicta. Se convirtió al cristianismo pentescostal hace poco. Ahora apoya a los jóvenes adictos en tres organizaciones de Neza
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MAGALI TERCERO. Cronista urbana y cultural. Autora de Cuando llegaron los bárbaros… Vida cotidiana y narcotráfico (2011), San Judas Tadeo, santería y narcotráfico (2010) y Cien freeways: d. f. y alrededores (2006). Fue incluida en A ustedes les consta. Antología de la crónica en México, de Carlos Monsiváis. Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez fiL 2010 con “Culiacán, el lugar equivocado”; Premio a la Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa (sip 2007) y Premio Nacional de Crónica Urbana Manuel Gutiérrez Nájera uacm 2005.
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Guardabosques DE UN CIELO QUE SE DA VUELTA
José Lagos
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l bidón escurre las últimas gotas de gasolina. Alguien desliza el pulgar sobre un pequeño cilindro acanalado, el dispositivo expulsa primero una neuronal chispa metálica y de inmediato aparece una llama que la mano acerca a un cuerpo. El fuego se esparce con ferocidad.
CHERÁN. UN INVIERNO
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na fina lluvia cae sobre los techos y tejabanes, por las barrancas suben los mugidos de las vacas. Los cerros de la meseta purépecha, convertidos en siluetas insomnes, respiran ennegrecidos por una densa nata blancuzca que se extiende como gélido lengüetazo. Unos perros flacos deambulan en la puerta de la iglesia y olisquean los puestos de panes y atoles que están fuera de ella. Una señora atraviesa la iglesia de rodillas. El frío paraliza los párpados. Son las seis de la mañana. La primera misa del día está iniciando. El Lobo, un hombre grueso y de mirada parda, aparece del lado opuesto de la plaza. En una mano lleva un café instantáneo. Subimos en un vehículo del cual se disculpa de inmediato. “Así como lo ves, todavía jala. Sí llegamos”, asegura. El interior es un destripadero. En los topes es un derrumbe de óxido. Los cristales se empañan pronto. Después de diez minutos de camino, el vehículo disminuye la velocidad. Se detiene en la Kataperhakua, la cárcel purépecha; un edificio aguamarina, apenas iluminado por lámparas fluorescentes. Subimos una pequeña vereda y nos detenemos en el traspatio. Aparece el 9. Viste uniforme camuflado, botas, chaleco táctico y una gorra con la leyenda “Ronda comunitaria” bordada en el frente. El Lobo nos presenta de inmediato y deja claro que lo suyo ha terminado. El 9, coordinador del único grupo de guardabosques, extiende su mano gruesa y saluda. Con los dedos descubre su rostro empequeñecido por una bufanda.
EL “GRAN ATREVIMIENTO” DE LA COMUNIDAD DE CHERÁN. MEMORIA DE UNA MAÑANA
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ntes que las Autodefensas de Tierra Caliente aparecieran en escena, que se precipitaran en avionetas, tomaran ranchos y municipios con tremendas metralletas, dieran entrevistas, patrullaran carreteras… “abatieran” por segunda ocasión a Nazario Moreno González, el Chayo, fundador de La familia mi choacana, se formara y se desmembrara la Fuerza Rural, encarcelaran a Servando Gómez Martínez, la Tuta, líder de los Caballeros templarios... este municipio, enclavado en la Meseta Purépecha, ya se había levantado. El nombre de Cherán se viralizó rápido, los medios acudieron pronto y las narrativas oficiales se apresuraron a condenar el “alzamiento”. El 15 de abril de 2011 el pueblo amaneció con algunas señoras bloqueando una calle nacionalmente irrelevante. Se apostaron en un camino de terracería que servía de ruta a los talamontes que eran protegidos por el narco. Las campanas sonaron y el rumor se extendió rápido. Los palos, las piedras, los machetes, los cohetones. Los talamontes fueron retenidos y sus camionetas incendiadas. La ebullición inaplazable y la confrontación inminente. Policías municipales intentaron liberar, sin éxito, a los talamontes retenidos. Después, sicarios comandados por el Güero, entonces jefe de plaza en la meseta michoacana, aparecieron montados en varias camionetas. El vértigo a plomo, la tensión y el sudor en las manos. Un disparo quebró contra la gente y un joven cayó herido. Contra toda normalidad, nadie corrió. Los sicarios huyeron. Ante el repliegue, una pregunta pareció quedar en el aire: “¿y ahora qué hacemos?” Durante ocho meses, la comunidad mantuvo barricadas en cada una de las entradas del pueblo, organizó decenas de fogatas al interior y estableció rondines que a la postre, retomando una tradición purépecha, se convirtieron en la Ronda Comunitaria, el organismo encargado de la seguridad. En noviembre del mismo año, el Tribunal Electoral del Poder Judicial emitió una
resolución a favor del municipio para celebrar elecciones bajo usos y costumbres, lo cual permitió que los partidos políticos desaparecieran formalmente de la comunidad y comenzara un proceso de autonomía política. En contextos de extrema violencia, como los que atraviesan numerosas regiones de México, el poder se preserva e impone mediante intimidación, extorsión, levantón, violación, asesinato. En este escenario, no hay mucho que pensar si alguien obedece cuando tiene una pistola en la cabeza; lo hace porque tiene miedo. Pero, al contrario, lo inédito irrumpe cuando alguien deja de obedecer aun teniendo un “cuerno de chivo” que le apunte. En ese sentido, preguntaba un periodista, “¿cuál fue el gran atrevimiento de la comunidad de Cherán?”
UN RECORRIDO. MUCHAS PREGUNTAS, ALGUNAS RESPUESTAS
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ajo el auspicio del primer fogón, las últimas espumas de la noche se desmoronan como si el rescoldo que se escapa de alguna chimenea rasgara el cielo que se da vuelta. Una camioneta blanca avanza por las calles terregosas de Cherán. Los guardabosques, enchamarrados, con fusiles r -15 y pasamontañas, ocupan la batea; aunque operan como grupo especial, también pertenecen a la Ronda Comunitaria. Una tímida, azulada y atmosférica luz coquetea con el vaho que expulsan las narices. Las trojes, tradicionales casas purépechas de madera y adobe, se pintan con los vapores del rocío; por sus techos de dos aguas se asoman los primeros destellos de la mañana. En las calles de adoquín caminan personas cargando jarritas de peltre con leche bronca; todos los días, al pie de algunas casas, se ofrece la leche recién ordeñada. Aunque la camioneta avanza sin prisa, hasta el soplo más tímido endurece las manos, y los ojos, apenas descubiertos, se encogen adormecidos. “Como los cerros están pelones,
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Fotos: desinformemonos.org
el viento entra más recio”, dice el Boa. El amanecer es una blanca y helada bruma. El Boa, un joven macizo, de gestos abultados, es guardabosque. Se sumó al alzamiento tan pronto se enteró. En la madrugada del 15 de abril, recuerda, no se encontraba en la comunidad. “Trabajaba como cargador en un sonido muy famoso en la región. Estaba en un pueblo de acá cerca pero yo ni en cuenta, ese día llegué a dormir.” En la tarde los vecinos lo invitaron a apoyar. “Si me hubiera enterado a la mera hora, tal vez anduviera desde que inició la Ronda.” Su caso es como el de la mayoría, pocos imaginaban hasta dónde podía llegar el movimiento y qué tanto cambiaría sus vidas. “Ahora –continúa–, casi toda la gente que está aquí en la Ronda casi no se dedicó al monte. Por ejemplo, yo tengo mi estudio, tengo mi carrera de ingeniero industrial. La mera verdad, no sabía que iba a convertirme en esto. Yo nunca quería ser policía. Ni Ronda, pues. Odiaba a los policías porque eran corruptos, porque uno ve cómo tratan a la gente.” Todos saben que el problema no está en el aprovechamiento forestal. En esta región, la madera es un recurso energético importante. El pueblo, las casas, los baños, las camas, todo es de madera. El problema fue la voraz depredación y la violencia que impuso el narcotráfico en complicidad con las autoridades. Después del levantamiento en barricadas y fogatas, lo más importante fue recuperar el bosque. Pobladores, organizados en columnas, poco a poco fueron peinando el monte. Las primeras incursiones consistieron en ubicar y desmantelar las “fiestas”, campamentos bien acon dicionados que utilizaban sicarios y talamontes. Incluso después del reconocimiento jurídico que ganó la comunidad para elegir a sus autoridades, recuperar el control del territorio llevó varios meses más. Aunque parecen lejanas las angustias y amenazas que durante el levantamiento se elevaron sobre la comunidad, “la justicia, seguridad y reconstrucción [de su] territorio”, tal como han denominado al proce-
so que desarrollan, en un escenario adverso como el suyo, implica tareas de grandes dimensiones. Requiere de muchas voluntades y de muchos días. De muchas mañanas. Los guardabosques, reconocen, se volverían locos si entre ellos no existiera un sentimiento de familia. De comunidad. “Casi la mayor parte del tiempo estamos aquí, sin la verdadera familia de uno. Al principio sí pesa no ver tanto a tus hijos o a tu esposa, pero como en la Ronda convives todo el tiempo, agarras una confianza chida, si se puede decir. Uno nunca sabe qué puede pasar durante el día. Hasta el último segundo uno tiene que estar alerta. Aquí todos tenemos leída la cartilla. Si aquí morimos, nos vamos a morir en la raya.” La posibilidad de un enfrentamiento es un riesgo latente. En una ocasión, dos comuneros fallecieron atrapados en una emboscada que los talamontes tendieron contra los guardabosques. Hace un rato que los anchos caminos y los grandes descampados desaparecieron. El camino es sinuosa terracería. La camioneta tambalea, combate salvajemente contra la estrecha y escarpada vereda, da fuertes tumbos que la ponen al filo de barrancos lo suficientemente profundos para quebrarse muchos huesos. A excepción de uno, todos fuman. Con una mano sostienen el cigarro y con la otra procuran no caerse, empuñar el arma o sostener la gorra contra las intempestivas ramas. Todo el camino ha sonado un celular con música de banda. “Antes, las motosierras eran tantas que los cerros zumbaban como moscas en un basurero. Diario bajaban, al menos, entre doscientos y trescientos camiones con madera”; alrededor de novecientos árboles. “Y sácale cuentas, ‘los malos’ se llevaban mil pesos por camión.” Unos trescientos treinta millones de pesos por año. Según cálculos de un consejero de Bienes Comunales, para recuperar el bosque tardarán entre quince y veinte años, sin considerar el tiempo que tardan los árboles en alcanzar la madurez.
La camioneta se ha detenido. El recorrido a pie comienza con el sol convertido en francotirador ineludible que filtra su mirilla entre la espesura de los pinos. Por todos lados se ven las huellas de la tala y cientos de muñones chamuscados conforman buena parte del panorama. Los pinos recién plantados colorean ligeramente los grandes huecos de la devastación. “Acá en el bosque había árboles que no alcanzaba a abrazar con mis manos, y eso que estoy grandote. Ahora imagínate los que están chiquitos cómo los miraban”, dice el Boa. El Boa es, también, sobrino de un comunero asesinado. “La familia le decía a mi tío que dejara de tomar monte tan arriba y dejara la resina y a sus animales por la paz. O al menos, que no se acercara tanto a Zacapu. Mi tío siempre respondía lo mismo: ‘yo no les debo nada a ellos y el que nada debe, nada teme’. Y montaba su caballo. Ese día, todavía él le llamó a su esposa para decirle que ‘los malos’ lo estaban merodeando. Que si algo le pasaba, ya sabía quiénes fueron.” Y la llamada se terminó. “Ya no supimos más de mi tío.” “Él apareció 15 días después. Lo quemaron y lo botaron ahí en el monte. Lo encontraron cerca del Cerro del León, allá pegado a Zacapu; como a 30 kilómetros de Cherán. La mera verdad sí da coraje. Como nosotros decimos, son buenos en bola pero cuando te topan así frente a frente andan corriendo, porque saben que te vas a defender.” El Boa no parece doblarse, el recuerdo lo tiene bien asimilado. “Yo le digo al hijo de mi tío, no te agüites, los vamos a topar tarde o temprano. Pero –confiesa–, cuando pasó eso, primero fue muy difícil decirle que a su papá lo habían desaparecido, y luego, que lo encontraron todo quemado. ¿Cómo crees que se siente uno?” Luego de un largo silencio, vuelve a preguntar: “¿Tú qué hubieras hecho?”
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JOSÉ LAGOS. Cursó la licenciatura en Estudios Latinoamericanos, Facultad de Filosofía y Letras, unam. Ha escrito crónica y publicado entrevistas en revistas como Marvin.
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La crónica:
el arte de narrar la h Gustavo Ogarrio UN GÉNERO PERIODÍSTICO QUE TAMBIÉN ES UNA MEMORIA DE ACONTECIMIENTOS, PROCESOS Y REPRESENTACIONES QUE NARRAN EL CONFLICTO SOCIAL. HABÍA SIDO MARGINADA DE LA HISTORIOGRAFÍA Y DE LA CRÍTICA LITERARIA.
C
Para Helena Fabré Nadal, para Sandra Escutia, para Valentina Quaresma, para Ana Karen León
Nosotros seguimos adelante, más adentro del pueblo. La tierra que nos han dado está allá arriba. “Nos han dado la tierra”, Juan Rulfo
onquista, colonización y exploración territorial: la crónica es la empresa narrativa en la que se fijan las primeras imágenes de la conflictividad que surge con el proceso que Edmundo O’ Gorman ha denominado la invención de América. “Escenas primordiales”, como le gustaba decir a Antonio Cornejo Polar, que van desde ese régimen de representación comparativo que establece Cristóbal Colón entre su mundo y el de los “aborígenes”, que quizás también anuncia la disputa narrativa del Nuevo Mundo, hasta el fallido “diálogo” de Cajamarca entre el padre Valverde y Atahualpa, y que el mismo Cornejo Polar propone como “el comienzo más visible de la heterogeneidad que caracteriza, desde entonces y hasta hoy, la producción literaria peruana, andina y, en buena parte, latinoamericana”. Este “grado cero” de la interacción entre la oralidad andina y la escritura impuesta con violencia por la colonización, “el destino histórico de dos conciencias que desde su primer encuentro se repelen por la materia lingüística en que se formalizan”, se puede comprender también como una de las matrices culturales, narrativas, del conflicto social latinoamericano: la negación, encubrimiento y olvido de la figura del “otro”, del “indígena”, pero también de los otros posteriores, mulatos, “mestizos”, trabajadores, campesinos, mujeres, migrantes… El poder político y monológico de la palabra dominante: el poder narrativo para representar a los otros sin que estos otros participen en su propia representación. ¿No es acaso la crónica de conquista y de colonización el sustrato narrativo y de memoria de otros géneros literarios que van a aparecer posteriormente en tierras americanas, como la misma novela y la poesía moderna? En su poema “Crónica de Lima”, Antonio Cisneros consigna en clave irónica esta historicidad contemplativa que han dejado los cinco siglos de conquista y evangelización en tierras americanas: “El horizonte es blando y estirado./ Piensa en el mundo/ Como una media esfera –media naranja, por ejemplo– sobre cuatro Elefantes,/ Sobre cuatro columnas de Vulcano./ Una corona blanca y peluda te protege del espacio exterior./ Has de ver/ Cuatro casas del siglo xix./ Nueve templos de los siglos xVi, xVii, xViii./ Por 2 soles 50, también, una caverna/ Donde los nobles obispos y señores –sus esposas, sus hijos–/ Dejaron el pellejo.”
En las crónicas de Cajamarca, por ejemplo, que abordan ese primer “desencuentro” entre las “escrituras sagradas” y la palabra hablada, entre el padre Valverde –su empresa de imponer la letra de la evangelización– y la “desobediencia” de Atahualpa y de su oralidad perseguida, están las huellas de las paradojas en la formación del género de la crónica en tierras americanas y un conflicto de larga duración que se mantiene hasta nuestros días, tal y como lo afirma Cornejo Polar: “los gestos y las palabras de Valverde y Atahualpa no serán parte de la literatura, pero comprometen a su materia misma en el nivel decisorio que distingue la voz de la letra, con lo que constituyen el origen de una compleja institucionalidad literaria, quebrada desde su mismo soporte material; y bien podría decirse, más específicamente, que dan ingreso a varios discursos, de manera sobresaliente al contenido en la Biblia, que no por universal deja de tener una historia peculiar en el intertexto de la literatura andina, como también el discurso hispánico imperial (de muy extensa duración) y al que a partir de entonces comenzará a globalizarse como ‘indio’ (obviando cada vez más las diferencias étnicas andinas) con sus significados de derrota, resistencia y vindicta. Es como si tuvieran, acumulados, los gérmenes de una historia que no acaba”. En la crónica de conquista y colonización se afirma el poder narrativo de los conquistadores, pero también la imposible incorporación de la voz de los “otros”, los múltiples vencidos. Además, también está inscrito en la crónica del siglo xVi lo que Antonello Gerbi va a identificar como las “observaciones y juicios y prejuicios… que se habían expresado como sorprendentes noticias de tierras remotas”, viajeros y naturalistas que a su paso
por el Nuevo Mundo dejaron fábulas, polémicas, relatos de utopías y mitos sobre el buen y el mal salvaje, y que a partir del naturalista francés Buffon en el siglo xViii adquieren una continuidad histórica en Europa que se presenta como un criterio “científico”: la supuesta “inferioridad” estructural de América y que llegará a establecerse como versión totalizadora de la historia en la obra de Hegel. ¿Cómo entender un género que es al mismo tiempo narrativo, etnográfico, social y político, como es la crónica, en perspectiva histórica sin traicionar su propia heterogeneidad que hasta nuestros días se manifiesta también en el periodismo narrativo? ¿Es una sola la historia de la crónica en América Latina o estamos ante la historia de un género literario que también es una memoria de acontecimientos, procesos y representaciones que permanentemente están inscritos en la formas directas e indirectas de narrar el conflicto social?
¿Cómo entender un género que es al mismo tiempo narrativo, etnográfiCo, soCial y polítiCo, Como es la CróniCa, en perspeCtiva históriCa sin traiCionar su propia heterogeneidad que hasta nuestros días se manifiesta también en el periodismo narrativo?
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historia En la historia de América Latina se pueden identificar al menos tres ciclos de violencia estructural: la conquista, las independencias del sigo xix y las revoluciones del siglo xx ; así como cuatro grandes momentos de la crónica: la crónica de conquista y colonización, como la de Cristóbal Colón y Hernán Cortés, los protagonistas y testigos directos de la articulación traumática entre Occidente y tierras americanas, pero también las crónicas de los vencidos, ocultas durante siglos para su divulgación “masiva”; la crónica ligada al resquebrajamiento del pacto colonial y a la formación del Estado nacional, por ejemplo, las memorias de fray Servando Teresa de Mier; la crónica en su versión moderna, ligada al periodismo del siglo xix pero también al ensayo latinoamericano, como las crónicas modernistas de José Martí durante su estancia en Estados Unidos, y la crónica en su consolidación como género anfibio, contemporáneo, como periodismo narrativo que registra críticamente las violencias contemporáneas, como el libro Loco Afán, de Pedro Lemebel de 1997. La crónica en América Latina se ha presentado en los últimos años como un desafío para la definición misma de lo propiamente literario. Por lo anterior, es necesario revisar el estatus narrativo de la crónica, su problematización como género de la narración artística ligado a determinadas perspectivas históricas y a ciertos usos de la memoria y del periodismo. Es necesario recordar que este desafío surge también de las formas en que la crónica había sido marginada de la historiografía y de la crítica literarias, lo que implicaba también la imposibilidad de interpretar y reconocer su principal estrategia narrativa: relatar lo inmediato, lo que parece estrictamente coyuntural, sin aspirar a la eternidad de los grandes géneros literarios, como la novela o la poesía. Quizás los cronistas nos enseñan a su manera lo que ya decía Francisco de Quevedo: también “… lo fugitivo permanece y dura”.
LA ACTUALIDAD DE LO FUGITIVO Y LA NARRACIÓN DE LA VIOLENCIA NEOLIBERAL
¿Q
ué es aquello que permanece y que “no acaba” en la larga duración de las violencias en América Latina? ¿Qué nos ha dado la crónica en estos siglos de conflictos multiplicados entre la hegemonía de las palabras que nombran a los otros y los relatos de los que pelean el derecho a narrar su propia representación o el testimonio mismo de su situación como víctimas? Se dice que vivimos en la era del testimonio: “narrativas de la globalización” que, como afirma Jean Franco, son también “medios de registrar el trauma de la subjetividad dentro de la globalización, un trauma que sufre
sobre todo el cuerpo de las mujeres, las mujeres víctimas del asesino en serie, las mujeres y los niños cuyos cuerpos se utilizan para trasplantes, las muchachas en el comercio sexual en Centroamérica y las maquiladoras asesinadas cuyos cuerpos aparecen en el desierto en las cercanías de Juárez”. ¿Estamos ante un cuarto ciclo de violencia estructural en América Latina como consecuencia de la instauración del Estado neoliberal? ¿Cuáles serían los rasgos de esta violencia y cuáles las formas de narrar el dolor y la emergencia política de las víctimas? Quizá el perfil de esta condición neoliberal sea observable en sus más evidentes violencias: un Estado des aparecedor, como identifica Pilar Calveiro al Estado militar en Argentina de la última dictadura, pero que al parecer se reproduce en nuestros días con un mecanismo similar en un contexto de consenso democrático liberal; un Estado misógino que aniquila, pulveriza y borra los cuerpos de miles de mujeres; un Estado que reproduce y “tolera” ese capitalismo criminal que transforma en mercancía los cuerpos y el flujo migratorio de comunidades enteras, el secuestro, las desapariciones forzadas y el borramiento de sujetos. ¿Cómo se narran los efectos de esta hegemonía neoliberal en su ampliación criminal que ya no distingue entre el crimen organizado a la manera capitalista y el Estado propiamente neoliberal? En su crónica “Historia de una mujer bomba”, Josefina Licitra narra la historia de Susana Trimarco, cuya hija, Marita Verón, fue “sustraída” por una red de tráfico sexual en Argentina. “Trimarco se transformó en un personaje arrollador: se vistió de prostituta para conseguir pistas, pateó puertas oficiales pidiendo respuestas, intervino en la liberación de 115 chicas en toda la Argentina y devino uno de los mayores emblemas de lucha contra el tráfico de personas”, nos dice Licitra en la presentación editorial de su crónica. Ante el circuito neoliberal de muerte y desaparición, la crónica de Licitra se mueve en el campo narrativo del testimonio de una víctima que irrumpe como sujeta política y que articula alrededor de su acción de búsqueda a una serie de actores (abogados, defensores de derechos humanos, periodistas, académicos…) que “militan” en las estrategias colectivas de respuesta a la violencia neoliberal. Es evidente que la crónica de nuestros días, la directamente vinculada a la narración de las violencias neoliberales, realiza un intento permanente de captar las voces de las víctimas en su proceso de irrupción política ante las narrativas criminalizadoras del Estado neoliberal. ¿Cuáles son los otros campos narrativos que verifican la heterogeneidad actual de la crónica? La crónica de nuestros días también registra los procesos traumá-
ticos de ultramodernización destructiva de las sociedades, las ciudades y las “costumbrses”; sigue las huellas de una dialéctica entre la deshumanización/ humanización de las migraciones latinoamericanas, en par ticular la que va de países centroamericanos a México y Estados Unidos; pero también narra desde una perspectiva crítica la relación entre la cultura popular y la llamada “cultura de masas”. Esta tendencia de la crónica aborda diferentes ámbitos de la cultura popular y de la formación de la llamada sociedad de masas, en un contexto nacional, latinoamericano y/o global: telenovelas, boleros, cumbia, futbol, lucha libre, box, rock, “figuras” mediáticas del narcotráfico, disidencia sexual, entre otros, y están estrechamente vinculadas a las transformaciones culturales, ideológicas y tecnológicas experimentadas durante la segunda mitad del siglo xx y comienzos del xxi . Rafael Gumucio, en su crónica “Historia de un rostro”, presenta así la figura de Mario Kreutzberger, el nombre verdadero de Don Francisco, icono de la televisión chilena que “fundó” los teletones en América Latina y animador que emprendió la conquista mediática de millones de televidentes en un contexto de dictadura militar: “Don Francisco era el policía bueno que rivalizaba con el policía malo (Pinochet), para lograr el mismo resultado: el gran sueño de ganar un millón con sólo apretar el botón correcto.” La crónica es todavía el filtro narrativo de las violencias sociales, un breve registro de lo propiamente histórico desde la más impetuosa coyuntura, una memoria de esas “escenas primordiales” que le dan sentido a otras representaciones narrativas o poéticas; un rumor de voces ocultas o de testimonios narrados que a su manera se oponen a la no representación de las sujetas y sujetos del dolor, o a la extracción permanente de sus relatos en este espectro que nebulosamente seguimos llamando neoliberalismo. Quizá también la crónica tiene algo de utópico, no muy lejano a este fragmento del aparentemente menos utópico de nuestros escritores, Juan Rulfo: “Pero sí, hay algo. Hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza.”
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GUSTAVO OGARRIO (Ciudad de México, 1970), profesor de Literatura latinoamericana en el Colegio de Estudios Latinoamericanos de la ffyL de la unam y de Historia de América Latina en el Instituto Mora. Ensayista y cronista, ha publicado los libros La mirada de los estropeados (fce, 2010), Épicas menores (unam/secum/Eón, 2011), Bajo la misma noche. Ensayos políticos sobre literatura latinoamericana (ffyL-unam, 2014), entre otros.
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Trances y trasiegos de la CONSTRUYE UNA RETÓRICA DE LA PRESENCIA QUE RECREA. HACE VÍVIDO CADA SUCESO. ES UN ARMA DE CONQUISTA.
Jezreel Salazar
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o es fácil encontrar una práctica social que muestre mejor que la crónica las interacciones que existen entre escritura y realidad. Esto quizá se deba a su ambivalente condición, al mismo tiempo referencial y subjetiva, informativa pero también experiencial. La crónica es un género que hace de la representación de las transformaciones del mundo su quehacer básico, pero a diferencia de la historia transmite la experiencia volviendo vívidos los sucesos, construyendo una retó rica de la presencia que recrea, desde un punto de vista subjetivo, lo que le ocurre a una sociedad. Registrar el presente (narrarlo y describirlo), pero al mismo tiempo valorarlo críticamente, parece ser lo que caracteriza no la forma de la crónica sino su voluntad testimonial. Esta impronta no ha sido, sin embargo, la misma a lo largo del tiempo. Cuando Carlos Monsiváis se propuso hacer la historia mexicana de las mudanzas padecidas por el género, buscó sus raíces en la Crónica de Indias, delineando un proceso marcado por el progreso civilizatorio. Ya desde su título, el ensayo “De la Santa Doctrina al Espíritu Público”, traza un telos optimista, que va de la crónica como arma de conquista, ejercicio del poder y negación de la otredad, hasta la perspectiva de un género que critica toda forma de dominación o exclusión, registra la liberalización de las costumbres y busca aproximarse a la comprensión de aquellos que se hayan en un margen social o cultural. Según Monsiváis, los conservadores “perdieron la batalla por el género”, de modo que la crónica adquirió alma liberal. Durante más de tres décadas, ese modelo de periodismo detentado por Monsiváis, Elena Poniatowska, Vicente Leñero o Julio Scherer, funcionó de manera puntual. La crónica se desarrolló de la mano de nacientes espacios para la libertad de expresión (Excélsior, Unomásuno, La Jornada, Proceso…) que contribuyeron a sustentar el periodismo como actividad ajena al Estado e implicó un proceso de democratización de bienes culturales, vinculados a la masificación de la educación superior y a una ideología liberal. Además, el género ejerció labores de denuncia y reescritura de la historia oficial recuperando verdades borradas y estableciendo contramemorias críticas; permitió concebir el espacio nacional como espacio no unívoco, sino heterogéneo, remarcando diferencias y disidencias; y discutió el elitismo de la ciudad letrada y la supuesta autonomía de la creación artística, sosteniendo que la escritura literaria no podía estar separada de la arena pública. Toda una nueva generación de cronistas (José Joaquín Blanco, Jaime Avilés, Hermann Bellinghausen, Emiliano Pérez Cruz, Alma Guillermoprieto, Juan Villoro o Fabrizio Mejía Madrid) continuaron esta labor: construyeron imaginarios colectivos en torno a los cuales podían pensarse proyectos de nación alternativos;
CRÓNICA
reordenaron imaginariamente los espacios ur ba nos que socialmente se hallaban escindidos; visibili za ron lo anónimo, lo ignorado y lo que parecía insignificante, creando una suerte de épica de lo trivial que discrepaba de las prácticas normativas hegemónicas (tanto en lo cultural como en lo político). No obstante, en años recientes la crónica ha sufrido diversos trances y trasiegos que han desmantelado las certidumbres sobre las que se sustentaba el género. Las políticas de corte neoliberal, el fracaso de la transición democrática, la erosión de la visibilidad pública del intelectual, el regreso de la censura, el financiamiento desmesurado de los aparatos de comunicación social y la crisis institucional generalizada, han limitado el proyecto ideológico que había sostenido al género. Al mismo tiempo que gana espacios, atención y reconocimiento (cada vez hay más becas, antologías y premios centrados en diversas formas de periodismo narrativo), el principio de esperanza que se hallaba detrás de la crónica parece haber sido sustituido por la incertidumbre y la desazón propias de las inseguridades que habitan y definen al país. Si uno lee los textos de cronistas como Marcela Turati, Diego Enrique Osorno, Luis Guillermo Hernández o Alejandro Almazán, se percata que la dimensión pública del género sigue vigente, pero su ideología política ha dejado de sustentarse en una estética que propone al texto como espacio democratizador, incluyente y plural que ciudadaniza al lector. El telón de fondo tiene que ver con el desmantelamiento tangible de tejido social, el embate contra certezas y proyectos colectivos, así como con la crisis de ciertas ficciones que permitían la ilusión de un proyecto de modernización social, político y cultural. Hoy el liberalismo no puede ocultar sus límites, los discursos que habían privilegiado a la sociedad civil no encuentran asideros confiables y la disolución de lo nacional como proyecto viable es parte central de nuestras narrativas cotidianas. Por ello hay un desplazamiento del campo de interés de lo cronicable: lo mejor del periodismo actual se encuentra en los textos que remiten al campo de la violencia, la nota roja y el crimen organizado, y de manera marginal en la crónica de viajes. Antes, se prestaba atención a otros fenómenos: personajes excéntricos, movimientos sociales, cambios en las costumbres, cultura popular. En los últimos años, las crónicas más iluminadoras son las que concentran su atención en el desmantelamiento de las instituciones, el abismo de la impunidad y la violencia sobre una sociedad cada vez más desamparada y desprovista de derechos. Aquí pienso, por supuesto, en los textos de Sergio González Rodríguez, Magali Tercero, Ricardo Ravelo, Carlos Velázquez o Fernanda Melchor. Asimismo, en los años recientes, Ciudad de México deja de ser el espacio privilegiado para narrar lo social. Existe una diseminación
Hermann Bellinghausen
del género hacia otras regiones, sobre todo las afectadas por la violencia abierta, lo que modifica la tradición centralista del género, visibilizando márgenes antes poco atendidos. Aunado a lo anterior son fundamentales las condiciones materiales en que se escribe hoy periodismo: México es actualmente uno de los países más peligrosos para el oficio. Además de las decenas de periodistas asesinados y desaparecidos, en la última década se han producido diversos ataques a instalaciones de periódicos y radioemisoras, y las amenazas contra reporteros y corresponsales no dejan de aumentar y de multiplicar la autocensura. Las nuevas plataformas digitales, por su parte, han provocado una crisis en el esquema de negocios de la prensa escrita, de modo que los criterios editoriales se han debilitado y los espacios de publicación de la crónica han debido cambiar. No sólo ha envejecido el formato en que se publicaron crónicas clásicas (periódicos, revistas, suplementos), sino que el lector de este tipo de textualidad ya no es el mismo: la emergencia de revistas especializadas en crónica (como Etiqueta Negra, Gatopardo, El Malpensante, FronteraD, Revista Anfibia), el surgimiento de portales noticiosos en línea que fomentan formas del periodismo independiente y la aparición de libros con crónicas que no fueron publicadas previamente en un medio periodístico, dan cuenta de las mutaciones en la circulación del género.
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MEXICANA RECIENTE
Juan Villoro
Todas estas novedades han modificado la forma misma de la crónica y son visibles en sus estrategias de escritura. Ignacio Sánchez Prado ha analizado el modo en que los nuevos cronistas enfatizan una perspectiva más individual y afectiva sobre las estéticas comunitaria, plurales y polifónicas previas. Por su parte, Juan Carlos Aguirre, al estudiar crónicas sobre la violencia, afirma la reducción del carácter epistemológico del género: los peligros de escribir periodismo en México y la necesidad de proteger a las fuentes, han acentuado los recursos del anonimato y la anécdota y, con ello, han limitado la precisión documental. Estos cambios son complejos y contradictorios, pues al mismo tiempo que observamos cómo,
Magali Tercero
Diego Enrique Osorno
frente a la coerción política o criminal, la crónica reacciona ficcionalizándose, también puede apreciarse el fenómeno opuesto: el género deja de remarcar su carácter literario (acaso porque la estetización formal resulta innecesaria cuando ha ganado ya un lugar al interior del campo literario). Por eso mismo, en nuestros días son visibles líneas cercanas a la crónica que han reforzado su perfil informativo: el periodis mo de investigación parece vivir un auge y los procesos judiciales que deben enfrentar los periodistas (otra forma de censura) ha llevado a gente como Lydia Cacho, Sanjuana Martínez o Jenaro Villamil a remarcar su “credibilidad” a partir del dato exacto y el respaldo documental.
Rossana Reguillo afirma que la crónica sustituyó al melodrama como matriz cultural, instalándose como forma de relatar “lo crónico” (que en nuestro caso sería el fracaso del proceso modernizador). Esto quizá explique otro fenómeno ligado a la crónica de los últimos años: la manera en que ha conjugado militancia y discusión ética. Un ejemplo clave es la organización Periodistas de a pie, que ha hecho múltiples esfuerzos por otorgarle un sentido ético al oficio (desde establecer protocolos de seguridad y manuales para escribir sin discriminación, hasta generar foros para discutir los límites de la libertad de expresión o crear redes para proteger a periodistas perseguidos). Importa remarcar su propuesta de narrar la guerra no desde el sinsentido y la espectacularización de la violencia, sino desde la dignidad de quienes la padecen, “con el fin de encontrar la reserva moral” que posee el país. Vemos ahí un periodismo que se conmueve y se compadece de los efectos perversos que tiene el poder sobre seres humanos que aparentan ser víctimas y victimarios, pero que padecen por igual (aunque no del mismo modo) el horror de nuestro tiempo. Un ejemplo clave de lo que digo es el sitio cadenademano.org, un trabajo periodístico coordinado por Daniela Rea y construido a partir de entrevistas a soldados que participaron en ejecuciones extrajudiciales. En un tiempo en donde los procesos de construcción y circulación de la verdad resultan muy delicados, los nuevos cronistas escriben desde la incertidumbre, pero también desde la compasión. El género no es el mismo, ni ofrece un futuro feliz, pero sigue registrando, desde la complejidad moral, las transformaciones de su tiempo
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JEZREEL SALAZAR es ensayista, cronista y crítico literario. Imparte clases de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam y en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Alfonso Reyes por su libro La ciudad como texto. La crónica urbana de Carlos Monsiváis y el Premio Nacional de Crónica Urbana Manuel Gutiérrez Nájera por su libro Sentido de fuga. Recientemente publicó un libro de aforismos: Nadie viene (Cuadrivio, 2016).
en nuestro próximo número:
INTELIGENCIA VS. APARIENCIA: EL FALSO DILEMA FEMENINO Chimamanda N. Adichie
La Jornada Semanal @JornadaSemanal jsemanal@jornada.com.mx
ARTE Y PENSAMIENTO ........
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Naief Yehya
Agustín Ramos
L
A NATURALEZA SE APODERA del alma, es decir del cuerpo, de esa unidad indivisible alma-cuerpo que la raza humana contiene aunque en estado latente y que en consecuencia puede transformarnos en seres integrados, íntegros, contrapuestos a sociedades e ideologías dualistas, divididas, violentas. He conocido seres que ya han sido tocados por esa gracia, en su mayoría mujeres, transgresoras, alegres, serenas, imperturbables. Por eso, cuando una de ellas me recomienda Los monólogos de la vagina, de Eve Ensler, veo la versión videograbada conducida precisamente por su autora… Y termino fastidiado. Más que fastidiado, derrenga-
do de preguntas. ¿De eso se trataba, de que terminara yo como mula de Corpus? No lo creo. Entonces, ¿por qué tuvo que ser este juego inocuo irremediablemente destinado al triunfo mercantil, el menos logrado entre las obras de Eve Ensler, el que más fama obtuvo?, ¿cómo podía divertirme, conmoverme o sorprenderme este repaso de mujeres decididas a hablar por boca de la vagina que portan o soportan? Sí, claro, de sus labios sale toda su verdad, pero nada más eso, su verdad, sin un discurso que encuadre, concentre y concrete las muy respetables abstracciones expresadas como una sonrisa dia-
Eve Ensler
gonal que puede concluir en llanto, prolongarse en un silencio hueco o, las más de las veces, esbozar una sonrisa horizontal. La vagina reducida a fetiche verbal, distante de la esclavitud pero ajena a la liberación. Catarsis a cobro revertido que el más memo de los memes temáticos puede superar. Esperaba terminar sabiendo más sobre la vagina, pero en lugar de librarme de mis distorsiones machistas me vi prisionero del fundamentalismo hembrista que por suerte no se atreve (todavía) a conjugar el verbo de la revancha. ¿Merecen las vaginas una reivindicación? Por supuesto que sí. Como todas y cada una de las zonas que conforman a cada mujer. Además, la vagina ha sido, como las mujeres en general, un objeto de desprecio y codicia, de calumnias e infamia, de envidia y celos que ni la más acabada elaboración mítica puede hacer digerible. Me exaspe-
ró ver el trato abierto y desenfadado del tema, como un espectáculo cómico más indiferenciable de los que abundan en la televisión. Novia, esposa, madre, hermana, hija, abuela, tía, sobrina, vecina, todas tendiendo al sol del video un tema apenas sacadito de abajo de las sábanas. Quizá no alcancé a ver en él sino un intento, consciente pero fallido, de contrarrestar la aberración falócrata con una exaltación paralela de una parte, de una sola parte del inmenso conjunto de órganos y atributos eróticos propios de la anatomía femenina. La igualdad, lo sabemos, no es equidad; procurar igualdad entre desiguales profundiza la desigualdad favoreciendo a los privilegiados o, aún peor, desataguerras como las que padecemos desde hace por lo menos ocho mil años, guerras donde todos perdemos. La reivindicación de la vagina carga un peso comprensible por su historia pero deleznable por su etimología. La reivindicación conserva el picor de la venganza. Y sí, también, muestra la efervescencia característica de los movimientos de la liberación femenina. Paloma Villegas abordó una vertiente de ese movimiento entonces naciente, denominándolo “feminismo devastador”. Por la misma época, en las barricadas de pensamiento que se levantaron contra el falocentrismo y en la promisoria irrupción anímico-corporal del orgullo gay, empezó a despuntar la pluralidad amorosa, los diversos erotismos. Entonces, ¿por qué fetichizar la vagina?, ¿acaso no tuvimos suficiente con la falocracia? Renunciar al riesgo de las propuestas creativas, conformarse con el melodrama y la vulgarización histriónica en los tiempos trágicos del mercantilismo actual, equivale a abdicar de categorías sólidas en pro de la equidad de género, a capitular en la búsqueda comprometida del feminismo, a cambiar triunfos de taquilla por un plato de lentejas que tras milenios de ayuno de equidad seguramente parecerá apetitoso y a, en una palabra, obtener triunfos pírricos (pirro le llamaban al pene flácido en la jerga habanera de Cabrera Infante, así que evitemos incurrir en esa paradoja). Para acabar pronto, el feminismo, una de las puntas de lanza de la revolución mundial urgente, necesita apartarse de la autocomplacencia, ejercer la autocrítica y, como vanguardia en la lucha por la equidad de género, debe incluir a quienes también necesitamos, con toda el alma-cuerpo, disfrutar esa equidad, los hombres •
Tenemos que hablar de Wikileaks El prisionEro dE la torrE Ecuatoriana El encierro de Julian Assange, el fundador y rostro público de Wikileaks, en la embajada londinense de Ecuador, es material para una novela de horror, locura y claustrofobia. La situación del hacker y filtrador de información es material de una tragedia clásica, en la que la vanidad, la paranoia y la arrogancia empujan a un hombre brillante y exitoso a su desgracia. Su reclusión en esa sede diplomática se debió a su negativa a comparecer ante la justicia sueca por dos acusaciones de violación. Los méritos del caso han sido discutidos hasta la náusea desde que se refugió ahí el 19 de junio de 2012, en parte por temor de que las denuncias en su contra fueran una conspiración de la cia para atraparlo y enviarlo a Estados Unidos y someterlo a juicio o incluso eliminarlo. En ese momento esa perspectiva no parecía disparatada. El temor de Assange no era gratuito, ya que varias figuras públicas y políticos estadunidenses solicitaron que un dron fuera destinado para su ejecución sumaria. Casi cinco años de reclusión han provocado estragos en su salud mental. Asimismo, el gobierno ecuatoriano comienza a cuestionar la conveniencia de tener ahí a un refugiado tan famoso y controvertido. Durante las elecciones estadunidenses, Assange, a través de WIkileaks, hizo públicos miles de correos electrónicos del Partido Demócrata, algunos de los cuales eran muy comprometedores pues ponían en evidencia los sucios manejos de la dirección del Partido para sabotear al candidato Bernie Sanders en favor de Hillary Clinton. Muchos más eran intercambios irrelevantes en los que algunos locos quisieron ver sórdidas conspiraciones, e incluso se llegó a decir que Hillary, John Podesta, su jefe de campaña, y otros manejaban una red de prostitución infantil desde una pizzería de Washington, dc . Nadie puede culpar a Assange de aborrecer a Hillary Clinton, quien aseguró que se encargaría de él si ganaba la Presidencia; no obstante, es probable que haya sido utilizado por Putin en su campaña en favor de Trump. Con razón o sin ella, muchos ven ahora a Wikileaks como un cascarón que es usado por el Kremlin.
la bóvEda 7 El martes 7 de marzo, Wikileaks intentó volver a ser protagonista en la escena del espionaje al hacer público un inmenso archivo (casi 8 mil páginas) de documentos secretos de la cia que ponen en evidencia las herramientas para la vigilancia que usa la agencia a través de las tecnologías de comunicación y entretenimiento, smartphones, computadoras, tabletas e incluso televisores inteligentes Samsung (con el programa llamado Weeping Angel, que puede ser usado para espiar a través de esos aparatos). Asimismo, en un paquete que
llamaron Vault 7, describen técnicas para intervenir llamadas y textos por Skype y Whatsapp, así como penetrar redes de wifi, documentos en pdf y populares programas antivirales. Al poder franquear la seguridad de los dispositivos portátiles es posible interceptar mensajes antes de ser encriptados. En este paquete, a diferencia de algunos documentos filtrados recientemente, Wikileaks sí editó el material para no hacer público el código de algunas de estas armas cibernéticas y tampoco poner en riesgo la seguridad de agentes o personal activo.
HacEr agua Trump celebraba las filtraciones de información durante la campaña, incluso en sus eventos llegó a decir: I” love Wikileaks”, cuando las revelaciones lo favorecían. Ahora que está en la posición de poder, obviamente no las aplaudirá y menos cuando la Casa Blanca se ha convertido en una auténtica coladera de información, con docenas de filtraciones diarias en todos los ámbitos. La situación se ha convertido en una de las peores pesadillas de la nueva administración, ya que ha expuesto las debilidades, incompetencia y pugnas internas del equipo de Trump. Aparte de eso, el nuevo presidente tiene una relación conflictiva y hostil con las agencias de espionaje del país. En su más reciente desplante vía Twitter, el sábado 4 de marzo a las seis de la mañana, Trump acusó a Obama de haber ordenado que se pusieran micrófonos en su famosa Torre para espiar su campaña. Esta acusación, que lanzó sin la menor prueba, es una más de sus incontables cortinas de humo para desviar la atención d e l o s m e d i o s q u e t rat a n de cubrir sus inagotables escándalos, especialmente los presuntos vínculos de su equipo con Vladimir Putin y el Kremlin. Estas revelaciones coinciden con un artículo en primera plana de The New York Times sobre la ciberguerra que Trump heredó de Obama: espionaje, sabotaje, desinformación y otras tácticas para desmantelar el programa nuclear de Corea del Norte. Las revelaciones de Wikileaks son iluminadoras, pero en una era de miedo y paranoia lo único que nos falta es tenerle más miedo a la tele y al teléfono •
JORNADA VIRTUAL
Monólogos
TOMAR LA PALABRA
naief.yehya@gmail.com
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........ ARTE Y PENSAMIENTO
Jornada Semanal • Número 1150 • 19 de marzo de 2017
Alonso Arreola @LabAlonso
La belleza de la fealdad
E
N EL ARTE NO TODO es hermoso de acuerdo con los cánones de la belleza clásica. Existe también la belleza de la fealdad, rubro en el que destacan algunas de las imágenes más portentosas y conmovedoras de la historia del arte, como El triunfo de la Muerte, de Peter Bruegel el Viejo; el Saturno devorando a su hijo, de Goya; la Cabeza de Medusa, de Peter Paul Rubens; Las tentaciones de San Antonio, de Matthias Grünewald, o de tiempos más modernos, las pinturas de Arnold Böcklin, Odilon Redon, Chaim Soutine, Max Klinger o James Ensor. Así lo consignó Umberto Eco en el libro Historia de la fealdad (Lumen), un estudio exhaustivo de
las distintas manifestaciones de la fealdad en el arte a través de los siglos. Ahí aparecen toda suerte de presencias perturbadoras que incitan a la repulsión y al espanto entre demonios, monstruos, seres deformes, escenas necrofílicas y satánicas, personajes grotescos que apelan a lo horripilante, lo abyecto, lo obsceno, lo repugnante, lo desagradable… Y, sin embargo, 1 son obras de arte que sacuden los sentidos e invitan a la reflexión. Hay que tomar en cuenta que los conceptos de lo bello y lo feo varían en relación con los distintos períodos históricos y las culturas de los que se derivan; no obstante, desde nuestra mirada occidental, belleza y fealdad han sido comúnmente definidas de acuerdo con un modelo establecido. En el Museo de Arte Moderno (mam) se presenta la exposición Monstruosismos, que se anuncia como una “muestra integrada por obras que desafían el patrón común de lo bello, lo verdadero y lo justo”. Esta exposición está integrada por 64 obras –pintura, escultura, gráfica, fotografía y piezas de arte popular– calificadas como “anormales” o “degradadas”, a decir de Sylvia Navarrete, directora del Museo, quien añade que “sólo la fantasía ha de engendrar estas versiones perversas, fantasmagóricas, estrafalarias, obscenas o bizarras”. El texto que da inicio al recorrido crea una gran expectativa cuando leemos:“Las piezas ofrecen a la memoria y a la mirada un paseo sembrado de sorpresas por los avatares del monstruo en sus representaciones artísticas, desde un lienzo anónimo del siglo xvii hasta una fotografía digital del año 2000.” Con gran interés inicié la visita, siguiendo mi atracción por este género de arte, pero la experiencia resultó menos emocionante de lo que prometía: mucho ruido y pocas nueces. Hay piezas atractivas por la relevancia de sus autores: David Alfaro Siqueiros, Jesús Guerrero Galván, Julio Ruelas, Francisco Toledo, Leonora Carrington, Manuel Álvarez Bravo, Raúl Anguiano, Gilberto Aceves Navarro, Germán Venegas, Graciela Iturbide, entre otros. Sin embargo, la mayoría de las obras elegidas no embonan precisamente en el concepto de monstruosismos que da lugar a la muestra. Por ejemplo: de Siquieros se presenta Homenaje a Cuauhtémoc redivivo, una pintura que se inserta más bien en el nacionalismo alegórico y en la cual no encuentro lo monstruoso; de Eugenia Rendón de Olazábal está una bella fotografía de la serie Ídolos, Cargadora de cactus, imagen prove- 2 niente de la estética neomexicanista de los ochenta que nada tiene de aterrador, o El Santo en la montaña, de Xavier Esqueda, que alude al mismo espíritu kitsch que retrata Lourdes Grobet en su fotografía Sin título (el luchador Blue Demon). ¿Qué habrá de siniestro en estas obras? Un acierto es la presencia de muchos autores poco conocidos, algunos con obras interesantes, pero no se logra una articulación temática congruente. Al recorrer la muestra se encuentran obras disfrutables pero no se percibe con claridad el ánimo del tema que inspiró la curaduría de Daniela Tarazona: no hay tantos monstruos, no se palpa lo estrafalario, lo obsceno o lo bizarro. Muchas de las obras rayan más bien en lo fantástico: Carrington, Álvarez Bravo, Aarón Cruz, una fotografía de Rafael Coronel, Benjamín Domínguez, Feliciano Peña, Toledo. Desde mi punto de vista, la obra que cierra la exposición es la única que realmente se apega a este universo de monstruos que yo esperaba encontrar: El poeta en el comedor, litografía de 1972, de José Luis Cuevas, en la que sí nos sacuden sus monstruos humanos que siempre ha logrado plasmar con maestría técnica y un trasfondo filosófico. La exposición Monstruosismos tendrá un segundo capítulo en el Museo Mural Diego Rivera a partir del 6 de abril. Veremos entonces si llegan ahí otros monstruos más sobrecogedores • 3
1. José Luis Cuevas, El poeta en el comedor 2. Xavier Esqueda, El Santo en la montaña (Autorretrato) 3. Germán Venegas, Sin título (Los calvarios)
ARTES VISUALES
Germaine Gómez Haro germainegh@casalamm.com.mx
Sobre la “Ingrata” de Café Tacvba CUANDO LA VIOLENCIA APARECE en el arte, la moral ha de situarse en una realidad alterna. Cuando impulsa al pensamiento llano y cotidiano, desde luego, es un reflejo peligroso. Inherente a lo que somos y hemos sido, empero, es tan inevitable como el amor que la contradice. Peces salidos del adn humano, los crímenes por despecho, rencor, venganza y maldad existen desde el principio del engendramiento y la negociación. ¿Cuál será su peso frente a la bondad? Los últimos podrán juzgarlo.
Lo cierto es que si la lucha por el poder y la competencia animan a tantos hombres de nuestros días y del pasado, nada extraña que su intransigencia pretenda someter a la mujer en múltiples y constantes formas. Alentados por la fuerza bruta, sentimientos podridos se vuelven pensamientos, pensamientos se vuelven acciones, acciones se vuelven costumbres y éstas se hacen leyes, inoculan a quienes nos suceden y, tristemente, se fortalecen. Es lejos del fanatismo y con aprendizaje, y cerca de la discusión abierta como pueden enfrentarse. Mientras tanto, permearán la vida entera y, dentro de ella y por supuesto, al arte y la música. Comenzamos así porque hace unas semanas se discutió públicamente que Café Tacvba considerara silenciar su canción “Ingrata”, cuya letra paródica dice: “Por eso ahora tendré que obsequiarte un par de balazos pa’que te duela. Y aunque estoy triste por ya no tenerte, voy a estar contigo en tu funeral.” Las declaraciones del grupo al diario La Nación causaron revuelo por el futuro escénico de una pieza cuyo ánimo lírico parecía distante de la violencia de género: “Mucha gente puede decir que es sólo una canción”, dijo Rubén Albarrán, cantante del cuarteto. “Pero las canciones son la cultura, y esa cultura es la que hace que ciertas personas se sientan con el poder de agredir, de hacer daño, de lo que sea.” Y sí, las canciones son cultura, pero el artista inconforme pocas veces traza caminos políticamente correctos. No es su papel. Así las cosas, nos preguntamos, cuando escuchamos a Café Tacvba cantando “Ingrata”, ¿los escuchamos realmente a ellos o a su personaje literario? ¿Construyeron un narrador? Si sí, ¿es ese cronista un ser diseñado o involuntario? Si no, ¿se convirtió en uno al paso de los años? Más allá de su pluma, de su voz y de su contexto, ¿es nuestra asimilación de “Ingrata” el acto libre que suponemos, o nuestro juicio es un primate enjaulado en la experiencia propia? Yendo al extremo: ¿Interpretamos esta y otras canciones –las de José Alfredo, verbigracia– cada vez que las cantamos, o sólo nos entregamos peripatéticamente a su sustancia asumiendo contradicciones que nos permitan el suicidio momentáneo del ocio?
Conscientes o no, muchos prueban la maldad en el lenguaje sin llegar a concretarla, como quien ensaya contrastes que le den camino. Niños crueles con resortera en mano, incontables personas se enderezan lentamente a partir de una “violencia tolerable” (si es que tal cosa existe). Pareciera justificación pero, ¿no es así la naturaleza del arte? Aún más complejo: ¿en dónde termina el arte y comienza el entretenimiento? ¿Debemos aceptar que allí, en el entretenimiento, en esa zona intermedia que no llega a lo profundo, subsistan, se permitan y se alienten formas solapadas o cínicas de la intimidación y la desigualdad? ¿Se deben censurar dichas expresiones tras un examen de conciencia colectiva? ¿Quién lanza la primera piedra? ¿Es la música el arte más golpeado por el juego de la a m bición? Nosotros pensamos que la conciencia sobre el respeto a la mujer la tuvieron siempre los de Café Tacvba. Que han cambiado, eso sin duda. Inevitablemente. Pero no sabemos si aquella fotografía sonora debiera negarse desde su seno. Caricatura de un género musical tratado en laboratorio, “Ingrata” nunca ha incitado negativamente a nadie normal. Por el contrario, ha sido puente geográfico-temporal en el que muchos se reconocen juntos desde la tragicomedia mexicana, burlándose intrínsecamente del macho que la canta. En todo caso, basta con decir algo antes de tocarla, resignificarla en el presente, entregar sus ganancias a una organización en pro de las mujeres, usar otros vientos en la misma vela. En fin. Disculpe la lectora, el lector, este texto sin respuestas. Son tiempos de contestar preguntando y de volver a lo de siempre: seres mejor educados podrían llenar los vacíos de cualquier interrogante. Sensibilizados por el otro, creyentes de una felicidad que se integra con la felicidad ajena, podrían decidir con más tino sus consumos y el peso de las palabras que reciben en canciones, noticieros o discursos sin que se perviertan los motores esenciales de una vida sin censuras. Abandonados a esculpirnos desde pantallas pasajeras y apuntes digitales, sin embargo, parece cada vez más difícil lograr altura. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •
BEMOL SOSTENIDO
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ARTE Y PENSAMIENTO ........
19 de marzo de 2017 • Número 1150 • Jornada Semanal
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Jorge Moch Ana García Bergua
tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch
Pero en estas décadas prodigiosas los mapas que se desplegaban en una mesa (y había que apartar las tazas y los ceniceros), ésos que se marcaban con taches y flechas de colores imposibles de borrar después, han perdido ya su utilidad. Por fin podemos todos ser Dios y preguntarle al celular la ruta más eficaz para llegar a cualquier sitio. El aparato no sólo señala la ruta, sino que además muestra los confines, los posibles accidentes del terreno y de alguna manera te deja verte a ti mismo como una bolita que recorre un camino marcado (y a veces te ves caminar torpemente hacia el otro lado de donde señala la flecha). Y así vamos recorriendo el territorio como si fuera el mapa mismo, observándonos recorrerlo un poco embelesados, a veces abstraídos de la realidad del sitio por la abstracción del sitio (cuidado porque aquí es donde uno se tropieza con mayor facilidad), convertidos en el yo que camina a pasos vacilantes y el otro que se mira en la pantalla y sabe todo sobre lo que le espera, un desdoblamiento de lo más extraño, pues aunque el yo que observa no está en el cielo, mira como si lo estuviera. Y uno se acostumbra a poseer esa especie de mirada por encima que antes sólo se sostenía frente al mapa desplegado en la mesa o en las rodillas durante el trayecto en autobús, y que era una mirada más bien hipotética, futura. Esta mirada es bien presente y sólo se tranquiliza cuando sabe en qué punto del camino estamos con relación al principio y al final, y a veces le puede entusiasmar el puro y práctico avance ininterrumpido en el tiempo estipulado, un camino que no es más que un camino, como los pasillos del Metro en las grandes ciudades que, salvo excepciones, no tienen más que muros neutros y señalamientos, y en un descuido pasa por alto los accidentes del camino y los encuentros inesperados, que son los que le dan a fin de cuentas el sentido a cualquier trayecto.
Y luego, ya lo sabemos, cada vez más hay otros que pueden y quieren ser Dios (y a algunos hasta les pagan por ello) y no sólo observarse en el camino, sino observar también a otros, vigilar sus pasos con la intención contraria a la de quien se mira avanzar, es decir, la de que no avance en lo absoluto hacia determinado lugar. Y esos ojos miran desde arriba pero también desde los lados, desde satélites y cámaras situadas en cualquir rincón, y a veces, con cierta impudicia, usan rayos infrarrojos. Un migrante, por ejemplo, cruza la frontera y se sigue a sí mismo en su celular, quizá porque no está seguro de la ruta y por eso la tiene que consultar frecuentemente, y entonces se ve a sí mismo, su silueta computarizada como una bolita de angustia serpenteando entre los caminos, avanza a salto de mata vigilándose desde ese cielo hipotético como si volara y sueña con llegar muy pronto al fin de la ruta. Pero cerca de ahí están los celulares de los guardias o los mafiosos que lo detectaron y que siguen su ruta sin que él se entere. Y entonces así todos están mirando el mismo mapa, recorriéndolo con sus pies y sus ojos y los dedos, y no sería tan raro entonces, sería incluso deseable, que tanto el vigilante ansioso de sus propios pasos como los vigilantes sangrientos o celosos de las fronteras y los muros, se perdieran en ese mundo de rutas virtuales en las pantallas y todos, todos, se convirtieran en dioses hechos de pixeles, frustrados por tener que correr eternamente siguiendo caminos y flechas, y el migrante real, ese que se desliza como puede entre matas, nopales, riachuelos y alambres de púas fácilmente salvables si se levantan con cuidado, lograra llegar a la ciudad soñada, guiado por el olor, el viento, la luz e incluso un perro que lo guíe, por qué no. Los otros (incluido su yo virtual y vigilante, perdón, a ese no lo pude liberar) seguirían dando vueltas en las pantallas y nosotros, como Dios, meneando la cabeza desalentados •
PASO A RETIRARME
SIEMPRE ME HAN GUSTADO los mapas. Desplegar en el papel un territorio y sus alcances, recorrerlos con el lápiz o caminarlos con la punta del dedo y sentir que ya casi estoy en aquellos lugares que sólo puedo imaginar. Me gusta ese mirar a vuelo de pájaro, un pájaro que ya sabe qué hay detrás de las montañas y los horizontes, pues una mirada cenital como la suya lo sabe todo como si fuera Dios, una instancia vaporosa que nada pareciera tener que ver con los soles y los planetas, mirándonos como si fuéramos insectos que avanzan en un mapa y meneando la cabeza desalentado porque nuestras rutas no son las suyas.
H
AY, AUNQUE DESDE LUEGO son rayas en el agua, programas televisivos que adquieren por su factura o calidad de producción, pero sobre todo por su discurso social, inesperada relevancia. Rectify es una serie dramática estadunidense, inscrita en la corriente narrativa (sí, primero que nada, literaria) del Gothic Southern, o gótico sureño, término creado por Ellen Glasgow en la década de 1930 de manera peyorativa, y que después reuniría a una abigarrada multitud de autores, desde los textos más desencantados de Mark Twain o los oscuros rincones narrativos de Anne Rice hasta las visiones hiperrealistas, crudas y a menudo terriblemente crueles de Cormac McCarthy. La serie fue creada por Ray McKinnon y llega al final en su cuarta temporada, que se estrena en México el próximo martes 21 de marzo. Pero Rectify tiene otras características que la hacen muy interesante. Es, para empezar, la primera serie televisiva producida enteramente por el canal de televisión del Festival Cinematográfico de Sundance, que se realiza cada año en la pequeña, idílica ciudad de Park City, en Utah, y que es famoso por brindar apoyo a muchos pequeños realizadores en la difícil ruta crítica que supone hacer cine independiente. El canal se llama Sundance tv y llega a México a través de los sistemas de televisión de paga. Siendo Sundance una organización dedicada al cine independiente no sólo de Estados Unidos, sino del orbe –el festival entero, que fue fundado por el actor Robert Redford, tiene cierta atmósfera de filantropía cinematográfica y exhibe producciones a menudo fuertemente críticas con el establishment–, su acervo es afortunadamente muy rico, verdaderamente ecléctico. Y ha saltado ya de la pantalla grande a la chica, posicionándose como un rival formidable para el cine. Rectify cuenta la historia de un hombre del centro-sur de Estados Unidos, Daniel Holden (interpretado magistralmente en su melancolía abrumadora por un estupendo Aden Young), que es acusado erróneamente de un crimen atroz y pasa diecinueve años de su joven vida (era apenas un adolescente cuando fue encarcelado) soterrado en los calabozos penitenciarios del corredor de la muerte, en una cárcel de Georgia. Dos décadas después, el adn de la escena del crimen lo exonera por completo y su sentencia de muerte es revocada, lo que le significa ser liberado. Pero si la cárcel fue difícil, su propio pueblito bicicletero, Paulie, en el mismo estado de Georgia, es el verdadero infierno, puesto que se trata de una comunidad muy reducida, intolerante y refractaria ya sea al cambio o a nove-
dades y fuereños. Daniel es visto con recelo por sus propios vecinos y constantemente es agredido y perseguido porque se le sigue sospechando culpable, aunque se haya demostrado su inocencia. La serie busca encontrar la posibilidad del perdón en alguien que ha padecido constantemente abusos e injusticias, y abreva profundamente en las cualidades de sanación emocional que pueden tener las relaciones humanas, sobre todo familiares. El resto del elenco está formado por excelentes actrices y actores de teatro y cine independiente (mi actuación favorita sería el papel de Amantha, la hermana del protagonista, interpretada por una soberbia Abigail Spencer), que aportan magníficas interpretaciones de histriones no necesariamente vinculados a las grandes producciones de los estudios de Hollywood pero que resultan gratamente sorprendentes en tanto la calidad de sus actuaciones es prístina: una de las piedras angulares del gótico sureño es la credibilidad de sus personajes. Fiel a su escuela, Rectify supone entonces un mosaico no siempre amable pero poderosamente realista de la composición social de Estados Unidos en una de sus regiones más fanatizadas por ese cristianismo recalcitrante que parece tener en el sur de Estados Unidos su mejor nido y regir conductas, usos y costumbres muchas veces en contra de la decencia y el sentido común, en un paralelismo muy interesante con las sociedades islamitas radicales de hoy. El recelo que se origina en comunidades tan cerradas –o tan pequeñas y proclives a ciertas endogamias muchas veces más culturales que de otro tipo– luego se traduce, tal que vemos en el mundo a diario, en guerras, atentados, incordios y prejuicios. Que es precisamente contra lo que lucha el personaje de Young, Daniel. Pero parece ser también lo que quizás busca la nueva cúpula gubernamental de ultraderecha que se hizo recientemente con la Casa Blanca: odiar •
CABEZALCUBO
Rectify
Mapas
........ ARTE Y PENSAMIENTO
Jornada Semanal • Número 1150 • 19 de marzo de 2017
Luis Tovar
Juan Domingo Argüelles
Twitter: @luistovars
L
A POESÍA REUNIDA 1995-2015 (Bonilla Artigas Editores, 2016), de Marcos Davison, es una muestra del vigor de este género en México, entre la tradición y la necesidad de transformar esa tradición. Las dos décadas de creación poética que incluye el autor en este libro nos ofrecen una clara visión de los nuevos rumbos líricos que, sin embargo, no se olvidan del más rico pasado de la poesía española y mexicana en las que abreva el lector y el poeta. Los once libros incluidos en este volumen significan una experiencia enriquecedora en emoción e inteligencia para ver el mundo, las cosas, la gente, el tiempo,
que van pasando en estas páginas, revelándose a cada instante entre la biografía y los sueños o, para decirlo con las insuperables palabras de Cernuda, entre la realidad y el deseo, pues no otra cosa es la poesía sino el resultado de lo vivido y lo soñado. Marcos Davison tiene la dicha de ser pintor además de poeta. Y en ambas vocaciones, la de pintor, la de poeta, es notable. Su pintura y el arte del dibujo están impregnados de poesía, y si la poesía es imagen y arte de nombrar y evocar, la pintura Marcos Davison es esto mismo pero no con palabras sino con volúmenes y color, mas llenos de luz e imaginación e inclucon metáforas de luz y oscuridad. Es so con cierto tono fantástico. Poemas obvio que un poeta pintor o un pintor llenos de color que cuentan historias o poeta, al igual que un poeta músico, que, al evocar, nos dejan una estela de tienen en sus manos una alquimia ma- luz en la memoria, como la de este “Sitio yor. Tiene razón en su lamento Carlos marino” de síntesis perfecta: “ExpuesEdmundo de Ory cuando escribió:“Mal- tas al sopor de lo ya visto/ las olas se dito sea yo, que no sé tocar ningún ins- atragantan/ del mar que las inunda./ trumento.” Pero la poesía ya es música El mar no sabe nada/ y no se recupera./ en sí misma, y ensimisma y abisma nues- Apenas queda un eco cuando pasa.” En Alba, Marcos Davison retorna al tro espíritu. El color y el volumen la comsoneto, pero en verso blanco. Éste es un plementan y la potencian. Este es el caso de la obra de Marcos esbelto libro perfecto. Su muy íntimo Davison. Su poesía tiene lo mismo el ri- “cántico espiritual”, leído y asimilado su gor formal de los sonetos al estilo clá- San Juan. Para mí, el mejor de sus libros. sico, con temas mitológicos renovados, Leo: “Si despertaras mientras me descuique los sonetos en verso blanco, la dé- do/ (por un café, por una copa o nada)/ cima y el sonetino, de arquitecturas y no te viera amanecer tranquila,/ qué exactas, de arte matemático y de alqui- pérdida, qué duda, cuánto frío.../ No samia pura. Pero también busca y logra la bría por dónde comenzar/ a buscarte, experimentación con un verso libre de qué manera hallar/ tus pasos invisipleno de música y significaciones de la bles,/ a qué sombra/ o sueño preguntar vida cotidiana, del “ritmo de las horas”, tu dirección.../ –Disculpe, ¿no ha pasapara decirlo con palabras inolvidables do por aquí/ un relámpago, un rayo, una de López Velarde, y no exento, por cier- mirada/ que no puede sentirse y te atrato, del relato de historias, a la manera viesa?,/ ¿algo que ante los ojos –tú eres de la poesía inglesa. Amor y decepción, ellos–/ parece no existir pero los abre,/ como en toda la poesía, se hermanan en llenándolos, a ciegas, de otro día?” Luego, en Transcurso, Davison vuellas páginas poéticas de Davison, en luve a las historias imaginativas en verso cha de contrarios (la paradoja vital) que definen y revelan la vocación poética: libre. Los demás libros que incluye el luz y oscuridad, alegría y melancolía, volumen son inéditos hasta ahora: Dioptimismo y desazón, muerte y resu- bujos, Autorretrato, Intervalo, Tablaturrección, los dos rostros de Jano: águi- ra, Levantamiento del sitio y Radar; seis libros en los que sigue experimentanla y sol como en nuestro “volado”. Desde su primer libro, Narciso, sor- do con el lenguaje, pero en los que prendió que un autor joven en estos también regresa al soneto. De Intervatiempos se extenuara y solazara en el lo es este poema selvático evocador y soneto consonante. Libro de práctica perfecto (“Chechén”):“Su sangre/ al ser de vuelo, pero libro ya de exigencia y herido/ por el hacha descuidada/ o el rigor, bien leídos sus clásicos. Su Gón- machete/ quema la piel/ y ciega los ojos gora especialmente, y todos los demás. para siempre./ A veces un rasguño/ o Con Narciso, Davison escribe su perso- sentarse bajo su sombra/ basta/ para nalísima Muerte sin fin. Pero luego, en desatar una fiebre/ que hiela el cuersus siguientes libros, Residuos de la voz po de noche/ y de día lo incendia./ Aly Surf, nos mostró una soltura espléndi- gunos incautos/ no llegan a contar/ su da de una poesía ceñida no a la forma encuentro inevitable: arden/ en el aire sino a la imagen y a la música, con poe- abrasador/ y su ceniza vuela” •
Guadalajara 32 (i de ii)
V
ISTA DESDE UNA PERSPECTIVA histórica o, para no sonar tan grandilocuente, una que atienda a su ya larga trayectoria, la trigesimosegunda edición del Festival Internacional de Cine en Guadalajara (ficg32) tiene aires de confirmación: no se trata solamente del más longevo de los certámenes cinematográficos en México, sino que desde luego es una de las dos citas anuales insoslayables para tomarle el pulso al cine que está haciéndose en este país –la otra es el festival de Morelia– y, en el caso del ficg , vale lo mismo decir respecto del cine iberoamericano, con claro énfasis en América Latina.
Es en razón de lo anterior que, de los múltiples premios que aquí se entregan, los auténticamente relevantes son los correspondientes a largometraje iberoamericano de ficción y documental, respectivamente, así como el Premio Mezcal, sólo para cine mexicano. (Y aquí, una vez más, un alegato que debería ser innecesario y que comienza preguntando: ¿por qué, bajo qué criterios se juntan ficción y documental a la hora de evaluarlos como susceptibles de recibir un reconocimiento? Ambos son cine, por supuesto, exactamente como narrativa y poesía son ambas literatura, pero a nadie se le ocurriría sensatamente convocar a dichos géneros escriturales a competir entre ellos por un mismo galardón.) Hay un premio más, llamado Maguey, de perfil temático –lésbico, gay, bisexual, transexual, transgénero… es decir, lgbttti –, en el que participan producciones de cualquier nacionalidad.
canasta dE pEras con manzanas Compitiendo por el Premio Mezcal figuraron dieciocho filmes, juntos aquí de manera forzada para competir, como ya se apuntó pero, en términos genéricos, divididos en ocho documentales y diez largoficciones. Dicho sea de paso, la cifra completa corresponde a poco más de la décima parte de todo el cine que se produjo en México en el lapso del último año y, por lo tanto, bien puede valer a manera de muestra representativa. Por fortuna, un aspecto que se pone de manifiesto es que ya podemos ir abandonando la idea, hasta hace muy poco tiempo irrefutable, de que el cine documental mexicano superaba con amplitud preocupante a su par de ficción en cuanto a calidad y matices de propuesta. Las diez largoficciones en competencia en este ficg32 hablan, en conjunto, de una positiva amplitud temática y conceptual, así como un más que aceptable nivel de ejecución, en donde lo mismo caben producciones con tintes de evidente intención comer-
cial, verbigracia La gran promesa, que ejercicios de género más arrimados a la ortodoxia como pueden ser Verónica y Los crímenes de Mar del Norte, cada una en su propio ámbito, así como propuestas en las que se asumen ciertos riesgos en cuanto a forma y concepto narrativos, tal el caso de Nocturno y Anadina, por mencionar un par, y desde luego sin que falten un cine más claramente autoral como Sueño en otro idioma, ni los indispensables reflejos directos de la realidad social/familiar en un contexto nacional de franca descomposición, como son los casos de Ayúdame a pasar la noche y El silencio es bienvenido. Sin duda sigue haciéndose, quizá su ausencia en el ficg 32 obedezca a que su cifra ya es menor, pero en todo caso es de agradecer que ni una sola de las propuestas de ficción buscando ganar el Premio Mezcal consistan en ese intimismo de narrativa inmovilidad minimalista –de algún modo hay que llamarlo–, en el que un pico dramático puede consistir en la extática contemplación del cadáver de un gato atropellado, luego de diez o quince minutos de haber estado mirando a conciencia la nuca o, si la suerte es mucha, el rostro de algún actor no profesional. Por su parte, el género documental sigue ampliando su bien ganada reputación, a la que cineastas como Everardo González –La canción del pulque, Los ladrones viejos, Cuates de Australia– han contribuido de manera fundamental. La libertad del diablo, su filme más reciente del que se hablará en este espacio en otra oportunidad, se suma desde ya a lo mejor y más importante que se ha producido en México, en cualquier época, y si se trata de premios, sin ninguna duda debería ganar el del fi cg 32 –esto se escribe dos días antes de que el festival concluya–, aunque tal incontestabilidad deja entero el despropósito de poner al filme a competir con filmes que no son sus pares, pues pertenecen a otro género • (Continuará.)
CINEXCUSAS
La poesía reunida de Marcos Davison
JORNADA DE POESÍA
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CRÓNICA
19 de marzo de 2017 • Número 1150 • Jornada Semanal
Raymond Carver: una tumba en el Olimpo Diego Olavarría
I La península Olímpica ocupa la esquina noroccidental de Estados Unidos. Hace doscientos años estaba habitada por tribus que construían tótems y pescaban salmón. La península es uno de los últimos lugares de Estados Unidos que los colonos pisaron. Hoy alberga un enorme parque nacional a donde turistas de todo el mundo viajan en busca de montañas, osos y ríos donde nadan las truchas más gordas del país. La península Olímpica tiene, a pesar del nombre, pocos paralelos con el mundo helénico o con el monte Olimpo, el de las deidades griegas: no hay monumentos a ningún Zeus, ni parnasos donde los poetas canten odas. Tampoco hay un oráculo que adivine el futuro (aunque en los casinos de los indios suquaolli no falta quien intenta adivinar el siguiente número en la ruleta). En lugar del Mediterráneo pedregoso donde crece el olivo, las aguas que remojan estas tierras –las del estrecho de Juan de Fuca, el lugar en el mundo con más orcas– están rodeadas por pinos enmohecidos y delgados, por playas donde los troncos se han lavado hasta asemejar enormes y blanquísimos huesos. Nueve meses al año, el pronóstico del clima es el mismo: lluvia ligera. A una hora y media en auto desde Seattle –el tramo es más rápido si montas el auto en un trasbordador que cruza la bahía– está el pueblo más grande de la península Olímpica, Port Angeles. A primera impresión sólo hay casas, cadenas de hamburguesas y supermercados. Un pueblo de atributos básicos: calles, edificaciones de madera, un community college, algunos jardines bien cuidados pero nunca muy exuberantes. Raymond Carver, posiblemente el cuentista más importante del siglo xx estadunidense, pasó los últimos años de su vida aquí. Pasó temporadas en una casa victoriana de madera del centro del pueblo, donde aún vive la poeta Tess Gallagher, su segunda y última esposa. Eligió hacerlo tras una vida de trabajos mal pagados, de alcoholismo y depresión. Después de recibir un diagnóstico de cáncer a los cuarenta años, y de que el
médico le diera seis meses para vivir, Carver eligió este sitio mundano para pasar sus días finales. Para su sorpresa, vivió diez años más. ii
La mañana que visito la tumba de Raymond Carver es inusualmente cálida para el mes de abril. A las seis de la mañana arranco mi auto de alquiler y tomo rumbo a las montañas. Antes de visitar el cementerio, conduciré a Hurricane Ridge, en las alturas del parque nacional Olímpico. Desde un mirador congelado, saco una foto de la montaña más alta de la península: el Monte Olimpo. A pesar de que el invierno fue seco, la montaña está cubierta por una profunda capa de nieve, blanca como un almohadón. De acuerdo con la mitología griega, el Monte Olimpo es el hogar de los dioses: Zeus, Apolo, Afrodita, Hermes, Poseidón. En su homónimo estadunidense no hay deidades, pero la península Olímpica sí abarca un curioso espectro literario: a 90 kilómetros de Port Angeles está Forks, pueblo que en años recientes se ha convertido en atractivo turístico para los aficionados de las novelas de vampiros Twilight. Conducir de un extremo a otro de la península es ir de un extremo a otro del canon estadunidense; en menos de una hora puedes viajar de la tumba del cuentista más célebre al pueblo que inspiró uno de los más exitosos bestsellers de aeropuerto de años recientes. iii
Más que los escritores cosmopolitas de Nueva York o los beatniks viajeros de San Francisco, Carver fue la voz del estadunidense común: del burócrata, el cartero, la mesera o el leñador. Y más que algún elegante cementerio de Washington dc o Boston, el Ocean View Cemetery de Port Angeles es justo el sitio anodino donde tendría que estar enterrado el hombre que le dio voz, literatura mediante, a las voces menos representadas de un país. Llego al cementerio a las 10 de la mañana. Además de mi auto, el único vehículo a la redonda
es la ruidosa podadora de uno de los cuidadores. No hay turistas por ningún sitio. Me estaciono y camino por un sendero hasta la tumba, que queda en un promontorio con vista al agua. A la distancia flota una isla con algunas casas: es Canadá. A un lado de una lápida de Carver, donde está grabado el poema “Gravy”, hay un discreto buzón de metal; lo abro y descubro, dentro de una bolsa ziplock, una libreta. En ella, los visitantes han apuntado notas para Carver. “Su prosa salvó mi vida, señor Carver”, anotó Daniel. “Gracias, Ray. Es por ti que escribo”, firma Ruth. “Usted me inspiró a dejar el alcohol”, confiesa Colleen. “No se ofenda de que no haya leído sus libros, pero sólo tengo diez años”, remata un niño, o una niña, no lo sé, no puso su nombre. La de Carver, que cuenta incluso con una banca para sentarse, es la tumba más vistosa de este cementerio. El resto son modestas. Son las tumbas de estadunidenses comunes: de los personajes de los cuentos de Raymond. Me imagino enterrado aquí a Dummy, aquel intendente sordomudo que se suicidó en un oscuro estanque de truchas. O que aquella tumba infantil (19661972) pertenece a Scotty, el niño de "A Small, Good Thing" a quien atropellan el día de su cumpleaños. Los cuentos de Carver –sencillos en su forma, potentes en su lenguaje– se parecen quizá a un cementerio: un sitio donde los epitafios resumen, en unas cuantas líneas, vidas enteras. El Ocean View Cemetery también da cuenta de otro tipo de Olimpo, más carveriano: uno donde los dioses también mueren y comparten el camposanto con los mortales •
Diego Olavarría (Ciudad de México, 1984) es narrador, ensayista, traductor e intérprete simultáneo. Sus crónicas, cuentos y ensayos han aparecido en Letras Libres, Etiqueta Negra, La Tempestad, Punto de Partida y La Ciudad de Frente. Es autor del libro de viaje El paralelo etíope (2015).
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