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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 20 de diciembre de 2015 ■ Núm. 1085 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

Queda un cuerpo:

el último Pasolini Diego Bentivegna

Dos poemas

Pier Paolo Pasolini Noviembre, una novela estremecedora

Marco antonio caMPos Si las bombas fuesen la solución... El azar como elección de lectura


20 de diciembre de 2015 • Número 1085 • Jornada Semanal

En un lugar de la Roma Jesús Vicente García

Hace cuatro décadas, el 2 de noviembre de 1975, el cineasta, poeta, ensayista, músico y dramaturgo italiano Pier Paolo Pasolini fue asesinado por causas y en circunstancias nunca suficientemente aclaradas. Entretanto su prestigio, pero sobre todo el valor de su vasta obra, no han perdido un ápice. Filmes como Accattone, El Evangelio según San Mateo, El Decamerón y Los cuentos de Canterbury, entre otros, han dejado a la sombra su trabajo literario, tanto poético como narrativo: Las cenizas de Gramsci y La religión de mi tiempo son muestras del primero; Mucha­ chos de la calle y Una vida violenta lo son del segundo. En su ensayo, Diego Bentivegna habla de los últimos proyectos del enorme intelectual y artista boloñés. Por su parte, Marco Antonio Campos reseña la novela Noviembre, del salvadoreño Jorge Galán, donde se rememoran los trágicos asesinatos de ocho personas en El Salvador en 1989.

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

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stamos en La 30 30. El calorcito de la calle de Álvaro Obre gón se enreda entre las mesas llenas de vasos y botellas. Un par de jóvenes ameniza con canciones en inglés y en español, sin olvidar a José José ni a Vicente Fernández. Pamelo ve detenidamente el lugar, sus paredes adornadas con trompetas, espuelas, sombreros, cascos de mineros y fotografías del tiempo de la Revolución mexicana. En medio de un breve silencio, Pamelo afirma que hacen falta mujeres. Hay puro mesero, ni una mesera. –Pero esto es familiar. –¿Acaso no siempre están jodiendo que la mujer es el núcleo de la familia? –Y de la pupila –tercia el director de un periódico que invitó a Pame. –Pero no ese tipo de mujeres –afirma el diseñador. –Es La 30 30 ¿no?, pues hacen falta las adelitas. El comentario es causa de otra ronda y diversos brindis por ellas aunque mal paguen, mientras los músicos se arrancan con “Por tu maldito amor”. La clientela masculina aumenta su locura cuando hacen entrada triunfal cuatro güerotas: dos estadunidenses y dos francesas, según Pamelo, junto con un mexicano fresa, que a leguas denota un desconocimiento de estos lugares. Hay chiflidos a discreción, pellizcos a diestra y siniestra por parte de nuestras mexicanas a sus respectivos hombres. Las extranjeras visten a imagen y semejanza del turismo: shorts que dejan ver sus glúteos anchos, pero no redondos, y unas pantaletas chiquitas y sudadas, playeras que muestran sus brazos blancos, las axilas y parte de sus senos breves y sustanciosos. “Apachurro... quiero... grandotas aunque me peguen... qué comen los pajaritos, macitas... güera, si me muero quién te...” Ellas ríen y es evidente que no entienden nada. El seudoguía pone cara de idiota, pues La 30 30 no se parece en nada a cualquier antro de moda; ya quiere llegar a la mesa que le asigna el mesero lonjudo con cara de pocos amigos, quien no deja de ver las nalgas de las grandotas al sentarse. Quedan a nuestro lado. Pamelo escucha la charla de ellas y afirma: “Francia y Estados Unidos, pero ahora no nos invaden, yo conquistaré por México.”

Como buen conocedor del verbo, empieza a hablar en francés a la güera de short blanco y sonrisa espléndida. Le dedica una canción. Ella ríe. Se presentan. Pamelo ataca. Una gringa se mete a la charla. Pamelo es el rey de aquella mesa. El seudoguía fresa guarda silencio. Pame les habla en su idioma y les explica lo de La 30 30, arma de la Revolución, la historia. Es envidiado por los hombres y admirado por las mujeres. Pide más biére. De repente, ya la abraza, le besa la mejilla, le dice cosas al oído; ella ríe, brindan. Le toca sus piernas desnudas, le recita poemas de Baudelaire en francés y letras de José Alfredo Jiménez en español; los músicos están a punto de terminar aquello de “Aquí tienes las llaves de mi alma, puedes entrar a la hora que tú quieras”, cuando, de sopetón, se abren de par en par las puertas. Entra una mujer blanca, cabello negro y corto, senos firmes, mexicana. Su mirada se centra en Pamelo. Se me atraganta la cerveza al reconocer a aquella fémina. Nunca la había visto en persona, pero a juzgar por las características que me ha dado Pamelo, aquella dama es su reina. Me pongo nervioso. Los músicos callan. Se me acaba la fuerza de mi mano izquierda. Le palpo la pierna a Pame para que se aleje de la güera. Los hombres del periodismo me ven raro, luego ven a la mujer que acaba de ingresar a La 30 30. La mujer se acerca. Un mesero le ofrece una mesa. No le hace caso. Un grito seco: –¡Conque tenías una cita de trabajo! El susodicho casi se cae de la silla. Algo dice la güera en francés y la gringa en inglés. La mujer de Pamelo les responde en los dos idiomas y en español, lo cual sí entendí. –¿Querías conocer México, verdad, cabrona? – voltea hacia Pamelo y le sentencia: –No lo hago por ti, sino por mí. De un cachetadón le deja el hocico sangrando. Pamelo casi se cae. Una güera lo abraza. Ebria de cabo a rabo, se quita su playerita y queda desnuda del torso; sus senos breves son la bandera de guerra, y reta a la mujer mexicana, quien queda en la misma situación. Y enmudeció el palenque. ¡Cierren las puertas, señores; pelea, la hay que la hay! Los pechos se agitan, la piel se eriza, los cuerpos sudan, el mundo ya no es el mismo

Directora General: Carmen Lira Saade, Director: Hugo gutiérrez Vega(†), Jefe de Redacción: LuiS toVar, Edición: FranCiSCo torreS C órdoVa , a Leyda a guirre r odríguez y r iCardo y áñez , Coordinador de arte y diseño: F ranCiSCo g arCía n oriega , Diseño de portada y dossier: marga Peña, Diseño de Columnas: J uan g abrieL P uga , Relaciones públicas: V eróniCa S iLVa ; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: a LeJandro P aVón , Publicidad: e Va V argaS y r ubén H inoJoSa , 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: jsemanal@jornada.com.mx, Página web: www.jornada.unam.mx

Portada: Pietà di Pasolini Ernest Pignon Ernest, Campo de’ Fiori, Roma, 2015

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¿Ferias del libro o literatura?

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Vilma Fuentes

SE QUIERE VENDER LIBROS COMO SI FUERAN SALCHICHONES.

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ada vez más a menudo, un escritor es invitado a presentarse en una y otra de las múltiples ferias del libro realizadas a lo largo del año en una u otra ciudad de Europa o de América, cuando no de los otros continentes. Se le pide venir, dejarse fotografiar, viejo o joven, atractivo o feo, y firmar sus libros puestos en venta. Nada más banal. Es parte del oficio. Bien denominada “feria”, más que un salón, este tipo de evento tiene visos de circo, bazar de diversiones y distracciones con su rueda de la fortuna, su carrusel, su tiro al blanco, la mujer con bigote y barba, el hombre tortuga. La más célebre mundialmente es la Feria de Frankfurt, en Alemania, donde, como señaló acertadamente y con humor Pablo Espinosa, son necesarios unos patines para desplazarse en el laberinto de los libros durante varios kilómetros. En Francia, donde se denomina “Salón del libro” a este despliegue circense, tiene su propia importancia. En México, la Feria del Libro de Guadalajara es considerada la más importante en América Latina, por su número de kilómetros cuadrados, de visitantes y de autores presentes, así como la segunda en el mundo después de la de Frankfurt. Manifestaciones similares se multiplican a diario con sus toneladas de papel impreso y la invitación, para no decir llamado de auxilio, a la lec tura. Editores, librerías, círculos de lectores, instituciones gubernamentales para la cultura, se dan cita en este tipo de manifestaciones para tratar de salvar ese objeto ex traño que es el libro, invención relativamente reciente cuando se piensa en los siglos y siglos que pre cedieron a la de la imprenta. El escrito, al fin, accesible a todos y no sólo a un grupo de iniciados. Antes, claro, el relato de los aedas transmitía de generación en generación, de un lugar a otro, las historias, leyendas y mitos capaces de crear el ensueño de donde surgen los primeros atisbos del pensamiento. Así, cabe preguntarse cómo Homero, de quien se afirma que era ciego, habría mirado el espectáculo de una feria del libro. Cuestión absurda, sin duda, puesto que no existían los libros impresos en la época de la Ilíada y la Odisea, cuando apenas comenzaba la escritura, pero a fin de cuentas asunto que lleva a interrogarse sobre el sentido de un espectáculo inventado por nuestra civilización. En la actualidad, los libros circulan en el mundo entero y, en ocasiones, los autores se vuelven, a pesar suyo y aun los más sedentarios, trotamundos tan reales como imaginarios. En su célebre novela Fahrenheit 451, Ray Bradbury imagina que los libros desaparecen y que los seres humanos, para guardar la memoria de su cultura, aprenden de memoria las obras desaparecidas. François Truffaut realizó una película a partir de esta historia. Se podría añadir un nuevo capítulo a la novela de Bradbury, el cual tomaría en cuenta el fenómeno de la memoria numérica. Hoy en día, las biblio-

tecas más importantes del mundo conservan las obras con este método, consultables mediante internet por todo mundo. Este milagro de la técnica causa un verdadero entusiasmo, pero inquieta también a ciertos editores. ¿Va a desaparecer el libro impreso en papel si la técnica impone sus reglas de circulación y trasmisión del saber? ¿Cómo no comprender la angustia del escritor cuando se pregunta, ya no si el libro en papel seguirá existiendo, sino si él existe o no, en un mundo sometido a técnicas cada vez más sofisticadas, donde cuentan más las cifras que lo escrito: cifras de ventas, de visitantes a una feria, de editores presentes, de un sinnúmero de autores a quienes se pasea de uno a otro de estos eventos? Sin embargo, el auténtico creador sabe que un escritor no existe y que es precisamente por esta razón que, en la época actual, hay tantos escritores. Basta hacer imprimir su nombre sobre la cubierta de un libro para obtener el estatuto de escritor e incluso de autor. Poco importa el contenido del libro, el cual puede ser una compilación de recetas de cocina, una guía fantasiosa sobre el laberinto de las calles de París, el relato patético de una violación o de una estafa; se trata de un libro, el cual debe venderse, y la publicidad sirve para ayudar a su venta. Si el escritor no existe, existen los libros y los mejores de éstos no tienen autor. Homero es desconocido, acaso una invención. Así, la idea de mostrarse en una feria del libro es en sí absurda, pues se es escritor sólo mientras se escribe y no cuando dedica sus libros. Acaso por ello, Maurice Blanchot, escritor y filósofo francés, nunca se mostró en público. Escondido tras sus libros, como Thomas l’obscur o L’espace littéraire, evitó dejarse fotografiar como Gabriel Zaid o como se negó Henri Michaux. Este comportamiento no es una manifestación de orgullo, es más bien el signo de una imposibilidad de volverse un producto expuesto a la venta como un salchichón, una botella de vino, un colchón, un automóvil. Y ese es el verdadero problema de una feria del libro. Nada más noble que el comercio, desde luego. Que en las librerías se vendan libros es parte de la nobleza de este difícil oficio. Pero que los autores se crean obligados a ostentarse para ayudar a la venta no es quizás absolutamente necesario. Acaso, obedecen también a los decretos del dios que ha destronado a las divinidades del Olimpo y demás religiones: el dios dólar. Ferias y salones del libro se sienten obligados a imitar los salones de la aeronáutica, del automóvil o de la agricultura. Trata de competir con ellos es una lucha perdida de antemano. El libro nunca alcanzará las cifras de estas áreas. Lo único que puede lograr, al imitarlos, es convertir al libro en un objeto más de consumo. Un producto desechable donde el concepto mismo de literatura pierde su sentido original para transformarse en parte de una industria fabricadora a destajo de papel impreso. Donde el autor se metamorfosea también en un producto semejante a un limpiaparabrisas, un salchichón o una hermosa vaca de concurso con sus dos toneladas, en el mejor de los casos. Escoja usted

Ilustración de Huidobro


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Si las bombas fuesen Jorge Majfud LO QUE IMPERA SON LAS POLÍTICAS DE ODIO Y EXTERMINIO EN CONTRA DE LA DIFERENCIA. LA LUCHA POR EL PODER Y EL CONTROL MUNDIAL PARECE INTERMINABLE.

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s razonable que después de ataques como el del 11 de septiembre en Estados Unidos o en el más reciente en París, los gobiernos lancen algún tipo de represalia. Más allá de la mala puntería que caracteriza a la alta tecnología, estas reacciones son justificables. Sin embargo, apenas consideramos un contexto más amplio del problema aparecen las razones, no las justificaciones. Ante la frustración, los habitantes del centro del mundo confunden respeto a las víctimas con ignorancia histórica. Luego viene la reacción epidérmica: piensan que podrían resolver el problema barriendo el área sospechosa con unas cuantas bombas. Es más o menos lo que proponen los terroristas del ei , Donald Trump y los Le Pen, y es exactamente lo que han venido haciendo las grandes potencias mundiales durante muchas décadas. Tirar bombas. Muchas bombas. Según los cálculos del coronel Jenns Robertson, entre 1965 y 1975 se arrojaron 456 mil 365 bombas sobre Camboya, Laos y Vietnam, con el resultado final que todos conocen. Millones de personas fueron masacradas, Vietnam ganó la guerra, continuó siendo comunista y recientemente firmó un acuerdo comercial con Estados Unidos. En el último año, Estados Unidos ha arrojado más de ocho millones de dólares por día sólo en bombas sobre Siria, y este año 180 millones diarios en Irak, y lo mismo se puede decir de Francia, de Rusia y de otras potencias que nunca se bom-

Banksy, Flower Thrower

Banksy, Plane Dropping Guitars

Por cada terrorista que se ha eliminado, diez han surgido alrededor; sería mucho pedir que los millones de familiares que han perdido a alguien bajo los bombardeos, sin excepciones, decidan responder con flores.

bardean entre ellas por más odio que se profesen. Ahora, ¿estamos mejor que antes de la intervención en Irak, en Siria y en otros países? Incluso el higiénico programa de bombardeos con drones, que asegura haber eliminado a varios terroristas, no menciona los miles de víctimas inocentes sacrificadas como efectos colaterales. Por cada terrorista que se ha eliminado, diez han surgido alrededor; sería mucho pedir que los millones de familiares que han perdido a alguien bajo los bombardeos, sin excepciones, decidan responder con flores. Si se hubiesen invertido esos billones de dólares que en los últimos diez años se han gastado en guerras (el Pib de cualquier país grande, como Brasil o Francia) en alimentos, industrias y escuelas, hoy el mundo, que nunca fue ni será perfecto, sería otra cosa. ¿Las otrora potencias esclavistas y coloniales creyeron que invadiendo países en África y Asia, exterminando poblaciones enteras, imponiendo dictadores a los largo del siglo xx y más acá, iban a recoger amigos y aliados? Para alguna gente culta y razonable, como el gran músico uruguayo Jorge Drexler, el problema del terrorismo no se explica ni se soluciona apelando al factor económico. Claro, como en política, es el pueblo el que vive la pasión y otros los que se reparten los beneficios (bastaría con ver cómo subieron las acciones de los fabricantes de armas). Si ponemos el foco en lo que ocurre en París y en Siria, difícilmente se puede pensar que quienes se inmolan en nombre de Alá están buscando un beneficio económico. Sin embargo, seríamos miopes si nos quedásemos en esa perspectiva tan reducida. Los conflictos entre las potencias occidentales y los países periféricos han sido y son básicamente conflictos de poder, y la economía es una parte fundamental de todo poder. Nadie puede explicar la tortura y desaparición de miles de disidentes en América Latina sólo apelando al sadismo de algunos generales. Nadie puede explicar las frustraciones y el odio de algunos musulmanes sin considerar una larga historia de humillaciones y manipulaciones por parte de las potencias occidentales. Por otro lado, hay patrones históricos: ninguna tribu o país americano invadió nunca Europa, pero europeos y colonos invadieron, robaron y exterminaron durante siglos a los salvajes que no entendían qué era la civilización. De hecho, las primeras armas bacteriológicas en este continente fueron usadas por los civilizados, en forma de ropas y sábanas infestadas de viruela que enviaban como regalo. Salvo lejanos y esporádicos ejemplos, como los de Aníbal y de los musulmanes que gobernaron España durante ocho siglos, los países africanos no tenían por costumbre invadir, saquear y esclavizar Europa. Cada tanto se intenta demostrar que la ocupación islámica en España


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Ahora, ¿sólo el Corán incluye preceptos violentos? Antes que el pacifista hijo de Dios recomendara amar al prójimo y a los mismos enemigos, el padre había ordenado exterminar los pueblos que se

solución... Banksy, Kids on Guns

no fue tan tolerante como dicen algunos académicos, pero lo claro es que antes de que moros y judíos fuesen expulsados por los Reyes Católicos (como no hicieron los moros con los cristianos) la población judía, que por razones obvias apoyó la invasión musulmana, se multiplicó varias veces en este tiempo y luego de 1492 fue reducida a lo que es hoy, unas pocas decenas de miles. Un argumento recurrente en la demonización del otro se refiere a un supuesto defecto de nacimiento del islam, ya que es una religión que acepta y promueve la yihad, como si el islam hubiese inventado la violencia religiosa en el siglo Vii, como si siglos posteriores de cruzadas e invasiones europeas y estadunidenses a lo largo y ancho del mundo nunca hubiesen sido justificadas recurriendo a un dios cristiano. Ni qué decir del terrorismo religioso que se extendió por largos siglos, con cristianos quemando cristianos en Europa o infieles salvajes en América y en África, por no mencionar ejemplos recientes como el Ku Klux Klan, Timothy McVeigh, Eric Rudolph o Anders Breivik. Ahora, ¿sólo el Corán incluye preceptos violentos? Antes que el pacifista hijo de Dios recomendara amar al prójimo y a los mismos enemigos, el padre había ordenado exterminar los pueblos que se pusieran en el camino de su pueblo elegido. Alguna explicación teológica debe haber para tan radicales cambios de humor del Creador. Según el Antiguo Testamento, Dios ordenó a su pueblo destruir sin piedad a todos los pueblos que él les entregue (Deuteronomio 7:16), esclavizar a todas las ciudades si se entregan y, si no, exterminarlas hasta que no quede nada que respire (20:10); matar a los habitantes de Sodoma y Gomorra (niños incluidos, por lo cual no es raro que Truman haya decidido arrojar dos bombas atómicas sobre doscientos mil inocentes o proponer, como lo hacen varios pastores protestantes, matar a todos los gays, matar a los que trabajen los sábados (Números 15:32), matar y beber la sangre de los enemigos (23:24), conquistar tierras

y matar a todos sus habitantes (7:2); matar a todos los que tengan religiones diferentes (17:2), matar a pedradas frente a la casa de su padre a la mujer que no llegue virgen al matrimonio (Deuteronomio 22: 21). La lista es interminable. Ahora, ¿de ello se deduce que todo judío o cristiano es un potencial terrorista porque sus religiones se basan en libros que contienen estas y muchas otras atrocidades? No, porque se juzga al cristianismo desde una perspectiva historicista, mientras que se asume que el islam es inmutable y se lo juzga por su “esencia”. Ni siquiera se considera que los terroristas no suman ni el uno por ciento de más de mil millones de musulmanes. Tampoco se considera que si comparamos el número de víctimas de las guerras provocadas por motivaciones o justificaciones religiosas, la violencia cristiana (la religión del amor) sólo en el último siglo ha dejado varias veces más muertos que los musulmanes (100 millones contra 2 millones, según el profesor de Michigan John Ricardo Cole. Pueden discutirse muchos aspectos de este problema. Lo que no parece estar en cuestión es el astronómico nivel de odio que han ido creando estos conflictos. Odios que se pueden percibir hasta en las opiniones de gente decente, no sólo recurriendo al insulto sino a los deseos de muerte y aniquilación. Si dichas personas pertenecen a países dominantes, les basta con seguir apoyando las mismas políticas internacionales de odio con los ejércitos más poderosos y más caros de la historia. Pero si este odio procede de aquellos que no disponen de estas bendiciones de la civilización, ya sabemos de qué echarán mano. Nada más alejado para un humanista como yo de los fanáticos islamistas. No espero ninguna comprensión de esa gente. Espero que aquellos que comparten nuestra tradición basada en el humanismo y la ilustración no se dejen seducir por lo peor de Occidente, que no se distingue en nada de lo peor de Oriente

pusieran en el camino de su pueblo elegido.

Banksy, Bomb Hugger

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Noviembre, Foto: circulodepoesia.com

Marco Antonio Campos SU AUTOR, EL SALVADOREÑO JORGE GALÁN, NACIÓ EN 1973 Y HA PUBLICADO, ENTRE OTROS TÍTULOS, BREVE HISTORIA DEL ALBA Y EL SUEÑO DE MARIANA. EN NOVIEMBRE REMEMORA EL ASESINATO DE OCHO PERSONAS, ENTRE ELLOS SEIS PADRES JESUITAS, A MANOS DEL EJÉRCITO DE EL SALVADOR EN 1989.

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ignificativamente en el mes de noviembre se publicó en la editorial Planeta Noviembre, del notable poeta y narrador salvadoreño Jorge Galán, una novela que habría entusiasmado a Rodolfo Walsh y que admiraría Elena Poniatowska. ¿Por qué el título? Seguramente porque en el mes de noviembre de 1989 ocurren dos hechos políticamente explosivos en su país. El 11 de noviembre da inicio la llamada ofensiva final de la guerrilla del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional contra el régimen de Alfredo Cristiani, y luego, el asesinato en la madrugada del 16 de ese mes de seis padres jesuitas y de una empleada y su hija, en la residencia de la Universidad Centroamericana (uCa ), a manos del grupo de élite militar, el Batallón Atlacatl, por orden del coronel Guillermo Alfredo Benavides, quien la recibió del Estado Mayor de las fuerzas armadas. El principal objetivo era el rector Ignacio Ellacuría, pero en hechos como éstos no se busca que la víctima sólo sea una: iban por él y por cualquiera que estuviera cerca para dar criminalmente una lección letal. Los otros jesuitas respondían a los nombres de Ignacio Martín-Baró, quien era el vicerrector, Segundo Montes, Amando López, Joaquín López y López y Juan Romero; la cocinera se llamaba Elba Ramos y su hija Celina Ramos. El asesino de los tres primeros fue el soldado Óscar Amaya Grimaldi. Al enterarse que la matanza había sido perpetrada, los coroneles miembros del Estado Mayor estallaron de júbilo. Cuando en el curso de la mañana del 16 el arzobispo Rivera y Damas vio los cuerpos de los jesuitas asesinados, dijo una frase que resumía el hecho: “Qué barbaridad, cuánto odio.” Desde el primer momento los jesuitas lo sabían y lo dijeron: “Fueron los militares.” Contaban con una prueba y una deducción o indicios irrefutables: ese mismo día ya tenían la versión de una testigo (Lucía Cerna), y logísticamente era imposible que fuera la guerrilla, porque por todas partes la Universidad Centroamericana y la residencia de los jesuitas estaban rodeadas por militares: a 600 metros, las instalaciones del Estado Mayor; a 400 metros, la Inteligencia; a 200 metros, la colonia Arce, barrio militar; el alto mando del ejército siste-

Los seis jesuitas, su cocinera y su hija

Resultaría una ironía, si no fuera trágico, que los campesinos, que quizá no entendían una sola frase de Marx o de Lenin, o que en una amplia mayoría eran analfabetas, fueran acusados de comunis­ tas, y más increíblemente, de bolcheviques.

máticamente buscó por todos los medios culpar a la guerrilla del FmLn , a quienes denominaban dt , delincuentes terroristas. “Pero nadie les creía”, repitió muchas veces el provincial José María Tojeira. Por las múltiples voces que dieron su testimonio y por los nombres propios de los personajes, cabría categorizar Noviembre como novela-reportaje o crónica novelada. Quien habla más en la novela, quien aporta más información, y busca puntualizar hasta el mínimo detalle de los hechos, es el sacerdote jesuita José María Tojeira, sobreviviente de la matanza, y a partir de aquel 16 de noviembre provincial de la congregación; son muy interesantes asimismo las entrevistas con el jesuita Jon Sobrino y con el ex presidente Alfredo Cristiani. Desde luego, quien haya escrito una novela de este género sabe que el autor, para elaborar lo que le ha sido contado de viva voz, recorta, añade, edita y pone en lenguaje literario entrevistas y diálogos que ha llevado a cabo, es decir, sin traicionar las voces, utiliza estrictamente lo que sirve para la narración; Jorge Galán lo ha hecho notablemente bien. Para la escritura del libro el autor contó con la suerte de que ya estuvieran desclasificados documentos estadunidenses, que nos permiten ver la colaboración y la complicidad de la embajada estadunidense, la Cia y el Fbi . Lo difícil en esta suerte de libros es que los personajes dejen su condición de estatuas; Galán logra darles dimensión humana, en particular al rector Ellacuría. En eso es muy importante que haya escrito antecedentes, como por ejemplo, recordar que Ellacuría, hacia el 1950, toma la decisión de venir a un país pequeñísimo y ferozmente desigual de Centroamérica, el cual desde entonces le será indivisible e íntimo, como lo será para los jesuitas españoles que llegarán en el decenio de los cincuenta y en años posteriores. Arquitecturada con habilidad, Galán hace un juego de tiempos, y mantiene al lector en continua expectativa y en ocasiones en vilo. Incluso, cuando vuelve a las mismas escenas –como sería, por caso, la ob sesiva madrugada del asesinato de los jesuitas–, es para complementar o completar con nuevos datos reveladores.


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estremecedora

una novela En ese tiempo –desde décadas atrás– para la ultraderecha salvadoreña, como para todas las ultraderechas latinoamericanas, incluyendo en primer plano a las altas jerarquías castrenses, era un “comunista” cualquiera que pidiera reivindicaciones de tierras, de salarios, de condiciones humanas de trabajo, de libertad y justicia... El caso por excelencia ocurrió en 1932, el cual se menciona como el inicio de la descomposición política y social y la larga sombra por más de cinco sexenios de los gobiernos militares en El Salvador, cuando el general Maximiliano Hernández Martínez ordenó aplastar la revuelta y fueron asesinados cerca de 25 mil campesinos indígenas en el occidente del país, el cual se volvió una gigantesca fosa. Resultaría una ironía, si no fuera trágico, que los campesinos, que quizá no entendían una sola frase de Marx o de Lenin, o que en una amplia mayoría eran analfabetas, fueran acusados de comunistas, y más increíblemente, de bolcheviques. Uno de los blancos dilectos de los militares y los terratenientes salvadoreños en esas décadas era la Iglesia progresista y los militares tomaron como deporte de caza mayor el asesinato de sacerdotes que eran de izquierda o los que ellos creían o pretendían que lo eran. Varias fechas son claves, pero en especial dos: una, el asesinato de monseñor Óscar Arnulfo Romero el 24 de marzo de 1980, de un disparo al corazón mientras oficiaba misa en la capilla del Hospital de la Divina Providencia, y la otra, el asesinato de los jesuitas el 16 de noviembre de 1989. El primer homicidio hace que se propague como fuego la guerra civil en El Salvador; la matanza de jesuitas, como declaró a Galán el ex presidente Alfredo Cristiani, es el principio del fin del prestigio de los militares salvadoreños y permitió la aceleración de los Acuerdos de Paz de 1992 (si lo que ha habido en El Salvador es paz). En el primer caso, el autor intelectual fue el mayor Roberto D’Aubuisson, un activo psicópata, fundador asimismo del partido Arena en 1981; en el segundo, los altos mandos del Estado Mayor, el grupo de coroneles que formaban el grupo de La Tandona, y que encabezaba René Emilio Ponce, como jefe del conjunto de la Fuerza Armada, muerto en 2011. Los otros eran Orlando Montano, viceministro de Seguridad Pública; Juan Orlando Zepeda, viceministro de Defensa; Óscar León Linares, comandante del batallón Atlacatl, y Francisco Elena Fuentes, comandante de la Primera Brigada de Infantería. A éstos habría que añadirse al general Juan Rafael Bustillos, comandante de la Fuerza Aérea. Todos demostraron en la práctica ser educados discípulos de las lecciones atroces del general Maximiliano Hernández Martínez. Pese a que varias investigaciones, aun las españolas, los señalan como los autores intelectuales, ninguno ha pisado la cárcel. No sólo el grupo de coroneles de La Tandona. “Había de todo”, resaltó el ex presidente Cristiani a Galán sobre los implicados en el crimen.

Pero ¿cuál era el verdadero papel de los jesuitas? ¿Qué los hacía supuestamente tan peligrosos al grado de tildárseles, con fantasía o ignorancia o ambas, como izquierdosos, comunistas y guerrilleros? Primero, su desprendido trabajo con los pobres, y luego –era el gran anhelo de Ellacuría–, buscar ser mediadores para la paz entre gobierno y guerrilla. ¿Cuál era la posición de Estados Unidos? Pese a que en privado decía otra cosa, el embajador William Walker, en declaraciones a la prensa, apoyó la posición del gobierno, la cual era “que había sido la guerrilla la culpable de los asesinatos, que las fuerzas armadas del FmLn habían entrado en la universidad y que después de un enfrentamiento con el ejército habían asesinado a los pa-

Noviembre, de Jorge Galán, vuelve a abrir la llaga para que no se olvide este capítulo de la historia latinoamericana de la ignominia.

dres antes de huir”. Sería irresponsable –se dijo– acusar a los militares por el hecho. Bastaba ver los disparos con ak -47, arma habitual de los guerrilleros, y las pintas que se hicieron en las paredes luego del asesinato reivindicando el acto. Gobierno, altos mandos militares y embajada de Estados Unidos apoyaron esta versión. Sin embargo, en uno de los primeros documentos, ahora desclasificados, que el embajador Walker envió al Departamento de Estado, culpaba a D’Aubuisson y a los líderes de su partido Arena, incluyendo a Cristiani, y habló de una “acción bárbara y criminalmente estúpida”. Pero ¿el ex presidente Alfredo Cristiani tuvo algo que ver con el asesinato de los jesuitas o al menos estaba enterado? Por una serie de datos que aporta Galán, al parecer no: Cristiani recibe inmediatamente a Tojeira y al arzobispo Rivera y Damas después de la matanza; asiste con su esposa a la misa fúnebre; declara a principios de enero que los militares fueron los culpables; toma la iniciativa desde entonces para activar los acuerdos de pacificación, e incluso a Galán le aporta información en que genéricamente inculpa a los más altos mandos militares. Sin embargo, a muchos enterados del tema les parece imposible que no haya aprobado o al menos estuviera advertido del crimen. De los autores materiales, los únicos encarcelados fueron el coronel Guillermo Alfredo Benavides y el teniente Yusshi Mendoza, quienes en el juicio cumplieron de manera radical con el pacto de silencio. Fueron liberados al año siguiente de los Acuerdos de Paz por la ley de amnistía. Como en este caso, como en miles de casos históricos latinoamericanos (por tenacidad infame México ocupa uno de los altos lugares del desprestigio), la impunidad judicial es la norma. Noviembre, de Jorge Galán, vuelve a abrir la llaga para que no se olvide este capítulo de la historia latinoamericana de la ignominia. Como escribió Graham Greene en su libro sobre Omar Torrijos (El General): en Europa la política es cuestión de partidos, en América Latina es cuestión de vida o muerte. Noviembre lo muestra y lo demuestra. Hace unas semanas, decíamos, se publicó la novela. Fue tal el hostigamiento y tales las amenazas de muerte contra el autor (seguramente ordenadas por familiares o seguidores de los militares implicados), que Galán tuvo que exiliarse en España, tierra de cinco de los jesuitas ultimados, donde está sin empleo y sin poder ayudar a la familia que debió dejar. Los militares asesinos, entre tanto, caminan tranquilamente por las calles del El Salvador. Para ellos matar a gente inerme no es algo que les cause ningún cargo de conciencia. No hay régimen o forma de gobierno en América Latina que no haya sido insatisfactorio, pero el de las dictaduras militares, gobernando por ley o de facto, ha sido el peor de todos. Dictadura militar y alta criminalidad son consustanciales

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Queda un cuerpo: Diego Bentivegna

el úl

EL 2 DE NOVIEMBRE PASADO SE CUMPLIERON CUATRO DÉCADAS DESDE LA TRÁGICA MUERTE DE PIER PAOLO PASOLINI, EL CÉLEBRE AUTOR DE SALÓ, LOS CIENTO VENTE DÍAS DE SODOMA, LOS CUENTOS DE CANTERBURY, EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO Y OTROS FILMES DE FACTURA EXTRAORDINARIA. BENTIVEGNA ES TRADUCTOR DE PASIONES HERÉTICAS Y LA DIVINA MIMESIS, ENTRE OTRAS OBRAS DE PASOLINI.

E

n la Mañana Del 2 novieMBre De 1975, día de difun-

tos, una vecina de Ostia, en las cercanías de Roma, encontró el cuerpo de un hombre de unos cincuenta y cinco años en las playas de la ciudad. El muerto era Pier Paolo Pasolini y su cadáver había sido sometido a una serie de actos de violencia inusitada. En la misma noche de aquel 2 de noviembre, las autoridades policiales detendrían al presunto culpable, al que interceptarían mientras manejaba el auto de la víctima, un Alfa Romeo 2000 Gt. El sospechoso se llamaba Pino Pelosi. Tenía diecisiete años y contaba con antecedentes en el robo de autos. Pasolini lo había conocido en la noche del primero de noviembre, día de todos los santos, en un bar cercano a la estación ferroviaria de Términi, zona que solía frecuentar por las noches en sus búsquedas sexuales por la capital italiana. El día anterior a su asesinato, Pasolini se había encontrado con el periodista Furio Colombo. Más que un reportaje, el encuentro con Colombo –un conocido miembro de la élite intelectual de la izquierda italiana, consultor de la rai , profesor en el área de comunicación de la Universidad de Bolonia y articulista en los más prestigiosos medios de la época– fue un choque, una lucha cuerpo a cuerpo. Y es que Pasolini, que había sido objeto de encono por parte del Centro democristiano y, ni hablar, por la derecha fascistoide, se había transformado también, con su rechazo visceral del desarrollo ligado al consumo, con sus críticas en verso a algunas actitudes de los jóvenes del ’68 y su posición contraria al aborto, en una figura indigerible para el progresismo italiano. Mural hecho por el artista portugués Frederico Draw, como parte del proyecto de arte urbano Forgotten que este año conmemora los 40 años del asesinato de Pasolini. Fuente: www.wantedinrome.com

Eran los años setenta. Por entonces, Roland Barthes –con su obra crítica Pasolini dialogaba desde los años sesenta y Sade, Fourier, Loyola forma parte de los textos citados en los créditos de su última película– volvía a las lecturas de una tradición alternativa a la de la Ilustración, de De Maistre a Flaubert. Michel Foucault, que escribe en 1977 sobre el documental pasoliniano Co­ mizi d´amore y que tomará, tal vez, del ultimísimo Pasolini, el Pasolini corsario, el título de su seminario final en el College de France, El coraje de la verdad, manifestaría públicamente, cuando los años setenta terminaban, su fascinación por la revolución islámica de Irán. Por ello será acusado de oscurantismo y de critpofascismo por la más ramplona crítica iluminista de Habermas y allegados. Como en los gestos de esos pensadores franceses, que sintomáticamente escribirán sobre la condición sadeana (mejor que sobre el sadismo) del último filme de Pasolini, hay en él, sobre todo en sus escritos tardíos, algo que es del orden de lo no integrado, de lo irreductible, de lo que no llega a encajar del todo con el presente. No se trata, por cierto, de un posicionamiento melancólico, como pensaban los intelectuales progresistas como Colombo y como aún puede apreciarse hoy en las lecturas que filósofos como Antonio Negri o Paolo Virno hacen del último Pasolini. No. No es la puesta en juego de una “pasión triste”, como diría Spinoza, un filósofo al que Pasolini, no casualmente, presenta en Porcile y en el epistolario pasoliniano. Es, más bien, algo en lo que ha insistido en un estudio reciente Georges Didi-Huberman (Supervivencia de las luciér­ nagas), algo del orden de una anacronía deliberada, como si Pasolini interviniera desde la poesía, desde el ensayo, desde el teatro o desde el cine como una suerte de testimonio, como un sobreviviente, en un momento en que Italia, y por cierto gran parte del mundo occidental, vivía su mirácolo: un momento de expansión económica, de “bienestar” y, al mismo tiempo, de aumento creciente de las tensiones sociales y políticas. En relación con la nueva realidad social del “desarrollo”, que veía como una tendencia nefasta e irreductible hacia la unificación y la destrucción de lo arcaico y que pensó en sus Escritos corsarios como “mutación antropológica” y como “genocidio cultural”, Pasolini se pensó a sí mismo como una “fuerza del pasado”. Lo hizo en uno de los poemas incluidos en Poesía en forma de rosa, de 1964, el libro con el que se cerraba el ciclo de los grandes poemarios integrado por Las cenizas de Gramsci y por La religión de mi tiempo. Son versos que, como suele suceder a lo largo del cuerpo textual (el corpus) pasoliniano, exceden los confines de una obra delimitada. Se dispersan; migran hacia otros soportes, se configuran en otros formatos. Se encuentra, así, en La ricotta, el mediometraje con el que Pasolini colabora en Ro Go Pa G, un colectivo fílmico con Roberto Rossellini (es decir, con un

director asociado a la tradición del neorrealismo y el programa de generar una cultura nacional-popular para la nueva Italia) y con Jean-Luc Godard (es decir, con el cine en su estadio de modernidad tardía), donde puso esas mismas palabras en boca de Orson Welles. En un juego complejo de identificaciones y de desplazamientos, Welles, es decir, la encarnación del cine clásico y un obsesivo objeto de culto para los lectores, como el propio Pasolini, de Bazin y de los Cahiers, asume en La ricotta el papel de un abrumador director de cine en trance de filmar una película sobre la pasión de Cristo, plagada de referencias a la pintura del manierismo del siglo xVi , que Pasolini había estudiado con dedicación a partir de las lecciones de uno de sus maestros, el crítico de arte Roberto Longhi, cuyas lecciones seguía en sus años de estudiante en Bolonia. Longhi fue, en el corazón del siglo xx italiano atravesado por el fascismo, la ocupación alemana, la resistencia y la fundación de la república, el primer propulsor del redescubrimiento de la pintura de Caravaggio. Entre los papeles póstumos de Pasolini hay un escrito breve dedicado a la luz en, precisamente, Caravaggio, acaso un último homenaje a su maestro. Como en el pintor del siglo xVii –que fue asesinado en circunstancias oscuras y cuyo cadáver apareció, como el del cineasta, en una playa del Tirreno–, Pasolini lleva hasta el límite las posibilidades de lo exhibible, las potencias de lo mostrable.


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ltimo Pasolini Pasolini por Maupal, proyecto de arte urbano Forgotten que este año conmemora los 40 años del asesinato de Pasolini. Fuente: www.wantedinrome.com

y por una maestra oriunda del Friuli– la revista Officina. En la lectura que propone Auerbach del canon literario de Occidente, Giotto forma parte de una tríada con San Francisco y con Dante. Esa tríada señalaba el nacimiento de una nueva literatura, surgida de la potencia mercantil y cultural de las ciudades libres, de las fraternidades franciscanas, de las fiestas florales y primaverales: una literatura vital y celebratoria, abierta al registro de lo variado y lo múltiple.

LA PÓSTUMA “FORMA-PROYECTO” PASOLINIANA

Nicola Verlato, Hostia, mural de 10 metros de alto en Galeazzo Alessi 215, suburbio de Tor Pignattara, Roma. Conocido localmente como la Cappella Sistina. Muestra a un Pasolini muerto que cae lejos de sus posibles asesinos, a través de una serie de flashbacks y escenas metafóricas. Ahí también están su madre, Petrarca y Ezra Pound.

Trabaja de manera deliberada con lo abyecto, con el rechazo, con lo que puede llevarse hasta el extremo. Terminada la etapa de las fugas hacia las periferias de Europa (el Friuli, los suburbios de Roma) y del Tercer Mundo (India, Grecia, África, Brasil, al que llama “la nueva patria de uno”), el ultimísimo Pasolini estaba emprendiendo otro tipo de viajes, tal vez más extremos. En efecto, en los días previos a su muerte, Pasolini había dado forma definitiva a Saló, el filme basado en una lectura de Los ciento veinte días de Sodoma, del Marqués de Sade. En 1975, además, también a pocos días del hallazgo del cadáver de su autor, la editorial Einaudi publica La Divina Mimesis. El título retoma el nombre del libro más importante del crítico alemán Erich Auerbach, a quien Pasolini admiraba incondicionalmente desde los años cincuenta, cuando, junto con otros jóvenes intelectuales y poetas de su edad, fundó en Bolonia, la ciudad en la que había nacido en 1922 –hijo del matrimonio formado por un oficial del ejército partidario del fascismo

Pasolini había publicado su primer libro en 1941, a los diecinueve años. Era un libro de poesía, se llamaba Poesías a Casarsa y estaba escrito, en un acto de desvío frente a la cultura monoglósica del fascismo de entonces, en una variedad lingüística periférica y minoritaria: la friulana, la lengua de la madre. Esos versos, que cantaban la vida y la diferencia de los jóvenes campesinos friulanos, fueron reescritos por su autor en sus últimos años en un nuevo friulano, menos arcaico y delicado, deliberadamente impuro, para celebrar no ya ese cúmulo de erotismos y vitalidad del pasado, sino más bien para llorar su muerte. La nueva juventud, el resultado de esa reescritura descarnada, está inmerso en una visión sombría. Esas reescrituras son paralelas a su relectura de las Jornadas, de Sade, que traslada a los últimos años del régimen fascista, el período final del gobierno de Mussolini, títere del Reich de Hitler. En rigor, la película de Pasolini no habla tanto de aquel viejo fascismo histórico mussoliniano, con sus ritos de opereta, su vitalismo, su grandilocuencia dannunziana. El filme es, más bien, un gesto que pide ser leído en función de la crítica al “nuevo fascismo”, un fascismo reticular (“capilar”, según la expresión de Pasolini), sostenido en la utopía del consumo y la falsa tolerancia, mucho más eficaz que el fascismo arqueológico de los años cuarenta, visto siempre como un todo altisonante y más bien lejano –algo entre lo opresivo, lo risible y poco confiable– por parte de los sectores populares. Al mismo tiempo, en sus últimos días, Pasolini estaba trabajando en un proyecto narrativo desmesurado, que iría cambiando de título a lo largo del proceso de redacción y que será publicado por Einaudi bajo el nombre de Petróleo, hasta 1992, al cuidado del filólogo Aurelio Roncaglia. Tal como la conocemos, Petróleo es una novela heteróclita y conflictiva, un unicum bajtiniano en la que se fagocitan materiales de toda clase. En un estudio memorable (Pasolini contra Calvino. Por una literatura im­ pura), la crítica Carla Benedetti ha visto en ese texto la puesta en juego de una máquina de escritura que, en realidad, es la máquina de escritura del último Pasolini: la “forma-proyecto”, sostenida, como en un acto performático, por un cuerpo: por el autor en “carne y hueso”; como leemos en la carta a Alberto Moravia, con la que se cierra la novela. Petróleo es, por cierto, una novela, pero es también muchas otras cosas a la vez. Es un viaje, una alucinación, un poema sacro en prosa tensionado entre la Comedia dantesca, el doble de Dostoievsky y el fondo de la noche celiniana. Es, tal vez –una tesis en la que recientemente ha insistido el escritor Emanuele Trevi en su reciente li-

bro Qualcosa di scritto– un relato sobre la iniciación, sobre lo sacro y sobre sus relaciones con la androginia, con la violencia y con la muerte. Y es, básicamente, el relato de una vida. Pero la vida de Petróleo no es ya una “vida violenta”, como la de los jóvenes de los suburbios romanos que habían sido el motor erótico y lingüístico de la narrativa híbrida pasoliniana de los años cincuenta. Es la historia de un joven ingeniero de la clase media ilustrada, Carlo Valletti, un intelectual de izquierda con simpatías hacia el catolicismo progresista, que se desdobla, de manera imprevista, en una tarde más bien tediosa en un barrio acomodado pero ya algo decadente de la Roma de fines de los años cincuenta, en un segundo Carlo. Si el “primero” es un sujeto cuyo cuerpo aparece en algún punto sublimado, el “segundo” Carlo es, básicamente, un sujeto libidinal, entregado a las peregrinaciones sexuales y –a su manera angustiante y desgarrada– a las pulsiones de la vida. Como los grandes proyectos literarios del siglo xx , de La montaña mágica al Arcoiris de la gravedad, el texto póstumo de Pasolini puede absorberlo, al parecer, absolutamente todo, y eso involucra también la puesta en evidencia del propio mecanismo narrativo que la genera. Se trata, como leemos en uno de los apuntes (el 37) que integran Petróleo, de una decisión, “que no es la de escribir una historia, sino la de construir una forma […]: forma que consiste sencillamente en ‘alguna cosa escrita’ [qualcosa di scritto]”. Para narrarlo todo en un estado alucinado y condicional, en un corpus inestable, para registrar las articulaciones de cuerpos, escrituras y poder, Pasolini debe explorar una forma que opera por indeterminación (qualcosa…), debe encontrar un diagrama: es la forma del “proyecto”, la forma “in-forme”, viscosa como la sustancia que nombra, que se sostiene una “ficción filológica”. Según esa ficción, Petróleo sería el resultado de la confluencia de cinco manuscritos que sobreviven al autor (un corpus que resta) y tendría, por lo tanto, una condición póstuma, abierta y provisoria desde la cual sostener, como ha pensado Daniel Link en sus intervenciones desde Argentina sobre Pasolini y la moral de lo minoritario, nuevas y alternativas formas de vida. En una entrevista publicada en Stampa Sera seis meses antes de su asesinato, Pasolini afirmaba: “Empecé un libro que me tendrá ocupado durante años, tal vez por el resto de mi vida. No quiero hablar de él…; basta saber que es una especie de ‘suma’ de todas mis experiencias, de todas mis memorias”. Hoy, de ese libro alucinado, de esa suma monstruosa, nos quedan las casi seiscientas páginas de Petróleo. No es, sin embargo, un final de recorrido para la escritura pasoliniana. Menos aún es un confín o un límite. Es más bien un componente más de un corpus híbrido (que filma películas, redacta narrativa, saca fotografías, interviene de manera intempestiva en los medios escritos y audiovisuales, escribe poesía, proyecta obras de teatro), proliferante y en mutación, que pone en juego el poder irreductible de la palabra: esa potencia en la que, como afirma desde hace años Giorgio Agamben –que cubrió el rol del apóstol Felipe en El Evangelio según San Mateo, el célebre filme que Pasolini dirige en 1964– radica la condición política de toda literatura


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Dos poemas Pier Paolo Pasolini

Análisis tardío

(Fin de los años sesenta)

Sé bien, sé bien que estoy en el fondo de la fosa; que todo aquello que toco ya lo he tocado; que soy prisionero de un interés indecente;

Muerte

que cada convalecencia es una recaída; que las aguas están estancadas y todo tiene sabor a viejo; que también el humorismo forma parte del bloque inamovible;

Vuelvo a ti, como vuelve un emigrado a su país y lo redescubre: he hecho fortuna (en el intelecto) y soy feliz, tanto como hace tiempo lo era, destituido por norma. Una rabia negra de poesía en el pecho. Una loca vejez de jovencito. Antes tu alegría se confundía con el terror, es verdad, y ahora casi con otra alegría lívida, árida: mi pasión decepcionada. Ahora me das miedo de verdad, porque estás de verdad cerca, incluida

que no hago otra cosa que reducir lo nuevo a lo antiguo; que no intento todavía reconocer quién soy; que he perdido hasta la antigua paciencia de orfebre; que la vejez hace resaltar por impaciencia sólo las miserias; que no saldré nunca de aquí por más que sonría; que doy vueltas de un lado a otro por la tierra como una bestia enjaulada; que de tantas cuerdas que tengo he terminado por tirar de una sola; que me gusta embarrarme porque el barro es materia pobre y por lo tanto pura; que adoro la luz sólo si no ofrece esperanza.

en mi estado de rabia, de oscura hambre, de ansia casi de criatura nueva. versión De hugo Beccacece.

De La reLigione deL mio tempo (1961), versión De D elfina M uschietti .

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LEER

Jornada Semanal • Número 1085 • 20 de diciembre de 2015

El canto de los moros. Muestra de poesía árabe, Ghadeer Abusneineh (selección y traducción), Taberna Libraria Editores/El Colegio de Puebla, ac, México, 2015.

POETAS DEL DOLOR Y DE LA OQUEDAD EDGAR AGUILAR

Cuatro autores conforman la presente muestra de poesía árabe: Khazal Almajidi (Irak, 1959); Nouri Aljarrah (Siria, 1956); Fakhri Ratrout (Palestina, 1972); y Najwan Darwish (Jerusalén-Palesti na, 1978). No pretendemos aquí contextualizar la brecha generacional entre unos y otros poetas. Tampoco es nuestro deseo referir, a modo de introducción, la situa situación actual que impera en Medio Oriente; sencillamente, escapa de nuestras manos. S i n e m b a rg o , n o s d e t e n e m o s ahora a contemplar la poesía árabe como un vasto y sinuoso camino en donde convergen tradición y moder modernidad. De pronto nos parecen muy transparenlejanos aquellos versos transparen tes –nos remontamos incluso a ese brillante período de la poesía árabe, el Período Abasida (750-1258)– en cuyo seno encontrábamos un cálido resguardo de la muchas veces fatigosa poesía de Occidente. Versos en los que el poeta cantaba a su amada, a la noche o a la futilidad de la existencia, siempre desde el tamiz de su soledad. No obstante, la guerra, que todo lo extravía, condena al poeta a que su canto se vuelva una aflicción permanente. Pero dentro y a pesar de ese continuo lamento, hallamos que la poesía no pierde su cometido: cantar. Cantar en este caso las injusticias, el dolor, lo trágico de la vida y de la muerte. Por la diafanidad de sus versos y su inteligente protesta ante los embates del mundo moderno, los autores aquí reunidos son producto del renacimiento (la nahda, para los arabófonos) de esa poesía árabe, predominantemente política o social, de buena parte del siglo xix y principios del xx . Así, en su época y bajo su propio itinerario, los poetas de la segunda mitad del siglo anterior parecen surgir de la necesidad de expresar esa angustia contenida, amparados solamente en la verdad de su canto. Tienen razones suficientes para hacerlo. Veamos si no este fragmento del poema “Niños de arco iris”, del poeta sirio Nouri Aljarrah: “Con tus ojos arrancados por los cuchillos porque vieron un arco iris/ en las puertas,/ veo mi día/ y reconozco mi camino/ en el infierno del mundo.” O este admirable y bello poema del iraquí Khazal Almajidi, cuya dedicatoria es una prueba de su terrible desasosiego: “Para mi hijo Marwan, que fue secuestrado por los terroristas en Bagdad hace ocho años y no se sabe de él hasta el día de hoy”, y en el que el poeta se cuestiona: “Ni el sol ni la luna

iluminan la tierra./ Ni Bagdad está clara ni mi camino./ ¿Qué pasó? ¿Se apagaron mis ojos?/ […] ¡Mi hijo! ¡O una camisa ensangrentada!/ ¡O el rayo golpeando las pilas del largo invierno!/ Entonces, ¿quién?/ Un fantasma en el rebozo de la última parte de la noche.” Poetas en constante tensión con el mundo y con la vida, poetas de la palabra exacta (mucho tiene que ver en ello la esforzada traducción de la escritora palestina Ghadeer Abusneineh) y reivindicadora, poetas del dolor y de la oquedad, pero también de la esperanza, El canto de los moros es, quizá hoy más que nunca, una pertinente muestra de la poesía árabe de los últimos tiempos • Ondulaciones sobre el puente. Zapping del horizonte, Aurora Noreña, Edición de autor, México, 2015.

"Hablar del horizonte es para mí cruzar el puente y volver al 11 de noviembre de 1996. Me hallaba en un quirófano y la anestesia falló: estuve muerta cuatro minutos y 47 segundos. En ese tiempo fui abrazada por un deleite que me cautivó. La memoria de esa experiencia es el timbre que despierta mi conciencia y un estímulo desconocido brota, así nomás y otra vez el infinito me acoge. Lo sé, ese Amor habita hasta el confín de los días y aún más allá. "Recordar ese horizonte de luz y bruma es morar en el amor y el silencio. Es hallarme en una dimensión de éxtasis que atesoro. Con frecuencia pienso en el poder supremo de ese algo que se entregó a mí como un efluvio de seducción, un agujero espiritual que me absorbió." •

VER HACIA DONDE SE ALCANCE INGRID SUCKAER

E

l cosmos gira en el espacio de manera perenne y, sin embargo, hay momentos que en lo personal y colectivo parece que no vamos a ningún lado. El libro Ondulaciones sobre el puente. Zapping del horizonte, de Aurora Noreña, está impregnado de elementos que para muchos podrán parecer valiosos, un movimiento perpetuo, y nosotros en él, navegamos por los más diversos senderos. En el texto todo se yergue y se impone como una inmensa cavilación que, por fortuna, nos acerca a la naturaleza. En esa especie de deriva somos testigos de la profanación del planeta. Respiramos un aire apresado pero ahí están los besos y las mareas que nos sumergen radicalmente en la vida. Según se percibe en la obra en cuestión, en la actualidad pareciera no existir la posibilidad de poner en marcha una vía emancipadora. Ondulaciones sobre el puente. Zapping del horizonte, guía hacia el hallazgo de la significativa valoración de la vida sobre la base de una transformación cultural y espiritual. Todo ello ante el cambio, hecho de jirones de horas que exigen dos cosas: aprender a vivir la realidad social desde nuevos parámetros y establecer, a partir de nuevas claves, un auténtico acometimiento cultural y una confrontación de legitimaciones que toquen la conciencia. Ondulaciones sobre el puente. Zapping del horizonte es un libro lúdico, espontáneo, que muestra el descubrimiento que Aurora Noreña experimentó en cada selección que hizo para conformar el volumen, que puede ser abordado de acuerdo con la decisión de cada lector. Editado por la autora, el volumen además tiene la particularidad de que podrá ir creciendo, según las personas que sean invitadas por Noreña. Fue precisamente gracias a la invitación de Aurora que, el pasado 4 de octubre, escribí acerca de una de las experiencias más bellas de mi vida, que aquí comparto:

En nuestro próximo número

Albricias Felicitamos cordialmente a

Felipe Garrido y David Huerta amigos y colaboradores de este suplemento, por haber sido nombrados ganadores del Premio Nacional de Ciencias y Artes 2015 en el área de Lingüística y Literatura

@JornadaSemanal

La Jornada Semanal

visita nuestro PDF interactivo en: http://www.jornada.unam.mx/

MIKHAIL NAIME en el corazón del pueblo árabe Gibran Khalil Gibran y Alexander Naime


ARTE Y PENSAMIENTO ........

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Francisco Torres Córdova

Ricardo Venegas

ricardovenegas_2000@yahoo.com

Felipe Garrido MENTIRAS TRANSPARENTES Mejor despertar La metralleta terciada un hombre con el torso desnudo la agarra del brazo y la lanza al piso de tierra donde ya hay otras mujeres que gritan como berrean los puercos cuando son degollados. La puerta allí a un lado, a tres pasos. Podría escurrirse pero no la va a dejar ahí, con aquella gente. Siente que le falta el aire y vuelve a maldecirse. No tenían por qué haber entrado. Iban ya por la calle, tropezándose con los otros. Pero ella quiso asomarse; ver qué pasaba. Cuando acordaron ya estaban dentro, ya les habían quitado lo que llevaban, ya los habían golpeado y manoseado y sometido. Mejor despertar, piensa, porque sabe que eso es sólo eso, una pesadilla; no puede ser otra cosa. Así sueña. Ya ha pasado otras veces. La calle allí, a tres, cuatro pasos. Mejor despertar, sentarse de golpe en la cama, ahogándose, llorando, buscándola allí, dormida a su lado. Mejor encontrar el camino de vuelta. Ese es todo el problema. Tiene que despertar. •

Ricardo Yáñez DE PASO Lichita –Hace frío, señora, un frío abusivo –dijo el profesor Enrique Guzmán, con cuya información escribo esto. –Sí, mi amor, pero ¿quién barrerá la calle si no salgo? Bolsas de plástico en los pies, enfundados en sus muy desgastados zapatos. –Adiós, Lichita. –Adiós, mi corazón, Dios te bendiga. Desde las 5 a.m. salía a barrer las banquetas cercanas a su pequeña habitación, desde cuya puerta mañana y tarde saludaba a todos de buen humor, bien que no siempre: –¡Dejen a mis niños!¿Por qué se los llevan? No sean encajosos, ustedes ni les dan de comer –les gritaba a los empleados municipales, necios en llevarse a los perros callejeros que, de lo que le daban los vecinos, alimentaba. En San Martín Texmelucan, donde vivía, no le conocieron familiares. Hacía aparecer de su mandil una tortilla para sus gatos y sus pájaros, con los que platicaba. El pasado 8 acompañó en su conmemoración a John Lennon y Susana San Juan el alma de Alicia Rodríguez, atravesado por un palo el cuello de su cuerpo inánime •

bitácora bifronte

ftorrescordova@gmail.com

monólogos compartidos

Hugo Gutiérrez Vega: Cuando el placer termine

Aliento propio y ajeno

N

A

o es sencillo hablar de un poeta cuando se pisan terrenos universales; se podría, incluso, comenzar desde cualquier ángulo. Tal es la perspectiva de la reedición de Cuando el placer termine (La Otra/Escritores de Cajeme, 2015), con el cual el poeta Hugo Gutiérrez Vega obtuvo en 1976 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes; el bardo regresa, vuelve para siempre para entregarnos una bitácora de viaje. En una impecable edición, que da lustre a la obra y al trabajo que impulsa el poeta, ensayista y editor José Ángel Leyva, el libro se ofrece como un homenaje a una de las voces ya imprescindibles de nuestra lírica. En su andar Gutiérrez Vega edificó su diálogo con el otro, una conversación que ya no tendrá final. La humildad del autor ante la página en blanco es un tema importante en su obra; las cosas cotidianas, las más pequeñas y livianas, aparecen con frecuencia como centro del poema y el autor nos conduce a su nomenclatura en un juego de espejos. En el prólogo del volumen, Juan Manz, arquero experimentado, da en el blanco cuando afirma:“En la poética de Gutiérrez Vega emerge de pronto el ingenio que deslumbra con sus luces líricas el verso que desvela. Con un lenguaje desprovisto de artificios, reflexiona el mundo o el entorno que lo habita con su peculiar manera de verlo y de sentirlo.” La sencillez, las postales de viaje, el humor, la claridad (sin concesiones) y el desenfado son elementos definitivos en la obra de Hugo Gutiérrez Vega. Todo es material para el poeta, parece decirnos el constructor de recintos verbales; ya en los Poemas para el perro de la carnicería (1977), Los soles griegos (1990) o Una estación en Amorgós (1996), hay ansia de misterio.“Cuando el placer termine” dice: “Muchos poetas escriben para levantar un pedestal/ que los hará visibles dentro de mil años/ y pagan su ambición con el alto precio de la inmovilidad./ Ahí están en los parques, con sus libros broncíneos/ y la mirada siempre hacia dentro de todas las estatuas./ Otros cacaraquean anunciando el nacimiento de un nuevo poema/ y algunos cantan nada más porque sí, sin preocuparles la intemporalidad.” Consta en su obra que no hubo la búsqueda del reconocimiento banal, del juego pirotécnico, y sí de una gozosa escritura macerada por la experiencia, ésa que busca conversar con el lector y obsequiar, porque sí, el oro molido de una aventura deliberada y plena. Por ello es un acierto que se haya reeditado este libro que pasa al acervo de la más alta poesía mexicana. Alfonso Reyes relata del poeta persa Omar Khayyam que, sentado bajo la sombra de un árbol, el bardo disfrutaba de una botella de vino y del canto de un pájaro, cuando apareció un cazador que apuntó su arco al ave y la mató; Khayyam se levantó furioso y arrojó “chorros de versos” para suplir la belleza del canto interrumpido. Igual que Khayyam, Gutiérrez Vega celebra con su poesía la vitalidad del mundo, éste que quiso dejar “un poco mejor de como lo encontramos” •

penas de regreso en el pequeño apartamento, en la penumbra de la pequeña sala, con los zapatos sucios y los pies doloridos, sentado en el sillón frente a una radio muda y perpleja o un breve librero de estantes vencidos, o quizás en la mesa de la cocina, frente a un vaso de leche, bajo el foco desnudo de luz mortecina o demasiado brillante y hostil, absortas las manos en su franco vacío, el pensamiento centrado, sitiado, envuelto en la sinuosa violencia de estos días viejos y nuevos que abaten y humillan. El oído alerta a los ruidos que salen de ventanas y puertas iluminadas u oscuras y se arrinconan y asientan en los rellanos de la sucia escalera: el juego pobre o el múltiple llanto de niños insomnes, el choque de trastes en una cocina anhelante y nerviosa, la risa ronca de un anciano aterido y demente, los pasos ansiosos de un hombre maduro y perdido que traza el ocho infinito de su única vida. Y atrás, las calles de siempre a la orilla, su madeja incesante de rumbos fuera del centro de lo que llaman fortuna que asiste a tan pocos en medio de muchos. Los ojos tibios y fijos, se niega al olvido y guarda silencio. De lejos, en su siglo y el nuestro, llega a sus sienes y busca sus labios el mismo retumbo que encaja en el aire la antigua sordera que ostenta el poder, el fuego que silba en la armas y enferma a la muerte, la nube imantada de moscas rondando pozos y fosas a ras de cielo; la miseria que zumba y la opulencia que canta; el cascabel del cinismo que presume sus casas de blanquísima altura. Quizás con los codos sobre la mesa y la cabeza ya entre las manos, o de pie, recargado de espaldas en alguna pared, oye el rumor del aliento propio y ajeno que pone en el aire el celoso dolor. Y hace el poema:“¡Hay gentes tan desgraciadas, que ni siquiera/ tienen cuerpo; cuantitativo el pelo,/ baja, en pulgadas, la genial pesadumbre;/ el modo, arriba;/ no me busques, la muela del olvido,/ parecen salir del aire, sumar suspiros mentalmente, oír/ claros azotes en sus paladares!// Vanse de su piel, rascándose el sarcófago en que nacen/ y suben por su muerte de hora en hora/ y caen, a lo largo de su alfabeto gélido, hasta el suelo.// ¡Ay de tanto!, ¡ay de tan poco!, ¡ay de ellas!/ ¡Ay en mi cuarto, oyéndolas con lentes!/ ¡Ay en mi tórax, cuando compran trajes!/ ¡Ay de mi mugre blanca, en su hez mancomunada!// ¡Amadas sean las orejas sánchez,/ amadas las personas que se sientan,/ amado el desconocido y su señora,/ el prójimo con mangas, cuello y ojos!// ¡Amado sea aquel que tiene chinches,/ el que lleva zapato roto bajo la lluvia,/ el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas,/ el que se coge un dedo en una puerta,/ el que no tiene cumpleaños,/ el que perdió su sombra en un incendio,/ el animal, el que parece un loro,/ el que parece un hombre, el pobre rico,/ el puro miserable, el pobre pobre!// ¡Amado sea/ el que tiene hambre o sed, pero no tiene/ hambre con qué saciar toda su sed,/ ni sed con qué saciar todas sus hambres!// ¡Amado sea el que trabaja al día, al mes, a la hora/ el que suda de pena o de vergüenza,/ aquel que va, por orden de sus manos, al cinema,/ el que paga con lo que le falta,/ el que duerme de espaldas,/ el que ya no recuerda su niñez; amado sea/ el calvo sin sombrero,/ el justo sin espinas,/ el ladrón sin rosas,/ el que lleva reloj y ha visto a Dios,/ el que tiene un honor y no fallece!// ¡Amado sea el niño, que cae y aún llora/ y el hombre que ha caído y ya no llora!// ¡Ay de tanto! ¡Ay de tan poco! ¡Ay de ellos!” (“Traspié entre dos estrellas”, Poemas humanos, César Vallejo.) •

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Jornada Semanal • Número 1085 • 20 de diciembre de 2015

Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com

Los frutos del trabajo independiente

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L MILAGRO PARECE CERRAR el año comprometido con una serie de nuevas tareas, invitaciones y convocatorias que tienen que ver con un ímpetu que sólo es posible desde la autogestión que se libra de lo programático gubernamental con creatividad y riesgo. No hay que ir muy lejos: la propia página web, que un tiempo estuvo paralizada y yerta, ahora es un buen mosaico donde se aprecia la vida de El Milagro, una de las instituciones teatrales nacionales más rigurosas. Aunque en esa página ágil y dinámica, noticiosa, informativa y de solvencia gráfica no aparecen, el conjunto de obras grabadas, producidas y realizadas están de nuevo accesibles, ahora en videos con formato de dvd, para un público que ya puede ir al Auditorio Nacional y ver lo mejor del teatro británico y la ópera mejor realizada del mundo, grabada y proyectada en una pantalla que cumple con los requisitos más exigentes de la última tecnología. Son seis videos cuya presentación es extremadamente sencilla para la calidad enorme de su contenido y realización. La idea es bastante vieja, pero nadie la había aplicado con tanto rigor como lo hace ahora el equipo de El Milagro. Están Los insensatos, Los asesinos y La lengua de los muertos, escritas y dirigidas por David Olguín, y Tío Vania, de Chéjov, dirigida por Olguín también, más los dos trabajos de Laura Almela y Daniel Giménez Cacho, una pareja actoral de muy alto nivel interpretativo, dramatúrgico y de dirección, sobre el orden de la poesía, el espectáculo y la dimensión actoral, que son La tragedia de Macbeth y Él, de e.e. cummings. Regresan obras señeras, importantes y que forman parte de una biografía artística, literaria y escé-

LA OTRA ESCENA nica de un conjunto de artistas de la escena que hacen de sus conjunciones referencias históricas ineludibles. Un ejemplo notable de trabajo estable en una compañía de gran solvencia artística es La lengua de los muertos, que difícilmente podremos volver a ver y que ahora incluso es posible compartir. La lengua de los muertos, escrita y dirigida por Olguín, recrea la noche en que por orden de Victoriano Huerta le cortan la lengua (una operación definitiva de censura y castración) a Belisario Domínguez, mientras Aureliano Urrutia, quien llega a ser ministro de Gobernación durante la presidencia de Victoriano Huerta, se convierte en un experto exterminador de la oposición y los opositores. La obra es una bella parábola sobre la ética, la tolerancia y el valor del pensamiento confrontados con el mundo amoral de las decisiones políticas y el orden sacrificial que le da la dimensión teatral definitiva y ritual a esta puesta

en escena que marcó en 2009 una de las posibles rutas que pudo haber tomado el festejo del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución mexicana, entendiendo la Historia desde una perspectiva crítica y novedosa, no patriotera, de celebrar lo que dejaron dos movimientos tan trascendentes y vigentes. Poco a poco, uno se va dando cuenta de que a pesar de la inmediatez del presente y la cordial cercanía, que hacen ver con un dejo de naturalidad lo que se produce en todas las áreas de la creación, hay obras que marcan una manera de dirigir y conectar con el público: ahí siguen indemnes El cementerio de automóviles, Vacío, Armas blancas, De película, Los bajos fondos, o en el caso de Héctor Mendoza, La historia de la aviación, Hamlet, por ejemplo e In memoriam; de Ludwig Margules, De la vida de las marionetas, Jacques y su amo, homenaje a Denis Diderot en tres actos, de Kundera, Como gusteís, de Shakespeare, una de sus últimas direcciones, en la traducción de Angelina MuñizHuberman, junto con Los justos , de Camus y la relectura de Camino rojo a Sabaiba, de Oscar Liera; de Abraham Oceransky su extraordinaria lectura del teatro kabuki, Mishima y el teatro tradicional japonés con obras que insistió en representar con distintas perspectivas actorales como Acto de amor y Mishima, con actores que hoy están fuera de circulación, como Susana Robles, o muertos como Alejandro Reyes, quien también representó a Marat. Todo está grabado con calidad y con una intención interpretativa. Quienes asistimos a montajes a principios de los ochenta sabemos que se trata de obras que han marcado a generaciones de dramaturgos, directores, escenógrafos, coreógrafos y directores. Sin embargo, carecemos de un soporte documental para compartir esta experiencia con docentes, críticos, investigadores y amigos •

Teatro El Milagro

Alonso Arreola @LabAlonso

Música para leer en vacaciones

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RITOS Y MÁS GRITOS. Estampidas, filas interminables, muéganos humanos apostados en las banquetas de los hoteles circundantes... Al igual que en los últimos años, la Feria del Libro de Guadalajara 2015 rompió récord de asistencia e histeria adolescente, lo que nos entusiasma aun y cuando el puente entre los libros y los lectores en ciernes esté mayormente constituido por contenidos del tipo Yordi Rosado y Werevertumorro. Y es que si en 2014 la euforia era provocada por youtubers como Yuya, ahora se ha ampliado hacia booktubers como Raiza. ¿Sabe de lo que le hablamos, lectora, lector? De jóvenes abocados a impulsar –vía internet– estilos de vida diversos en los que videojuegos, películas y libros ocupan canales específicos. Su influencia en los compradores nóveles va in crescendo. Apostando por la lentitud y en sentido contrario –y como esta es una columna de música–, nosotros tomaremos la experiencia en la fil para señalar algunos títulos sonorosos que encontramos allí o que cayeron en nuestras manos a lo largo del año y que, aunque aún no terminamos –se trata de ensayos y cuentos que deseamos leer tranquilamente– han comenzado a dejar su huella. En primerísimo lugar está Estrategias sobrenaturales para montar un grupo de rock, publicado por Ian Svenonius en 2014 y que ahora ve su traducción al castellano en Blackie Books de España. Ácido e irreverente, el excantante de The Make-Up aborda los entresijos de las bandas de rock al tiempo que señala diversos aspectos de la historia de la música, su industria y su contexto. Multidimensional y entretenido, vale por su humor soterrado y el formato que utiliza. De una sesión de espiritismo en donde dialoga con numerosas estrellas desaparecidas sobre los orígenes de su oficio, a ensayos antisolemnes que auguran el fracaso de quienes se dedican al género (“te verán como a un payaso, un imbécil y un perdedor”), este patrono del under

BEMOL SOSTENIDO anglosajón acierta una y otra vez en ideas profundas, provocativas, dolorosas. En su burlona introducción se lee: “Con la información revelada en este libro, el lector tendrá en sus manos la posibilidad de formar un grupo de rock, ir de gira por todo el mundo y grabar (o cuando menos crear) un repertorio que genere un mito capaz de definir una generación.” En territorios narrativos, hicimos contacto con One Hit Wonder, de Joselo Rangel, guitarrista de Café Tacvba. Publicado en Almadía, está constituido por veinte cuentos de atenta factura que potencian situaciones cotidianas salpicándolas con fantasía, las más de las veces animadas por la música. Franco y sin engreimientos, nos gusta que su impulso sea el de la ocurrencia perspicaz cuya tramoya vale la pena recorrer a paso ligero. Esto patentiza la

sensibilidad de su autor; complementa el legado que le conocemos en discos y conciertos notables. En el ámbito de la poesía, nos llegó El hueco de la mano de la compositora pj Harvey y el fotógrafo Seamus Murphy, ambos seguidos por rebeldes del mundo entero. Ella ha sido nominada seis veces al Grammy. Él ha ganado siete premios del World Press Photo. Trabajaron juntos en 12 Short Films, Let England Shake. Nuevo acierto de la editorial Sexto Piso, divide su contenido en torno a tres ciudades: Kosovo, Afganistán y Washington. Letras que son imágenes, fotografías que son canciones… manos muertas, miseria, racismo y desolación transitan sus páginas a colores y en blanco y negro.“Un mono naranja encadenado en un camino sombrío y abrupto me dijo que para entender tenía que viajar hacia atrás en el tiempo”, dice la cantante. La acompañamos con gusto. Otros textos interesantes que recién aparecieron en nuestros estantes y que esperan el abordaje son El instinto musical (escuchar, pensar y vivir la música), de Philip Ball, y Glosario de instrumentos musicales, de Jorge Luis Rozemblum. Empero, el que más nos llama es un tomo de la impecable editorial Pre-Textos: Poesía en la canción popular latinoamericana, de Darío Jaramillo Agudelo. Sus primeras páginas son un portento de escritura e investigación, de sensibilidad y compromiso; una invitación a la lírica que nos concierne en estas tierras y que nunca vimos analizada con tal inteligencia. Va un puyazo a manera de invitación: “Es inevitable señalar de entrada el desprecio –casi nunca admitido– que en nombre de la Poesía y la Cultura se ejerce contra la canción, esa subcultura atrincherada en la elemental vulgaridad de un gusto popular de seguro manipulado por el poder de los medios de comunicación.” Le siguen cuatrocientas páginas apologéticas en las que cantan y platican José Alfredo Jiménez, Dino Ramos, Ernesto Lecuona y Chabuca Granda, entre muchos más. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •


ARTE Y PENSAMIENTO ........

20 de diciembre de 2015 • Número 1085 • Jornada Semanal

Verónica Murguía

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Jorge Moch

Son los pinches soberbios

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N EL AÑO 2000, cuando el expresidente de Perú, Alberto Fujimori, se vio obligado a renunciar al cargo, los peruanos salieron a la calle con letreros en los que se leía “Devuélveme mi voto”. Se me quedó grabado. Y ahora, doctor Miguel Ángel Mancera, quiero que usted, por quien voté con muchas ganas, me devuelva mi voto. Quiero mi voto porque el programa “Pasos seguros” que, según sus promesas evitaría que los automovilistas siguieran atropellando a un montón de peatones un día sí y otro también, no ha servido. Los automovilistas se suben a las rayas de la cebra, se pasan el alto, se mandan mensajitos de texto mientras están al volante y se estacionan sobre la banqueta. Los choferes de pesero están convencidos de que son parte de una escudería Fórmula Uno (algunos hasta se han hecho escudos y calcomanías que lo proclaman) y se llevan de corbata a cuanto ciclista tiene la desgracia de pasar cerca de ellos. El programa “Muévete en bici” sólo podrá ser una alternativa si se garantiza razonablemente la vida de quien se suba a la bicicleta. Ahora que se modificó el programa “Hoy no circula”, el ciclista no sólo está expuesto a cuerpo gentil a muchos más coches, también respira más contaminantes. La muerte de los ciclistas en el df se ha disparado un ciento treinta y tres por ciento. Este número es indignante. Laura Ballesteros, su empleada, debe velar por el peatón. ¿Qué ha hecho la señorita Ballesteros, además de fallarnos? Usted es un político. Me convenció de ello en declaraciones y propuestas. Según su página de Wikipedia se convirtió en abogado porque experimentó en carne propia la injusticia. Y mire, ahora que La Segunda Sala de la Suprema Corte de Justicia decidió que todos los coches circularan, imaginé que usted intentaría que esta medida se cancelara. Que argumentaría en favor de sus votantes, pues todos tenemos un par de pulmones. Se sabe que se puede colocar de forma temporal un convertidor catalítico en cualquier coche. Aunque sea el Rocomóvil de los hermanos Macana, el coche no emitirá contaminantes durante la verificación. Hasta yo, que no distingo una bujía de un usb , lo sé. Ay, doctor Mancera. Tanto que costó que nos acostumbráramos. La verdad, hasta julio del año pasado, los únicos vehículos que ensuciaban el aire como chacuacos eran los del gobierno: las patrullas, los camiones de basura, las grúas, etcétera. Los de su escudería, digamos. Ahora, el tráfico ha empeorado. La gente se desespera. Se pasa el alto, se pelea y choca, atropella los derechos y los cuerpos de los demás. Eso afecta directamente nuestra calidad de vida. Su plan “Agua para el futuro” debería ser su prioridad, no las propuestas de grupos capaces de instalar centros co-

merciales en las azoteas de quienes tienen la desgracia de vivir cerca de los proyectos. O como lo que le proponen los de Galerías Insurgentes, que pagarían al gobierno seis mil pesos por árbol derribado para construir un estacionamiento. Oiga, eso es privilegiar al coche sobre la vida vegetal y animal. Se contradice con lo que usted dijo en su campaña. Usted pregonó que el abasto de agua lo tenía muy preocupado. Y hoy por hoy la única distribución de agua con la que cuentan miles de ciudadanos es la que cae del cielo, inunda la calle, se mezcla con el drenaje y arruina las casas. Seguramente usted lo sabe, pero si por alguna razón lo ha olvidado, le recuerdo que los arqueólogos aducen que la falta de agua y el hacinamiento fueron determinantes en el declive de Teotihuacán. Hombre, recuerde, el que no conoce la historia está condenado a repetirla y todo eso. Mire, imagino escenarios porque ese es mi oficio. Si aumenta la contaminación contribuiremos al calentamiento global, lo cual determinará que la lluvia caiga como nunca. Seremos de nuevo la Venecia de América y el mosquito de la chikungunya prosperará hasta que se tenga que declarar una alerta sanitaria eterna. Acuérdese de Chalco. Piense en las generaciones que vienen. La ciudad no es más segura que antes. Salga disfrazado a la calle, como hacía Harún al Raschid en Las mil y una noches. Si no lo asaltan, se enterará de lo indignados que estamos los chilangos. No se nos ha olvidado lo de Narvarte, el manejo chapucero e irrespetuoso de todo eso. Apenas el 15 de noviembre apareció un hombre colgado en un puente. Ya ni le digo de los permisos de construcción. Devuélvame mi voto. No tengo idea de qué puedo hacer con él, pero usted tampoco sabe •

LAS RAYAS DE LA CEBRA

Devuélvame mi voto

LEVAMOS DEMASIADOS AÑOS DESGOBERNADOS por soberbios.“Yúniors” o “ladys” y “mirreyes” malcriados en el privilegio que luego enquistados en la administración pública atinan apenas a tratarla como si fuera privada y supeditan el criterio del funcionario al del empresario. Para empezar, simulan gobernar desde la óptica cutre del clasismo, el racismo y el desprecio a la gente, sobre todo si se topan con movimientos populares. Para más inri, esos personeros del poder, usurpadores y usufructuarios de recursos públicos no solamente exhiben una soberbia terrible, sino una suerte de sempiterna adolescencia: les faltan cualidades y atributos en el desempeño de sus funciones porque la inmensa mayoría son improvisados beneficiarios del amiguismo y el compadrazgo, y difícilmente deben puestos y canonjías (el sueldazo, las prestaciones, la casota, los guaruras, los carrazos, los viajes, los trapos finos, las botellas importadas y ve tú a saber qué tanta porquería oculta al indiscreto fisgoneo de lo fiscalizable) a sus capacidades o logros profesionales o académicos. Suelen ser emblemáticamente ignorantes de la realidad nacional y de la historia y ya no digamos incultos hasta la ridícula médula. El presidente mismo de este pobre país es un ejemplo esclarecedor de cómo se satisfacen a sí mismas las redes del poder en México, tan similares a las del crimen organizado a partir de que se edifican sobre entramados de pura complicidad. Nunca fueron necesarias sus capacidades para ser presidente, sino sus relaciones con un grupúsculo de archimillonarios y las secretas promesas que les haya hecho en campaña: vualá, tenemos presidente donde tuvimos un candidato que daba risa y un poco de lástima por sus constantes, involuntarias demostraciones de las diferencias entre ser estadista y ser un pelmazo. Las elecciones en México, y cualquiera que las haya atestiguado en los últimos cien años puede dar fe de ello, son un estercolero. Y ese muladar es a su vez el fundamento de todo un falansterio del crimen que va desde policías, juececillos o funcionarios corruptos de cualquier nivel que se involucran con bandas criminales dedicadas al asesinato, el secuestro, el narcotráfico, la extorsión o la trata y la esclavitud, hasta banqueros, gobernadores, ministros, directores o jefes de área y un largo etcétera que tienen invariablemente metida la pezuña en un negocio sucio concretado a partir del poder político, porque el cogollo del ejercicio del poder en México parece estar vinculado indefectiblemente a la podredumbre de la corrupción. Allí los grandes fraudes a la nación, como el Fobaproa que todavía vamos a seguir pagando por décadas, o las trácalas que suponen casas en Las Lomas o cualquier dádiva que tenga origen en un contrato turbio y su obsecuente ausencia de licitación. Un ejemplo terrible y escandaloso es el actual secretario de (des)educación, Aurelio Nuño Mayer, quien se ha enfrascado en una cruzada personal que

tiene un espantoso tufo a experimento social a ver cuánta mierda seguimos sopor tando los mexicanos. La forzada implementación de una evaluación magisterial que en lugar de ser propuesta, discutida, debatida y adecuada a intereses y objeciones predecibles, ha sido impuesta por contingentes policíacos de miles de integrantes a los que se les ha inoculado la estúpida noción de que los maestros son sus enemigos: el saldo va dejando en el mecapal del presidente mexicano y su delfín (Nuño, se dice, es candidato factible precisamente porque viene del entorno más cercano a Peña; era su secre particular) varios muertos y lamentables evidencias de represión y excesos de poder: maestros en la cárcel y maestros en hospitales y hasta maestros asesinados. Pero ni un policía o soldado, ni siquiera ésos que han sido usados como porros y golpeadores vestidos de civil (de ésos que patean mujeres entre varios, como se puede ver en video) en la cárcel. ¿Qué puede saber Aurelio Nuño de vivir en la sierra o ser pobre?, ¿qué sabe de pedagogía, de dar clases en un aula sin recursos y en muchas ocasiones sin mobiliario, útiles o ni siquiera un techo o cuatro muros? Apuesto que muy poco si no es que nada. Porque para él, los maestros de origen humilde y piel morena no son semejantes con derechos, sino óbice. Obstáculo. Impedimento. Pero no para la implementación de un proyecto educativo, sino, según se dice, para su carrera política porque cree que puede ser presidente de este país. Y se ve que está decidido a demoler la resistencia. Al costo que sea • Ilustración de Juan Puga

CABEZALCUBO

tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch


........ ARTE Y PENSAMIENTO PENSAMIENT

Jornada Semanal • Número 1085 • 20 de diciembre de 2015

Ricardo Guzmán Wolfer

Luis Tovar @luistovars

El nombre de la sombra (ii y última)

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NO DE LOS AUTORES recuperados para el habla hispana por las traducciones del imprescindible Sergio Pitol es Tibor Déry (Budapest, 1894-1977). Activista revolucionario y comunista, su vida se refleja en su obra en el sentido más profundo al que un actor de la política aspira, por menor que sea, siempre y cuando sea verdadero. Con una amplia obra apenas traducida al español, bastan sus cuentos para entender el sentido literario del análisis histórico a partir de los hechos cotidianos, que pueden ser definitorios. En su obra, más allá de establecer si representan o no el momento histórico en que se desarrollan, se contienen elementos universales en tanto el autor vuelve a sus personajes portadores de ideales profundos, ya sean conscientes o no. En El ajuste de cuentas tenemos a un profesor universitario que comprende cuánto importan tanto los actos como las omisiones en una sociedad en conflicto. No hace falta saber la historia precisa ni la locación exacta para entender que sus personajes viven en un país en plena revolución civil, en la época posterior a Mátyás Rákosi. Y este maestro comprende que cada acto puede ser determinante: cuando uno de sus alumnos le lleva a guardar una metralleta, sabe que por el mero hecho de quedársela y no denunciar al muchacho, el profesor ha tomado partido en la lucha social. No importa que no esté de acuerdo con él en las causas y las acciones: lo ha encubierto y en parte por eso huye del país. Tal hecho también lleva a la reflexión, pues en su huida se topa con un médico exfuncionar io que ha sido denunciado por la esposa debido a su apoyo a las juventudes en rebelión. Al ser increpado por el maestro, el galeno acepta haber navegado por los mares de la política con el ánimo de sobrevivir, más allá de alguna postura, pues acepta ser un hombre que “hasta donde le es posible, trata de estar de acuerdo con los poderosos sin propasarse de los límites cuando inflige daños a los débiles”: todo con tal de estar con el poderoso en turno. Tal cuestionamiento es fundamental en un México donde la fuga de capitales, de cerebros y de “la migración dorada” dejó de ser noticia hace años, especialmente a partir de la guerra contra el narcotráfico de nulo éxito, ni siquiera propagandístico. Casi al final del cuento, antes de fallecer en el frío, el maestro reflexiona ante una estudiante que piensa que sólo las acciones pueden ser motivo de responsabilidad, para establecer que la omisión de la sociedad para actuar en lograr una vida común honesta, también le reporta culpabilidad. Como buen activista, establece la necesidad de expresarse:“es necesario vivir una vida honra-

damente, no reparar ”. Cuando tales planteamientos se hacen en una revuelta abierta, donde los balazos cruzan las ciudades y los campos, aparentemente no hay duda en cómo debería tomar partido el individuo para expresar su “vida honrada”, pero cuando ello sucede en una sociedad como la actual, donde los mecanismos partidistas acotan casi al extremo la participación política del individuo, por muy crítico o activista que sea; donde las leyes cercan la autodefensa a pesar de inocultables vacíos de poder estatal en temas de protección, castigo e impunidad de las más diversas delincuencias; donde los mecanismos macrofinancieros y económicos limitan casi al extremo las posibilidades de salir de la pobreza, en cualquiera de las clasificaciones oficiales; entonces no es tan sencillo establecer las vías para la actividad individual o de la sociedad civil. Al final del cuento, cuando el maestro percibe los signos inequívocos de la muerte bajo la nieve, Déry parece proponer una metáfora de cómo esa vieja escuela activista terminará por perecer bajo las circunstancias, inamovibles como el clima. En El amor, un encarcelado político es absuelto sin previo aviso y llega a su casa. Al encontrarse con su mujer retoman el amor que la ha llevado a esperarlo por siete años. En un pasaje probablemente autobiográfico, pues Déry estuvo preso varias veces, el autor muestra la incertidumbre legal que permitía tener presos a los disidentes sin tener siquiera que justificar procesalmente su encierro. Se percibe una atmósfera donde no es necesario estar entre los balazos para ser afectado por un régimen injusto. Lo mismo sucede en Filemón y Baucis, donde un matrimonio de ancianos fallece por balas perdidas, casi sin entender cómo el conflicto circundante y omnipresente no puede ser evitado. Un innegable clásico, disponible gracias a la traducción del maestro Pitol •

GALERÍA

Déry y la vivencia de la historia

N LAS RESPECTIVAS DUPLAS padre-hijo Ripstein y Cuarón queda para el futuro, por decirlo así, ver a quién le corresponderá ser Leopold y a quién Wolfgang. Si las cosas llegaran a darse tal como es archisabido en el caso de los Mozart, Gabriel Ripstein y Jonás Cuarón serían quienes ocupen el sitio de privilegio en la hoy improbable posteridad, mientras Arturo y Alfonso serían considerados como mentores; sin duda hábiles y visionarios, desde luego capaces de una generosidad más bien obvia por tratarse de transmitir lo que saben a sus vástagos, y no necesariamente poco talentosos ellos mismos; pero sólo eso, algo así como pedestales requeridos para el mejor lucimiento de la verdadera obra. Serían por lo tanto sombra, sólo que en el más triste sentido de la palabra: el que indica intangibilidad, condición

subsidiaria o subordinada y absoluta imposibilidad de ser por sí mismos, sino únicamente gracias a, asociado con o en virtud de.

SumaS que reStan Empero, hasta el momento la ecuación mozartiana se resuelve al revés, sin que para ello obste la desproporción en cuanto a trayectorias, largas para los padres, brevísimas para los hijos. La razón es sencilla y se ubica en los inicios de cada quien: los respectivos debuts de Ripstein y Cuarón padres tuvieron en su momento, e históricamente siguen teniendo, una relevancia que los filmes operaprimísticos de sus vástagos no tienen desde ninguna perspectiva. Tiempo de morir marcó en 1965 –hace nada menos que medio siglo– el comienzo de una cinematografía que, dadas las circunstancias y la naturaleza del propio filme, formó parte sustancial del primer cine mexicano susceptible de ser considerado de autor, según la definición habitual de ese concepto, y que en los años setenta del siglo pasado alcanzó su primera etapa de plenitud. Por su parte, al entonces veintitantosañero Alfonso Cuarón le tocó inaugurar la década de los noventa con Sólo con tu pareja y, en virtud de la misma, un nuevo “nuevo” cine mexicano, precisamente cuando a éste se le consideraba sumido en un pasmo, un estancamiento y una reiteratividad que había alejado al público en masa y lo había dejado dispuesto –es decir, más de lo que siempre ha estado–, a seducirse casi al cien por ciento con los “sueños” de la fábrica hollywoodense. En cambio, es meridianamente claro que ni las 600 millas, de Gabriel Ripstein, y mucho menos el Desierto, de Jonás Cuarón, están fundando absolutamente nada… o puede que sí, pero en todo caso se trata de una fundación deplorable en más de un sentido: la de un cine de vocación híbrida –y no faltará quien prefiera el término “bastarda”– en el rubro formal pero, sobre todo, en lo

que corresponde al contenido y su concepción, es decir, aquello que se cuenta y el modo en que se hace. Casualmente o no, 600 millas y Desierto tienen varios puntos en común: ambas tienen lugar en territorio estadunidense; son enfocadas, a veces de manera primordial y otras de modo absoluto, desde la perspectiva de sendos personajes estadunidenses; detonan su acción a partir de lo que hacen o dejan de hacer personajes mexicanos, pero éstos se encuentran invariablemente sujetos a un verticalismo de acto, potencia e incluso símbolo, lo último significativamente representado por la posesión y/o el uso de armas de fuego. No es por antigringuismo chovinista o gratuito, sino por simple intención clarificadora: ¿qué dicen de la idiosincrasia de sus realizadores estos filmes? ¿Qué, del horizonte de intereses fílmico-narrativos, así como de sus inclinaciones argumentales, tanto de ellos como, quizá, de su generación? Dicho sea tentativamente, pareciera como si al hacer la suma de la respectiva impronta paterna, con todo y parricidios diferenciadores, herencias indesprendibles y ayudas confesas o inconfesas, aunado a la inevitable sobreabundancia de cine estadunidense al que están sometidos –ellos y el público al que pretenden llegar–, el resultado fuera una resta: ni una propuesta fílmica tozuda y hasta forzadamente mexicana, como la de Arturo r., pero tampoco el discurso a estas alturas ya decididamente gringo –que algunos quisieran global, como si tales términos no fueran sinónimos en el fondo–, como el de Alfonso c. A propósito de paternidades, y dicho en términos coloquiales –al son popular que dice “soy tu padre” para indicar “soy el que manda”–, lo cierto es que 600 millas y Desierto no lucen rasgos particulares ni personales, cuando siguen directrices y tendencias fílmicas de palmaria estadunidez, lo cual sería normalísimo si Arturo y Alfonso hubiesen tenido hijos estadunidenses. •

CINEXCUSAS

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El azar como ENSAYO

20 de diciembre de 2015 • Número 1085• Jornada Semanal

elección de lectura

José María Espinasa

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n estas épocas de diagnósticos estadísticos, como dije en mi entrega anterior, los síntomas son colectivos pero deben ser vistos de forma individual y por lo tanto a ellos –a los individuos– hay que dirigir las reflexiones. Frente a la abstracción numérica –cuántos libros lee el mexicano por año– hay que plantearse otro tipo de preguntas. Importa más la identidad particular que la nacionalidad general. Un cambio sensible de la encuesta de 2006 sobre los hábitos de lectura, a la anunciada semanas atrás, reside en el aumento de la diversidad de ofertas editoriales. Pienso que las casas editoras, desde las dependientes del Estado – fce , cnca , Universidades públicas– hasta las independientes, pasando por las privadas de alto y mediano rango, pasan por un mejor momento ahora: ofrecen mejores y más diversos libros impresos en México. Incluso hay dos sellos que ya han impuesto su presencia en el medio, por encima de los muchos editores independientes, Sexto Piso y Almadía. También que los lugares –en sentido geográfico– de lectura se diversifican –bibliotecas, salas de lectura, libro clubes, cafés– y se recupera un poco del espacio perdido en revistas y periódicos. Por ejemplo: la aparición de nuevos suplementos culturales o el resurgimiento de otros. Así que pensemos en un personaje: Juan Pérez, lector. Se trata de uno exigente y por arriba del promedio. Viaja por motivos de trabajo a Nayarit, a la tierra de Amado Nervo, el escritor tal vez más leído y admirado de la literatura mexicana y ha olvidado, al salir de casa, el libro que está leyendo. Va a la tienda del aeropuerto a buscar algo. Ya está en la zona de tránsito y no puede ir a la de Educal en la terminal 1, muy bien surtida, así que se acerca a la única que hay en la sala de espera, oculta entre las tiendas de licor y los lugares de comida rápida. La oferta de libros es mala y escasa así que dirige su atención al revistero. Busca sin encontrarlas la Revista de la Universidad, Nexos o Letras Libres entre la abundante oferta de moda chic, incluso –ingenuo– pregunta por ellas (“no las trabajamos”) y cuando ya se da por perdido alcanza a ver

debajo de un Hola un ejemplar de la revista Arqueología, atrasado, pero decide llevársela, le gusta el tema (es historiador), la ha comprado en otras ocasiones y es una publicación bien hecha, seria, atractiva visualmente y, además, un éxito comercial. Pero allí interviene el azar: en la caja, a punto de pagar la revista, encuentra un ejemplar de La Tempestad (número 104, septiembre-octubre de 2015) dedicado a la “Novela del siglo xxi ” según reza en portada, y deja la primera para llevarse la segunda, pues la novela es su principal afición lectora. La Tempestad es, probablemente, en el no muy amplio espectro de las revistas culturales, el proyecto más exitoso tanto en contenidos como en sentido empresarial. Bastantes anuncios y –por lo visto– buena distribución. Tiene además un carácter moderno, buen diseño y no se le nota la necesidad de un ejercicio del poder en el polarizado ámbito de la cultura mexicana, y es más periodística. Tal vez habría que reprocharle su aspecto demasiado a la moda. Con la revista en la mano va hasta la pantalla: vuelo demorado. Se sienta, pero no lee, se dedica a contar cuántas revistas se venden en la book shop mientras espera: ninguna en una hora. Menos mal que exhiben lo que se vende. Recuerda que hace tiempo hizo lo mismo mientras esperaba a que llegara su mujer en un Sanborns: tratar de entender qué es lo que se vende. Comprobó que el revistero de Sanborns es lugar de ligue gay, pero no que algo impreso, fuera lo que fuera, se vendiera. Cuando le preguntó a un especialista en el asunto, le dijo que en efecto esa cadena de tiendas vendía mucho, pero sobre todo lo que estaba muy próximo a la caja. Al recordarlo se preguntó si habría comprado La Tempestad de no estar cerca de la caja. ¿El azar dirigido? Llaman por fin por el sonido a abordar el vuelo y se encamina a la puerta de abordar con la sensación de sentirse una subrayada minoría: apenas dos opciones en una oferta que, se supone, corresponde a su nivel social. No tiene esa sensación de orgullo, extraña desde luego, pero presente en los que de verdad son lectores minoritarios, como los que se interesan en la poesía.

Ya en el avión comprueba de nuevo lo que ya sabía: el peor lugar para leer, después del consultorio del dentista, es un avión. Demasiados distractores: el miedo al vuelo, el ruido, los otros pasajeros. No puede, como en el café, abstraerse. Tal vez sea eso lo que hace que no empiece a leer la revista por lo que en un principio lo atrajo: el dossier sobre la novela sino por un artículo-crónica-entrevista sobre el escritor y traductor argentino Marcelo Cohen, a quien no ha leído. Ese texto es ejemplar de la combinación peculiar de La Tempestad: buen periodismo, actualidad y algo de crítica. Además una mirada amplia a las artes, no sólo a la literatura. Tiene también –eso lo piensa quien esto escribe y no Juan Pérez– un marcado sesgo argentino presente a lo largo de sus números. Pero ese sesgo no es exclusivo de la revista sino probablemente una característica actual de los lectores mexicanos, ocupados con Piglia, Lebrero, Aira… No es reproche, se agradece. La pregunta que se hacen Juan Pérez y el cronista es ¿encontrarán el libro de Cohen en librerías? Uno no puede dejar de preguntarse si la narrativa mexicana se lee en otros países de habla hispana. Cuando hago esta crónica se anuncia el Premio Cervantes a Fernando del Paso –felicidades, maestro, lo merecía desde hace tiempo–, es el cuarto Cervantes a un mexicano en diez años: Pitol, Poniatowska, Pacheco y ahora Del Paso. Antes Paz y Fuentes. Por qué no lo recibieron entre los narradores Elizondo, García Ponce, Inés Arredondo, Rulfo, Arreola. Entre los poetas Sabines, Bonifaz, Segovia, Chumacero. Porque los españoles se miraban el ombligo en los años de la transición (el premio se crea en 1976). La ventaja del narrador, a diferencia de nuestro personaje, es que el primero puede planear el azar. La revista ha caído bajo el asiento y allí quedará, pues nuestro lector se ha quedado dormido y al bajar del avión la olvidará. La recogerá una azafata que tiene un hijo poeta y se la llevará de regalo. Pero esa historia ya no la seguirá esta crónica, pues el redactor se distrajo pensando: mira qué curioso, cada cierto tiempo, cuando mejor salud tiene económica y literariamente la narrativa, los críticos se preguntan sobre la crisis de la novela •

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