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El niño sigue sus huellas a medias borradas. Al leer se tapa los oídos; su libro descansa sobre la mesa demasiado alta y la mano está siempre sobre la página. Para él las aventuras del héroe se han de leer todavía en el torbellino de las letras como figura y mensaje en la agitación de los copos. Su aliento está en el aire de los acontecimientos, y todas las figuras lo respiran. Se mezcla con los personajes mucho más que el adulto. Los acontecimientos y las palabras intercambiadas le afectan indeciblemente, y cuando se levanta, está completamente cubierto por la nieve de lo leído.
Walter Benjamin,
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El interior y las bibliotecas personales
Para el ciudadano común, por vez primera el espacio que vivía se diferenció del lugar de trabajo. Aquél se constituyó como el interior. El despacho donde guardaba sus libros de cuentas fue su complemento. El ciudadano común que se enfrentaba a la realidad en su despacho pedía al interior que mantuviera sus ilusiones. (Benjamin, 1971)
ILas bibliotecas forman interiores de paisajes movibles, transformables. El paseo del flâneur se da al abrir los ejemplares y encontrar conversaciones unidireccionales: el libro solo habla hacia el lector y entonces el lector dialoga con sí mismo, lo confronta con otras lecturas y su conversación se extiende hacia afuera: los libros solo sirven por las conversaciones que generan, dijo Gabriel Zaid:
Pero escribir, leer, editar, imprimir, distribuir, catalogar, reseñar, pueden ser leña al fuego de esa conversación, formas de animarla. Hasta se pudiera decir que publicar un libro es ponerlo en medio de una conversación, que organizar una editorial, una librería, una biblioteca, es organizar una conversación. Una conversación que nace, como debe ser, de la tertulia local; pero que se abre, como debe ser, a todos los lugares y a todos los tiempos. (Zaid, 2004)
IMi tío Ubaldo vive en un edificio de la calle de Donceles lleno de libros. En su interior, la librería se convierte en casa, la casa abre sus puertas para el bibliómano interesado. Sus patios, llenos de libros en desuso, son más escenario que librería, menos librería que espacio. Una vez el cubo de la escalera, medio Borges, medio Escher, se pobló de enciclopedias, que crecieron hacia toda la altura de sus cuatro pisos.
IEl interior fue el refugio del arte. El coleccionista fue el verdadero habitante del interior. La glorificación de las cosas se hizo su pasión. A él le tocó la tarea de Sísifo, que consistió en poseer las cosas para quitarles su carácter de mercancía. Pero les confirió más un valor de especialista que un valor de uso. El coleccionista soñó con estar en un mundo que no solo encontraba lejos en la distancia y en el tiempo, sino que era un mejor mundo en el que, por cierto, la gente se veía tan mal satisfecha en sus necesidades como en el mundo cotidiano, pero en donde las cosas se habían liberado de la esclavitud de ser útiles. (Benjamin, 1971)
IUna biblioteca solo sirve a su dueño, pocas son las que trascienden íntegras a su muerte. A veces los herederos las conservan y continúan la colección: grandes bibliotecas formadas por dos o tres vidas. A pesar de poder vencer a la muerte por un tiempo, estas colecciones completadas por generaciones suelen tener un destino final; la biblioteca puede ser donada, entonces se congela: nada ni nadie podrá quitar o agregar ejemplares, y sus libros quedan a merced de un posible lector que muchas veces no llega al solitario espacio de colecciones especiales en la biblioteca. Por eso creo que el mejor destino de una buena biblioteca es la librería de viejo. Nuevos propietarios le dan vida a viejos ejemplares que salen de las librerías felices por el encuentro casual. Un ejemplar valioso y escaso, que ha sobrevivido a incendios, inundaciones, guerras, mutilaciones, y trasciende en el tiempo, llega a manos de un nuevo propietario. Éste lo atesorará, le pondrá su ex libris con la ilusión de ser su dueño aunque sea por un momento. Hasta que muere. Y su biblioteca llega a una librería de viejo donde un nuevo encuentro hará su parte. Hay ejemplares con más de tres ex libris que nos recuerdan que la vida del ser humano es más breve que la de algunos libros.
ILos libros son para leerse. Un libro que no se abre, con los años se deteriora. Los libros ocupan espacio, pesan. Son susceptibles al polvo y la humedad. Deben tomarse con las manos limpias y hay que saber manejarlos. Si su pertenencia no responde a una necesidad particular, solo se trata de un objeto que resta espacio y tiende a acumular polvo, un receptáculos idóneo para la humedad y el hongo, alimento de insectos y habitación de formas microscópicas de vida.
IA veces pienso que los espacios en los que se acomodan los libros, los objetos, son organismos vivos cuyo crecimiento y orden responde a factores externos. Así como la vegetación de los terrenos incultos se adapta al aire, agua y luz, las pilas de libros en crecimiento encuentran huecos, sostenes en paredes u otras pilas de libros, refugio en cajas, mesas, libreros, se salen de sus libreros y se acomodan sobre la mesa, entre los muros. Se llenan de polvo, y como a los terrenos incultos, les crece vida.