James
Joyce y el arte de la parodia Enrique Héctor González
Pasto verde: 50 años del inicio de la literatura de la onda Saúl Toledo Ramos
Balzac, un hombre gozoso Andrés de Luna
El valor del libro José María Espinasa
■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 27 de mayo de 2018 ■ Núm. 1212 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
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JAMES JOYCE Y EL ARTE DE LA PARODIA Jamás será suficiente lo que se diga acerca de James Joyce y la que en realidad es una obra más bien sucinta: siete títulos entre poesía, dramaturgia y narrativa, incluyendo las muy célebres novelas Retrato del artista adolescente, Finnegans Wake y por supuesto Ulyses, con la que redefinió la literatura mundial. Del mismo modo son innumerables los reconocimientos y los elogios, en especial de sus pares, que consideran al nacido en la capital de Irlanda como lo que es desde que publicara el cuentario Dublineses: uno de los escritores fundamentales de todos los tiempos, sólo comparable con Shakespeare, Cervantes, Milton, Eliot, Borges, Hugo y un puñado más. Lo dice así Anthony Burguess: “Joyce sigue siendo el modelo más elevado en que ha de fijarse todo aquel que aspire a escribir con propiedad. [...] una vez leído y absorbido un solo ápice de la esencia de este autor, ni la literatura ni la vida vuelven a ser las mismas de nuevo”. En esa línea va el ensayo de Enrique Héctor González que ofrecemos a nuestros lectores, acerca del arte de la parodia en Joyce. Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx
Marco Antonio Campos
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sa mañana de mediados de abril de 1997 Manu llegó a la casa de la calle Rébsamen, en el barrio de la Narvarte. Vio arriba el rótulo con letras desgastadas: agencia pedrp infante cruz . Entró. Era una pequeña oficina. Sentado en un escritorio, detrás de una vidriera, estaba un viejecito de cerca de ochenta años. La oficina se dividía en varios armarios: Uno, pedro infante no ha muerto ; otro: hijos no reco nocidos por pedro infante ; otro: amigos de pedro infan te . Parecía una de esas oficinas de los años cincuenta que envejecieron tan pronto como fueron construidas. En las paredes había decenas, quizá centenas, de retratos del actor sinaloense, incluyendo las del aciago avión de tamsa , la compañía aérea de la que Pedro Infante era socio. El señor Carlos Gustavo Carrascal Mendieta se levantó. Moreno claro, casi sin cabello, con un bigotito recortado sobre los labios, tenía un fuerte golpe en lo alto de la frente que mostraba que había sido alguna vez ope rado. Manu se presentó, le dijo la causa de la visita y le preguntó sobre la agencia. “Esta oficina la inauguré en 1958, a un año de la muerte de Pedro Infante, debido a la proliferación de personas que decían ser hijos o amigos o incluso ser el mismo Pedro Infante. Me aboqué a la tarea de registrarlos. Usted me dirá que en esto hay mucho en la gente de engañifa o superchería. Cierto, pero para mí era muy divertido ver hasta dónde eran capaces de creérselo o de creerles yo su ficción. Sin duda los más curiosos eran los que venían a decir que Pedro Infante no había muerto y que vivía escondido en Chihuahua; o un yucateco que me trajo pruebas de que fue otro el que copiloteó el avión de tamsa aquella mañana del 15 de abril de 1957 y afirmó que la esclava de oro que llevaba Pedro se la pusieron al falso cadáver; o el famoso Antonio Pedro, que se dobló en todo desde 1983 como Pedro.”
El más mediático era el tal Antonio Pedro, quien por cierto se parecía mucho, y le tomó el pelo a medio mundo, y vivió económicamente, sin ninguna vergüenza ni pudor, de simularse como Pedro. Coincidieron Manu y Carrascal en que el hermano José era una muy buena persona, pero cuando hizo de personaje central en la película La vida de Pedro Infante en 1963, basada en el libro de María Luisa León, se las ingenió para ser como actor el mejor enemigo de su hermano, y que en cambio el hijo de José (José Ernesto Infante Quintanilla) había escrito la mejor biografía –informada, noble– del ídolo de Guamúchil. La biografía de Infante Quintanilla (Pedro Infante. El ídolo inmortal) era exactamente lo contrario de un libro carroñero titulado Lo que me dijo Pedro Infante, del autodesignado gran amigo del sinaloense, Carlos Franco Sodja, donde el periodista se dedicó con una inútil mala fe a rebajar, por ejemplo, a Negrete, a Antonio Badú y a Luis Aguilar. “Lo curioso es que han pasado cosa de cuarenta años de su muerte y siguen saliendo de quién sabe dónde los hijos de Pedro. Vea usted en los archivos: hay supuestamente hijos e hijas que nacieron de sus relaciones con bellas coprotagonistas de sus películas como, por ejemplo, Amanda del Llano, Sarita Montiel, Carmen Sevilla, Rosario Granados, Rosita Quintana, y de más de cien mujeres de todos los estratos sociales. Aquí están contadas sus historias de cómo los hijos crecieron y se educaron. Si tiene tiempo le pongo las grabaciones donde me detallaron su filiación. El más radical –aquí lo tiene– habló de ser hijo de Pedro y Blanca Estela Pavón y aun llegó a mostrarme un acta de nacimiento con el nombre de Pedro Infante Pavón (vea la copia), y contó que sus padres lo habían abandonado y lo educó una señora doméstica en Minatitlán, Veracruz, la tierra de Blanca Estela. Ningún hijo auténtico de Pedro Infante ha querido ver a la infini-
Directora General: C armen L ira S aade , Director: L uis T ovar , E d ic i ón : F rancisco T orres C órdova y R icardo Y áñez . Coordinador de arte y diseño: F rancisco G arcía N oriega , Formación: M arga P eña , Diseño de Columnas: J uan G abriel P uga , Tel. 5604 5520. Retoque Digital: F elipe C arrasco y J esús D íaz , Publicidad: E va V argas y R ubén H inojosa , 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. Correo electrónico: jsemanal@jornada.com.mx, Página web: www.jornada.unam.mx
Portada: Stephen en dédalo James Joyce fotografiado por Gisèle Freund en 1939
La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuit láhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.
Agencia Pedro Infante dad de medios hermanos, pero en los chismorreos sociales hay quien les cree y quien los defiende porque a su parecer son igualitos. Hablaron de las películas y Manu recordó escenas que lo conmovieron en especial, como la desgarradora muerte del Torito en Ustedes los ricos; o cuando haciéndola de Juventino Rosas, en Sobre las olas, dirige la orquesta ante Porfirio Díaz y Carmen Romero Rubio, picado en lo más hondo de su orgullo social; o ésa de inmensa ternura entre Pedro Infante y Rosario Granados en La vida no vale nada, o aquella de la gratitud plena de dulzura de Carmen Montejo en ¿Qué te ha dado esa mujer? Asimismo, Carrascal y Manu recordaron y se divirtieron al recordar cómo Pedro se había puesto de acuerdo con la gente del staff para que se repitieran por decenas las ocasiones cuando se besaba con Silvia Derbez y Elsa Aguirre, o la entretenida escena cuando Libertad Lamarque y Pedro se imitan muy bien mutuamente en Escuela de música. Pero las que eran divertidas de principio a fin eran las es cenas y secuencias de A toda máquina, con el juego repetido de inmediatas venganzas entre Pedro y Luis Aguilar, y claro, Escuela de vagabundos, al lado de un elenco entre quienes estaban Blanca de Castrejón, Óscar Pulido, Miroslava y Anabel Gutiérrez, que hicieron una comedia perfecta, un clásico del género. –¿Por qué no pasó esa proliferación de dobles y de hijos con Jorge Negrete, el otro mito del cine y la canción mexicanos? –preguntó Manu. –Porque Jorge era un gran señor a quien se le admiraba vivamente (basta recordar sus giras por España y América Latina), pero a quien no necesariamente se le quería. La gente lo veía –lo era– como el cantante imparangonable y el charro cantor por excelencia; las
tonalidades, timbre y coloraciones de su voz no se dieron antes ni se han dado después en la canción mexicana, que parece haber sido hecha para que él la cantara. En cambio, a Pedro el pueblo lo veía y aún se ve como él. Con Jorge, al tocarlo, las mujeres lo percibían casi como un imposible; a Pedro, como alguien posible. Varias han dicho, entre ellas Elsa Aguirre y Lupita Torrentera, que Pedro les provocaba una atracción animal. Mejor actor y más simpático Pedro, mejor cantante y con más prestancia Jorge. Por lo demás a Negrete no se le daba muy bien la comedia. La mejor que hizo la filmó con Pedro (Dos tipos de cuidado), con la cual simbólicamente termina en grande la comedia ranchera. Más: Pedro cantando las canciones de Chava Flores y Rubén Méndez es de una gracia y una simpatía impar. Sin embargo, Jorge tuvo más fama y reconocimiento internacional que Pedro. Dígase lo que se diga, Jorge y Pedro, cada uno a su manera, son las dos grandes figuras del cine y la canción mexicana del siglo xx . Son dos mitos ardientes y pervivirán así. –¿Y los verdaderos y falsos amigos de Pedro? –Los que dicen haber sido amigos –mire el catá logo– octuplican el número de los auténticos. Sin em-
C on una sonrisilla sardónic a , que le hacía brillar el pequeño bi gote, Carrascal Mendieta preguntó a M anu al despedirse : –¿N o e n c u e n t r a q u e me pa rezco a como sería P edro I nfante a mi edad ?
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bargo algo los une, igual a los que se creen que son él: la mitomanía: todos creen estar contando la verdad. –¿En cuánto me vende los archivos? Como le sugerí al principio, como causa de mi visita, tengo la intención de escribir una novela. –No, amigo, esta ha sido mi vida. Si se la vendo, me muero. Con una sonrisilla sardónica, que le hacía brillar el pequeño bigote, Carrascal Mendieta preguntó a Manu al despedirse: –¿No encuentra que me parezco a como sería Pedro Infante a mi edad? Manu se le quedó viendo, y sonrió. Cuando Manu volvió meses después para insistir en comprarle al viejo los archivos, en el sitio ya comenzaba a levantarse un edificio. Sintió una decepción triste, algo que le quebraba el alma. ¿Dónde habría llevado Carrascal los archivos? Al comentar Manu con amigos sobre el caso en El Café del Sur, en la glorieta de San José Insurgentes, alguno sentenció: “De tanto investigar y ver las películas y oír las canciones, no te has dado cuenta de que ya tienes los movimientos corporales y los dejos de voz de Pedro Infante. Lástima que seas tan mal actor en la imitación.” –Mejor dedícate a juntar materiales y vuelve a poner la agencia. A lo mejor, si no te pareces a Pedro, acabas siendo Carrascal Mendieta –adujo otro. Al salir del café, Manu oyó que empezaba a tocar un organillero en la esquina el bolero ranchero “Cien años”. Se detuvo un momento, recordó a la bellísima Elsa Aguirre al oír la canción en Cuidado con el amor, se aproximó, puso una moneda sobre el instrumento y se alejó por el parque tarareando la melodía
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Imagen tomada del documental Pedro Infante. Cien Años pensando en ti, producido por Sergio Solís, en el marco de los 100 años del natalicio de Pedro Infante
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El valor del libro José María Espinasa
NO MUCHOS OBJETOS HAN TENIDO EN LOS ÚLTIMOS CINCO SIGLOS EL PESO Y EL VALOR DEL LIBRO, Y SU HISTORIA, HERMOSAMENTE CONTADA EN EL VOLUMEN LIBROS, DE TOMÁS GRANADOS SALINAS, LO ELEVA A CATEGORÍA DE PERSONAJE, A VECES ADORADO Y OTRAS MALDITO.
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e ha dicho, y con razón, que la irrupción de las nuevas tecnologías ha contribuido a desvalorizar el libro como objeto de culto, vehículo de transmisión de conocimiento y fuente de placer, pero también es cierto que esta caída había ya empezado años antes de que las computadoras y la web irrumpieran en nuestra vida cotidiana. Empezó con la irrupción de la televisión, a partir de los años sesenta, con la tecnología invadiendo nuestra vida cotidiana. Desde tiempos precolombinos, como depositario de ritos y cosmogonías en los códices, pasando por el virreinato, donde la prohibición y control que había sobre ellos los volvía más apetecibles, y no se diga en el siglo xix , con su importante contribución a la formación de una identidad y a la construcción de una idea de nación, el libro tenía un valor imaginario en el que se apoyaba, no sin conflictos, su valor económico. Fue, sin embargo, a partir de la cruzada alfabetizadora de Vasconcelos en los años veinte del pasado siglo que se volvió central en ese imaginario, y ejerció su función en los anhelos de progreso y desarrollo esencial. Pero la irrupción de la televisión lo desplazó en el uso del tiempo libre. Por otro lado, el legítimo, necesario y exitoso papel del Estado editor, más que desplazar al valor econó mico, pervirtió, por su exceso, el sentido educativo y civilizatorio al fomentar la corrupción y perder de vista
a los destinatarios lectores por complacer a ese Estado editor. Incluso, a partir de que se puso de moda desdeñar a la inteligencia, el libro perdió su papel simbólico de depositario del saber. Piensen nada más en el expresidente Fox diciendo que leer nos quitaba capacidad para ser felices y firmando vetos contra la ley del libro. A pesar de ello, el universo del libro sigue siendo fascinante y no sólo para los profesionales del asunto, sino para amplias capas de la sociedad en las que guarda rescoldos de su función anterior.
LIBROS, LA HISTORIA DEL LIBRO
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stas reflexiones surgen a partir de la lectura de un pequeño volumen recién aparecido en la colección Historia Ilustrada de México, coordinada por el historiador Enrique Florescano, debido a la pluma del escritor y editor Tomás Granados Salinas y titulado, sencillamente, Libros. Es un sintético y ameno recorrido por la historia del libro en nuestro país que termina por ser una especie de novela en la que el objeto de marras se vuelve personaje central. El autor y editor con amplio currículo y buenas ideas, se ocupa de contarnos su devenir desde la producción y el consumo, hace referencia a ese período histórico-mitológico de la cultura precolombina del que lamentablemente con servamos muy pocos códices originales, pues la conquista española los consideró peligrosos por su
Piensen
n a da m á s e n e l
expresidente F ox diciendo q u e l ee r n o s q u i ta b a capacidad para ser felices y firmando vetos contra la ley del libro . A pesar de ello , el universo del libro sigue siendo fascinante .
idolatría y destruyó muchos, porque podemos suponer que hubo una producción abundante y los que conservamos son de las primeras décadas del asentamiento español en territorio nacional. Granados nos relata la función religiosa de los códices y se desprende de ello que esos “libros” tenían la función de ser depositarios de la memoria y el conocimiento, un poco como ocurría en el Occidente europeo por esos mismos siglos con los libros miniados y manuscritos. Hubo un amplio lapso en que los libros fueron objetos únicos, aunque se intuía ya en ellos su ansia de multiplicación mecánica, posibilidad que sobre todo les vendría a dar la invención de la imprenta. Siempre me han dejado insatisfecho las explicaciones sobre la evolución del libro como rollo a la secuencia de páginas que hoy llamamos así; no me basta pensar que fue un asunto técnico, hay también un sentido nuevo dado por una diferente idea del tiempo. Lo curioso es que el miedo a los “libros precolom binos” de los españoles también se refleja en el miedo a los propios de Occidente. El comercio del libro en la Nueva España fue severamente reglamentado y vigilado, aunque –como nos señala el autor de Libros– esos controles se relajaran con frecuencia. Se ha estudiado con detenimiento lo que significaron para la economía del nuevo mundo las prohibiciones, por ejemplo, de cultivar la vid y el olivo, pero se ha insistido menos en la lentitud con que se desarrolló aquí la industria editorial, lo que se explica en parte al señalarse que la propia metrópoli española no era en la época una potencia editorial y que hubo resistencias a su desarrollo, el cual fue mucho más rápido en Flandes, Alemania y Francia que en la península ibérica. Uno de los pasajes más atractivos del libro es cuando describe su parte comercial: la venta al público, esa necesidad e invención de la librería. Cuando los pri meros talleres de impresión llegan a México durante el siglo xvi , el propio taller suele ser el punto de venta y los que suelen encargar ediciones son la Iglesia, el Estado y la universidad, cosa que, con sus asegunes, sigue siendo la situación actual, aunque disminuya el papel de la Iglesia. El estudio de la historia del punto de venta es muy interesante, porque señala la función y el espacio que tenía el libro en la sociedad, como ha demostrado Roger Chartier al estudiar la economía de la enciclopedia francesa y en general el período revolucionario. Es probable que la economía capitalista no sólo se sienta incómoda con el libro por ser una fuente de crítica, sino también porque es un modelo de funcionamiento económico alternativo –la edición por
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suscripción, la librería como lugar de reunión, la resistencia al envejecimiento como mercancía. El libro de Granados trae una profusión de imágenes, algunas realmente emocionantes, como las de librerías del siglo xix y principios del xx. En un fascinante estudio de Marina Garone, encuentro un mapa del asentamiento de librerías en el siglo xviii . Como es natural, están concentradas en lo que ahora entendemos como Centro (primer cuadro), pero que entonces era en realidad toda la ciudad. Es muy interesante ver cómo se ha comportado el mundo librero en la geografía urbana. El asentamiento de la primera imprenta, misma que, como señala Granados, no parece ser el que ostenta esa placa en la calle de Moneda, junto a Palacio Nacional, sino unos metros más allá en la hoy ya destruida Casa de las Ajaracas, nos señala la importancia que tenía el oficio en el mundo virreinal y condiciona su desarrollo a una calle más allá, en la plaza de Santo Domingo, mismo enclave que hoy sigue conservando las huellas de su pasado, no sólo en las imprentas manuales sino en las librerías de viejo de la calle Donceles y en la corrupción de los documentos falsos.
DE ARRAIGOS LIBREROS Y OTRAS CARENCIAS
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uál es arraigo y el papel que el libro tiene en nuestra vida cotidiana? Hubo una época en que la biblioteca era un signo de estatus social, en otra lo fue de rareza, en otra más de aspiraciones sociales. Las familias de clase media baja compraban en una época la Enciclopedia británica a plazos y se suscribían al National Geographic. El adolescente reunía libros de los poetas malditos y la señora novelas galantes que leía con una sensación pecaminosa. A sor Juana se le retrata con una biblioteca al fondo y eso sirve a los estudiosos para hablar sobre sus libros, al grado de decirse que la pérdida de su biblioteca obligada por la orden jerónima la llevó a una tristeza que terminó en su muerte. ¿En cuántas pinturas del virreinato o del xix hay libros presentes? La televisión los excluye hasta como escenografía y el libro electrónico carece de entidad física. El comportamiento urbano de las librerías ha sido el mismo desde hace quinientos años. Surge cerca de las universidades y las autoridades civiles y ecles iás ticas, y la concentración actual de librerías en el sur de Ciudad de México tiene que ver claramente con la proximidad de la Universidad Nacional. Las imprentas, en la medida de su crecimiento industrial, se han ido en cambio a la periferia. Las librerías de usado aprovechan
el boom de las colonias de moda, Roma y Condesa, a pesar de los sismos, para concentrar librerías de diverso estilo mientras que otras zonas de la ciudad no tienen una en kilómetros a la redonda. ¿Cómo volver el libro una costumbre, una presencia en nuestra vida cotidiana?
P or eso busca uno con la mirada en el
M etro quien
e s tá l e ye n d o u n l i b r o y t r ata d e v e r s u t í t u lo .
Plantear
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acto excepcional equivoca el camino, lo excepcional en todo caso es lo que viene después de leer .
Cuentan de Juan Gil Albert, el escritor español que vino a México con el exilio republicano, que cuando llevaba un libro bajo el brazo y alguien le preguntaba qué estaba leyendo, contestaba que lo había tomado porque el color del lomo le iba bien a la corbata. La anécdota reflejaba la coquetería del personaje, pero en otro sentido refleja lo que quiero decir: volver a ese objeto una presencia física imprescindible, que esté ahí porque forma parte de nuestra vida. Por eso busca uno con la mirada en el Metro quien está leyendo un libro y trata de ver su título. Plantear que leer es un acto excepcional equivoca el camino, lo excepcional en todo caso es lo que viene después de leer: los horizontes más amplios, mayor capacidad de imaginar, un sentido lúdico de la vida que la vuelve más plena. Libros, de Tomás Granados Salinas es, debería serlo, un referente para la promoción de la lectura. Se viene a sumar a los trabajos de fomento y divulgación de esa práctica, de Juan Domingo Arguelles. Me gusta, por ejemplo, el plural del título. Si lo hubiera titulado, libro, o el libro, le habría dado un tono fetichista, casi religioso, mientras que así son legión o multitud, algo que se comparte. Antes se han escrito ensayos sobre la lec tura, sobre el libro, pero no sobre “los libros”, ese plural debe acompañarse de investigaciones y estudios sobre “los lectores”. Pero ese plural nunca anula la indi vidualidad de cada uno de ellos
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Tomás Granados Salinas al centro, junto a los historiadores Freja Cervantes y Rodrigo Martínez Baracs, en la presentación del volumen Libros, realizada en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería. Fuente: La Jornada Aguascalientes
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Balzac: un hombre gozoso Andrés de Luna UN ATISBO A LA ABUNDANCIA DE LAS COSTUMBRES CULINARIAS DEL GRAN NOVELISTA QUE NO DEJABA PATO O GANSO O PERDIZ CON CABEZA, GASTABA DINERO QUE NO TENÍA Y TOMABA CAFÉ PURO Y BUEN VINO SIN RESERVA, TAL COMO FUE TODA SU PERSONA.
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onoré Balzac (1799-1850) fue un hombre cuyas deudas lo apabullaron hasta para salir de su residencia parisina. De cualquier modo, el escritor siempre encontró las maneras de darse una vida por demás digna y disfrutable, sin que esto interfiriera con los estragos económicos a los que era tan afecto debido a los escándalos que le proporcionaba una existencia que él deseaba confortable. Anota Juan Alarcón Benito en su prólogo al libro de la Comedia Humana, Los pequeños burgueses: “Cuando era deudor de más de ciento cincuenta mil francos, se encargaba chalecos de fantasía y trajes costosos sin preguntar el precio, daba cenas a sus amigos con buenos vinos y los más caros manjares, emprendía viajes para documentar sus libros, se entregaba en brazos de cualquiera de sus admiradoras –más por satisfacer su vanidad que su instinto de hombre–, consumía grandes cantidades de café puro, que le estaba totalmente prohibido, y hasta por negarse a montar una guardia con la Milicia Nacional ingresaba en la cárcel el 27 de abril de 1836.” Este asunto del café lo convertiría en un aficionado “excesivo”, si cabe la expresión, de esta bebida, que adquiría en Au Mortier d’Argent, que estaba en las calles de Saint Michel, y mezclaba diferentes granos de martinica, moka y bourbon al ponerlos en su cafetera de porcelana de Limoges, blanca con algunas líneas rojas, y con sus iniciales al pie del recipiente que ahora puede verse entre los objetos que adornan la llamada Maison Balzac, ubicada en 47 de la Rue Raynouard, en la capital francesa. Esta mixtura era una fortaleza que daba una intensidad capaz de producir el desvelo necesario que contiene buena parte de su obra. El propio Balzac escribió en su opúsculo Tratado de los excitantes modernos: Rossini experimentó en sí mismo los efectos que yo había observado sobre mí. “–El café –me dijo– es asunto de quince o veinte días; felizmente el tiempo de componer una
ópera.” El hecho es cierto. Pero el tiempo durante el que se disfruta de la acción bienhechora del café puede prolongarse. Esta ciencia es muy necesaria para muchas personas, por no describir la forma de obtener sus preciados frutos. ¡A todos ustedes, ilustres luminarias humanas, que se consumen por la cabeza, aproxímense y escuchen el evangelio de la vigilia y el trabajo intelectual.
Al final, los médicos que lo atendían dijeron que su muerte en 1850 se debió a las cincuenta mil tazas, según calculaban, que bebió para llevar a cabo la gran obra literaria que produjo. Bronquitis, sudoraciones y problemas cardíacos terminaron con una salud de por sí sumergida en los problemas lacerantes de una existencia sin prohibiciones. Balzac fue uno de los escritores que mejor cono cieron los restaurantes parisinos del xix . Por ejemplo, en Papa Goriot, entre otras de sus obras, aparece el Café Anglais, que es el mismo sitio que tomó Isak Dinisen (Karen Blixen) en Anécdotas del destino para su relato, “El banquete de Babette” (la película de Gabriel Axel se llama El festín de Babette (1986)). Un lugar que hizo las delicias del paladar en aquellos tiempos y del que también habla Juan José Tablada para contar una historia picaresca. Balzac también asistía con frecuencia a Le Procope, que está en el 13 de la Rue de la Ancienne Comédie, para algunos el sitio gastronómico más antiguo de París, en el que ahora, con todos los años encima, apenas si se recuerdan sus épocas de gloria. Otro de los sitios a los que acudía el escritor era el Café du Divan, en el 3 de la Rue Le Peletier, que se asoma en varias de las novelas de la Comedia Humana. En el libro La comedia del diablo queda recomendado por sus platillos italianos y sus helados el Café Tortoni, que desapareció en la época decimonónica. Entre los banquetes que dio Balzac en Chez Vitry con uno de sus editores, se cuenta que el escritor devoró cien ostras, doce costillas de cordero, un pato con nabos, dos perdices asadas, un lenguado nor-
mando de gran tamaño, frutas, entre otras una do cena de peras, y vinos de los más finos. Este menú contrastaba con lo que comía el escritor cuando los acreedores lo asediaban por el pago de sus deudas, el cual consistía en verduras hervidas, huevos escalfados, frutas, un vaso de vino de mesa y café. Sí esto bastaba al autor de La piel de zapa, era porque carecía de más francos para darse una buena ración de alimentos. De su infancia es esta pincelada que da el biógrafo René Benjamín: La madre del que había de ser famoso escritor está peinada como si se dispusiera a asistir a una fiesta de sociedad. Ha anudado alrededor de su cuello una fina cinta de seda amarilla que hace juego con el cinturón. Tiene hermosas manos y toma la sopa nerviosamente, la nariz sobre el plato. El señor Balzac está algo derrengado en su silla. Sonríe como si soñase y come con lentitud. Y, de pronto, devora con alegre precipitación. Mira a la ventana con frecuencia; nunca a su suegra. Ella, la madre, le dice a su hijo: –Honorato, ¿quieres no revolcarte en la mesa como un asno en el prado?... ¡Si te sorprendo así otra vez te mando a la cama para comer pan duro¡ Así sermonea la madre, que no sabe crear la dicha en torno suyo, sin ver que este claro rostro de niño indica una naturaleza sana y abundante. Tampoco el padre le valora. La madre va a su cuarto, donde estudia la longevidad humana en la Biblia. La abuela, que es buena, pero que procede del pueblo, va a la cocina a reñir a una pobre inocente que no puede más. Ninguna conversación hay en la mesa.
¿Qué podría pedir un niño al que su madre trata con indiferencia a la hora de la cena? Balzac, en medio de todo este juego de contradicciones, supo aquilatar lo que era lección y enseñanza, y lo superó para luego entregarse al libre espacio que le daban sus acciones deudoras, que eran parte de su literatura y de su vida cotidiana
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del pez Oscar Escoffié Padilla
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a marca registrada de aquel negocio es “Madero”. La famosísima calle en el Centro de la ciudad se llama “Madero”. El apellido del ilustre personaje histórico es “Madero” también. A las naves o buques así se les decía, obviamente por el material del que estaban hechos, y aunque esto último nos hace recordar de pronto que “Madero” es, antes que todo, una pieza de madera, el significado se di fumina en el lenguaje, quizás porque somos un “madero”: “Persona necia y carente de inteligencia o sensibilidad”, define el diccionario; o quizás porque las palabras también se desgastan, como si fueran materia, y perdieran algo de su cualidad originaria conforme el uso. Madero es entonces tantas cosas ya y ninguna. Sonido sólo acaso. Un código audible, como el “ring” de un timbre, que se hace sonar, y evoca, se hace sonar, se “pronuncia” nada más para que acuda a la puerta, no el “ring”, sino un tercero y abra. La palabra es imprescindible para hacerse prescindir. ¿Quieres hacer presente algo ausente? Nómbralo. ¿Quieres que algo desaparezca? Renómbralo. Es verdad que si una palabra deja de usarse, muere. Sin embargo, el significado de las palabras que persisten en nuestra cotidianidad no; éste pervive pero se distorsiona, se acopla a los nuevos tiempos, se redefine. Al desaparecer el significado desaparecemos con él, pues nos convertimos en ese animal que reacciona ante el silbato de su entrenador ignorando absolutamente todo, salvo que un sonido implica cierta acción, por la que a lo mejor, si la hacemos debidamente, obtengamos una croqueta. Por eso te nombro ahora, una y otra vez. Escribo de ti. Platico de ti con mis amigos. Y claro, al desvanecerte tú de esa manera, me esfumo yo también: tú te conviertes únicamente en una combinación de sonidos, yo en un simple emisor de fonemas. Sucede que una memoria, de tanto traerse a la superficie, superficial se queda. Aquí hay entonces un significado paralelo y más profundo de aquel dicho, referente en primera instancia a la mortífera imprudencia verbal: “El pez por su boca muere”, donde “morir” ahora sería des-significarse: evaporarse a fuerza de redundancia. Pero, ¿será cierto aquello de que el hombre tiene la maravillosa y terrible cualidad de que todo lo pronunciado jamás desaparece, sino que viaja hacia algún sitio del universo, ya no sólo por el aire (vehículo de la palabra), y queda como una remembranza etérea para nuestro juicio, en algún “lugar”? Si es así, ese espacio estará atascado también, como vemos nuestro entorno, de eslóganes, frases prometedoras, discursos políticos, palabrería electoral
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P oemas Regina Crespo
Granero Un revuelo de alas blancas seguido de un canto estridente acaba de pasar El registro visual y sonoro del espectáculo quedará guardado en algún rincón de mi memoria cansada para que lo consuma un día de éstos cuando vuelva a tener hambre de mí
Remedio Siempre me gustaron las nubes negras las tardes lluviosas las mañanas grises El sol es bueno el azul es lindo pero esta tregua de colores en la monotonía luminosa siempre me pareció una poción suave y reparadora Formas de dragones y molinos combaten esa euforia de Olimpo que anuncian las mañanas cristalinas El cielo oscuro, el olor a lluvia generosos ofrecen una breve dosis de la melancolía tan necesaria al suaveduro oficio de vivir.
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i Jean-Luc Godard es el cine per se, James Joyce es la literatura en sí. Dotado de un arsenal de recursos narrativos inaudito, de una flexibilidad sintáctica poco común hasta entre escritores experimentales de alto caletre, el escritor irlandés supo fraguar en su prosa la tradición del realismo decimonónico y, sobre todo, del naturalismo finisecular, con el vasto universo de sugerentes vaguedades de las vanguardias para hacerlos convenir en una escritura difícil, sí, pero no caprichosa, multialusiva pero no desarticulada, que prueba el viejo aserto de que la irreverencia y la provocación siembran lo que la generación inmediatamente posterior cosecha; es decir, que sin la búsqueda y la inconformidad de los “ismos” no existiría Joyce, pero que sólo cobra plena existencia y se consolida tal cónclave de exabruptos verbales cuando una mente maestra es capaz de modularlos en un acertijo literario que aterriza la gritería y el escándalo en un proyecto como el Ulises, novela esencial del siglo xx . Nacido en Dublín en 1882, estrictamente contemporáneo de la otra gran maestra de la lengua inglesa, Virginia Woolf –murieron también el mismo año, 1941, compartieron proyectos editoriales, círculos intelectuales y una mutua admiración–, Joyce encarna una inopinada voz desenfadada en el panorama fatalista de la literatura del siglo pasado, acaso encarnada en la sentencia final de su novela mayor, la última frase pronunciada por Molly Bloom: “sí y el corazón le corría como loco sí dije sí quiero Sí”, la gran respuesta (pese a toda la incoherencia, sinsentido, rudeza innecesaria y tristeza suicida) de la aceptación del mundo. Judío de origen, de formación jesuítica y filiación apátrida, Joyce renegó del necio nacionalismo tanto en sus libros como en la ocurrencia universalmente conocida “ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema”. Su obra fue escrita a la sombra de las dificultades oculares que lo acompañaron de por vida y abarcó desde la poesía (Música de cámara, 1907) y el teatro (Exilia dos, 1918) hasta el cuento (Dublineses, 1914) y la novela, con tres entregas diametralmente opuestas en sus alcances, dimensiones y propósitos: el Retrato del ar tista adolescente (1919), Ulises (1922) y la intraducible
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CON BREVEDAD Y MUCHO TINO, ESTE ENSAYO SE A ESCRITOR UNIVERSAL, QUE AMABA LOS PASEOS A Y QUE CAMBIÓ LA LITERATURA DE SU TIEMPO Y LA RETRATO DEL ARTISTA ADOLESCENTE (1919), ULISE
Finnegans Wake (1939). Todos son libros donde la maestría en el oficio de escribir y el lujo del lenguaje rozan el hermetismo y la ininteligibilidad, pero deparan al lector constantes recreaciones librescas y vitales que a veces precisan de una generosa cantidad de notas para ser atisbadas y comprendidas en su totalidad, sobre todo en la última novela.
DEL OLVIDADO ARTE DE CAMINAR
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as imágenes más persistentes de Dublineses y de la obra en general de James Joyce, observa su biógrafo oficial (Harry Levin), son las de hombres caminando. Quizá no se trate, estrictamente, de un puro peripatetismo aristotélico sino de otra forma de la conversación, ya sea con alguien o a menudo sólo con uno mismo. Los juegos de palabras, tan caros a Joyce y que tanto molestaban a Borges, ya están desde este libro, cuya frase final, como la ya citada de Ulises, es significativa en este sentido: “a slowly swooning soul”, un alma que se desvanece lentamente. De hecho, el diálogo que establece esta colección de cuentos con su novela mayor no es en absoluto fortuito, pues en principio Ulises era una historia de Dublineses que poco a poco se fue robusteciendo hasta convertirse en un proyecto mucho más ambicioso. Los hombres y mujeres fracasados, que con despiadado entusiasmo retrata en estos cuentos, no son sino fotografías infinitesimales del multicromático Bloom, cuyo nombre a veces se oculta –en el entierro de Dignam, un diario consigna apenas la presencia de un tal l . Bloom en el cortejo– en la novela, como el de Odiseo se esconde en Nadie en el poema homérico. Levin no tiene empacho en reconocer que “Los muertos”, el último y más largo de los cuentos de Du blineses, es el “más perfecto” del libro, cualidad que de seguro llevó a John Huston a filmarlo, así fuera tardíamente y sin poder vivir para el estreno, en 1987. Stephen Dédalus, protagonista de Retrato del artista ado lescente, personaje importante de Ulises y alter ego de James Joyce, habla en un paseo, de los varios que emprende en la novela mayor, de una colección de relatos sobre Irlanda que ha escrito y “de la que se propone enviar copias a todas las bibliotecas del mundo, inclusive a la de Alejandría”. Ese libro es Dublineses, donde
sacarle partido a la riqueza coloquial, a la peculiaridad conversacional del inglés callejero de Dublín, es propósito básico para explorar, como siempre en Joyce, la naturaleza musical del lenguaje, sus tonos y temblores íntimos, sus ruidos más sugerentes. Asimismo, recurre aquí a otra constante de la obra que vendrá: depositar en una frase cursi, en un recuerdo incoherente, en una canción sentimental, la semilla de burla irónica que no deja de ser apego a la entraña de la gente de todos los días, aunque se resuelva, como en el edicto de Jean Paul Richter, a la manera de “baños calientes de sentimientos seguidos de duchas frías de ironía”. Los niños de Dublineses son reales porque son expertos en simular. Predominan sobre todo en los primeros cuentos, y muchas veces accedemos a la historia sólo desde su perspectiva, aunque también es muy vivo el retrato de una sociedad adulta inculta y gazmoña. Así, hablando del Mr. O’Madden Burke de “Una madre”, se dice: “Su grandilocuente apellido occidental era el paraguas moral con que equilibraba el problema de sus finanzas.” Como se dice dental, metálicamente, los personajes de Dublineses “no dejan de enseñar el cobre” de sus envidias lo mismo que su irreprimible, ín clita inclinación al alcohol. Esta suerte de taimado álbum familiar, este inquieto homenaje de dos filos al ser irlandés, cambia de perspectiva en el Retrato del artista adolescente, una novela que se ha leído en clave autobiográfica porque es fácil caer en esa tentación, aunque lo sea menos en episodios verificables que en el espíritu de Stephen Dédalus, siempre necesitado de “encontrar en el mundo real la imagen irreal que su alma contempla constantemente”. Stephen, como algunos de los personajes del libro anterior, se pasea por las calles porque su sombra le induce a hacerlo y lo lleva a un prostíbulo o a un bar donde, gracias al instinto y la intuición (esos cabalísticos caballos de la intemperancia en la alegoría griega), se asoma a los grandes enigmas de la vida. El protagonista de esta primera novela joyceana, mortificado por su creciente conciencia del pecado, deambula por los pasillos del colegio lo mismo que en retiros escolares que son un espacio para la duda de si seguir el camino espiritual que le proponen los curas o entregarse a la más pagana pero ya ingobernable afición a la poesía y a la belleza de una niña rubia de piernas esbeltas.
ACERCA A LA OBRA INAGOTABLE DE UN A PIE Y TENÍA PROBLEMAS OCULARES, A DEL NUESTRO CON SUS NOVELAS ES (1922) Y FINNEGANS WAKE (1939).
Sólo en el último capítulo Dédalus se sentirá dueño de su laberinto intelectual, se sabrá llamado artista y se inclinará por el poderoso vicio de evocar el vacío ontológico con argumentos lúdicos, lúcida conducta que, en efecto, fue la que fatigó hasta el cansancio el mismo James Joyce. Sus arengas y devaneos intelectuales cortan el doble cordón umbilical de Irlanda (esa “vieja cerda que devora su propia lechigada”) y del catolicismo, y ante la obsesión materna por volverlo al redil, Dédalus entiende que eso sería como “salir de la Iglesia por la puerta trasera del pecado y volver a entrar a ella por la claraboya del arrepentimiento”.
DE LO QUE DEPARA LA PARODIA
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a página como partitura, tráfico feliz y exuberante de fonemas, sinfonía de la sintaxis, encuentra en Ulises y en Finnegans Wake marca de fábrica. Es casi imposible que la lengua inglesa vuelva a ser seducida y radiografiada del modo en que lo hizo Joyce, que si en la novela de 1922 ya había gozado de sus goznes como si se tratara de espumosa cerveza en un vaso de esquinas exquisitas, diecisiete años más tarde consigue hacerlo en idéntico número de lenguas para atomizar la historia entrañablemente intraducible de un personaje llamado h . c . e . (Here Comes Everybody). Salvador Elizondo, Víctor Pozanco, Marcelo Zabaloy y otros han intentado verter al español ese venero incalculable de alusiones y juegos de palabras, pero el texto defiende su ostracismo para sólo dejarse oír, según profecía de su autor, en el siglo xxii . Más cercano a la inteligibilidad, el Ulises de Joyce es, entre otras cosas, un ejemplo (quizá el más alto) de lo que la literatura puede hacer con la literatura: dialogar con la tradición, volver al origen, a la vieja épica que treinta siglos atrás marcó el punto de partida, la Odisea atribuida a un tal Homero, para parodiarla y básicamente volver a declamarla en otro tono: se extinguieron los héroes, ya sólo queda un pobre empleado irlandés que cocina de vez en cuando riñones de cerdo; Penélope no espera tejiendo y destejiendo, ahora es Molly Bloom que le da vuelo a la hilacha de sus recuerdos adúlteros para desentumecer su ánimo desangelado; Telémaco no es el hijo pródigo que vuelve luego de una búsqueda tan infructuosa como indispensable, sino el amigo joven
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Enrique Héctor González
y el arte de la parodia que siempre está dispuesto a desconcertar a Leopold Bloom con su lógica porosa. Entre los dieciocho capítulos que recuperan las 24 horas que dura el día de Bloom, parodia puntual del idéntico número de rapsodias que constituyen la Odisea, asistimos a una afiebrada sucesión de recuerdos, pasiones pedófilas, desarreglos espirituales de los personajes, sepelios en sepia que se van sumando y deshilvanando como un tejido interminable. Una duda semántica de Molly, la esposa de Leopold, acerca de la palabra “metempsicosis” (“¿con qué se come eso?”), revela una conducta propia de la literatura entera de James Joyce: “Sólo palabras grandiosas para cosas co-
rrientes por el gusto del sonido.” En el flujo ambulatorio de su día, el protagonista topa en otro momento con Gerty MacDowell, una jovencita que recuerda a la Alicia de Carroll e imprime a la novela un sello que más tarde recuperará Nabokov en su Lolita: la de un amor, aquí contemplativo y extático (resuelto finalmente en onanismo), que el tautológico Humbert Humbert del novelista ruso llevará a una endemoniada devoción sexual. Pero es sin duda el capítulo que cierra la novela de Joyce, el monólogo interno de Molly Bloom, el que revela mejor, en su naturaleza asintáctica, en su poderosa y libérrima asociación de ideas, en su falta de signos de puntuación durante más de treinta páginas, la naturaleza de radiografía verbal de los estados mentales que asume en Joyce su concepto de la lite ratura. El onirismo erótico de Molly (que recuerda más bien la infinita obscenidad de la correspondencia recuperada entre Nora Barnacle y el propio James Joyce), los constantes asaltos del recuerdo placentero del org asmo, devienen asimismo diatribas contra el género masculino (“son unos estúpidos nunca entienden lo que dice una aunque se les ponga en letras de molde en un cartel grande”) y denuncias soslayadas del conflicto que enfrenta la mujer entre la necesidad de las fórmulas amorosas tradicionales y la asfixia de la vida marital. Del narcisismo a la ninfomanía (“Molly guapa me llamaba cómo se llamaba Jack Joe Harry Mulvey”), de la frivolidad a una conciencia muy verosímil de su ser en el mundo, el discurso de la esposa de Bloom es una ventana abierta a los tiempos por venir: en ocho lar guísimos párrafos, entre infinitas alusiones y parodias, aliteraciones, paronomasias, crasis (palabras enlazadas a través de su fonemas, como ocurre en “primaverano” y “suicidiota”), palindromas menos dramáticos que dromedarios –la doble giba de su lectura inversa arrojando al final una sola protuberancia verbal en el lomo de la página– Molly, escatológica, flatulenta, dispersa como una brisa exuberante de deseos tanto reprimidos como realizados, arroja la imagen más au téntica del arte de James Joyce, donde el juego y el erotismo de la lengua encarnan la neurosis más lúcida y esquizofrenizante que un personaje literario haya podido, simultáneamente, padecer y disfrutar
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Leer Las malas lenguas. Barbarismos, desbarres, palabros, redundancias, sinsentidos y demás barrabasadas, Juan Domingo Argüelles, Editorial Océano, México, 2018.
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Las barrabasadas contra el español ELENA MÉNDEZ
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uando estudiaba Lengua y Literatura Hispá-
‘razón’, en la acepción de ‘motivo’ o ‘causa’ (drae ) […]
nicas me hice más consciente del buen uso que
Esta última expresión, ‘violencia por razón de sexo’,
debe dársele al idioma español. Así, lograba
aunque mucho más minoritaria en su uso, tiene la
percatarme de que hasta mis maestros, preparadísi-
ventaja de poder aplicarse no sólo a la violencia que se
mos, de vez en cuando cometían errores garrafales al
comete contra las mujeres, sino también contra los
hablar o escribir. Como un par de ellos, que llevan el
homosexuales y transexuales por el hecho de serlo”.
mismo apellido y son miembros correspondientes de
El nivel cultural de una persona no lo inmuniza
la Academia Mexicana de la Lengua. Uno comentó en
automáticamente contra las barrabasadas del lengua-
clase que llega un momento en el que al escritor debe
je, como la de aplicar el adjetivo “obsceno” a lo que es
dejar de importarle “si lo alaban o lo denostan” (sic).
“repulsivo”, aunque carezca de connotación sexual,
Otro glosó un trabajo escolar mío, donde había escrito
que es a lo que se refiere el vocablo. Incluso personajes
“a El Comandante” (refiriéndome a Fidel Castro, que
como José Saramago, Premio Nobel de Literatura, han
aún gobernaba Cuba), anotando: “Hace siglos que ‘a +
incurrido en el equívoco. El portugués afirmó en algu-
el’ se contrajieron (sic) en ‘al’ ”. No hay que admirarse,
na ocasión: “Lo obsceno es que se pueda morir de
por supuesto, de los errores ocasionales, sino de los
hambre.” El Diccionario panhispánico de dudas aclara
reiterativos y generalizados que constituyen un ver-
que la confusión ocurre por la influencia del anglicis-
dadero maltrato del idioma.
mo obscene: “grosero o indecente”. En español, “obsce-
Las malas lenguas, de Juan Domingo Argüelles
escribirse mal (sin acento o sin la ‘e’ final) y pronun-
no” sólo deberá emplearse para las representaciones
(Chetumal, 1958), trata precisamente de dicho tema,
ciarse peor. Este vocablo es muy común en las llamadas
grotescas del sexo. Asimismo, habrán de utilizarse
analizando 423 casos de términos o expresiones utili-
revistas del corazón, donde abundan los consejos para
adjetivos como “vergonzoso”, “censurable” o “vitu-
zadas en el español.
realzar dicha parte del cuerpo, así como las críticas o
perable”.
Entre las múltiples causas que deforman el idioma
panegíricos a las nalgas de tal o cual famosa. Tal uso
Líneas arriba se aludió al prestigiado galardón
se halla la corrección política, que da lugar a ridicule-
resulta absurdo, explica el autor, porque nuestro idio-
sueco, que innumerables veces se pronuncia y escribe
ces como llamar “adultos mayores” a las personas
ma tiene el término adecuado, y una amplia sinonimia,
incorrectamente, tanto por el vulgo como por entera-
ancianas. Al recurrir a estos eufemismos se pretende,
para designar esa región anatómica.
dos, que dicen “Nóbel” o “Nóbeles”, en vez de pronun-
supuestamente, no ofender a ese sector poblacional;
Argüelles es muy enfático al sostener que está mal
ciar el término en singular con acentuación en la última
sin embargo, sólo se entorpecen la claridad y economía
empleada la palabra “género” para referirse a la discri-
silaba; y en plural, en la penúltima. Además, en plural
del lenguaje.
minación sexual, pues, como explica: “en español
deberá escribirse con la letra inicial en minúscula. Y,
Un término bastante extendido es “bizarro”, en el
‘género’ y ‘sexo’ son cosas diferentes: ‘género’ tienen
en ningún caso, habrá de confundirse con “novel”, es
sentido de “extravagante, raro, caprichoso y extraño”,
las palabras, pero no así las personas: éstas
decir, con “principiante”.
acepción que, no obstante, es rechazada por la Real
tienen ‘sexo’, como muy bien lo define María Moliner
Justo mientras redacto estas líneas, leo en la versión
Academia Española, pese a que la de “valiente” o
en el Diccionario de uso del español (‘carácter de los seres
electrónica del diario El País, de España, que, tras una
“espléndido” se encuentra en franco desuso. Aquí,
orgánicos por el cual pueden ser machos o hembras’).”
serie de desafortunados escándalos, la renuncia de
Argüelles le concede razón a los hablantes y no a la
Más adelante, en la entrada relativa a “violencia de
otra integrante de la Academia “llega después de la
institución, a la que no pocas veces califica de “rancia”,
género”, el autor cita al prestigiado filólogo Lázaro
salida de […] Katarina Frostensony y la de la secretaria
por sus incongruencias y lento proceder.
Fernando Carreter, director de la r a e en los años
permanente, Sara Danius, encargada de anunciar el
Otro caso donde se le otorga razón al hablante, así
noventa, quien aclara que tal violencia más bien es
Novel (sic) de Literatura”.
como ocurre con la popularizada acepción del término
“‘de superioridad’, sea sexual, física, de poder o de
“bizarro”, es “viralización” y sus derivados. Dichos
otras clases”.
Aunque la extensión del volumen haría pensar que se trata de un mamotreto aburridísimo, el autor de Las
neologismos han cobrado un rápido y fuerte arraigo,
El quintanarroense propone: “en atención a la
malas lenguas se encarga de que la lectura sea fluida y
dado su uso específico para todo aquel contenido que
verdad y a la claridad idiomática bien estaría decir y
de que soltemos la carcajada ante semejante compen-
“se propaga exponencialmente” a través de internet.
escribir ‘violencia contra la mujer ’, ‘violencia contra
dio de faltas de ortografía, de ortoepía, redundancias,
Un caso realmente desopilante consiste en sustituir
las mujeres’ o, en el peor de los casos, ‘violencia por
pleonasmos, entre otras burradas que tan despreocu-
la palabra “trasero” por el galicismo derrière, que suele
razón de sexo’, entendido el sustantivo femenino
padamente se cometen contra la lengua española
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Jornada Semanal • Número 1212 • 27 de mayo de 2018
Afroditas, Evas, Lolitas, José Antonio Lugo, Ficticia/conaculta, México, 2017.
Diosas mortales y otras fantasías ROSARIO MATEO
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rotismo y sexualidad han atravesado la sociedad y la cultura desde el inicio de los tiempos. Afroditas, Evas, Lolitas, de José Antonio Lugo, hace una radiografía de las distintas modalidades en el que ambas se representan socialmente. El libro de Lugo es una obra conceptual desde su título: Afrodita es la Diosa del amor; Eva es la creación de Dios, hecha a semejanza del ideal de su compañero masculino; y las “Lolitas” son la materialización femenina de un ideal de renovación sexual con aspecto dulce y encantador. Desde el comienzo mismo del libro, el autor prepara el terreno para que constatemos que “la única obra de arte verdadera es el festín ajeno”. Lugo organiza como eje articulador de su recorrido narrativo las letras del alfabeto latino. De la a a la z presenta veintiocho mininovelas, todas tituladas con nombres de mujeres, cuyo apelativo tiene un significado y corresponde a algo extraordinario. Así, comienza con la a de Alma que es “la que da la vida”; Elena es el nombre que corresponde a la E y representa la “Antorcha”; Isabel, la “Promesa de dios” es la encargada de representar la i ; en la ruta de los clásicos, para ejemplificar la p utiliza a Penélope, el personaje de la Odisea, pretendida por muchos hombres; en el lugar de la v , incluye a Verónica, “portadora de la victoria o verdadera imagen”; Xochitl, “flor” es el nombre escogido para la x . Finalmente, remata esta nómina femenina con la z de Zoé “vida”. No hay ninguna mujer en estos textos que destaque más que la otra. Todas son dueñas de sí mismas,
Recinto de tu carne, Carolina Martínez, Ediciones Eternos Malabares, México, 2018.
de sus decisiones, deseos y destinos. Todas son poseedoras de sus mundos, sean reales o artificiales, secretos o públicos. Todas las protagonistas son mujeres comunes. Pese a ello, cada historia se vuelve especial porque esas mujeres son ellas mismas y son únicas. Sus avatares y peripecias se van transformando a los ojos del lector, de manera que los sucesos que p a re c í a n extraordinarios terminan siendo parte del imaginario colectivo. Sus vidas, aparentemente ordinarias, sufren un vuelco guiadas por la libertad y el deseo. Cada historia cuenta con una capitular como puerta de entrada. Cada inicial se convierte en una ilustración a toda pagina, donde el caracter tipográfico, de familia serif, tiene como compañera la imagen de una mujer. Desde una vitrina, y en paralelo al texto, veintiocho mujeres nos cuentan con aire libre y sin usar palabras su propia historia. Todas aparecen desprovistas de vestimenta, mostrándose al mismo tiempo como ellas mismas y como personas distintas. Sus dibujos provocan la vista y casi inevitablemente seducen los pensamientos. Las ilustraciones están inspiradas en grabados de capitulares eróticas del siglo x v i , que si bien no fueron comunes, se publicaron en el libro Opera M e d i cinales, editado en 1570. El autor de estas imágenes es el ilustrador, grabador y dibujante mexicano Eko. El uso de este recurso visual resulta muy afortunado como compañero de texto.
La estructura de la narración impide que el lector se pierda. Las historias están armadas para que en las primeras líneas se conozca o reconozca a la protagonista, a la amiga, al amigo, al profesor, al psicólogo, a la estudiante, a la madre de familia, a la fiel, al infiel, a la novia “perfecta”, a la divorciada, a la cantante. No hay escapatoria. El lector encontrará a lo largo de libro, como dice una de las protagonistas de la obra, que “la vida es muy compleja y las relaciones amorosas muy complicadas”
El recinto del alma RICARDO VENEGAS
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ecinto de tu carne es poesía con aliento propio y pertenece a la estirpe del poema extenso. A la poesía mexicana actual le hace falta riesgo; estamos plagados de poetas que hacen uso de las palabras prestigiosas, de la lengua como herramienta del poema, del contar y cantar, pero no de sí mismos. Hablan incluso de lo que desconocen. Estu-
dian, indagan, leen libros premiados para a su vez imitarlos y concursar en premios y reciclar lo que vende, la moda literaria. Así funcionan el apadrinamiento y el amiguismo; no generalizo, pero existe como tal. Los grupos premian los servicios de sus aduladores. Esto ha generado una suma importante de libros premiados más por la capacidad y el poder de las relaciones públicas, de imitar y servir, que por la calidad de la poesía. Libros olvidables y prescindibles al minuto siguiente de haberlos leído. Esto no quiere decir que todo libro de poemas auténtico tenga que ser estrictamente autobiográfico pero, ¿qué poema verdadero que toque las fibras del lector puede no serlo? En el prólogo a este volumen, Hilaria Martínez habla del diálogo que también es la poesía: “Este diálogo nos remite de nuevo a los orígenes del mito y la poesía: …aquél que nos devela la cortina de ¿por qué el creador nos ha determinado el ser como somos, y por qué nos ha dispuesto también el camino para averiguarlo? En este oficio trashumante está el mito griego antiguo de Prometeo, el de acercarse a los
dioses y saber lo que piensan y, luego de vuelta a la tierra, ofrendarlo a la humanidad en forma de rito; a este mensaje se le llamó poesía, es decir, extraer la sabiduría de la divinidad para la templanza y regocijo de los hombres”. La fuerza y contundencia de Recinto de tu carne radica en la brutal sinceridad con la que la autora ha escrito un libro que bien podría ser una obesa novela autobiográfica, un libro que busca la identidad de aquella voz. Pero Carolina Martínez fue llamada a escribir, a cantar lo que de otra manera no hubiera salido a la superficie, o a la manera de Rubén Bonifaz: “De otro modo lo mismo”: “Cuando explota el alba,/ Un colibrí desciende a tu guarida./ Espolvorea con fuego las ramas del laurel,/ ataca al eucalipto con su furia/ de guerrero transparente./ Su sombra a contraluz se multiplica,/ espada armígera que se afila,/ que abate las brevas del durazno,/ pendientes,/ frescas,/ como la boca de Marcela/ El colibrí allá, tú inmóvil./ Perpleja de su sombra./ Ya olvidaste cuántos años has vivido./ Cuántos siglos agonizas”
Leer
27 de mayo de 2018 • Número 1212 • Jornada Semanal
Nunca más su nombre, Joel Flores, Editorial Era, México, 2017.
El padre y el infierno
DEL SOLDADO DESCONOCIDO
RICARDO GUZMÁN
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na de las constantes humanas es el conflicto entre padre e hijo. Muchos mitos griegos se han perpetuado hasta nuestros días: el padre que devora al hijo, el hijo mata al padre, el hijo abandonado a su suerte o cambiado de cuna, el padre que desconoce al hijo y muchas variantes más. Una novela que tiene como primera referencia el conflicto eterno y generacional entre padre e hijo, tiene recorrida la mitad del camino en el imaginario del lector; no importa que éste no tenga un problema paterno como el descrito en la novela de Flores, sabe de qué se trata, sabe qué se siente. El narrador, un escritor que transita entre Zacatecas y Tijuana, ha huido durante años del encuentro con un padre que, además de golpear a la madre, abandonó a la familia cuando el hijo era pequeño. Su renuencia con el padre llega al extremo de llevarlo a contestar, cuando le preguntan por su progenitor, que ha muerto. Y la vida parece estarle funcionando con la esposa, cuando recibe la llamada en Tijuana para que vuelva a Zacatecas a despedirse del padre, quien “se está muriendo”. La disyuntiva personal es clara: ¿qué podría importarle la muerte de alguien a quien ha dado por muerto desde niño? Pero la esposa, siempre conciliadora, interviene para que vayan a Zacatecas. Como contrapartida de su nula relación paterna, el escritor contempla el fallecimiento de su suegro, quien fue un padre ejemplar y cuya familia es capaz de todo por estar a su lado. El escritor plantea los extremos para contrapuntear el deterioro emocional y familiar del narrador, mostrándole cómo deberían ser las despedidas de los padres. Pero no el suyo, piensa él: lo ha menospreciado toda su vida; prefirió al hermano mayor, quien sí tenía los atributos buscados por el padre; ha golpeado a la madre; jamás respondió económicamente a sus obligaciones paternas y en una ocasión que lo vio, décadas después de que los abandonara, el padre se puso violento e insultó a la madre, quien prácticamente crio sola a los hijos. Es como si lo hubieran desheredado en vida: le han quitado al escritor la posibilidad
de recibir algo, cualquier cosa, no sólo material, sino afectiva, moral, educativa, por parte de ese padre que prefirió ausentarse, beber exageradamente y siempre menospreciar a la madre. Una novela presumiblemente autobiográfica, al menos en las locaciones donde transcurre la acción, que nos habla a todos sobre las carencias formativas y cómo afectan a los hijos. Especialmente para aquellos que, ante la figura paterna y sus elecciones familiares, no pueden evitar sentirse desplazados de su amor, alejados de esa persona que debería ser el primero en proteger a los hijos y cuya única acción ha sido sembrar la semilla de la autoconmiseración en ellos para enfrentar este extraño ideal mexicano de ser buen hijo, aunque el padre no lo merezca. Mientras el hijo debe resolver su problema, la sociedad a su alrededor lucha con otras violencias; así, en esta novela, la delincuencia parece ser una extrapolación del conflicto interno del personaje: la violencia está adentro, pero también afuera: estamos en medio de un torbellino que impide la paz y la calma
Juan Manuel Roca
Madre, póngame un puñado de proyectiles en el morral que me voy a la guerra. Y un poco de arroz que yo pongo mi miedo. Llevo una provisión de cicatrices para repartir al enemigo. Ya alisté la camilla de lona del abuelo en la que regresó con una pierna, un brazo y tres medallas. Madre, un regimiento de sombras huye de sus cuerpos y las ruinas de país que van dejando. Llevo mis mejores heridas, un carnet de desertor de la vida.
En nuestro próximo número
PHILIP ROTH O LA PALABRA CONSCIENTE Agustín Ramos y Gustavo Ogarrio
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Arte y
Jornada Semanal • Número 1212 • 27 de mayo de 2018
pensamiento
germaine gómez haro
germainegh@casalamm.com.mx
Leonora Carrington: como el agua que fluye ( i de ii )
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L 6 DE ABRIL de 2017 se celebró el centenario del natalicio de Leonora Carrington, la entrañable artista de origen británico que emigró a nuestro país en 1942 y vivió hasta los noventa y cuatro años desbordante de lucidez y creatividad. En el curso del año pasado se llevaron a cabo numerosos eventos para conmemorar su natalicio. Los festejos culminan este año con la apertura del museo que lleva su nombre, inaugurado el pasado 22 de marzo, en un recinto recién habilitado para tal fin dentro del Centro de las Artes San Luis Potosí Centenario, que a partir de ahora alberga una exhibición permanente de esculturas, joyas, grabados y objetos de la colección de la artista; ahí mismo tendrá lugar un Centro Internacional de Estudio y Difusión del Surrealismo, todo esto impulsado por su hijo, Pablo Weisz Carrington. Hace unas semanas dio inicio la exposición Leonora Carrington. Cuentos mágicos en el Museo de Arte Moderno capitalino y próximamente 1 también se abrirá el Museo Casa-Estudio en la que fuera su última morada en la calle de Chihuahua 194. Se contempla para el verano la apertura de un tercer espacio dedicado a la artista en Xilitla (también San Luis Potosí) cercano al Jardín Surrealista “Las Pozas” creado por Edward James, quien fuera su coleccionista y amigo. Muchos museos para una sola artista que ni siquiera es mexicana de nacimiento, han cuestionado algunos, pero lo cierto es que el público mexicano profesa un profundo cariño, admiración y reconocimiento a esa excepcional creadora que hizo de nuestro país su patria adoptiva y ocupa un lugar central en la historia del arte mexicano de nuestro tiempo. Su celebridad en el ámbito nacional e internacional se debe primordialmente a su extraordinaria creación plástica, de una belleza y originalidad poco comunes, pero también al hecho de que por muchos años fue la última sobreviviente del grupo surrealista original liderado por André Breton en París en los años veinte y treinta del siglo pasado. Y eso no es de extrañar si pensamos que ella ingresó al núcleo surrealista con sólo veinte años de edad y siendo una incipiente pintora y escritora. Con su talento y audacia deslumbró a las celebridades del grupo y Breton la incluyó en su magistral Antología del humor negro (1940). Si bien por muchos años su pintura fluyó paralela a su creación literaria –ella incluso decía que no veía ninguna diferencia entre sus imágenes pintadas y las escritas– con el 2 tiempo su escritura fue relegada a un segundo plano. Su arte cautiva a un amplio público de propios y extraños, pero intuyo que sólo una minoría ha leído sus cuentos y novelas. Por esta razón se aplaude la reciente iniciativa del Fondo de Cultura Económica de publicar una edición conmemorativa del delicioso relato La trompetilla acústica (1976) acompañada de ocho imágenes inéditas de la artista de la década de los cincuenta, incluidas a modo de encarte. Sería de agradecer que dentro del marco de estos festejos se reeditaran todos los libros de Leonora que están agotados en nuestro país. Este vasto programa de eventos conmemorativos –también ha habido puestas en escena y producciones documentales– ha de contribuir a una nueva lectura de su trabajo y de su personalidad, porque en Carrington vida y obra están íntima e indisolublemente ligadas. Entre más observo sus pinturas, más inaprehensibles las percibo. Y eso me entusiasma. Ríos de tinta han corrido en el intento de descifrar sus enigmáticas escenas, y desde luego en este sentido hay numerosos estudios serios y profundos de los colegas especialistas, pero en lo personal me inclino cada vez más a la idea de dejar de buscar la interpretación de su críptico lenguaje cargado de símbolos, y dejarse simplemente llevar por la fluidez de sus misteriosas escenas finamente bordadas con pasión y poesía en cada lienzo y olvidarse de las ideas preconcebidas. Ella nunca se sintió surrealista y siempre rechazó esa o cualquier otra etiqueta que constriñera la libertad de su creación. Lo importante de su pintura es su exquisita calidad técnica –como pocas en el arte 3 contemporáneo– y la intensidad de su imaginación desbordada. ¿Leonora pintaba imágenes de la mitología celta, de las leyendas y mitos ancestrales, de las filosofías ancestrales, de la magia y el ocultismo, la cábala, la astrología? ¿O pintaba lo que soñaba, lo que recordaba, lo que vivía? ¿Acaso lo vivido en vidas pasadas? Qué más da. Ella lo intuía así:“Mi memoria tironea hacia la imagen nítida de algo jamás visto, aunque recordado y tan intensamente vivo que siento que me posee. […] El mundo que pinto no sé si lo invento, yo creo que más bien es ese mundo el que me inventó a mí.” 1. Leonora Carrington y La tentación de San Antonio 2. Down Below 3. La posada del caballo del alba (Autorretrato)
(Continuará…)
BITÁCORA BIFRONTE
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jair cortés
jair_cm@hotmail.com twitter: @jaircortes
Willie Colón y Garcilaso de la Vega: la nieve de los años y el amor
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Para los amigos del Galeón y Oro mai mai
DILIO”, CANCIÓN INCLUIDA en el disco Hecho en Puerto Rico (1993), y compuesta por Willie Colón, es una de las más hermosas composiciones musicales que el género de la salsa haya concebido. La correspondencia entre la nitidez de su letra y la emotiva estructura musical revelan una pieza digna de atención. Respecto a su letra, encontramos dos de los tópicos literarios más frecuentes en la historia de la poesía universal: el tempus fugit (el tiempo fugitivo) y el carpe diem (aprovecha el día) expresado por el hombre que, en su madurez, ruega (desde la primera estrofa) que la hermosa joven deseada responda a su amor:“Sólo me alienta el deseo divino de hacerte mía,/ mas me destruye la incertidumbre que estoy pasando,/ y es que la nieve cruel de los años mi cuerpo enfría,/ y se me agota ya la paciencia por ti esperando.” Aquí, “Idilio” nos recuerda al soneto xxiii, de Garcilaso de la Vega, en el que el poeta le advierte a la joven mujer que se apresure a amar “Antes de que el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre”, haciendo alusión a las canas que, una vez llegada la vejez, habrán de matizar su cabello, la misma “nieve cruel de los años”, a la que hace referencia Willie Colón. Volviendo a “Idilio”, el hombre describe, desde la ensoñación, cómo será el día en que se amen:“Que a besos yo te levante al rayar el día/ y que el idilio perdure siempre al llegar la noche/ y cuando venga la aurora llena de goce,/ se fundan en una sola tu alma y la mía.” La canción, cantada a dos voces (masculinas, una tersa y la otra grave), en la siguiente estrofa se divide en una suerte de textura musical polifónica, donde cada una canta por su lado de la siguiente manera: voz 1: “Que a besos yo te levante al rayar el día”; voz 2: “El día nos sorprenda corazón”, y luego: voz 1: “Y que el idilio perdure siempre al llegar la noche”; voz 2: “la noche sea tan sólo de los dos.” De esta forma, en la ejecución de la pieza podemos escuchar cómo los dos versos (y las dos voces) coinciden de manera simultánea en la palabra día y, después, en la palabra noche: las voces (el aliento del ser) comulgan en una sola voz en un mismo instante, de tal modo que las almas, representadas por el día y la noche (lo masculino y lo femenino) se unen en una sola cuando llega la aurora en “sólo un corazón/ que es para los dos”. Quien animado por estas palabras escuche la canción (“soñando, contigo,/ queriendo, que se cumpla nuestro idilio”, mientras el trombón, desde su gravedad, suplica por el amor), también experimentará un deseo inevitable de bailar, al mismo tiempo que comprende que la “salsa” ha sido bautizada así porque es la música con la que sufrimos mientras gozamos
Arte y
27 de mayo de 2018 • Número 1212 • Jornada Semanal
pensamiento
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OMIENZO POR EL CANALLA mayor. La alabanza en boca ajena es vituperio, se dice. Y él, no conforme con los vituperios de cuarenta y tres por ciento de votantes, se ufana de ser el único de tener una vida limpia, juatevrdatmins. Él surge como Venus de una concha, aunque no de nácar sino de ostión. Es un milagro mayúsculo aunque con las limitaciones propias de su entorno, que no consiste precisamente en un lago de cristal sino en bocas de alcantarilla a donde vienen a dar los últimos desechos de un régimen podrido. Es inmaculado según la propaganda de tres partidos políticos consolidadamente afamados: pri , Panal y Verde. Mi única mancha
es el vitíligo, dice el guión de una escena que no es chusca por lo dicho sino por la originalidad: n’hombre, un genio. ¡Milagro!, algo limpio, por inf i n i te s i m a l que sea, brota de este miasma venérea. Hosanna, es el más preparado, el formidable, la salvación, corean los bien retribuidos voceros q u e t a c h a n d e m e siánico al adversario político. Este prodigio de limpieza y rectitud representa la seguridad ante el peligro, el futuro de modernidad ante el pret é rito bienesteros o, l a c o n c i l i a c i ó n a huevo ante la obsesión por el poder. Él, con trayectoria de cinco secretarías de Estado cinco en dos sexenios dos, fustiga con su transparencia a q u i e n r e húsa confesar de qué vive. Él, hijo de tigre, pintito, y de la de la divina providencia se viste de ciudadano cuando de hablar de honestidad se trata, o de antorchista cuando va a muer te por la presidencia siguiendo e l ejemplo electoral del Estado de México y Coahuila. Él, sin ser priista, asume haber quitado y puesto cabezas en el pri. ¿Y qué resulta de tanto decir suyo? Un total de egolatría, emisión aciaga a la sombra silenciosa de los mercenarios, complicidad –por decir lo menos– en la desviación de miles de millones de pesos del erario y, en consecuencia, corresponsabilidad en las penas, miedos e iras de ciudadanos imposibles de convencer. ¿Qué suma? Mentira pura, como escribir un libro que se acaba de escribir y que está por aparecer pero del que se desconoce el título, como ignorar las corruptelas maquinadas antes, durante y después de su paso por la Secretaría de Hacienda, como intentar (fal l i d a m e nte ) exo rc i z a r s u a c a r to n amiento con calumnias a una luchadora social, con la entrega de una supuesta prueba de cargo a su adversario, con manoteos pérame-pérame al moderador. Paso al candidato segundón, el canalla que flota a salvo de las leyes gravitacional y jurídica gracias a que, primero, en Chihuahua tiene un salvoconducto en el exsecretario general adjunto del pri acusado de desviar recursos públicos para financiar campañas proselitistas; segundo, a que los cargos de lavado de dinero, enriquecimiento inexplicable y “moches” (cobro legislativo de comisión por gestionar recursos para ayuntamientos) no son exclusivos del pan ni de la clase política, y tercero, porque este canalla es la pieza a la que apuestan los mexicans hampones máximus frente al riesgo de intentar otro
fraude electoral para encaramar ahora en la Presidencia de la República al canalla mayor. Así que es el segundón, quien ha obtenido a pulso el apodo homófono de su apellido desde que se apoderó del pan, quien cada día se supera a sí mismo como topillero y mitómano. Él, que acusa de anacrónico a su único contrincante real, sólo puede ostentar su oficio de jilguero en tiempos en que ni los priistas, de Salinas para acá, usan ya los artefactos de la oratoria y la declamación, y dejan ese oficio a los Fernández de Cevallos y a los Álvarez Icaza. Él califica de antiguallas las propuestas que luego copia con el descaro de quien se sabe impune ante los medios oficiosos u oficiales. Sin embargo, su fase más siniestra, la de mentiroso contumaz, se ha manifestado a todo color en las pantallas chicas. El jilguero cantaba, pues, para decir y desdecirse una y otra y otra vez, con desvergüenza, fingiendo divertirse con las acusaciones, intimidando de diversas formas y dibujando sonrisas de tarascada, sonrisas irrevocables que, no obstante, bajo su cáscara de autosuficiencia, traslucían al gesticulador egocéntrico e inescrupuloso dispuesto a transgredir cuanta norma social o individual le impida alcanzar sus metas. Empero, al revelar lo que en realidad es, su rictus mostró a un homínido elemental, de pesadilla, a un canalla siempre capaz de falsificar lo que sea y mentir con los dientes, pero siempre, también, delatado por sus ojos
Leyenda número once
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L 11 DE NOVIEMBRE de 2003 nació La Leyenda. El 11 de septiembre de 1978, en Pensacola, Florida, aquel niño nació por primera vez, cantando con el desgarro de quien sabe que su lugar de nacimiento puede ser una eventualidad, pero también una invitación a regresar, porque Ali Eskardarian era un niño iraní cuyo padre tenía una profesión, ingeniero de la Fuerza Aérea, que les permitía viajar, incluso en una época en que se cernía el Pavor Islámico, personificado en el Ayatola Jomeini. En la única novela que alcanzó a publicar en vida, The Golden Years, que en su traducción al español recibió el “escandaloso título” de Sexo, exilio y rock and roll (Malpaso
Ediciones, 2016, España, traducción de Santiago del Rey), Eskardarian, que oficialmente nacería otro día 11, a los treinta y cinco años de edad, narra una infancia que remite a párrafos de las horrorosas profecías de Nostradamus. Pese a vivir en la relativa seguridad de un edificio a prueba de bombas en Shiraz, nunca superó el terror de las sirenas nocturnas y el tronido de las bombas iraquíes. Una de éstas casi lo alcanza y hiere mortalmente a su mejor amigo, durante un recreo de la escuela. Normalmente disponían de tres minutos, tras dispararse la sirena, para ponerse a resguardo, pero esta vez la bomba cayó en el patio de la escuela contigua casi al tiempo de activarse la alerta. Ali pudo estar en el lugar de su amigo Reza. Empezó a albergar la sensación de que su vida terminaría en cualquier momento, la cual persistió incluso cuando logró escapar con su familia a Alemania en 1989, donde llegó en el preciso instante en que el Muro era derribado. La narración de Sexo, exilio y rock and roll no es lineal, de tal suerte que no sabemos exactamente en qué momento Ali decide transformarse en un “rockero salvaje”, que canta algunas de las canciones más dulces del mundo, con una voz que no se parece a ninguna, aunque por momentos recuerde la de “los Bobs”. Al arrancar la novela ya forma parte de un grupo compuesto por emigrantes iraníes llamado The Yellow Dog, que se encuentra en su etapa de telonero de rockeros importantes. La banda se formó en Irán, donde la música occidental penetra de manera ilícita y tiene mucha más repercusión en los jóvenes de lo que puedan imaginar. Tras decidir que quieren salir al mundo, sus miembros empiezan a irse, como gotero, a América, concretamente a la ciudad de Nueva York, donde Ali dispone para ellos de un refugio en un mugroso loft de Brooklyn, y además funge como su traductor del farsi ante las autoridades de Inmigración. Independientemente del variopinto menú de drogas, los súbitos cambios de
(Continuará.)
Ali Eskardarian
chica de una escena a otra, los enamoramientos platónicos del pequeño rockero salvaje –“se parece a Prince”–, y los tríos y gang bangs, lo que más llamó mi atención fue la inquebrantable pureza del corazón de Ali, así como esa sólida ingenuidad que caracteriza a los idealistas; en lo absoluto –y perdón si echo a perder un poco la parte publicitaria– me remite a Jack Kerouac, ni a ningún beatnik; ni creo que haya pretendido escribir como alguien en particular. Experimenta la imperiosa necesidad de plasmar su enojo contra la guerra y el hambre; y que Mana, Josephine y Allison, especialmente Allison, sepan lo mucho que significaron para él, y que sus amados compañeros de giras, excusados desbordados y orgías tengan claro que los ama pese al primitivismo de su conducta. Huelga decir que Ali es como el “hermano mayor”: los demás chicos frisan los veinticinco años, mientras que él está más cercano a la edad de Jesucristo que a la de Jim Morrison o Kurt Cobain. Perfeccionista con su música, indulgente con la inmundicia humana, pequeño y oscuro como Prince; beatíficamente habituado a ser confundido con terrorista, a partir de su cumpleaños número treinta y tres en que su “regalo” consistió en presenciar el derrumbe de las Torres Gemelas, Ali Eskardarian alcanzó a concretar una novela que, decía él, no quería que fuera una cualquiera, sino “la gran novela iraní-americana”. Un incrédulo editor holandés, Oscar Van Geldersen, empezaba a creer que Ali no fanfarroneaba, cuando el último miembro del grupo, que hasta ese momento no contaba con un bajista, Akbar Mohammed Rafie, veintinueve años, molesto con una demoledora crítica a su técnica por parte de Ali y Arash Farazmand, el baterista, abandonó furioso el loft para retornar más tarde, introduciéndose por la ventana, y vaciar una pistola sobre los miembros del grupo que no habían salido de juerga esa noche, entre ellos Ali Eskandarian, que así nació como Leyenda
BIBLIOTECA FANTASMA
¿Canallitas? ( i de ii )
eve gil TOMAR LA PALABRA
agustín ramos
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Arte y
Jornada Semanal • Número 1212 • 27 de mayo de 2018
pensamiento ALONSO ARREOLA
Luis Tovar @luistovars
¿Dónde está Junip?
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ORMADO EN SUECIA hace diecinueve años, Junip es José González en voz y guitarras, más Tobias Winterkorn en órgano y sintetizadores (antes estaba Elías Araya en la batería). José nació en Gotemburgo pero posee ascendencia sudamericana. Como es imaginable, a la distancia escuchaba trova y folclor latinoamericano, canciones de protesta con espíritu libertario. Así, para cuando grabó su primer disco en solitario (Veneer) ya había escuchado lo fundamental de aquel repertorio, la música de su propia generación (tuvo otras bandas de rock) más autores clave de clásico y flamenco. Cursaba entonces estudios en bioquímica. Pocos, empezando por él, se imaginaban el éxito que vendría a partir de 2004. Premios, conciertos llenos, ventas de oro y platino, todo se cimentó con la salida de un segundo trabajo, In Our Nature, por lo que augurábamos una prolífica carrera solista. Sin embargo, González regresó con sus amigos de adolescencia para cerrar el círculo y presentar Fields, un álbum extraordinario que trajo hace unos años al Festival de México. De allí que nos brincara del estante en una mañana reciente. Normalmente, cuando en la cabeza de un músico se suman influencias venidas de culturas y tiempos distantes, los resultados suelen ser abigarrados. Más interesantes son, empero, aquellos proyectos en los que cada adición provoca la eliminación de algo a cambio, un equilibrio, una charla refinada en que va prefigurándose su esencia. Por ello es que escuchar a Junip es tan disfrutable. Porque no hay desperdicio. Lo que se añade exige que algo quede ausente. La manera como presentan sus canciones, la producción sónica, pasa por esa misma tesis. Hay una certera elección de micrófonos, amplificación y efectos, desde luego, pero mesurada siempre. Es así que cada pieza cumple su promesa, tal como e l v i a j e d e u n a f l e c h a q u e serpentea guardando el perímetro de impacto. Ahora bien, el grupo no es un disfraz de González. Lo ronda con arreglos democráticos y un temperamento diverso. Allí están la fragilidad de su voz, la inteligencia de sus letras, los acordes cíclicos de su guitarra, elementos a los que se añaden rasgos psicodélicos e hipnóticos que, sin caer en la vaguedad del falso ritual, consiguen un espléndido entramado rústico, orgánico, comparable con momentos de bandas como The Flaming Lips o Radiohead. Eso sí, lo de Junip es más oscuro y, paradójicamente, más ligero. Sigue mostrando un sello folk pero con vocalizaciones elaboradas y complejas que, por su reverberación y armonización, recuerdan fugazmente a Elliott Smith. Cabe destacar la visión de Tobias Winterkorn y del propio Elias Araya. No se trata de meros soportes para el cantante. El primero sabe dar paisajes, argamasa para la unión del trío, pero además consi-
gue momentos de improvisación melódica exquisitos. A él se debe, en gran medida, que Junip se mantenga en la frontera que divide la melancolía de la felicidad. Sus dedos hablan de esperanza pero a través de una reflexión sin visceralidad. El segundo fue en sus filas un intérprete diáfano y sencillo al que jamás vimos caer en la tentación del terremoto. Sus tambores aún suenan magníficos. A él se debe, por si fuera poco, la imaginería visual del conjunto. Otrora estudiante de artes en Finlandia y Noruega, fue el responsable del diseño gráfico en distintos trabajos de González. Tristemente, abandonó al conjunto dejándolo en dúo. Eso se dice. Sobre Fields, podemos decir que fue cocinado tras dos ep ’s anteriores (Black Refuge y Rope & Summit). Es coherente en la alquimia equivalente, pues los recursos están pensados para no superponerse. “In Every Direction”, el track inaugural, es probablemente el más “rockero”.“Tide”, el que cierra la obra, es hermoso por abierto y lento. Entre ellos destacan “Always”, “Without You” y “Sweet and Bitter”, canciones cuya lírica apuesta por el uso de una espiritualidad empolvada por instantes de rima que triunfan profundos y rigurosos en su métrica. Tiempo después, en 2013, salió un disco homónimo que logró una vendimia justa, por lo menos en su estética. Una decena de canciones pop con aires psicodélico-andinos y temperamento nórdico. Extraordinario. Pero entonces sobrevino el silencio. ¿Dónde está Junip? No lo sabemos. José González sacó un disco más (Vestiges and Claws), cierto. La última vez que vino a México fue en 2016. Actualmente anda girando por los Países Bajos y no se ve que vuelva pronto. Ojalá nos equivoquemos. Creemos que a sus dispersos seguidores en nuestro suelo se sumarán otros, lenta pero seguramente. Verlo de nuevo –en solitario o al lado de Junip–, sería un remanso entre tantas provocaciones grandilocuentes. Esperaremos escuchándolo con paciencia y dedicación. Le recomendamos lo mismo, lectora, lector. Buen domingo. Buenos sonidos. Buena semana
BEMOL SOSTENIDO
@labalonso
De palabra generosa
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ON MUCHA MENOS ELOCUENCIA y, desde luego, mucho menor poder de convocatoria, pero aquí se ha dicho varias veces y de varios modos algo como lo siguiente: "El porvenir del cine es la resistencia local ante la invasión estadunidense. No se debe competir con la producción hollywoodense, sería imbécil. La única manera de hacer algo diferente es filmar cine de calidad, con raíces; destinado a un público local. Es la guerra entre la variedad de la cultura y la uniformidad de la economía. Una cultura uniformizada no tiene sentido, una economía uniformizada, sí. Es importante para cada país hacer su cine para reflejarse, pero también es que cada gobierno reconozca que el cine es un ar te, y que considere que éste debe ser defendido." Quien afirma lo anterior es JeanClaude Carrière, uno de los guionistas más sólidos y respetables del espectro cinematográfico mundial de todos los tiempos, en particular gracias al trabajo desarrollado junto a Luis Buñuel –a Carrière le debemos los guiones, entre otros filmes, de Ese oscuro objeto del deseo, Diario de una camarera y Bella de día–, en virtud de lo cual el medio fílmico mexicano le es absolutamente familiar. La cita proviene del extenso, disfrutable, diverso y –se dirá aquí esta palabra la primera de muchas veces– generoso libro recientemente publicado por el doble colega Juan José Olivares, titulado Alquimia audiovisual, que la Secretaría de Cultura h a tenido a bien editar este año, como parte de su colección Periodismo Cultural. Que no se escatimen elogios aquí obedece primero e inevitablemente al hecho de que, en razón de nuestra ya añeja convivencia en la misma redacción, este juntapalabras conoce de primerísima mano el trabajo del querido Juanjo, pero sobre todo tiene que ver –el entusiasmo– con la obra en sí, generosa como se ha de insistir, y como es su propio autor, que se dio a la tarea nada sencilla de preparar un volumen que recoge, representa y sintetiza un trabajo que abarca años y lustros ejerciendo esa labor nobilísima, compleja y envidiable del reportero, en este caso dedicado a temas de cultura y espectáculos. Así presenta el propio Juanjo su regalo: A muchos los conocí cuando era adolescente. Los veía inmersos en la pantalla o sólo sus nombres… Esas figuras fueron las constructoras de lo que me producía una enfermedad placentera: cinefilia, que no me he atendido con ningún galeno y de la que no quiero curarme. Con algunas he convivido en un palmo de terreno: hemos compartido mesa o ideas. Otros me han abierto las puertas de su casa. Estos son los encuentros que quedaron plasmados en lo efímero y lo sucinto, en lo intenso y lo limitado de las páginas de un periódico. Son breves charlas con efigies históricas del cine mundial.
Tras esa modestia de quien sabe dar al entrevistado su lugar –sin el pésimo gusto de Muchosotros de envanecerse o pretender una equivalencia verbal im-
José González
posible con el interlocutor en turno–, están entre otros los nombres de auténticos indispensables como los siguientes, aquí citados sin orden de ningún tipo: Volker Schlöndorff, Jean-Jacques Annaud, Héctor Babenco, Walter Salles, Juliette Binoche, Bille August, Terry Gilliam, Emir Kusturica, Werner Herzog, Theo Angelopoulos, Sharon Stone, Danny Glover, Ennio Morricone, David Cronenberg, Zhang Yimou, Monica Belluci, Fernando Birri, Patricio Guzmán, Mike Figgis, Fernando Pino Solanas, Ulrike Ottinger, Álex de la Iglesia, Wes Anderson, Mohamed Al-Daradji, Jean Claude Carrière… Pero como este libro es a su manera dos libros –Cortázar mediante–, en la sección “El eterno legado. Para que no me olvides… Charlas con personajes de la música y…”, Juanjo deja libre su otra pasión profesional y habla con mitos vivos de ese otro ámbito del alma, verbigracia Caetano Veloso, Fito Páez, Gustavo Cerati, Nina Hagen, Lisa G errard, Robert Smith, Oumou Sangare, Charly García, Rubén Blades, Brian Eno… En todos los casos el autor –y no sobra la insistencia–, gracias a su dilatada experiencia, consciente de las claves profundas y las virtudes de su oficio periodístico, le da la voz a su interlocutor y lo sabe conducir a la exploración dentro de sí mismo, trascendiendo la circunstancia fugaz de la oportunidad editorial y obteniendo así piezas que, como lo demuestra esta Alquimia audiovisual, no dejan de ofrecer a los lectores el análisis, la semblanza, las constantes formales, plásticas, ideológicas, estéticas, de aquellos creadores que, como diría Carlos Monsiváis, conforman en buena medida nuestra educación sentimental
CINEXCUSAS
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Ensayo
Pasto verde: cincuenta años del inicio de la Literatura de la Onda Saúl Toledo Ramos
I look inside myself and see my heart is black The Rolling Stones, “Píntalo de negro”
ANÉCDOTAS Y NOSTALGIA ACERCA DE UN LIBRO EMBLEMÁTICO DE LA DÉCADA DE LOS SESENTA QUE LLEGÓ CON TINTES DE LEYENDA A LOS JÓVENES OCHENTEROS DE LOS CCH QUE EN LA CIUDAD HAN SIDO. Y SIGUE LA MATA DANDO.
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or más que se hurga en los recuerd o s , e s i m p o s i b l e re c o rd a r s u n o m b re , p e ro q u i z á n o s e a l o importante y sí la anécdota que contaba: en el cch Azcapotzalco había un profesor de literatura que aseguraba haber conocido a Parménides García Saldaña. Señalaba que el modus vivendi del escritor era andar “muy arriba”, que de otra manera era incapaz de escribir algo, o por lo menos algo tan significativo como Pasto verde, ópera prima del también autor de El rey criollo, aparecida en 1968 del siglo pasado, de modo que este año celebra su cincuenta aniversario. Algunos de los alumnos más contestatarios argumentaban que lo narrado por el profesor era poco probable, sobre todo porque éste provenía de alguna colonia del ya entonces sobrepoblado municipio de Nezahualcóyotl, en el Estado de México, y el demiurgo de La ruta de la onda era vecino de la colonia Narvarte, cuna de la clase media mexicana estudiada y descrita diligentemente por el sociólogo Gabriel Careaga (1941-2004) en sus libros Mitos y fantasías de la clase media y Biografía de un joven de la clase media, que en aquellos años –principios de los ochenta– eran lectura casi obligada para los cecehacheros. El profesor se defendía, replicaba que era baterista de quiénsabe qué grupo alternativo (sic), y que en una de tantas tocadas en cierto hoyo funky –nombre
dado por Parménides García Saldaña a lugares marginales en los que la juventud se reunía para escuchar rock en vivo– conoció y trabó amistad con quien para entonces era colaborador de la revista Piedra Rodante –versión mexicana de la gringa Rolling Stone– y que había honrado su biblioteca regalándole, autografiados, El rey criollo y Pasto verde. Lo primero era cierto: se le vio más de una vez golpear tarolas y platillos en festividades escolares; lo segundo no constaba: nunca mostró los libros a los estudiantes, a quienes no les bastaba su palabra. Editado en tiempos en que, parafraseando a Reed, se suscitaron hechos que conmovieron al mundo, verbigracia, Tlatelolco, el maestro decía que la mejor manera de entrarle y comprender la trama de la novela era “poniéndose hasta atrás”, es decir, ponchar y consumir un pitillo de yerba antes de la lectura. Nunca se dilucidó el misterio de cuántos pupilos siguieron esa recomendación, pero las interpretaciones fueron harto disímbolas e iban de lo ridículo a lo sesudo. Seguramente, si alguien se hubiera dado a la tarea de ordenarlas, muy bien hubieran servido para armarle un homenaje, con pros y contras, al texto de García Saldaña. Hubo, por ejemplo, una señorita que dijo: “¡Aich! No entiendo cómo alguien desperdicia tinta y papel para escribir ese montón de tonterías, y peor aún, que existan personas gastando dinero y tiempo en comprar y leer ese vómito cerebral. ¡Habiendo tanta novela romántica bonita!”, remató.
Un joven que se autodenom i n a b a avant-garde, en cambio, observó que nuest ro a u t o r e r a tocayo de Parménides, e l f i l ó sofo griego, y que Pasto verde t e n í a l a m i s m a p ro f u n d i d a d y contundencia de lo expuesto e n L a v í a d e la verdad y La vía de la opinión, legados del presocrático a la humanidad. Fue así como una buena p a r t e d e l semestre se consumió en la lectura y análisis del tomo que originalmente fue lanzado por la Editorial Diógenes. En ese punto, precisamente antes de su primera impresión, Pasto verde encontró un obstáculo a salvar para ganarse un lugar en el espectro de la literatura mexicana. Contaba Emmanuel Carballo, cofundador de esa casa editorial junto con Rafael Giménez Siles, que este último dudaba de la calidad de las propuestas de muchos e s c r i t o re s jóvenes. Era una novedosa manera de encarar las letras, de enfrentar el blanco del papel. Giménez no lo entendió: cuando leyó Pasto verde consideró que la novela no debía ser publicada. Carballo no dudó en pedir y convencer a su socio de que le vendiera su parte de la editorial. Así, con él al mando, fue posible que lo escrito por Parménides ocupara un espacio en las librerías. Viene a cuento retrotraerse un poco antes de esos convulsos doce meses: 1966 fue el año en que empezó a circular Aftermath, álbum de los Rolling Stones, algunas de cuyas letras, como “Lady Jane”, “Píntalo de negro” o el tour de force llamado “Yendo a casa” (la más parecida en estructura a Pasto verde), se vuelven, por momentos, hilos conductores de la odisea vivida por Epicuro. Ora introvertido, ora extrovertido, los pensamientos y vivencias del personaje (¿alter ego de Parménides?) nos colocan en su mundo y circunstancias. Hay más letras de canciones, hay poemas, fantasía y creatividad. Puede gustar o no lo narrado; lo imposible es negarle derecho y libertad a Parménides García Saldaña para manifestarl o y compartirlo tal como lo hizo, a su muy personal manera. ¿De qué se trata Pasto verde?, se preguntarán muchos que no se han sumergido en sus páginas. No es nuestro papel contestar tal interrogante. Hay que leerlo, meterse al laberinto y encontrarle respuestas al enigma. Luego de cincuenta años, la onda sigue
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