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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 27 de agosto de 2017 ■ Núm. 1173 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

La Revista de la

Universidad fin de época e inicio José María Espinasa

Óscar oliva: 80 años de búsqueda incesante Una entrevista de José ÁngEl lEyva Un poema de Óscar oliva


Sara

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uno de los rostros más visibles de la difusión cultural, una de las funciones esenciales de la UNAM, y con cerca de nueve

décadas de existencia es, al mismo tiempo, un emblema innegable de la máxima casa de estudios de nuestro país. Recientemente, la Revista vio llegado el fin de una época y el inicio de una nueva; José María Espinasa aborda esa transformación y, al hacerlo, pondera la importancia capital de las publicaciones culturales en estos tiempos que corren, para enfrentar las tendencias de inmediatez, superficialidad y fugacidad que amenazan al espectro entero de la actividad humana. Publicamos también una entrevista con Óscar Oliva, fundador del mítico grupo literario La Espiga Amotinada y amigo entrañable del también poeta chiapaneco Juan Bañuelos, así como ganador en 1973 del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes por su libro Estado de sitio, con motivo de sus primeros 80 años de vida.

Vittoria A. *

L

as ideas. Ser de las que tienen ideas. De las que imaginan, que resuelven todos los problemas, de las que se avientan, de las que no tienen miedo. Sara no tenía miedo. Quizás. E incluso si tenía, siempre se había impuesto no escuchar ese instinto que de vez en cuando le sugería huir, no regresar nunca. No podía escuchar. Demasiados confiaban en ella, la necesitaban. Una necesidad real, una cuestión de supervivencia. Además, ¿lejos pero dónde?, ¿todavía más? Ella ya estaba muy lejos: otro país, otra lengua, otras costumbres y una vida a escondidas. Secreta, de la que nadie estaba enterado. Para los pocos que la veían de día, Sara era una persona retraída, encantadora y silenciosa. Hablaba poco y sólo con su hermana, por teléfono, todas las noches. Su hermana, que se había quedado en su pueblo natal, con tres niños que había tenido con un exmarido golpeador y fugitivo que la había abandonado sin un centavo. Esos eran sus seres queridos, el calor que en el fondo le daba el valor, por las noches, de transformarse en la mujer bellísima que sin nunca quejarse, sin nunca hacerlo pesar, sacaba adelante a todos, resolvía cualquier problema suyo y de las personas que amaba incondicionalmente. De chica, Sara quería ser enfermera porque –decía– quería “arreglar” a los demás, a los que sufren. A los que no tienen a nadie que los escuche. A los que, como ella, desde que llegó a Italia, el único tesoro que encontró aquí fue a sí misma. Se necesita valor para contar sólo con uno mismo. Para siempre tener en mente el bienestar de los seres queridos, para no ser aplastadas por el peso de las responsabilidades. Se necesita fuerza para irse lejos y para invertir en la única cosa que se posee, el cuerpo, y volverlo una mercancía preciosa. En el fondo, si su belleza había sido un don, entonces tenía que generar frutos, compartirse por el bien de todos. Y no sólo su aspecto. Porque ella también sabía cómo entretener, cómo complacer a los hombres. Le bastaba un vistazo para entender a quién tenía enfrente, para transformarse en lo que más deseaban. Había aprendido a leer la mirada y las intenciones de quienes la rodeaban incluso antes de que aprendiera a hablar y caminar, para protegerse, para entender cómo mover-

se, o bien, cuándo quedarse quieta. Sabía cómo hacer olvidar las amarguras, las fatigas, las preocupaciones, las desilusiones a los hombres cansados, acaudalados, fastidiados, abrumados por sus responsabilidades. Sabía volver placentero lo que no era y seguir adelante sin hacerse preguntas que, de todas formas, no habrían tenido una respuesta. Porque nadie sabe por qué algunos nacen en una familia en vez de otra o en un país en donde la vida es más simple de lo que es a unos kilómetros más allá donde, al contrario, reina el caos. Sara no contaba con una red. Estaba sola y lo sabía. Amaba a su hermana y a sus sobrinos, quería un futuro y esto le bastaba para mantener alejado el miedo. Era joven pero ya había vivido muchas vidas, las suficientes como para no hacerse ilusiones y saber que para quien nace en esa parte del mundo en la que hay pocas posibilidades es necesario arreglárselas por su cuenta, ayudarse como se pueda, aferrarse a lo que vale la pena sin importar los detalles, como lo que está bien o mal. Y además, ¿bien o mal según quién? Lo que cuenta es vivir.

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27 de agosto de 2017 • Número 1173 • Jornada Semanal

La Revista de la Universidad es

Directora General: C armen L ira S aade , Director: L uiS T ovar , E d ic i ón : F ranCiSCo T orreS C órdova y r iCardo y áñez . Coordinador de La Revista de la

Universidad fin de época e inicio José María Espinasa

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Óscar oliva: 80 años de búsqueda incesante Una entrevista de José ÁngEl lEyva Un poema de Óscar oliva

Portada: Tradición y renovación

La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauh témoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cui tláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.


cuento

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27 de agosto de 2017 • Número 1173 • Jornada Semanal T3art, Ángel de la noche, graffiti

En el fondo así es para todos: no se escoge dónde se nace. Es como haberse saltado un muro y caer del lado en el que hay un jardín perfecto o en el que no hay ningún cultivo, donde proliferan las zarzas y las madrigueras de lagartijas. Sin embargo, quizás más allá del muro exista también la libertad. La libertad de quien está solo y sin una red, una red que a veces captura incluso antes de la caída, que no perdona. Una red que muy a menudo no permite elegir, que salda la cuenta, cierra el círculo, cancela la deuda. Una red que tiene la forma sinuosa y cerrada del infinito. Un “ocho” horizontal. Sobre sus elipsis nada inicia y nada termina, todo se confunde, cada individuo es la continuación del otro, sin identidad definida, sin límites corpóreos. Si se lo hubieran dicho, de chica, que terminaría prostituyéndose, habría preguntado: ¿qué significa esa palabra? Nadie nunca le había explicado nada: sus aprendizajes fueron tatuados en la piel de la experiencia directa y de la imposibilidad de elegir. Nadie se plantea dudas cuando la vida lo encamina en una dirección obligada. Sara no había tenido dudas ni siquiera la fatídica noche, cuando el desconocido la había llamado y le había dado las garantías necesarias para que ella confiara. Se había comprometido. Con engaños, había fingido hacerse creíble, localizable, “real”. –Buenas noches, Sara, ¿puedo llamarte Sara, verdad? Vi tu perfil en la página de la agencia, me gustas. Eres hermosa, me gustan todas las cosas que sabes hacer. ¿Estás libre el viernes por la noche… por todo el fin de semana? Vi que trabajas los fines de semana… vi que te mueves en coche y me preguntaba, como salgo tarde de una junta en el trabajo y estoy por la zona, si te parece bien alcanzarme en el lago, donde tengo una casa. Naturalmente te doy un anti-

cipo inmediato por los gastos de la gasolina y de las casetas, también te doy un anticipo por el fin de semana, así me aseguro de tenerte para mí, por todo ese tiempo… –Por qué no; me gusta el lago. Mándame el croquis, te alcanzo cerca de las nueve. Verás que será un fin de semana que no olvidarás. Escucha, ¿qué es lo que más te gusta?, ¿deseas algo en específico para nuestro fin de semana? No, espera, no me digas nada… lo descubriré sola. Eres un hombre exigente, lo sé por tu voz… quizás ya sé qué es lo que deseas… verás, te daré una sorpresa… verás que descubriré todos tus secretos… –¿Secretos?, yo no tengo secretos, Sara. A Sara no le había dado tiempo de llamar a su casa esa noche. Había tenido que recorrer un largo camino para llegar a la cita con su nuevo cliente. Se había detenido sólo un momento en un bar para retocarse el maquillaje y mandarle un mensaje a su hermana, le llamaría al día siguiente para contarle todo sobre este nuevo “señor muy amable”. No le preocupaba nada de este hombre porque había sido cortés, educado, cumplido. Ni siquiera cuando la había hecho entrar en su coche se había traicionado, con sus modales corteses, casi melosos, sus halagos. Las manos muy cuidadas. Las mismas manos que poco antes habían escondido un arma en la cajuela. Las mismas manos que luego la golpearían a puñetazos para aturdirla, para obtener dinero, para buscar más entre su ropa, mientras el cuerpo de ella se aferraba como podía al poco tiempo que le quedaba. El mismo señor amable que había sabido llevar a cabo su plan sin un gramo de piedad para la mujer que, todavía viva, le suplicaba ayuda prometiéndole a cambio su silencio. ¿Qué había pensado Sara cuando se deslizaba, cuando finalmente había dejado de luchar?, ¿qué

sin EMbargo, quizÁs MÁs allÁ dEl Muro Exista taMbién la libErtad . la libErtad dE quiEn EstÁ solo y sin una rEd , una rEd quE a vEcEs captura incluso antEs dE la caída , quE no pErdona . u na rEd quE tiEnE la forMa sinuosa y cErrada dEl infinito . un “ocho” horizontal. había visto? Quizás una casa rural en un país lejano y, quizás, en su interior a una mujer un poco más grande que ella, sentada a la mesa de la cocina junto a sus tres niños. Afuera la oscuridad. La ventana dejaba entrever una luz cálida, los vidrios empañados por el vapor que producían las ollas en el fuego. Al estirar la mano, Sara casi podía tocarlos, acariciar la cabeza de los tres, quien dibujando, quien haciendo la tarea para el día siguiente

*Vittoria a . es un seudónimo. La autora nació en Milán pero vive y trabaja en Escocia, país del que está enamorada, desde hace más de veinte años. Ha escrito Dannati danni y Un peso sul petto con Eclissi Editrice.

T raducción de r odrigo J ardón H errera


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Vilma Fuentes

En busca de la verdad Es inacabable e igualmente fértil la reflexión que genera en la literatura el binomio realidad vs. ficción, y en medio el resbaladizo concepto de la verdad. A eso se aboca con acierto el siguiente artículo.

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lena Garro decía, no sin un dejo de humor y bastante malicia, que las bador enigma de nuestra percepción de lo real. Desde este punto de vista es grandes obras literarias no pueden ser creadas en un país presidido posible decir, sin exagerar, que la descripción inesperada de Stendhal es una por enanos y mediocres… Antes de añadir: si no se posee la suerte verdadera intuición de genio. Recurso seguido de cerca, más tarde, por Tolstoi, al describir la incursión del distraído y genial conde Pierre Bezoukov en una bade tener a la cabeza del Estado a un Napoleón, más vale, al menos, un talla franco-rusa que su miopía no le permite ver con claridad. dictador como Stalin que uno de los pigmeos cuyos nombres se ol­ Autores prodigiosamente monstruosos, Dumas (con sus doscientos noventa vidan más pronto que el de los infantes de Aragón, concluía aludiendo a los libros de novela, teatro o memorias), Balzac (con noventa y un novelas) y Hugo versos del poema “Coplas a la muerte de su padre”, de Jorge Manrique. (con cuarenta y ocho volúmenes, espléndida poesía sobre todo, aunque se coElena nunca temió a las exageraciones ni a los sarcasmos. Aunque muchas nozcan más sus novelas) saben por instinto que intentar convertir en personaje veces tenía la razón de sus sinrazones, ¿quién puede decir sin rechinar los diennovelesco a un monstruo como Napoleón es acaso imposible. Y, sin embargo, tes: qué suerte tuvo Solyenitsin o Bulgakov de vivir bajo Stalin? Sin embargo, las los tres novelistas conocen a fondo las astucias y resortes de la novela histórica. obras de un Dumas, un Balzac o un Hugo no se conciben sin el paso de un NapoY es sin duda por esto, por su profundo conocimiento de este trabajo de orfe­ león. La cartuja de Parma, de Stendhal y La guerra y la paz, de Tolstoi, no habrían podido ser escritas sin la existencia del emperador francés. brería, que no caen en la trampa de dar su voz al emperador, de tratar de Si no puede negarse que Napoleón modificó la geografía meterse en su mente, de querer imaginar sus pensamientos y política de Europa y América Latina, tampoco es sus emociones. Nada tan cómico como algunas novelas po­sible ignorar la influencia de su figura en la nodonde el escritor pretende meterse en la piel de vela, el teatro y la poesía francesas de al un personaje histórico dándole su propia voz menos la primera mitad del siglo xix. Tanque sólo lo vuelve algo ridículo. Cierto, to a Alexandre Dumas padre (1802Balzac puso en escena a Catherine de 1870) como a Honoré de Balzac Médicis, reina de Francia, pero lo hi(1799-1850) y a Victor Hugo (1808zo dos siglos después. Dumas hace 1885) les toca pasar su infancia convivir a Richelieu, Ana de Ausy adolescencia durante las tria o Luis xiv con personajes guer ras y conquistas de ficticios, pero, a semejanza de quien se proclamó emperaBalzac, son personas a las dor de Francia, Napoleón i . cuales la perspectiva del Vivirán también su caída y tiempo permite dibujar su su destierro. Dumas es hijo perfil. Marguerite Yourcede un general que supo nar va más lejos en su pruganarse la gloria durante dencia y pone casi veinte la Revolución y los inicios siglos de distancia entre triunfantes de Bonaparte. ella y el emperador Adrián, El padre de Balzac fue el convertido en héroe de su director de víveres de la novela. Con La sombra del xx vii región militar. Hugo caudillo, Martín Luis Guztuvo como progenitor a un mán logra el doble giro de general de imperio. hacer lo invisible visible y lo Estos tres escritores, como visible invisible: sombra más más tarde Henry Beyle, conocido densa que el cuerpo, su silueta tocomo Stendhal, tuvieron el genio de ma el poder y hace caer la penumbra no mostrar del emperador sino un persobre los vivos. fil, una sombra, alguna escena. En Los La cuestión que se plantea entonces es miserables, Hugo habla de la batalla de la del sentido mismo de toda literatura: ¿dónWaterloo cuando el infame Thenardier despoja el de se encuentra la verdad? ¿En el trabajo de los cuerpo agonizante del padre de Marius Pontmercy. historiadores que establecen un relato basado en sus Balzac lo hace aparecer de lejos, en su tienda de campaña, investigaciones a partir de documentos reales o, más bien, la DOT DOT DOT, Napoleon Sky durante la excursión contra Rusia, cuando la protagonista de Un asunto verdad surgiría finalmente en el seno de la invención visionaria y en tenebroso implora la gracia del emperador. Dumas lo retrata a través de la visión la creación del novelista? ¿Quién es más verdadero? ¿El Napoleón de los histoque del emperador tiene la gente del pueblo en Ange Pitou, nombre del héroe riadores o el de Tolstoi? popular que da su nombre a la novela. A fin de cuentas, imaginario es uno como el otro o real el otro como el uno. La Por su parte, Stendhal llevará las cosas más lejos cuando hace atravesar a persona de carne y hueso del Napoleón exilado y muerto en Santa Elena desapaFabricio del Dongo la batalla de Waterloo sin darse cuenta, sin ver que se encuenreció ahí. Los historiadores rescatan del naufragio lo que pueden. El novelista tra en medio de ella. Es aquí donde el autor de La cartuja de Parma, el novelista intenta inspirar un nuevo soplo de vida. Ambición luciferina la de sobrevivir y Stendhal, nos sorprende como debió sorprenderse él mismo al encontrar la inshacer sobrevivir a la muerte. piración para inventar un concepto que alcanza el nivel de reflexión de un penA diferencia de la poesía, la novela no existe sin su tiempo y en el tiempo. samiento filosófico: un hombre situado en el centro mismo de las cosas es el más Cuando la alquimia narrativa hace cobrar vida a personajes ficticios o reales, mal situado para verlas y comprenderlas. Nos muestra que sólo con la perspecsucede algo que pudiese calificarse de milagroso: D’Artagnan, Oriana de Guertiva y a distancia lo real puede ser visto de cerca. Esta paradoja no es únicamente mantes, Pedro Páramo, Aureliano Buendía o el Quijote tocan algo semejante a un juego del espíritu; es quizás, al contrario, una abertura sobre el más perturla inmortalidad


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Mural de Eduardo Kobra, Dubai, Emiratos Árabes Unidos

Borges en BAgdAd

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ncontré a Jorge Luis Borges, a principios de los años ochenta, bajo los portales la calle Al-Rashid. Acababa de salir del Baraziliyya café. Titubeaba en cruzar la calle. Lo tomé del brazo. Mientras caminábamos hacia el edificio del Correo Central, le pregunté: ¿Qué te ha traído aquí, si nuestro país está en guerra? Dijo: No importa, soy descendiente de guerreros. Vengo en búsqueda de Harún alRashid. Llevaba, en mi mano, La epopeya de Gilgamesh, que acababa de comprar ende una librería a pocos pasos del café. Puse el ejemplar en su mano y lo dejé en el laberinto de Bagdad.

BArAjAr

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l interrogador encargado de seguir el caso del secuestro y asesinato del pintor y periodista Salam Raoof Jattar se sorprendió al ver al sospechoso confesándolo todo; no sólo su responsabilidad en este crimen, sino de otros también, cuyos víctimas, en su mayoría, han sido gente conocida. Confesó que pertenecía a una organización llamada “Grupo independiente del crimen”. Asombrado, el interrogador preguntó acerca del nombre de la pandilla. El detenido explicó que su grupo no se adscribía a ningún partido político de esos que abundan y controlan el país. Su misión, dijo, es antes que todo observar los conflictos y regateos entre el gobierno y los otros partidos o personalidades políticas, por un lado, y los periodistas, intelectuales y los opositores en general, por el otro. Debido al creciente número de casos donde tales conflictos se transforman en amenazas, su organización –así insistió en llamar a su pandilla– se aprovecha de la tensión reinante para elegir a las víctimas para la ejecución de sus crímenes. La muerte de ellas, dijo, luego aparece como un ajuste de cuentas entre las partes en conflicto. Nosotros no tenemos nada que ver con todo lo que pasa y nada nos importa, dijo, y todos los asesinatos que hemos cometido los hicimos sin querer. Nuestra misión, dijo, es barajar. Con estas palabras terminó el asesino su confesión y parecía estar tranquilo.

el dictAdor y los perros

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l dictador reprochaba a sus ciudadanos por no amar a los perros. Según él, no amar a los perros indicaba su retraso. Así, emitió una orden que obligaba a cada individuo adulto a adoptar un perro. Una familia que contaba con diez adultos entre sus miembros tuvo que convivir con diez perros en la casa, y así sucesivamente. Fue así como, con el tiempo, el número de perros si hizo igual que el número de los ciudadanos. Misteriosamente, el número de perros comenzó a superar al de los ciudadanos hasta que, un día, sólo quedaron los perros y el dictador. Fue cuando el dictador suspiró profundamente y dijo: Sólo ahora hemos alcanzado el progreso. *Bagdad, 1960, poeta y editor iraquí, radica en Suecia.

Traducido del árabe al español por sHadi roHana

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Medio Oriente

Estampas de Bassem Al Meraiby *


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La Revista de la Un ESTE ARTíCULO CELEBRA LA SANA, OPORTUNA Y NECESARIA REFLExIÓN SOBRE LAS REVISTAS LITERARIAS QUE PROPONE EL NúMERO MáS RECIENTE DE LA YA CASI CENTENARIA PUBLICACIÓN DE LA UNAM, QUE A SU VEz SE RENUEVA Y LLAMA LA ATENCIÓN SOBRE LA IMPORTANCIA Y SIGNIFICADO DE ESTAS PUBLICACIONES EN MéxICO EN LAS PRIMERAS DéCADAS DEL SIGLO xx.

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l ejemplar de agosto de 2017 de la Revista de la Universidad desconcierta al primer golpe de vista, pues la imagen en su portada es de Kazuya zakai, el pintor y diseñador de la revista Plural en la época de Octavio Paz. Sus volutas son casi una huella dactilar de la publicación, de un momento clave en nuestra cultura y de una estética que, si bien nos llena de nostalgia, ha envejecido mucho. Es lógico, piensa el lector, cuando ve que se trata de un número especial dedicado a las revistas literarias, pero adentro no hay ningún texto sobre Plural y tampoco viene en la separata en color obra plástica del artista argentino-japonés. Ese desconcierto se volvió asombro al leer el contenido del número. Pero para explicar mi sorpresa hay que volver un poco atrás. En febrero de este mismo año Jorge Volpi, coordinador de Difusión Cultural de la unam desde fines del año pasado, anunció que Guadalupe Nettel tomaría la dirección de la revista, mientras que Ignacio Solares pasaría a ser director emérito. Si bien el nombramiento del director saliente –que llevaba ya muchos años al frente, desde 2004– parecía una manera protocolaria de dulcificar el relevo, en los números siguientes no se vio un cambio abrupto, como se podía esperar de la diferencia de edad entre ambos narradores, pues Guadalupe Nettel es casi treinta años más joven. Se trata evidentemente de un relevo generacional radical. Si se observaban bien, sin embargo, los siguientes números sí empezaron a mostrar, más allá de los cambios naturales en el directorio de la revista y de ciertos momentos de las editoriales escritas al calor de un cambio como el que hubo, leves modificaciones que beneficiaban a las entregas, en especial la dedicada a los cien años de Rulfo, número que está muy bien armado, una de las mejores entregas que se hicieron en nuestro país sobre la efemérides. La revista bajo la gestión de Solares, de la que fui colaborador en varias ocasiones, había entrado desde hacía tiempo en una inercia caracterizada por la administración de fallecimientos y aniversarios, textos de ocasión, marquesina con grandes nombres (Fuentes, Vargas Llosa, Poniatowska, etcétera), salpicada de textos políticos de funcionarios de la unam . No había, en conclusión, un trabajo de mesa de redacción visible que dinamizara la publicación. Se estaba, pues, ante la situación descrita por Luigi Amara en su texto: “Cuando parece que encontró la fórmula, cuando repite su estructura número a número, cuando se desliza tersamente sobre un monorraíl aceitado, es momento de recomenzar la revista desde cero.” No es fácil hacerlo, sin embargo, en una publicación institucional. Hay compromisos evidentes que no tiene una publicación independiente o institucional pero menos visible. La nueva directora y su equipo se tomaron su tiempo con inteligencia. Y en el mentado núme-

ro de la sorpresa anuncian ya el cambio con una especie de despedida de la época anterior. Cosa curiosa: la despedida es un garbanzo de a libra, que debía mover, aunque sea un poco, el estancado lago cada vez más seco de las revistas culturales mexicanas en estos años. La editorial describe la razón de ser de dicho número: reflexionar sobre el papel de las revistas literarias y anunciar la ampliación del horizonte a partir de su próximo número desde una perspectiva más moderna, con un espectro de intereses más amplio y con ambiciones multidisciplinarias. Ya verá el lector el número de septiembre y podrá juzgar qué tanto lo consiguió. Aquí interesa destacar las muchas bondades de este número. Como señala la propia Nettel en la mencionada editorial, la revista propone y los colaboradores disponen. Se pidieron textos que, por lo visto, sorprendieron a los propios hacedores de la publicación, en apariencia poco cohesionados entre sí. El resultado, en su dispersión, es espléndido. Reflexiones sobre lo que debe ser una revista, panoramas históricos, testimonios de un lector, consejos profesionales, ensayos históricos, entrevistas con editores legendarios, recuentos personales, análisis históricos. Un amplio mosaico de aproximaciones al tema.

Horizonte ampliado

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l número debería ser una llamada de atención para la actual situación de las revistas culturales en México. Hay pocas, no son muy buenas, y sobre todo no parece haber el interés en las nuevas generaciones en hacerlas, pues o bien han desplazado su foco de atención hacia la web, en blogs y portales, o bien se han integrado a revistas ya existentes como mano de obra intelectual, o –también y más importante– han escogido la aventura esencialmente distinta de hacer una editorial que publica libros. En el taller que doy en la Fundación para las Letras Mexicanas sobre producción de revistas, se ha planteado varias veces la razón de que eso ocurra. No es suficiente con señalar que las nuevas tecnologías virtuales permiten una mayor eficiencia en la distribución y en el uso de recursos económicos (cosas que no son, en la práctica, tan ciertas), a lo que hay que sumar los cambios en los hábitos de lectura y entre ellos el de la superficialidad que prohíja la pantalla (no se leen textos extensos, no se retiene la información ni crea diálogo e intercambio de ideas) ni se ha pensado suficiente sobre el hecho de que la periodicidad es un concepto ajeno a la web, donde no hay desplazamiento de la información sino inercia acumulativa. Dar respuesta a estos cuestionamientos excede el espacio de este texto y al mismo taller, pero ha sido muy importante y productivo plantearlos. Una de las hipótesis más plausibles, como dije, es que el interés de las nuevas generaciones en definirse

fin de

como grupos se realiza ahora a través de un proyecto editorial y no de una revista, y de allí la abundancia de editoriales independientes. Un buen ejemplo es Luigi Amara, editor de las revistas Pauta y Paréntesis, que después funda la editorial Tumbona. Otro, aunque no tan bueno, es el de Julio Trujillo, editor de Letras Libres en España y en México, que después pasó a la industria editorial, hoy en Random House Mondadori después de un breve paso por la Dirección de Publicaciones del CnCa . Aclaro el “no tan bueno”: no hace un proyecto propio, se integra a una editorial establecida. Ambos publican textos, muy bueno el de Amara, aunque más parece una serie de aforismos que un ensayo, y un poco didáctico el de Trujillo. Hay también repasos revisteriles de Cuba, Argentina, Brasil, un texto de Pepe Ribas sobre la resurrección de Ajo blanco. Un texto de Pacho Paredes sobre revistas contraculturales y fanzines, análisis histórico de la edición facsimilar de Proa, la mítica revista dirigida por Borges, Rosa Beltrán habla de Margo Glantz y Punto de partida, otro texto sobre Lateral, la magnífica revista que hizo Mihály Dés en Barcelona, un texto sobre la labor, imprescindible, de José Luis Martínez como impulsor de facsimilares de revistas históricas, más otros textos sobre asuntos no relacionados con las revistas y las acostumbradas notas y reseñas. Una parte central y notable son los dos textos que hablan sobre la propia Revista de la Universidad de México, de Verónica González Laporte y Marina Garone, más una separata en color que reproduce varias portadas de distintas épocas de la publicación, ya casi centenaria. El apretado pero bien hecho resumen de su historia por Verónica González Laporte nos permite tener una idea de conjunto y la posibilidad actual, ahora que se acerca ya a sus noventa años, de leerla en línea, al lector actual le permite también conocer muchos de sus brillantes números. No es difícil ponerse de


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niveRsidad: época e inicio josé María espinasa

acuerdo en que la década en que la dirigió Jaime García Terrés la publicación marcó la temperatura intelectual de aquellos años y fue el mascarón de proa de una época con muy buenas publicaciones literarias. No es que haya un buen número aquí o allá, sino que la revista tuvo un período extraordinario. Su influencia se mostró en otras revistas tanto independientes como institucionales del momento, como Diálogos, Revista Mexicana de Literatura, Cuadernos del viento, Estaciones, Revista de Bellas Artes, El Corno Emplumado, entre otras. Y se prolongó después en Casa del Tiempo (de la uam ), incluso en algunas de las buenas que se hacen actualmente como Crítica (de Puebla) o Luvina (de Guadalajara). Vale la pena que los lectores se sumerjan en su lectura en línea. El ensayo de Marina Garone merece unas palabras aparte. Ella es una extraordinaria investigadora y ensayista sobre la tipografía mexicana, a su conocimiento de la historia editorial suma sus habilidades como investigadora académica y su sensibilidad artística. Se ocupa por igual de estudiar los orígenes del libro en América que de reflexionar sobre el diseño contemporáneo. A ella se debe un libro excepcional que ha circulado poco: La historia en cubierta (documentado e inteligente recorrido sobre la historia del Fondo de Cultura Económica desde el diseño de sus portadas). Algo así como un apunte, en el marco mucho más modesto de un artículo de revista, hace con las portadas de la Revista de la Universidad. Recorrer la separata en color es uno de esos ejercicios de placentera melancolía. He dejado para el final la mención a tres ensayos tomados de la revista francesa

El núMEro dEbEría sEr una llaMada dE atEnciÓn para la actual situaciÓn dE las rEvistas culturalEs En

México. hay pocas, no son Muy buEnas , y sobrE todo no parEcE habEr El intErés En las nuEvas gEnEracionEs En hacErlas , puEs han dEsplazado su foco dE atEnciÓn hacia la wEb , En blogs y portalEs .

L´Atelier du Roman porque me permiten señalar varias virtudes del número que comento. La primera: durante años las revistas fueron lugares idóneos para la traducción, para que los lectores conocieran nuevas corrientes de pensamiento, autores en otras lenguas, polémicas intelectuales y así se aireara un poco el ambiente cerrado, a veces claustrofóbico, de una cultura construida sobre el culto a lo nacional. No conocía la publicación –pura ignorancia– y la busqué en la red: se ve realmente muy atractiva. Por lo pronto los tres textos que se toman de ella –“Salir de casa”, de Yvon Rivard; “De Amicitia…”, de Monique La Rue y “Laboratorios de subjetividad”, de Lakis Proguidis, son modelos de la reflexión que se debe hacer sobre lo que significan las revistas en la cultura. La tradición francesa, como la inglesa en ese campo, son admirables. Paz pudo hacer su revista Plural tan buena porque se formó, en la postguerra francesa, con la lectura de nrf (La Nouvelle Revue Française, la de Gide, Paulhan y Valéry) y Les Temps Modernes, de Sartre, entre bastantes otras. Así, que Guadalupe Netel conozca esa revista y decida traducir textos para poner la muestra me parece un gesto que hay que agradecer. Termino de describir mi sorpresa con la paradoja implícita: un número que anuncia el fin de una época en la revista es también un buen inicio


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voz interrogada

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Óscar

Oliva

80 años de búsqueda De La Espiga Amotinada y Estado de sitio al presente entrevista con Óscar oliva, José Ángel Leyva

POETA CON TODAS SUS LETRAS, AMIGO ENTRAñABLE DE JUAN BAñUELOS Y ERACLIO zEPEDA, JAIME LABASTIDA Y JAIME AUGUSTO SHELLEY EN LA FAMOSA ESPiGA AMoTiNADA, PERO TAMBIéN VINCULADO A AGUSTí BARTRA, JOSé REVUELTAS, EFRAíN HUERTA, JUAN DE LA CABADA, EN ESTA ENTREVISTA ÓSCAR OLIVA, CON LA GANADA PLENITUD DE LOS OCHENTA AñOS DE EDAD, DECLARA QUE QUIERE ESCRIBIR UNA “POESíA PLANETARIA”, Y COMENzAR DE NUEVO. Luego de saltar a la escena poética mexicana en 1960 con el anuncio de La Espiga Amotinada, un grupo de “poetas que no han conocido el amor”, Óscar oliva se colocó de manera individual, tiempo después, en 1973, en la mirada de los lectores con su libro Estado de sitio, por el que obtuvo el Premio Aguascalientes de Poesía. Junto con Juan Bañuelos mantuvo una fuerte actividad política en el movimiento indigenista de Chiapas de 1994. La presente entrevista transcurre luego de la muerte de sus antiguos compañeros Eraclio Zepeda y Juan Bañuelos, en medio de un México trastornado por la violencia delincuencial y la corrupción política, el saqueo, la destrucción del tejido social y cultural y el ascenso al poder de Donald Trump en Estados Unidos, con todos sus significados. Un año en el que Óscar oliva alcanza los ochenta de edad y mira, agobiado por una enfermedad, el futuro como un compromiso y no sólo como posibilidad.

-¿C

ómo se dio la amistad con los otros miembros de La espiga amotinada y con figuras centrales de chiapas como Jaime Sabines y rosario castellanos? –Eraclio zepeda y yo nos conocimos desde niños. íbamos a la misma escuela primaria, la Camilo Pintado, una de las escuelas tipo que fueron creadas cuando fue presidente de la República el general Lázaro Cárdenas. Nos unieron los juegos, deportes, teatro, el periódico mural y el periódico impreso Alma infantil, que hacíamos con otros compañeros. Laco llegaba a mi casa, los fines de semana, a escuchar a mi abuelo, Hermelindo Oliva, que nos narraba de me-

moria pasajes del Quijote, poniéndole mucho de su propia invención, adaptando las aventuras del ilustre caballero a las situaciones de su propia vida, y a sus propias aventuras por distintas regiones de Chiapas. Escuchábamos, pues, un Quijote chiapaneco. A Juan Bañuelos, con un poco más de años que nosotros, lo conocí en Tuxtla, pero con él entablé una hermandad para siempre en Ciudad de México, cuando él trabajaba en la editorial Novaro, junto con otros escritores. Por él leí a Paul Claudel, por ejemplo. A Jaime Sabines lo conocí cuando vivía en Tuxtla y atendía su tienda de telas “El Modelo”. Yo estaba en la secundaria. él estaba escribiendo entonces Tarumba. Lo visitaba de tarde en tarde. Cada que avanzaba en ese magnífico libro me leía los poemas que había escrito la noche anterior. Tuve la oportunidad de escuchar, de su propia voz, el nacimiento y crecimiento de ese poema que publicó en 1956. Rosario Castellanos llegó a Tuxtla, y Juan Bañuelos y el poeta Daniel Robles Sasso me la presentaron. Ellos dos tenían ya una profunda amistad con Chayito. Cuando donó la poeta parte de su biblioteca al Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas, yo estuve presente. Se fue a vivir a San Cristóbal, a La Cabaña, del Instituto Nacional Indigenista. En algunas ocasiones la visitaba y me gustaba mucho oírla leer su poesía, tan tierna y transparente, en ese entonces llena de religiosidad. Y sobre todo me gustaba el rigor con la que estaba escrita. También conocí algunos textos de Balún Canán, la novela que estaba escribiendo en ese tiempo. A Jaime Labastida y a Jaime Augusto Shelley los conocí por Laco, pues los tres estudiaban juntos la preparatoria en una escuela militar. Lo que primero nos unió fue una entrañable amistad. Los cinco hacíamos los mismos descubrimientos literarios, radicaba nuestro compañerismo y hermandad en que éramos diferentes, que buscábamos distintas cosas, pero ese buscar se hacía de todos, porque lo discutíamos todo. Desde un principio, nuestras voces eran distintas, pero juntas hacían un coro, con una sola intención: la de crear poe-

sía con un nuevo tono de la que se estaba escribiendo en esos momentos en México. Juan Bañuelos nos presentó a Agustí Bartra, que fue un gran maestro para nosotros. Juntos llegamos a la amistad y al cariño de José Revueltas, Efraín Huerta, Juan de la Cabada. Y sobre todo a la gran obra de cada uno de ellos. –ustedes tenían no sólo una idea del mundo, tenían una posición política y algunos una militancia partidista, como era el caso de eraclio zepeda que incluso fue militar con rango en cuba. ¿cuál era la idea de ustedes entre la poesía y la ideología? –Sabíamos que la extravagancia de escribir poesía era un mundo aparte de la militancia política, que la poesía era más que cualquier idea utópica de la realidad, pero que de muchas maneras se entrelazaban, se alimentaban una de otra. La poesía era un trabajo distinto y por eso era más extravagante que cualquier idea revolucionaria. Queríamos trascender la historia del momento con nuestra poesía, por eso nos sumergíamos tanto en la obra de san Juan de la Cruz, por ejemplo. En esos tiempos también pensaba que en mi poesía debía entrar de todo, para que tuviera sonidos diversos, rostros distintos y pudiera yo entrar con mis amigos a otros paisajes, imaginados o no, y pudiéramos ver, desde dentro, otras catástrofes, otros caminos para recorrer. Siempre intercambiando cantos. –La voz desbocada fue el poemario con el que hiciste aparición en la escena mexicana, en 1960, y Lienzos transparentes y Estratos, tus dos más recientes libros de poesía, el segundo editado en 2011. ¿Qué los une y los separa desde el punto de vista estrictamente estético y vivencial? –La búsqueda, la incesante búsqueda del encuentro como punto de partida de todo aliento poético. Desde La voz desbocada traté de que esa búsqueda se diera como parte de una estética y como parte de mí mismo, así como traté de transparentar fragmentos de


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incesante Foto: Secretaría de Cultura

El grupo de cinco poetas autodenominado La Espiga Amotinada: Bañuelos, Labastida, Oliva, Shelley y zepeda, 1957

diversas cosas que me han maravillado, un poco sueltas a través de tantas lecturas, un poco en el aire de otros conocimientos y aprendizajes poéticos. Este, mi primer libro, es el intento de un hombre muy joven por situarse más o menos firmemente en la avalancha que cae en la juventud, en la vida primera. Estado de sitio, que se forjó de 1965 a 1969, es tal vez el libro más completo que he publicado hasta la fecha, pues creo que logré lo que siempre he estado buscando: la unidad de un cuerpo poético en movimiento, con sus altas y bajas de intensidad, con sus cambios de emociones y distancias, saltando de una situación a otra. Es un libro que es claro en lo que digo o narro. Es oscuro y claro en sus versos y en sus silencios. Tan es así que a la primera lectura el lector se puede dar cuenta de que se trata de un impulso poético que nació, completamente, del ataque brutal, criminal, de un Estado criminal, a un pueblo en el que se gestaba la democracia desde abajo, desde el ansia de libertad individual y colectiva. Pero el lector también puede apreciar que no hay ningún momento ideologizado, no hay nada acartonado; cada frase o texto completo vibran, resuenan. Lienzos transparentes me llega cuando empiezo a volver a las primeras experiencias de vida. Es cuando conocí parte de la selva y las montañas donde se dio el levantamiento armado del Ejército zapatista de Liberación Nacional. En esos territorios comprendí que el lenguaje, mi lenguaje poético, debía trastocarse, pues estaba nacien-

do desde la selva trastocada, desde un inmenso territorio que me había puesto de cabeza. En una selva donde sentía frío. Y quedarme quieto, ser el personaje que siempre he sido, anónimo, más anónimo que nunca. Estratos es un libro que está hecho de fragmentos que se juntan y se repelen unos a otros. Es escritura sobre escritura, piel sobre piel, capas de piel, capas de tierra. Creo que es un libro reflexivo acerca de la simultaneidad de tantas cosas que se nos echan encima, de la velocidad de las cosas que recibimos y que nos reciben, minuto a minuto, hora tras hora, que nos obligan a mirar hacia atrás, para seguir en la vida. Es una serie de acontecimientos acumulados, como el terror universal que es este siglo xxi , y también es una especie de recuento poético. Un libro que viaja, porque está en la búsqueda de lo que no se puede tocar. Un libro que es resistencia contra el tiempo, contra lo que surge y siempre cae. –Has comentado en otras entrevistas a propósito de tu poesía reunida en Iniciamiento, 2015, en dos volúmenes, que ya no miras la poesía del siglo xx y que esa época de la espiga amotinada ya está cerrada. ¿Qué busca tu discurso en este siglo xxi que fue recibido con el final no sólo de paradigmas sino de las ideologías, la historia y un largo etcétera? –Aún con su portento y formidable herencia, con su fuente de iluminaciones y grandeza, creo que gran parte de la poesía del siglo xx está cerrada. Por supuesto, no se ha quedado encerrada en los libros, ni en la tumbas aparentes de los libros. Ha caminado y sigue caminando en las venas de la poesía que continúa en esa gran tradición. El siglo xx fue uno de los mejores siglos para la poesía. Está cerrada como un libro al que se ha amado mucho, y que podemos volver a él cuantas veces queramos, con la pasión y gozo de cuando lo leímos por primera vez, y en gran cantidad de sus páginas volver a encontrarnos con nosotros mismos, con cierta nostalgia. Está cerrada porque sería inútil transitar por esos caminos de extravío. Desde esta aventura en riesgo, la poesía debe cuestionar la cerrazón y la inmovilidad, desde la diferencia y singularidad de cada escritor de poesía, desde las distintas maneras de explorar el conflicto entre razón y pasión, tal como lo hizo Garcilaso de la Vega. Se debe

estar, con todos los tropiezos y errores, negaciones y afirmaciones, en búsqueda de una poesía abierta que eche raíces a medida que crezca, para que se expanda con bosques frescos. Una poesía que sea un proceso, no un resultado. Una negación, no una afirmación. –Hablas de una poesía planetaria en esta época de tu vida, de una poesía que se aproxime a la crónica. ¿a qué te refieres exactamente cuando hablas de recorrer el mundo y mirar al mismo tiempo el pasado, leer de nuevo a los clásicos? –Lo que yo quisiera para mi poesía es ocupar espacios hasta ahora inéditos o poco trabajados en mi ya larga práctica poética, experimentado la pasión por lo actual, que contiene, de una manera lúdica y trágica, el pasado y futuro de nuestra época. Encontrar en esa actualidad, con toda su complejidad, simultaneidad, lo que sucede aquí, en esa calle, en ese desierto o montaña, en la península de Kamchatka o en la isla de Madagascar. De esta manera poder estar en cualquier lugar del planeta. Esto me lo dijo muchas veces mi hermano, el poeta Juan Bañuelos, cuando caminábamos por la selvas y montañas de Chiapas. Hay que escribir una poesía planetaria, desde el observatorio de una ventana íntima o desde la sombra de una ceiba, me decía. –¿a qué tecnología te refieres cuando hablas de su presencia necesaria en la literatura y en la poesía? –Trato de escribir una poesía que sea un organismo que eche raíces a medida que crece. Que pueda traducir las profundidades del pensamiento en arte. Quiero que mi poesía no sea un punto de acumulación, un conjunto compacto, acotado. Quiero que sea abierta, que se pueda armar y desarmar de distintas maneras. Que sea un lenguaje abierto de significados, hasta el máximo de sus posibilidades. Que sea una forma de pensamiento, un fragmento de la realidad para imaginar cosas materiales e inmateriales. Para comenzar de nuevo. Para entrenarme de nuevo con las herramientas de la antigua poesía, con las otras artes no literarias, y con los avances de la cibernética, para tratar de comprender que todo lo que nos circunda y nos hace vivir es susceptible de erigirse en metáfora, para mirar más lejos. Tal como lo hace la astronomía electrónica, que mirar más lejos en el universo significa mirar atrás en el tiempo


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D uelo Óscar oliva

El campo pertenece ya a los muertos.

Brazos y piernas en cruz, la piel flácida, cárdena, aún intacta. La claridad florece en la caja torácica, desova en los huesos pélvicos, deja hilos tiesos entre la carne que se pudre lentamente/ Más allá hay otro cadáver reducido a su condición de flor distorsionada en un espejo cóncavo. La flor negra, endurecida, pegada a la menuda lluvia, como si llevara un traje de cuero, un casquete en los pétalos. Al fondo de un matorral, donde no entra la claridad, restos diseminados por zopilotes y perros. Las flores panzonas en el cielo pertenecen a lo que se va, al campo que se desliza, más allá de hierbas con armaduras negras. Y cuerpos que apenas han comenzado a separarse de las almas familiares, ya sin oxígeno/ Atrás de las hojas lloran a gritos. Metano, sulfuro de hidrógeno, amoníaco, inflan las barrigas. El cielo translúcido, oliváceo. La presión de gases al interior. Ampollas rojas en el cielo. El desprendimiento en capas de la piel, apenas se sujetan al esqueleto roto, donde el vendaval se desliza. Los gases y tejidos licuados abandonan cuerpos a través del ano y otros orificios. Los insectos humildes y los soberbios comienzan a colonizar restos de cadáveres, plantan banderas victoriosas. Se entronan en ese hábitat como leones. Los necrófagos desovan. Nido de microbios. Las plañideras esperan su turno. La flor calla. El campo larval se mueve bajo la piel azul de los escarabajos. Ácaros caminando como pingüinos. Hormigas treponas. Avispas de culo amarillo. Arañas subterráneas devoran larvas y huevos de las moscas, los parasitan. Tanta incandescencia. Un aura de migraña. Llegan al campo/ gritan de un lado a otro/ las odiosas Erinias/ se lamen las piernas/ la cerviz y los muslos/ se restriegan/ con jabón y estropajo/

Tomado del libro Lascas, julio 2017, Editorial Aldus/Matadero, Secretaría de Cultura. Óscar Oliva es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.


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Jornada Semanal • Número 1173 • 27 de agosto de 2017

Arte indígena contemporáneo. Dignidad de la memoria y apertura de cánones, Ingrid Suckaer, Samsara/Fonca, México, 2017.

La dignidad de lo (erróneamente) marginal GLORIA MALDONADO ANSÓ

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ste libro resulta ilustrativo del tipo de labor realizada por Ingrid Suckaer como curadora e investigadora. El compromiso social, la lucha y la ética son los valores que han marcado su exisexis tencia desde la más temprana juventud en su natal Guatemala, si bien obtuvo la nacionalidad mexicana en 2007. Son también los principios que guían su labor como especialista en arte. El lugar desde el cual se sitúa para abordar la creación artística implica una postura política y una toma de acción. Su crítica al sistema abarca también el mercado del arte, las instituciones ligadas a galerías e intereses económicos, así como las concepciones que pretenden establecer los grupos dominantes de lo que es y lo que no es arte. Éstas excluyen a numerosos creadores, situación que se agrava en sectores sociales como el de los indígenas. Un punto de partida fundamental exige trascender las clasificaciones eurocentristas. El arte ajeno a Occidente con frecuencia es borrado de la Historia del Arte tal y como la redactan muchos expertos. Cuando es tomado en cuenta, lo colocan en planos inferiores o le atribuyen etiquetas como folclor, arte popular y artesanía. Es la práctica de imponer una visión de clase en todos los aspectos de la vida. Ingrid Suckaer ha inclinado gran parte de su tarea hacia los desfavorecidos y hacia los indígenas en particular. Pese a la opresión y el racismo que padecen, estos grupos siguen otorgando una personalidad y una identidad multicultural vigorosa a México y a los países de América Latina en general, gracias a su capacidad de resistencia, como lo podemos comprobar una vez más en este nuevo libro de Suckaer. Sin embargo, los pueblos indígenas siguen permaneciendo marginados y se les priva de los derechos más elementales, como ocurre desde hace siglos. Hoy en día sufren y desafían el embate de una guerra neoliberal sin límites ni escrúpulos, frente a la indiferencia de muchos. El resto de la sociedad, sin duda, también vive acosada por las oligarquías nacionales e internacionales, la precarización y la violencia en todas sus versiones, además de verse sometida a los valores y estereotipos provenientes de una penetración cultural extranjerizante, la cual busca uniformar nuestro pensamiento, nuestro estilo de vida y nuestros gustos en el consumo. Todo ello

tiende a despersonalizarnos, así como a borrar nuestro sentido de identidad, nuestra capacidad de crítica, reflexión y protesta. Ingrid Suckaer contribuye a una agudización de la conciencia al acercarnos a la producción que realizan actualmente veinte artistas, hombres y mujeres que radican en Argentina, Chile, Colombia, Guatemala, Panamá y México, pertenecientes a grupos indígenas, o bien que evocan la estética y el imaginario de éstos. Al referirse a arte contemporáneo contempla los últimos cinco lustros, cuando desde una visión postmoderna se introdujeron en el arte materiales y temas nuevos. Encuentra que varios creadores indígenas y mestizos recurren a ciertos lenguajes y materiales empleados actualmente en el arte para expresar ideas que remiten a su contexto cotidiano y a su legado cultural. Más allá, el arte también sirve como un arma de lucha y denuncia de las situaciones de injusticia. Se revelan así otras formas de arte genuino, que no responde a los requerimientos del sistema hegemónico y comercial de las galerías y los museos, si bien es cierto que tales recintos ya se han ocupado de creadores como los fotógrafos Maruch Sántiz y Baldomero Robles.

Suckaer señala que el arte indígena contemporáneo es más libre, que no se sujeta a ciertas pautas y convenciones, al mismo tiempo que se abre a la exploración de otros lenguajes y recursos, como la instalación y el performance. Además de la fotografía, la pintura y el grabado, sigue volteando hacia el origen, hacia su medio ambiente y su rica herencia cultural, a sus raíces y su cosmogonía. Sería quizás una diferencia con el arte occidental contemporáneo, que puede mostrar menos interés en este aspecto y que por el contrario tiende a homogeneizarse en muchas ocasiones. La conciencia y el compromiso implican rebeldía, y la investigación de Ingrid Suckaer resulta por ello trascendente, porque lejos de instalarse en las zonas de confort del mundo del arte, se aventura y las rebasa. Es así como busca y encuentra un diálogo posible con formas de arte que usualmente se categorizan como distintas a Occidente  Morir antes de tiempo, Becky Rubinstein, Versodestierro, México, 2017.

Muerte e identidad RICARDO GUZMÁN WOLFFER

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os versos de Becky Rubinstein sobre Ana Frank evidencian que la muerte, aunque llegue antes de lo que quisiéramos, no basta para dejarnos en el olvido. Ana Frank desde su rendija, iluminando el exterior, volviendo su cueva una fuente de significados y resistencias, rebasa su condición para poblar el imaginario universal como símbolo de la persistencia, entre muchos otros. La niña vuelta fantasma inamovible, una de las deudas de un ente salvaje apodado “Estado”: un Estado que no cuida de todos sus habitantes, de todos los humanos, es sólo un disfraz. Ana la encerrada en la historia, en las descripciones que remiten al horror vivido por millones: la depredación consentida por locales y cómplices de otros lugares. “La terrible guerra” no asolaba su entorno, estaba dentro de ella y no la abandonó hasta que dejó el último aliento en ese mar de muerte e injusticia. sigue en la página 12

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En nuestro próximo número

CULTURA DE MASAS e industria del entretenimiento Mario Campuzano @JornadaSemanal

La Jornada Semanal

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Leer F

viene de la página 11

Muerte e identidad… Becky suma su voz a esa Babel cancelada y en estos tiempos de posmodernidad, donde se privilegia el hedonismo y la individualidad, recordar y matizar a Ana Frank es una postura de valor para retomar lo vivido por miles, en un momento único de toda la historia. Ante la figura siniestra de Trump y sus promesas de odio, volver la mirada a otras víctimas nos impone la obligación de recordar. Recibir de nuevo la mirada de Ana, la niña que debió presenciar monstruosidades que nadie debería conocer, menos a esa edad, menos en ese desconsuelo donde la enfermedad de la muerte se propagaba, evoca Rubinstein; esa destrucción sigue reptando, entre huesos infantiles que fertilizan la campiña en donde todos caminamos, escuchando el crujir de almas anónimas, irrecuperables el dolor y la identidad. Entre dibujos que evocan, más que ilustrar, la muerte y la devastación de los lugares que intentaron la barbarie del exterminio, la suplantación de la carne por muñecas arrumbadas, Becky habla con la naturalidad de quien dice una verdad. El juego que nunca es juego: jugar al gato y al ratón, como si los dientes con oro fueran un peculiar cascabel que sirviera para divertir a los monstruos que los extraían. Frank y sus miles de acompañantes en ese tren de sangre se juntan en las líneas que no minimizan, a pesar del verso y su construcción, tanto el dolor de esas vidas cortadas como el uso posterior de los recuerdos de Ana. Llegará el día que su historia será un ballet, donde las nuevas generaciones vean con curiosidad el asesinato masivo, sin poder compenetrarse en el dolor y la bestialidad detrás de esas narraciones ahora maquilladas. Decir que la poesía precede a la historia, sería simplificar el alcance de los versos de Rubinstein. No sólo nos hacen recordar: sabemos del horror y nos lo hace sentir. Como las madres sin hijos que a sus muñecas le hace abrigos de papel con estrellas de David, para colgarlas alrededor de los camastros. Nunca se irá la vergüenza de tanta muerte 

27 de agosto de 2017 • Número 1173 • Jornada Semanal

Son cosas que pasan, Pauline Dreyfus, Traducción de Jaime Albiñana, Anagrama, España, 2017.

Guerra dentro del corazón

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Elena Méndez

a princesa Nathalie de Lusignan es una mujer que no ha tenido grandes preocupaciones en su vida. Cuando mucho, le abruma encontrar una buena niñera, ir correctamente vestida a las múltiples fiestas donde acude, combatir el aburrimiento que le produce el ambiente tan frívolo como estirado al que pertenece. Socialité y mecenas, ha participado, incluso, en cameos de filmes surrealistas que ha patrocinado y es rostro habitual en publicaciones como Le Figaro, donde suele aparecer retratada junto al “todo París”. Sólo hay un problema: Francia está en guerra. Los nazis se han apoderado de la capital. Nathalie deberá mudarse a Cannes, zona libre, donde su familia y su pequeño círculo social se obstinan en fingir normalidad. Grosso modo, este es el argumento de Son cosas que pasan, espléndida novela de Pauline Dreyfus, que ha sido finalista de prestigiados galardones como el Goncourt, Giono, Décembre e Interallié y ganadora del Premio Fundación para la Memoria Albert Cohen. Nathalie, quien además es duquesa de Sorrente al haberse casado con Jérôme –un hombre sin más méritos que su abolengo– resulta embarazada de un amante ocasional, situación que plantea al esposo, quien acepta al bebé como propio. Tras un parto complicado, Nathalie desarrolla adicción a la morfina. Mientras, allá afuera, todo se desmorona. Los invasores se ensañan, sobre todo, con aquellos judíos probados o sospechosos de serlo. Para colmo, su madre muere. Una madre desapegada y liberal cuyas escapadas, sin embargo, siempre f u e ro n t o m a d a s c o n n a t u r a l i d a d p o r Nathalie y sus dos hermanas. Es entonces cuando sale a relucir un secreto familiar que le concierne. Su madre tuvo una aventura con un judío, también casado. Y ella es fruto de esa unión. Se aferra aún más a la droga, tratando de apaciguar la guerra que se ha desatado en su corazón por venerar como padre a alguien cuya sangre le es ajena; por tener que ocultar su origen infamante; por conocer, hasta ahora, qué motivó a su primer novio a apartarse de su vida; por imaginarse qué ocurriría si contactase a su verdadero padre… “¿Qué es ser judío?”; “¿Qué se le reprocha en realidad a un judío?”, “¿Cómo se reconoce a los judíos?”, se cuestiona obsesivamente, al grado de mostrar su indignación en público: “Los judíos se han convertido en muertos vivientes, les está prohibido todo. ¡Están más discriminados que los leprosos en la Edad Media!”, protesta. El depurado estilo de la autora, su ojo para el detalle, su capacidad para adentrarse en las pasiones humanas y su atinada sátira social recuerdan la obra de Irène Némirovsky, a quien, por cierto, se evoca:

“Recuerda lo mucho que le extrañó, e incluso ofendió, que todo el mundo comentase su parecido con la autora de David Golder.” Marcel Proust, Édith Piaf y Coco Chanel aparecen como parte del agridulce panorama de la época. Proust, ninguneado tanto por la suegra como por la madre de Nathalie, es valorado por ella al hallarlo divertidísimo e identificarse con su protagonista, Charles Swann; Piaf, “una niña mártir cantando entre lágrimas” ameniza un Año Nuevo, y Chanel denuncia a la princesa Baba de Lucinge por su origen semita. Son cosas que pasan habla de todo aquello que es terrible pero que pretende olvidarse, precisamente porque está destinado a ser indeleble 

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Arte y pensamiento

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MONÓLOGOS COMPARTIDOS francisco torres córdova

LA OTRA ESCENA miguel ángel quemain quemainmx@gmail.com

ftorrescordova@gmail.com

PLEGARIA DE LA MUJER ASESINADA

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o sólo mi cuerpo. También mi sombra, el calor de mi boca. Era la tarde en sus orillas. O era en un patio, en una brecha la madrugada abierta. Traía una bolsa de pan. O venía de la escuela. Volvía de mi empleo. Iba a

mi casa. Mi cuerpo abrumado en su propio peso, el pan dulce en la zanja de sal. Tenía doce años, una falda tableada, calcetas blancas y zapatos negros de trabilla ancha, el suéter verde sobre los hombros. O veintiséis y terminaba mi turno, el uniforme cansado, la cofia con sus bordes azules almidonados, los pies palpitando. No sólo mi cuerpo. Los zapatos torcidos en la cuneta. Estaba lloviendo y empezaba el frío, o en la hojarasca que me cubría el viento mecía el sol titubeante bajo mis párpados. O llevaba también un pantalón oscuro, una blusa amarilla de cuello redondo, el saco doblado sobre el brazo derecho y en un portafolios los papeles sellados de alguna oficina y una libreta. Esperaba el autobús, el cabello ondulado, los ojos pequeños y el temblor de la vida que esa mañana mojaba los labios de mi hija dormida. Cuando pasó el autobús, yo me alejaba con una mordaza, tendida en el suelo de una gran camioneta de doble cabina. No sólo mi cuerpo. También la libreta arrugada en un charco lodoso, disueltos los sellos, rota la letra de mi mano izquierda. Hermana, tía, hija, abuela, madre, sobrina, nieta. Cada una y todas nosotras más de cinco todos los días. Siempre el acecho, el empujón brutal, el puño en el rostro desde la espalda, el arma negra o blanca, larga o corta, íntima y alta en un espasmo de luz, y la soledad de granito, roja, sin ninguna fisura. Me van matar, les preguntaba y brillaban sus manos. Eran las tres de la tarde. Me mordían el llanto, me encajaban el pecho. Eran las nueve y cinco de un jueves nocturno. Me comían la mirada, me quebraban los pasos. Me vas matar, le decía, y sonaba atrás un coro de risas. Eran las siete puntuales de este martes que no se termina. Me anclaban el sueño, me cortaban el habla. No sólo mi cuerpo. Resabios de vino, picor de aguardiente y hedor a tabaco, a sudor requemado sobre mi nombre. Crepitaba el aire, tronaban sus huesos y me crecía en las cejas una ausencia precisa. Eran ellos, él, tú uno solo. Me allanó tu voz, me cundió tu miseria, me usurparon tus manos llenas de mí que aún me vacían. Son sus líneas, te digo, el laberinto indeleble en que te pierdes, y nunca cierran los ojos que adentro te miran, y porque es de sangre tu memoria conmigo, la muerte que me haces en los muslos y el rostro te dan el rostro de la mujer que te hizo. No sólo mi cuerpo. Mis zapatillas rojas, mis dedos crispados; mi pulsera de niña, mis ingles hundidas; mi cuaderno de notas, mi grito en la lengua. También mis cenizas, la humedad de mi aliento en ese rincón o en ese baldío, en esa banqueta ahora y aquí que no ceden ni cesan. Saben tu nombre. Conocen tu huella. Te llaman a ti y al poder impasible que te asiste y solapa. No hay campaña, discurso de alerta o sublime plegaria que al final los redima 

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ROCÍO CARRILLO: EL OLEAJE DEL MUNDO INTERNO

A CERCANÍA DE MUCHOS creadores con ell psicoanálisis (sean pacientes o analistas) y su infidelidad al lenguaje clínico y metapsicológico es una fuente de incomodidad para muchos terapeutas que saben que el vocabulario freudiano no es el único para referirse a las luces que esta disciplina científica ofrece para explicar varias de las operaciones psíquicas que pueden interpretarse en las rutas seguidas por muchos personajes, por la obra misma, o bien por el autor y el director cuando se dirigen a la prensa, incluso a sus actores, para explicar lo que intentan hacer. Esta incomodidad, que yo mismo he experimentado cuando los artistas hacen evidente que de las esferas del psiquismo es muy poco lo que saben a profundidad, tiene que leerse también como un síntoma de quienes creemos tener cierta autoridad sobre el psicoanálisis y pensamos que somos los únicos que podemos hablar con rigor en la lengua de ese territorio conceptual. Me pasó con Rocío Carrillo con su interpretación del psiquismo a través de una deidad y una representación que tiene su asiento en el mundo clásico, en el terreno de los mitos: Psique. Por supuesto que su trabajo creador trataba de indagar sobre el trenzado fino que se sostiene en la racionalidad de una tradición normada y jerarquizada y una capacidad de olvido de los rigores y los estatutos, para colocarse en el ámbito de la ruptura y la desobediencia que caracteriza lo novedoso, el advenimiento de los nuevos clásicos, la construcción de un canon difícilmente aceptado para ser parte de lo duradero. Sé que debo tratar de entender que ese síntoma al que me refiero también lo experimenta el propio mundo psicoanalítico, que siempre arroja algo de confusión sobre quienes intentan tomarlo como una guía que oriente sus especulaciones sobre lo que le sucede al mundo interno, a la subjetivación de experiencias susceptibles de encarnarse en universalidades que sean legibles desde la plástica, lo musical, lo literario y lo escénico. En Quemar las naves. El viaje de Emma (idea original y dirección de Carrillo), que se montará en el teatro El Galeón del 21 de septiembre al 22 de octubre con las actuaciones de Georgina Rábago, Tabris Berges, Ernesto Lecuona, Alejandro Joan Camarena, Jonathan Ramos, Margarita Higuera, Beatriz Cabrera y Oscar Acevedo, hay una aventura que se contacta con el discurso de lo inconsciente y que procede en la tesitura de un sueño. ¿Ese tejido onírico es poético también? Lo es en la medida en que las estrategias de su retórica, sus elipsis, sus desplazamientos y sus metáforas ofrecen la posibilidad de enfrentar un discurso elaborado con asociaciones y sugerencias que lo hacen polifónico y dúctil a interpretaciones múltiples. Es un modo de hilvanar lo fragmentario de las historias, los textos, los mundos internos de los navegantes/actores, que en el discurso de lo plástico y lo musical encuentran otras “descomposiciones” de la racionalidad y la convención. Ese lenguaje donde se inscribe lo inconsciente es el de la sexualidad, el cuerpo como representación cultural, y lo mismo sucede en la anatomía del actor, cuya ocurrencia escénica es de naturaleza autorreferencial. Esto es lo que mayor cercanía tiene con la experiencia más lejana en el tiempo, la de aquellos años noventa del Teatro personal, donde una herramienta que persevera es la del mito, ese mismo material que en el mundo freudiano del psicoanálisis toma la vía regia del sueño y se conforma con los modelos griegos y latinos que abrigan las historias y los conflictos inmortales de la especie. Amazona, sacerdotisa, heroína, víctima y verdugo, madre e hija, hermana, maestra, amo y esclava, son los variados eclecticismos que conducen a la mujer que porta esta lámpara que recibe de una especie de Diógenes capaz de abatir su ceguera y contemplar la aterradora interioridad de lo femenino, tan amenazante para unos, tan inexistente para otros, tan imposible. Tiene también el sabor del duelo: lo que se busca es lo que se ha perdido, pero lo perdido posee la incertidumbre que nos aflige hasta que descubrimos en qué consiste la pérdida y qué será para siempre nuestro, aunque la marea del adiós siga humedeciendo nuestros pies de Penélope. Una Penélope que ya no recuerda si Ulises no ha regresado, si vino y se fue, si ha muerto. Ese mélange no está en un solo texto, y de ahí la necesidad de construir esta Emma tan híbrida como nuestros recuerdos, nuestros planes y deseos de muchas fuentes clásicas y contemporáneas. Se trata de Quemar las naves a cada paso de nuestro pensamiento, ese laboratorio del corazón y la mente que está a punto de empezar 


Arte y pensamiento

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PROSAISMOS orlando ortiz

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¡HEREJE, APÓSTATA, RELAPSO...! ( i de ii )

QUELLA TARDE DEL 22 de junio llovía a cántaros (perdón por la “frase hecha”), o si prefiere: llovía con tal intensidad que en lugar de gotas caían cubetadas de agua. Estaba tan nublado que parecía estar a punto de anochecer. Un joven que cumplía diecinueve años buscaba algo de protección en el zaguán de una da las tantas casonas añejas del centro de la ciudad. De aspecto un tanto desaliñado, se mostraba algo inquieto, no porque poco después sería motivo de un gran escándalo, cosa que ni siquiera imaginaba, sino porque de no ceder el aguacero llegaría tarde a su cita. Olvidaba decir que esto fue hace 180 años y unos días más (cuando lean la columna). Es decir, era el 22 de junio de 1837. El joven escuchó las campanadas de una iglesia cercana llamando al rosario y supo que si esperaba a que pasara el chubasco llegaría tarde a su cita. Sin pensarlo más se ajustó bien el capotón de lana que vestía y se echó a andar hacia el edificio del antiguo Colegio de San Juan de Letrán, fundado por el virrey Antonio de Mendoza; ahí estudiarían los jóvenes mestizos de la Nueva España. En una celda de ese edificio derruido, que aun funcionaba como escuela de párvulos a cargo de los hermanos Lacunza, periódicamente se reunían varios poetas e intelectuales a discutir sus textos e intercambiar opiniones e incluso lecturas, pues el acceso a títulos o autores extranjeros era imposible. A este grupo se le conocía como la Academia de Letrán. A la celda de los hermanos Lacunza llegó el joven descendiente “de los señores aztecas originarios de Tacuba y de los caciques tarascos del Estado de Querétaro”, por lado de la madre, y padre de estirpe criolla (ver “Emilio Arellano”, Ignacio Ramírez El Nigromante y Guillermo Prieto,

en Crónicas tardías del siglo xix en México), empapado y con la greña alborotada. Lo recibió afectuosamente Guillermo Prieto, tranquilizándolo por su retardo, y poco después llegó don Andrés Quintana Roo, el patriarca de aquel grupo de poetas, dramaturgos, ensayistas, narradores… grupo en el que había liberales y no tan liberales, así como también conservadores y no tanto. No había mucha afinidad ideológica pero sí absoluto interés y preocupación por el arte y la cultura. Prieto presentó a don Andrés al joven recién llegado: Ignacio Ramírez desea incorporarse a la Academia. El respetado poeta y patricio lo saludó y lo invitó a sentarse a su lado. El requisito para ingresar era leer algún texto del aspirante, que se discutía entre los miembros de la Academia no con el propósito de aprobarlo o reprobarlo sino, en el peor de los casos, de señalarle sus fallas y hacerle recomendaciones para que lo mejorara, etcétera. En el recinto había poca luz, no obstante así acostumbraban trabajar. Hubo intercambio de miradas entre algu-

nos de los contertulios, pues aunque casi todos eran bastante jóvenes, el recién llegado aparentaba serlo más, y sus rasgos indígenas no eran garantía de una formación literaria sólida o por lo menos mediana. Tenía a su favor, por un lado, que lo hubiera invitado Guillermo Prieto, en ese momento bastante joven pero ya célebre por sus composiciones e ingenio, además porque él, con los hermanos Lacunza, Payno y otros célebres poetas y dramaturgos, habían fundado la Academia; por otro lado, el beneplácito de don Andrés, que invitó a Ramírez a que leyera su texto, también mostraba la confianza en el descendiente de señores aztecas, purépechas y un descendiente de criollos que había luchado en las filas independentistas. La penumbra del recinto cubrió dos o tres sonrisitas burlonas que aparecieron, discretas, cuando Ignacio Ramírez desabotonó su raído capotón y sacó un rollo de pedazos de papel de diferentes formas, tamaños y colores; algunos, al parecer, en el reverso tenían un escrito previo, tal una galerada de imprenta; luego los ordenó cuidadosamente. Para algunos, aquello significaba poca seriedad en cuanto a las bellas letras y seguramente el joven leería sólo bobadas simplonas, ocurrencias o un discurso plagado de lugares comunes, frases hechas y ripios a diestra y siniestra. No podía esperarse nada serio de aquel sujeto. Miró a don Andrés Quintana Roo, quien asintió con bonhomía y el joven Ignacio Ramírez comenzó la lectura, con voz firme y cierto tono desafiante: “No hay Dios, los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos.” La primera reacción del auditorio fue un silencio escandaloso (permítaseme el oxímoron). Don Andrés, héroe de mil batallas políticas, militares, oratorias y literarias, amablemente inquirió:“No lo escuché, ¿qué dijo usted?” La respuesta fue inmediata y firme:“No hay Dios...”  (Continuará.)

RAYAS DE LA CEBRA verónica murguía

S

AN AGUSTÍN SE CONVIRTIÓ al cristianismo porque un día escuchó la voz de Dios que decía: Tolle, lege (Toma, lee). Cuando leí esto, muy niña, me lo tomé mucho más en serio que el “Santificarás las fiestas” de los Diez Mandamientos. Sobre todo porque en mi imaginación infantil obedecer ese mandamiento era echar agua bendita sobre una piñata. Una de mis secciones favoritas del New York Times se titula “By the book”, que más o menos significa,“de acuerdo con las reglas”, y que en este caso es “a través de los libros”. En ella le preguntan a escritores cuáles son sus libros preferidos, qué libro le recomendarían al presidente –pregunta que deberían suprimir, ya que Trump no lee–, qué libros tiene en el buró, cuál lo impresionó en la infancia, quién le gustaría que escribiera su biografía, etcétera. Los menos responden con pedantería: el primer libro que leyeron fue Ulysses, de Joyce, les gustaría que su biografía la hubiera escrito Marguerite Yourcenar, así. Los más contestan con franqueza y ese pequeño cuestionario se convierte en una entrevista íntima. Como nos pasa a todos cuando leemos un cuestionario, suelo responderlo aunque nadie me esté preguntando. Las respuestas del pasado no cambian: lo primero que leí fue un cuento que venía al final del libro de Español de primero de primaria. Eso no lo puedo cambiar. Pero lo que tiene que ver con el gusto o lo que desearía que leyera el presidente (también en México esa pregunta es inútil ), se modifica constantemente. Por supuesto que me gustaría que Enrique Peña Nieto leyera los libros, por ejemplo, de Javier Valdez o de Sergio González Rodríguez. Pero no sé si los comprendería porque supongo que, como tantos políticos, usa un casco mental que cierra el paso a cualquier idea que no añada a

TOMA, LEE su provecho material. Sería ideal que cada servidor público de este país leyera lo que se escribe sobre el lugar donde gobierna, no para fregar, ojo, sino para entender. Aunque creo que ni para fregar leen. Dudo muchísimo que Mario Marín, el indescriptible góber precioso haya leído a Lydia Cacho. Sabía quién es. Sabía que ella había descubierto sus turbias complicidades. ¿Leerla? No creo. Pocos leen en México. Tengo una hipótesis acerca de por qué sucede esto. Es un país tradicionalmente conservador y pobre, en el que el saber es visto con desconfianza: asunto de hombres arrogantes y doble cara como López Portillo. Así eran percibidos los políticos, que son muy prepotentes, independientemente de si leen. Llegó Fox. Muchas personas confundieron su tosquedad con franqueza, su ignorancia con bonhomía. La ineptitud se asoció a la inocencia. Son muy distintas. ¿Cómo lo

sé? Porque leo. Fox fingía ser un ranchero honrado, ignorante pero buen hombre de negocios. Sencillo. Eso siempre fue mentira: Fox y su mujer son millonarios, corruptos como priistas, aunque menos autocráticos. Gracias a él la ignorancia dejó de ser una tara para convertirse en el rayo democratizador: yo no sé, tú tampoco, él menos, ella ignora, nosotros somos lelos. Luego llegó Calderón. Un día fue a la Sociedad General de Escritores de México a informar a los presentes que él no leía y que los libros son inútiles para la solución de problemas urgentes. Años más tarde se colgó de las faldas de la túnica del papa Benedicto cuando vio lo que su prepotencia había hecho: la violencia que había desatado; los muertos que se amontonaban. Sobre su conciencia queden. Ojalá escuchara en su mente y todas las noches el texto entero del Herem, la maldición que los rabinos dejaron caer sobre la cabeza, ésa sí inocente, de Baruch Espinoza. El siguiente, el que padecemos ahora, es la suma de los anteriores. Peña Nieto no lee, no le importa la educación y ha prohijado la violencia. México ha padecido diecisiete años de crisis educativa: la gente no cree en la educación y recela cuando uno lo hace. Se vuelve uno sospechoso de creerse mucho. (Sospecha injustificada: yo leo como loca y estoy bien acomplejada.) He conocido sabios democráticos y muchos burros prepotentes. Los lords y ladies no son lectores. Tres sexenios de desprecio por la cultura; tres sexenios de violencia; tres sexenios de escuchar ideas bobas en español mal conjugado, tres sexenios de pobreza material y espiritual. Nuestra historia de siempre, pero exacerbada. Pero podemos cambiar. De uno en uno. Leamos como si en ello nos fuera la vida. Eso sí que no lo hemos intentado 


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Jornada Semanal • Número 1173 • 27 de agosto de 2017

Arte y pensamiento



BEMOL SOSTENIDO Alonso Arreola @LabAlonso

RAP DOMINICAL

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UE HACE VEINTICINCO AÑOS cuando un cabeza rapada intentó amedrentarnos en un Metro de Bruselas. Fue por esas fechas que unos hooligans nos patearon el culo en una calle de Madrid, estimulados por las chelas. Fue hace unos diez años cuando nos impidieron ingresar a un bar en Londres y unos siete de cuando nos detuvo la policía de Tokio, por nuestra larga cabellera. Fue hace menos cuando discutimos con unos checos porque nos vigilaban como si fuéramos delincuentes y no los clientes de su tienda. Fue hace cinco que nos empujaron y gritaron en un antro a las afueras de Berlín y unos cuatro de que compartimos estas penas con un cantante negro en Nueva York, allá donde la cosa se va poniendo peor. Ha ocurrido varias veces que andamos por California y nos dicen los paisanos “no, tú no eres mexicano”, y otras tantas que, en tierras muy lejanas, nos otorgan antecedentes árabes o persas. Pero eso sí: fue hace diez minutos que nos dijeron “güero” en el mercado de la esquina, aquí en pleno suelo azteca. Por más acostumbrados que estemos, sigue el desconcierto, la pena. ¿Cómo extrañarse de que los atentados crezcan si estamos en la era de quien malinterpreta la piel y abusa con el cuerpo? Bullys en la escuela, bullys en la oficina, bullys en la burocracia, bullys en las iglesias y bullys en las presidencias. Fue hace una semana que supremacistas blancos actuaron violentamente en Charlottesville, Virginia (Estados Unidos), cobijados por su anaranjada Casa Blanca. Es todos los días –desde hace siglos– que nuestro sistema olvida a los indígenas y convierte la justicia en calabaza. Nada nuevo. Por eso este domingo buscamos, escuchamos rap antirracista, hacemos eco de voces incon-

tinentes y nos sentimos esperanzados, sonrientes. ¿Qué encontramos? Raperos negros encabronados. Jazzístas judíos encabronados. Cantantes gays encabronados. Poperos anglosajones encabronados. También rockeros encabronados (pero menos porque el rock anda hipnotizado, cansado, aletargado… ambicionando). Porque sí, son más los artistas que elevan la voz apuntando a lo que el cineasta Michael Moore dijera en las noticias: “Quien vota y apoya a un presidente racista, es igualmente racista.” Fue hace unos meses que dimos un show con colegas estadunidenses; allí leímos versos sobre su presidente número cuarenta y cinco, compuestos por el amigo Frino: “¿Quién crees que trabaja a diario con pies y manos deshechas, levantando sus cosechas por la mitad del salario?” Eso fue después de que tocáramos en Guanatos, alternando con la chilena Anita Tijoux, la de:“Estar contigo para mí es humanidad, humanidad [...] Que soy parte del todo y de esta humanidad, humanidad.” Tras lo de Charlottesville pasó que en Barcelona un loco mató a trece personas, que en Finlandia otro loco acu-

chilló a seres indefensos. No vale la pena hacer recuentos. Son tantos que no cabrían ni multiplicando por mil las hojas de este suplemento. Violencia contra violencia que no mira las causas de la violencia. ¿Qué esperar de la adultez que no sensibiliza a la niñez ni adolescencia? Ya lo dice Calle 13, burlándose en “Adentro”, con mucha ciencia: “En tu cabeza tú eres un narco buscado por la policía, y tus pistolas son como los unicornios: de fantasía. No hay problema en que tengas enemigos imaginarios, pero sí en que los chamaquitos crean que eres un sicario.” ¿Cómo extrañarse de que los feminicidios crezcan si estamos en la era de quien regresa a las cavernas y abusa con el cuerpo? Así lo pregonan j Balvin y Yandel; Tego Calderón, Pitbull y Daddy Yankee. ¿Puro entretenimiento? Así lo dice Maluma, el que califica niños en la tv:“Estoy enamorado de cuatro babies. Siempre me dan lo que quiero. Chingan cuando yo les digo. Ninguna me pone pero.” Nos sumamos al asco desde esta trinchera hecha de letras, desde su fondo saludamos al poeta que este domingo –aquí al lado, apenas– monologuea sobre el mismo tema. Haciendo balance y metiendo el freno, recomendamos finalmente algunos raperos de inteligencia que con sus buenas letras a la estupidez dan la pelea: El Chojin de España (“n . e . g . r . o ”), Frank t del Congo/España (“Humor Negro”), Calle g de Cuba (“Obsesión”), Audry Funk de México (“Hija del subdesarrollo”), Gabylonia de Venezuela (“Tirano”), quien sabiamente dice:“No voy a cantar reggaetón ni canciones vacías que no edifican ni aportan nah’, eso incita que las muchachitas salgan preña’. No voy a ser partícipe de ese círculo enfermizo que hoy en día tiene al mundo con la moral por el piso”. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos  Gabylonia

CINEXCUSAS Luis Tovar cinexcusas@yahoo.com

LA CIUDAD Y LA ESCRITURA Todo lo que hago todo lo que escribo me aleja de quienes quiero Si es bueno quedan confundidos si es malo avergonzados Corro un riesgo enorme hacia el amor que me tienen camino descalzo por arenas movedizas “Poeta con cabeza de cerdo”, William Carlos Williams

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I ES CIERTO QUE la vida –o el tiempo, ese sinónimo– se mueve no a la manera de las hormigas sino de los caracoles, quiérese decir morosamente aunque de tanto en tanto parezca que la prisa llega, se apersona y adueña de las horas y las cosas; si es verdad también que ella, ni más ni menos que como los caracoles, de algún modo aprendió a subir por superficies verticales sin caer ni detenerse; si es verdad, en fin, que a cada día toca su afán pero éste puede ser pausado, inmóvil casi, como si quisiera quedarse a vivir dentro de su propia sombra, habría que concluir entonces que hay en los actos cotidianos, en las nimiedades esenciales que andamian la costumbre, un alma de aventura y vértigo distintos, que de frenesí o histeria poco, más bien nada tienen y en cam-

bio saben recorrer distancias de años luz dando no obstante la impresión de desplazarse apenas. Como si se tratara de planetas, estrellas y galaxias, los gestos y las sensaciones de hoy domingo recorrerán siempre la misma trayectoria, con apenas variaciones mínimas, y serán gemelos de las de mañana lunes, y éstos de las de mañana martes, hasta completar el ciclo y empezar de nuevo. No hay vanidad y no hay aplauso: la palabra “celebrar” retoma su intención primera:“llevar a cabo”, nada qué ver con festejos, primeros lugares o medallas. A la sorpresa casi cotidiana del atardecer, como la definiera un poeta de La Habana y no de Nueva Jersey, le antecederá y le seguirá el multiplicado asombro del resto de las horas: cada mañana, el descubrimiento de esa tormenta

de oro adormecida en la otra almohada; cada noche ser testigo, entre otras insistencias, del tornasol de los deseos amorosos contrariados; de la cercanía distante que es causa de la sed del alma de los cuerpos; de la soledad acompañada que no deja nunca de enviar señales para nadie; de los estruendos del silencio, la afonía del ruido y tantas otras paradojas y, en medio de ellas, la palabra y sus atisbos, el balbuceo del mundo: nombrar a los objetos y a los seres es darles existencia por partida doble, es verificar que son, que están, por sí mismos pero también para uno que los ha atestiguado, lo mismo una caja de cerillos que la celebridad del pueblo, y entonces despierta la conciencia de que una cascada y un perro y un cupcake y un vaso de cerveza; las calles, las señales de tránsito, el volante del autobús, y los pasajeros con sus asuntos, sus palabras, sus historias, consisten asimismo y, maravillosamente, pueden ser reproducidas por la tinta y hacerlas caber en la delgadez extrema de las hojas de un cuaderno, y si éste un día cualquiera quedara hecho pedazos sin querer, porque el destino o el azar así lo decidieron, ese cataclismo es útil para practicar aquello que cuando se le nombra ya no existe –Tao, le dicen–, y para empezar otra vez desde el principio, esta vez quizá mejor o, mejor aún, igual que antes para que sea mejor que siempre, como los días y los caracoles y los astros. Así la fortuna de tener nombre de ciudad y de poema, de llamarte como el sitio donde vives, como el libro que esas calles suscitaron, no ser indiferente a la herencia intangible que te corresponde y ser tú mismo sin alardes: levantarte todas las mañanas, conducir el autobús, amar mucho y escribir un poco. El resto, el hermoso resto, se te dará todo por añadidura. Paterson, Jim Jarmusch, eu-Francia-Alemania, 2016 


ENSAYO

27 de agosto de 2017 • Número 1173 • Jornada Semanal

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Evocación de Thoreau Juan Manuel Roca

EL PASADO MES DE JULIO, HENRY DAVID THOREAU CUMPLIRê A 200 A„ OS DE NACIDO EN CONCORD, MASSACHUSETS. LA INFLUENCIA DE SU PENSAMIENTO NO TIENE FECHA DE VENCIMIENTO, SIGUE INSPIRANDO A PENSADORES DE MUCHAS TENDENCIAS.

H

enry David Thoreau ejerció, a partir de su tratado sobre la desobediencia civil, una fuerte influencia en Tolstoi y en Mahatma Gandhi, y juntos habrían de convertirse en tres iconos de un movimiento por lo demás iconoclasta: el anarquismo. La de Thoreau es una vertiente anarquista que tiene como epicentro el pacifismo, un pacifismo activo, involucrado con la política de manera real. Nacido en Massachussets en 1817, a estas alturas del siglo xxi Thoreau es un pensador considerado como pionero de la ecología y de los movimientos de ética medio-ambientalista. De su amor por la naturaleza dejó testimonios en su bello libro Walden, un

libro sobre la vida en los bosques que publicó en 1847 y que intentó reconciliar al hombre escindido con su entorno natural. Pero Del deber de la desobediencia civil es quizá su mayor legado político. En 1846 Thoraeu se negó a pagar impuestos dentro de su clara oposición a la guerra contra México y a la esclavitud en Estados Unidos, por lo que fue condenado a prisión. De allí nació su célebre tratado, en que declara como uno de sus conceptos principales la idea de que el gobierno no debe tener más poder que el que los ciudadanos estén dispuestos a concederle, llegando a proponer la abolición de todo gobierno y en esa misma dirección estar contra cualquier poder. Se declara entonces, como buen y atinado anarquista, enemigo del Estado. Su influencia va desde los poetas beatniks hasta Martin Luther King o Murray Bookchin, activista ecologista estadunidense muerto hace nueve años. De él dijo el resabiado viejo Henry Miller que es “la mejor clase de persona que una comunidad pueda producir”. Alguien que hubiera preferido “la no existencia de los gobiernos”. Si se me apurara a definir su libro podría decir que se trata de un clásico de la insumisión, de un manual desobediente, útil para reforzar las sanas y necesarias ideas de disenso. El mismo Miller evocaba a Lawrence cuando decía que Thoreau era un “aristócrata de espíritu”, lo que Miller reforzaba diciendo que “está más cerca de un anarquista que de un demócrata, un socialista, un comunista”. Cuando escribió Del deber de la desobediencia civil, muy seguramente no pensó que lo que señalaba para ese momento histórico de su país se fuera a hacer al paso del tiempo algo inalterable. Prevenía sobre cómo por encima de la voluntad de un pueblo el gobierno de Estados Unidos –como tantos otros–, origina “abusos y perjuicios antes de que el pueblo pueda intervenir”. El ejemplo, decía, “lo tenemos en la actual guerra de México, obra de relativamente pocas personas que se valen del gobierno establecido como de un instrumento, a pesar de que el pueblo no habría autorizado esa medida”. Es la historia como repetición, su caricatura macabra que habría de asomar de nuevo su talante imperial en la guerra de Vietnam y por supuesto en la guerra de Irán, a la que apoyó con entusiasmo un espurio gobierno de nuestro país. Nota: Thoreau debería ser considerado un héroe en México y tener un monumento que lo recordara, así como tiene uno de Gandhi en un balneario.

Poema de gacias a Thoreau Es la banda sonora de la desobediencia. Es el servidor de la morada de nadie. Es la vendimia de frutos prohibidos. Es alguien que se niega a marchar tras un himno /funerario. Es el campanero de la indocilidad del agua. Es la palabra noche que mece la palabra sueño Y la palabra puerta que abre la palabra bosque. Es la luz que se filtra en la casona del miedo.


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