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Un barrio sumamente laberíntico, una red de calles que durante años había evitado, se me volvió de repente claro cuando un día se mudó allí una persona amada. Era como si en su ventana se hubiera instalado un proyector que recortara la zona con haces luminosos.
Walter Benjamin, Calle de sentido único
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Haussmann y la demolición de las librerías
Haussmann se autonombró artiste démolisseur. En sus memorias subrayó que para él la demolición fue para él un gustoso carácter vocacional. Haussmann enajenó de su propia ciudad a los habitantes de París, quienes ya no se sintieron en casa y tomaron conciencia del carácter humano de la metrópoli. (Benjamin, 1971)
ILos libros tienen una cualidad portátil, y no. Nos mudamos con nuestros libros favoritos, pero a veces las circunstancias nos obligan a dejarlos en cajas en sótanos, casas de amigos, bibliotecas ajenas, librerías de ocasión. Muchos guardamos libros que nos acompañan desde la primera infancia y, al mismo tiempo, hemos perdido, por hurto o descuido, joyas adoradas.
Hui-Tzu, nos cuenta Octavio Paz, viajaba con cinco carros de libros en la China del siglo II. Los encargados de las mudanzas cobran una cuota extra cuando de cargar libros se trata. –¿Qué traes, piedras? –No, son libros. Es contradictoria la imagen del libro cuya cualidad material, portable y pesada, se contrapone a lo sublime de su contenido: ligereza, espíritu, cielo.
IAl cerrar el libro, bajamos de la nube, del tren, pausamos el viaje. Volvemos al cotidiano, lo cargamos con nuestras manos y llenamos nuestra maleta de tabiques. El libro-tabique de Jorge Méndez Blake. Los libros han sido piedras; los sumerios, egipcios, mayas, romanos construían sus monumentos y edificios con sus saberes inscritos en lápidas. A su cualidad pesada, se suma la orgánica. Las colecciones de libros necesitan buenos espacios; si no los tienen, son capaces de crecer debajo de la cama, como torres recargadas en los muros, expandirse a todos los rincones: la cocina, el comedor, el baño. Su crecimiento incontrolable y acelerado puede producir desastres como los que ocurren en terrenos incultos, y generan malestar:
Las dos toneladas de libros pesan sobre mis sueños como una inmensa pesadilla; a veces cuando me giro imprudentemente o grito en sueños y hago un movimiento brusco, me asusto y con horror presto oídos para saber si los libros se están desmoronando, tengo la impresión de que basta un leve roce de mi rodilla o un grito para que se precipite sobre mí, como un alud, toda aquella montaña que hay encima del baldaquín, para que sobre mí se vierta aquel cuerno de la abundancia repleto de libros y me aplaste como a una chinche (Hrabal, 2012).
ISi las lecturas son caminos, los libros son los edificios y las bibliotecas grandes ciudades. La construcción del conocimiento, todo libro es un camino, las grandes catedrales de la memoria, la ciudad de libros. La pantalla es una página múltiple y que engendra otras páginas: muro, columna o estela. Inmenso lienzo único sobre el que podría inscribirse un texto en un movimiento análogo, aunque inverso, al de un rollo chino que se despliega (Paz, 1973). En estas urbes de letras conviven los autores distantes en el tiempo y cercanos en ideas con la sencillez u opulencia de sus ejemplares; existe la posibilidad de armarlas y desarmarlas, de recorrerlas como un turista o como un viejo habitante.
IUn país se puede distinguir por la calidad de sus acervos, públicos o privados. Algunos trascienden al tiempo, a las guerras y migraciones. Sufren modificaciones y son transformados por su trayectoria.
La historia de las emigraciones de las bibliotecas privadas, comienza con Aristóteles, cuyos libros, según cuenta Estrabón, pasaron, a la muerte del maestro, a manos de Teofastro, y de éste a Neleo, que se los llevó consigo a la Tróada, donde es fácil que el acervo haya mermado en la rivalidad entre Pérgamo y Alejandría, ciudades que se disputaban los manuscritos con mano militar, caso único e inconcebible en nuestro tiempo. Lo cierto es que los herederos de Neleo escondieron lo que les quedaba en una bodega, donde los manuscritos aristotélicos estuvieron arrumbados por siglo y medio, y de donde Apelicón los desenterró para devolverlos a Atenas. De allí los conquistadores de Atenas se los llevaron a Roma, donde en calidad de botín pudieron al fin disfrutarlos los primeros organizdores del cuerpo aristotélico (Reyes, 1946).
ILos libros suelen ser perdedizos, algunos desdibujan sus lomos con el paso de los años, otros decoloran sus exteriores con la luz del sol. Ese libro amarillo que no encuentro tal vez ahora es blanco, sus letras doradas, ahora transparentes. El tiempo y el sol hacen lo suyo y sus estragos confunden todavía más al visitante de la librería. Los buenos ejemplares se pierden en la marea de papel.
IQuise abrir una librería diferente, un jardín cultivado con esmero en el que sus flores pudieran exhibirse hermosas sin el velo del libro sucio, decolorado o malo. Abrí La increíble librería, un oasis para la ciudad. Pero la tuve que vender por razones personales. Un jardín, una biblioteca personal o una librería querida en otras manos puede ser una gran tragedia que sólo sucede en la intimidad de quien la formó.
Muchas veces me sentí abrumada, cansada, incómoda en la librería de mi madre. Al fondo en las bodegas, había libros acumulados desde el siglo xx: ¿Cuándo tendré tiempo para ellos?, pensaba. Algunas veces llamé al camión del reciclaje para desalojar el pasillo conformado por libreros y así poder entrar al baño. Un camión de siete toneladas apenas despeja un pasillo estrecho. El polvo, acumulado desde 1995, formaba ya sólidas formas orgánicas parecidas a hormigueros sobre los ejemplares.
Desalojamos la librería en varias etapas. Primero sustraje con una disiplina que me sorprendió a mí misma, siete cajas de los mejores libros cada día, justo las que cabían en la cajuela del auto. Apenas el gobierno de la ciudad nos dio permiso para abrir, iniciamos un remate. Llegaron más de diez mil personas en quince días a buscar la oportunidad del libro barato o gratis. La segunda etapa de desalojo fueron esos días en los que los libros se caían de sus estantes, y la gente se apelotonaba frente a las pilas devastadas. Como siempre, la muchedumbre esconde diferentes intenciones. Yo me sentaba a llorar detrás del mostrador: la librería de mi madre se desbarataba frente a mis ojos. La tercera etapa fue de mudanzas y camiones. Compré dos contenedores y guardé en ellos 45 toneladas de papel y maderas forradas con plástico. En casa quedaron las mejores flores para ser trasplantadas y abrir un nuevo jardín, en la obscuridad de los contenedores en un estacionamiento en Tlanepantla, los restos demolidos a la espera de formar nuevas construcciones.
Este año de confinamiento he pasado por varias etapas, todas ellas entre libros. De los libros, unos construcción, otros barricada, unos más caminos y otros más viajes, todos conversaciones. De las conversaciones, mi preferida fue con el París del siglo xix de Walter Benjamin.