La Gualdra 455

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SUPLEMENTO CULTURAL

NO. 455 /// 9 DE NOVIEMBRE DE 2020 /// AÑO 10

DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN

Pedro Valtierra. De su exposición De paso.

Exaltar el color, escudriñar las formas, indagar la composición e implicar al observador para concretar el mensaje visual, constituyen los elementos de la obra reciente del fotógrafo Pedro Valtierra (1955, Fresnillo, Zacatecas). Su exposición De paso, se inauguró el pasado viernes 6 de noviembre en “La casa de la ciudad y el viento” en la ciudad de Fresnillo, Zacatecas. Permanecerá en exhibición hasta el 30 de diciembre del 2020. [Más de esta exposición en pág. 3]


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LA GUALDRA NO. 455 /// 9 DE NOVIEMBRE DE 2020 /// AÑO 10

La Gualdra No. 455

Editorial

G

uardo En Jirones conmigo desde abril de 1997, cuando la encontré por casualidad en una feria del libro; la compré sin pensarlo dos veces porque acababa de leer Los postulados del buen golpista y me había fascinado cómo de una manera tan lúdica, su autor, Luis Zapata, era capaz de recrear las pasiones más viscerales, íntimas y divertidas de sus personajes. Los postulados... es la historia de una mujer -la Billy- que vive en la CDMX, desenfadada, con una pulsión incontrolable por desafiar al sistema; robar en centros comerciales, el cine y el reventón eran tres de las actividades que más disfrutaba: cada golpe exitoso a un almacén contribuía a la satisfacción de sentirse viva, libre y auténtica en una época en que las mujeres empezaban en México a gozar de cierta independencia. De alguna manera, la Billy pudo haber sido amiga de Adonis García, el Vampiro de la Colonia Roma; ambos tenían su particular manera de disfrutar la vida, de atestar golpes, de abonar a su propio placer, sumergidos en una atmósfera velada por cierta melancolía. Me hice de En Jirones sabiendo que seguro me gustaría, pero no solo me gustó: la gocé y la padecí de principio a fin. Este libro, publicado por primera vez en 1985 por Editorial Posada, es un monumento al amor, al dolor. Sebastián es un hombre maduro, amante del cine, quien conoce un día a otro personaje que sería el amor de su vida: “A”. Se llama “A” porque cuando alguien empezaba a tener importancia para él “perdía de inmediato las letras de su nombre para conservar únicamente la inicial”. El inicio de la historia anticipa la vorágine de sentimientos encontrados con los que se topará el protagonista, intuye que el encuentro con A irá más allá del enamoramiento, esa sensación de “una alegría mezclada con ansiedad cuyo vórtice se localiza en la boca del estómago, y que a veces nos produce unas ganas incontenibles de brincar, y otras más, prosaicamente, de cagar”; enamorarse, dice Sebastián, “entre otras cosas es perder el control de los esfínteres”.1 Suele ser cierto que cuando uno se enamora, además, hay una tendencia por encontrar similitudes de lo vivido, de la emoción generada, con otras historias que nos han impactado... lo mismo con escenas narradas en películas, que con frases de canciones que carecían de sentido hasta antes del encuentro con el destino amoroso, se vuelve uno un tan-

to cursi y cae con facilidad en el ridículo, “A partir de ese instante ya nada nos salvará: estamos a merced del amor; nos volvemos débiles, vulnerables; se nos va la voluntad como a zombis insepultos. Nuestro lenguaje cambia, el lugar común adquiere resonancias insospechadas. Nos lleva la chingada, en pocas y coloquiales palabras, y ni siquiera nos damos cuenta. Porque el amor es como la locura: uno ignora que es su víctima hasta que la vivencia se ha alejado lo suficiente”.2 Sebastián fue víctima del amor, un amor lleno de incertidumbre, de desesperación y de emocionantes subidas y bajadas de ánimo, porque esa relación tenía además la peculiaridad de construir con una sola mirada el cielo y de destruir con una sola palabra como la más terrible hecatombe. Encontrar a “A” fue como subirse a la montaña rusa después de haber comido en la feria hasta saciarse... del placer al odio, de la avidez al vómito, de la lucidez a la locura... Sebastián y A -al más puro estilo rayueliano- andaban sin buscarse, pero sabiendo que andaban para encontrarse. La historia de estos dos enamorados es la de dos seres humanos con una capacidad de sentir, gozar y sufrir lo inimaginable; ambos eran hombres, pero pudieron haber sido dos mujeres, o un hombre y una mujer también: el amor no conoce de preferencias sexuales, “el amor, como la desgracia, es siempre imprevisto; aparece cuando menos se le espera; por más racional que se trate de ser, por más cálculos de probabilidades, siempre acaba uno dándole las nalgas al azar”.3 En Jirones es una novela memorable, la volveré a leer y siempre recomendaré que se lea. Luis Zapata Quiroz (Chilpancingo, 1951) tenía 69 años cuando su corazón dejó de latir este pasado 4 de noviembre de 2020. En La Gualdra celebramos su vida agradeciéndole lo mucho que aportó a la literatura mexicana. La suya siempre fue una voz para visibilizar, humanizar y hablar con maestría, honestamente, de frente -como vivió él-, de la vida y de lo humano. Buen viaje, Luis Zapata, te recordaremos siempre. Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com

Contenido De paso, exposición de Pedro Valtierra en Fresnillo Por Jaime Robledo Martínez

Rituales para este tiempo de incertidumbre Por Carlos J. Villaseñor Anaya

Tiempos aciagos Por Juan Carlos Basabe

Sandro Cohen (1953-2020) Por Rafael Calderón

Desayuno en Tiffany’s, mon ku Andrómaca y el infinito cinismo de Gwenaël Morin [en el Festival de Aviñón] Por Federico Quijano

On the rocks, de Sofia Coppola Por Adolfo Nuñez J. Sampedro Por Francisco Javier González Quiñones Soñé Por Pilar Alba

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Zapata, Luis, En Jirones, Primera edición en Lecturas Mexicanas, México, 1994, pp. 25-26. 2 Ibídem, pp. 26-27. 3 Ibídem, p. 28. 1

Directorio

Carmen Lira Saade Dir. General Raymundo Cárdenas Vargas Dir. La Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx

Jánea Estrada Lazarín Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com Roberto Castruita y Enrique Martínez Diseño Editorial

La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores.

Juan Carlos Villegas Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com


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De paso, exposición de Pedro Valtierra en Fresnillo* Fotografía

t Por Jaime Robledo

Martínez

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xaltar el color, escudriñar las formas, indagar la composición e implicar al observador para concretar el mensaje visual, constituyen los elementos de la obra reciente del fotógrafo Pedro Valtierra (1955, Fresnillo, Zacatecas). Espacios, ambientes, personajes, sitios, costumbres y paisajes fueron captados por el autor en varios estados del país en los últimos 20 años, quien ahora comparte con el público su forma de ver, la cual ha estado calibrándose permanentemente en más de cuatro décadas de ejercer la vocación del fotoperiodismo para las más relevantes publicaciones periódicas del país y el extranjero. En esta ocasión, como advertirá el visitante, el autor prescinde del blanco y negro, con el que había desarrollado

su obra más icónica. Este recurso subraya sus preocupaciones e inquietudes actuales, dirigidas a explorar el color, la composición y las formas, para implicar al observador en los elementos que constituyen el mensaje visual en una imagen, para que la concrete, la concluya y la haga propia. La presente exhibición celebra 45 años de trayectoria profesional continua

de uno de los fotógrafos mexicanos actuales más relevantes por su trayectoria, influencia y presencia en el desarrollo de la fotografía de prensa nacional desde el último cuarto del siglo XX, caracterizada por su contundencia temática, claridad y honestidad en el tratamiento noticioso, sin concesiones al poder establecido. En más de 40 años de actividad como fotorreportero en

publicaciones periódicas como El Sol de México, unomásuno, La Jornada, Mira, Las horas extras y La Llovizna, así como su trabajo como editor y director de agencias de fotografía y la revista especializada Cuartoscuro, Pedro añadió la conservación de la fotografía con la fundación de la Fototeca de Zacatecas en 2006, lo que indica lo diverso de sus preocupaciones e inquietudes, su inagotable

energía y un entusiasmo que no deja de crecer. *La exposición De paso, de Pedro Valtierra, se inauguró el pasado viernes 6 de noviembre en “La casa de la ciudad y el viento”, un espacio cultural ubicado en Av. Hidalgo 309-311, en la ciudad de Fresnillo, Zacatecas. Permanecerá en exhibición hasta el 30 de diciembre del 2020. Ver también: https://youtu. be/q7MCY1FT8uc


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Tradiciones

Rituales para este tiempo de incertidumbre “Cada cultura representa un conjunto de valores único e irreemplazable, ya que las tradiciones y formas de expresión de cada pueblo constituyen su manera más lograda de estar presente en el mundo”. Declaración de México sobre Políticas Culturales para el Desarrollo (1982).

t Por Carlos J. Villaseñor

Anaya

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ercibimos el paso del tiempo a través de los ciclos que vamos transcurriendo. Al celebrar nuestro cumpleaños, un aniversario más de matrimonio o el fin de un período escolar, vamos acumulando una sucesión de ciclos que conforman la historia de nuestra vida. Por ejemplo, la muerte es el fin de nuestro ciclo en este mundo y, para significar esa ausencia definitiva, nuestros deudos realizan aquellas ceremonias y ritos funerarios que les facilitan el cierre de una etapa. Los funerales son un aparato social que permite dejar clara constancia de un antes y un después en la historia de los grupos a los que hemos pertenecido. De allí la profunda tragedia que viven los familiares de las personas desaparecidas, pues no les es posible realizar los ritos que son indispensables para comenzar a dejar atrás el dolor de la pérdida. En este tiempo sucede un poco lo mismo a los familiares de aquellos muertos por COVID 19, a quienes no se les permite velar el cuerpo de su difunto. Algo parecido sucede con aquellos eventos trágicos o jubilosos que, por la fuerza de las emociones que producen, se significan como el marcador de un momento especial en nuestra historia: el nacimiento de un hijo, un fatídico terremoto o quizá la realización de un viaje largamente anhelado. Esos eventos salpicados nos dejan también constancia de que ha transcurrido el tiempo, nuestro tiempo. Sin embargo, a principios del siglo XXI estamos experimentando cada vez mayores dificultades para percibir el paso del tiempo; para saber claramente dónde está el pasado y, a partir de ello, tener consciencia de que estamos avanzando al futuro. La presencia ubicua de los contenidos en las redes sociales nos hace difícil identificar en qué tiempo se produjo lo que estamos percibiendo, pues podemos ir en un instante de un noticiario en vivo a un documental sobre el medioevo, pasando por las leyendas del rock and roll y la historia de las momias

/// Peregrinación de La Preladita en Zacatecas. Foto de Juan Carlos Basabe.

egipcias. O bien, repetir un mismo contenido de manera indefinida. Hoy tenemos la tecnología para replicar la misma canción, idéntica, una, cien, mil o mil millones de veces. Por momentos pareciera que podemos vivir la historia del universo en un momento; o, por el contrario, que vivimos un mismo contenido que se repite continuamente, hasta el infinito. Por si eso fuera poco, el ya muy largo confinamiento a que ha obligado la pandemia genera la sensación de que todos los días son el mismo y uno solo. Pasa el tiempo, pero pareciera vivimos un solo día, exactamente igual al de ayer y al que será mañana. Incluso, hay ocasiones en que a nuestro cuerpo se le dificulta saber si es hora de dormir o de estar despierto. Conforme se va prolongando ese día que no termina, nos cuesta cada vez más trabajo imaginar un mañana; y, aún más, sentimos una profunda incertidumbre de cómo será el futuro al que no alcanzamos a llegar. ¿Qué lugar ocuparemos? ¿Cómo será nuestra vida? ¿Con quiénes nos relacionaremos? Gran parte de esa sensación de instante permanente se debe

a que las restricciones sanitarias han impedido que llevemos aquellas actividades, ceremonias y ritos que significan el paso del tiempo en nuestra consciencia. Nos hemos visto limitados para practicar nuestras rutinas diarias, reunir a la familia en la comida del domingo, realizar los ritos de la Semana Santa, celebrar el Carnaval, participar en la procesión, conmemorar el fin de cursos o tener un tiempo de vacaciones. Cada vez que nos reunimos con nuestro grupo social, además de celebrar o conmemorar, lo que hacemos es volver a estar juntos y reconocernos, redefinir aquello que valoramos y queremos que siga siendo parte de nuestra vida personal y signo de identidad de nuestra comunidad. A través del ritual volvemos a saber quiénes forman parte del grupo, qué papel juega cada uno de nosotros en la tradición y, sobre todo, refrendamos nuestras capacidades de ponernos de acuerdo y hacer cosas entre todos. Es decir, de seguir construyendo un futuro viable y deseado por todos. Llevar a cabo un rito, una ceremonia o una celebración en

comunidad, también nos permite tener certeza que hay algo en lo que participamos que seguirá presente después de que partamos: La Morisma, la Romería de la Virgen de los Zacatecas, las danzas de los Matlachines o el asado de boda, son algunos ejemplos de tradiciones significativas del paso del tiempo y de renovación de nuestra pertenencia identitaria. Frente a la niebla líquida que nos invade, nuestra cultura nos permite revitalizar nuestras rocas fundantes, hacernos conscientes del paso del tiempo; y, a partir de ello, volver a tener claridad de dónde venimos. Sobre todo, fortalecer la consciencia grupal de que tenemos la capacidad de construir un futuro posible. Si bien es cierto que las medidas sanitarias seguirán impidiendo por un largo rato más la celebración de los ritos, tradiciones y ceremonias en la forma en la que los hemos llevado a cabo durante muchos años, su esencia puede ser recuperada y expresada en una forma distinta, de manera tal que puedan seguir siendo fuente de cohesión, de producción de sentido social y de construcción de un fu-

turo posible desde lo propio. Estos “Días de muertos” fueron propicios para que cada comunidad, en ejercicio de su libertad cultural, mediante el diálogo y el consenso de la práctica, definiera la forma en la que recordaría a sus ancestros, fortaleciendo con ello la consciencia de su pasado y la continuidad de su esencia a través del tiempo. Si bien es cierto que las herramientas de la virtualidad modifican la forma, también lo es que facilitan la salvaguardia de la esencia y (como beneficio adicional) propician la convivencia intergeneracional. Así también, durante las próximas semanas y hasta el 12 de diciembre, será también un tiempo de preparación para recordar el papel que “La Preladita” ha jugado en la continuidad de nuestra comunidad, desde que salió por primera vez para atender las peticiones de protección contra la enfermedad que azotaba a Zacatecas. Su paso sobre las más diversas circunstancias, a lo largo de los siglos, es fuente de inspiración para saber que -como comunidad- también saldremos adelante de esta y de muchas otras.


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Tiempos aciagos

Basabe

En estos tiempos aciagos” parece ser una fórmula recurrente para describir el tiempo presente; pero este atípico momento de confinamiento y pandemia, de miedo y soledad, nos hace reflexionar sobre todo cuando coincide con una fecha tan icónica y representativa como el Día de Muertos -celebrado la semana pasada- que encarna una compleja contradicción cultural de los mexicanos: es una tradición que es inevitablemente solemne y triste, al mismo tiempo alegre y desafiante, sagrada y profana. El Día de Muertos se celebra en la intimidad de los hogares donde se colocan ofrendas y altares a los ausentes, pero también en el espacio público mediante la embriaguez y la alegría; hace patente la fragmentación de las familias, revive ausencias... esos vivos sentimientos contrastan con

la hierática solemnidad de los monumentos funerarios de mármol o cantera que se encuentran en nuestros panteones. Asimismo, se echan de menos en estos monumentos las tradicionales coronas de sotol fabricadas a las afueras de los panteones de Zacatecas, las cuales son difíciles de producir estos días pue el sotol es una planta que hoy está en peligro de extinción. Este año los monumentos funerarios nos echaron de menos el 2 de noviembre –casi tanto como nosotros a sus ocupantes-; no hubo ni tristes ni alegres notas en nuestros panteones; ese día no compramos ni repartimos cempasúchil a los fieles y a la salida no hubo calaveritas hechas por las habilidosas manos de los artesanos; en general, este Día de Muertos fue más agrio que dulce. Ya habrá sitio y tiempo para celebrar las ausencias, las de la familia, las de los amigos, y las que nos han dejado a los lectores de La Gualdra la maestra

Ollin: Memoria en Movimiento

t Por Juan Carlos

Amparo Dávila, el maestro Manuel Felguérez, el poeta Uriel Martínez, y los artistas plásti-

cos Arturo Rivera y Emilio Carrasco, solo por mencionar algunos de los pesonajes que nos

han dejado durante este año de pandemia. En estos tiempos aciagos, debemos celebrar de otra manera, debemos recordar a nuestros difuntos y celebrar nuestras tradiciones de un modo discreto y seguro; la presente serie de imágenes pretende recordarnos nuestras tradiciones y rendir homenaje a los artesanos y a las personas que nos hacen falta… * Fotos de Juan Carlos Basabe / Centro INAH Zacatecas. La imagen de los músicos se tomó en el Panteón de Herrera, las de arte funerario corresponden al Panteón de la Purísima, todas en Zacatecas.


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Literatura

Sandro Cohen (1953-2020) sía, está destinado a la inmensa minoría de lectores: su confección es artesanal, cosida a mano y destaca por sus acabados: pasta dura, color blanco; el título, color azul; el nombre del autor, color negro; amigable porque la mayoría de las ediciones de Jitanjáfora es una invitación a la lectura, en particular a la poesía. Esta es la primera vez que Sandro Cohen reunió poesía, pero sin olvidar que “se incorporó a su país de adopción –como escribe Armando González Torres– a través de las fuentes más vivas del idioma, asimiló la lengua mediante la ingestión de su tradición poética, sus ritmos y sus temas y ha escanciado este aprendizaje en una obra que combina rigor formal e intensidad lírica”. Leer por ejemplo: “Ofrezco la cabeza, yo, Minotauro: / por fin no resisto esta imagen, / añoro el pelambre, el que fui, / terrible respiración de pulmón enardecido, / los miembros de un cuerpo ajeno / en el juego endemoniado de los dioses”. /// Sandro Cohen. 2015. Foto tomada de su Twitter.

t

Por Rafael Calderón

A

nte la noticia de la muerte del poeta y editor, catedrático, traductor y crítico Sandro Cohen (1953-2020), quiero señalar que por dos ediciones de su poesía publicadas en Morelia, años atrás, lo recuerdo e invito a leer sus poemas. Cohen escribió su poesía en lengua española y su llegada a México fue para quedarse, en este país escribió toda su obra literaria. Su expresión poética está presente en español y sus poemas enriquecen la continuidad lírica por su encuentro con autores como César Vallejo, Jorge Luis Borges y Rubén Bonifaz Nuño. La edición de Morelia salió con un título bello y destaca esa fuerza de lo emblemático: Desde el principio (Jitanjáfora Morelia Editorial, 2007), y el otro, es la edición especial de Los cuerpos de la furia (en micro colección de poesía contemporánea especial que celebra el cumpleaños 54 de su autor, ideado por Josefina Estrada y los jitanjáforos, hecha durante el parte-aguas lluvioso del verano-otoño del MMVII como regocijo de Sandro y de todos los conspirados de su alegría). El título de su poesía reunida es definitorio de las estaciones poéticas: es el punto de reencuentro, incluso, es un título que llamaría arriesgada y solamente accesible para bibliófilos, Desde

el principio, y, sobre todo, sucede con Los cuerpos de la furia. Se destaca el reencuentro extendido: la poesía de Sandro Cohen enriquece el panorama de la poesía mexicana de los últimos cuarenta años. Están presente en su poesía reunida De noble origen desdichado (1979), A pesar del imperio (1980), Los cuerpos de la furia (1983), Línea de fuego (1989) y Corredor nocturno (1993), y dos revisiones fundamentales de su quehacer poético: el prólogo, al primer título de su poesía, por Luis Mario Schneider; el texto de Armando González Torres: “Las reglas de la emoción”, incluido en

la poesía reunida; la travesía cierra con el texto de Sandro: “Reflexión para comprenderme a mí mismo” y este completa la visión de su biografía literaria; en particular, registra noticias específicas sobre su propia poesía. En Los cuerpos de la furia escribe, como invitación a la lectura, José Mendoza Lara: “Es un libro en que se debate la frontera entre un país y otro, entre un cuerpo y el que yace a su lado, entre la lucidez nocturna y la ceguera que se padece a pleno sol. Cuando penetramos lo desconocido de un nuevo cuerpo, cuando abandonamos la tierra de origen para encontrar la prometida, hallamos un lenguaje que posee una música extraña cuyo sentido profundo se nos revela poco a poco, pero con una claridad y fuerza que solo son posibles dentro de los parámetros de un viaje iniciático desde la infancia hacia la madurez, en el éxodo constante que nos imponemos para no enamorarnos de un destino arbitrario, sino de ese que hablamos de construir sobre la marcha. Pero es la marcha misma que encierra nuestra razón de ser, el movimiento en que nos definimos: de lo que se ama por costumbre a lo que amamos con pasión. En Los cuerpos de la furia, se opta siempre por lo segundo”. Por su parte, Desde el principio, una edición amigable con el lector de poe-

En “Reflexión para comprenderme a mí mismo” escribe sobre el lugar de su nacimiento y cómo fue que llegó al idioma español, registra la clave que le dio parte a su vida para dedicarse a estudiar esta lengua o señalar el encuentro con su maestro Luis Mario Schneider. Este texto por si solo se vuelve parte de la directriz de su autobiografía literaria: la vida familiar, el encuentro con la poesía, el río abundante de sus oficios entre lo literario y lo académico, etc. Finalmente un párrafo de su escritura donde señala datos sobre el tercer título de su poesía, para comprender por qué es tan sobresaliente en su poética: “En Los cuerpos de la furia, para mí el libro más doloroso que he escrito, empecé a emplear lo que aprendía. En este libro está, de una u otra manera, mi divorcio (sobre todo en ‘Autobiografía del infiel’, que salió antes en forma de plaquette), la infancia de Yliana, mi encuentro con Josefina Estrada –mi segunda y actual esposa–, mil conflictos de conciencia y pasiones encontradas. En abril de 1982 –Viernes Santo- murió mi padre, con quien tenía yo una relación difícil y distante, aunque de mucho cariño, (me parezco mucho más a mi madre), y solo entonces empecé a pensar en él y la importancia que tenía para mí. También en esa época sentí la necesidad de reencontrarme con mis raíces religiosas: quería comprender mejor el judaísmo que me había formado emocional y moralmente, pero que solo entendía de manera rudimentaria”.


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Desayuno en Tiffany’s, mon ku Andrómaca y el infinito cinismo de Gwenaël Morin* [en el Festival de Aviñón]

Teatro

/// Andrómaca al infinito, de Gwenaël Morin en el Festival de Aviñón.

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Por Federico Quijano

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a obra acababa de comenzar. Sandrine, profesora de francés, murmura: pitié (piedad). La Andrómaca de Racine, que ella conoce a la perfección se desarrollaba al límite de la velocidad de la palabra humana y del entendimiento ¿un límite comprobado por la ciencia o la filosofía? Quién sabe. Éramos cuatro amigos antes de la función, volvimos divididos e irreconciliables en nuestra manera de apreciar la obra. Otra vez, como tantas en el Festival de Aviñón, la unanimidad de pareceres se desbarataba de oficio. Este año los imponderables de la pandemia han obligado a cambiar la fecha habitual del mes de julio y rebautizar el Festival: Semana de Arte en Aviñón. Esto en razón de los numerosos cambios que la organización ha debido realizar para poder mantener parte de la programación. La obra en cuestión, Andrómaca al inifinito es una adaptación de Gwenaël Morin del clásico Jean Racine, Andrómaca. ¿Cómo conservar lo esencial y lograr al mismo tiempo un tratamiento diferente de un texto clásico? ¿Qué es lo esencial en esta obra? Tales son algunas de las cuestiones que parecen haber guiado el trabajo de creación de

Gwenaël Morin en esta obra. Su respuesta, fiel al teatro contemporáneo, ha consistido en no hacer casi ninguna concesión a la comodidad del espectador. Mientras que en la obra clásica el vestuario, el decorado, las luces y la manera de interpretar el texto están pensados para evocar y facilitarle al espectador la inmersión en el relato y la compresión del contexto histórico de la escena, en la adaptación de Morin se prescinde de tales subterfugios semióticos. Al igual que algunos de sus contemporáneos, el autor se muestra renuente a los efectismos escénicos -quizás por ser algo ya demasiado conocido y previsible- y aborda el texto sin más, obligando al espectador a dar un contexto -o no- a la acción. La austeridad radical de la puesta en escena, que podríamos calificar de cínica en el sentido filosófico de esta palabra, nos sitúa en una suerte de inmenso gimnasio, en una cancha de vóleibol para ser más precisos. Dos tribunas enfrentadas delimitan el espacio donde la actuación tendrá lugar; tres sillas de plástico y un biombo son toda la escenografía. Nada más. Al llegar con mis amigos, tomamos de una pila lo que creemos son los programas. Cuando miramos mejor, nos damos cuenta que es el texto de la obra. Pero no una parte, sino el texto integral impreso en una suerte de perió-

dico. Ojeamos distraídamente algunos párrafos, se trata sin duda del texto original. Cuando los actores entran en escena, luego de una breve presentación de la obra por parte de Morin, comienza lo insospechado. Los actores dicen el texto a la velocidad del rayo. Algunos espectadores, con el texto en la mano, comienzan a pasar frenéticamente las hojas del periódico intentando aferrarse a los detalles, luchan inútilmente contra el ritmo desenfrenado que los actores le imprimen a su interpretación. Otros, se rinden desairados. Otros tantos seguimos sin seguir y nos dejamos simplemente llevar por esa intensidad que incomoda por incontrolable e incomprensible. Extrañamente, desde el punto de vista del texto y de la interpretacion nada se pierde. Cada punto, cada coma, los acentos, la dramatización, la emoción, permanecen intactas... pero todo va demasiado rápido como para que tengamos tiempo de entender. Las profesoras de francés fruncen el ceño; nosotros, un bailarín y un profesor de español, nos miramos sorprendidos, pero encantados por la provocación: cinismo puro. La obra termina, el último punto del texto perfora el silencio y la inercia de tanta intensidad se desbarranca en una suerte de abismo que los aplausos se apuran a colmar. Algunos

aplauden por compromiso, yo en particular aplaudo la osadía y el trabajo extremo de los artistas que asombran por su capacidad de mantener un ritmo semejante. De vuelta a casa la frustración de las profesoras de francés contrasta con nuestro goce despreocupado. Su queja amarga, casi moralista, no encuentra eco en nuestra ligereza. No han tenido tiempo de disfrutar de ciertos pasajes, no han llegado a comprender todo, se han perdido en un texto que conocían y adoran. En resumen la experiencia les ha resultado bulímica. Quizás tengan razón, ¿pero, cuándo ocurre que somos capaces de comprenderlo todo? ¿No es acaso el hábito el que mejor suele disfrazarse de comprensión? ¿Quién hubiera dicho que lo más efectista de esta obra resultaría ser algo tan banal como la inabarcabilidad de lo ligero? * Este texto debería ser parte de los artículos que saldrían con motivo de la Semana de Arte (Festival de Teatro de Aviñón) que se celebraría en octubre del 2020. Sin embargo, el festival fue anulado tras el anuncio del confinamiento por la pandemia y solo pudimos ver un par de piezas. Aquí, les dejamos la relatada por nuestro colega Federico Quijano. Nota de Carlos Belmonte Grey.


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LA GUALDRA NO. 455 /// 9 DE NOVIEMBRE DE 2020

Cine

On the rocks, de Sofia Coppola

t Por Adolfo

L

Nuñez J.

Río de palabras

aura (Rashida Jones) es una escritora con un bloqueo creativo. En lugar de trabajar en alguna novela, ella dedica gran parte de su tiempo al cuidado de sus dos hijas, con las que vive en la ciudad de Nueva York y que cría junto a su esposo Dean (Marlon Wayans), un ocupado hombre de negocios. Con su marido siempre ausente o absorto en su empresa, Laura comienza a sospechar de una infidelidad con alguna de sus compañeras de trabajo, y no encuentra otra per-

sona a la cual contarle sus sospechas más que a su padre, Felix (Bill Murray). De algún modo él la convence de que la mejor manera de saber si su esposo le está siendo infiel, es seguirlo cada noche, actividad que ambos deciden emprender juntos. A lo largo de su filmografía, la directora Sofia Coppola ha mantenido un sello característico, que tiene que ver tanto con su estilo visual -de encuadres elegantes, bien cuidados y donde predominan los colores pastel-, como con la naturaleza metatextual y a veces hasta anecdótica de sus historias. En sus cintas más

destacadas, es común ver a personajes que fungen como alter egos o extensiones de Coppola, y que son utilizados como una representación de crisis y conflictos internos que la propia realizadora ha experimentado. También encarnan el modo en el que la directora se ha abierto paso como mujer en el mundo moderno y en la industria fílmica de la que forma parte. Su más reciente filme, On the rocks (2020), es una constatación de dichas inquietudes y convicciones. Es así como las inseguridades de Laura respecto a su matrimonio, a un esti-

lo de vida más hogareño y, su falta de un impulso creativo, se vuelven el punto de partida de la cinta. Sin embargo, el eje central es la relación entre padre e hija, cuya dinámica plantea un interesante comentario sobre perspectiva de género. También señala el modo en el que las relaciones paternofiliales de una persona llegan a influir en el resto de sus vínculos afectivos. Dicha propuesta logra funcionar gracias a las estupendas interpretaciones de Rashida Jones y Bill Murray, en medio de conversaciones donde su química se vuelve genuina y palpable, y en cuyos personajes, a pesar de sus diferencias, existe una comprensión y apoyo sinceros. Coppola también decide tomar distancia con la estética de sus trabajos anteriores, y apuesta por una cinematografía de tonos más cálidos. Esto le otorga a la película un carácter visual sumamente melancólico, y que al mismo tiempo captura el vibrante y caótico estilo de vida en la ciudad de Nueva York. Si bien a primera vista puede parecer una obra menor, sencilla y sin pretensiones, On the rocks resulta ser una de las películas más honestas y personales de Sofia Coppola, así como una confirmación de su visión particular y de su madurez y crecimiento como cineasta. También es un retrato de una mujer que, comprobando lo insatisfactoria que puede llegar a ser la vida, logra reencontrar y reafirmar su lugar en el mundo.

Soñé Sampedro* t Por Francisco Javier

González Quiñones

S

emblante sereno, sobrio, solidario, sensato; simplemente singular. Síntesis, sinopsis, sincretismo, sabrosas sustancias salpicadas sobre su sorprendente semántica suscitan suspendidas sensaciones. Sugerente, suscribe surrealistas sonetos, simbólicos soliloquios. Seráfico seguidor

sanvelardeano sondea sibilinos salmos. Sagaz, salvaguarda sinfonías sembradas sobre sonoros surcos. Seducido, saboreando su sublime Sam-gin, sorbe suculentos sonidos, sugestivas sombras, suaves susurros, sempiternos soundtracks, silentes siluetas; satisfecho, sonríe. Sintonizando sus sutiles sueños sesenteros/setenteros sujeta su sincrónico soy, sus sagrados santiamenes: Se-

rrat, Sartre, Sontag, Salinger, Stones, Supremes, (Simon & Garfunkel), S&J, Syd, Steppenwolf, SLP, Sabato, Sada… singulares semillas subjetivas sembradas sobre su sabio ser. Salta Sampedro salta, si saltas saltamos. Sueña Sampedro sueña, si sueñas soñamos. * A José de Jesús Sampedro, quien cumplió 70 años el pasado 2 de noviembre.

t Por Pilar Alba

¿

Lo soñé?, en realidad no sé si era un sueño, porque veía todo muy clarito; veía cómo él se acercaba, me tomaba de la mano y puedo decir que hasta llegué a sentir el calorcito de sus manos y, aunque no me lo crean, hasta percibí ese olorcito que se mezcla con la loción, un olor entre dulce y amargo de su sudor. Me tomó de la mano, nos fuimos caminando. Ahí sí, a veces dudo, porque el espacio por donde caminábamos ese sí

no lo reconocía, no puedo afirmar si era un lugar que ya habíamos transitado o uno nuevo; siempre nos gustaba explorar nuevos sitios, acumular kilómetros de viaje. Lo que sí recuerdo es muy nítida su voz, entre aguda y fuerte; clarito oía que me decía: Ven, vamos, no tengas miedo. ¿Miedo? Eso sí me hizo dudar. No, él nunca hablaba de miedo ni de duda. Siempre era valiente, por eso me pareció raro. También me hizo titubear oír su respiración fuerte, tanto que hasta los latidos de su corazón se

escuchaban. Él siempre fue muy sereno. Recuerdo que me dije para mí misma, en lo que yo pienso que era mi sueño. Después comencé a sentir que la suavidad con que tomó mi mano se convirtió en rudeza. No, definitivamente no era él, no me jalonearía, no me aventaría al suelo, no levantaría con furia mi falda, no me tomaría a la fuerza, no me dejaría llorando... Fue ahí donde me di cuenta. Sí, definitivamente no era un sueño era solo un recuerdo que siempre quise dejar olvidado.


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