Suplemento Semanal

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Nika Turbiná, un poeta de ocho años Yevgueni Yevtushenko Apuntes sobre el estridentismo José María Espinasa

PERMANECER SIN DEJARSE MIRAR

EMILY DICKINSON Eve Gil

SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 30 DE DICIEMBRE DE 2018 NÚMERO 1243


LA JORNADA SEMANAL

Emily Dickinson, en el Mural que pintó David Fichter en el Cementerio Oeste de Amherst, Massachusetts.

2 30 de diciembre de 2018 // Número 1243

EMILY DICKINSON: PERMANECER SIN DEJARSE MIRAR Entre 1830 y 1885, en la pequeña localidad de Amherst, Massachusetts, nació, creció, vivió, escribió y murió la bien conocida y celebrada Emily Dickinson, autora de nada menos que mil 775 poemas, de los cuales, y de manera anónima, publicó solamente dos: extraordinaria prueba de falta de interés por la fama y el aplauso, sin parangón en la literatura. Sobre las múltiples hipótesis acerca de la voluntaria reclusión doméstica a la que miss Dickinson se sometió, pero sobre todo del enorme valor y la belleza profunda de su voz, trata el magnífico ensayo de Eve Gil, que acompaña una mínima muestra de la poesía de esta autora incomparable. ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| DIRECTORA GENERAL: Carmen Lira Saade DIRECTOR: Luis Tovar EDICIÓN: Francisco Torres Córdova y Ricardo Yáñez COORDINADOR DE ARTE Y DISEÑO: Francisco García Noriega FORMACIÓN DE DOSSIER: Marga Peña FORMACIÓN DE COLUMNAS: Juan Gabriel Puga RETOQUE DIGITAL: Jesús Díaz, Ricardo Flores, Felipe Carrasco y Jorge García PUBLICIDAD: Eva Vargas y Rubén Hinojosa 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. CORREO ELECTRÓNICO: jsemanal@jornada.com.mx PÁGINA WEB: http://semanal.jornada.com.mx/ TELÉFONO: 5604 5520.

ADOLFO CASTAÑÓN

por sí mismo Un pequeño atisbo, a través de fragmentos de su obra, a la múltiple persona de un hombre de letras con todas sus letras, que ha merecido con creces los Premios Alfonso Reyes y Manuel González Ramírez 2018

||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor.Títulos y subtítulos de la redacción

David Noria ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

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rimero están quienes lo conocen y luego los que lo conocen sin saberlo. El ciudadano que además de esculpir estatuas cuida del foro, tiene su satisfacción en la pulcritud de los anales, la legibilidad de las tablas y la integridad de las columnas. Así, conocedor de todos y de todos conocido entre “los pocos letrados”, no es infrecuente que la labor de Adolfo Castañón corra con igual profusión de mano en mano entre los “muchos profanos” sin que a veces los ojos lo reconozcan: el número de libros editados por él, traducidos, anotados, prologados; el rescate de epistolarios y archivos; las colecciones, series y antologías levantadas por su criterio; las revistas o periódicos que consuetudinariamente administran su prosa y su verso saludables; su cuidado a los monumentos de nuestra tradición; todo esto, en fin, además de su propia obra –pero, ¿no lo es también todo lo anterior?–, es como el peso de una ubicuidad que desfondara un intento de ponderación. Pero, aunque servidos todos –sepámoslo o no– por la constancia de su pluma, valdría mostrar ahora no su cursus honorum, que finalmente pertenece a la explanada de la asamblea y es allí constatable, sino al hombre que la blande y entinta, como él dice, “en la trastienda”. Entresacando fragmentos de su propia obra, proponemos esta silueta de Adolfo Castañón.


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Señas y contraseñas Estatura: Un metro en prosa y verso. Setenta centímetros de estrofa. La campana y el tiempo

Yo hasta en sueños fui platónico estoico solo en conciertos epicúreo en los aviones en los bancos aristotélico católico en Navidad y en otros días de guardar calvinista en el amor ante la muerte ortodoxo taoísta con luna llena musulmán en el menguante

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El poeta

El hombre en su tiempo

Al Alfabeto lo he visto arder muchas veces. Yo mismo escribí cierto día un poema en la nieve y, luego, con ayuda de un poco de gasolina, fui incendiando cada una de sus palabras. Me limito a consignar mi pasión por el fuego. Me limito a hacer constatar que las palabras producen quemaduras en ciertos casos y que el fuego, por decir así, tiene lenguas.

Una de las figuras o convergencias que salta a la vista con fuerza es la del poder espiritual y sus tareas en épocas conmovidas por la mudanza de los paradigmas y los dogmas, y concomitantemente, por la reestructuración del orden cotidiano del proceso civilizatorio. Y en épocas desquiciadas, ¿a quién no se le antoja conversar con un hombre que ha hecho del no salirse de sus quicios privados y públicos toda una ciencia o mejor –que no otra cosa es ésta– un arte?

A veces prosa

Un poeta trotamundos: un hombre que anda sembrando por la tierra las semillas de la presencia. Un poeta que escribe con las plantas de los pies en movimiento.

Fui gnóstico y pedante payaso como hiena en pos de aromas heterodoxos bibliófilo hasta el sopor y en miles de noches blancas –prosódico y metodista fui perdiendo oscuridad (Me hice caritativo) En las fiestas pantagruélico aéreo como monje zen cínico como Pascal alumbrado para Montaigne

Local del mundo. Civismo de Babel

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El crítico y editor El secreto del camino no está en vivir sino en desvivir, y acaso en desvivirse, y en ser eficiente para el otro y, mejor, para lo otro. La eficiencia o la elegancia al servicio de uno mismo ¿no acaba y empieza por producir sueño, es decir, bostezos? “¿Para sí mismo?” “La vida, ¿cuándo fue de veras nuestra?”

De hueso platónico platónico de marfil Ibidem

Local del mundo. Civismo de Babel

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Los inicios Siempre tuve una tendencia a la soledad y a la contemplación. Aunque acompañaba a mis compañeros a la calle, prefería leer. Cuando el Movimiento Estudiantil desfallecía, mis aventuras leídas apenas comenzaban. La furia política que se apoderó de casi todos mis contemporáneos me fue ajena. En cambio el Centro me atraía como un imán irresistible: aquella ciudad era como un libro que había que descifrar. Tránsito de Octavio Paz

Vocación es voz: el que sigue la suya la busca entre mil. Mil voces te dicen adentro que sigas. Pero de mil sólo una es la genuina. Una o un par por la cual estarás de parto.

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El bibliófilo y bibliotecario El bibliotecario tiene algo de amo de casa de la memoria, algo de médico y de historiador, de bombero y de abogado, de cuidador, policía, enfermero y jardinero, incluso de siervo y esclavo de la memoria, de la biblioteca y del intangible patrimonio. Además ha de ser un ciudadano responsable de la ciudadanía en la ciudad de los libros y de la memoria y conocer a sus amigos y vecinos, a los fondos y archivos hermanos, a las diversas familias de la información que rodean su quehacer. Encuentro de Bibliotecarios, septiembre de 2018

Alfonso Reyes: caballero de la voz errante

Entrevista que Adolfo Castañón concedió a La Jornada en el FCE, 29 de octubre de 2003. Fotos: Carlos Cisneros/ La Jornada

Por el país de Montaigne

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Presente continuo Escribir como respirar, dar a las letras el aliento de la vida. Y si se escribe como se respira, la obra será entonces y en realidad entraña dispersa, materia prima de una obra por decantar, cantera de la cual habrá que extraer, más adelante, las obras. Alfonso Reyes: caballero de la voz errante

Llevo años de merodearme Años de acecho por si otra vez el relámpago a pleno día fulgura en mi entrecejo como cuando se hizo Gloria para que diera fe. La campana y el tiempo

David Noria. Poeta y ensayista, egresado de Letras Clásicas de la UNAM, miembro del seminario Interacción de los Exilios en México e Iberoamérica.


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NIKA TU UNA POETA DE OCHO AÑOS

Semblanza de una poeta excepcional y muy poco conocida entre nosotros, que a los once años obtuvo en Venecia el León de Oro –que sólo había ganado antes otra poeta rusa, Anna Ajmátova, a los sesenta y cinco años– y murió a los veintiséis, y para quien lo importante no era la poesía, sino la verdad.

Yevgueni Yevtushenko ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

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l poeta de ocho años se llama Nika Turbiná. Nació el 17 de diciembre de 1974 en Yalta y, por una maravillosa coincidencia, en esa ciudad va a la misma escuela donde una vez estudió Marina Tsvetáieva. El abuelo de Nika –Anatoli Ignatievich Nikanorin– es poeta y autor de varios libros de poesía. Pero muchos estudian en la escuela de Tsvetáieva y muchos tienen abuelos poetas. No es accidental que llame poeta a Nika y no poetisa.1 En mi opinión, un poeta de ocho años es algo raro y quizá hasta un milagro. Una vez un niño escribió estos versos: “Ojalá siempre haya sol/ ojalá siempre viva mamá/ ojalá siempre viva yo”, que después se volvieron el estribillo de una canción famosa.2 Poeta es quien escribe versos que forman una unidad, que es su propia figura, su imagen. Para los adultos, un niño todavía no es un poema, sino sólo su primer verso. ¿Es posible que algo que todavía se está formando constituya una imagen? Rara vez, pero es posible. La mayoría de estos ejemplos provienen de la música: el primero y más famoso es Mozart. El director de orquesta italiano Willi Ferrero se hizo famoso en todo el mundo cuando aún no tenía diez años, pero ni él ni nuestra violinista Busya Goldshtein, que dio sus grandes conciertos precozmente, se convirtieron en genios como se esperaba. Son profesionales muy sólidos, eso sí, lo cual no es poca cosa. ¿No dieron, ya de grandes, la inexplicable alegría del milagro a los adultos que los escucharon? La voz de Roberto Loretti perdió con la edad su divino encanto, pero aún hoy la sutileza con que cantaba “Santa Lucía” resuena en nuestros recuerdos más adorables. Cuando te encuentras con un raro y precoz talento en los niños, no hay que preocuparse de antemano por si son mimados con una atención excesiva. Es más peligroso no prestar atención a tiempo. Si es necesaria para los adultos, ¿por qué no dársela a los niños? Debemos admitir que en el caso de la artista Nadia Rusheva la aclamación llegó tarde a su vida. No por hostilidad, sino por desconcierto ante sus dibujos que nada tenían de “infantiles”. Hemos creado condiciones fantásticas en nuestro país para el desarrollo del arte y la cultura en los niños, pero a veces organizamos demasiado ese desarrollo. Lo abordamos con paradigmas preconcebidos típicos de los adultos y comenzamos a montar a los niños en toscas canciones de guarderías, con versos mal elaborados, escritos en un lenguaje artificial. La revista Komsomolskaya Pravda ha tratado con precisión este tema en más de una ocasión. Por algún motivo, buscamos estimular una cul-

tura infantil en los niños y nos espantamos ante el menor gesto de madurez en ellos. Pero la madurez en los niños es un fenómeno que requiere la más cuidadosa y discreta capacidad para no interferir, combinada con un apoyo igualmente cuidadoso y discreto. Nika Turbiná fue descubierta por Komsomolskaya Pravda, que publicó su trabajo cuando tenía ocho años, y luego la televisión central la invitó a leer su poesía ante una audiencia de millones de espectadores cuando aún no cumplía nueve años. Debo admitir que me perdí la publicación y que tampoco la vi en la pantalla, pero por todas partes me llegaron diversas reacciones, algunas de asombro y otras cautelosas: “Espero que no vuelvan loca a esa niña, transformándola en un prodigio.” Otros, abiertamente desconfiados, decían: “Ella no pudo haberlos escrito. Son demasiado maduros.” En la preparatoria Tsvetáieva escribió: “Como a los vinos más hermosos, a mis versos les llegará su hora.” Pero Tsvetáieva tenía quince años y aquí tenemos a una niña de ocho. En el contexto actual, donde se eleva catastróficamente a cuarenta años la edad promedio de los poetas jóvenes, es casi increíble que Maiakovsky escribiera La nube en pantalones con la hermosura de sus veintidós años.3 Y ahora tenemos a uno de ocho… Es un salto inesperado, que cubre el enorme vacío de varias generaciones. ¿Será que la ansiedad de nombres nuevos y brillantes nos lleva a valorar algo por error? Me mantuve escéptico hasta el verano de 1983, cuando conocí a Nika en la casa de Pasternak en Peredelkino. Había ido allá con mi traductor al inglés Arthur Boyars y con Marion Boyars, mi editora, después de visitar la tumba de Pasternak. Les pregunté si les gustaría ver también su casa, que gracias a su nuera se había conservado intacta. Por casualidad, Nika Turbiná y su madre también estaban de visita desde Yalta. Mientras tomaba una taza de té, le pedí a Nika que nos recitara sus poemas. Después de las primeras líneas se borró toda duda: sus poemas no eran fruto de la mistificación literaria. Sólo los poetas pueden leer así. En su voz pude sentir un tono especial y, diría yo, sostenido. Más tarde, a petición mía, su madre me pasó todo lo que había escrito y me di cuenta de que lo que tenía ante mí no eran simples poemas sueltos, sino un libro, porque todo concurría a la imagen de una personalidad. Encontré algunas ingenuidades en sus poemas, pero no quería imponer mis correcciones a Nika, quería que ella misma las hiciera. Nika defendió sus poemas con la dignidad de una pequeña reina


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URBINÁ

“Lo importante es la verdad… Empecé a escribir versos en voz alta cuando tenía tres años… Golpeaba el piano con los puños y escribía… Los poemas llegaron como algo increíble que viene a ti y luego se va…” que siente el peso de una corona de metal sobre su cabeza. Así que, por ejemplo, no pude convencerla de que la palabra ortiga (krapíva) no llevaba el acento en la última sílaba. Le sugerí que la reemplazara por tryn-travá. Nika se resistió. “He oído a los campesinos decir krapivá.” Nika sabe lo que vale. Pero nunca lo sentí como la presunción de una niña malcriada: era sólo la dificultad natural de pensar en su delicado oficio. Cuando Nika llegó a convenir algo, no se dio con facilidad, como si debiera ser aceptado moralmente, reevaluado en el interior. Todavía no tiene la malicia de un escritor profesional, pero sí un respeto profesional por el oficio del poeta. Este libro sólo se logró editar con su participación.

El libro de Nika Turbiná es un fenómeno único, no sólo porque lo haya escrito una niña de ocho años. Este libro nos muestra que los niños en general perciben el mundo de una manera mucho más adulta de lo que pensamos, pero no todos los niños saben cómo expresarlo y Nika sí. Hay mucho en este libro que es puramente privado, como un diario. Pero aun así, uno debería detenerse a pensar en sus múltiples entonaciones trágicas, ya que otros niños deben tener el mismo agudo sentido de la contemporaneidad, la vívida sensación de la mentira y la suciedad, y una dolorosa inquietud por nuestro planeta. El diario poético de Nika, en su sincera fragilidad, es el diario de todos los otros niños, aquéllos que no escriben poesía. ¿Algún día Nika será poeta profesional? Quién sabe… Ella misma respondió la pregunta con seriedad y cautela: “No lo sé. Eso lo dirá mi destino… Pero no creo que eso sea lo importante.” “¿Qué es lo importante para ti?” Después de meditar su respuesta: “Lo importante es la verdad… Empecé a escribir versos en voz alta cuando tenía tres años… Golpeaba el piano con los puños y escribía… Los poemas llegaron como algo increíble que viene a ti y luego se va… Aunque por ahora no se ha ido. Es como un sueño que aún no se va. Cuando escribo, siento que una persona puede hacer todo lo que quiera… Hay tantas palabras adentro que te pier-

Página anterior: Nika, a los nueve años en 1983. Arriba: En 2001. Fuente: en.wikipedia.org

des. Una persona debe comprender que su vida no es larga. Y que si la valora, entonces su vida será larga, y que si esa persona lo merece, será eterna, incluso después de la muerte.” Debo admitir que su respuesta a la pregunta de quién era su poeta favorito me sorprendió. “Maiakovsky.” Estallé. “Pero si tú no eres como él…” “Eso no importa. Su poesía me da fuerza. Y con esa fuerza puedo ir cada vez más lejos”, respondió Nika. Nika y yo tomamos el título para este volumen de uno sus poemas. Un niño de ocho años es en cierto modo un primer borrador de una persona. A medida que las formas de pensamiento poético nacen y se expanden en un borrador, las características de la futura madurez moral se van desarrollando en el niño. Espero que cuando los lectores levanten este libro delgadito y lo abran, entren en el complejo mundo secreto no sólo de una niña de ocho años, sino de un poeta de ocho años, y que piensen una vez más en las riquezas espirituales de las que nuestros hijos están dotados y en el hecho de que debemos protegerlas de la amenaza destructiva que pende sobre las cabezas de los niños de este mundo. / PASA A LA SIGUIENTE PÁGINA


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Tres poemas La lluvia. La noche. La ventana rota La lluvia. La noche. La ventana rota. Y los trozos de cristal congelados en el aire como las hojas que no alcanza el viento. Y de pronto, el estrépito... Exactamente así se rompe la vida de una persona. (1981)

El nacimiento del poema

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Son pesados mis poemas: piedras cuesta arriba. Las llevaré hasta el pie del monte, caeré con el rostro en la hierba, no habrá lágrimas suficientes. Romperé la estrofa y llorará el verso. La ortiga se clavará con dolor en mi mano. La amargura del día se convertirá en palabras.

¿Quién soy? ¿Con los ojos de quién miro este mundo? ¿Con los de mis amigos? ¿familiares? ¿Con los de los árboles y pájaros? ¿Con los labios de quién atrapo el rocío de una hoja que cae en el asfalto? ¿Con los brazos de quién abrazo este mundo, tan frágil e indefenso? Pierdo mi voz entre las voces de los campos, las lluvias, los bosques, las noches y las tormentas de nieve. Pues ¿quién soy? ¿Y en dónde he de buscarme? ¿Cómo respondo a todas estas voces de la naturaleza?

(1982)

Traducción de Natalia Litvinova

(1982)

A partir de las traducciones de Antonina Bouis, Yelena Kassáeva y Federico Federici

*** Hasta hace poco, de la poeta Nika Turbiná

(1974-2002) prácticamente no teníamos noticias en nuestra lengua. Pero desde hace seis o siete años, Natalia Litvinova (una destacada poeta y traductora bielorrusa que vive desde su infancia en Argentina) la viene traduciendo en su blog “Animales en bruto” y recién publicó una primera antología, La infancia huyó de mí, bajo el sello de Llantén, que ella misma codirige en Buenos Aires. Antes, sólo en dos números de la revista Sputnik. Selecciones de la prensa soviética, fechados en 1983 y 1986, encontramos información de esta poeta, con poemas traducidos por Ana Varela y una nota de Lev Riabchikov. Turbiná nació en Yalta, una ciudad de la República de Crimea, y murió en Moscú a los veintisiete años. Muy pronto, cuando tenía menos de ocho, ganó notoriedad por su poesía y tres años más tarde obtuvo en Venecia el León de Oro, que sólo había ganado antes otra poeta rusa, Ana Ajmátova, a los sesenta y cinco años. A los tres o cuatro años de edad, Turbiná solía pararse en la madrugada para decir sus versos. Su abuela cuenta que una noche el murmullo la despertó y que al preguntarle dónde había aprendido esos poemas, respondió: “Me están siendo dictados.” A los nueve años, en un poema le escribe a su madre: “Te necesito, anota todas mis frases, si no, vendrán noches sin sueños y todos mis poemas se convertirán en desgracias.”

En 1983 conoce al poeta Yevgueni Yevtushenko, quien la ayuda a preparar su primer libro y le escribe una introducción. Ese libro, titulado Primer borrador, salió en Moscú en 1984 y más tarde en Estados Unidos. The New York Times registró su visita a ese país en 1987. Después del éxito vino la ruina. Tal como informa Litvinova, cuando la poeta tenía doce años el interés por ella se apagó y ese golpe coincidió con otro, la Perestroika. A los catorce años se mudó sola a un departamento en Moscú y a los quince participó en una película, en el rol de una niña que se tiraba por la ventana. “Nadie imaginó que no era una simple escena, sino una profecía” y que algo de ello estaba ya en un poema escrito a los siete años. “A los dieciséis sufrió un colapso nervioso y se fue a Suiza, donde la recibió un psicólogo italiano de setenta y seis años, con quien se casó y vivió durante casi un año.” Luego cayó en la depresión, comenzó a tomar alcohol y decidió volver a Rusia. Atribulada por las depresiones, no tenía cabeza para estudiar en la Universidad de Cine, donde se había inscrito, y volvió al alcohol. Una tarde cayó del quinto piso, pero un árbol la amortiguó y pudo sobrevivir. Tiempo después elaboró un guion para una serie, cuyo tema giraba en torno al suicidio, pero la televisión rechazó el proyecto. Unos años más tarde cayó de nuevo de un quinto piso, pero esta vez no sobrevivió…

A quien dude de la veracidad de esta poeta, como en su momento lo hicieron muchos, le queda la magnífica oportunidad de verla en video. Hay algo encantador o invocatorio que no deja lugar a dudas. Como afirma Yevtushenko: “Sólo los poetas pueden leer así, en su voz hay un tono especial y sostenido.” Lo que compartimos aquí es precisamente la vieja introducción de ese poeta ruso, un texto de difícil acceso, traducido del inglés y de la versión en italiano de Federico, que es un especialista en Turbiná l

Nota y traducción del inglés e italiano de Iván García.

Notas: 1. Tal como me explicó Litvinova, Yevtushenko le decía “un poeta”, no “una poeta”. En italiano, Federici conserva este aspecto [n. del t.]. 2. Se refiere a la canción “Que siempre haya sol”, compuesta en 1962 por Lev Oshanin y que fue muy famosa en Rusia y Cuba. Después se supo que estaba inspirada en cuatro versos de Kostya Barannikov, un niño de cuatro años que los había compuesto en 1928 [n. del t.]. 3. Alude a unos versos de ese poema de Maiakovsky: “Hago retumbar el mundo con el trueno de mi voz / y avanzo en la hermosura de mis veintidós años” [n. del t.].


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APUNTES SOBRE EL

ESTRIDENTISMO ¿P

Con motivo de la edición facsimilar de Irradiador, revista emblemática de los años veinte, con prólogos de Evodio Escalante y Serge Facherau, se hace aquí una nueva invitación a ponderar el valor y trascendencia de los estridentistas y su movimiento de vanguardia.

José María Espinasa ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

or qué se tiene la sensación de que el análisis del estridentismo, nuestro efímero movimiento de vanguardia, es todavía una asignatura pendiente? Y eso que se han realizado varios estudios serios sobre el movimiento, uno de ellos debido a Evodio Escalate, quien ahora, junto a Serge Facherau, prologa la edición facsimilar de Irradiador, revista que durante mucho tiempo se consideró perdida y hasta se llegó a dudar de su existencia. El rescate es un verdadero acontecimiento, pues permite profundizar en esos breves años en que el estridentismo quiso sacudir el panorama literario y político nacional. ¿Por qué no lo consiguió a pesar de tener momentos brillantes? No es fácil la respuesta. Visto con cierta desconfianza por los escritores nacionalistas, mucho más solemnes y desconfiados de las vanguardias festivas, acabó dejando el espacio lírico a un grupo en buena medida antagonista: los Contemporáneos. Hay sin duda razones de carácter cualitativo, lo que escribieron estos últimos fue mejor y más profundo, pero también es cierto que hay otras razones de índole político. Cuando se inició a fines de los sesenta, principios de los setenta, la instauración del grupo sin grupo como canon lírico, los estudios y ediciones se sucedieron uno tras otro; en cambio, de los estridentistas hay poco hecho –además delos trabajos de Evodio Escalante, el libro pionero de Luis Mario Schneider. Es un movimiento brillante y con no poco talento (la poesía de Manuel Maples Arce es muy buena, por ejemplo, aunque sus memorias son muy aburridas), y sobre todo está ligado a las artes plásticas de una manera más llamativa que los Contemporáneos, y gozan de esa simpatía que suscitan los ismos en general (asunto sobre el que vale la pena reflexionar, pues la revuelta intelectual propuesta por ellos sigue sin ocurrir). Como ocurre con muchos de los juicios hoy vigentes en nuestra literatura, el momento clave es la estrategia de revisión propuesta por Paz a partir de Poesía en movimiento y la revista Plural al doblar los sesenta, cuando vuelve a vivir en el país. Frente a las hegemonías nacionalistas de la novela y el muralismo surge la ruptura y pone en el centro a los poetas del archipiélago de soledades. Ese impulso debería haber llevado a la revisión entera del canon, cosa que sólo se hizo tímidamente y se interrumpió con la revisión académica de la figura de Tablada. Fue una lástima. Paz buscó (y lo consiguió) volver a poner en el centro de una cultura como la mexicana, ansiosa de estabilidad, el tono dinamitero de las vanguardias, pero la sospecha de que los ismos no crearon (en Francia) obras de altura para-

lela a los Proust, Valéry, Claudel y compañía, en México se hacía evidente si se comparaba la poesía de los Contemporáneos con las de otras corrientes literarias. Y, tal vez decepcionado, su lectura de Tablada no se proyectó sobre el impresionismo. Sin embargo, como ocurrió con los tímidos intentos de hacer ver el sesgo vanguardista que había en los Contemporáneos, se ha ido descubriendo poco a poco que la lectura de nuestra poesía es mucho menos unívoca de lo que Poesía en movimiento propone y que hemos sido injustos con nuestra vanguardia. Por otro lado, el sesgo de la vanguardia argentina, y de la chilena brillante y moderna, tanto como el de la peruana, arraigada en un tiempo antiguo de carácter mítico, no le simpatizaban del todo. En México el secreto está en las artes plásticas, el muralismo nacionalista fue una de las corrientes estéticas, pero hubo muchas y muy buenos artistas, incluso las diferencias entre Orozco, Rivera y Siqueiros son bastante evidentes. Ya Olivier Debroise hizo una primera lectura de lo que podríamos llamar la plástica de Contemporáneos, pero hay que recuperar, más allá de la gráfica popular, el trabajo de dibujantes y grabadores que colaboraron mucho en revistas y periódicos de la época. La edición facsimilar de Irradiador es un buen motivo para hacerlo. Ambos prologuistas –Escalante y Facherau– trazan el contexto y subrayan la importancia de la revista y lo que su recuperación significa; nos dan información necesaria para situarla en aquellos años veinte, tan extraños en México, que podemos ubicar entre la aparición de la revista El maestro, con la publicación de Suave patria en su segundo número, y la desaparición de Examen (en la década de los treinta vendría el triunfo del discurso nacionalista, que ahogaría muchas de las búsquedas de las vanguardias). Sin embargo, echo a faltar información editorial sobre el facsimilar, cómo era –para empezar el tamaño– la publicación original. La importancia de la revista me parece sobre todo plástica, el uso de los caligramas es afortunado y la calidad de los grabados notable. También hay que resaltar la notable calidad expresiva de la tipografía, misma que hoy vemos con nostalgia, desplazada por varias reconversiones tecnológicas, revestida con una pátina de otra época, en la que sin embargo se decidió buena parte de nuestro desarrollo cultural. ¿Y ya para qué leer un periódico de ayer? Para entender qué somos. El movimiento estridentista está por cumplir cien años y deberíamos preparar una revisión similar a la que se hizo con los Contemporáneos cuando cumplieron cincuenta años l


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EMILY

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Cuarenta volúmenes encuadernados a mano contenían mil 775 poemas, de los cuales en vida sólo publicó dos y de manera anónima, son la obra extraordinaria de esta mujer atenta al mundo desde la casona familiar en Amherst, Massachusetts, donde cabía la naturaleza, los animales, la literatura y Dios.

Eve Gil |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

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DICKI

o ha sucedido nada sino la soledad.” Con esta frase extraída de una de las cartas de Emily Dickinson, cualquier crí­ tico listillo y, con suerte, misógino, concluirá que nada digno hay que agregarle a la biografía de la gran poeta estadunidense. ¿Qué de interesante (morboso, comprometedor, desmitificador) puede haber en la vida de una mujer que pasaba la mayor parte del día recluida en su habitación, leyendo y escribiendo, cuando no cociendo melocotones en la cocina o preparando judías? El humanista y escritor Thomas w. Higginson, quien fuera activista por los derechos de la gente de color (el Ku Klux Klan se fundó en 1867, cuando Emily tenía treinta y siete años de edad), se la describió a su primera esposa, de quien al poco tiempo enviudaría, cuando tras nutrido tránsito epistolar se decidió a visitarla en su casa de Amherst… –¿sentiría celos Mrs. Higginson de Miss Emily?, de esta manera: “Pequeña y poco atractiva, con mechones lisos de pelo rojizo y una cara un poco como la de Billie Dove; no más fea –sin ningún rasgo bonito– con un vestido muy sencillo y exquisitamente limpio, de piqué blanco y un chal de estambre azul.” Se han aventurado toda clase de hipótesis para explicar la reclusión voluntaria de Miss Dickinson, misma que, entre receta y puntada, completaría un total de mil 775 poemas, de los cuales sólo publicó dos en vida, y de manera anónima. Cada una de esas hipótesis puede ser echada por

tierra con la misma espontaneidad con que se han formulado, empezando por la de que era una beata: basta leerla con cuidado para percatarse de que nada más lejos de esto. A los dieciséis años se negaba a participar en las oraciones cotidianas en un colegio religioso, se ignora el motivo, aunque sus poemas pudieran despejar la incógnita: “Más si manchara el delantal/ me reñiría Dios, a no dudar! / Aunque, creo, que si él fuera chico, / también treparía si pudiera.” ¿Agorafóbica? Daba largas caminatas por el frondoso jardín de su casa y recibía visitas a menudo. Cuando viajar se volvía imperioso, como cuando tuvo que atenderse los ojos, “que me duelen con la luz de la nieve”, se trasladaba sin problema a Boston o a Filadelfia. ¿Amargada? Imposible hallar escritura más feliz, más colmada de satisfacción y gratitud por el simple, simplísimo hecho de estar viva. ¿Lesbiana? Se rumoró que estaba enamorada de su cuñada Sue Gilbert, a quien estaba muy unida, pero en general Miss Emily derrocha afecto en sus cartas, con mujeres y hombres por igual. Estuvo, por cierto, enamorada de un señor, como se verá más adelante. ¿Hija reprimida? Edward Dickinson era una rara avis para su tiempo, pues su trato para con su único varón, Austin, y sus dos hijas pequeñas, Emily y Lavinia, era inusualmente igualitario. Permitía el acceso a los pretendientes que ellas desearan recibir, pero tanto Emily como su hermana optaron por la soltería. ¿Ausencia de pretendientes? Ni hablar. Entre los que tocaron


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INSON

PERMANECER SIN DEJARSE MIRAR

esperanzados a su puerta, con lirios frescos entre las manos, Emily sólo mostró interés, ¡a los cincuenta y dos años!, por Otis p. Lord, quien fuera amigo de su padre y le propondría matrimonio en 1882… pero el juez Lord moriría dos años después sin obtener de su amada más que recaditos donde se evidencia la reciprocidad de un amor propio de adolescentes. El deceso de Otis hace retornar a Emily a la fragante fortificación desde donde contempla la danza de los petirrojos a través de su ventana, con una pluma en ristre o un libro en el regazo (las hermanas Brontë eran su lectura favorita) y donde morirá, a los cincuenta y cinco años, a consecuencia de una nefritis tan discreta como ella misma. Su único probable dolor de cabeza era asumirse enfermera de una madre en extremo frágil y encamada a perpetuidad. Su único lamento era carecer de una madre que le aconsejara y la asistiera. Emily Elizabeth Dickinson nació la medianoche del 10 de diciembre de 1830, en Amherst, Massachusetts, en la que sería su casa por los próximos cincuenta y cinco años, en el seno de una familia wasp –blanca, anglosajona y protestante, por las siglas en inglés–; segunda hija de Emily Norcross y Edward Dickinson (Austin había nacido un año antes; Lavinia nacería dos años después); Edward pertenecía a una larga tradición de respetables académicos, siendo el primer Dickinson, Nathan, fundador de la Hopkins Grammar School, a finales del siglo xvii. El bisabuelo de Emily, Samuel Fowler Dickinson, fundaría el Amherst College. La infancia de la poeta, sin ser idílica, fue razonablemente feliz para ser una niña con una madre postrada. En sus hermanos encontraría compañeros de juegos imaginativos que la aceptarían como guía. Emily refiere con ternura y nostalgia a la niñita diminuta y asombrada que fue. Habla de cuando su padre la prevenía de las víboras con que podía toparse en el bosque, de las cuales nunca vio nin-

Se han aventurado toda clase de hipótesis para explicar la reclusión voluntaria de Miss Dickinson, misma que, entre receta y puntada, completaría un total de mil 775 poemas, de los cuales sólo publicó dos en vida, y de manera anónima.

guna… como tampoco se envenenó con las flores que le prohibían tocar… ni fue raptada por duendes, “continué yendo y no encontré sino ángeles”. Son brevísimos (y apresurados) los mensajes que evidencian cierto ánimo eclipsado, y sin embargo no deja de manifestar sincero pesar ante algún deceso o pesar de su destinatario. Emily se mantiene alerta a las alegrías y penurias de sus amigos, pero haciendo de la prudencia un segundo arte. En cada descripción figura la voluntad de hacer literatura: nada de lo escrito por Emily es fruto de la casualidad sino poesía calculada y sopesada. Particularmente las cartas dirigidas a sus sobrinas Norcross, hijas de Loring y Lavinia, primas carnales de la poeta, habla de sí misma en tercera persona, se desdobla en personaje. Tiende, de hecho, a personificarlo todo: los pájaros, los árboles, las telas, el heno… ¡el verano!, a quien, afirma, besará apenas lo vuelva a ver. La muerte y la inmortalidad son temas que rondan la pluma de Emily, aunque, curiosamente, no las percibe como parte de lo mismo, según el dogma cristiano, sino como dos alternativas, dos caminos opuestos. Como todo lo que la apasiona (la literatura, la naturaleza, los animales, Dios), la poeta no los aborda con solemnidad, ni con inseguridad, sino con gran cautela no exenta de ludismo: “La vida es una muerte que prolongamos; la muerte es el gozne de la vida”. “Es el vivir lo que nos duele más;/ Pero el morir es una forma diferente,/ Una especie que está detrás de la puerta.” Nuevamente se observa la tendencia de Emily a otorgarle atributos humanos a todo, incluida la muerte. La muerte como circunstancia de la vida, misteriosa prolongación de la existencia, cordón umbilical entre la eternidad y la tierra. Brillan por su ausencia alusiones al Cielo y al Infierno, como si Emily no alcanzara a comprender, o, mejor dicho, a imaginar (cosa rara en alguien de suyo imaginativa). La mortalidad que, afirma, le fue enseñada en la infancia por un amigo, al que se identifica como Benjamin Franklin Newton, pasante de Derecho empleado por su padre, que obsequiaba a la niña libros de Keats y murió a los treinta y dos años, tiene más que ver con preservarse y hacerse invisible. Permanecer, pues, haciéndose sentir sin dejarse mirar. Y refiere a los fantasmas como a cualquier incidente en la cocina. Lo sobrenatural no era para Emily sino la revelación del misterio de lo natural; la mirada que al posarse en una flor no ve una flor sino la historia sobre una flor. ¿Para qué y para quien escribía Emily, si su única fobia, su único terror, era precisamente publicar? Helen Hunt Jackson, afamada coetánea de Emily, popular escritora, la contactó, vía postal, para conminarla a aceptarla como albacea

Daguerrotipo blanco y negro digitalmente restaurado de Emily Dickinson, circa 1847. Fuente: commons. wikimedia.org

literaria y que le permitiera sacar a la luz su poesía. La escritura excepcionalmente atropellada y desaliñada con que Emily se dirige a Thomas Higginson para suplicarle disuada a Mrs. Jackson de su empeño por darla a conocer, evidencia un sincero deseo de mantenerse anónima e inédita. Mrs. Jackson, con quien Emily se permitió el único gesto hostil de su vida, es decir, dejar su carta sin responder, llegó a visitarla en Amherst resuelta a convencerla. ¿Sería un miedo concreto el de Emily? ¿A la crítica, acaso? Motivos le sobraban. Su sensibilidad no hubiera sobrevivido a una crítica tan devastadora como la que solía generar la escritura femenina de su tiempo. Sea como sea, la persuasiva Mrs Jackson alcanzó a publicar una biografía de Emily, todavía en vida de ésta, en 1876. La llamita se extinguió el 15 de mayo de 1886. Lavinia, su hermana, descubriría los cuarenta volúmenes, encuadernados a mano, que reunían la totalidad de la obra de esta desconcertante poeta que describiría la poesía con la misma aparente simpleza con la que se refería a Dios: “Si tengo la sensación física de que me levantan la tapa de los sesos, sé que eso es poesía.” l Eve Gil. Narradora, ensayista y periodista cultural. Entre sus libros destacan las novelas Réquiem por una muñeca rota y El suplicio de Adán.


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Cinco poemas Emily Dickinson 137 (370)

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El Cielo está tan lejos de la Mente Que si la Mente al fin se disolviera– Según el Arquitecto su Morada Jamás se volvería a comprobar–

El Dolor –es como el Vacío– No se puede saber Cuándo empezó –ni si hubo un día En que éste no existiera–

Como nuestra Capacidad –es vasta– Como nuestras ideas –es hermosa– Y para Él es el íntimo deseo Mas no del más allá, sino de Aquí-

Su Futuro es él mismo– Contiene su vasto Reino El Ayer –prendido para ver– Nuevas Eras de Sufrimiento.

c. 1862

191 (478)

c. 1862

282 (683)

No tuve tiempo para Odiar– Porque la Tumba Me iba a ocultar– Y la Vida no era Tan grande que no pudiera Terminar –la Enemistad– Tampoco tuve tiempo para Amar– Pero dado que Algo tenemos que hacer– El Trabajito del Amor– Pensé –tal vez– Sea suficiente para Mí–

El Alma por sí misma Es nuestro real amigo– O el peor de los Espías Que manda el Enemigo– Segura de sí misma– No teme traicionarse– Señora –de sí misma– El Alma ha de cuidarse– c. 1862

c. 1862

Versiones de Alberto Blanco

246 (594)

*Tomados de Emily Dickinson, Coordinación de difusión Cultural, Dirección de Literatura UNAM, México, 2011.

La Batalla entre el Alma Y Ninguno –es Mayor Que todas las Batallas– Por mucho es la Mayor– No se tienen Noticias– Su Campaña sin Cuerpo Se establece y termina– Sin verse –y en Silencio– La Historia no registra– Legiones de una Noche Que Amanecer disipa –Estas son– Perduran –y terminan– c. 1862


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PROFUNDAS BREVERIDADES EN LOS BREVERISMOS DE AGUSTÍN MONSREAL Breveridades y breverismos, Agustín Monsreal, Profética, México, 2018.

José María Espinasa

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UNA BUENA RESPUESTA a los críticos esmerados en encontrar la esencia o definición precisa de la minificción, que muy probablemente los defraude, son dos líneas monsrealeanas que preludian, junto a otras, el libro que presentamos: "El gran secreto de la Breveridad es que no guarda ningún secreto". Si convenimos en que cuando hablamos de minificción transitamos el terreno literario, está de más exigirle al nuevo género otras recursos, características y licencias que no sean los que el consenso de siglos, aun con las constantes variables temporales, ha considerado como connaturales a la literatura. Si la controversia se centra en cuestiones técnicas como la extensión de los textos, nunca tampoco se ha dicho la última palabra acerca de la diferencia entre cuento largo y novela corta, y estos géneros siguen creándose y recreándose, defendiendo fustigosamente su derecho a ser, sin someterse a disquisiciones conceptuales propias de las lides académicas. “Huye del academicismo y prolongarás tu originalidad”, dice el narrador de Breveridades… en el apartado “Setenta voces siete”. Inicio con este asunto no porque pretenda aliarme a las interrogantes que buscan acotar y agotar las características de la minificción en la rigidez de un concepto, sino porque el propio autor convierte el tema en motivo literario, como lo muestra el par de frases citadas.

Ajeno a los señalados aprisionamientos, cuyo riesgo mayor es limitar la imaginación creativa, leemos a Agustín Monsreal exhibiendo en cada minificción la no “secretitud” de sus palabras que, transparentes y gozosas, continúan extendiendo un hilo imparable que comienza en la desnudez de pequeñas libretas, desde las que va tejiendo un cuaderno minificcionista de imparables (porque ya no lo puede evitar) alcances. Hacer malabarismos con la palabra en busca de los variados y multiformes sentidos de la existencia es, para mí, la virtud mayor de la vocación minificcionista del autor. Lo que diferencia su quehacer literario del de otros practicantes del género es la negativa, intrínseca en cada frase, de quedarse en el límite de los significantes, de las grafías, de las letras que, encarreradas unas tras otras, detonan eufonía, complacencia sonora. “Tu breveridad nunca debe sonar a hueco”, sentencia la voz minificcional en el mismo “aparte”. Su búsqueda y logro creativo cristalizan en dos placeres: el de la armonía textual y el de los significados, porque en ese trabajo de filigrana que hace con las palabras, de pulimento orfebre al que las somete, ninguna de ellas es casual, gratuita o dispuesta en calidad de comodín, tentación que suele imponerse sobre todo en textos cortos, como cuando se fuerza el sentido del verso para soportar una rima o se construyen fragmentos de palabrería sin solidez significativa o con asuntos que no pasan de simpáticas ocurrencias. Y así como con los significantes en relación con los significados, sucede también con otros ingredientes asociados al género, como el humor y la ironía: en la literatura de Agustín Monsreal éstos conllevan siempre una justificación, que se manifiesta en esa sensación estética posterior a la lectura, cuando se nos impone un alto aunque sea minúsculo en el recorrido lector para afianzar en nuestro sentir y pensar una nueva asociación que enriquece nuestra comprensión sobre lo humano. El primer aparte de Breveridades y breverismos, con entreverados textos en los que también ronda la anécdota y el relato casi, casi tradicional, me ha sugerido la siguiente especie de tipología minificcional, que es sólo un pequeño acercamiento al universo temático del autor, imposible de descifrar y mucho menos de agotar aquí. Se trata, digamos, de una especie de monsrealeario mínimo: 1. La búsqueda del significado de ser en el mundo, mediante un hablante narrativo que indaga sobre la misión humana: “¿Cuál es tu monstruosidad incanjeable, cuáles tus demonios recurrentes, cuáles tus deformidades irreversibles, cuál es esa belleza absoluta que existe

en respirar y vivir más allá de la cordura y del naufragio de saberte vivo?” “El caminar incesante es tu destino de hombre forjador de asombros y de dioses, fundamental, eterno, absolutista, inalcanzable: la historia mayor de tus atributos, la luz antigua de tus cicatrices, la única verdad de tus señas particulares.” 2. La supeditación del ente masculino a la inaprehensibilidad de la mujer, simbolizada en la enigmática figura de la sirena. Fuera de las connotaciones sensuales y eróticas del exótico personaje femenino, este motivo es igual al desamor, a la imposibilidad del amor en pareja. “Tú y yo, tan extraviados, tan distantes, y tan inevitables, sólo nos reconocemos a tientas, a ciegas, a mordeduras de luz en el dolor de la sombra. / Tú y yo, lamento de soles lamiendo la memoria en desconsuelo de su eco.” Después de traerla sobre su corazón durante mucho tiempo, “se fue arrugando, destiñendo, hasta que un día, cansado ya, la guardé en su sobre, la rompí y la tiré a la basura”. 3. El enaltecimiento del amor realizado, vivido, experimentado. En pocas palabras, la aceptación, rebosante de optimismo, del amor “Borrón de mi pasado y cuenta nueva en ti de mis años. A pesar de todos mis ayeres, mi ave funda entre tus alas su primer nido. Ahora sé que mi único destino es juntar mi vuelo con el vuelo solar de tu destino.” “Eres la mejor mitad de mí mismo, la más entera. Y eso, que no es nada, es tan todo. Cada centímetro de mí que haces tuyo, a mí me vuelve más de una pieza, más genuino, más completo”. 4. La desmitificación del amor romántico y eterno, trocando el deber ser ancestral de ese sentimiento absoluto y eterno, en el “no deber ser” de lo concreto y presente: lo micro es lo macro; el instante, la eternidad; el entorno doméstico, el universo entero. “No quiero todo de ti; sólo tu mejor parte. No para toda la vida; sólo para un trozo de eternidad. Nunca pediré más ni menos. Nunca construir una casa; sólo fundar, para tu destino y el mío, un albergue infinito, inmortal. Ni más ni menos.” 5. El autoauscultamiento a partir del uso de la segunda persona autorreferencial, hasta llegar a un sacudimiento casi cruel del yo, en un intento de extraer de éste lo que pueda abonar a un mayor conocimiento de sí mismo: “Descansa, ya déjate en paz de ti, de tus obsesiones, tus carencias, tus enfermedades imaginarias, tus insomnios, tus pérdidas, tu soledad incurable, tus vacíos interiores, tu victimez sin salida, tus desmilagros, ya déjate en paz de tanto vivir sin ti.” / PASA A LA SIGUIENTE PÁGINA


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En el “Aparte de en medio” la voz poética aforisma sobre el corazón jugando con las paradojas (“Mi corazón está cada día más grande de tan miniaturizado.” “Ha crecido tanto mi corazón que ya parece cabeza de alfiler”) y con sentimientos como la soledad, una soledad muy versátil pues el corazón que la alberga puede ser a la vez liebre, piedra, lobo, tigre, águila, gato, sapo, caracol, aunque después de todos estos ejercicios de imaginería bestiaria nos quedamos con que eso que está colocado en el pecho pero que se muestra siempre como si estuviera vibrando y sangrando en nuestra mano, es sólo un “topo solitario”. En el tercer aparte la voz poética es lo mismo un incestuoso o incestuosa en potencia, un solitario irredento, un escarabajo que juega con Gregorio Samsa o un animalhumano sexualmente pleno. “Si tuviera yo, lectora asombrada y gratificada, a un lado al autor, le diría que continuara multiplicando luminosamente los sentidos, magnificándolos a breveridad; que no cejara en repasar cada arista, cada ángulo, cada vértice de cada uno de los temas que le obsesionan porque el ejercicio es tan placentero y tan de larga duración como puede ser la interpretación de cada una de sus minificciones. No te canses, le diría, de hacernos saborear el amor en sus tonalidades agridulces, el amor con sexo o sin él, imaginario o carnal, filial o a Dios o al demonio o a los demonios que de tanto en tanto invocas porque de ellos es también el reino de nuestro ser; no dejes de regodearte y regodearnos en el amor esperanzado, en el que nunca fue de tanto haber sido, en el que se va y regresa pero ya no es el mismo porque el tiempo le ha causado desperfectos y no hay ya remplazos para modelos caducos. ”Aforisma sobre la soledad, la dueña de todos en algún lapso del día o de la vida; filosofa poéticamente sobre nuestra pequeñez pigméica; no desfallezcas en seguir burlándote de lo que algunos llaman ‘éxito’ y de las impostaciones de los que se hacen llamar ‘profesionales’; sigue de irreverente, de deliciosamente sarcástico; no te canses de poner las cosas de cabeza porque es una vía por la que tus lectores redescubrimos el mundo de todas las maneras posibles menos las canónicas, ortodoxas y mayormente aceptadas; no dejes de deleitarnos con la rapidez profunda de tus neologismos, metáforas y símiles, a ver si así logramos retener y contagiarnos aunque sea un poco de la chispa de tu lucidez y llama creativa, sintiendo que somos, aunque sea por el instante que dure nuestra conexión autor-lector, los genios de la botella echada a la suerte de algún mar, o por qué no, las sirenas y sirenos de tu literatura. Continúa convirtiendo, según tu decir, ‘pequeñas nadas amorosas en minúsculas grandiosidades’.” 

LA NECESIDAD DE NO SER Si tú quieres, moriré, Gerardo Laveaga, Planeta, México, 2018.

Ricardo Guzmán Wolffer ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

GERARDO LAVEAGA GUSTA de escribir sobre lo ficticio, aunque para ello se apoye en la realidad y así nos haga dudar si realmente sabemos lo qué pasó. Si en sus anteriores trabajos cuestionaba los hechos relacionados con la fundación de la Iglesia católica (El sueño de Inocencio) o sobre la Suprema Corte y sus integrantes (Justicia), en Si tú quieres, moriré ataca de frente la historia mexicana y alcanza a confundirnos sobre los actores de la formación del país tal como los conocemos, en esta pax mexicana que mantiene a una mayor parte de la población sin posibilidad de mejoría. Si Antonio López de Santa Anna no hubiera tenido esa relevancia histórica más que conocida, donde se le tacha de traidor de la patria y que le lleva a colocarse ante muchos como el único culpable de la reducción del territorio nacional, ¿quién habría llevado la rienda en aquel devenir de luchas mexicanas y contrapesos internacionales del

siglo xix? Laveaga propone un hipotético país donde Valentín Gómez Farías representa un polo de la política y Lucas Alamán el otro. El autor gusta del análisis de la política, como si los escenarios donde participan naciones y grupos de poder estuvieran a la vista, pero es en los individuos donde se gesta el cambio: sus protagonistas tienen claridad sobre el alcance de sus acciones, y son capaces de ver las señales de cambio en la sociedad. En Si tú quieres..., donde se usan los intercambios epistolares para narrar parte de la trama, se habla del voto femenino; de la necesidad de participar en la vida política en lugar de vivir en la queja y el desamparo; de las luchas entre civiles, militares, párrocos e Iglesias en general; de los enfrentamientos entre clases... y se concluye que los políticos no podrán complacer a todos. Los personajes se cuestionan el alcance de sus posibilidades. Entonces, como ahora, habría que analizar si en verdad los políticos son capaces de maniobrar en las circunstancias históricas que viven: “me gusta creer que he sido libre, dueño de mi destino, pero ¿es cierto?” y eso lo extrapola al México del siglo xix: ¿quién decide el destino de todos los mexicanos: un puñado de patriotas que actuaron con la serenidad y el conocimiento suficientes o, simplemente, se decidió por las fuerzas económicas, políticas y sociales del momento? No obstante, Si tú quieres... también es una novela de romance, con las cautelas y reproches del siglo xix, muchos parecidos a los del actual xxi. Entre la historia y “las trifulcas que los hombres libran para hacerse del poder”, los enamorados persisten. El matrimonio como base social se enfrenta a seres aparentemente liberales, pero que no pueden unirse sin la opción de tener amores a distancia, casados sospechosos, esposas mártires de la política. Destaca la pugna del federalismo contra el centralismo, donde el poder unipersonal avasalla a los demás poderes. Si tú quieres… es una novela que obliga a revisar la propia visión de la historia, bajo el riesgo de caer en las manos de esta otra versión impuesta por Laveaga: una donde todo parece tener sentido: la ficción histórica sucumbe a la literatura bien escrita 

En nuestro próximo número

LAREALIDADENDOSIDIOMAS: Ak'abal Humberto


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Las rayas de la cebra Verónica Murguía

El són que escuché DESDE HACE MÁS o menos diez años soy incapaz de hacer las listas de lo mejor que leí, la mejor película que vi, el peor pleito que tuve, la más bella música que escuché, etcétera. No llevo diario, mi agenda está vacía porque siempre anda perdida y en el calendario de pared con el que me oriento lo que pongo son dibujitos de pasteles (cumpleaños de amigos); zorrillos (día de pintarse las canas); muelas (día del dentista); aviones (viajes míos o ajenos) y pequeños jeroglíficos que representan los días de entrega de cuestiones laborales. Como no tengo smartphone ni uso la computadora para esas cosas, deambulo en una espesa niebla mental llena de avisos urgentes que leo sólo cuando me tropiezo con ellos. Esto me hace vivir en un estado de confusión muy mareador. Además no tengo rituales que cierren los ciclos. Si alguien me preguntara cuándo comenzó 2018, contestaría que el 19 de septiembre de 2017, porque desde ese día hasta hoy siento que he estado dando vueltas en la Montaña Rusa y con el cinturón flojo. Este 2018 ha pasado de todo: bueno, malo, pésimo y sorprendente; las elecciones (no se atomizó el país al día siguiente, como vaticinaban muchos, aunque tampoco se ve claro por dónde irá la solución

a cantidad de nuestros viejos problemas); gente cercanísima se ha enfermado; traduje un libro precioso y he dado lo que se conoce en México como “el viejazo”. Me veo, desde hace casi un año, como un gato mojado. Ni cuenta me di a qué hora me descuachalangué de forma tan espectacular. Por eso me ha alegrado mucho la lista llena de estadísticas personales que Spotify envía a los usuarios con el registro anual de la música que ha escuchado. En esos registros se ve cuánto tiempo dedica la persona a sus playlists y hasta cuáles son los días en los que anda más bailadora. En 2017 la lista me decepcionó. Creí que me la había pasado escuchando música de primera, pero no. Puro pop malo: chatarra destilada. Los lunes –que es el día que barro, trapeo y aspiro el lugar donde trabajo– eran más movidos y mejores, porque ponía rock pesado, delicioso. El domingo escuchaba música barroca y durante pocas horas. Ese era el día de más calidad y menos tiempo. En 2017 no pude asociar las canciones, las sonatas y los conciertos a nada que no fuera barrer o mirar el techo con estupor. Después de septiembre, cuando como muchos tuve que mandar tirar tres paredes que el temblor dejó

como galletas remojadas, la música fue suspendida. Fue reemplazada por la de los trabajadores a quienes estimo mucho pero con los que no comparto aficiones musicales. Mi estudio se convirtió en el reino del polvo adonde fue a parar Enkidu y había tierra hasta en el cajón de los calcetines; me olvidé del Spotify, del iPod (todavía tengo uno) y los discos. Este año la cosa cambió. A pesar del relajo puedo asociar la música de 2018 a lecturas, estados de ánimo, personas y conversaciones. Aunque sí me sorprendió enterarme, por ejemplo, de haber oído mil veces un disco de The West Coast Pop Art Experimental. Creí que me la había pasado escuchando un disco precioso: Venezia Millenaria, de Jordi Savall y dizque redescubrí a Beethoven, pero ya ven. Tuve mis viajes al pasado, porque cuando Lindsey Buckingham se fue de Fleetwood Mac en abril, me dio una nostalgia horrible y me dio por Rumours. Tardes enteras de Rumours y de recordar el primer año de prepa. De ahí a sesiones cotidianas y muy largas de todo Jethro Tull, un paso. La música me trajo ahora, a este final de año, un recuento casi ordenado de cómo lo viví. Fue el hilo conductor de mi dispersa memoria, lo que seguí a tientas en la confusión hecha de premura en la que estoy. No leí como debo –devoré, no miento, casi cuarenta novelas policíacas– y tampoco fui al gimnasio con constancia. Comí kilos de pan dulce. Permití que se secara un rosal y aún tengo un cuento mal terminado. Quizás unas playlists hechas con tino me guíen en 2019.

La otra escena Miguel Ángel Quemain

quemainmx@gmail.com

La libre, profesionalización de la independencia teatral LA LIBRE ES el nombre que se le dio a una selección de puestas en escena independientes, en contraste con la programación y “líneas curatoriales” que propuso la 39 Muestra Nacional de Teatro (39mnt). Su propósito fue aportar mayor diversidad en materia de propuestas escénicas que permitieran un intercambio académico y artístico entre miembros de la comunidad teatral junto con el público de Ciudad de México. Esta presencia es resultado de la coordinación de la Red de Espacios Culturales Independientes Organizados de Ciudad de México (recio) con la 39mnt. Fue una solución a la enorme demanda de grupos capitalinos por participar en la muestra, que tenía como sede la cdmx, así como a la necesidad de mostrar de la manera más amplia y ecuménica lo que se producía en el país, que por lo general se pospone porque hay algunos grupos con “la vara muy alta”, con una gran influencia entre la burocracia cultural, que termina acomodando las cosas según sus caprichos. Esta vez no fue así, pues la curaduría nacional tuvo el rigor y la credibilidad de un jurado experto. Esto permitió dar paso a un espacio teatral alterno que resultó ser un modelo de procedimiento selectivo, documental

y estético. No se entiende a La Libre como un espacio callejero, ni como aquello que presentan quienes se quedaron fuera de la 39mnt, o a quienes “no les alcanzó para estar”. Eso sucede en muchos escenarios oficiales: desde el Cervantino, con su teatro callejero autocalificado como alternativo por sus oficiantes (Cleta era el autoexcluido protagónico), hasta los libreros y tiangueros del libro que se colocan en el margen del Palacio de Minería durante la Feria del Libro. La Libre se constituyó como un escenario altamente profesional que dejó ver el enorme esfuerzo y la nobleza de quienes han logrado sostener un espacio, una práctica teatral y un concepto de hospedaje artístico, de renta moderada y solidaria en la mayoría de los casos (un modo que caracterizó al Foro Shakespeare, mismo que, a decir de muchos teatreros, terminó convertido en espacio para la voracidad y el lucro. En las antípodas, por ejemplo, estaba El Círculo Teatral, considerado solidario y hospitalario). Estos espacios se organizaron y recibieron el apoyo de las autoridades. recio está conformado por Foro El Cubo, Carretera 45, Foro Shakespeare, Un Teatro Centro Cultural, Sala Marlowe, La Titería, El 77 Centro Cultural, El Albergue del Arte, La Casa del Teatro, Teatro Bar El Vicio, Teatro nh, La Teatrería, Centro Cultural Alfonso Reyes, Teatro El Milagro y Teatro La Capilla. Unos más que otros han conseguido respeto y ser referencia

obligada de quienes aspiran a presentarse en un espacio digno para productos de calidad y rigor profesional. Se trata de que estos espacios formen parte de una infraestructura reconocida y apoyada (todavía no se sabe bien de qué manera) como “una opción que potencie las posibilidades teatrales en toda la República... a través de la participación de artistas que por lo general permanecen al margen de los circuitos habituales de programación escénica (recio)”. Si se revisa la convocatoria que se abrió para participar en La Libre y sus resultados, se encontrará la congruencia de un proyecto que valdría la pena replicar por lo menos en las ciudades más solventes del país, que tienen un movimiento teatral atomizado, siempre en la sobrevivencia o en la existencia precaria (esta época del año y los primeros dos meses, si no cantan villancicos y montan pastorelas, es muy difícil económicamente para la comunidad teatral, que además se queda sin clases, talleres, cursos y demás empleos que permiten acomodar las fichas de la realización personal y la sobrevivencia). El conjunto de compañías teatrales que, a pesar de las dificultades económicas, surgen y se manifiestan comprometidas y confiadas en el futuro, deben enfrentar un conjunto de requisitos que le den rigor a un trabajo que no puede sostenerse en la improvisación. Todavía está ahí la cartelera de noviembre, un buen ejemplo a seguir 


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Prosaísmos Orlando Ortiz

Sub Sole y el cuento en Chile EN SU PRIMER libro, Baldomero Lillo reunió algunos de sus cuentos mineros, que había publicado previamente en revistas y periódicos. La fuerza y eficacia que logra con estos motivos es por lo que generalmente se le reconoce; sin embargo, en su segundo libro sigue otros derroteros con similar fortuna, aunque también incluye algunos con tema minero. En Sub Sole, título del segundo libro, no hay un tema predominante, pues aborda lo mismo temas urbanos y marinos, y también algunos que van a caballo entre lo fantástico y lo alegórico. La ironía que se presenta discretamente en algunos relatos de su primer libro se ve con mayor claridad en este volumen, y hay casos en los que llega al humor —en el buen sentido del término, no como chiste—, sin dejar de lado la crueldad o la intensidad. Muestra también una fina sensibilidad para captar y presentar caracteres de diversa índole, sin importar condición social o edades, mentalidad o ideas. Ambas obras se complementan o, mejor dicho, muestran el mundo que captaba y vivía Lillo, son la luz y la sombra, el mundo por dentro y por fuera, con sus miserias y virtudes, pues en medio de injusticias, abusos, explotación y crueldades, siempre hay una pequeña ascua de ternura o esperanza. Ascua que por contraste pone de relieve las facetas despiadadas del mundo, cuyo brillo es casi apagado.

Hasta donde sé, Lillo sólo publicó estos dos libros, no obstante escribió mucho más, tanto ensayos como cuentos. Las narraciones aparecieron en El Mercurio, que los publicó esporádicamente; los firmaba con el pseudónimo de Vladimir y la sección tenía el nombre de “Relatos populares”. Es curioso que en este grupo de cuentos haya uno titulado precisamente como su segundo libro, “Sub Sole”, y no aparezca en el volumen mencionado. ¿Motivos? Los ignoro, sólo podría apuntar que el cuento es excelente, de una intensidad trágica asombrosa y armado con una anécdota mínima. Subsiste también su preocupación por los niños, explotados o maltratados, o aspectos de presidios y conductas sociales. Cabe aclarar que si su posición era del lado de los pobres, no era condescendientes con ellos; los exponía a veces como víctimas de abusos, mas no a todos ni siempre como inocentes o combativos. Su distanciamiento buscaba la objetividad, no la justificación.

Baldomero Lillo

Su pluma vaga lo mismo por las pampas que por las minas que por los conventillos o las riveras marinas, siempre aguzando la mirada para localizar situaciones que fluctúan entre lo dramático y lo trágico, sin juzgar, sin “opinar” al respecto, inclinándose siempre por sólo contar, reclamando para ello la participación del lector. Carlos Droguett, destacado narrador chileno, opina que “cuando escribe Baldomero Lillo no sólo enmudece su propia boca, sino que se hace a un lado, se sale del cuento para que quepa en esa profundidad y en ese escenario el alma enorme de sus mineros y bandidos”. Hay quienes se preguntan por qué nunca “avanzó” su escritura hacia la novela. Puede afirmarse que no fue porque el género no lo atrajera pues, en una conferencia que dictó en la Universidad de Chile, aseguró que la espantosa matanza de obreros mineros ocurridos en Iquique había despertado su ánimo para viajar al lugar e investigar sobre lo ocurrido, con el fin de relatarlo en cuentos o en una novela. (Este episodio de la historia chilena ha sido abordado con estremecedora fortuna en el cine, en una cinta que circuló en los años sesenta, y posteriormente por otros novelistas: Hernán Rivera Letelier y Volodia Teltelboim.) Sólo pudo cumplir en parte su propósito, pues sí recorrió la pampa salitrera y comenzó a escribir la novela, que quedó inconclusa porque murió antes de escribir el tercer capítulo. Tal vez estaba consciente de que ese género era demasiado pesado para su salud y por eso nunca antes lo había intentado. Su inclinación siempre fue el cuento y lo realizó con tal fortuna que el antes mencionado Carlos Droguett escribió: “Después de Baldomero Lillo, el cuento murió en Chile...” 

El otro Noé Odysseas Elytis Y cuando, devorándose uno a otro las entrañas, escasee el hombre, y de una a otra Arrojé los horizontes dentro de la cal y con mano lenta pero segura empecé a ungir los cuatro muros de mi futuro.

Generación, fluyendo el Mal, se bestialice dentro del uranio todo ruinoso,

La lascivia, dije, es tiempo de que inicie ahora su fase hierática, y en un Monasterio de Luz ponga a salvo el maravilloso instante en que el viento arañó un poco la nubecilla sobre el árbol más al extremo de la tierra.

Las moléculas blancas de mi soledad, sobre la herrumbre del mundo podrido, irán en remolino a hacer justicia a mi pequeña sensatez

Aquello que me esforcé yo solo en encontrar, para mantener mi carácter en medio del desprecio, vendrá –desde el fuerte ácido del eucalipto hasta el murmullo de la mujer– a salvarse en el Arca de mis ascetismos.

Dando el viejo sentido de mi desesperación

Y el más lejano y desdeñado riachuelo, y de los pájaros el único que me dejaron, el gorrión; y del pobre vocabulario de la amargura, dos, apenas tres palabras: pan, pena, amor... (Oh Tiempos que torcisteís al arcoíris, y que del pico del gorrión desprendísteis la migaja y no dejásteis ni siquiera una voz pequeñita de agua clara silabear en la hierba mi amor, Yo, que sin lágrimas soporté la orfandad del destello, oh Tiempos, no perdono.)

Y ensambladas de nuevo con los lejanos horizontes, uno a uno se abrirán los labios del agua crepitando las amargas palabras,

Como mordida a una hoja de eucalipto celestial, que huela el santo día de los placeres Y desnuda suba la corriente del Tiempo la mujer la Portadora de Hierba Que lentamente abriendo los dedos como reina, una vez para siempre enviará al ave A la profana fatiga del hombre, por ahí por donde Dios falló, a que gotee Gorjeos del Paraíso! Traducción de Francisco Torres Córdova


Arte y pensamiento

LA JORNADA SEMANAL 30 de diciembre de 2018 // Número 1243

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Bemol sostenido Alonso Arreola @LabAlonso

Crisis “DEBERÍAS ESCRIBIR sobre mí... Esta crisis es la de los músicos que luchan por sobrevivir haciendo lo que aman.” Algo así me dijo una amiga cantante mientras pateábamos las calles de la colonia Roma en busca de tabaco para liar. Su paso acelerado no era normal. La ansiedad le sustituía temas en el magín frenéticamente, aunque su elíptica fragilidad parecía de hierro. No la veía desde su intento por conquistarse a sí misma en Europa, a donde partió hace unos meses con una ilusión sin planes pero entusiasta. No le fue bien. La doble nacionalidad importó poco a la hora de burocracias y atenciones médicas. Son épocas difíciles. Sus apalabrados empleadores incumplieron promesa y todo se complicó en barrios de inmigrantes como ella. Decidió no continuar. Regresó con sentimientos de derrota, perseguida por ideas que no la ayudan y que mantienen indeciso a su otrora amigo, el movimiento. “Podrías escribir de cómo me fue”, insistió tras la búsqueda infructuosa de tabaco rubio y luego de encontrarnos sin querer con un grupo de conocidos que nos bajaron la velocidad mental. No lo consideré en el momento. Parecía una idea desesperada. Recuerdo que en nuestro errático periplo pasamos frente a dos templos que coquetearon con su necesidad urgente. La primera fue la escalofriante Pare de Sufrir, allí donde el antiguo teatro Silvia Pinal.

La segunda fue una sinagoga que ella interpretó como señal, molesta como estaba por un amor roto y reciente. Lo bueno, de cualquier modo, es que tiene otro candidato que la anima. Eso dijo y parece ser suficiente para mantener la llama viva. Tras una copa de vino auspiciada por el cansancio, no tardamos en despedirnos. Estaba claro que esa tarde no funcionaría la vieja maquinaria de nuestra conversación. Ya en el tráfico decembrino nos vimos sometidos por un taxista que de la nada comenzó a quejarse por la actitud “faltosa” que –según él– varios gays habían mostrado en su automóvil. Le dijimos que no era bueno generalizar, que gente maleducada la hay con cualquier preferencia. No sé si llegamos a un acuerdo. En un rato de silencio volvimos a pensar en la petición de nuestra amiga: “Deberías escribir sobre mí.” Resolvimos que eso era posible en tanto su caso resultara un signo plural de nuestro tiempo. Y sí. Hay algo. En su historia se juntan dos asuntos ante los cuales nos resignamos cotidianamente comprimiendo la decepción convirtiéndola en furia nuclear. Nos referimos al menosprecio que tantos músicos reciben si no pueden presumir algo de fama, así como

al menosprecio que tantos viajeros viven en tierras que los señalan como personas non gratas, sea por el color de su piel, por su nacionalidad u oficio. Sí. Conocemos a muchos músicos. De ellos sólo un pequeño porcentaje vive de sus habilidades con un instrumento y son menos los que, además, componen partituras para películas o comerciales. A estos últimos, además, se les da la relación pública, pues conseguir esos trabajos exige mucha inversión de sonrisas falsas. Otros más dan clases. Algunos escriben sobre música. Sobra decir que esas opciones no garantizan la supervivencia. Según vemos, los que tienen más de treinta años de edad se resisten a la asunción de un momento histórico en que la creación de canciones no vale nada sin las carambolas de la mucha suerte. Los más jóvenes, por lo menos, se desarrollan sin haber conocido –ni de cerca– otras formas del éxito pasado. Ello los beneficia pues entienden pronto que pagarán la renta de formas variopintas, mas no musicales. ¿Qué recomendarles a unos y otros? Estamos lejos de la verdad. Apenas reconocemos lo que a nuestra experiencia sirvió al paso de los años. Creemos que es esto: no tratar a la música como servidumbre de la vanidad. Se trata de un arte prestado que entra por los oídos y nos sale transformado, como la poesía, no para que nuestro nombre luzca en las marquesinas sino para ensayar un mundo mejor en el que la búsqueda de balance y proporción sirva de piso a la justicia. Y listo. Allí está. Escribimos sobre nuestra amiga y su crisis sin tabaco de liar. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos 

sólo Cleo ve cómo crecen sus problemas o intenta resolverlos; e igualmente, y sobre todo, en aquellas donde interactúan. “Cuando era grande…”, dice el niño, Cleo lo escucha, le responde y, de golpe, la realidad más contundente le da la mano a la fantasía más desaforada; alguien que no ha vivido ni diez años ya fue grande, y alguien de edad no determinada tiene todas: es niña cuando juega a que se muere en la azotea; es adolescente cuando le dicen que en lugar de entrar al cine vayan a mirar qué bonita está la tarde; es adulta todo el tiempo al encargarse del aseo, las compras cotidianas, la comida, el cuidado de los niños; tiene como mínimo seiscientos años en la lengua cuando canta en mixteco una canción de cuna, y cientos de miles en el lapso que va de la pérdida de su hija, que ha nacido muerta, al momento en que salva de morir ahogados a sus hijos putativos. Así está hecho el pasado, no sólo el que se consigna en documentos sino, sobre todo, el que cada uno sostiene que es verdad: pasó esto, pasó así,

recuerdo que… y el imán de esos fragmentos es la voluntad de reconstruir, en el presente lo mismo que en el imaginario individual y colectivo, no una casa o una calle –Tepic 21 por ejemplo–, sino en lo posible una colonia entera que bien podría llamarse Roma, la cual, a fuerza de fidelidad con quien se era, no será vista en conjunto. ¿Falsear la propia evocación por el afán de reconstruir un todo del que no se sabía Todo, nada más para deslumbrar a un espectador que muy probablemente no se daría cuenta de la diferencia entre el respecto irrestricto a la memoria y una impostación bien presentada? Mejor la proustiana magdalena y que de ella se desprendan, generosos y a su ritmo, objetos, espacios, situaciones y personas; que interactúen de nueva cuenta como quizá lo hicieron, y al reflejar un tiempo al que goethianamente se le ha marcado el alto digan bien de dónde vengo, quién era yo y quién soy por consiguiente. No importa que por ahí suelten algunos, sin darse cuenta metidos a distorsionadores de teorías lo mismo políticas que estéticas que narrativas inaplicables si se quieren entender a rajatabla, que faltó visión histórica en conjunto, que sociológicamente la perspectiva es parcial y normaliza diferencias repudiables, o que la película “debía” esto y “debía” lo otro: lo único que pide esa mezquindad, demasiado tarde por fortuna, es que Roma sea una película convencional y cuente, en consecuencia, convencionalmente su cuento. La trascendencia de este retrato de familia está determinada por una honestidad a toda prueba, consistente en dejar a la memoria que se exprese sin reservas, para que sea ella la que dicte los qué, los cómo y los por qué del tiempo transcurrido 

Cinexcusas Luis Tovar

@luistovars

Retrato de familia (iv y última)

MEMORIA Y PERSPECTIVA son ramas de un mismo árbol: los faros encendidos del enorme Galaxy cuando entra al patio de la casa, vistos en un primer plano literalmente deslumbrante, indican a las claras quién es el testigo; de nuevo ha de suceder cuando ese mismo automóvil, esta vez ebriamente conducido, choque un par de veces con los muros. En ambas ocasiones la mirada delinea los contornos del recuerdo, y así como el momento en que llegaba el padre a casa, el resto de los días y las pequeñas cosas que los llenan parecen fragmentarios, y lo son de manera inevitable: ahí está la Scalextric en la sala, seguida de inmediato por los gritos de los hermanos que pelean, los de la abuela que no logra calmarlos, el proyectil que yerra su objetivo y va a estrellarse contra un vidrio. Olvidada para siempre la razón de la disputa, queda sólo un agujero como testimonio de algo fugaz que así dejó de serlo. No importa ya que falten datos y motivos: para el dueño de la perspectiva, la memoria está completa. Conformada por fragmentos que dan la impresión de un continuum no desprovisto de coherencia, esa es la estructura narrativa que rige al filme entero, lo mismo en las escenas donde El Que Mira y sus hermanos están presentes, que donde

Roma


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Crimen y castigo: los tiempos cambian

E

scena estrujante de la literatura francesa es la ejecución descrita por Alejandro Dumas en El conde de Montecristo. Dos hombres condenados a muerte suben al cadalso situado en la plaza del Popolo en Roma. Desde los balcones a su alrededor, alquilados durante unas horas a precio de oro, los afortunados inquilinos se preparan a contemplar el espectáculo de la pena de muerte. Albert de Morcerf y Franz d’Epinay, dos jóvenes nobles franceses, escuchan a Montecristo hablar sobre la venganza, la tortura y la pena capital. En medio de un bullicio festivo, entre empujones, con niños subidos en los hombros de sus padres, el gentío se aglutina: las ejecuciones son la primera diversión de las fiestas del carnaval que se inicia ese día. Uno de los condenados, Andrea, culpable del asesinato de un sacerdote que lo adoptó, será ejecutado a mazazos, es decir, al suplicio y la muerte. El otro, Peppino, acusado de pertenecer a la banda de Luigi Vampa, debe ser decapitado. Con magnífica ironía, Montecristo expone la superioridad de las artes de la tortura y la muerte en los países orientales, mientras que en los europeos van decayendo estas representaciones al pretender humanizarse. Abolidos los suplicios de la rueda y el descuartizamiento, el espectáculo degenera. Como anunciado por Montecristo a sus huéspedes, se concede gracia a Peppino. Al escuchar que su compañero de condena no será ejecutado, Andrea sale de su aletargamiento y, convertido en energúmeno, aúlla que no quiere ni puede morir solo. Se revuelca tratando de escapar a los verdugos, no para salvarse, sino para matar. El hombre, resignado a su suerte cuando se veía morir en compañía, se subleva rabioso con el deseo de matar. La ferocidad humana es acaso el más antiguo rasgo de su naturaleza. En la Roma antigua, el paterfamilias tenía derecho de vida y muerte sobre hijos y esclavos. Flagelar, amputar y matar eran actos tan naturales como legítimos. Asistir, en el Coliseo, a las luchas de gladiadores contra fieras o al martirio de cristianos y otros, devorados por animales feroces y hambrientos, era el circo para entretener a los espectadores y mantener tranquila, pero viva, su sed de sangre. Durante siglos, la ejecución capital, precedida o no de tortura, era pública y se ofrecía en espectáculo al pueblo. La desaparición de la aplicación pública de la pena de muerte en favor de las ejecuciones escondidas tras el secreto de los muros es reveladora de una revolución de la manera como el

Ilustración de Juan Gabriel Puga

Ensayo Vilma Fuentes

poder se manifiesta al pueblo, señala Michel Foucault en su brillante ensayo titulado Surveiller et punir (Vigilar y castigar), que lleva el subtítulo de “Nacimiento de la prisión”. El suplicio era, entonces, el elemento central para demostrar la culpabilidad del acusado. Su carácter público, el simbolismo de las penas (mano amputada de los parricidas, lengua perforada de los blasfemos), constituía la afirmación del poder real frente al crimen, pues el criminal, aparte de hacerlo su víctima inmediata, atacaba al poder del soberano de hacer la ley. Así, mientras el monarca absoluto no concebía su autoridad sino en sus manifestaciones visibles y aterrorizadoras, el poder moderno prefiere mantener un misterio inquietante en cuanto a las penas. Descubre que el pueblo no necesita presenciar el castigo de uno de ellos para mantenerlo dentro de la ley y las reglas. Sin contar con que este pueblo puede volverse peligroso cuando simpatiza con el castigado, así como con el aspecto carnavalesco de las ejecuciones. Tiempos en apariencia remotos, los de la tortura y la ejecución pública. No sin humor, Foucault se designaba a sí mismo como un arqueólogo. Empero, si hoy día, en la mayoría de nuestras democracias occidentales, los castigos corporales y la pena de muerte han sido abolidos, suplicio, lapidación, amputaciones y pena capital siguen practicándose en numerosos países porque, siendo parte de la tradición cultural propia a esas regiones, se les tolera, se les practica a ocultas, o siguen incluso siendo legalmente vigentes. La lista de estos países es larga. A la cabeza de ellos se encuentra Estados Unidos, donde sigue ejecutándose la pena de muerte en varios de sus estados. Aunque menos espectaculares que los suplicios destinados a reprimir la criminalidad adulta, los niños siguieron siendo víctimas de castigos físicos. En Francia, país donde nacieron los derechos humanos, los castigos corporales, es decir, una pena cuyo objetivo es infligir dolor físico, fueron prohibidos en la escuela desde 1795, exceptuado el castigo consistente en poner al alumno de rodillas durante la clase o el recreo. Sin embargo, la Fondation pour l’Enfance estima que ochenta y cinco de los padres en Francia siguen recurriendo a violencias consideradas educativas. Con el fin de respetar las normas mundiales de protección a la infancia, en la Asamblea Francesa acaba de votarse la ley que prohíbe la violencia física o psicológica de los progenitores sobre sus hijos. Prohibidas nalgadas y cachetadas. No se especificó el coscorrón… ●


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