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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 22 de noviembre de 2015 ■ Núm. 1081 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

EnriquE Héctor GonzálEz

Cartas orientales: cHianG Mai, entre templos y montañas

XabiEr F. coronado

Entrevista con

bErnardo ruiz ricardo VEnEGas

Esplendores y miserias de la literatura

José dE JEsús saMpEdro y M aría b aranda


CREACIÓN

Publicada en 1605, la primera

22 de noviembre de 2015 • Número 1081 • Jornada Semanal

Alina l k Para

parte del Quijote de Cervantes

Gabriel Bernal Granados

provocó un aluvión de festejos en todo el mundo, perfectamente justificados, pero todos parecen olvidar que la segunda parte de la obra cumbre de la literatura en español apareció diez años después, en 1615, y por lo tanto este año se cumplen una vez más –o de manera definitiva, según se vea– los cuatrocientos años de El ingenioso hidalgo. De este verdadero aniversario, del apócrifo Quijote que Alonso Fernández de Avellaneda publicara en 1614, y de la magnífica madurez en la escritura cervantina habla Enrique Héctor González. Completan este número una entrevista con el poeta mexicano Bernardo Ruiz, una crónica de Xabier F. Coronado de la oriental ciudad de Chiang Mai, así como sendos escritos sobre la mítica Nahui Ollin, José de Jesús Sampedro y María Baranda.

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

A

ntes de que se fuera para siempre, le pedí una foto. No me la dio. Entonces no lo entendí y, lo que es peor, su negativa me pareció una afrenta: me dejaba sin ningún objeto concreto para recordarla –ninguna imagen con la cual contrastar la imagen que me dejaba de ella, en la memoria. El suyo no era, sin embargo, un caso aislado: de muy pocas personas conservo recuerdos materiales, elementos fijos, cosas que me permitan observar con detenimiento y decir, al menos para mí: “Esa persona existió y significó algo”, más allá de la insignificancia, y de la volatilidad, de su existencia misma. Pero cada persona significativa ha dejado, eso sí, una canción. Sería mucho más exacto decir que hay canciones que están irremediablemente ligadas a una atmós fera particular, a una serie de recuerdos que, acumulados, constituyen, a la manera de un rompecabezas, un rostro. Una de tantas noches de abandono y soledad le marqué a x . Estaba en su coche, en el tránsito de su trabajo a casa. ¿Qué escuchas?, le pregunté. “Für Alina”, me dijo, repitiendo algo que ya me había dicho muchas otras veces. Tardé semanas, meses y años en atreverme a escuchar por primera vez esa canción, “Für Alina”. Pero sería tonto decir con impunidad, como lo estoy haciendo ahora, que esa pieza del compositor estonio Arvo Pärt (1935) es una “canción”. Se trata, en todo caso, de una meditación sobre la ausencia. ¿La ausencia de una chica llamada Alina que dejó fuertemente impresionado al compositor y en cuya memoria erigió ese monumento a los valores intangibles de lo ausente? Tal vez. Lo cierto es que “…Alina” es una serie de notas secas, contundentes y muy simples, ejecutadas contra el teclado de un piano que expande su sonoridad como piedras lisas de río en el estanque de la memoria. Alina debió ser un recuerdo grato y doloroso al mismo tiempo, como lo fue x . para mí. x . se fue una tarde después de escupirme a la cara una verdad que no se me olvida: así como hay relaciones que pueden durar diez años, o veinte, así también hay relaciones que pueden durar un día. Nada más sabio que la arrogancia con la que una mujer nos comunica su desprecio. Ahora mismo el rostro de x . se ha evaporado sin dejar un mínimo rastro en el espacio de mi memoria. Pero cada vez que escuchó la pieza de Arvo Pärt siento cómo un nombre resuena en el otro, x . en Alina, disolviéndose en la música, en esa extraña sucesión de notas que va deletreando la secuencia de un abandono y una ausencia. “Für Alina” no es nada más que eso: hojas secas, que se van acumulando en forma de notaciones simples, duras, contundentes, para ir fraguando una meditación sobre la ausencia. Más allá de los nombres y de las circunstancias que los rodean. Habiendo terminado esta nota sobre “…Alina” me entero, en una página de internet, que esta composición está inspirada en la hija de una familia, amigos de Arvo Pärt, que abandonó el terruño para ir a estudiar a Londres. No importa: Alina puede ser quien tú quieras. Lo único intransferible es el estado de ánimo, y la sensación agónica, que produce esta pieza en quien la escucha. Quizá porque una meditación sobre la ausencia comporta una meditación sobre la duración de la vida; y el sentido, en su durabilidad, de la existencia misma. Ahora mismo, puede ser que Alina esté leyendo estos renglones

Directora General: Carmen Lira Saade, Director: Hugo gutiérrez Vega(†), Jefe de Redacción: LuiS toVar, Edición: FranCiSCo torreS C órdoVa , a Leyda a guirre r odríguez y r iCardo y áñez , Coordinador de arte y diseño: F ranCiSCo g arCía n oriega , Diseño de portada y dossier: marga Peña, Diseño de Columnas: J uan g abrieL P uga , Relaciones públicas: V eróniCa S iLVa ; Tel. 5604 5520. Retoque Digital: a LeJandro P aVón , Publicidad: e Va V argaS y r ubén H inoJoSa , 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: jsemanal@jornada.com.mx, Página web: www.jornada.unam.mx

Portada: Cuatro siglos cabalgando Ilustración de Mariana Villanueva Segovia

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José de Jesús Sampedro y María Baranda EL MEJOR EDITOR ZACATECANO Y LA POETISA DEL LARGO VIAJE MARÍTIMO

Marco Antonio Campos JOSÉ DE JESÚS SAMPEDRO

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l 2 de noviembre pasado cumplió sesenta y cinco años. Para mí, como para la mayoría de sus amigos y conocidos, siempre fue y ha sido Sampedro. Si alguien lo llama José de Jesús parecería –nos parecería– que hablan de otro. Tal vez en la vida deciden más las casualidades que lo que creemos el orden lógico. Óscar Oliva, director de literatura del inba, había organizado en 1974 un ciclo de jóvenes narradores en la Manuel m . Ponce de Bellas Artes, donde participamos varios amigos: Luis Chumacero, Bernardo Ruiz, Óscar Mata y yo. En octubre ese ciclo se repitió en Zacatecas. De aquella ocasión se me superponen imágenes de la ciudad. No podría decir ni siquiera dónde leí y hablé; quizá en la sala del Consejo Universitario que se hallaba en la Preparatoria Uno. Sampedro era compañero de Esther Cárdenas. Empezaba a crearse su leyenda urbana. Si mal no recuerdo acababa de entrar al Partido Comunista, del cual se saldría cuando se convirtió en PSum . Desde entonces le incomodaría y a veces repudiaría a las izquierdas desdibujadas y rijosas que hubo en la Zacatecas de las décadas de los setenta, ochenta y noventa. Para bien de todos, Sampedro ha sido, ante todo, conciliando sus contradicciones, un anarquista creativo y un individualista que ha pensado más en el bien ajeno. Era devoto hasta la raíz del árbol –sigue siéndolo– de André Breton, el cual, creo, es la mayor influencia en su poesía. Un año después de conocerlo, en 1975, ganó el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1974 con Un (ejemplo) salto de gato pinto, uno de los libros raros de la poesía mexicana. Volví a Zacatecas en 1978. Como el poeta Jorge Salmón, quien me invitó, sólo apareció fantasmalmente frente al hotel Posada de los Condes para darme el dinero de la paga, y luego se desentendió de mí, Sampedro sirvió de anfitrión. Buena parte del tiempo volamos tras dos muchachas como palomas blancas. “Seguimos en los años setenta”, era y es una de sus frases emblemáticas. Desde aquel 1978 hubo entre Sampedro y yo una viva empatía y se dio una gran amistad. He reído mucho con él y creo que se debe en buena medida a ese rasgo característico poco loable que tenemos de ver simultáneamente de personas y hechos la parte seria y la parte bufa. Con él comparto el entusiasmo por la poesía y la figura de Ramón López Velarde, por las calles de la ciudad de Zacatecas que tanto hemos caminado, por el futbol, y a ambos –pasemos del haz al envés–, nos hace temblar de horror la fealdad de la

ciudad de Fresnillo y nos revuelven el estómago los pequeños burócratas culturales y los poetas adocenados y los que se toman en serio y se la creen. Con él, acompañado de amigos y amigas, he visitado una o varias veces pueblos y ciudades de su estado: Jerez, Pinos, Veta Grande y, perdonen la tristeza, aun Fresnillo. Para los poetas no hay mejor guía lopezvelardeano para ir a Jerez que Sampedro. De otra de sus frases, que hizo famosa hace cosa de treinta años: “Basta de López Velarde”, sólo queda un apagado eco, porque se conoce de memoria poemas y prosas de su coterráneo y ha sido su sistemático divulgador. Con frases de López Velarde solemos hacer juegos y bromas que nos divierten mucho sobre personas y situaciones actua-

literarios, publicaciones, homenajes, cursos, conferencias, concursos... No he conocido en mis muchos años de promoción cultural gobernador o gobernadora que haya apoyado tanto la cultura y protegido el patrimonio cultural de un estado como Amalia García, quien, desde un principio, supo que uno de sus grandes apoyos sería Sampedro, y desde luego lo fue. A Amalia, en este sexenio, funcionarios cuya ignorancia es tan grande como su desmemoria, trataron de negarle su trabajo cultural y artístico. Esos funcionarios culturales que demuestran que hacer poco y mal, borrar lo bueno que se hizo antes e inventar actividades que no existen –ni en el número que dicen ni en los lugares que presumen–, es la mejor manera de conservar el puesto. Están menos preocupados por trabajar que por que el gobernador crea que trabajan. La culpa no es de ellos, sino del mismo gobernador que los nombra y aun les cree. Sin duda Sampedro ha sido el mejor editor zacatecano. En su tarea es impecable e implacable. En los libros que edita es un corrector que siempre vence. En los seis años que dirigió en la década de los ochenta las publicaciones de la Universidad de Zacatecas editó ciento veinticinco libros de poesía, y en ellos a la gran mayoría de poetas que había en el centro y el norte de la República. La revista independiente que dirige, la cual de tan real parece legendaria (Dos filos), Sampedro la sostiene contra tempestades y vendavales. Y es aún la mejor revista contracultural que se hace en el país. “Seguimos en los setenta”, diría Sampedro, mi gran amigo Sampedro. Él, que ha preservado como nadie la memoria literaria en Zacatecas.

Fotos: Cristina Rodríguez y Luis Humberto González/ La Jornada

les, como, por ejemplo, pronunciar “palabras irrespetuosas a la llegada de cualquier personaje impopular”, o emprenderla contra los “plumistas ripiosos”, o definir a quien lo es como un “caballero plano y opaco”, o defender a los viejos verdes, ésos que “empuñan todavía las armas melladas” a la caza de las muchachas en flor, y seguir con curiosidad a las señoras, señoritas y niñas que han sido arrastradas por “el demonio lírico”. Desde los años ochenta, cuando yo era director de literatura de la unam , llevamos a cabo no sé cuántos proyectos culturales, aun contra la ignorancia de directores de institutos de cultura priistas, aun actuales, que confunden en jornadas culturales las vacas con los libros. Cuando Sampedro se compromete en algún proyecto nada ni nadie lo detiene. Están para la breve historia cultural zacatecana encuentros

MARÍA BARANDA

La poeta María Baranda acaba de recibir el Premio Mexicano-quebequense Jaime Sabines-Gatien Lapointe 2015. María domina el verso ceñido y el verso de largo aliento. En buena medida su obra es un largo viaje marítimo, pero mucho en ese viaje, paradójicamente, parece escucharse, verse y leerse en las orillas de numerosas costas. El viajero, nos diría, piensa sobre todo en la palabra lejos. Tres motivos insistentes hallo en su obra poética: la infancia, el sueño y el erotismo. Mucho ha leído de poesía inglesa y poesía en lengua española, pero la poesía de Dylan Thomas y de Álvaro Mutis la han acompañado a menudo en el viaje. Los barcos no dejan de llegar a los puertos. Pájaros y ángeles vuelan y sobrevuelan en las páginas de sus libros


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CARTAS ORIENTALES LA CIUDAD TAILANDESA Y SUS VIEJAS POSTALES BUDISTAS. CONVOCA A LA ORACIÓN, LA MEDITACIÓN Y LA ATENCIÓN CONSCIENTE.

Chiang Mai, entre templos y montañas Xabier F. Coronado

Lánzate al Oriente, / al Oriente de donde viene todo, el día y la fe, / al Oriente que es todo lo que no tenemos, / que es todo lo que no somos. Fernando Pessoa

29 DE OCTUBRE

D

e madrugada las calles están vacías. Desde la estación de tren camino hacia el oeste por una avenida ancha. Media hora después cruzo el puente sobre el río Ping, un kilómetro más y llego a la ciudad antigua. El viejo Chiang Mai está rodeado de un foso de agua custodiado por árboles, detrás está la muralla de tabiques rojos erosionados por la historia. Cruzo una de las cinco puertas que conserva la ciudadela: Tha Pae, la entrada del lado oriental. Adentro todo parece dormido. Camino unos metros hasta un pequeño templo que en la penumbra parece una vieja postal budista. Adormecido en una banca, espero a que la ciudad despierte. A las nueve de la mañana estoy instalado en un cuarto impersonal, limpio y barato. Chiang Mai es una ciudad grande y moderna pero su corazón es tradicional. La ciudadela, plagada de templos y mercados, fue capital del antiguo reino thai de Lanna, situado en la ruta comercial entre Asia e Indonesia. La urbe ocupa un valle entre cordilleras tapizadas de espesos bosques que son parques naturales de montaña: Khun Chae, al este; Pha Daeng, al norte; Doi Inthanon, donde se encuentra el pico más alto de Tailandia (2 mil 565 msnm), al sudoeste; y el Doi Suthep-Pui, al oeste. Chiang Mai ha tenido una larga historia y conserva una cultura particular. El pueblo habla Kham Muang, “el lenguaje de la ciudad”, que es la forma moderna del antiguo idioma lanna. En 1292, el monarca Mengrai conquistó el Estado budista Mon de Haripunjaya (Lamphun) y cuatro años después fundó Chiang Mai (“ciudad nueva”) para ser capital del reino de Lanna. Construyó una muralla y un foso alrededor para protegerla de invasiones de otros pueblos, pero en 1558 fue ocupada por guerreros birmanos al mando del rey. Desde entonces, los monarcas de Chiang Mai pagaron tributo a Birmania hasta que Kawila, jefe de Lampang, se sublevó con ayuda del rey Taksin de Thonburi (Siam) y recuperaron la ciudad en 1775, poniendo fin a más de doscientos años de lucha contra la dominación birmana. El reino de Lanna se incorporó definitivamente a Siam en 1796.

30 DE OCTUBRE El budismo es una fuerza tradicional que ejerce el poder religioso en Tailandia y en muchos países asiáticos. En Chiang Mai existen más de trescientos templos activos. Hoy visité el más antiguo, el Wat Chiang Man, que data de 1296 y fue la residencia del rey Mengrai mientras cons-

truía la ciudad. Su chedi (estupa) está sostenido por contrafuertes que representan filas de elefantes y en el templo se encuentran dos figuras muy veneradas: el Buda cristalino, Phra Kaeo Khao, un amuleto muy antiguo que, según la leyenda, tiene el poder de atraer la lluvia; y el Buda de mármol, Phra Sila Khao. Después fui al Wat Chedi Luang, el templo más grande, que mide 98 metros de alto por 54 de ancho y se construyó en 1481. La mayoría de los templos budistas funcionan como monasterios y toda la comunidad participa en su dinámica cotidiana. En el recinto están las cocinas, los comedores y los edificios donde residen los monjes; también albergan universidades y escuelas de conocimiento. En los jardines suele haber estanques y los animales domésticos se mueven por todo el espacio con libertad. Los templos son un microcosmos, reflejo del universo budista, donde se vive en un ambiente especial de paz y tranquilidad dinámica que invita a la meditación, a la atención consciente y al estudio. Alrededor de los templos hay tiendas donde se venden paquetes de ofrendas que contienen comida, productos de limpieza, enseres y ropa para los monjes, que se sustentan con los donativos que los devotos les llevan. El acceso a los santuarios es libre, hay que entrar descalzo y a ciertas horas se ve a viejos maestros rodeados de fieles que escuchan sus consejos y dejan ofrendas. En todos los templos, con el debido respeto, cualquiera puede quedarse a rezar o meditar. Los seglares se postran, saludan inclinándose, encienden velas, queman incienso y se sientan en el suelo a orar frente al altar donde, entre humo, flores y veladoras, hay expuestos multitud de objetos. Las figuras de Buda casi siempre se recubren con pan

Monjes adornando un templo

de oro y quien lo desee puede contribuir comprando una ofrenda que contiene finas láminas doradas para revestir las imágenes. Las ventanas y puertas, de madera tallada, permanecen abiertas e iluminan las paredes donde se representan escenas de la vida de Buda y pasajes de las escrituras sagradas. En conjunto, un templo budista es una obra de arte de variado colorido –donde domina la gama del rojo al amarillo– cargada de mitología y simbolismo. Aunque para un occidental es difícil adentrarse más allá de los lugares públicos de culto, en algunos templos hay charlas para visitantes y turistas, retiros de meditación y cursos; es cuestión de informarse.

31 DE OCTUBRE

En Chiang Mai existen más de trescientos templos activos. El más antiguo, el Wat Chiang Man, data de 1296 y fue la residencia del rey Mengrai mientras construía la ciudad.

Alquilé una bicicleta; pedalear me dio alas y amplié horizontes. A unos kilómetros de Chiang Mai están las ruinas de la antigua ciudad de Waing Kum Kam (1286). Fuera de las murallas me acoplé al tráfico de la urbe y puse rumbo al sur siguiendo la orilla del río. Más de una hora después llegué a la zona arqueológica. Decenas de construcciones se diseminan en un área extensa llena de estrechas carreteras donde van apareciendo, en medio de un paisaje exuberante, templos de torres derruidas y muros de antiguos palacios. Embelesado, me extasié en un ir y venir sin rumbo por esa red de caminos laberínticos y ya no supe encontrar la carretera por donde había llegado. Regresé a Chiang Mai por una ruta diferente; sin querer llegué al Wat Umong (1297), un antiguo templo horadado de túneles con pinturas murales, rodeado de un jardín boscoso con un lago donde conviven flores de loto, peces y tortugas. Los árboles tienen máximas budistas escritas en sus troncos y hay un campo sembrado Templo de Wat Chedi Luang


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El templo de Wat Chiang Man data de 1296

de antiguas estatuas. Es un lugar de retiro y meditación. Al salir, el sol ya se ponía y pedaleé con determinación hasta la ciudadela.

1 DE NOVIEMBRE Por la mañana visité otro templo, el Wat Phra Singh (1345); en la capilla Lai Kham, entre paneles de madera tallada, celebré a mis muertos, encendí incienso y veladoras para honrarlos. Después fui al Museo Nacional, donde vi piezas de arte de la cultura lanna. Por la tarde paseé sin rumbo recorriendo las estrechas calles de la ciudadela; todo estaba engalanado con faroles de colores para el festival del Yi Peng (Loi Krathong). En el ángulo sudoeste de la muralla, junto a la puerta de Suanprung, encontré el parque Suan Buak Haad. Estoy sentado en un banco y disfruto de este agradable espacio. Hay personas tumbadas en el pasto sobre petates, otras juegan bádminton o una especie de volibol con el pie (Sepak takraw), muy popular en Indochina; también hacen ejercicios de yoga o tai chi, dan de comer a los peces en los canales del estanque o simplemente pasean. Se respira tranquilidad y armonía. Me quedo allí, escribiendo, hasta que el cielo cambia de color y oscurece, luego camino por las veredas arropado por la penumbra entre el tenue brillo de las farolas y la luz de la luna creciente.

2 DE NOVIEMBRE Voy a pasar el día a la cordillera del Doi Pui, a ver bosques y visitar pueblos donde viven tribus de montaña; también hay un templo importante. Agarro un transporte colectivo y entre los pasajeros hay una pareja de franceses, Lucie y Thibaut, con quienes convivo todo el día. El Wat Phrathat Doi Suthep está situado a 15 ki lómetros de la ciudad, a 1 mil 100 m. de altura. Al templo, construido en 1383, se accede por una escalera Naga de 290 peldaños por largas serpientes de cerámica que representan cobras divinas. Arriba todo es dorado y grana. El chedi tiene reliquias sagradas de Buda que fueron llevadas hasta allí por un elefante blanco y el lugar atrae peregrinos budistas de todo el mundo. Un claustro con decenas de murales rodea el recinto, desde donde se contempla un bello panorama de la ciudad y el valle. Entre los altares hay espacios con imágenes y esculturas, columnas de madera tallada, filas de campanas y paraguas de oro (chattra). Dejamos un donativo y escribimos nuestros nombres en una gran tela amarilla que va a envolver el estupa central; luego hacemos fila para saludar a un maestro que nos anuda una pulsera de hilos blancos mientras un mantra protector sale de sus labios. Cuando descendemos la gran escalera la afluencia de peregrinos es mayor, un fluido humano hace corrien-

te de subida y bajada. Agarramos un transporte público que recorre la sierra hasta las aldeas de montaña. Después de una hora, llegamos a un poblado de la etnia Hmong. En las calles se suceden los puestos de artesanía, todo está montado para recibir turistas. Subimos a la parte alta del pueblo, observamos las casas y la gente que las habita, muchos van vestidos con el traje tradicional. Un grupo de personas come en un patio, al vernos nos dan un plato a cada uno y nos invitan a servirnos de unas ollas que contienen arroz cocido, guisos de verdura, carne y frijoles con leche de soya de sabor dulce. Nos inclinamos y agradecemos la hospitalidad, comemos y sonreímos. Es un momento entrañable, alegre, de fraterna comunicación no verbal. Seguimos caminando; fuera del pueblo hay una cascada. El lugar es hermoso y tranquilo, con sendas entre árboles, flores y plantas. De repente se nos acerca un hombre, parece campesino, lleva sombrero, botas y un morral cruzado sobre el pecho. Saca del zurrón unas pinzas y una cajita redonda de donde extrae una piedra pequeña, brillante. La envuelve en tela, la pone sobre una piedra, coge un martillo del morral y la golpea. Nos sugiere imitarlo pero nadie se anima a hacerlo; desenvuelve el lienzo y la piedra sigue intacta. Toma de la bolsa un trozo de cristal que raya con la piedra, el vidrio rechina y luego de una torsión se parte en dos trozos. En la mano del hombre aparece una lupa y todos miramos la minúscula piedra: está facetada, tiene la forma clásica del diamante y emite destellos multicolores. El señor nos invita a realizar un corte en el cristal, Thibaut se muestra interesado, lo intenta y lo consigue. El hombre dice un precio: trescientos dólares. Nos enteramos que viene de Birmania, donde trabajaba en un taller de joyería, que es refugiado y necesita dinero, por eso vende barato. Mi amigo le entra al regateo y el precio llega a cien dólares; él insiste en rebajar y el vendedor propone ciento cincuenta por dos piedras. Thibaut me ofrece compartirlas. En principio no me interesa, pero pienso que si resultan auténticas voy a arrepentirme: le entro. Al final se cierra el trato en ciento treinta. El hombre pone las piedras Trajes tradicionales de la tribu Hmong

Fieles oran y colocan ofrendas en un altar del templo de Wat Chedi Luang

sobre algodón en dos cajitas, nos da una a cada uno, toma el dinero, saluda y desaparece. Aunque tenemos la certeza de que son falsas, bromeamos con la posibilidad contraria. El resto del día visitamos el palacio Phuphing, residencia que los reyes de Tailandia tienen en esas montañas; los jardines son públicos, con árboles singulares, macizos de flores, un gran estante y edificios acordes con el paisaje. Regresamos a Chiang Mai al anochecer, cansados y contentos de nuestro periplo por el Doi Pui. Cenamos en un tianguis de comida junto al canal, en la parte sur de la muralla. Cada uno elige las verduras y la carne o el pescado que quiere comer; lo preparan en el momento, al gusto, y cocinan con diferentes especias: curry, jengibre, comino y salsas picantes de tamarindo, mango o piña; lo sirven acompañado de arroz o pasta. Un lujo culinario al alcance de todo presupuesto. Esa noche visitamos el bazar nocturno de Chang Klan, en la parte moderna: telas de seda y cachemir, tallas de madera, esencias, joyería de plata y artículos de cuero. En las calles hay divanes para masaje. Encontramos un sitio tranquilo para escuchar música y bailar hasta la madrugada.

3 DE NOVIEMBRE Me despido de mis amigos, que viajan al sur de Tailandia. Me dicen que las piedras son falsas, consultaron en internet y el diamante tiene otras características. Era lo esperado, nos había ganado la codicia de que fuesen auténticas. Conservo esa piedra como recuerdo y como símbolo. Decido salir de Chiang Mai al día siguiente, rumbo a Pai, un pueblo que está a cuatro horas hacia el noroeste, en plena sierra. Me despido de esta ciudad que vive enraizada en la tradición, entre templos y montañas. Al anochecer toco las campanas que hay en el jardín de un monasterio y me llega a la mente la frase, citada por Octavio Paz, de Murasaki Shikibu, autora de la incomparable novela La historia de Genji (1008): “El sonido de las campanas del templo de Heion proclama la fugacidad de todas las cosas.”

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VOZ INTERROGADA

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Optar por la poesía EL POETA Y NARRADOR CONVOCA A GOZAR CON LA NOVEDAD Y EL ASOMBRO.

entrevista con Bernardo Ruiz Ricardo Venegas

Foto: Pedro Sánchez/ Notimex/ PSM/ ACE

Originario de México, df (1953), es poeta y narrador. Estudió lengua y literaturas hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Asesor, lector y traductor de Premiá Editora. Editor de las colecciones La Rosa de los Vientos, La Torre de los Tiempos, La Paz del Fuego, Cuadernos Temporales, uam-Azcapotzalco y Colección de Cultura Universitaria de la uam. Su poesía ha sido reunida en Pueblos fantasmas (2000) y en Juego de cartas y otros poemas (2009). Entre sus novelas sobresalen Olvidar tu nombre (1982), Los caminos del hotel (1991) y El último elefante (2004).

-E

n el poema “Dicho de paso” aparece como personaje que “ha inventado los domingos” luego de intentar la fuga definitiva. ¿El poeta sigue cantándole a la vida y a la muerte? –No hay momento más puro en las decisiones humanas que detenerse, reflexionar –fuera de uno, fuera de sí mismo–, y optar por la vida. Los lugares comunes en torno al suicidio son para una mala película mexicana: “la puerta falsa”, “la salida de los cobardes”, “el mayor chantaje” o frases análogas, me producen un profundo desconcierto. Se necesita una decisión magnífica, sin freno, para quitarse la vida. Los de este lado, malamente quieren, queremos calificar un hecho di-

fícil de entender cuando no es uno capaz de contemplar esa pulsión con distancia, o bajo la piel del otro. Admiro a Platón en su Apología de Sócrates y la entereza de Zenón en Opus nigrum, de Marguerite Yourcenar, quienes tienen los arrestos para quitarse la vida por sus diferentes motivos. “Dicho de paso”, en ese sentido, hurga tal tipo de decisión y destino. La apuesta por la vida, así, busca ser un canto por la existencia, la batalla constante. –Dice Octavio Paz que uno debe ser digno del niño que fue. ¿En qué medida el poeta no deja de ser niño? –Ciertamente es una decisión personal, no una universal; no me interesa perder la parte de “volverse como niños”, que es un consejo del Nuevo Testamento; hay un arrobo posible en la contemplación de los hechos o de los objetos y los seres que produce un estado de fascinación en la cotidiana rutina o hace la novedad del mundo. Vale el goce de internarse en lo que nos rodea con la perspectiva de la novedad y del asombro; paralelamente, hay unos cuantos que poseen asimismo una amplia ironía para observar los acontecimientos del universo, que aprovechan para formular grandes contrastes y paradojas. –Pertenece a una generación que rechazó los regímenes totalitarios. ¿Es por naturaleza el poeta un ser que simpatiza con lo justo? –No, un contraejemplo excelente podría ser el de Arthur Rimbaud, contrabandista de esclavos. El poeta es un ser común y corriente, capaz de cualquier atrocidad o de la mayor virtud. El producto de su labor quizá tenga esa idealidad. La poesía es parte y complemento de la vida, mas no necesariamente participa de una serie de valores de la filosofía. –¿Podría abundar en su propia definición de poesía? –Bonifaz Nuño gustaba de decir a los jóvenes que la poesía sirve para “poner chinita la piel de las personas”. Le creo. La poesía es una poderosa transmisora de emociones de todo orden, con una eficacia semejante a la de la música, si bien utiliza para ello las palabras. –¿Qué influencia han tenido el editor y el narrador en el poeta? –El poeta trata de aprovechar toda su experiencia en su creación, por ello para expresarse recurre a todo su acervo vital y a su historia o, en ocasiones, a lo que otros han dicho o contado. –En sus poemas parece haber algo que contar. ¿Qué opina de ello?

–Me gusta ese recurso de la poesía estadunidense, que de hecho tiene una larga tradición en diversas tradiciones del pasado. –En “Para otra geografía”, dice: “Según la moral de tu ciudad/ se puede patear hasta la muerte al negro,/ prender fuego a las casas de los inocentes/ y sentir el viento nasal de la cocaína/ y el sol-alcohol en cada poro.” ¿Cómo se explica la intemporalidad de la poesía, la vigencia de un poema?

El poeta es un ser común y corriente, capaz de cualquier atrocidad o de la mayor virtud. –Uno no la explica, siempre he considerado al tiempo como un gran crítico, si bien no es un notable lector. El poema que sobrevive al río del tiempo, como sucede con tantas imágenes homéricas, guarda en sí la fuerza de la sensibilidad humana. Eso es también el Infierno de Dante, o versos como “el velo de la reina Mab...” –“Sólo en este silencio/ el rumor del gas/ y esta fatiga/ próxima a la pesadilla./ Escondido, entre mis/ manos/ tu retrato.” ¿En dónde ha encontrado sus temas? –En los más antiguos; sobre todo en las mujeres, en el desamor, en la dialéctica deleros y el tánatos, en la fugacidad del mundo, en los sueños. –¿Podría hablarnos de su relación con los poetas de su generación, con quiénes convive? –Largamente con Marco Antonio Campos, Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño, Gaëlle le Calvez, Vicente Quirarte, Sandro Cohen, Coral Bracho, Marco Antonio Flores, Claudia Hernández del Valle Arizpe, Raúl Renán, Mariana Bernárdez, Claude Beausoleil, Bernard Pozier, Fernando Ferreira de Loanda, Miriam Moscona, Jorge Ruiz Dueñas, José Francisco Conde, Miguel Ángel Flores y la extrañada y entrañable Isabel Fraire... La lista es larga. Como dediqué buena parte de mi vida a la promoción cultural, he conocido a muchos poetas contemporáneos magníficos en la creación y en lo humano (pienso en Lêdo Ivo y Jorge Enrique Adoum, por ejemplo). He tratado a numerosos poetas y siempre hay algo en cada uno/una de ellos/ellas sorprendente y grato. Lo cual sería motivo de alguna otra entrevista.

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Esplendores

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y miserias de la literatura LA DIPLOMACIA Y LA GEOPOLÍTICA SON PRIORIDAD A LA HORA DE PREMIAR A LOS ESCRITORES

Vilma Fuentes

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ay siempre múltiples maneras de ver las cosas, es una evidencia. Esto exige aceptar que no existe una verdad única, un dogma infalible, salvo para la Inquisición o las dictaduras. Cuando varias opiniones se enfrentan permite, al menos, suscitar controversias, polémicas, a veces combates violentos, pero es el costo de la libertad de pensar. Desde que existen, los premios literarios, para tomar un ejemplo bien conocido de controversia, no han dejado de suscitar polémicas. Esto va de la alabanza unánime y la corona de laureles trenzados sobre la cabeza del dichoso elegido mientras que, simultáneamente, llueven las invectivas y los insultos provenientes del lado de los partidarios del rechazo total. Buen ejemplo de las polémicas nacidas con la libertad de pensar. Para el grupo surrealista y, sobre todo, para quien era considerado como el Papa, André Breton, el simple hecho de aceptar recibir un premio, fuese el que fuera, era motivo de exclusión inmediata. No se podía llevar la doble vida de un artista rebelde durante el día, pero que al atardecer cambia de vestimenta para recibir los halagos de las instituciones de los poderes establecidos. Esta intransigencia no carecía de rigor, pero no todos los artistas son santos ni tienen aureolas. Se han visto, al contrario, algunos autores que bien habrían deseado pertenecer a la gloriosa familia de los poetas malditos, ¡claro!, sin negarse a la afiliación a la cohorte de laureados, beneficiarios de múltiples decoraciones, radiantes de dicha al recibir con delectación los honores de un premio, incluso a veces de un premio Stalin. En principio, con los premios se pretende rendir homenaje a obras literarias, pictóricas, cinematográficas, arquitecturales o de cualquier otra especie de creación posible, en suma, las recompensas atribuidas a un trabajo destacado entre los otros y merecedor de esta distinción. Pero, ¿se atribuye el premio, verdaderamente, a una obra de creación, por su calidad literaria o artística, sin que intervengan otras consideraciones en la elección del laureado? Si se trata, por ejemplo, de trofeos de reputación mundial como el Nobel o la Palma del festival de Cannes, ¿se corona a una obra, al representante de un país, un continente, un movimiento, una minoría? En otras palabras, nadie puede dudar hoy día de que los jurados del Nobel pasan mucho menos tiempo en la lectura de las obras del autor que desean conocer para coronarlo, que en el estudio detallado de la situación del escritor vis a vis de su nación, de sus tomas de posición personales tanto en política como en todos los dominios. Ya no se trata, en efecto, de una cuestión literaria, sino geopolítica, moral y, en lo posible, conforme a los principios del humanismo de los ideales democráticos del norte de Europa. Los jurados del Premio Nobel se preocupan mucho más por la diplomacia que por la crítica literaria: son personas maduras, prudentes y muy conscientes de sus responsabilidades internacionales. Serios personajes, la literatura no es su preocupación primordial. Así, un año el Ilustraciones de Huidobro

Premio tocará a Solyenitsin, disidente y resuelto denunciador del Gulag, otro año caerá sobre Shólojov, autor establecido en la nomenklatura del sistema y favorito del entonces poder soviético. Así va la diplomacia. Este prudente equilibrio del balancín permite probar la independencia de los jurados sin llevar esta independencia al extremo de romper con los poderes establecidos y las grandes potencias. ¿Qué podrían hacer las calidades propiamente literarias en este juego diplomático? Nada, o casi nada. Serían más bien opiniones intrusas. Cierto, el Premio se llama “de literatura”, pero no debe esperarse verlo coronar a uno de esos raros escritores que marcaron la historia literaria del siglo pasado: Joyce, Kafka, Proust, Borges. Tampoco cabría sorprenderse al hallar entre los laureados a un hombre de Estado, sin duda excepcional aunque de poca importancia en la literatura: Winston Churchill. Observaciones a nivel internacional encuentran una traducción regional cuando un país como Francia organiza, cada otoño, la atribución de premios literarios, tales como el Goncourt o el Renaudot. La calidad literaria no es aquí tampoco el principal criterio para escoger a quién laurear. Dados los importantes beneficios financieros producidos por la venta de los libros premiados, sobre cuya portada podrá imprimirse en una banda “Prix Goncourt”, mención más importante que el nombre el autor y el título de la obra, no es sorprendente que las editoriales no dejen al azar tal mina de oro. Una parte de su supervivencia económica depende de los premios. Así, se ejerce todo tipo de presión, puesto que las leyes de la ganancia y el dinero pesan más que las ligeras especulaciones literarias. Business is business, y no existe razón alguna para que un libro, considerado por los editores responsables de sus empresas como un producto en venta, pueda escapar a las leyes del comercio. En la comedia humana, en el capítulo de la feria de las vanidades, podrían agregarse algunas páginas bastante sabrosas. Al recibir su premio, cuando la multitud de periodistas y fotógrafos se atropellan alrededor del nuevo laureado, éste, sea quien sea, da la misma respuesta a la misma pregunta cada año sobre su primera reacción a la feliz noticia: “Francamente, me siento muy sorprendido.” Cada uno, en el mundillo literario, sabe que el resultado se preparó durante meses e incluso años por todos los medios, pero sería poco elegante mostrar hastío en vez de sorpresa. En el género cómico hay algo mejor: haber hecho todo para obtener un premio y, en el momento que ve sus esfuerzos al fin recompensados, rechazar en forma espectacular la presea. Cuando Sartre rechazó el Premio Nobel, otro filósofo, Axelos, publicó un artículo donde mostró que toda la obra de Sartre no tuvo otro objetivo que el de ganar el Nobel, y que no aceptarlo era obtenerlo dos veces. Se pelearon a muerte. Esplendores y miserias del mundo literario, para recordar el título de Balzac

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Enrique Héctor González I

ace diez años el mundo hispánico celebró con justicia, pero asimismo con una solemnidad que poco tiene que ver con el aleccionador donaire y el ánimo ameno de la novela más importante de la lengua española, los cuacua trocientos años de la publicación del Quijote, de Miguel de Cervantes. Hubo de todo: estudios nuevos y no tanto, reediciones de cualquier índole, coloquios, encuentros, ciclos, rutas por los caminos del sur (de Castilla, en La Mancha y lugares aledaños), presentaciones discográficas y fílmicas alusivas a la novela, bombo y platillo y un poco de alharaca de los dos lados del Atlántico: no en balde se trata de nuestra novela mayor, la única que podría codearse con la obra de Shakespeare, según los criterios caedizos del maestro Bloom. Pero quizá olvidaron algunos que el Quijote es en realidad dos Quijotes, y acaso tres, si consideramos la novela apócrifa con la que Alonso Fernández de Avellaneda, seudónimo de un vivales de la época, se adelantó en poco más de un año a la publicación de la segunda parte de la obra cervantina. Tal amnesia debió ser resarcida este año pero no ha sido así, pues aunque, en efecto, se ha escrito bastante sobre el segundo Quijote, tanto en el mundo académico como en el de los hombres libres, nunca se alcanzó la parafernálica cuota de celebraciones centenarias de hace una década. Esta nota quiere denunciar tal atropello a la lógica, pues Don Quijote de La Mancha es una novela en dos libros, el de 1605 y el de 1615, y aunque sería discutible afirmar que el segundo, en su exquisita y pródiga confección narrativa, supera al primero, lo sería menos reconocer que un Cervantes más maduro, de pluma más segura e irónica y de un más acabado sentido del humor, es el que escribió y publicó, apenas unos meses antes de morir, la que podemos considerar una de las mejores segundas partes de la literatura mundial, una que deja muy mal parado al viejo adagio que desestima toda obra complementaria. II Si el Quijote de 1605 se publicó en los primeros días de ese año, fue en los últimos meses de 1615 que apareció la segunda parte de la historia del ingenioso caballero (la aprobación oficial para su impresión es del 5 de noviembre). Mucho se dice que Cervantes la escribió para desmentir y vituperar el falso Quijote del año anterior, el de Avellaneda, pero lo cierto es que ya tenía escrita

casi toda la novela cuando se enteró del texto apócrifo y acaso lo único que hizo fue apresurar el parto. De capítulos en términos generales más breves pero más numerosos que los de la primera parte (que alcanza 52, mientras son 74 los de la segunda), la novela, que está cumpliendo por estas fechas cuatrocientos años de publicada, asume ciertos rasgos –y riesgos– que hablan de una lección literaria aprendida. Si bien Cervantes corrige algunos detalles señalados por la crítica respecto del libro de 1605 (ya no interpola tan amplia e inopinadamente historias paralelas al asunto central, aunque no deja de escaparse a menudo en sabrosísimas digresiones narrativas), tiende a jugar más bien con ellos, a incorporar sus desaciertos en la ensalada del nuevo Quijote para dimensionarlos como lo que eran y son: descuidos de alguna monta, es cierto, pero también materia literaria en sí misma, provechosos desajustes de los que sabe sacar partido con generoso talante y gran talento. El equívoco nombre de la esposa de Sancho, que es mencionada en la obra de cuatro o cinco maneras distintas; la socarrona alusión al extravío de su asno, reaparecido inesperadamente capítulos más tarde, en el mismo Quijote de 1605; las numerosas redundancias sintácticas (“apartándose aparte”, “desvalijando a la valija”), son equívocos que en absoluto menoscaban sino subrayan y aun enaltecen su genialidad, pues sirven para caracterizar a los personajes y dar fe de la poderosísima inserción del libro en los movedizos terrenos del habla coloquial y el lenguaje diario, donde los dislates se multiplican sin escándalo alguno. III La ambivalencia, que es la naturaleza propia de la creación cervantina, alcanza en la segunda parte notas de hipertrofia delirante, casi paroxística en muchos capítulos, en particular los que tienen que ver con los duques, que en conjunto rebasan la tercera parte del volumen. El “entreverado loco lleno de lúcidos intervalos” que es el protagonista a juicio del joven poeta Lorenzo de Miranda, personaje de esta segunda parte, quizá pierda algunas notas de su personalidad disparatada de 1605 pero sólo para ganar una locura más honda y melancólica, fatalista si se quiere, y de hecho cargada de matices contradictorios que la perfilan con mayor nitidez. Quizá el momento donde se advierte más claramente el desencanto de don Quijote no ocurra cuando es vencido por el Caballero de la Blanca Luna ni cuando, en

su lecho de muerte, trata de convencer a Sancho de que ya es hombre cuerdo y que lo disculpe por haberlo embarcado en tanta desastrosa empresa, sino cuando, cerca de la mitad de este Quijote de 1615, se da cuenta de que la “canalla malvada” de algunos molineros lo ha rescatado de morir en unas grandes aceñas, e incluso le reclama el destrozo de un barco y el apuro en que los ha metido: “Dios lo remedie”, dice don Quijote, “que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más.” Cansado más del alma que del cuerpo, fatigado porque nadie advierte que quien realmente se precipita Ebro abajo es el sentido del mundo y no la barca en que viajaba con Sancho, el protagonista de la novela se derrumba internamente sólo para seguir adelante, con su habitual y desaforada ciclotimia, en el capítulo siguiente. Este don Quijote de la segunda parte se nos aparece, pues, como un ser mucho más elaborado y desconcertante, uno que lo mismo puede descender a la cueva de Montesinos y alegar que vio ahí a Dulcinea encantada “pasando la charola”, como decimos en México (esto es, solicitando dinero a su enamorado a través de una criada), pues “esta que llama necesidad a donde quiera se usa, y por todo se estiende, y a todos alcanza, y aun hasta a los encantados no perdona”, que el personaje capaz de proferir, contra personas soeces o librescas, vastos denuestos de las malas traducciones tanto de los libros como de la realidad. IV La novela de Cervantes, según el célebre elogio de Américo Castro, es verdaderamente un “observatorio y fábrica de la realidad”. Frente a la incesante propensión de la


FECHADA EN 1615, ESTE AÑO SE CELEBRAN CUATRO SIGLOS DE LA PUBLICACIÓN DE LA SEGUNDA PARTE DEL QUIJOTE. DIEZ AÑOS SEPARAN LA APARICIÓN DE LA PRIMERA Y LA SEGUNDA PARTE DE LA OBRA CUMBRE DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.

Ilustración de Mariana Villanueva Segovia

tecnología moderna a integrar la virtualidad en el mundo cotidiano, cuatrocientos años atrás Cervantes, con el solo imán de su insondable imaginación, consiguió ponerlo en jaque, hackear hasta los escondrijos de sus mecanismos más recónditos y advertir cómo la idea de la realidad de un ente sobradamente más humano que muchos de quienes habitan este planeta de siete mil millones de almas, es más poderosa que la realidad en sí misma, concepto éste, el de “realidad”, que sólo entre comillas puede tener algún significado, según lo apuntó alguna vez Vladimir Nabokov. El sentido de la amistad, cocinado a través de las numerosas y diversas conversaciones que establecen don Quijote y Sancho a lo largo del libro –tan festejadas por Giovanni Papini–, asume sus más celebradas notas en la novela de 1615, pues es en esta parte donde, gozando de una autonomía que lo lleva incluso a ser gobernador de una aldea de “hasta mil vecinos” –que él asume como la “ínsula” largamente prometida por su amo–, el escudero se separa del caballero para seguir su sino propio. Es cierto: en la primera parte lo había hecho ya, pero sólo por muy poco tiempo y con el encargo de llevar una carta a Dulcinea. En esta segunda, en cambio, Sancho abandona a don Quijote para asumir el cargo que los intrigantes duques le han endilgado, y aunque por azares de su afán de burla los propios aristócratas ociosos dan al traste con tan agobiante gobierno, el hecho es que ambos personajes entienden que la separación puede ser larga o definitiva y la novela entonces va de uno a otro, alternando capítulos, sin que se inhiba en lo mínimo el apego del escudero, que recuerda constantemente los consejos que don Quijote le ha dado para su tarea ejecutiva. En el Quijote de 1615, además, se consolida el recurso del narrador inventado, propio de las novelas de caballería, para constituirse en un verdadero sistema de enunciación y recreación que ninguna novela de la época había alcanzado, y aun es posible que no se haya conseguido después con tal destreza. Como sucede en algunas de las historias de entretenimiento caballeresco que le sirvieron de modelo, Cervantes se inventa, en el capítulo ix de la primera parte, justo después del conocidísimo y sobrevalorado episodio de los molinos de viento, uno que es mucho más trascendente: el que tiene que ver con la salida a escena de Cide Hamete Benengeli, supuesto narrador arábigo que escribió los manuscritos que hablan de las hazañas del protagonis-

ta. Nada se había dicho al respecto, y al desconcierto del lector se suma el hallazgo casi inmediato de unos “cartapacios” que continúan la historia precisamente donde se había detenido: en la lucha, espadas en alto, de don Quijote con un aguerrido vizcaíno. Narrativamente la obra se complica aún más cuando se nos advierte que el texto encontrado está en árabe y que hará su traducción un joven “morisco aljamiado” aparecido por ahí de manera asimismo azarosa. La novela acumulará, a partir de este momento, numerosas referencias a Benengeli, y algunas a su poco confiable traductor, en un juego que, en la segunda parte, hará del texto el espacio de una curiosa, inquietante transubstanciación narrativa con la integración al escenario lúdico de otros dos elementos: la constante alusión al Quijote apócrifo de Avellaneda (que se transforma, hacia el final del libro, en una verdadera incorporación del texto falso y de alguno de sus personajes, que dialoga en la propia novela con los de Cervantes) y una información que, desde el inicio del texto de 1615, les provee a Sancho y a don Quijote un paisano de La Mancha: la de que sus aventuras aparecen referidas en una famosa novela escrita y publicada por un árabe de apellido Benengeli, esto es, el intranarrador del Quijote de 1605. La conciencia de ser personajes de ficción que adquieren entonces Sancho y don Quijote multiplica y consolida no sólo sus aventuras de la segunda parte sino su noción ontológica misma. Si ya desde la primera la delirante arrogancia del protagonista lo hizo subrayar alguna vez, frente a la objeción de cierto interlocutor, el famoso “Yo sé quién soy” que, según Fernando Vallejo, lo diferencia plenamente del dubitativo “To be or not to

be” de su contemporáneo Hamlet, ahora, en la segunda parte, el delirio se vuelve locura inaudita y razón de ser y motivo de angustia y argumento eficiente y despeñadero del espíritu para un hombre que, recordemos, se ha construido a sí mismo desde la primera página de la historia y ha contagiado y contaminado feliz o infelizmente a todo el mundo con su renuncia a ser un triste hidalgo, Alonso Quijano, para convertirse en nada menos que don Quijote de La Mancha, el personaje literario mejor construido de la literatura mundial. V El Quijote de 1615 no es mejor que el de 1605: enjuiciar comparativamente la calidad de ambos libros reviste a todas luces cierta insensatez, pues una valoración de este tipo, aparte de inútil y descabellada, precisaría de un examen muy detenido, exégesis que rebasa las posibilidades de esta nota. Ni siquiera los investigadores comparatistas perderían su tiempo en aventura así de inocua. Sin embargo, es evidente que el libro que este año cumple cuatro siglos resulta más elaborado pues, en buena medida, sus méritos se cifran en una paciente y provechosa tarea de recolección de las virtudes y excesos de la primera parte para amalgamarlos en un texto aún más ambivalente, en una novela que incorpora, trasiega y trasciende los logros y las licencias de su antecedente para cohesionarlos en una obra más vasta y más libre, envalentonada como se presiente por el éxito indudable del Quijote anterior

El Quijote es en realidad dos Quijotes, y acaso tres.

Escultura de Don Quijote y Sancho, Golden Gate Park, San Francisco, California, usa

Foto: Gema Campos/ CC BY-NC-ND 2.0. Fuente: flickr


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22 de noviembre de 2015 • Número 1081 • Jornada Semanal

La vida de los elfos, Muriel Barbery, Palmira Feixas (traductora) Seix Barral, México, 2015.

ENTRE DOS MUNDOS ANDREA TIRADO

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a vida de los elfos es una novela que invita a reflexionar sobre el mundo contemporáneo a través del prisma de lo fantástico. Las guerras entre mundos de ideologías diferentes, originadas por la intolerancia y la pérdida de capacidad de asombro por lo cotidiano aparecen entre líneas como elemento continuo más allá de la narración formal. Un narrador omnipresente relata la vida de María y de Clara, dos niñas de la misma edad; hijas adoptivas que poseen poderes sobrenaturales que se revelarán mediante su diálogo con otros personajes. La narración gira en torno a una inminente guerra entre dos mundos. Siendo una novela fantástica, la confrontación es entre los humanos y los elfos. Algunos desean el exterminio del ser humano, mientras que otros, debido a la admiración por el genio creador del hombre, buscan una alianza. El narrador, Muriel Barbery, sugiere “leer entre líneas la existencia” para ver más allá de lo que la apariencia muestra. Dicha advertencia aparece como consigna para la propia lectura del libro: leyendo entre líneas, más allá de la historia fantástica. Por ello, gracias a las personalidades de María y de Clara es posible captar la sensibilidad y el azoro que ambas sienten tanto por su cotidianeidad como por el arte. Esto se podría interpretar como una voluntad, por parte de la autora, para poner especial atención en el hecho de encontrar los placeres de la vida en los actos más sencillos así como lo hacen sus protagonistas: acostarse en el pasto, contemplar las nubes, abrazar árboles o admirar la nieve. Actos sencillos pero igualmente poéticos; Barbery propone la poesía no sólo como género literario, sino también la que ofrece la naturaleza: el canto de las hojas o los cuadros pintados por los paisajes. María y Clara irán adivinando la existencia de un puente, el cual permitirá, más adelante, un intercambio y una alianza entre mundos. La elección de Barbery para simbolizar este acto es interesante, pues el puente en muchas ocasiones puede representar, más allá del pasaje de un mundo a otro, el pasaje de un estado de concien conciencia a otro, lo cual equivale a un d e s p e r t a r. Este puede ser otro mensaje intercalado en la nove novela, un estado de conciencia que crea una unidad entre mundos diferentes. Dicho estado de conciencia se puede comenzar a adquirir desa desarrollando una mayor sensibili sensibilidad hacia lo que se da por sentado, hacia lo cotidiano, como una mane manera de buscar lo poético del mundo. La poesía, entendida como género literario, así como aquella propuesta por la novela, puede llegar a ser una manera de percibir lo habitual de otro modo;

poesía como creadora de nuevos deseos y de otras maneras de vivir. A través un espíritu poético se puede tener azoro natural por las cosas sencillas que ofrece el mundo: azoro que, como bien muestra Barbery a través de las protagonistas, es innato en los niños, así como la tolerancia y convivencia con el otro. Dicho espíritu podría agrandar la conciencia que se tiene de sí mismo y del mundo. Por ello, no parece que sea casualidad que algunos personajes de la novela afirmen que “hay que confiar en los músicos y en los poetas” o que “los poetas siempre saben lo que es verdad”. La vida de los elfos es entonces una novela que podría estar destinada a dos tipos de lectores: jóvenes, en vista del género fantástico, pero también a adultos que disfruten de dicho género junto con un reto adicional: el de redescubrir su cotidiano a través de los ojos constantemente asombrados de la infancia. • Sociólogos y su sociología, Hugo José Suárez y Kristina Pirker (compiladores), Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2014.

LA MIRADA COMO INTROSPECCIÓN RICARDO GUZMÁN WOLFFER

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a necesidad de renovar la contemplación sobre el propio quehacer se torna una necesidad en disciplinas donde el objeto en estudio cambia constantemente, incluso cuando el sociólogo mira en retrospectiva, pues la nueva información y las nuevas teorías modificarán la percepción del pasado en análisis. De ahí la necesidad de documentar los métodos del sociólogo, al menos los de cierta generación y locación. La obra compilada toca varios temas: ¿cuál sociología hoy?; subjetivación y cuerpo; política y economía; religión y cultura; recursos de la acción colectiva; y el postfacio. Dentro de estos rubros, hay varios trabajos que dan una buena idea de sobre qué y cómo se hace esa sociología nacional. Algunos temas podrían ser esperables, pero muchos resultan de tal urgencia, como el relativo al estudio de la alimentación: la sociedad que tenemos, refiere la autora, necesariamente lleva a la obesidad infantil como respuesta para tranquilizar cualquier tipo de demanda; la obesidad constante en las distintas etapas de los mexicanos, en porcentajes cada vez más altos, es de tal grado apremiante en la perspectiva de la salud pública que es necesario buscar las causas y no intentar remediar los efectos. El hecho de que en la unam exista un Laboratorio de Documentación y Análisis de la Corrupción y la Transparencia establece la existencia de una problemática constante en el país. El análisis de la corrupción estructural en México, brillantemente hecho por la coordinadora de tal Laboratorio, Irma Eréndira Sandoval Ballesteros, servirá a algunos para recordar la historia y advertir, bajo la mirada estructuralista, cómo esos políticos que siguen en la vida pública nos dejaron con un país en cada vez peores condiciones y con pagos que siguen ahí, llevándose

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día a día millones de pesos sin que se mencionen ya programas como el Fobaproa y los “rescates” bancarios que tampoco se han pagado del todo. Desde hace décadas, las distintas presidencias nacionales han buscado lidiar con las crisis financieras y políticas siempre con objetivos ajenos al interés público: legitimación y, a veces, la búsqueda de la estabilidad económica. Para los políticos que gustan de apuntar hacia todos lados para buscar culpables, Sandoval sustenta histórica y sociológicamente cómo la democracia y el pluralismo político no han servido para garantizar una debida conducción de las políticas públicas. Cuando se hacen las cuentas de lo que nos cuesta el sistema de partidos y cuáles son sus resultados, lo honesto sería, al menos, hacer un reajuste de la representación popular y la reducción de legisladores y oficinas públicas que ni ayudan ni resuelven; especialmente de los órganos revisores que dificultan la reversión de errores. Eugenia Allier Montaño cierra su aportación con el recordatorio de cómo ha faltado el análisis del pasado reciente. Este es un libro valioso que refresca la mirada del sociólogo, pero también la que se tiene sobre tal disciplina por quien la ve desde afuera • Breve antología de poesía mexicana impúdica, procaz, satírica y burlesca, Juan Domingo Argüelles (selección, prólogo y notas) Editorial Océano, México, 2015.

POESÍA MEXICANA IMPÚDICA Y PROCAZ JUAN DOMINGO ARGÜELLES

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oland Barthes dijo, con sabiduría, que “la mierda escrita no huele”. El Poder cree que sí; está seguro de que exhala un olor inmundo, un efluvio a mierda, que por supuesto irremediablemente lo envuelve, y es que la sátira se lanza contra los poderosos y los presuntuosos; el epigrama feroz y procaz da en el blanco de reyes y demás monarcas y jerarcas; el poema burlesco hace reír al pueblo mientras el poderoso rabia. En su Historia de la mierda (1980), Dominique Laporte advierte que es imposible negar que una literatura, marginal pero abundante, sobre lo excrementicio hoy puede considerarse como una de las bellas artes. Seguramente hubo esta lógica, en el año 2000, en México, cuando la Lotería Nacional, institución pública, le hizo un homenaje a Armando Jiménez, el autor del libro Picardía mexicana (1960), obra recopiladora del arte de las “malas palabras”, cuando en el sorteo del 9 de junio los billetes llevaron el retrato y la semblanza de quien sacó de las letrinas y el secreto, para ponerlos en la letra impresa, el ingenio y el genio populares referidos al sexo y al excremento. Es obvio que la “injuria” de las “malas palabras” únicamente ofende a quienes van dirigidas; a todos los demás los regocija y los libera. Hablamos de fisiología, pero también de poesía, y no hay historia que esté exenta de las necesidades del cuerpo. Cagan hasta los príncipes, los reyes y las princesas. Dominique Laporte, en su libro, cita el siguiente testimonio escrito en una carta de la


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Jornada Semanal • Número 1081 • 22 de noviembre de 2015

duquesa de Orleans (princesa palatina) a la electriz de Hannover, fechada en Fontainebleau el 9 de octubre de 1694: “Sois muy dichosa de poder cagar cuando queráis, ¡cagad, pues, toda vuestra mierda de golpe!... No ocurre lo mismo aquí, donde estoy obligada a guardar mi cagallón hasta la noche; no hay retretes en las casas al lado del bosque y yo tengo la desgracia de vivir en una de ellas y, por consiguiente, la molestia de tener que ir a cagar fuera, lo que me enfada, porque me gusta cagar a mi aire, cuando mi culo no se expone a nada.” Por siglos las “malas palabras” se han guardado en los escritos íntimos y, por supuesto, en los sitios de soledad donde aflora la más que repentina inspiración. De las letrinas han salido muchos escritos y muchas ideas, seguramente una buena parte de la filosofía y no es improbable que más de una insurrección. Los poemas y fragmentos líricos que se incluyen en estas páginas ofrecen las múltiples posibilidades del idioma poético en toda su potencia liberadora: sátiras, coplas, canciones, albures, décimas, sonetos, romances, diálogos, dramas, sentencias filosóficas, refranes y otras formas que transmutan la mierda, la procacidad, el insulto, la burla, etcétera, en oro puro. Una cosa indispensable es que la lírica repentista de los albureros, coplistas, poetas de letrina y versistas improvisadores de burlas y pullas, así como la creatividad más meditada de los autores cultos, no sólo tienen que ser ingeniosas, apasionadas e inteligentes (con frecuencia es filosófica e histórica, como ya dijimos), sino también deben desembocar en eficaces y contundentes artefactos verbales. Cuando cumple con estas exigencias, la poesía impúdica, procaz, satírica y burlesca se torna inolvidable y se nos graba en la memoria, con el poder del verso más clásico. Ejemplo:

Monsiváis, agudo observador de los poderes humorísticos y satíricos, advirtió que “el humor, género claramente secundario, debe descubrir las zonas del ridículo, exhortar, amenizar, ser un recordatorio ético”. Por ello, concluye, “la moral con risa entra”. Lo cómico no es permanente; cambia con el tiempo y con la forma de ver el mundo. El humor requiere, además, de un contexto común y de un código comprensible para la mayoría. Por ello, hay muchos textos que fueron humorísticos y que hoy no lo son. Lo que cambia es la forma, pero lo que no cambia es aquello en que se apoya el humor y la burla. Dice bien Monsiváis: “La gente se ríe de unos cuantos motivos permanentes: del poder, de la estupidez de los opresores, del esnobismo, de la tontería del arribista, de la irrisión y la credulidad de los políticos y su hambre de estatuas ecuestres que fijen su gloria.” Y, por supuesto, entre los motivos de risa y burla, cuando el humor es auténtico, están los vicios y las acciones del mismo que hace la burla. El sarcasmo contra uno mismo (como en el caso de los homosexuales que se lanzan epigramas entre ellos, o el de los que han cometido una pendejada y se asumen como pendejos) es una de las formas más liberadoras porque uno de los elementos fundamentales de la autenticidad es no tomarse demasiado en serio •

Al llegar este momento me pongo a considerar lo caro que está el sustento y en lo que viene a parar. ¡Absolutamente memorable!: cuatro versos octosílabos perfectamente escandidos e inmejorablemente rimados, con consonancia intachable, fruto de la concentración intelectual y sensorial de alguien que estaba demasiado ocupado en su ejercicio lírico como para dejarse distraer por el vulgar asunto fisiológico al que acudió por urgencia. Si un poema no es verbalmente eficaz, se pierde en el olvido. Por ello, mucha poesía anónima y popular que ha sobrevivido por décadas y aun por siglos debe esta supervivencia a su indudable calidad lírica. Ningún poema anónimo ha llegado hasta nuestros días, luego de recorrer cientos de años, por ser aburrido o pésimo. Esta Breve antología de la poesía mexicana impúdica, procaz, satírica y burlesca lo demuestra con creces, pese a su brevedad. Desde la sátira política e histórica, hasta la lírica machista y homosexual, pasando por las composiciones festivas y burlescas, excrementicias, epigramáticas entre letrados e incluso cultas y eruditas, la poesía impúdica y procaz se ha abierto camino en la memoria y el imaginario populares gracias a sus valores estéticos, a su originalidad, a su gracia y a su ejemplaridad para efectos de su intención y propósito.

visita nuestro PDF interactivo en: http://www.jornada.unam.mx/

Albricias Felicitamos a nuestro querido amigo y colaborador

@JornadaSemanal

Fernando del Paso por la merecida obtención del Premio Cervantes 2015.

La Jornada Semanal

En nuestro próximo número

LA LITERATURA AUSTRIACA FRENTE AL ESPEJO Lorel Manzano


ARTE Y PENSAMIENTO ........

22 de noviembre de 2015 • Número 1081 • Jornada Semanal

Ricardo Venegas

ricardovenegas_2000@yahoo.com

Felipe Garrido MENTIRAS TRANSPARENTES Amaranta canta Atejonada por mis súplicas y mis promesas, una vez más, Amaranta regresó. Luego pasaron tantos días y tantas noches que tenerla en casa acabó por ser rutina –ese simulacro de la felicidad, dice Ribeyro–, y yo volví a olvidar todo lo que había pasado. Bajé la guardia. Me dejé llevar por la flojera y el egoísmo. Una tarde, sin ninguna explicación –no hacía falta–, ella volvió a marcharse. Abrí una botella, saqué botana y me senté a ver el box. Durante unos días me sentí arrebatado por un golpe de libertad. Hasta que hoy me di cuenta y de pronto me volvió la memoria. Cuando Amaranta se va todo languidece, se empolva, se marchita. Pasa el día sin que nadie abra las cortinas, ni riegue el jardín, ni cambie ese foco fundido; no hay quien sepa dónde quedaron las tijeras, las llaves, el control de la tele… Tampoco hay nadie que cante, como lo hacía Amaranta, mientras iba por la casa, de un lado a otro, en aquellos días, cuando se sentía feliz •

Ricardo Yáñez DE PASO Dolores Atiende por Insurgentes, avenida cuya fama de ser la más grande del mundo no mucho dirá de la ubicación del establecimiento, una breve, exitosa cantina con nombre de vieja canción estadunidense. Amable y seria, lleva un control estricto pero relajado de lo que en torno suyo pasa. Es de Arandas, Jalisco, alteña. De ahí que en tono tan afectuoso como respetuoso se le conozca llanamente como la Güera. Ignoro si la cantina es de su hijo, pareciera que sí. No ignoro que, menos frecuentada, su nieto atiende una parte dos o extensión de la primera. De vez en cuando sale a fumar. Es sobre todo allí cuando es posible platicar con ella. No sé si sea la noche, el cigarro, la rutina: pareciera que entonces se pone melancólica. Así es que hemos hablado de su tierra. Sus rasgos finos, enérgicos, casi dan la impresión, mientras interminables pasan los faros de los autos y desde adentro llegan agresivos los cambios de iluminación en los videos,de estar ante una playa extensa en la estrellada noche •

bitácora bifronte

Francisco Torres Córdova ftorrescordova@gmail.com

monólogos compartidos

Irving Ramírez y el espejo de los tiempos

Un mínimo infinito

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De canto a la realidad o lo que así nos arrastra con su

ace dos décadas se leía una revista literaria de Veracruz, una de las mejores de corte independiente en el país, su nombre: Anónimos Suburbios, fundada y dirigida por Irving Ramírez. Junto con revistas como Mala Vida, El Centavo, A Quien Corresponda, Guachachi´ reza, Pasto Verde, Alforja, Blanco Móvil, Cantera Verde, Parva y muchas más que injustamente no mencionaré, daban cuenta del potencial que desencadenaba la promoción de la cultura en los estados, pues cada publicación es un sensor de la aldea, un registro necesario en el mapa de la creación. Desde aquellos años Irving construía una trayectoria como autor del Fondo Editorial Tierra Adentro con Vagabundo en la niebla (1993). Años después ganó el Premio de Primera Novela Juan Rulfo con Yo canto el cuerpo gélido (1999). Publicó la novela Mi único sueño voluntario, en 2001, y publicó el libro de ensayos La nave de los sigilos (2002). En 2006 fue finalista del Premio de Novela Herralde de Anagrama con El espejo de los tiempos futuros (editada en España por Éride Ediciones, 2015), obra que ha escrito con un lenguaje poético, pero también con la investigación de un novelista que se adelanta a sus lectores desde el pasado. El Nietzsche de Más allá del bien y del mal se asoma en las reflexiones y diálogos de más de 350 páginas en las que Schopenhauer, Jung, Cioran y compañía, también fueron convocados. No es gratuito entonces que la búsqueda del abad Edson –personaje de la novela– sea el sentido del apocalipsis, el mal y sus orígenes, ya en referencias bíblicas o históricas. Se trata de dos historias en una misma obra. En la primera, situada en la Edad Media, ocurre una búsqueda de libros y documentos sobre el Anticristo; en ese afán, los protagonistas descubren una profecía y son perseguidos por un señor feudal, también empecinado en conocer del tema. Huyen a lo largo de Europa. La otra trama que se alterna se parece a la realidad de nuestros días: un hombre busca a sus amigos de juventud por todos lados y enfrenta a la institución del gobierno (el Sindicato del Crimen), el cual avala la violencia. Dos historias confluyen en el lenguaje del pasado y el del futuro en lo que parece, al mismo tiempo, una búsqueda del sentido de la vida espiritual y terrenal. Prosa que deja entrever sus lecturas y citas puntuales, El espejo de los tiempos futuros es también un documentado tratado sobre el Mal. Dice Óscar Garduño: “Irving Ramírez tiene un ritmo justo para contar historias, y esta novela no es la excepción.” Evangelio y Apocalipsis, Cristo y Anticristo se reúnen en una –muy actual– crítica a los postulados de la Revolución francesa (libertad, igualdad, fraternidad…) que hoy no tienen sentido para una sociedad que ha perdido el rumbo y el significado de lo esencial. Como breviario de la historia del cristianismo llama la atención la evidencia que nos presenta: no se llega al amor por la vía de la razón. Léanla •

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nombre; tal vez en una esquina antes de cruzar una calle o subir al autobús, antes de hacer un trámite o una solicitud de información oficial en alguna inquietante ventanilla asomo de un abismo; en medio del rumor de toses y cansancios de una sala de espera de hospital o al salir de un ceñido elevador o en la cima de una algarabía de mercado. Oblicuo el pensamiento y los sentidos en una duermevela en pleno día lleno de ciudad y ruido, y sin embargo alerta y a la vez serena la conciencia, apartada un paso solamente de la vida estricta y necesaria que cunde sus urgencias tan fecundas al consumo y sus espejos. Inesperadamente detenido sí, pero no ausente o roto o suspendido y por eso atento por ejemplo a la primera vocal en los labios de una criatura que aún no sabe que ha nacido; al contorno mortecino de una mujer sentada sola en la banca de un parque temprano en la mañana hilando la sombra de sus días; al destello de sudor que salpica la carrera de unos niños o al regusto a menta y huesos de los años en la boca de un anciano, la campana de dos cuerpos que se tañen y alcanzan desde el centro sus orillas, o quizás alguna vez y si lo hubiera al íntimo silencio del sicario en un atisbo de verdad ante sus manos, y uno quisiera que también al menos en una brizna de insomnio y contrición en las tibias sienes del múltiple poder y sus insignias que ampara y abastece las manos del sicario. Así de pronto envuelto sin violencia y apenas un instante en un olvido de sí mismo y sin embargo pleno de sí mismo, que es decir del mundo entonces sin fisuras y fluyendo en otra urdimbre de las horas, ésas que se alargan o se acortan sin perderse, sin reclamo de su cifra en calendarios y relojes y cada una un mínimo infinito a la humilde altura de los ojos y a flor de un raro entendimiento, el poeta acerca desde siempre la oquedad inicial de la palabra a los pliegues de la vida o las lisuras de la muerte que ovillan o desdoblan sus reflejos. Presiente lo sagrado en lo profano y la sombra que brilla en lo evidente y deja que sean y fluyan y resuenen sus rituales, y con ellos nos pone en evidencia y nos procura, nos devuelve a la antigua infancia de las cosas: “Cómo al zambullirse abría los ojos bajo el agua para poner su piel en contacto con el blanco aquel de la memoria que lo perseguía (desde algún pueblo de Platón)// Directo al corazón del sol con el mismo movimiento pasaba y escuchaba erguir garganta de piedra y rugir su yo inocente alto sobre las olas// Y hasta no salir de nuevo a la superficie le daba tiempo el rocío de arrastrar de sus entrañas algo incurable en las algas y las otras bellezas de los arrecifes// De modo que pudiera al final brillar dentro del amar como brilla la luz divina dentro del llanto del recién nacido// Y eso divulgaba el mar” (“Delos” en El árbol de luz y la decimocuarta belleza, Odysseas Elytis, versión de ftc ) •


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Jornada Semanal • Número 1081 • 22 de noviembre de 2015

Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com

El actor: usos, modalidades y clichés

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N ACTOR ES, entre muchas cosas, el producto de una época que aplaude ciertas formas de ejecutar la representación (con todos los clichés que adoptan los directores y que van desde lo experimental a lo que consideran “clásico”), los estilos, los tonos y todo lo que la cultura internacional, con sus festivales paradigmáticos y su ejes –sobre todo cinematográficos, establecidos también por las series televisivas–, considera los parámetros de credibilidad, intensidad, compromiso, invisibilidad/visibilidad, anonimato/notoriedad de la figura pública reconocida como actor. Las sobredeterminaciones que sobre la figura actoral pesan pueden diluir proyectos artísticos cuya cualidad esencial descanse en la plástica de la escena, que no privilegia una dimensión nominal del actor (El círculo de tiza de Luis de Tavira es un ejemplo de la utilización que un director hace del actor, sin dejar de dotar de una característica psicológica a personajes cliché); también en proyectos independientes que no se apoyan en el protagonismo de la “marquesina” y otros que pueden atender a la participación de la colectividad que rodea una casa de teatro como ha sido Carretera 45, que tiene actores de la propia colonia Doctores, o el Teatro de la Rendija, que ha incorporado también personas de la comunidad yucateca que actúan sin ser esa práctica el eje de sus vidas. La clasificación a que se atienen programas de estudio indican que la actuación está definida por los escaparates y no porque se considere que una persona adquiere una formación que puede encontrar en el teatro, el cine, la televisión, el doblaje, la radio, la conducción, la promoción, la conducción de eventos... en fin, se le ve sólo como una posibilidad de trabajo. El mercado, en apariencia, forma actores encaminados a una especie de bolsa de trabajo que recibe permanentemente lo que necesita como producto humano (así le llaman).

LA OTRA ESCENA Así, solicitan: actores infantiles (no suelen decir para obras infantiles), para telenovelas, para cine, radio, doblaje, y de ese modo el mercado define las especialidades, que si bien las hay, en lo laboral parecen como profesiones en sí mismas y no formas de especialización (doblaje y conducción, por ejemplo) y abordaje de lo escénico. La más abyecta confusión la han propiciado las televisoras. La organización actoral en México ha sido representada por la anda (Asociación Nacional de Actores), que durante muchos años fue una especie de agencia de colocaciones para la televisora, y que vivía gracias a su cercanía

Luis de Tavira

Foto: cortesía de cenart.gob.mx

con ese sistema donde pasa por ser actoral desde los actores de gran tradición académica y autodidacta de los años cincuenta y sesenta –muchos de ellos haciendo papeles de sirvienta o chofer o mesero o cantinero en sus guarradas de telenovelas– hasta la edecán y el “atractivo visual” (que completaban sus quincenas anunciándose en el Aviso Oportuno ofreciendo compañía o masajes, con la garantía de que formaba parte de la familia televisiva). El máximo organismo aglutinador de la actuación en México tiene una historia que valdría revisar a la luz de los corporativos, desde Fidel Velázquez hasta la historia del cine y el sindicalismo, y sus matices en las televisoras y radiodifusoras. Ese sindicato que nació en el cardenismo hoy está en quiebra como resultado –eso escribió su secretaria, Yolanda Ciani, en la revista En Voz del Actor, en el número de abril de este año– de la demanda de atención que el actor Rubén Aguirre les dirigió. En enero de este 2015 señaló también en el editorial que “estamos viviendo una época muy difícil, creo que la más difícil por la que haya atravesado nuestro sindicato...” Indico con cursivas un señalamiento que me parece sintomático en la comunidad de actores que refiere: “La anda está en quiebra... la deuda acumulada que tiene, combinada con la falta de los suficientes ingresos que se deben recaudar, han agudizado la crisis económica en esta administración; y si a eso le sumamos la falta de compañerismo, la falta de lealtad, la falta de ingresos y la renuencia de los empresarios para cumplir, hacen que nuestra situación se agrave y acelere aún más.” ¿Dónde formarse como actor y qué significa todo este horizonte en el marco de la creación escénica en México? ¿A quién apoya el fonca, a quién aceptan las universidades públicas, qué tipo de actor egresa de las escuelas comerciales? Sirva todo esto para entrar en materia sobre el material antologado que reúne el nuevo libro de Édgar Ceballos, Técnicas de actuación (Escenología, 2015), que ofrece más de una lectura •

Alonso Arreola @LabAlonso

BEMOL SOSTENIDO

Je suis bataclan

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UEDARSE EN CASA, perder la confianza. Renunciar al movimiento, sospechar de todo y de todos. Armar el rompecabezas de una nueva realidad a partir de lo que los noticieros quieren/pueden decir y mostrar. Tomar partido, sumarse a los semejantes, rechazar al diferente. Someterse al terror. Reaccionar con pánico a la más mínima provocación. Abandonar la lógica de convivencia y fraternidad colectiva. Sí, hablamos de París pero también de Damasco, Bagdad, Beirut, Egipto, Ankara… De muchas zonas de México en donde la gente le teme a la gente, en donde la cotidianidad le da la mano a la paranoia. Encendemos la televisión. Desde la Ciudad Luz, un orondo Carlos Loret de Mola explica cuáles son los orígenes del grupo extremista Estado Islámico (isis por sus siglas en inglés) y en qué se diferencia de Al Qaeda. Habla a unos metros del Bataclan, mítico espacio del entretenimiento y la cultura franceses donde murieron ochenta y nueve personas durante los ataques del pasado viernes 13 de noviembre (más de doscientas fueron heridas). Con ese movimiento trasatlántico, Televisa se suma a una visión que, una vez más, polariza y generaliza la información para una fácil digestión masiva. Porque así es: los extremos y el maniqueísmo son bien recibidos cuando la mente herida quiere comprensión. Allí, sobre la rue Voltaire, la entrada al mítico escenario se halla clausurada. Es difícil imaginar que en un espacio con tan pintoresco y chinesco frontispicio se haya vivido semejante violencia. En esa noche fatídica sonaba en el Bataclan la banda californiana Eagles of Death Metal, fundada por Josh Homme (guitarra y voz de Queens Of The Stone Age), quien no viajó para este tour europeo.

Días después se presentarían los Deftones y Gary Clark Jr, otros exitosos proyectos estadunidenses, así como numerosos actos de música local, cómicos y el famoso show de desnudistas para mujeres Chippendale. ¿Se imagina nuestra lectora, nuestro lector, lo que este tipo de entretenimiento representa para el fundamentalismo que observa textos religiosos de manera literal? Sepa, además, que hasta septiembre pasado el inmueble era propiedad de empresarios judíos y que allí sucedían eventos importantes para esa comunidad. Pensando en ello, sirva nuestro diálogo dominical para subrayar la importancia de la vida nocturna, de los centros de entretenimiento y cultura en el mantenimiento de un pensamiento libre, de un pueblo sin miedo. Recordando lo que hemos perdido en México con nuestra propia forma de violencia, sea éste un elogio al histórico sitio francés que irrumpió en la cronología del rock y el pop en los setenta albergando a Lou Reed y su Velvet Underground lo mismo que a The Police, Prince, The Cure, Genesis, Jerry Lee Lewis, Foo Fighters, Alice Cooper, Metallica, The Smashing

Pumpkins, Iron Maiden, Cyndi Lauper, Phish, The Killers, David Byrne, Blur, Robbie Williams y Oasis; al tinglado en el que se grabaron discos en vivo de Jeff Buckley, Dream Theater, Gong y Jane Birkin y que fuera inaugurado hace ciento cincuenta años –¡nada más!– con la presencia de Napoleón iii y la emperatriz Eugenia. Ese mismo lugar donde naciera la voz de Maurice Chevalier y que por décadas fuera corazón del vodevil y el cabaret europeo. Salón de baile, café-concierto, teatro, sala de exhibiciones y cine… eso y más ha sido el camaleónico Bataclan, cuna de un término que en el mundo entero significa grupo, alegría y picardía; provocación, sexo y experimentación juveniles. Y es que, con unos y otros dueños, superando incendios y cambios en la economía del mundo, su interior se llenó de un eclecticismo incómodo para extremistas que, amenazándolo desde 2011 y atacándolo ahora, supieron perturbar un símbolo no sólo de Francia sino del pensamiento tolerante, hoy cuando las migraciones forzadas exigen abrazar a hombres, mujeres y niños sin nacionalidad que se arriesgan en mares y desiertos, en los oscuros laberintos de la maldad humana. No hay duda de que Francia es más cercana a México que Siria, verbigracia. Por su religión y cultura, porque la cantidad de connacionales que la ha visitado, que ha estudiado allá o que vive en ella es inmensurable, o simplemente porque es emblema de los derechos civiles en la historia de Occidente. Por todo ello lo sucedido allá nos afecta más que las bombas cayendo en Rakka –respuesta francesa– sobre gente que además vive sometida por el régimen de isis . Pero eso no debe impedir que simpaticemos con unas y otras víctimas. Seamos todos bataclanes. Protejamos los espacios donde nace la luz. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •


ARTE Y PENSAMIENTO ........

22 de noviembre de 2015 • Número 1081 • Jornada Semanal

Jorge Moch

Verónica Murguía

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O NO CONFÍO EN los bancos. Cuando el “error de diciembre” fui testigo de cómo personas pacíficas y sensatas se jalaban los pelos y daban patadas a la puerta del salón de maestros (a la sazón yo daba clases en una primaria) dando gritos del más auténtico dolor. No es broma. El Fobaproa, no lo olvido, fue el comienzo del desastre económico que tiene postrado al país. Se dice que no había de otra, pero como no soy economista, me limito a desconfiar y a rezongar cuando los promotores de servicios bancarios llaman a las diez de la noche para anunciarme con acento magnánimo que “ha sido preaprobada” una tarjeta que me permitirá endeudarme hasta el cuello. He visto a un montón de amigos que trabajan como locos para pagar los intereses de sus tarjetas, razón por la que la tirria que le tengo al banco crece y se encona. del asunto. Al día siguiente, otro mensaje apareció y las explicaciones telefónicas se repitieron a la letra, pero mi marido me dijo: –¿Y de cuándo acá le creemos al banco? ¡Vamos al cajero, que no vivimos en Suecia! Fuimos, y zas, me di cuenta de que me habían robado arteramente. A la mañana siguiente, me apersoné en la puerta del banco, con una multitud de quejosos a los que les había sucedido lo mismo. El despachador de turnos nos dio nuestro número y procedimos a sentarnos, con caras de palo, a esperar el fallo. Pues “Servicios al cliente” es un nombre inexacto. Nos explicaron que las “intermitencias” resultaron ser unos señores con tarjetas clonadas, gastándose el dinero ganado por otros y que el banco, ojo, no es responsable de lo que digan los empleados que atienden las líneas telefónicas. Fuimos enviados de vuelta a nuestras casas con la consigna de levantar el aviso de “gasto no reconocido” al día siguiente y por teléfono, atendidos por los mismos mentecatos. –No quiero seguir hablando con grabadoras –dijo un señor–. Quiero hablar con alguien que me resuelva el problema porque tengo pagos que hacer. Dígame con quién tengo que ir. El joven de la ventanilla le señaló triunfalmente una fila de más de quince cuentahabientes que se retorcían las manos. El señor se quedó en su asiento y bajó la cabeza. Reinaba el agobio. No exagero. Que sea rutinario, incruento y que el banco actúe como si no tuviera importancia, no le resta gravedad al asunto. Nos dijeron que “la gente ni se da cuenta cuando le clonan la tarjeta”, casi como si fuera culpa nuestra. Aunque sí éramos conscientes de que nos estaban tratando mal y metiéndonos en laberintos llenos de excusas. Para eso estamos en México. Salimos y nos enfrentamos con los sangrientos o descorazonadores encabezados de los periódicos. Con un escalofrío, regresamos a nuestras casas, dispuestos a pasar la tarde con el teléfono en la mano •

LAS RAYAS DE LA CEBRA

El autor intelectual ONTRARIO A TODAS LAS utopías que postulaban un futuro pacífico y más o menos cómodo en los libros y películas futuristas de mi niñez, el mundo puede ser más rápido pero no necesariamente moderno: seguimos replicando las mismas taras del pasado, sobre todo en materia de dioses; ¿cómo apelar a la modernidad si nos seguimos matando unos a otros por el dinero, el territorio, el petróleo, el agua o dios… como antes fueron el oro, las especias, la seda, la sal… o dios? ¿Cómo puede ufanarse de modernidad o civilización un mundo cuyos dioses, todos inventados por los hombres, siguen sorteando en crueles concursos sus respectivas hegemonías, tasando el éxito en cuántos infieles y apóstatas de la acera de enfrente fueron asesinados? Creo que no me equivoco si afirmo que el nombre de dios, de cualquier dios, ha sido históricamente la más tajante justificación de terribles masacres o de las más odiosas expresiones de abyección. El humano creyente y fervoroso suele ser el más beligerante y agresivo. Tres o cuatro días antes de que el mundo fuera sorprendido por los terribles atentados terroristas en Beirut y París pude ver un video que circula en redes en donde un periodista intenta interpelar a un obispo católico del que se dice que protegió a algún cura pederasta. La escena podría tener lugar lo mismo en León o Puebla que en Cuzco o Quetzaltenango: al aproximarse el periodista al clérigo, un nutrido grupo de feligreses le cierra el paso y convierte el Ave María en grito de guerra. Uno de esos feligreses, un tipo corpulento e iracundo, encara al periodista y le grita al rostro los versículos de la plegaria; finalmente el periodista desiste, se da media vuelta y se va. La fanaticada gana el tanto. También en Beirut, y en París, y en Afganistán, Siria e Irak, la fanaticada va ganando. Después del atentado contra el semanario humorístico (aunque habría que revisar lo de “humorístico”) Charlie Hebdo hace unos meses allá mismo, en París, Occidente tuvo que recordar que es el blanco predilecto de ataques terroristas cocinados en el integrismo islamita más brutal. Hoy Occidente cosecha la violencia que su propia intolerancia religiosa cultivó durante siglos de persecuciones cristianas, de cruzadas y guerras, hambrunas, sitios y masacres que aunque supusieron verdaderas carnicerías, siempre contaron con la bendición de Roma. Hace poco, y volviendo a Charlie Hebdo, vi un cartón que trivializaba aquella terrible estampa del niño sirio que se ahogó frente a costas de Turquía, el pequeño Aylan. Y recuerdo que al ver el cartón que hacía de la muerte de un niño motivo de sorna, pensé en que la incomprensible soberbia occidental, al poner el dedo en la llaga del dolor que vive Medio Oriente con tan poca sensibilidad, bien podría darse de trompa con otro atentado. Y ahí está unos días después el peor ataque contra la población civil en Francia al menos desde la segunda guerra mundial. Pero allí están también a diario bombazos, balaceras y masacres con dios por delante en muchos países del mundo, de África, del resto de

Medio Oriente (volvamos por un instante a las decenas de muertos y heridos que la metralla, los artefactos explosivos y las balas siguen despedazando en Beirut, o a las víctimas de los ataques del fundamentalismo en Turquía, el Congo, Yemen, etcétera). Súmense ahora las víctimas del autoritarismo, o de las luchas tribales, o del narcotráfico y la simple delincuencia… parecería que nuestro sino es la autodestrucción, el suicidio multitudinario, la matazón. ¿A quién, después de algo como lo de París, lo de Ankara, lo de Beirut, debe asistir la justicia y cuánto de esa justicia no es más que simple sed de venganza?, ¿es más víctima el francés o el belga despedazado por una bomba casera que el palestino asesinado por soldados israelíes en Gaza?, ¿es justificante cabal que en un edificio se oculte un yihadista asesino para vaporizar con un bombazo teledirigido por un dron el edificio entero con siete familias adentro? ¿Por qué pesa más un muerto occidental que uno árabe? ¿Qué tanto habrá de saqueo vil de hidrocarburos por parte de trasnacionales occidentales detrás de los levantamientos sociales que han sacudido la región norafricana? ¿Quién es el verdadero autor intelectual de la barbarie y cuáles son sus motivos? La naturaleza humana cancela por sí misma la posibilidad de la utopía. Viendo el presente no sorprende que el futuro no sea más que reeditar el pasado: guerra, incordio y destrucción; somos absolutamente coherentes…•

CABEZALCUBO

tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch

Aventuras en el banco

Tengo una tarjeta de débito sumamente escuálida. Gasto lo que tengo. Pero eso no impide que el banco vea en mí, como en cualquiera que tenga pulso cardíaco y capacidad de gastar, un deudor en potencia. A veces llaman en fin de semana y en la mañana. –No la quiero, señor –contesto cada vez. –¿Me permite enumerarle los beneficios que contiene lo que es el producto? –No. –¿Me puede decir por qué no, señorita Munguía? –Tampoco. Me apellido Murguía. Y me tengo que ir. Los tiempos, sin embargo, exigen que uno tenga el dinero en un banco pues el cheque y el sobrecito amarillo han caído en desuso; casi nadie le paga a uno más que con depósitos. Además, no se puede tener dinero en la casa, se argumenta, por aquello de las pasiones que despierta el efectivo. Así, el otro día, mientras estaba comiendo, llegó un aviso de un retiro exitoso hecho en un cajero en La Viga. Pero yo estaba en la delegación Coyoacán, comiéndome una arrachera con puré de papa, lejos de cualquier cajero. Alarmada, llamé a la línea de emergencia y después de jugar pin-ball con el teléfono marcando números, fechas, claves y contraseñas, me contestó un señor que me dijo: –Correcto. Señorita Munguía, no tiene de qué preocuparse. Es una intermitencia del sistema. Aquí no me aparece nada. –¿Seguro? –Es correcto. No se preocupe. Su dinero está seguro. ¿Hay algo más en lo que la pueda ayudar? –No… ¿Seguro, seguro? –¿Podría contestar un cuestionario acerca de la calidad de nuestro servicio? La comunico. Con el corazón rebosante de gratitud, contesté el cuestionario (eso sí, dije la verdad: no le recomendaría a nadie el servicio del banco) y pasé el resto del día completamente desentendida

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........ ARTE Y PENSAMIENTO PENSAMIENTO

Jornada Semanal • Número 1081 • 22 de noviembre de 2015

Luis Tovar

Edgar Aguilar

@luistovars

El invisible Otro

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L PASADO DOMINGO 30 de agosto se publicó en este suplemento un maravilloso texto de Francisco Hernández felizmente intitulado “¡Gutiérrez Vega, a escena!” Feliz porque nos mostraba, en el Acto Primero, a un soberbio y vigoroso Gutiérrez Vega,“disfrazado de malabarista”, interpretando nada menos que al profesor Serebriakov, en esa memorable –opinan quienes la vieron– representación de El tío Vania, de Chéjov. El texto de Francisco Hernández, compuesto como un curioso artefacto escénico-poético, se nos manifiesta, precisamente ahora, con la pérdida de Hugo Gutiérrez Vega, como algo extrañamente premonitorio. Uso “extrañamente” en el sentido de excepcional. (Aunque toda poesía es, esencialmente, un acceder a lo oculto.) ¿Acaso una despedida? Tal vez. Hay una fuerza indefinible que enlaza de manera misteriosa, secreta, la vida de algunos hombres. Lo que nos lleva a reflexionar: ¿por qué apareció justamente ese bello y enigmático texto de Francisco Hernández, con ese título por demás sugerente, casi revelador, a escasas semanas de la muerte del otro poeta? “¡Gutiérrez Vega, a escena!”, una voz le demanda al también actor. Mas, ¿qué voz? ¿A dónde debe de presentarse el poeta? ¿Qué es lo que debe escenificar? ¿La escena de la vida, o de la muerte? En el Acto Segundo, dice Francisco Hernández:“Noche a orillas del río Grijalva, cerca de una iglesia.” Es Villahermosa. Mientras que la escena –ese espacio infinito que es a la vez tiempo suspendido– transcurre cuando “El poeta Hugo Gutiérrez Vega contempla el movimiento de las aguas. Viste ropa ligera, propia de climas cálidos y mira pasar, con nostalgia, un par de garzas.” José Carlos Becerra se muestra súbitamente ante él.“El poeta tabasqueño le dice al de Lagos de Moreno: –Hugo, tal vez la única realidad sin fisuras sea la del sueño.” (“Tal vez la única realidad sin fisuras/ sea la del sueño./ En él circulan tomadas de la mano/ la muerte y la vida”, sentencia, lapidario, Gutiérrez Vega en sus Peregrinaciones). El texto de Francisco Hernández, en constantes alusiones a

la muerte (“las curvas de aquella carretera de Brindisi me hicieron destrozarme por completo, fundiéndome con una piedra de tropiezo y un hervidero de gusanos”), se transforma en un diálogo a veces crudo (“Las vejaciones del tiempo nos instalan en el más solemne de los melodramas”), a veces desolador, pero siempre cordial, entre los dos grandes y antiguos camaradas que inesperadamente se vuelven a encontrar en la poesía. Es como si, por obra de Francisco Hernández, antes de abandonar el escenario José Carlos Becerra le anunciara a Gutiérrez Vega:“Sube mejor al viejo ferry. Espera el sonido de la sirena.” Sube… espera… espera el sonido… el llamado… “¡Gutiérrez Vega, a escena!” ¿Es allí, entonces, “donde la vida sabe lo que ignoramos”, el sitio donde habrá de representar el poeta la escena definitiva? Noche oscura la de su partida. Noche de dolor. Noche de llanto. Noche del desconsuelo. Noche de muerte. Aun así, o por eso mismo, Francisco Hernández concluye, como si algo presagiara, con voz casi profética: “Las peregrinaciones de Gutiérrez Vega son esparcidas por los vientos teatrales, como serenas advertencias.” •

GALERÍA

Las serenas advertencias

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I LE CIEL NI LA TERRE, primer largometraje de ficción del francés Clément Cogitore, formó parte de la Semana de la Crítica en el más reciente Festival de Cine de Cannes; poco después, entre otros eventos cinematográficos, fue exhibido en la edición trece de Morelia, y su estreno masivo –en su país de origen al menos– se verificó apenas el 30 de septiembre pasado, algo así como mes y medio antes de que tuvieran lugar los atentados del Estado Islámico en París. De suyo, el filme ya tenía mucha miga, bastante más allá del alarde formal del cineasta, que con propósitos argumentales específicos y muy buenos resultados

Clément Cogitore

empleó abundantemente imágenes obtenidas por esos artilugios de visión térmica –bien sea que los haya empleado en realidad, o que la imagen haya sido postproducida para crear el efecto–, masiva y mediáticamente conocidos en dos circunstancias, casi en exclusiva: grabando animales de conducta noctívaga o utilizados en tareas militares. En el caso de este filme se trata del segundo uso, el bélico, y es a partir de esa condición que la pertinencia del recurso técnico se incrementa en términos cualitativos, hasta llegar a convertirse en auténtica patentización visual del valor simbólico que subyace bajo la trama. Esta última consiste en lo siguiente –y su sola descripción debe bastar para que se pondere un inesperado y más bien perturbador vínculo con el momento y el clima espiritual presentes en la realidad fuera de la pantalla–: en un tiempo que no se precisa pero se sobreentiende absolutamente actual, una unidad militar francesa –por supuesto perteneciente a las “fuerzas de paz” occidentales instaladas desde hace demasiados años en Afganistán–, vigila cada movimiento, por mínimo que sea, de los habitantes de un misérrimo poblado en medio del desierto, en la frontera con Pakistán. Al morir el día, como es usual y obvio para ellos, lo hacen con sus aparatos de visión nocturna, pero eso que se supondría una ventaja para anticiparse a cualquier acción, naturalmente hostil en su contra, demuestra su ineficacia ya no se diga para detener, sino al menos para entender cómo y por qué uno tras otro van desapareciendo elementos del piquete militar vigilante, cuyo capitán en particular, pero no sólo él, reaccionan de modo visceralísimo, plenos de altanería y prepotencia, desde una percepción de sí mismos como seres superiores en cualquier sentido a la población local.

Oj-alá que la exhiban Apenas hace falta mencionar que los habitantes del mínimo poblado que se aferra a sus peñascos resecos y a su cul-

Foto: www.ungrandmoment.be

tura fertilísima son musulmanes; apenas es necesario señalar que, más abajo y más allá de la circunstancia eufemísticamente tramposa de andar los mílites francófonos tan lejos del suelo propio dizque para llevar “la paz” o “la democracia” aquí o allá, el motivo de la intervención es definitiva y exclusivamente político-económico, mientras que el conflicto real, el de verdadero fondo, se da entre dos cosmovisiones incapaces de admitir o siquiera tolerar la existencia de la otra, ya no se diga capaces de cohabitar el planeta sin fratricidios de por medio y en cambio enriquecerse mutuamente. Se diría que, por completo sin habérselo propuesto, Ni le Ciel ni la Terre acertó el diagnóstico para entender, en parte al menos, lo que acaba de suceder de este lado de la pantalla, protagonizado por personas/personajes de absoluta equivalencia: de poco le sirve a nadie la tecnología más sofisticada, los argumentos más elaborados, el estilo y las aspiraciones vitales globalmente más ponderadas e idealizadas… de poco o nada, si el Otro le resulta invisible aun teniéndolo de frente, pisándole el terreno entre muchas otras cosas, máxime si ese Otro sabe aprovechar la súbita –o histórica, según se lea– invisibilidad para cobrarse las afrentas. (¿Y no es Hollande quien acaba de decir que “el enemigo” es más peligroso ahora, precisamente por ser invisible?) El de Cogitore es un cuestionamiento fuerte y elocuente acerca de la pertinencia ética de las alianzas geoestratégicas que Francia estableció desde hace mucho con Estados Unidos, vista a través del lente poderoso de la negación/ anulación fáctica de quien es distinto a uno. Pudo haber quedado en eso y ya era más que suficiente, pero después del negro viernes 13 francés, Ni le Ciel ni la Terre cobra matices ideológicos inesperados y, dada la torpe idea de lo “políticamente correcto” que sigue cobrando nuevos bríos, no sería extraño que la cinta sea víctima de algún tipo de censura •

CINEXCUSAS

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ENSAYO

22 de noviembre de 2015 • Número 1081 • Jornada Semanal

Poetisa y pintora, empleó su cuerpo como instrumento de creación

Sé que mi belleza es superior a todas las bellezas que tú pudieras encontrar. Tus sentimientos de esteta los arrastró la belleza de mi cuerpo, el esplendor de mis ojos, la cadencia de mi ritmo al andar, el oro de mi cabellera, la furia de mi sexo, y ninguna otra belleza podría alejarte de mí. Carmen Mondragón

Nahui Ollin, la dueña del sol Ilustración de Juan Puga

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ella, inteligente, rebelde, irreverente, auténtica; artista. El rostro y el cuerpo de Carmen Mondragón hipnotizó a fotógrafos y pintores. Se convirtió en la musa por excelencia. Amante de varios, amiga de todos, Carmen tenía tal dominio de su persona que cautivaba. No era sólo bella e interesante; era actriz, manejaba su cuerpo, lo exponía, respondía al pincel, a la cámara, sabía ser inmortal. Hija del general Manuel Mondragón, Carmen conoció los privilegios de la clase alta en la era porfiriana. Educada en el extranjero pudo huir, aunque sea un poco, de la mojigatería mexicana. Ya a los diez años escribía: “No he vencido con libertad la vida, teniendo derecho a gustar de los placeres, estando destinada a ser vendida como los esclavos, a un marido.” Supo lo que quiso y cómo conseguirlo; quizá sí llegó a vencer, vivió con total libertad. Cosmopolita y mundana, lo primero que aprendió fue a utilizar su cuerpo como vehículo de creación. La cámara la adora. Performática, representa muchos tipos de mujeres; de ensoñaciones. Alguna vez dijo: “cuando poso soy otra”, y no se refería únicamente al papel representado en la pose, como modelo, sino era otra artista más; eso quedaba muy claro cuando mandaba invitaciones a coleccionistas a “su exposición de desnudos”; la exposición era del fotógrafo Roberto Montenegro. Como musa marca un canon estético en el arte mexicano. Artistas como Diego Rivera, Edward Weston, el Dr. Atl la pintan o retratan. Durante las temporadas que pasa en México se codea con la flor y nata del mundillo del arte en ese entonces. Desayuna con José Vasconcelos y cena con Xavier Villaurrutia. Vive en un mundo de hombres y le encanta. Sus amigos, artistas, amantes y maestros, incluyendo a Weston, Atl,

Anitzel Díaz Rivera, Rodríguez Lozano y Antonio Garduño, fueron todos hombres. Aunque también le gustaba tomar el rol estereotipado que creía que se esperaba de una mujer: la esposa abandonada y maltratada. Cuando necesitaba ayuda femenina sólo confiaba en su madre o sus hermanas. Separaba por completo ese ámbito doméstico del artístico. Todas estas actitudes siempre envolvieron su vida en un halo de misterio; el paradigma de la mujer independiente, artista, pero sobre todo una mujer que luchó por ser libre. Es en las décadas de los años veinte y treinta del siglo pasado cuando produce su mejor trabajo, además de colaborar como modelo con los artistas más importantes de la época. De 1922 a 1937 produce cinco libros que son claros ejemplos de modernismo europeo. Estos libros en sí son objetos de arte, pequeños, con cubiertas dibujadas a mano.

Fue mucho mejor pintora q u e e s c r i t o r a , aunque ambos ámbitos de su vida crea tiva son interesantes como documentos de su vida; se trata de memorias donde amigos, viajes, incluso sus mascotas son protagonistas. Tanto en sus poemas como en sus pinturas, se trasluce la vida emocional y erótica de Carmen Mondragón, que se convertiría gracias al Dr. Atl, su amante, en Nahui Ollin, que en náhuatl significa “cuatro-movimiento”. Hasta su forma de pintar cambia cuando se convierte en Nahui. Mondragón contenía la pincelada y el color, Ollin la diluía, soltaba la pincelada, sus colores brillaban; incluso su composición se relajó, quizá Atl hizo algo más que rebautizarla. Realizó numerosos autorretratos donde le gustaba pintarse con hombres siempre bien parecidos. A veces besándolos, en poses desmayadas, su erotismo es tan natural que se transmite hasta en su mirada. En su obra se ve el placer que sentía por su cuerpo, aprecia el placer de la fisicidad; de la voluptuosidad de su cuerpo como sujeto, incluso de ella misma. Se definió como “una llama devorada por sí misma” y tuvo varias parejas; se casó más de una vez. Del Dr. Atl aprendió mucho, pero de quien se enamoró fue de Eugenio Agacino, un capitán de barco que durante un viaje, en 1934, se intoxicó y falleció en Cuba. Nunca lo olvidó. Su leyenda ha ido creciendo con el tiempo, incluso su muerte ayudó a aumentarla. Vivió sus últimos años en una casa heredada de su familia. Trabajaba como maestra de pintura y apenas se sostenía con eso y una beca que le otorgó Bellas Artes. Aunque siguió siendo dueña de su cuerpo y su mente hasta el día de su muerte, se le veía por la calle vestida en harap o s d i c i e n d o : “ S o y l a d u e ñ a d e l s o l : cada mañana lo hago salir con mi mirada, y cada noche lo devuelvo al ocaso.” •

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