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Mujeres que viajan solas
by La Mirilla
POR CATALINA BERTÓN
Siempre quise viajar. De hecho, no recuerdo el momento justo cuando quise conocer el mundo, cruzar las fronteras de Uruguay (y mucho más de la ciudad en la que vivía) y ver con mis propios ojos todo lo que debía estudiar en el secundario: el Partenón, el Coliseo, las pirámides de Egipto, caminar por Paris… Pero cuando lo contaba, la respuesta clara que siempre recibía era una risita y un “déjate de soñar”. Por supuesto, caminar por La Gran Muralla estaba fuera de los límites de lo que se decía en voz alta.
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Entonces la oportunidad surgió. Había juntado cada peso que podía para poder viajar a Europa y ver todo aquello que había tenido que estudiar años antes. Todas esas clases de arte, de literatura y de historia parecían, de a poco, cobrar sentido. El tema era: tenía el dinero, tenía el tiempo, tenía la lista infinita de ciudades y lugares que quería ver… Pero no tenía con quién ir. En aquel momento mis amigos estaban en otros círculos de la vida, terminando facultad, mudándose con sus novios, o simplemente tenían un millón de prioridades antes de comer fish and chips en algún bar de Londres. Pero para mí no fue problema. Ni siquiera fue un motivo de estrés. Hablé con algunos amigos que tenía en el viejo continente y me compré un pasaje de ida y vuelta Ámsterdam – Montevideo.
Leé las historias completas en nuestra edición N°29