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31 DE AGOSTO DE 2020
La filosofía como “brujería mayor” 6 Por Francisco Tomás
González Cabañas
C
uántas veces ha querido adelgazar hasta desaparecer. Miles de dietas han dejado huella en su sistema metabólico que ha resistido estoicamente los rebotes. La presión arterial, la elevación en los niveles de colesterol y el azúcar. Lo llama así, “el azúcar”, no diabetes, para dulcificar los impactos que este padecimiento ha dejado en su cuerpo. Bebidas macrobióticas, en-
por la fuerza (en verdad casi siempre concluía aquí) facciones “cívico-militares-clericales” gobernaron a sangre de ley distintas comunidades del globo. Párrafo aparte merecería la historia de las que en pleno apogeo de esta concepción, sufrieron y padecieron la caracterización de “brujas”. Enviadas a la hoguera (la condición femenina, como en tantos casos de la historia, fue un agravante por la concepción patriarcal de un dios varón, cuyos hombres más cercanos debían y aún siglos después se mantiene la varonil jerarquía, ser no mujeres para comunicarse más estrechamente con ese dios-padre), todo
acto de indisciplina o desobediencia era previamente anunciado bajo tal figura para más luego ejecutar la orden, en un sistema punitivo que la narrativa presentaría con el épico nombre de “Santa Inquisición”. El conocimiento, es decir, el paso de la humanidad a una visión o cosmovisión lógico-racional, mediante el método científico, determinó que algunos más podían conocer esas reglas de juego a las que se accedía a través de un método, en el que -no necesariamente- solo podían participar los elegidos. Y no necesariamente quienes participaran terminarían siendo fusila-
Carnita dulzantes artificiales, batidos y barras energéticas llenaban su alacena mientras en su refrigerador se echaban a perder las frutas y las verduras. Salía a correr por las mañanas o al gimnasio por las tardes; hubo un tiempo en que hacía incluso las dos actividades en un mismo día, pero
regresaba agotada, casi muerta, tanto que algunas veces sufrió vahídos y desmayos. En fin, su necesidad por modificar la anatomía heredada por sus rubicundos ancestros se volvía cada vez más imperiosa amenazando con hacer realidad su sueño de desaparecer por completo volvién-
dose esqueleto en una tumba. Efectivamente, así hubiera sido si sus ojos no se hubieran cruzado con los míos, si nuestros corazones primero y luego, nuestros cuerpos y estómagos no hubieran coincidido. ¿Para qué dejar de comer chaparrita?, ¿para qué quieres estar como calaca? Lo que me importa de ti son tus curvas, no la carne pegada a los huesos. Le digo mientras veo el brillo de sus ojos cuando se lleva a la boca su oloroso taco de carnitas.
Río de Palabras
6 Por Pilar Alba
/// Francisco de Goya y Lucientes. El Aquelarre. Museo Lázaro Galdiano, Madrid.
Filosofía
E
l término “magia” proviene de una raíz persa que significa “tener poder”. Esta acepción se constituyó, no casualmente, en la piedra basal, de una forma de interpretar el mundo, que se dio en llamar “mágicoanimista”. Los hechos de la naturaleza (condiciones meteorológicas, tiempos de oportunos de siembra y cosecha) como los que afectaban al hombre en su ser más íntimo (salud, reproducción, muerte) eran decodificados, interpretados o leídos, por unos pocos, por quienes conocían, mágicamente, los sucesos acaecidos. Chamanes o magos eran los seres que escogidos por un demiurgo (no casualmente es una acepción platónica, que referencia al creador o hacedor), un prestidigitador, o hasta un genio maligno, depositaban arbitrariamente, casi dinásticamente, el poder en unos pocos a los que la comunidad les debía responder, social y políticamente. Esta concepción de la humanidad generaba este acto mágico que se traducía en el poder en unos pocos, en que lisa y llanamente, las reglas de juego eran solo conocidas por estos y los demás estaban subsumidos a este poder, a este conocimiento. Sobrevino, con la llegada del cristianismo una disputa entre quiénes podían detentar la oficialidad de la relación con los seres superiores o mágicos. En la figura de Simón el Mago, recae simbólicamente la disputa que más que religiosa se constituiría en una de orden del poder político-social. En el Nuevo Testamento se reconoce la figura citada, en Hechos 8:9-24 “usaba la hechicería” para diferenciarlo de la curia instituyente y constituyente que se terminaría de amalgamar para consolidar durante siglos la estructura occidental teocentrista, que dominaría las relaciones de poder hasta la llegada, o el acuerdo con los sectores militares o tuteladores del dominio exclusivo y excluyente, de la fuerza pública. Este proceso, se observó hasta bien entrado el siglo XX donde por la razón (la del poder vinculado a esa magia, oficializada en fe, dogma o religiosidad) o
dos o desaparecidos, como muchos lo fueron, por el pecado capital de querer profanar aquella tutela o patrimonio de la verdad. Esa verdad, insistimos, estaba vinculada al poder sobrenatural de que solo mediante la disciplina eclesial se podría mantener una relación con Dios, para a partir de este vínculo, gobernar sobre los cuerpos (con el consabido apoyo de las armas) y sobre las cabezas como las almas. Así como Sócrates hubo de ser condenado a muerte, por preguntar, la simonía política y social es alteradora del orden establecido. Pretender conjeturar, es decir, pensar, reflexionar, razonar y filosofar, por fuera de los cánones determinados, más allá del ejercicio disciplinar y académico (el título habilitante para que te reconozcan como autorizado, la licencia para doctorar de acuerdo a los términos con los que te gobernaron previamente para que sin darte cuenta, seas pensado por tales opresores) solo será difundido y comunicado por las cadenas de medios que se avienen a replicar, solamente esos discursos que no salen de la norma. En caso de que, por el misterio de la vida (el inescrutable que ningún mago, es decir, que ningún poderoso tiene ni podrá tener) cada tanto surjan hechiceros que obren el milagro que se puedan ver, pensar y leer, conceptos que brinden la libertad necesaria e indispensable de la existencia de otras opciones, bienvenida sea la caracterización, que brutalidad mediante, pretenden consagrar como maliciosa y perniciosa, por parte de seres temerosos que aferrados a posiciones privilegiadas y de poder, vía la temeridad, imputan todavía a ciertos pensantes, bajo los significantes de hechiceros, gurúes o nigromantes. La filosofía como dinámica es el obrar precisamente de brujas que barren con lo absoluto de una verdad única e insoslayable. Tal vez la condición monoteísta de ciertas populosas religiones, habilite menos la posibilidad de que pensemos en lo múltiple, a riesgo de que no necesariamente los cultos politeístas lo hagan. De todas maneras se vuelve sobre el mismo punto, la hechicería, en esta resignificación que se propone es la práctica del filosofar.