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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 27 de marzo de 2016 ■ Núm. 1099 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

EsthEr AndrAdi

La vida escrita de

Virginia Woolf Antonio VAllE:

¿Quién no ama a

VirginiA Woolf? CArlos torrEs:

plenitud de color y luz

VilmA fuEntEs

El embajador del sufrimiento (sobre El hijo de David)

iVán András BojAr

Entrevista con m inErVA m ArgAritA V illArrEAl


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27 de marzo de 2016 • Número 1099 • Jornada Semanal

Alexander Naime S. Henkel

A una hija en el

Metro Polanco SONRÍE Y SÉ AMABLE, EL MUNDO NO ESTÁ PARA PELEARSE.

Mañana lunes 28 de marzo se cumplen exactamente tres cuartos de siglo desde que la inglesa Virginia Woolf acabara con su propia vida luego de haber escrito, en carta a su esposo, “ya no puedo continuar...” La célebre autora de La señora Dalloway, Las olas, Orlando y Los años, entre otros títulos, siguió así al filósofo Walter Benjamin y antecedió al narrador austríaco Stefan Zweig, quienes también se suicidaron durante los crueles años de la segunda guerra mundial. Antibelicista de pensamiento libre, Woolf es retratada por Esther Andradi y Antonio Valle como lo que ha sido

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e tomaré de la mano para que no te rompas. Mientras duremos así, andaremos por el andén de Polanco. Y te diré, en el subsuelo, sabiendo que suelo equivocarme: experimenta con diferentes vagones, está permitido. Cada uno tiene su ventaja, su grafiti, su póster. Con el tiempo encontrarás ese que mejor te queda. Pero también sabe que no tienes que subirte a todos. Los primeros no son los únicos, ni los últimos los mejores. Evita las horas pico. Mil personas andan ahí, tratando de hacer la misma cosa de mil maneras. Descubre mejor las horas solitarias del Metro, cuando en el andén esperas junto a la señora que vende pulseras en Masaryk y le habla en náhuatl a sus hijos, futuro de tu cultura, o el albañil que ronda como fantasma de cal, irguiendo el imperio de Slim como lo hizo con Tenochtitlan, o la pareja joven que regresa de una fiesta, y no para de topar sus frentes jurándose amor por siempre. Cree en ellos, en eso que se dicen. De lo contrario tú no estarías aquí. Cuando te digan ilusa por creer, no te rindas, son palabras de gente que murió antes de tiempo. Si tienes que viajar en horas pico recomiendo esto: aprende a empujar. Tu mamá te dirá lo contrario pero tú empuja, empuja para que personas puedan salir adelante y también empújalas para que entren al vagón. Aunque no las vuelvas a ver en la vida te agradecerán, porque el Metro se va y no espera a nadie. No uses faldas cortas. Distraen de tu personalidad. Aquí tienes que defender tu espacio, no incitar a invasores. Sonríe y sé amable, el mundo no está para pelearse, una sonrisa tuya aliviará el mal momento, no tu falda. Sé que te gustarán los zapatos y apren-

derás a cuidarlos, pero mira a los niños que se arrastran por el suelo limpiando calzado ajeno a cambio de un peso. Sé solidaria, deja la caridad a #Ladies y #Lords. La necesitan. Aprende que aquí, abajo, hay gente que tiene menos y su condición no es una coincidencia de la época, son vidas que se inflan con el aire y se pinchan con el filo, no son chusma, no son prole, son vidas que intentan. No sé la respuesta ni la solución a nada de esto, solo sé que es parte del mundo que te dejo. Cuando conozcas la injusticia no le des la espalda, mírala, enójate y con tus crayolas escribe en los respaldos “nube”. Harás magia: gente que nunca conociste flotará en un túnel. Canta, ríe, baila. Sé espontánea. Sé la hija de tu madre. Aquí las personas no pueden ni levantar su cabeza, son alcancías que se llenan pensando en dinero y mañana. Deposítales algo de risa en sus segundos, transforma sus pensamientos de peso a alegría, que tú mucha tienes, porque tu madre y yo nos rompimos para que esa fuera tu herencia. Algún día me subiré a un vagón al que tú no puedas acompañarme. Estaré, ojalá, en un asiento del vagón que llenaste de nubes. Hasta ese momento o cuando nuestras manos se suelten, yo me romperé por ti para que seas inquebrantable. Aprende. Acá, abajo, en los cimientos que sostienen Polanco, uno se rompe, crece. En eso no me equivoco

El icono de la estación Polanco del Metro, ubicada en una de las colonias más prósperas de Ciudad de México, es una torrecilla de estilo barroco libanés, conocida como la torre del reloj en el parque Lincoln. Túnel de entrada al Metro Polanco. Foto: José Carlo González/ La Jornada

desde siempre: una de las voces más finas y poderosas de la literatura en lengua inglesa y universal. Completa el número una entrevista con la poeta mexicana Minerva Margarita Villarreal, así como un texto del húngaro Iván András Bojar sobre la excelente cinta El hijo de David.

Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

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Portada: Virginia y el Ángel de la casa Ilustración de Christiaan Tonnis, Virginia Woolf a través del espejo, CC BY-SA 2.0

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.


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VOZ INTERROGADA

La poesía:

ámbito de flotación LA REGIOMONTANA ES PREMIO NACIONAL ALFONSO REYES. Fuente: circulodepoesia.com

entrevista con Minerva Margarita Villarreal Ricardo Venegas Minerva Margarita Villarreal (Montemorelos, Nuevo León, 1957). Ha merecido distincio­ nes como el Premio Nacional Alfonso Reyes, Premio Interna­ cional de Poesía Jaime Sabines y el Premio de Poesía del Certamen Internacional de Literatura Letras del Bicente­ nario Sor Juana Inés de la Cruz, entre otros. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 2011.

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res regiomontana, ¿cómo fue comenzar a escribir poemas desde Nuevo León? –Nací en Montemorelos, en la zona citrícola del estado. Nos mudamos a Monterrey cuando yo tenía cuatro años, pero cada fin de semana regresábamos a ese sitio privilegiado del paisaje norestense y muchos veranos y muchos inviernos los he pasado allí. La carretera está rodeada por la Sierra Madre y el verdor la atraviesa de lado a lado. Mi padre quedó huérfano a muy temprana edad, tuvo que empezar a trabajar muy joven, y su segundo oficio, entre varios que tuvo, fue el de chofer. Amaba conducir de un lugar a otro y nos llevaba a explorar prácticamente todo el estado. Andábamos de pueblo en pueblo, como el Quijote. Creo que fue en esos trayectos que yo me inicié en el

ejercicio de la contemplación, que es estático y sin embargo te mueve internamente todos los cables; los que sabes que tienes y los que desconoces. La poesía tenía que venir, y llegó porque nos necesitábamos. En mi familia ha habido una sensibilidad exacerbada; en sí misma es una potencia emocional que da miedo. Así es que para donde volteara, fuera madre o padre, necesitaba a la poesía. Pero empezar a escribir poemas no fue fácil, porque entre la infancia y la adolescencia me había hecho de una coraza como si se tratara de una coronación. Y la poesía es una acción que al revelarse se te rebela, entonces iba contra mí, contra lo que yo era o pensaba en aquel entonces que era. Y aunque empecé a escribir antes, fue en Israel, en un salón de clases de un centro de estudios que había habilitado la oea en la calle Shoshanat Ha Karmel, en Haifa, donde ocurrió mi conversión. Y eso fue: una conversión, porque con la poesía entré en una zona sagrada. Estaba tomando la clase más valiosa, con uno de los maestros más brillantes que he tenido, y, sin embargo, de pronto me distraje porque sentí que había algo tras la ventana: desde un árbol inmenso y frondoso alguien que no vi me llamó y aquí estoy. Se abrió un ámbito de flotación que me alejaba del resto del grupo estando ahí. Dejé de escuchar al maestro. A partir de ese momento todo cambió. Lo importante no es dónde ni cuándo empieces a escribir, sino ser capaz de ser fiel al llamado, a esa exposición, pues la poesía te requiere y te expone, hay un acto de sometimiento de por medio, de obediencia y seguimiento. Tu voluntad queda a su servicio: “Una rosa es una rosa es una rosa es una rosa”; una explosión de sentido deriva de este verso de Gertrude Stein. Pero escucharte, internarte en la voz o las voces, dejar que su tinta te manche, que exprese lo que es ineludible expresar, en esto radica la plenitud y la riqueza de la escritura del poema. Porque obliga a explorar tierras inéditas, obliga a entrar en el vacío, a asumir la nada que devora, a consumirte y consumarte en el trazo. Ahora bien, Nuevo León, con toda su riqueza geográfica, que es una maravilla, ha sido víctima de un centralismo patético, dictado por la industria y la especulación. Monterrey parece concentrarlo todo, esa es la gran mentira; tiene concentrada la riqueza que deriva de la usura, pero la vivacidad del lenguaje de los campesinos del sur del estado, la arquitectura de los cerros, el desierto del norte poblado de pitayas y flores de palma que descienden del cielo, esa riqueza no la pagas con nada. Mis poemas se deben a ella: con esa belleza estoy obligada. Y mi vida se ha orientado por la dificultad, ¿qué sentido tendría vivir en lo fácil?, ¿de qué escribiría? En cambio así, inconforme, siempre hay una fuerza que me obliga a adentrarme y soltar.

–¿Cómo llegaste al epigrama? –Siendo muy joven me llamaron los griegos y los latinos, no sé si por herencia, porque en mi familia hay afición por los nombres latinos. Tengo un tío que se llama Ovidio, otro se llama Juventino, y somos tantas Minervas entre mis primas y yo porque en cuanto nacimos nos nombraron así para honrar la memoria de la hermana mayor de mi padre, que así se llamaba y murió muy joven. El Diccionario de mitos que hizo Carlos García Gual para Alianza, junto con la Antología de la poesía lírica grie­ ga que él mismo tradujo, fueron mis libros de cabecera cuando empecé a escribir. Me fui llenando de ese ambiente en el que me sumerjo cada vez que puedo. De hecho son libros que he comprado varias veces, las últimas ediciones han sido obsequios de Carlos, a quien conocí como un regalo de los dioses hace pocos años y de quien me he hecho una amiga total. Después de mi pasión por Safo, Arquíloco de Paros, Simónides y otros epigramáticos griegos, tuve un descalabro: me enamoré perdidamente de Catulo y de Marcial, uno a la vez y los dos a un tiempo, a pesar de que el espacio de cada uno ocurrió en momentos distintos y bajo sistemas políticos diversos. A pesar de que uno era romano, hijo de un padre influyente, amigo de César, a quien Catulo no rendía pleitesía; y el otro era un provinciano que había llegado a Roma a probar suerte como poeta desde su natal Hispania. Con ellos aprendí a observar crítica y maliciosamente las apariencias. A denunciarlas. A no hacer concesiones con la realidad que emerge en el poema. Es un género al que recurro cuando ya no puedo más


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27 de marzo de 2016 • Número 1099 • Jornada Semanal

Carlos Torres:

plenitud de color y luz EL PINTOR MEXICANO NACIDO EN CHIHUAHUA JUEGA CON LA MAGIA Y LA “INSOLENCIA JUVENIL”.

Vilma Fuentes

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l abrir los ojos a cada despertar, así sea en la semioscuridad de la madrugada, veo tiritar el fulgor que, semejante al de una veladora, brota de una tela colgada de la pared junto a mi cama. La visión de este cuadro, que llamo familiarmente “El Autobús”, tela del pintor Carlos Torres, me devuelve los fragmentos dispersos por el sueño de los millares de recuerdos que soy. Reconciliada con mi entorno y conmigo, sonrío a ese mañana oscuro hacia donde avanza el camión escolar: camino que augura encuentros y sorpresas, lo desconocido está a mi alcance. Dejar atrás lo ya conocido es, acaso, la única condición cuando se desean nuevos hallazgos. El camioncito no cesa de avanzar hacia el exterior del cuadro. Cada mañana emprende su recorrido por Ciudad de México, de una colonia a otra, de la casa de Carmen a la de Laura, de la esquina donde esperan las gemelas Bodet, ya cerca del colegio que es nuestro diario destino. Un vistazo hacia esa tela basta para devolverme a mi infancia y a esas horas del amanecer cuando recorríamos una ciudad aún despoblada entre terrenos baldíos y zonas desérticas para acceder a islotes de edificios y casas donde el camión recogía a otras alumnas. La luz emana del centro de la tela: un túnel iluminado en contraste con su entorno oscuro, donde la negritud

Dípticos. Dos cuerpos independientes pero presentados siempre unidos

aumenta entre las pinceladas del oleaje nocturno alrededor de un camión escolar, llamarada rojiza que avanza hacia las tinieblas del futuro dejando atrás la luminosa infancia de sus pequeñas viajeras. El vehículo obstruye la visión del fondo de ese túnel: el misterio de los orígenes de la luz queda velado. ¿Cómo podría ser de otra manera cuando se trata de la aparición del ser? Eclosión de la mirada que vuelve visible lo invisible. La pintura de Carlos Torres está hecha de la oposición entre el vacío y lo lleno. Ausencia y presencia, tan angustiantes una y otra, ambas jubilatorias. Silencio apacible o murmullo acariciador de otras voces. Cada una de sus telas calla y habla. Es enigma y revelación. De esos contrastes se alimenta el arte de Torres y a través de ellos se expresa su genio. La creación, para Carlos, es un juego de escondidillas, pero también de apariciones. Si se pretendiese hablar de un método en la obra de Torres, habría tal vez una palabra más adecuada que la de juego, acaso la de magia. A semejanza de un mago, aunque sin necesidad


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Dípticos. Dos cuerpos independientes pero presentados siempre unidos. Técnica mixta sobre papel y madera

de un sombrero de copa, Carlos Torres desaparece objetos y, en el mismo pase de magia, aparece otros, acaso los mismos pero que, situados en otro lugar, se vuelven otros. ¿Seríamos la misma persona de haber nacido en el siglo xii y no en el xx , en Argel o en México? Somos el mismo y somos otro: “Yo es otro”, escribe Arthur Rimbaud con la claridad de la revelación. Su destello hiere la vista. La identidad se desvanece fragmentada sólo para reaparecer, aún más luminosa, en una nueva aglutinación de esos restos vueltos polvo, reanimados por el soplo de una creación perpetua. Carlos Torres, de una insolencia juvenil, parece flotar en vez de caminar. Lo tiene uno enfrente y aparece de lado, atrás, lejos, peligrosamente cerca. Sus desplazamientos de una ciudad a otra, de un continente a otro, han sido decisivos en la evolución de su obra. Aunque él insiste que, como señaló Matisse, siempre se hace el mismo cuadro, hay cambios en esa mismidad. ¿Cómo se es el mismo a través de la metamorfosis con que los años nos forman y deforman? ¿Qué tiene que ver con el pequeño Carlos nacido en Peña Blanca, un pueblo perdido en la sierra de Chihuahua, provisto como se debe de un burdel, pero no de electricidad? ¿O con el chamaco que descubre los semáforos a los diez años cuando llega a la capital del Estado? Lejos también está el joven Carlos Torres que llega a estudiar pintura en la Esmeralda en la laberíntica Ciudad de México, donde sueña con ir aún más lejos. En 1974, Carlos llega a París, ciudad mítica. No sabe aún que ha llegado a su meta. Una tarde, de pie en el centro del Pont-des-Arts, tiene la impresión de encontrarse en la parte más alta del planeta, en su cima. Deja de soñar en otras ciudades. Se siente, al fin en su lugar: “Mi luna de miel con París dura ya cuarenta y dos años.” Sus primeros trabajos son claroscuros. El color, ahora un misterio que lo obsesiona, no le interesaba. Para Carlos, lo esencial era entonces la luz. Torres atribuye esta obsesión por el color a un viaje a la India donde el colorido de sus calles, sus mercados, su cielo, las vestimentas de la gente fue un estallido de tintes. De esa época, anterior a la revelación del color, data una serie de piezas que llamó “cache” (escondido): una escultura era en parte enterrada en un bloque, una pintura en otra. En 1988, Severo Sarduy escribe sobre la aventura pictórica de Carlos Torres un texto titulado “Luz fósil”, del cual extraigo algunos párrafos significativos: Al principio era la luz. Transparente, unánime: invisible. Luego, como si quisiera desfrutar de sí misma, o contemplar su reflejo especular, la luz creó el iris… En su exceso,

La pintura de Carlos Torres está hecha de la oposición entre el vacío y lo lleno. Ausencia y presencia, tan angustiantes una y otra, ambas jubilatorias.

Carlos Torres recorre las secuencias y reconstituye las escenas de esta posible cosmogonía del color, de esta verosímil historia del iris.

el color perdía su significación y su fuerza. Para que revelara su intensidad, para que deslumbrara con el puro yang de su energía, era necesario ocultarlo, obturarlo, cegarlo en parte. Carlos Torres recorre las secuencias y reconstituye las escenas de esta posible cosmogonía del color, de esta verosímil historia del iris. Ocultar, obturar, tachar, borrar, para recuperar en la mirada el impacto del cromatismo original, la percepción adánica: las islas de la luz nueva.

Ocultar, borrar para ver mejor. “Entre menos se ve, más se ve.” Aislar un fragmento de la tela para verlo más, mirar lo esencial, tal cual, recuperado al extraviarlo. Hacer el vacío para crear lo lleno. Los dípticos de Carlos Torres son el resultado de una línea blanca, trazada al azar por el artista en cualquier parte de la tela. Moverla hacia uno u otro lado para desaparecer el fragmento recorrido y desplazarlo a otra tela. El centro toma el lugar del entorno y el derredor ocupa el lugar vaciado del centro. La plenitud estalla en las telas de Torres y se derrama de ellas

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¿Quién no ama a

VirginiaWo LA ESCRITORA TRASPASÓ EL “TECHO DE CRISTAL” IMPUESTO POR LA ARISTOCRACIA MACHISTA DE INGLATERRA Y ESCRIBIÓ NOVELAS, POEMAS, ENSAYOS Y DIARIOS.

Antonio Valle Foto de George Charles Beresford, 1902. Dominio público. Fuente: wikiwand.com

Todos los secretos de un escritor, todas las experiencias de su vida, todas las cualidades de su mente están ampliamente escritos en sus obras. Virginia Woolf

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ste 28 de marzo, al cumplirse setenta y cinco años de ese abismal, fascinante, ritual, abominable, amoroso o perverso suicidio –cada quien decide el adjetivo que mejor le parezca, o, tal vez, como Bartleby, el inmortal suicida creado por Melville, preferimos no hacerlo porque, me parece, echamos a andar un genuino mecanismo de sobrevivencia–, lo realmente importante es examinar las razones por las que Virginia Woolf llegó a tomar esa decisión, que comparte con un puñado de poetas y narradoras exquisitas, grupo selecto que para fines de un estudio de corte psicoanalítico podría reunirse en torno a una especie de inquietante “sociedad de las poetas muertas”. Por otra parte es significativo que la obra de nuestra novelista, nacida el 25 de enero de 1882 en una Inglaterra dominada por aristócratas machos empecinados en hacer valer la moral victoriana, se mantenga como una de las más grandes, consistentes y profundas creadoras, cuyas novelas se venden en todas las librerías y pueden consultarse en las bibliotecas de casi todo el mundo. Especialmente a raíz de la realización de la extraordinaria película Las horas –dirigida por Stephen Daldry y basada en la novela homónima de Michael Cunningham, historia cruel que a la vez abreva genéticamente en La señora Dalloway de Virginia Woolf–, es que se ha consolidado el interés creciente de los jóvenes más sensibles por conocer su obra, al mismo tiempo que renovó la devoción de viejos lectores. Virginia Woolf era una ensayista suprema. En los ensayos sobre la obra de sus autores predilectos, como George Eliot o Emily Brontë, se empeñaba en que sus lectores establecieran un contacto franco, íntimo y directo con ellos. Empleando un estilo libre de afectaciones académicas, como los grandes escritores de todos

los tiempos, ella también aborrecía “el aparato” y la pose ilustrada y autosuficiente. En ese sentido tuvimos noticias recientes de que en Estados Unidos existen cientos de universidades que ofrecen materias y servicios para dejar en condiciones inmejorables a las personas que deseen “convertirse” en escritores. Evidentemente, fuera de honrosas excepciones, pocos han sido los poetas y narradores verdaderamente importantes que se han matriculado en dichas instituciones. La explicación es sencilla: como dice Octavio Paz al definir el oficio de los poetas –actividad que se extiende a los grandes narradores creadores de poéticas–, la materia prima de sus historias tiene como origen y sustento su propia experiencia. Me parece que Virginia Woolf, junto con Marguerite Yourcenar, o con nuestra Elena Garro, por ejemplo, pueden ser consideradas como narradoras-poetas auténticamente versadas en la paradójica e insondable condición humana.

II. VAMOS A VERNOS VER

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ace más de treinta años, mientras leía Las olas, creí escuchar –o imaginé– los golpes que el mar daba en una remota playa de Inglaterra. De vez en cuando levantaba los ojos para “echar una miradita” a dos criaturas que nadaban en la pequeña, y a veces brava, playita de Puerto Ángel. Seguramente por el poder hipnótico de la novela-poema de Virginia Woolf me fui adentrando en un estado de duermevela. Después de pasado algún tiempo, elástico y remoto, como “un ojal que se llena”, alcancé a escuchar los gritos de los chiquillos que, sometidos por una contramarea, o por la indiferente impiedad del mar Pacífico, estaban ahogándose. En cuestión de segundos nadaba hacia ellos y gracias a una ola favorable logré asegurar a los chicos en mis brazos. Seguramente por esa experiencia traumática olvidé terminar el libro de Virginia. Tuvieron que pasar algunas décadas hasta que volví a soñar con las voces de las criaturas que seguían pidiéndome a gritos que los rescatara de aquel y de otros olvidos. Comprendí que debía volver a Las olas y así lo hice. Fueron los

recitativos de Virginia los que me hicieron conectar con una zona remota donde volvía a establecer contacto con las criaturas. La maravillosa novela de Virginia no sólo resistía al paso del tiempo real y el ataque feroz de “la postmodernidad”, sino también a mis temores y olvidos atávicos aquí innombrables. Iremos a parar a cualquier playa. Vamos a hacer un fuegui– to contra el frío y el hambre. Vamos a arder bajo la misma noche. Vamos a vernos, ver.

No lo sé de cierto, pero me parece que este excelente poema de Juan Gelman, si no se nutrió de la novela de Virginia ha sido por la sencilla razón de que comparte la gnosis holística de Las olas, poema cuya experiencia sensorial me hizo recordar un obsequio, que por una insensata decisión volví a depositar en las aguas de Zipolite (mar de muertos), playa y aguas azules, estas sí verdaderamente de cuidado, que se encuentra a unos pasos del Puerto Ángel en Oaxaca. Aquel obsequio era una concha de mar cubierta de imprimaturas, piedras salinas y caracoles de diversas dimensiones y colores que me encargó una amiga, pintora, budista y viajera altamente sensible. En aquella cubierta, al mismo tiempo nacarada y delicada, agreste y desgastada, creí entender que estaba escrita una fracción de la novela célebre de Virginia, es decir, un fragmento de la historia más antigua de la tierra, una historia del mar y de la abismal cómplice que narraba de Las olas.

III. LAS HORAS Y LA SEÑORA DALLOWAY

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ediante una serie de secuencias cinematográficas muy bien planeada de flashbacks y de flashforwards, es decir, regresando y alterando el orden “lógico-cronológico” de los acontecimientos, encontramos tres historias entreveradas con maestría y vemos en pantalla cómo Virginia Woolf, interpretada por Nicole Kidman, se hunde con un abrigo


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oolf? lleno de piedras en el río Ouse. Enseguida aparece la segunda historia en la que Laura Brown, una joven embarazada de su segundo hijo, depresiva y presumiblemente homosexual, está leyendo la novela La señora Dalloway, (es la década de los cincuenta en la ciudad de Los Ángeles). La tercera historia transcurre en Nueva York, en los albores de este milenio, donde Clarissa, “avatar” del personaje protagónico de la novela de Virginia Woolf, se dispone, como en el relato original, a comprar flores para la fiesta que le organiza a un extraño poeta, más bien ilegible y enfermo de sida (todo nos hace suponer que se trata del hijo de Laura Brown, la angelina embarazada); poeta con el que Clarissa, interpretada por Meryl Streep, sostiene una larga y tormentosa relación afectiva. Tan extraordinario ejercicio intertextual entre dos novelas y tres épocas a través del cine, nos permite volver hacia los temas más caros de Virginia Woolf –y con ello a temas de apremiante actualidad–: el problema de la soledad y de la extraña vida interior de las mujeres, tema ligado directamente al problema de la identidad y las preferencias sexuales; las dificultades de la alienación y el lenguaje (mediante la puesta en escena de la tragedia que implica la incapacidad del poeta para expresarse con mediana claridad) como las que experimenta Septimus, el personaje loco de La señora Dalloway, que al sentirse asediado por los servicios de salud mental ingleses termina por encontrar una mejoría en el suicidio; además del gran tema de fondo que son las guerras, las postguerras y sus secuelas violentas y alienantes; primero en una sociedad inglesa de moral victoriana que impide la libre expresión de los sentimientos –particularmente de las mujeres–, impedimento que no está lejos del ambiente festivo y falso con el que la clase media estadunidense vivió el triunfo de la segunda guerra, locura cuyas olas traumáticas alcanzan tanto a Septimus en La señora Dalloway como a los personajes gays y suicidas de Las horas en pleno siglo xxi . Verdaderos nudos existenciales de tres generaciones.

después aparecerían los primeros síntomas depresivos y las crisis nerviosas que –fuera de algunos periodos de felicidad intelectual y literaria– no la abandonarían hasta su muerte.

V. ABISMOS DE LA INCONSCIENCIA/ FLUIR DE LA CONSCIENCIA

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as fracturas y tensiones provocadas por la desaparición de personajes familiares provocaron en Virginia una serie de trastornos que –al mismo tiempo que la obligaron a someterse a violentos y casi ridículos tratamientos médicos– la incitaron a buscar en el lenguaje varias rutas de acceso a las pulsiones –olas– de su inconsciente. Es necesario señalar que, además de la obra de Sigmund Freud, elaborada desde principios del siglo xx , se fraguaron algunas de las obras literarias cumbre que, mediante diversas técnicas poéticas y narrativas, exploraban por primera vez en el inconsciente, digámoslo así, personal y colectivo. El Ulises de James Joyce y Tierra baldía de t . S . Eliot fueron algunas de las obras que influyeron en su estado de ánimo, pero al mismo tiempo debieron generarle una reacción paradigmática, de manera especial En busca del tiempo perdido, la novela río por excelencia escrita por Marcel Proust, escritor a quien Virginia Woolf leyó con admiración y avidez durante años.

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a inteligente amanuense y líder del influyente grupo de intelectuales y escritores de Bloomsbury –que además había fundado la editorial Hogarth Press, donde publicaron escritores como Katherine Mansfield, t . S . Eliot y Sigmund Freud–, a pesar de sus recurrentes crisis anímicas generó una de las obras más consistentes del siglo xx , obra basada en la introspección, en las ricas conversaciones con sus amigos escritores y colegas, así como en su rica formación autodidacta. Algunas de estas reflexiones quedaron registradas en Fin de viaje, además de las ideas que en torno a los derechos femeni-

IV. “NADA ES MÁS FUERTE QUE LA POSICIÓN DE LOS MUERTOS ENTRE LOS VIVOS”

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n alguno de sus diarios Virginia apuntó: “Me pregunto si no… practico… la autobiografía y la llamo ficción.” Esta frase puede aplicarse al conjunto de su obra, pues la vida de Woolf estuvo signada por una cantidad increíble de eventos trágicos. Particularmente durante el breve período de ju ventud, durante el cual muere su madre y una de sus hermanas más queridas; a esto se suma la violencia sistemática, soterrada o abierta, que ejercía la so ciedad victoriana contra las mujeres: “Casi todas las casas victorianas tenían su ángel… esta criatura… nunca tuvo una existencia real… era un sueño, un fantasma…. Hice lo posible por asesinarlo. Si no lo hubiera matado, él me hubiera matado a mí… como escritora”, dice Virginia en uno de sus diarios. Además padeció el acoso y la intimidación sexual de sus medios hermanos. Poco

Fuente: wikiwand.com

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nos de pensamiento y creación expuso en su emblemático ensayo Una habitación propia; a partir de esa crítica, de la que ya no pudo recuperarse la rancia sociedad paternalista de Inglaterra, se convirtió en un icono del movimiento feminista planetario.

VII. ¿QUIÉN LE TEME A VIRGINIA WOOLF?

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irginia Woolf fue víctima de la ignorancia y la barbarie de los servicios sanitarios de salud mental ingleses de vocación victoriana. No fueron pocas las ocasiones en las que Virginia se enfrentó, incluso de manera física, con doctores y enfermeras que solían doparla, denigrarla e internarla contra su voluntad en clínicas de salud mental. Nunca sabremos a ciencia cierta en qué grado le afectaron somníferos, camisas de fuerza, maltrato de médicos y enfermeras, aunque debemos suponerlo por la escena donde se lanza por la ventana de una clínica o por la energía con la que escribió contra la profesión médica y su retórica represiva. Sin embargo, a pesar de esta adversidad, Virginia expresó: “el máximo abatimiento personal es el más cercano a una auténtica visión.”

“Me pregunto si no practico la autobiografía y la llamo ficción”

Como otras narradoras y poetas navegantes de su propia galaxia, de la historia y de su varia circunstancia (Alejandra Pizarnik, Silvia Platt, Alfonsina Storny, Rosario Castellanos y Violeta Parra, por ejemplo), Virginia Woolf escribió novelas, poemas, ensayos y diarios– plenos de sentido, de belleza y rebeldía, una obra exquisita donde Las horas del Big Ben londinense y Las olas de la costa inglesa continúan fluyendo en las zonas veladas de nuestra conciencia.


Esther Andradi

La vida escrita de ESTE AÑO SE CUMPLEN TRES CUARTOS DE SIGLO DEL SUICIDIO DE LA EMBLEMÁTICA ESCRITORA INGLESA.

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LA AUTORA DE LA SEÑORA DALLOWAY Y LAS OLAS NACIÓ EN 1882 Y MURIÓ EN 1941. espuntaba el año 1941 y Europa se hundía en el terror y la muerte. La segunda guerra mundial había estallado en 1939, el fascismo se extendía, cientos de miles de emigrados abarrotaban trenes y barcos huyendo de las persecuciones y otros tantos golpeaban las puertas de embajadas en busca de refugio. El mayor de los genocidios del siglo xx en territorio europeo había comenzado. Desde unos meses atrás Inglaterra, y especialmente Londres, era azotada por el blitz, los ataques aéreos de la Luftwaffe. Distritos enteros de la ciudad en ruinas eran devastados por las llamas. En medio de ese desastre, el 28 de marzo de 1941 la escritora Virginia Woolf se arrojó al río Ouse y logró que su cuerpo lo tragara la corriente. Fue en Rodwell, donde con su esposo Leonard Woolf tenían una residencia para pasar los veranos y ahora era el refugio contra los bombardeos. La primavera ya estaba allí pero las aguas bajaban heladas todavía. Días antes ya lo había intentado, pero el río la devolvía a la orilla. Entonces llenó de piedras los bolsillos de su abrigo. Numerosas piedras recogidas en su caminata por la ribera. ¿Fueron las piedras del fascismo, de la violencia, del orden patriarcal, tan soberbio como ridículo, las que la arrastraron al fondo de las aguas? Más de un mes después encontraron su cuerpo. Pero las ondas gravitacionales de sus ideas siguen llegando. A diferencia de las galaxias, cuanto más tiempo nos separa de su muerte, más luminosas nos alcanzan. Más provocadoras.

EL ÁNGEL DE LA CASA

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Virginia en 1927. Dominio público. Fuente: wikiwand.com

acida en 1882, Virginia creció en un hogar privilegiado, estrechamente vinculado a la elite intelectual de la época, con una grandiosa biblioteca a su disposición y en una familia ciertamente numerosa, con varios hermanastros por parte de ambos progenitores, que se casaron en segundas nupcias. Y recibió una educación muy completa, aunque sin ir a la escuela, al buen uso de los grupos socialmente acomodados de aquellos tiempos. Su madre falleció repentinamente cuando Virginia tenía trece años y fue un golpe muy fuerte para ella. Cuando en 1905 murió su padre, sufrió su primera depresión importante. Pero lo que va a marcar su carácter tiene que ver con el “ser mujer” en la época victoriana, donde el destino reservado para una burguesa era constituirse en el “Ángel de la casa”. Mientras las obreras y niñas estaban obligadas a trabajar a destajo, gracias a esa maquinaria llamada revolución industrial, las mujeres acomodadas gozaban del raro honor de ser custodias del hogar y armonía familiar, dueñas y señoras del orden puertas adentro. Virginia no parece dispuesta a calzarse este corsé para satisfacer ni a la familia ni a la pareja, y pronto se da cuenta de que para

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escribir cualquier cosa que no sea la lista de la lavandería, necesita su propio criterio. La libertad personal. Y es allí donde comienza a oír voces, susurros, reclamos, persuasiones. Consejos de un fantasma. Ella lo describe así: ...el fantasma era una mujer. Y cuando empecé a escribir, la encontré con las primeras palabras. La sombra de sus alas cayó sobre mi página; oí el susurro de su falda en la habitación. Es decir que no bien tomé la pluma para reseñar la novela de aquel hombre famoso, ella se deslizó a mis espaldas y murmuró: “Querida, eres una mujer joven. Estás escribiendo sobre un libro escrito por un hombre. Sé comprensiva; sé tierna; adula; engaña; usa todas las artes y astucias de nuestro sexo. Jamás permitas que nadie sospeche que tienes pensamiento propio. Por encima de todo, sé pura.” E hizo el intento de guiar mi pluma.

Durante la primera fase de su vida creativa tuvo que lidiar con este fantasma “El Ángel de la casa”, como lo denominó, que no era fácil de eliminar por su carácter cambiante y fantasioso. Y concluyó que la primera tarea para una mujer escritora es matar a este ángel, a este fantasma. Y ser libre. Entretanto, la familia se había mudado a una casa del barrio londinense de Bloomsbury, que pronto se convirtió en lugar de reunión de intelectuales, algunos de ellos antiguos compañeros de universidad de su hermano mayor. En el grupo, conocido como Bloomsbury, participaba el historiador y ensayista Leonard Woolf, con quien Virginia se casó en 1912, en pleno apogeo del movimiento sufragista. Un año más tarde, en 1913, la sufragista Emily Davison moría en una de sus acciones de protesta al arrojarse a los pies de un caballo de la cuadra real en el transcurso de una carrera. En 1917 el matrimonio Woolf fundó la editorial The Hogarth Press, el puente por el cual Virginia llegaría al mundo de las letras. Como editora, y a juzgar por las lecturas críticas con que despachaba a sus contemporáneos, se ve que Virginia había tenido éxito en la tarea de enmudecer a su Ángel, sacarlo de en medio, e incluso matarlo, como ella misma asegura en ese alegato sobre los “oficios para mujeres” publicado póstumamente por su esposo. The Hogarth Press se dio el lujo de editar las obras de Sigmund Freud y Robert Graves, de escritoras como Gertrude Stein y Kathrine Mansfield, y de reconocidos exponentes de la literatura rusa como Máximo Gorki, Anton Chéjov o León Tólstoi. Además de rechazar otros tantos notables, como Jean-Paul Sartre, w . H . Auden o el Ulises, de Jame Joyce. “Si ya tuvimos un Homero... no necesitamos otro”, parece que dijo la Woolf según la novelista argentina Susana Sisman, autora de la biografía ficcional Cuando Virginia Woolf desató la cinta azul. Cierto o falso, la cuestión es que la lectura de Joyce la aburría notablemente, según consta en sus Diarios.

FIN DE VIAJE

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n 1915, un año después de comenzada la primera guerra mundial, Virginia publica Fin de viaje, su primera novela. Una obra premonitoria, según su biógrafa, Irene Chikiar Bauer, autora de Virginia Woolf. La vida por escrito. Se trata de un viaje iniciático a Sudamérica. Por entonces Virginia ignora que en el sur de ese


Virginia Woolf continente va a surgir una relación muy especial para su literatura. La editora argentina Victoria Ocampo, su futura amiga y admiradora de las “pampas argentinas”, va a lograr la difusión de los libros de la Woolf en la traducción al español –nada menos– que de Jorge Luis Borges. La Ocampo era todavía, en aquellos años, una joven despreocupada que paseaba su luna de miel por Europa. En Fin de viaje nacen también los personajes de sus futuros libros, como la señora Dalloway, protagonista de la historia del mismo nombre que va publicar en 1925. Y es la novela donde Virginia impondrá la marca de su escritura. “Buscó experimentar maneras menos convencionales de tratar el argumento y los personajes, lo cual requería salirse de los cánones establecidos”, comenta Chikiar Bauer. “Se puede decir que Fin de viaje refleja las preocupaciones de Virginia Woolf durante su adolescencia y primera juventud, siendo centrales cuestiones como las dificultades en las relaciones entre hombres y mujeres jóvenes, la ignorancia sexual y el lugar en la sociedad que ocupaban las jóvenes de su clase, e incluso el efecto de la muerte prematura de la madre.” Ya en esa obra señala la necesidad de un cuarto propio para la protagonista, “donde poder tocar música, leer, meditar, desafiar al mundo, habitación que podía convertir en fortaleza y santuario”.

DÉJAME QUE TE CUENTE

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i la primera tarea de una escritora es liquidar al Ángel de la casa, un cuarto propio es condición sine qua non para ejercer esa libertad conquistada para escribir. Y quinientas libras al año: “Mi tía, Mary Beton, murió de una caída de caballo un día que salió a tomar el aire en Bombay. La noticia de mi herencia me llegó una noche, más o menos al mismo tiempo que se aprobaba una ley que les concedía el voto a las mujeres. Una carta de un notario cayó en mi buzón y al abrirla me encontré con que mi tía me había dejado quinientas libras al año hasta el resto de mis días. De las dos cosas –el voto y el dinero–, el dinero, lo confieso, me pareció por mucho la más importante.” Así lo manifiesta la Woolf en ese ensayo fundante que se llamó precisamente “Un cuarto propio” (“A Room of One ’s Own”) publicado en 1929. Un lugar donde: “es necesario que haya libertad y es necesario que haya paz. No debe chirriar ni una rueda, no debe brillar ni una luz. Las cortinas deben estar corridas.” El encargo de una conferencia acerca de “Las mujeres y la novela” desata un trabajo de más de ochenta páginas donde Virginia, con gran sentido del humor, abre la caja de Pandora de la particularidad de la escritura: “Sería una lástima terrible que las mujeres escribieran como los hombres, o vivieran como los hombres, o se parecieran físicamente a los hombres, porque dos sexos son ya pocos, dada la vastedad y variedad del mundo.” Un año antes Virginia había publicado su novela Or­ lando, el viaje de una mujer a lo largo de más de cuatro siglos de la historia de Inglaterra, personaje que en algún lugar de la travesía se convierte en hombre. Dedicada a su amiga Vita Sackville-West, es una biografía ficcional de ella, un análisis de las identidades sexuales, la creatividad, los sueños y la vida. Y una versión satírica de amigos, parientes e incluso de la propia Virginia en clave de humor. Como la princesa Budur de Las mil y una noches, el cambio

de sexo de Orlando no modifica su identidad, pero sí su futuro. “No necesito odiar a ningún hombre; no puede herirme. No necesito halagar a ningún hombre; no tiene nada que darme” es la consigna de la Woolf. Nueve novelas, varias piezas de teatro, colecciones de relatos, ensayos, críticas, la producción de la escritora es una invitación a la aventura que sucede en los interiores, una exploración de la intimidad, las pulsiones y sentimientos de sus protagonistas. Y también una escritura que es un legado, un tatuaje irreversible. Con todo, la literatura de Virginia Woolf permaneció sumergida casi tres décadas después de su muerte, para reflotar en los setenta gracias al descubrimiento de las feministas que enarbolaron El cuarto propio como bandera personal e intransferible.

POR TRES GUINEAS

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n 1938, cuando Europa ya era una promesa para el infierno, la Woolf publica su alegato pacifista “Las tres guineas”, un ensayo crucial contra la guerra. La “guinea” era considerada más “de caballeros” que una libra. Al comerciante, al carpintero, se le paga en libras, pero a los caballeros en guineas. Partiendo de este código de “caballeros”, Virginia responde a una carta que le consulta sobre cómo evitar la guerra. ....mientras ustedes harán uso de los medios suministrados por su posición –coaliciones, simposios, campañas, grandes nombres y todas aquellas medidas públicas que su riqueza y

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política influencia ponen al alcance de sus manos–, nosotras, que seguiremos siendo extrañas, haremos experimentos.

De esa lucha contra la desesperación surgen sus últimas novelas: Las olas, en 1937, y Entre actos, de 1941, publicada póstumamente. Los cañones, los aviones, los desfiles a la orden del día y la parafernalia de la violencia, la muerte y el genocidio tomaron la palabra en el continente y el mundo, y apagaron la voz de Virginia. La sumergieron en el fondo del río en una pesadilla sin fin. A setenta y cinco años de la muerte de la Woolf, ¿habrá resucitado el Ángel de la casa? ¿Sobrevuela sobre los ordenadores intentando corromper el tecleo de las escritoras contemporáneas? ¿Será el mismo Ángel quien incita sobre qué escribir, qué ocultar, qué callar? ¿Cuánto veces más tendrá que ahogarse la escritora en el río para que las chicas del “niunamenos”, de los colectivos contra la violencia de género en Sudamérica ya no sean necesarios? ¿Cuántas décadas más para que las escritoras no tengan que escribir con su bebé sobre las rodillas? ¿Cuántos siglos más para acabar con las guerras de todas partes? Mientras tanto desde algún lugar donde Virginia juega una eterna partida de bridge con Doris Lessing, con su voz tenaz seguirá insistiendo: ¿Es menos útil al mundo la mujer de limpiezas que ha criado ocho niños, que el abogado que ha hecho cien mil libras?

Virginia en la Monks House antes de 1942. Fuente: commons.wikimedia.org

YA NO PUEDO CONTINUAR... La decisión de Virginia Woolf de quitarse la vida fue interpretada de diferentes maneras a lo largo de los años. Que si bipolar o depresiva, a qué perturbación mental era atribuible su suicidio. Cuando se aludió a la posibilidad de que la situación extrema en que se vivía a causa de la guerra pudo haber influenciado su determinación aquel 28 de marzo de 1941, voces indignadas se elevaron, comenzando por la de Leonard Woolf, su esposo. Como si quitarse la vida en momentos en que el mundo sufría una violencia sin límites hubiese sido una claudicación. Ya no puedo continuar, confesó la Woolf en su carta de despedida a su esposo. Pero ella no fue ni la primera ni la última entre los intelectuales que optaron por un drástico final frente a los estragos del nazismo y la guerra. El filósofo alemán Walter Benjamin la precedió el 26 de septiembre de 1940 en Portbou, en la frontera española con Francia. En una situación sin salida, no tengo otra elección que la de terminar, escribió. Y el 22 de febrero de 1942 el escritor austríaco Stefan Zweig y su esposa, Lotte Altmann, se suicidaron en Petrópolis, Brasil, donde ambos se habían exiliado. Zweig expresó así su decisión: Creo que es mejor finalizar de pie una vida, en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro, y la libertad personal el bien más preciado sobre la Tierra


LEER F(l)echas en la noche y otros poemas, Jorge Fernández Granados El mar que nos vendieron en la infancia (poemas), Vicente Quirarte Relámpagos, Felipe Garrido Tres lindas cubanas / El metal y la escoria (fragmentos), Gonzalo Celorio Dirección de Literatura /Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2015.

CUATRO VOCES, CUATRO ÁMBITOS REYES MARTÍNEZ TORRIJOS

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on la riqueza de los silencios precisos y esclarecedores en la voz de poetas, narradores e intelectuales, el tono, la evocación y la musicalidad de su obra al estilo de las tertulias literarias, la colección Voz viva de México ha celebrado la palabra por más de medio siglo a través de pequeñas antologías adosadas a una versión sonora. La respectiva creación de Gonzalo Celorio, Felipe Garrido, Jorge Fernández Granados y Vicente Quirarte se agrega a esta serie, publicada por la Dirección de Literatura de la Universidad Nacional Autónoma de México, en ediciones que conjuntan la dualidad de la letra escrita y la oralidad; además, con portadas únicas diseñadas por Vicente Rojo Cama. Las palabras que Eduardo Casar dedica a Gonzalo Celorio se pueden extender al espíritu de los cuatro números de la colección: “Gonzalo lee extraordinariamente bien, y con su manera de leer sabe sacarles a sus textos y entregarles a quienes los oyen, toda la emotividad sonora que contienen, todas sus inflexiones y armonías, y es que la escritura literaria, cuando es de gran calidad, construye una música propia, la red que brilla debajo del trapecio.” Esta red refulge debajo de los cuatro cuadernillos de lujo. Jorge Fernández Granados y su poemario duro, dulce y amargo, F(l)echas en la noche y otros poemas exhibe la más fría desesperanza en un mundo personal de piraustas, fuegos dolidos, desencuentros, exilios pero, a pesar de ello, reconoce: “Tu presencia/ ha sido el extraño argumento de mi vida”, poco después de descargar la sentencia: “Nada va a salvarnos./ Ni el amor, ni la fe, ni la palabra.” Aun en este escenario, prodiga el cierre con unas líneas de plenitud y confianza en “las solas cosas de este mundo/ enumerables y amadas y alumbradas por el sol”. El mar que nos vendieron en la infancia (poemas), de Vicente Quirarte, comparte esta extraordinaria calidad. La ciudad es uno de los temas principales, barrida por la lluvia o cubierta por un manto de noche, la extrañeza es su sino a pesar de una cotidianidad y de albergar a la mujer toda hecha carne para el deseo. Y una inocencia que reflexiona en la ausencia: “Aunque armas y letras te prologuen/ poco a

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poco te irás, como se borra/ el olor del amor bajo las aguas.” Y la evocación de la sensualidad en “Más desnuda, imposible” en tardes de hotel. Las breves líneas de la red brillante en los cuentos de Felipe Garrido, con el título Relámpagos, destellan mientras relatan los encuentros y lejanías, la memoria de palabras que graban momentos que soportan la vida. No se hallan ausentes los nombres femeninos y diálogos preciosos por la descripción condensada de caracteres de protagonistas entrañables como amigos o amantes. Y subyacen la luz y su asociación con las personas queridas, con la belleza del día o la fugacidad de las permanencias. En una colección que incluye la crónica directa que desgrana sucesos donde se columbran verdades importantes, en estos fragmentos seleccionados de la novela Tres lindas cubanas, Gonzalo Celorio describe un viaje a Cuba y expone la visión precisa del mundo de sus antepasados. Describe el país muy ligado a su historia familiar, pero también a la mujer que medra en estos espacios con un detenimiento fascinado. En tanto, los pasajes del El metal y la escoria relatan esa frontera de palabras de la memoria: el listado de la evocación infantil y un repaso por el tiempo joven, adulto y viejo •

Las horas situadas, Leandro Arellano, Monte Ávila Editores, Venezuela, 2015.

LOS PASOS Y EL ENTORNO ANTONIO TRUJILLO

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n el prefacio de este libro, Leandro Arellano da cuenta de Monte Ávila Editores y su relación afectiva con la generación del autor en México. Esta obra reúne una serie de ensayos y artículos referidos a distintos temas dispersos en revistas y publicaciones, principalmente en La Jornada Semanal, así como algunos inéditos. Son textos escritos desde abril de 2008 a diciembre de 2013, en Corea, El Salvador y Ciudad de México. La primera parte incursiona en las pasiones humanas, en la política y la literatura, “dos maneras que no se dan cuartel en el corazón de los hombres”. La afición del autor por la cultura rumana recibe un homenaje en la segunda parte. Jornadas, la tercera sección, agrupa reflexiones sobre contingencias humanas intemporales. La última parte consiste en meditaciones sobre el tiempo y su fluir constante sobre la condición humana. Vengo de andar con mis ojos estas horas situadas sin la angustia de quien lee para presentar un libro, más bien con la tranquilidad de lo leído para sí. Con esto saldo deudas con mi propia angustia y doy gracias al cielo por tener en las alforjas de mi lectura este hermosísimo viaje que nos ofrenda el alma escrita de Arellano. En reluciente y mutante paisaje vive y trasluce su andadura de escritor. Libro erudito éste, tanto por el contenido como por su exacta y transparente prosa. En las armas y en las letras, primer espacio, territorio, casa o lugar, inicia su pasión y nos devuel-

ve al antiguo fulgor de pensar y ser en nuestro destino de lectores habitantes de esa otra “ciudad doliente del hombre”. Fray Luis de León, más allá del oro de los siglos, talla el umbral, y reluce la página situada en permanente llama, allí alumbra el epígrafe, mientras el cronista cruza la niebla, su tiempo, el misterio de una lengua. Y sucede el milagro, el mundo, la nuestra memoria, por aquello de “lo uno y lo múltiple” en la andanza de un ser sumergido en la palabra y obra de aquellos a los que la muerte nunca incendia de un todo, ni siquiera los roza, pues ellos traspuestos de la existencia terrenal, fijan esplendor en la silenciosa nave de los astros. Por ello, presentar este libro en el cuerpo y alma que lo sostiene, llevaría el mismo tiempo, las horas situadas, el desvelo del autor en el candor de ciudades vueltas a vivir por nostalgia y permanente observación. Esa tarea le corresponde al investigador literario; nosotros, lectores furtivos, apenas nos asomamos al deslumbre de un viaje atados por el asombro de quien vive y se desvive por encontrar el alma de la ciudad antigua, de la ciudad moderna que lo habita, ambas en los hilos de un destino común, ardidas y escritas en la piedra y las aguas del tiempo. Desde Plinio y su antigua queja ecológica, viva y reluciente en la Historia natural que lo guarda, tan cerca y victoriosa sobre la modernidad, en su primigenia manera de oír los tallos, mientras sucede el gesto y la savia ya es vocablo del aire. En esa Historia natural se detiene el autor, allí donde Plinio nos recuerda “la naturaleza es mi materia” y condena la violencia y el abuso que el hombre ejerce sobre ella, “creación providencial al servicio de la especie humana”. Así viven los seres que pueblan estas horas bien situadas, sobre el fervor de una escritura que pulsa y escudriña la historia, los pasos del hombre y su entorno inmediato, sin el vano deseo de nombrar las cosas y los hechos, sino asistido por una angustia de lector que escribe y padece la historia, el mundo que habita. Esta pasión memoriosa se da cita en la hora propicia y definitiva de salvar al árbol, aquel momento “de luz inmaculada en la alameda central. ¿Su duración? No más que unos instantes”. De ese espíritu y de infinitas lecturas es el temperamento de quien viaja, ama y escribe por decisión de los dioses. Aquí arden frente a nosotros el paisaje y la palabra, el ser, su historia y la niebla asignada por el cielo en selecta fundación ante el sagrado imaginario de los pueblos. En estas páginas se oyen las aguas de un río común; por él cruzan en distintas ondas, Heráclito, Fray Luis de León, Whitman, Martí, Mandela, Gandhi… todos nosotros, en la sentencia de Steinberg: “El lugar del que provenimos lo llevamos dentro. No se alivia con facilidad. Acaso nunca.” El ser y el sueño de siempre, en la luz, esa astilla del cielo deletreando el destino de turno. Escritura que devuelve lámpara y vigilia, su religioso exilio, en el adiós y el permanente regreso. En ella todo se guarda, se pule, dibuja su humano decir. Andar y desandar Las horas situadas, de Leandro Arellano, poderosa y sutil trama donde nada escapa a lo divino y lo humano, pues al salir de su lectura,

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LEER

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estamos impregnados de mundo, un mundo hoy mal aconsejado por los enemigos de la vida y enfrentado al árbol fundacional de los dioses • Sin rastro de nosotros, Luis Tovar, Eternos Malabares, México. 2013.

COMO UNA SONATA ORLANDO ORTIZ

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in rastro de nosotros está armada como sonata sui generis. Esta calificación responde a que, durante el período barroco, el formato original del género musical (movimiento rápido, lento y rápido) se trastrueca, pues la primera parte (“El sexo y la palabra”) es lento, la segunda (“La costumbre”) es rápida, y la tercera (“Después nada”) es de una lentitud, valga la paradoja, que fluye con rapidez. Al iniciar la lectura recordé a Ortega y Gasset, que en sus “Ideas sobre la novela” opina que la novela es un género moroso, pues, a diferencia del cuento, en el que la peripecia es lo primordial, en la novela lo que le ocurre a los personajes no es lo más relevante, lo que ocurre es importante porque los personajes lo hacen, lo viven. Así, en la primera parte de la novela nos encontramos un desarrollo moroso, realizado con armonías epistolares con la inserción de algunos textos extraños al tema del encuentro y desencuentro de una pareja (Marta y Mario) que incluye el protagonista porque los escribió en el momento que está evocando en la carta. La tensión se apoya en lo accidentado de esa relación que, aparentemente, se dio por el temprano matrimonio y posteriores infidelidades de él, lo cual, como si respondiera una conocida ley de la física, da pie para presuntas reacciones de ella en sentido contrario, al menos, si no con la misma fuerza. Al entrar en la segunda parte sorprende el giro narrativo, verdadero coro de voces narrativas que a su vez corresponden a personajes próximos a la misma pareja del pasaje anterior. Este apartado pone en relieve la capacidad de Luis Tovar como narrador y el arsenal de técnicas narrativas que posee. Por otra parte, también se evidencia la vena irónica y de humor negro que hay detrás de la trama. Las diversas perspectivas muestran mentalidades y formaciones diferentes, así como “la otra cara” de los jóvenes activistas de izquierda para los que su posición política es en realidad una enfermedad de juventud, que al “madurar” desaparecerá, cuando se integren al statu quo público o privado. Desde mi punto de vista, “La costumbre” fluye de manera vertiginosa y certera, enriqueciendo con mucho la trama de la novela y dándole profundidad espacial.

Las tercera jornada retorna a lo que, desde un lenguaje musical, podríamos llamar un tempo alegreto o adagietto, pues de nuevo se presenta la morosidad narrativa pero con una variedad más rica de incidentes y situaciones que en ocasiones lindan con el humor o el sarcasmo, llevando al lector, quiero suponer, a una sonrisa amarga. El punto de vista también cambia, pero, curiosamente, también encontramos nuevos personajes (Mariela y Arturo) que no son disonantes a pesar de no ser Marta y Mario. Parecería ser que la intención del narrador fue mostrar un espejo en el que se ve la misma historia, con otros personajes, pero ahora distorsionada por un simple cambio en la voz narrativa. (No es lo mismo que yo cuente mis triunfos y fracasos, mis venturas y desventuras, a que las cuente otro.) Luis Tovar tiene en su haber otros volúmenes de narraciones, cuentos y viñetas, pero esta novela es un testimonio de que ha madurado como narrador. En Sin rastro de nosotros se ve ya la madurez de este autor que no se conforma con contar historias, que le interesa ir más allá, buscar la profundidad en voces y personajes •

visita nuestro PDF interactivo en:

Diarios 1945-1985, Salvador Elizondo, Fondo de Cultura Económica, México, 2015.

Con prólogo, selección y notas de Paulina Lavista –e imposible imaginar alguien más ad hoc para la ejecución de tales labores en este volumen–, el fce ha editado las cuatro décadas del diario puntual y deliciosamente escrito por ese hombre de letras lúcido, lúdico y total que fue Elizondo. Acompañado de abundantes fotografías, ya del propio autor, ya de páginas donde se aprecia su oficio de puño y letra en textos pero también en dibujos, este libro de gran formato tiene un valor que va mucho más allá del ya de por sí suficiente, biográficamente hablando: vale también como testimonio de una manera de hacer y entender el quehacer literario en particular y el intelectual en general, en una época especialmente rica para las letras y la cultura mexicanas.

http://www.jornada.unam.mx/

Remedios Varo. El hilo invisible, José Antonio Gil y Magnolia Rivera, Siglo xxi Editores, México, 2015.

ESCRÍBENOS A

jsemanal@jornada.com.mx

Albricias Felicitamos a

Juan Villoro exdirector de este suplemento, amigo y colaborador, por haber recibido el Premio Excelencia en las Letras “José Emilio Pacheco”.

“En esta exhaustiva investigación, prolijamente ilustrada, se reúnen por primera vez pinturas, escritos y libros de la biblioteca de esta creadora universal”: así se lee en el aviso cuartaforresco con el que los editores invitan a un banquete que no requiere abundar en la ponderación de sus delicias: quien ha visto un solo cuadro de Remedios Varo sabe de la imposibilidad para olvidarlo y, muchas veces, de la necesaria y consecuente búsqueda de saber qué más pintó, y después qué alimentaba esa imaginación desbordante, seguida del interés por entender, a partir de esas fuentes, el contexto y la intención de una artista tan inatrapable –es decir bajo etiquetas, por ejemplo la socorridísima del surrealismo–, que se convirtió en referente inmediato de la plástica mexicana.

En nuestro próximo número

LAS FLORES VIVAS DE KIM SOWOL (poeta nacional de Corea) La Jornada Semanal

@JornadaSemanal


ARTE Y PENSAMIENTO ........

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Jair Cortés jair_cm@hotmail.com @jaircortes

Felipe Garrido MENTIRAS TRANSPARENTES Teodora-Teodoro Inescrutables son los caminos del Señor. Teodora vivía en Egipto, casada, admirada por su conducta y su belleza. Enamorado de la mujer, un joven acaudalado comenzó a acosarla. Fue siempre rechazado, hasta que, con pócimas y engañosas palabras, una hechicera llevó a Teodora al lecho de su perdición. ¿O de su gloria? Pasado el hechizo, víctima de una tristeza inconsolable Teodora decidió entregarse a la penitencia. Vistió de hombre, maltrató su rostro y entró a un monasterio. Sus mortificaciones asombraron a todos, pero no impidieron que una tabernera lo acusara de ser el padre de un hijo que le había hecho un viajero. Teodoro no lo negó. Expulsado del claustro, adoptó al niño; lo mantuvo y educó. Cuando el muchacho comenzó a vivir por su cuenta, para volver al cenobio Teodoro aceptó que jamás saldría de su celda. A su muerte se supo que era una mujer. Del muchacho, unos dicen que se hizo monje; otros, que fue mercader, y gran libertino •

Rogelio Guedea rguedea@hotmail.com @rogelioguedea

AL VUELO La voz que relata Nada como la voz que relata la historia de una vida. No la que describe un concepto o un paisaje, la que narra un acontecimiento bueno o malo, grande o insignificante, la que advierte de un peligro o enumera una serie de errores: no. Sino la que relata la historia de una vida, eso que se conoce vulgarmente como biografía y cuyo tono o música o cadencia no se parece a ninguna otra voz en su arrollador ensamble, nadie puede copiarla o imitarla. Sólo por adormilarme con ella es que voy a la busca de las historias de vida de famosos y olvidados autores, intelectuales y escritores, poetas y científicos, pero también humildes parroquianos y sencillos pastores, de quienes me entero –de paso, aunque no sea lo esencial– de sus manías y audacias, días monótonos o heroicos, obsesiones, miedos, caídas, perplejidades. Nada que no conozcamos. Pero esa voz que relata esa historia de vida sí que es única, sin duda, como para bien escucharla un par de horas al día, todos los días y toda la vida •

bitácora bifronte Sor Juana Inés de la Cruz y la "chilanga banda"

Derrumbamiento

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ice la Real Academia de la Lengua Española que se “excluyen definitivamente del abecedario los signos ch y ll, ya que, en realidad, no son letras, sino dígrafos, esto es, conjuntos de dos letras o grafemas que representan un solo fonema. El abecedario del español queda así reducido a […] veintisiete letras.” Me parece que esta regla (arbitraria como muchas de las dictadas por la rae ) busca una mera simplificación; sin embargo, bien visto se asemeja a una mutilación, ya que la letra ch no puede concebirse como una mera unión de dos letras sino como un fonema que tiene raíces no sólo en la lengua española sino también en la náhuatl (parte medular del español que se habla y escribe en México). Dos ejemplos son el soneto escrito por sor Juana Inés de la Cruz conocido como “Soneto con Ch”, y la letra de la canción “Chilanga banda” de Jaime López. Entre los siglos que separan a un poema de otro, permanecen vivos varios elementos que podríamos llamar mexicanos: el tono humorístico y satírico, así como una musicalidad inherente a nuestra lengua. En el soneto de sor Juana leemos “Aunque eres (Teresilla) tan Muchacha,/ le das que hacer al pobre de Camacho,/ porque dará tu disimulo un Chacho,/ a aquel que se pintase más sin Tacha./ De los empleos que tu Amor Despacha,/ anda el triste cargado como un Macho/ y tiene tan crecido ya el Penacho,/ que ya no puede entrar, si no se Agacha./ Estás a hacerle burlas ya tan Ducha,/ y a salir de ellas bien estás tan Hecha,/ que, de lo que tu vientre Desembucha,/ sabes darle a entender, cuando Sospecha,/ que has hecho, por hacer su hacienda Mucha,/ de ajena siembra suya la Cosecha”. Una historia de infidelidad femenina que, gracias al genio de la Jerónima, tiene un final cómico. Por su lado, “Chilanga banda” (canción que el grupo Café Tacuba puso nuevamente en circulación en los años noventa) alcanza su cumbre taxonómica al identificar, uno por uno, a los diferentes seres sociales que habitan los barrios de Ciudad de México:“Ya chole chango chilango/ qué chafa chamba te chutas […] mejor yo me hecho una chela/ y chance enchufo a una chava/ chambiando de chafirete/ me sobran chupe y pachanga./ Pachucos, cholos y chundos/ chichinflas y malafachas/ acá los chómpiras rifan/y bailan tíbiri tábara./ Mi ñero mata la bacha/ y canta la cucaracha/ su choya vive de chochos/ de chemo, churro y garnachas./ Transando de arriba abajo/ ai va la chilanga banda/ chin chin si me la recuerdan/ carcacha y se les retacha”. Los elementos que nutren tanto el poema de Sor Juana Inés de la cruz como el de Jaime López (la “muchacha”, la “chava”, el “penacho”, la “cucaracha”, la “cosecha”, la “garnacha”) se presentan como dos formas de entender el mundo a través del lenguaje y del uso (insustituible) de la letra ch. En ambas obras podemos leer una compleja cosmovisión barroca mexicana •

Klitos Kyrou

Con frecuencia a punto de la caída Bajo la piel repta el miedo Un sabor envenenado Por traiciones vergonzosas. Después de la caída La memoria vuelve a funcionar Normalmente. Reconoce los rostros Distingue con claridad los sucesos La voz recupera su peso La noche su cuerpo Verdísimo de carencias No se arrepiente en absoluto Así al menos refuta a sus semejantes. Simplemente el derrumbamiento tiene Impulso ascendente.

Klitos Kyrou (Salónica, 1921- 2006) estudió economía y leyes pero nunca ejerció como abogado. Después de tener varios empleos, entró a trabajar en el medio bancario y llegó a ser director del Banco de Crédito en su ciudad natal. Es autor de siete libros de poesía y también traductor al griego de poetas como Federico García Lorca, Rafael Alberti, t . s . Eliot, Apollinaire, Blaise Cendrars y Arcival Macleish, entre otros. Sus poemas han sido traducidos al inglés y al polaco. Véase La Jornada Semanal, núm. 971, 13/ x /2014 Versión de Francisco Torres Córdova


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Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com

Miguel Ángel Quemain

LA OTRA ESCENA

quemainmx@gmail.com @mquemain

Foto: archivo La Jornada

Elena Garro, el centenario petrificado

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AS CELEBRACIONES DEL CENTENARIO de Elena Garro tienen como eje su teatro. Casi dos decenas de obras ponen en evidencia un oído privilegiado que construye sus escenas poéticamente y con una capacidad enorme de poner en contexto momentos y motivos de nuestra historia nacional de manera aleccionadora y poética. Un sector de artistas y pensadores mexicanos muy importante vive a través de Elena Garro la experiencia vicaria de sentirse excluidos y que además, paradójicamente, alguien que pretende ignorarlos, los vigila y puede evidenciarlos. Todo este mundo anecdótico está muy lejos de la valoración rigurosa, académica y ensayística como la que propone desde hace dos décadas Alejandro Ortiz Bulle-Goyri, de cuyo trabajo comenté la entrega pasada pasada porque obedece a un estatuto de madurez inusual entre los aca-

démicos y de un rigor desacostumbrado entre los ensayistas:“se trata de obras cuya originalidad y factura están más allá de comparaciones, de inserciones estilísticas o de corrientes artísticas. Es una dramaturgia que se sostiene a sí misma y que se convierte en modelo de creación dramática y en una rica fuente de teatralidad”. A pesar de las etiquetas, el teatro de Elena Garro nos produce un arrobamiento y una particular sensación tanto al leerlo como al verlo representado. Su calidad literaria y poética y sus posibilidades escénicas bien pueden deberse a un hallazgo prodigioso: la síntesis y la conjugación que hay en él de problemas existenciales expuestos dentro del ámbito de la cultura popular mexicana o rasgos de la historia, conjuntamente con una gran poeticidad en sus diálogos. Estas características le permiten a la dramaturga “labrar un discurso sobre la libertad y la imaginación en el ser humano; sin embargo este discurso de reflexión existencial ha sido subordinado a la idea de que se trata de un teatro mágico o surrealista o teatro del absurdo a la mexicana. Lo no realista en el teatro de Elena Garro cumple más con la sencilla función propia de la metáfora que con el intento de insertarse en un determinado estilo o vanguardia”. El domingo pasado (20 de marzo), en la sala Manuel m. Ponce del Palacio de Bellas Artes, Miguel Sabido dirigió Los días petrificados con un elenco de actores “encabezados por Angélica Aragón”. En su muro de Facebook, con un tono paranoide que comparte un colectivo amplio de teatreros, Sabido sostiene que “personalmente mandé catorce mil invitaciones por email y cinco mil por Facebook. No se qué promoción habrá hecho Bellas Artes pero alguna habrá hecho. La sala Ponce se repletó y el público le tributó una verdadera ovación a la fotografía de Elena que cerró el emotivo acto.”

“El problema que yo veo es que ninguna autoridad cultural (con excepción del entusiasta Prof. Andrés Torres –organizador del evento–) se presentó. Que ningún poblano acudió al homenaje a Elena que es la más grande personalidad cultural de Puebla. Que ninguna autoridad cultural de Guerrero se le ocurrió asistir a pesar de que la gran novela Los recuerdos del porvenir tiene como protagonista a Iguala, el pueblo donde creció.” “Solamente La Jornada (y mil gracias por ello) cubrió el evento. Qué, la feroz, implacable persecución (sic) que sufrió Elena en vida por el único pecado de haber dicho la verdad sobre México se ha convertido en un ostracismo total? ¿Por qué no se presentaron el Canal 22 y el Canal 11? ¿Y los suplementos culturales? ¿Por qué no se sabe que la nueva Secretaría de Cultura ha declarado este año (centenario de su nacimiento) el año de Elena Garro? Sabido tiene razón; tal vez la indiferencia debería de provenir de la ignorancia y no del desprecio que les significa ir un domingo simplemente a hacer acto de presencia e improvisar sobre las palabras que algún amanuense inteligente ha construido genéricamente para particularizar sobre una actividad que a estas alturas de su vida y del sexenio les tiene sin cuidado. Hay algo de exagerado en el enojo de Sabido, que deseaba más aplausos para sentirse reconocido. Sobre todo porque su esfuerzo fue inaugural, ya que un domingo de cada mes (10 de abril, 22 de mayo, 12 de junio, 10 de julio, 14 de agosto, 11 de septiembre, 9 de octubre y 13 de noviembre) se llevarán a cabo en la misma sala del Palacio de Bellas Artes lecturas dramatizadas de obras teatrales de la autora, con la participación de reconocidos actores del programa Leo…luego existo y de la Compañía Nacional de Teatro en un marco escénico que en vida nunca soñó tener. Lo que ahora falta es reinterpretar •

Alonso Arreola @LabAlonso

No cesarán mis cantos entre el cielo y la tierra

A

FINALES DE ENERO vivimos una grata experiencia en la Academia de Arte de Florencia (aaf ) ubicada al sur de Ciudad de México. Llegamos a ella a través de uno de sus fundadores, con quien tuvimos contacto casualmente. Un empresario joven, mexicano, cuyo interés por el arte en general y por la música en particular ha ido dejando huella en producciones discográficas y cinematográficas de valor. Manteniendo su perfil bajo, empero, no parece que le gusten los reflectores. Él dice que es una suerte de músico frustrado. Nosotros pensamos, sencillamente, que es un artista esperando en el vientre de las ocupaciones diarias, tal como le sucede a gran cantidad de personas que muere por tocar un instrumento o por tomar un pincel, o por sostener una gubia, o por dar un giro en el aire… pero que se contiene pensando que “a estas alturas” nunca será suficientemente buena. Afortunadamente, los pasos que este hombre sí ha cumplido en la construcción de sus visiones culturales apuntan a sustentar procedimientos y condiciones de largo aliento, en lugar de satisfacer la llamarada fugaz de quien patrocina o brinda mecenazgos caprichosamente. Uno de sus objetivos es el de fusionar la experiencia empresarial con la inefable ebullición creadora, para que los artistas consigan sustentabilidad y autonomía. El camino es largo, sin duda. Lo bueno es que lo recorre en compañía de Fabio Caselli, socio y amigo florentino, director de la aaf en nuestro país –y de otras dos en Italia–, quien recientemente ha sido elegido como miembro del Consejo Directivo de la Sociedad Dante Alighieri, que suma 114 años de antigüedad en México (sí, más de un siglo).

BEMOL SOSTENIDO

A él también lo conocimos. Su entusiasmo y transparencia son asunto aparte. Es un loco que sin saber nada de esta tierra dio el brinco ultramarino, hace casi cinco años, para emprender una aventura arriesgada: abrir una escuela donde la educación clásica se fundiera con los lenguajes populares y contemporáneos, no sólo de música sino de danza, teatro y artes visuales. Algo que no tiene precedentes aquí, donde las fronteras entre géneros se imponen reflejando cotos de poder o, llanamente, ignorancia. Pero bueno, hoy no estamos aquí para hacer crítica ni para hablar de amigos en ciernes. Señalemos caminos en el aire. Resulta que la Academia de Arte de Florencia es, además, una representación cultural reconocida por la Embajada de Italia en México y sede del llamado Chelo del Vaticano, instrumento con una historia de película. Sus primeros certificadores dijeron que era obra de Antonio Stradivarius. Tiempo después, otros precisaron que fue construido por Nicolo Amati (maestro de aquél) en el siglo xvii como una viola da gamba, y que Stradivarius lo convirtió en chelo. Luego, en el siglo xix, fue decorado a petición de El Vaticano por el laudero francés George Chanot y, tras llegar a Estados Unidos, acabó en manos del reconocido

compositor minimalista Philip Glass. Posteriormente apareció en la casa de subastas neoyorquina Tarisio, origen de su trayecto a México. Lo mejor, sin embargo, es que este maravilloso objeto no vive en una vitrina sino en las manos de distintos ejecutantes mexicanos a quienes la academia lo presta en distintas situaciones, tal como hubieran deseado sus constructores y como lo solicitó el propio Glass al deshacerse de él. Por otro lado, la aaf produce y coproduce conciertos y clases magistrales con el Instituto Dante Alighieri y otras entidades (como el Instituto Italiano de Cultura), acercando grandes instrumentistas de Italia a nuestro país (Danilo Rea, Roberto Prosseda, Roberto Trainini), y enviando estudiantes mexicanos a Europa. O sea que no se trata de una negocio con directrices elitistas, sino de una empresa honesta que desea participar en la vida cultural de la capital y del país vinculando dos temperamentos –el italiano y el mexicano– que tienen similitudes y mucho que ofrecerse el uno al otro. (“No acabarán mis flores, no cesarán mis cantos”, dijo Nezahualcóyotl. “El gozo canta entre el cielo y la tierra, la enorme maravilla de ciudades y selvas”, escribió Cesare Pavese.) Así, pues, tal como ha sucedido con representaciones de Francia y Alemania en México (la Alianza Francesa o el Instituto Goethe, verbigracia), deseamos que la Academia de Arte de Florencia se fortalezca en nuestra agenda con el apoyo de empresarios y diplomáticos de ambas naciones, interesados en el legado de los Medici y el propio Nezahualcóyotl; de Italo Calvino y Juan Rulfo; de Giacomo Puccini y Silvestre Revueltas; de Luciano Berio y Julián Carrillo; de Leonardo y Orozco; del gran Pavese y Octavio Paz... Mientras tanto, acerquémonos a ella y que siga el canto. Buona domenica, buona settimana e buon suono •


ARTE Y PENSAMIENTO ........

27 de marzo de 2016 • Número 1099 • Jornada Semanal

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tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch

Tilikum

Vaivenes del doblaje

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UIZÁS AHORA QUE LEES esto, lector, Tilikum, la orca, ya haya muerto. No es descabellado pues está enfermo de los pulmones desde el año pasado y los veterinarios lo han desahuciado. Ahora, hasta Kate del Castillo está en la campaña para llevarlo a morir a un lugar más amplio, pues este animal ha vivido desde el día de su captura, cuando apenas tenía dos años, en piscinas que tienen menos del uno por ciento del espacio que una orca necesita para vivir. Tilikum es muy famoso porque ha matado a tres personas. Las circunstancias de cada muerte están registradas con detalle –y la mórbida curiosidad que estas cosas provocan. La primera fue una entrenadora que se metió a la alberca con Tilikum y otras dos orcas. Éstas estaban preñadas, dato que la entrenadora, Keltie Byrne, ignoraba y que le costó la vida. Las orcas impidieron que Byrne saliera de la alberca, la

golpearon, arrojaron contra las paredes y, finalmente, la ahogaron. Entonces Tilikum fue vendido porque era tarde para devolverlo al mar; no tenía las destrezas necesarias para vivir en libertad. Luego, en 1999, un hombre de veintisiete años, Daniel Dukes, fue hallado muerto y desnudo sobre Tilikum, aferrado al lomo del animal. Supongo que Dukes pertenecía a la tribu de los nostálgicos, de aquellos que creen que el amor por los animales puede funcionar como un puente entre las especies. Pero este amor no es un puente. Debe ser un escudo para proteger al animal. Puede que –y lo digo con tristeza, porque la gente que se arriesga por los animales tiene un lugar de privilegio en mi alma– crean que el amor amansa, adiestra, enseña. Y el amor educa, pero a quien lo siente, no a la orca. El caso de Dukes me recuerda a Timothy Treadwell, el hombre que amaba a los osos grizzly. Treadwell pasó todos los veranos desde 1992 hasta octubre de 2003 en el parque y reserva federal de Katmai, sin armas y muchas veces sin compañía. Era absolutamente temerario, un tipo capaz de ponerse frente a un oso encolerizado y decirle: “No te portes así. Tú sabes que te quiero.” Hasta que un oso hambriento lo mató, a él y a su novia, Amie Huguenard. Durante años, Treadwell usó una cámara de video para grabar su vida con los osos. Al momento de su encuentro final con el grizzli esa misma cámara registró los sonidos de su muerte. Por fortuna, si existe alguna en semejante desgracia, la cámara tenía la tapa puesta y no registró las imágenes. Herzog se negó a usar los sonidos en su documental. En el otro extremo están los avariciosos, los dueños de los parques de diversiones que obligan a las orcas, focas y delfines a recibir caricias, a saltar y pasar por aros para ganarse la comida. Tilikum, que tenía mal genio, mató en 2010 a la

entrenadora Dawn Brancheau, frente a un público horrorizado que no pudo hacer nada. Poco después, en un parque acuático en Tenerife, Alexis Martínez fue muerto por la orca Keto. La palabra clave aquí es orca. Tilikum mide casi siete metros de largo y pesa cinco toneladas. Se le “educó” con un sistema de premios y repeticiones muy por debajo de su inteligencia. Los cetáceos, lo sabemos todos, no son peces; son mamíferos con cerebros grandes y sofisticados que se comunican entre sí con una gran variedad de sonidos y tienen complejos sistemas de socialización. Yo sólo he ido una vez a Seaworld. Quedé asqueada y eso que ignoraba todo acerca de las condiciones en las que trabajan los animales. Vi montañas de contenedores de comida con forma de orca, las Keiko hamburguesas. Vi una foca con úlceras, muchísima basura. Nos fuimos, cabizbajos y pensativos. Luego supimos cómo vivían las focas y los delfines de Chapultepec, finalmente llevados a Silao y Guadalajara, y nos pusimos aún más tristes. Ahora que escribo esto, Tilikum agoniza solo en un tanque. Tiene la aleta dorsal caída, como el noventa por ciento de las orcas en cautiverio (en libertad esto sólo le sucede al 4.7 por ciento); problemas en la vista causados por la exposición incesante al sol durante las funciones; los pulmones hechos polvo y la piel excoriada por el cemento de las paredes. Si yo tuviera poderes mágicos, Tilikum moriría en una alberca amplia y profunda. Luego sería enterrado con honores y en su lápida se leerían estos versos del poema "La pantera", de Rainier María Rilke: “… gira en redondo en un círculo estrecho/ al igual que una danza de fuerzas en torno a un centro/ en el que, alerta, reside una voluntad imponente”. Descanse en paz, Tilikum •

LAS RAYAS DE LA CEBRA

Verónica Murguía

A REINTERPRETACIÓN EN NUESTRO idioma de personajes de series televisivas y películas en México es una actividad variopinta, de contrastes entre el buen trabajo de traducción y no pocas meteduras de pata que, lamentablemente, por apatía, omisión, indolencia o simple tacañería de los empresarios del ramo, se ha ido haciendo uso y costumbre: salvo algunas excepciones e históricos hitos, el doblaje mexicano es bastante malito y a veces de plano echa a perder un programa en lugar de hacerlo más accesible. Si el programa, serie o película en cuestión contiene juegos de palabras (casi siempre en inglés de Estados Unidos), el efecto suele perderse en traducciones hechas sin un suficiente bagaje intercultural, y ya no digamos si el idioma original es otro... Quizá el ejemplo más evidente de esto sea la cáustica serie de dibujos animados (pero no necesariamente para niños, aunque sus protagonistas sean precisamente niños terriblemente precoces) South Park, cuyos diálogos están salpicados constantemente de juegos de palabras y alusiones a la cultura pop invariablemente echados a perder al realizarse su doblaje. Otra serie que cuenta con buenos actores de doblaje en México pero cuya traducción pierde muchísimos giros humorísticos al hacerse literal y no idiomática es Los Simpson. En términos generales, no es exagerado decir que sería mucho mejor volver a los subtítulos que al facilismo del doblaje. Es cierto que hay algunos buenos doblajeros pero pocos tan hábiles como los que hacían las voces de icónicos personajes de la televisión y el cine durante las décadas de los sesenta, setenta y ochenta, y si bien algunos doblajes llegaron a ser incluso mejores que sus originales (viene a la memoria indefectiblemente el detective Kojak que hacía Víctor Alcocer, más interesante que la voz original de Telly Zavalas, o del mismo Alcocer su estupendo Guasón para la serie original Batman), quizá nadie llegó tan alto en doblaje en México como Jorge Arvizu, que luego se hiciera famoso también a cuadro con su personaje el Tata. Arvizu creó (el suyo fue un verdadero trabajo de reinterpretación de diversos personajes a los que dotó de una voz y todo un abanico de rasgos de personalidad bien definidos y memorables) a Pedro Picapiedra y también al Pájaro Loco, al Pingüino (en aquella misma Batman y Robin sesentera), y también a Benito Bodoque y Cucho, de la pandilla de Don Gato (a su vez interpretado estupendamente por Julio Lucena y allí también de nuevo Víctor Alcocer, con su oficial Matute), pero hizo muchos otros personajes interpretados y modelados con ingenio y maestría (y que los recordemos con su voz hace evidente la calidad de su trabajo

como actor de doblaje) como fueron, son y serán: Popeye, El Súper Agente 86, Maxwell Smart, el mismísimo Bugs Bunny, Maguila Gorila y Sam Bigotes. Arvizu fue la versión mexicana del estadunidense Mel Blanc, poseedor de tantos registros y matices de voz que él solo hacía casi todas las voces de los personajes de caricatura más famosos de la Warner (los integrantes de las Merrie Melodies: Bugs, el pato Lucas, Porky, Elmer Fudd, Silvestre, Piolín, el gallo Claudio, etcétera). Hoy, salvo algunas honrosas excepciones (donde otra vez podemos encontrar al grupo de actores que reinterpretan a Los Simpson, como Humberto Vélez, Mariana Huerta o Claudia Motta), la mayoría de los doblajes que se airean en la televisión mexicana son bastante deficientes: pierden a menudo guiños del metalenguaje o matices de intertextualidad, o llegan a ser tan malos que convierten a un personaje atolondrado en un verdadero muestrario de idiotez. Ahí lo que perpetra Eugenio Derbez con el burro de la serie de películas animadas de Shrek, donde Derbez echa a perder casi todas las alusiones humorísticas de que inicialmente lo dotó la actuación original de Eddie Murphy. Y peor resulta esa moda de dar al doblaje giros regionales. Un burro que habla como chilango es exasperante. Así que esta columna hace la petición formal a los empresarios del doblaje en México para que 1. Paguen mejor y decentemente a sus actores, y así: 2. Sean capaces de exigir un buen trabajo de doblaje, aunque el arbitrio estaría seguramente en manos de algún analfabeta funcional, dentro o fuera del duopolio o mejor: 3. Volvamos al subtítulo, que enseñó lectura de comprensión y velocidad a muchos mexicanos que de otro modo no leerían nunca, porque solemos ver cuanta gringada sale a cartelera o en la tele, pero raramente abrimos un libro que no sea la Biblia o el directorio telefónico… •

CABEZALCUBO

Jorge Moch


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........ ARTE Y PENSAMIENTO

Jornada Semanal • Número 1099 • 27 de marzo de 2016

Luis Tovar

Guadalajara 31 (iii y última)

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N EL MISTERIO DEL MAL. Benedicto xvi y el fin de los tiempos, Giorgio Agamben analiza el sentido escatológico que guarda el símbolo de la renuncia de Benedicto xvi al papado. Según él, citando las tesis de Ticonio (siglo iv) –sin el cual San Agustín no habría podido escribir La ciudad de Dios–, para Benedicto xvi el cuerpo de la Iglesia tiene dos aspectos dentro de sí: uno culpable y otro bendito, uno que pertenece al César y otro al Cristo. Ese doble aspecto, que interactúa conflictivamente en la historia, será dividido al final de los tiempos. Si algo mostró la visita de Francisco i a nuestro país fue ese drama. Por un lado, vimos a un Papa que, en sus homilías, habló desde el lado bendito. Por el otro, a un Papa que, en su departir con los poderes del mundo, habló desde el lado culpable. Ese drama, visto, según Agamben, con toda claridad por Benedicto xvi , lo hizo renunciar al papado. Con ello mostró, simbólica-

mente, que la verdadera Iglesia, la que aparecerá al final de los tiempos, no pertenece al mundo y, por lo tanto, debe morir con él. Sólo otro Papa, Celestino v (Angeleri di Murrone), sobre cuya tumba el propio Benedicto xvi depositó su palio cuatro años antes de su abdicación, hizo lo mismo en el siglo xiii. Ambos, en su renuncia, esgrimieron argumentos semejantes: debilidad del cuerpo. Ambos, sin embargo –lo sabemos por fuentes antiguas y ahora por Agamben– abdicaron, en el fondo, por la corrupción de una buena parte de la Iglesia. La tradición, que a fuerza de preservar el poder perdió el sentido escatológico del cristianismo, ha definido el acto de Celestino y, por extensión, el de Benedicto, como il gran rifiuto (“el gran rechazo”). La definición parece provenir del Canto iii del Infierno de Dante, conocido como el “Vestíbulo”, en donde habitan “aquellos que vivieron sin infamia y sin honor”, los cobardes. Esa tradición ha querido ver en el terceto 19 –que en una traducción muy literal dice:“Después de haber conocido a algunos,/ me fijé más y vi la sombra de aquel/ que por vileza hizo la gran renuncia”– la figura de Celestino v . Yo tengo para mí que Dante se refería a Pilato, que se negó, por cobardía, a evitar la crucifixión de Cristo. En realidad, tanto Celestino v como Benedicto xvi han sido valientes. Su acto no sólo alude a ese cuerpo bipartito de la Iglesia del que Ticonio habla al interpretar la segunda carta de San Pablo a los tesalonicenses (2: 1-11), sino también a esa escisión que, según la misma carta, sucederá al final de los tiempos. El mensaje de ambos no es el anuncio del final de los tiempos, del que, como dice Jesús en el Evangelio,“nadie sabe ni el día ni la hora” (Mt. 24: 36), sino la afirmación de que debe-

mos elegir de qué lado se está en relación con el propio fin que siempre está allí, sobre todo en los momentos más críticos de la humanidad o de nuestras vidas. Quien mejor lo mostró fue un poeta, Constantino Cavafis, en un poema escrito en 1911, Che fece… il gran rifiuto, cita del último verso del terceto referido de Dante. Lo reproduzco en la versión de Cayetano Cantú: “Para algunos el día llega/ en que tienen que dar el gran ‘si’ o el gran ‘no’./ Quien tiene el ‘sí’ dispuesto,/ sobresale de inmediato y entra/ al glorioso camino de sus convicciones.// El que rehúsa, nunca se arrepiente;/ si de nuevo le preguntan, repetirá: ‘no’;/ y sin embargo, ese ‘no’ es la derrota de su vida”; la derrota de su vínculo con el mundo y sus poderes, pero el triunfo de su vínculo con el sentido último y primero de la vida que es la pobreza del amor. El acto de Celestino v y de Benedicto xvi es sólo uno de los elementos del drama histórico entre el bien y el mal en el cuerpo mismo de las instituciones. El otro es el del mundo y sus poderes. En ese drama, dice Agamben, el último día coincide con el presente, con el tiempo de ahora, en el que la naturaleza bipartita de la Iglesia y de todas las instituciones profanas, que son sus herederas seculares, llega a su develamiento apocalíptico. En ese drama, siempre en curso, cada uno estamos llamados a elegir nuestro lugar, sin reser vas ni ambigüedades. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, boicotear las elecciones y devolverle su programa a Carmen Aristegui •

CASA SOSEGADA

El cuerpo bipartito de la Iglesia

IVIDIDOS EN VARIAS SECCIONES, muchos proyectados por primera vez –algunos participaron antes en algún otro festival, dentro o fuera del país– quince largometrajes de ficción fueron exhibidos en el trigésimo primer Festival Internacional de Cine en Guadalajara (ficg 31): Un monstruo de mil cabezas (Rodrigo Plá), Almacenados (Jack Zagha); Las aventuras de Itzel y Sonia (Fernanda Rivero Gutiérrez), Guatdefoc (Fernando Lebrija), Mr. Pig (Diego Luna), InFielicidad (Jaime Humberto Hermosillo), Me estás matando, Susana (Roberto Sneider), La 4ª compañía (Amir Galván Cervera y Mitzi Vanesa Arreola), El lugar de las flores (Héctor i . Jiménez), Maquinaria Panamericana (Joaquín del Paso), Enamor(d) ados (Gabriel Retes), Distancias cortas (Alejandro Guzmán), De las muertas (José Luis Gutiérrez Arias), La carga (Alan Jonsson Gavica), y finalmente El arribo de Conrado Sierra (René Pereyra). Algunos datos: salvo el último, registrado en 2012, todos fueron producidos en 2015; esto significa que en el ficg 31 se exhibió poco más del diez por ciento de los filmes producidos el año pasado. Sólo dos de ellos corresponden a cineastas con larga trayectoria –Hermosillo y Retes–; tres son de realizadores con dos o más filmes en su haber –Plá, Luna y Sneider–, hay dos coproducciones: La carga, con España, y Guatdefoc, con Estados Unidos. Sólo Las aventuras… es una animación, e igualmente sólo una es adaptación literaria: Me estás matando, Susana, que retoma la novela Ciudades desiertas, de José Agustín. A reserva de abundar en otro momento en el tema –en este espacio muchas veces abordado– de la ya inveterada anomalía exhibidora en México, que sume un altísimo porcentaje del cine nacional en un anonimato absurdo, cabe hacer algunas consideraciones a partir de esta muestra, presumiblemente representativa, de lo último que se ha hecho en largometraje de ficción.

AbundAnciA de lA escAsez Tomadas las anteriores quince películas como universo, pueden ser detectadas varias escaseces: únicamente dos, es decir poco más de la décima parte, se atreven con algún pasaje histórico: Enamor(d)ados quiere recrear, de modo absolutamente personal por parte de su realizador, lo que pudo ser la vida del célebre pintor Gerardo Murillo –el Dr. Atl–, la de Nahui Ollín y, en paralelo, la de los artistas e intelectuales de principios del siglo xx mexicano; por su parte, La carga se ubica en el siglo xvi y cuenta la historia de un tameme (cargador) que debe llevar hasta la costa a una mujer española para que tome un barco que la lleve a España. Otra escasez: sólo Sneider, que gusta de hacerlo, adaptó una historia emanada de la literatura. Por mencio-

nar únicamente a José Agustín, autor original de lo que cuenta Me estás matando, Susana, siguen pendientes de ser llevadas al cine novelas como Dos horas de sol, De perfil, La tumba, Vida con mi viuda y Se está haciendo tarde. La lista de narradores mexicanos susceptibles de llegar a la pantalla es literalmente interminable –Sergio Pitol, Carlos Fuentes, Carlos Montemayor, Juan Villoro, Federico Campbell, Daniel Sada, Agustín Ramos, etceterísima–, y el cine sigue haciendo mal en cerrar los ojos a esa fuente inagotable de historias, bastante mejor armadas por cierto que gran cantidad de guiones marcados por una o más deficiencias: pobreza léxica, debilidad dramática, superficialidad anecdótica, bisoñería psicológica, efectismo y truculencia narrativos, etecé. Un par de escaseces más: sólo hay una cinta de animación infantil y es lástima que así sea, tratándose de algo mucho más modesto y nulamente promocionado, pero bastante más digno que petardos recientes como El mexicano y Un gallo con muchos huevos. La otra escasez: solamente El lugar de las flores responde por completo a un código narrativo ajeno a esa búsqueda ¿inconsciente? de parecerse al cine gringo, en las antípodas de Mr. Pig y en particular de Guatdefoc, que no puede ser catalogada sino como una auténtica basura, o peor, como una vergonzante copia de la basura hollywoodense. La última escasez, que por desgracia parece obvia, es de filmes redondos: además de Un monstruo… y Almacenados –de las que se habló aquí hace tiempo–, sólo La 4ª compañía y Maquinaria Panamericana pueden presumir de dicha condición. Aunque, siendo justos, sólo dos resultaron definitivamente deplorables: la mencionada Guatdefoc y De las muertas. Si bien no es la única y tampoco la principal razón, tanta escasez necesariamente tiene que ver con el habitual desaire que el público mexicano suele hacerle a su propio cine •

Las aventuras de Itzel y Sonia, película animada infantil

CINEXCUSAS

@luistovars

Javier Sicilia


ENSAYO

27 de marzo de 2016 • Número 1099 • Jornada Semanal

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la cinematografía húngara. En los años sesenta Jancsó Miklós fue el primero en el mundo en utilizar secuencias largas sin cortes, de 10-12 minutos, con las que creó toda una escuela. Géza Röhrig, escritor, poeta y profesor, interpreta el papel de Saúl sin ser actor profesional. Durante sus agitados años precedentes a la película estudió en una yeshivá hasídica de Brooklyn y trabajó en un hospital judío de Nueva York como enfermero y embalsamador. Su trayectoria, su relación personal con lo trágico, con la metafísica de la existencia llena de sufrimiento, su imagen radical de Dios, nacida de una fe profunda, es clave para comprender por qué él y por qué interpretó así el papel de Saúl, o mejor dicho, por qué no tuvo que interpretarlo, sino por qué y cómo se transformó en el mismo Saúl. Hace más de dos décadas, durante sus años universitarios en Polonia, Röhrig decidió pasar un

Nemes Jeles

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os húngaros conocen bien la zona fronteriza alambrada con los traumas de la existencia humana. Dentro de los seis millones de víctimas del Holocausto, entre 430 y 600 mil eran húngaros. La ausencia de los niños que jamás crecerán sigue siengo una llaga en el cuerpo de apenas diez millones de habitantes de Hungría. Auschwitz no es sólo la metáfora de la Hungría anulada por el Holocausto, sino la de toda Europa después de la segunda guerra mundial. En la ciudad del sur de Polonia llamada Oswieczim, el hombre europeo que se jacta de "moderno” e "ilustrado” se vuelve contra sí mismo con los métodos más refinados, de logística y tecnología superior. Aquí, donde el rostro narcisista de Europa se lucía con el humanismo, la cultura, la belleza y el ideal de libertad, igualdad y fraternidad, la matanza se convirtió en industria. El hijo de Saúl, reciente ganadora del Oscar a la mejor película extranjera, fue realizada por creadores de una generación que ya no tiene relación directa con el Holocausto. Cuando se hizo esta película apenas quedaban unas docenas de ancianos supervivientes del Holocausto y algunos guardias de los campos de concentración. La película es el comienzo de una nueva época, de una nueva forma de hablar y pensar sobre la Europa posterior a Auschwitz. Es el inicio de una época en la que el Auschwitz real se trastoca en una escena mitológica de la memoria colectiva, en historia. El hijo de Saúl es una película básicamente objetiva y naturalista, diferente a muchas otras anteriores, llenas de elementos efectistas, muchas veces burdos, que apuestan por la empatía que despierta la tragedia en los espectadores. Evita todo tipo de estilizaciones y describe con exactitud documental el funcionamiento del campo de concentración y el Sonderkommando, a través de la tragedia de Saúl, uno de los responsables de las cámaras de gas que eran elegidos entre los judíos. Es la primera película en la que

El hijo de Saúl, estremecedor filme húngaro sobre el Holocausto, ganó recientemente el Oscar estadunidense. la atención se centra en el grupo especial que participa en la ejecución de otros, mientras espera su propia muerte. Es la primera película en la que el espectador puede entrar en una cámara de gas y ver los cadáveres amontonados. Es la primera película casi sin música, donde los sentimientos no surgen gracias a melodías conmovedoras, sino a la presencia: el modo en que el director Nemes Jeles y su grupo involucran al espectador en el mecanismo cotidiano de la fábrica de muerte. Sin embargo, El hijo de Saúl no se puede considerar meramente una película del Holocausto, es más bien una adaptación moderna de Antígona, a través de la historia de un hombre en una situación límite, Saúl, y la de su hijo muerto. El método de involucrar al espectador es una innovación del lenguaje cinematográfico de gran importancia en la historia del cine. Al igual que en la película Birdman, de González Iñárritu, en la que el movimiento continuo y al parecer sin cortes de la cámara conduce al espectador por toda la historia, en El hijo de Saúl se utiliza el método de la secuencia ininterrumpida. Durante dos horas vemos casi exclusivamente la cara de Saúl. Esta práctica tiene mucha tradición en

El embajador del sufrimiento Iván András Bojár

mes en Auschwitz. “Lo que sucedió no se ha ido de ahí, sigue en el mismo sitio”, dijo después. Röhrig se crió sin padre, en un orfanato, y a los doce años fue adoptado por una familia judía, donde estableció una estrecha relación con su nuevo abuelo, un superviviente del Holocausto. El padre del director Jeles Nemes es un excelente director de cine y teatro. La relación entre ambos muestra profundas contradicciones. El abuelo de Erdély, el camarógrafo, fue gurú del arte conceptual, y su padre un ilustre artistamatemático; no obstante la relación entre padres e hijos en esa familia también está ensombrecida por oscuras nubes. El padre de László Rajk, el escenógrafo y diseñador visual de la película, fue ministro del Interior comunista y participó en la Guerra civil española, murió ejecutado por sus propios camaradas en 1949. De niño Rajk tuvo que vivir con el nombre falso que le facilitaron los jefes de partido comunistas. Todos ellos son hijos de Saúl, es decir, todos necesitan el sacrificio paterno. Una especie de reconocimiento paternal, así como el Saúl de la película hace todo lo posible por enterrar a su hijo con el honor que merece según su fe. El papel del ingeniero de sonido, Tamás Zányi, es de extrema importancia y va a la par con el del camarógrafo. Como casi todo lo que se ve en la película es el rostro del protagonista y el ambiente difuso circundante, lo que permanece oculto a los ojos es percibido a través de los sonidos. Han pasado casi setenta años desde Auschwitz. Cientos de miles de refugiados del Medio O r i e n te están llegando a este pequeño y viejo continente que es Europa. En este ambiente de tensión en muchos países la xenofobia y la instigación se intensifican. El hijo de Saúl, que se rodó antes de las oleadas de refugiados, en 2015, es una película muy actual, y podría servir para enseñar hasta qué nivel es capaz de deformarse el ser humano si cae en la trampa de ideales falsos • Ilustración de Juan Gabriel Puga


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