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Si hace siglos comenzó a tenderse paulatinamente, pasando de la inscripción vertical al manuscrito que reposaba inclinado sobre los pupitres para finalmente acostarse en el libro impreso, ahora comienza a levantarse nuevamente del suelo con la misma lentitud. El periódico ya se lee más en vertical que en horizontal, el cine y la publicidad imponen por completo la escritura a la dictadura de lo vertical. Y antes de que el contemporáneo llegue a abrir un libro, sobre sus ojos se abate un torbellino tan denso de letras mudables, coloridas, discordantes, que sus posibilidades de penetrar en el arcaico silencio del libro se han vuelto escasas. Las nubes de langostas de la escritura que ya hoy en día eclipsan el sol del presunto espíritu a los habitantes de las grandes ciudades se irán haciendo cada año más espesas.

Walter Benjamin, Calle de sentido único

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Daguerre y los libros-álbum

En la misma época hubo una literatura diorámica: Le livre des Centet-Un, Les Français peints per eux-mêmes, Le diable à Paris, La grande ville pertenecen al mismo género. Estos libros fueron a la preparación para una obra literaria colectiva, a la cual Giardin le había creado un lugar durante los años treinta con el folletín. (Benjamin, 1971)

IGuardé algún tomo suelto que me encontré en las bodegas de la librería de mi madre de Le livre des Cent-et-Un porque contenía un relato de Charles Nodier: “El bibliómano”. Lo busqué con afán para este ensayo, no lo encontré. Entre mudanza y mudanza se ha traspapelado, pienso. Pero encuentro Los mexicanos pintados por ellos mismos, una edición facsimilar de la Biblioteca Nacional de México. Una más de los afrancesamientos del porfiriato mexicano. La literatura diorámica se propagó en México y generó grandes álbumes ilustrados: Álbum del ferrocarril mexicano, México y sus alrededores, Atlas geográfico de México, grandes tomos ilustrados con litografías de Casimio Castro, Decaen, Santiago Hernández que ahora alcanzan precios increíbles. Mercancías liberadas de la esclavitud de su utilidad, diría Walter Benjamin.

IUna biblioteca solo sirve a su dueño, pocas son las que trascienden íntegras a su muerte. A veces los herederos las conservan y continúan la colección: grandes bibliotecas formadas por dos o tres vidas. A pesar de poder vencer a la muerte por un tiempo, estas colecciones completadas por generaciones suelen tener un destino final; la biblioteca puede ser donada, entonces se congela: nada ni nadie podrá quitar o agregar ejemplares, y sus libros quedan a merced de un posible lector que muchas veces no llega al solitario espacio de colecciones especiales en la biblioteca. Por eso creo que el mejor destino de una buena biblioteca es la librería de viejo. Nuevos propietarios le dan vida a viejos ejemplares que salen de las librerías felices por el encuentro casual. Un ejemplar valioso y escaso, que ha sobrevivido a incendios, inundaciones, guerras, mutilaciones, y trasciende en el tiempo, llega a manos de un nuevo propietario. Éste lo atesorará, le pondrá su ex libris con la ilusión de ser su dueño aunque sea por un momento. Hasta que muere. Y su biblioteca llega a una librería de viejo donde un nuevo encuentro hará su parte. Hay ejemplares con más de tres ex libris que nos recuerdan que la vida del ser humano es más breve que la de algunos libros.

ITengo tantos libros que ordenar, que para mi biblioteca particular ya no guardo libros que no uso. Dejé el coleccionismo de papel con mi primer divorcio, las bibliotecas disgregadas se convierten a libros antes tesoros en papeles acumulados sin sentido.

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