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Crack
by La Mirilla
Por Matías Ruiz Díaz
En estos días asistimos a una ruptura que no es nueva en nuestra sociedad, pero que logró acaparar la agenda política a partir de los productores rurales que se llaman a sí mismos “autoconvocados”. Estos productores proponen construir “un solo Uruguay”, pero hay quienes consideran que más que unirnos, sus demandas nos separan como país. ¿Hasta dónde llega la oposición campo-ciudad en Uruguay? ¿El campo nos une o nos separa como sociedad? ¿Es posible lograr un solo Uruguay?
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Una tarde de enero, más de 30 grados de calor, cientos de personas levantan y revolean banderas de Uruguay en el medio de un campo en el centro del país. Entre aplausos y arengas, el calor en Durazno parece precipitarse. Parado sobre el estrado, un productor rural de Paysandú lee un discurso. “Una sociedad unida no tiene chance de fracaso. Queremos una sola República Oriental del Uruguay, soberana, libre y sin divisiones. Queremos un solo Uruguay”, decía Federico Holzmann, el productor sanducero. Esta no era una frase más de su oratoria: se trataba del meollo del asunto. Los reclamos de los del campo pretenden transcender las fronteras sectoriales y formar parte de una plataforma de demandas de varios sectores. El movimiento pretende que todos se nucleen en torno a las demandas propias de un sector, y por momentos parece lograrlo. Desde transportistas hasta comerciantes e industriales han apoyado estos reclamos. Sin embargo, la tarea de unir encuentra barreras, pues no toda la sociedad está dispuesta a subirse a este tren. Las demandas del campo contienen una dimensión política que, lejos de unir, parecen dividir. El lunes 19 de febrero no era un día más. Comenzaban las Mesas de Diálogo entre el gobierno y gremiales vinculadas al agro, y también estaban convocados los autoconvocados. La puerta del Ministerio de Ganadería estaba “hasta las manos” de gente. Periodistas y productores se agolparon en la calle Constituyente, pero nadie imaginaba lo que iba a pasar. El mismísimo presidente de la República, Tabaré Vázquez, se acercaría a dialogar con los protestantes y terminaría discutiendo con los productores. La discusión subió de tono y cuando el presidente se disponía a subirse al auto, alguien soltó una frase que en el correr de las horas se volvería hashtag y trending topic: “Nos vemos en las urnas, Tabaré”. “Sabes que me gustó lo que me dijiste, esto es un movimiento político”, respondió Tabaré. Varios son los políticos que han afirmado que se trata de una movida electoral, más que de un genuino reclamo de un grupo organizado. Los autoconvocados serían una especie de movimiento que no representa todos los intereses del campo, sino demandas que esconden una perspectiva electoral. “En algunos departamentos, la filiación partidaria de buena parte de sus acólitos está clara: es un paro no solo contra el gobierno sino contra el Frente Amplio de cara al 2019”, escribía la senadora del sector Casa Grande del Frente Amplio, Constanza Moreira, en su cuenta de Facebook a mediados de enero, cuando el movimiento de autoconvocados se encontraba en plena gestación. En la misma línea se expresaron otros tantos dirigentes frenteamplistas de los diferentes sectores políticos que integran el mosaico partidario. Y más allá de la opinión particular sobre este caso, es importante tener en cuenta que, bien o mal, el campo ha servido como elemento estructurante de la dinámica política del país. Los politólogos y los estudiosos del comportamiento electoral de las personas se han encargado de mostrar cómo existen factores que permiten explicar el alineamiento de los electores a la oferta de partidos existente. Hay elementos que dividen o segmentan al electorado, induciendo a votar por diferentes partidos políticos. En 1967, un sociólogo norteamericano y un politólogo noruego, llamados Martin Lipset y Stein Rokkan, respectivamente, buscaban explicar el proceso de formación del Estado Nación en Europa. En esa oportunidad, acudieron a la idea de que existen algunos clivajes sociales que permiten dar cuenta de la base de formación de los sistemas políticos europeos. Iglesia-Estado, centroperiferia, capital-trabajo y rural-urbano eran las rupturas que ayudaban a explicar cómo se estructuraban tales sistemas. La literatura sobre clivajes se fue perfeccionando e incluso fue aplicada a los países latinoamericanos como Uruguay. En nuestro país, César Aguiar fue quien, desde la sociología política, en la década de 1980, se preocupó por dar cuenta de las características del sistema político uruguayo y del sistema de partidos, acudiendo a la noción de clivaje. Aguiar llamaba clivajes a “los puntos de ruptura, contradicción o conflicto en torno a los cuales se constituyen actores políticos, sean estos partidos, organizaciones no partidarias, movimientos sociales o electores individuales”. El clivaje campo-ciudad, o agropecuario-industrial, ha estado presente en la estructuración del sistema político uruguayo a lo largo de la historia. Desde siempre, los reclamos conservadores del agro han encontrado eco en diferentes sectores del sistema político nacional. El ruralismo conservador siempre se presentó contrario a las reformas sociales y económicas impulsadas por José Batlle y Ordoñez, encontrando un aliado en el Partido Nacional y también en el ala derecha del Partido Colorado. A partir de allí, allá por 1915, se gestaba la Federación Rural. En la década de 1950, se opusieron al proyecto industrializador del neobatllismo aliándose con los sectores de derecha de los partidos tradicionales. Contribuyeron electoralmente al primer triunfo histórico del Partido Nacional en 1958, despojando del poder al Partido Colorado después de 93 años en el gobierno. Las propuestas del ruralismo encontraron voz en los gobiernos colorados de Gestido, Pacheco y Bordaberry. El campo siempre se ha mostrado como un conjunto de demandas que se encuentran en pugna con otras, predominando una visión conservadora. El conservadurismo rural trae consigo una visión sobre el país, su desarrollo y su devenir, que se contrapone a otras visiones. Este conservadurismo opositor a proyectos modernizadores ha generado que desde la izquierda se genere cierta desconfianza hacia el agro. La cuestión se mueve en el plano de las ideas y en la construcción discursiva de “otro” que constituye una amenaza, lo que se encuentra atado a la vinculación histórica del conservadurismo rural con parte del sistema político. Hace unas semanas, la historiadora económica María Inés Moraes, señalaba en el semanario Brecha (en la edición del 23 de febrero) que desde la izquierda, “la ganadería ha sido vista como fuente de todos los males”. La narrativa histórica de la izquierda uruguaya ha tenido un sesgo de anticonservadurismo agrario. En el mismo sentido, el historiador Gerardo Caetano expresaba ante el mismo medio (en la edición del 9 de febrero) que “hay que cambiarse los lentes”, que hay visiones de la “izquierda montevideana, primitiva” que conservan una imagen estancada del campo y no logran ver los cambios que se han procesado en los últimos años. Parecería ser que el estigma que cae sobre el campo se ata a su histórica promoción de demandas propias del conservadurismo rural. Falta tomar conciencia de que el campo no es uno solo, sino que existen múltiples realidades en su interior.
Un país sin conciencia
Saliendo del ángulo político, la falta de conciencia sobre el rol del campo es un tema en el tapete. Para el gobierno, la cuestión va más allá de ideologías. Paradójicamente, el gobierno al que le caen los reclamos del agro tiene como prioridad persuadir a los uruguayos de que el campo es el motor y dinamizador del crecimiento del país. Desde el Ministerio de Ganadería (MGAP), se sostiene que los uruguayos no tenemos conciencia sobre la importancia del campo en el desarrollo del Uruguay. La oposición campociudad es una preocupación para los gobernantes y desde el año pasado se trabaja para mitigar los prejuicios presentes en la sociedad. No solo es uno de los puntos que se intentan atacar en las mesas de diálogo del sector, que hace unas semanas funcionan lideradas por el MGAP, sino que es el sexto pilar que la cartera toma como principio para su gestión. En 2017, el ministerio presentaba un proyecto para superar esa brecha, Conciencia Agropecuaria, que es financiado con fondos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) y el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA). El país se propone generar alimento de calidad y con valor agregado ambiental para 50 millones de habitantes en el año 2030, y el desarrollo del sector agropecuario se vuelve un paso fundamental para lograr este objetivo: tiene que ser un sector atractivo para atraer personal calificado y motivado. Desde el MGAP no tenían claro cuánto se conoce la realidad del agro en el país, si se valora o no, o si los uruguayos ven oportunidades en la actividad agropecuaria. En este contexto nació Conciencia Agropecuaria. En 2017 se ejecutó la fase de diseño, y este año se comenzará a implementar. La etapa de diseño implicó el análisis prospectivo, estudios de opinión pública y, en base a ello, el diseño de una estrategia de comunicación. Se llegó a la conclusión de que conciencia agropecuaria es más que alcanzar una imagen positiva del sector. Es promover una transformación en la sociedad para que las personas se identifiquen con el agro. Los estudios de opinión pública permitieron conocer prejuicios y estereotipos sobre el campo. Solo el 46 % de los uruguayos considera que el campo es importante en sus vidas, prevaleciendo una visión negativa sobre él. Si bien existe cierta conciencia sobre la importancia del agro en la economía, hay una visión sociocultural sobre la producción, los productores y los trabajadores rurales, que se gesta a partir del latifundio, el aislamiento, el daño ambiental, la explotación del trabajador rural, la consideración peyorativa sobre el trabajador rural y la estigmatización del productor, según afirmaba el especialista en temas agropecuarios, Tomás Laguna, quien participó de una exposición de los datos arrojados por el estudio. A partir de allí se generó una campaña que tendrá el objetivo de crear un nuevo imaginario. La campaña trabajará sobre los modelos ambientales, los estilos de vida y el vínculo en las relaciones y los puntos de contacto con el sector. A su vez, pretende mostrar la potencialidad del sector. El éxito de esta campaña contribuirá a diluir la ruptura campo-ciudad, facilitando la construcción de “un solo Uruguay”, por lo menos desde el imaginario social. La separación existe, tiene una dimensión política fuerte y también un arraigo en la opinión pública. El campo nos ha separado y nos separa, pero se trabaja para que esto cambie. Conflictos como el que mantiene el gobierno con los autoconvocados, lejos de contribuir al acercamiento, afectan el imaginario colectivo sobre el campo.