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lectura libro librería I camino calle ciudad Selva Hernández López

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fin.

fin.

PROFESOR

ALEJANDRO

HERNÁNDEZ

GÁLVEZ

CIUDAD DE MÉXICO ABRIL

2020 fue un año terrible, nadie lo duda. El confinamiento provocado por la pandemia llevó a centenares de negocios pequeños e independientes al cierre, uno de ellos fue la librería que heredé de mi madre, A través el Espejo, en la bonita avenida Álvaro Obregón de la colonia Roma en la Ciudad de México. Apenas iniciado el confinamiento, el casero me informó que tenía que desalojar el local de 250 metros cuadrados que albergaba cerca de cien mil libros, un territorio de papel y madera que floreció, unas veces cultivado, otras salvaje, durante 25 años.

Mi madre murió un viernes, el lunes siguiente fui a la librería para ver qué era eso que me había dejado: laberintos de libros, malos a primera vista. Una acumulación terrible, polvorienta y nada atractiva, un trabajo inacabable. Construyó a lo largo del tiempo una pequeña ciudad de libros dentro de las paredes enmohecidas y dañadas de su viejo edificio viejo. Avenidas y calles formadas por libreros, colonias selectas, espacios olvidados, zonas en construcción, barrancas, edificios a punto del derrumbe. Por toda la librería había pedazos de maderas, cajas, vigas de metal y cosas que no puedo imaginar si le sirvieron de algo.

Ella nunca tiró libros como suelen hacer los libreros de viejo para exhibir lo mejor. Los acumuló en los pisos para formar barreras y evitar pérdidas mayores con las frecuentes inundaciones. Una o dos veces al año, en temporada de lluvias, la insuficiencia de la obra pública llenaba la librería de agua.

Antes del cierre, llevé los mejores libros de A través del Espejo a mi casa-librería en la colonia Condesa. Busqué entre ellos mi ejemplar de París. Capital del siglo xix. Lo tenía guardado entre los libros que diseñados por Vicente Rojo para la Librería Madero. Los conservo, junto con todo lo que tengo diseñado por él, en la sección de libros especiales que guardo bajo llave. De los siete ejemplares que había, tomé tres: uno para mi maestro, otro para mí y uno más sin pastas y deshojado para leer durante el curso de La ciudad y su contexto.

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