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Cual Gulliver, el niño recorre países y pueblos de sus sellos postales. La geografía y la historia de los liliputienses, toda la ciencia del pequeño pueblo con todos sus números y nombres le son imbuidas mientras duerme. Toma parte en sus negocios, asiste a sus purpúreas asambleas, contempla la botadura de sus barquitos y celebra jubileos con sus testas coronadas, que reinan detrás de setos.

Walter Benjamin,

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Baudelaire, la caminata y la lectura

La muchedumbre fue el velo tras el cual la ciudad conocida como fantasmagoría incitaba al flâneur. En ella la ciudad era a veces paisaje, a veces aposento. (Benjamin, 1971)

IAl leer se tiene la misma sensación que al caminar: se avanza. Es un libro aburrido, lo acabé sólo por disciplina, me dijo una vez una escritora. Terminar un libro es una cima lograda: después del esfuerzo, ganamos ese horizonte de Gadamer. Hay caminatas de dificultad baja, media o alta; además del fin último de ir de un lugar a otro, las hay para pasear, conocer, fortalecer el cuerpo, contemplar, meditar. Para cada tiempo hay un libro, nos dice Alberto Mangel: Compadezco al pobre lector que se halla con el libro equivocado en un percance difícil (Manguel, 2014). Coinciden las relecturas con el decir del alpinista de “Nunca se sube la misma montaña”. Para aprender algo nuevo, afirma el naturalista John Burroughs, recorre hoy la vereda que tomaste ayer (Sussman, 1980).

La estructura del libro nos permite saltar capítulos, leer el final al principio, elegir el momento para cerrarlo, volver las páginas, releer lo interesante. También al caminar se puede volver sobre los mismos pasos, andar en zigzag, descansar en el medio, cambiar o evadir de repente el destino. También la actitud cuenta: Existe una gran diferencia, señala G. K. Chesterton, entre el hombre deseoso por leer un libro, y el hombre cansado que quiere un libro para leer. (Sussman, 1980). Los peripatéticos, “los que suelen pasear mucho”, al igual que filósofos de todas las épocas, caminaban para pensar (Solnit, 2015).

Todo es camino, dice la insigne librera neoyorquina Madge Jenison: La mitad de los libros te arrojan por uno o varios caminos (Sussman, 1980). La lectura se realiza la mayoría de las veces a puerta cerrada –por dentro– y a solas; en cambio, caminar es en ocasiones una acción extrovertida y de convivencia: salimos al mundo y necesitamos a veces la compañía de alguien, o la protección de un grupo. Se sabe de peregrinos solitarios que recorren el mundo en la búsqueda de algo; también hay lecturas públicas, en voz alta, los cuentacuentos existen. Se comparten lecturas colectivas, se leen los cantos y en las iglesias católicas nos ponemos de pie en señal de respeto durante la lectura del Sagrado Evangelio. De un modo u otro, la lectura pública o la caminata en soledad son un acto íntimo e individual. Tao es el camino, y el camino empieza y acaba en ti mismo (Lao-Tse, 2019). Pública o privada, la lectura es un acto interior. En grupo o individualmente, lo que sucede al caminar o al leer, sólo pertenece al que lo experimenta. Leer la ciudad y caminar un libro: When I am not walking, I am reading; I cannot sit and think. Books think for me (Charles Lamb en Madden, 2014).

ILas recurrentes metáforas de mapas y diagramas, memorias y sueños, laberintos y arcadas, vistas y panoramas, evocan cierta visión de ciudades, así como ciertos modos de vida. París, escribe Benjamin, “me enseñó el arte de extraviarme”. [...] Con estas metáforas, está indicando un problema general acerca de la orientación, y levantando una norma de dificultad y complejidad (un laberinto es un lugar donde perderse). [...] La metáfora del laberinto también sugiere la idea de Benjamin de obstáculos levantados por su propio temperamento (Sontag, 2007).

IOtra cosa sucede cuando hablamos de el acto de escribir. Aunque un buen texto no hace un buen libro y un buen libro no es un buen texto, poco es lo que vale la pena en estos tiempos –y en los pasados– pasar al papel impreso en su formato de pretencioso gesto: el libro.

La eficacia literaria significativa solo puede nacer del riguroso intercambio entre acción y escritura: ha de plasmar, en folletos, opúsculos, artículos periodísticos y carteles, las modestas formas que corresponden mejor a su influencia en comunidades activas que el pretencioso gesto universal del libro (Benjamin, 2015).

ICuando se trata de libros, hay quien sabe exactamente lo que busca y quien sabe que busca algo, aun sin saber exactamente qué. Los asiduos buscadores de libros saben bien que una cosa lleva a la otra y que los encuentros fortuitos a veces parecen más deseos materializados que azarosas casualidades, un día tenderemos una explicación científica que nos dirá por qué a veces nuestros deseos resultan tan poderosos. La búsqueda obsesiva de algún libro particular puede despertar una pasión tremenda salpicada de amor-odio; ese contradictorio sentimiento de añadir, completar y, ante la frustración, mejor deshacerse de todo. A veces un libro le da sentido a otros diez; sin el ejemplar rector, los otros resultan una suerte de papelitos encuadernados, una acumulación que ocupa un lugar absurdo en el espacio, una ruina monumental, una construcción futura, ciudad en proceso. La colección está destinada a la incompletud, a la eterna búsqueda. En esta travesía se recorren librerías, bibliotecas públicas y privadas, libreros ajenos. En el viaje nos acompañan los libreros, los sabios académicos, las lecturas y los aventureros colegas que a veces nos dan una pista, una nota o la noticia del anhelado hallazgo. Un coleccionista es un sabueso que anota detalles, datos y lugares. Está a la caza de sus ejemplares con la mirada atenta y las antenas bien sintonizadas.

Un barrio sumamente laberíntico, una red de calles que durante años había evitado, se me volvió de repente claro cuando un día se mudó allí una persona amada. Era como si en su ventana se hubiera instalado un proyector que recortara la zona con haces luminosos.

Walter Benjamin, Calle de sentido único

Haussmann y la demolición de las librerías

Haussmann se autonombró artiste démolisseur. En sus memorias subrayó que para él la demolición fue para él un gustoso carácter vocacional. Haussmann enajenó de su propia ciudad a los habitantes de París, quienes ya no se sintieron en casa y tomaron conciencia del carácter humano de la metrópoli. (Benjamin, 1971)

ILos libros tienen una cualidad portátil, y no. Nos mudamos con nuestros libros favoritos, pero a veces las circunstancias nos obligan a dejarlos en cajas en sótanos, casas de amigos, bibliotecas ajenas, librerías de ocasión. Muchos guardamos libros que nos acompañan desde la primera infancia y, al mismo tiempo, hemos perdido, por hurto o descuido, joyas adoradas. Hui-Tzu, nos cuenta Octavio Paz, viajaba con cinco carros de libros en la China del siglo II. Los encargados de las mudanzas cobran una cuota extra cuando de cargar libros se trata. –¿Qué traes, piedras? –No, son libros. Es contradictoria la imagen del libro cuya cualidad material, portable y pesada, se contrapone a lo sublime de su contenido: ligereza, espíritu, cielo.

IAl cerrar el libro, bajamos de la nube, del tren, pausamos el viaje. Volvemos al cotidiano, lo cargamos con nuestras manos y llenamos nuestra maleta de tabiques. El libro-tabique de Jorge Méndez Blake. Los libros han sido piedras; los sumerios, egipcios, mayas, romanos construían sus monumentos y edificios con sus saberes inscritos en lápidas. A su cualidad pesada, se suma la orgánica. Las colecciones de libros necesitan buenos espacios; si no los tienen, son capaces de crecer debajo de la cama, como torres recargadas en los muros, expandirse a todos los rincones: la cocina, el comedor, el baño. Su crecimiento incontrolable y acelerado puede producir desastres como los que ocurren en terrenos incultos, y generan malestar:

Las dos toneladas de libros pesan sobre mis sueños como una inmensa pesadilla; a veces cuando me giro imprudentemente o grito en sueños y hago un movimiento brusco, me asusto y con horror presto oídos para saber si los libros se están desmoronando, tengo la impresión de que basta un leve roce de mi rodilla o un grito para que se precipite sobre mí, como un alud, toda aquella montaña que hay encima del baldaquín, para que sobre mí se vierta aquel cuerno de la abundancia repleto de libros y me aplaste como a una chinche (Hrabal, 2012).

ISi las lecturas son caminos, los libros son los edificios y las bibliotecas grandes ciudades. La construcción del conocimiento, todo libro es un camino, las grandes catedrales de la memoria, la ciudad de libros. La pantalla es una página múltiple y que engendra otras páginas: muro, columna o estela. Inmenso lienzo único sobre el que podría inscribirse un texto en un movimiento análogo, aunque inverso, al de un rollo chino que se despliega (Paz, 1973). En estas urbes de letras conviven los autores distantes en el tiempo y cercanos en ideas con la sencillez u opulencia de sus ejemplares; existe la posibilidad de armarlas y desarmarlas, de recorrerlas como un turista o como un viejo habitante.

IUn país se puede distinguir por la calidad de sus acervos, públicos o privados. Algunos trascienden al tiempo, a las guerras y migraciones. Sufren modificaciones y son transformados por su trayectoria.

La historia de las emigraciones de las bibliotecas privadas, comienza con Aristóteles, cuyos libros, según cuenta Estrabón, pasaron, a la muerte del maestro, a manos de Teofastro, y de éste a Neleo, que se los llevó consigo a la Tróada, donde es fácil que el acervo haya mermado en la rivalidad entre Pérgamo y Alejandría, ciudades que se disputaban los manuscritos con mano militar, caso único e inconcebible en nuestro tiempo. Lo cierto es que los herederos de Neleo escondieron lo que les quedaba en una bodega, donde los manuscritos aristotélicos estuvieron arrumbados por siglo y medio, y de donde Apelicón los desenterró para devolverlos a Atenas. De allí los conquistadores de Atenas se los llevaron a Roma, donde en calidad de botín pudieron al fin disfrutarlos los primeros organizdores del cuerpo aristotélico (Reyes, 1946).

ILos libros suelen ser perdedizos, algunos desdibujan sus lomos con el paso de los años, otros decoloran sus exteriores con la luz del sol. Ese libro amarillo que no encuentro tal vez ahora es blanco, sus letras doradas, ahora transparentes. El tiempo y el sol hacen lo suyo y sus estragos confunden todavía más al visitante de la librería. Los buenos ejemplares se pierden en la marea de papel.

IQuise abrir una librería diferente, un jardín cultivado con esmero en el que sus flores pudieran exhibirse hermosas sin el velo del libro sucio, decolorado o malo. Abrí La increíble librería, un oasis para la ciudad. Pero la tuve que vender por razones personales. Un jardín, una biblioteca personal o una librería querida en otras manos puede ser una gran tragedia que sólo sucede en la intimidad de quien la formó.

Muchas veces me sentí abrumada, cansada, incómoda en la librería de mi madre. Al fondo en las bodegas, había libros acumulados desde el siglo xx: ¿Cuándo tendré tiempo para ellos?, pensaba. Algunas veces llamé al camión del reciclaje para desalojar el pasillo conformado por libreros y así poder entrar al baño. Un camión de siete toneladas apenas despeja un pasillo estrecho. El polvo, acumulado desde 1995, formaba ya sólidas formas orgánicas parecidas a hormigueros sobre los ejemplares.

Desalojamos la librería en varias etapas. Primero sustraje con una disiplina que me sorprendió a mí misma, siete cajas de los mejores libros cada día, justo las que cabían en la cajuela del auto. Apenas el gobierno de la ciudad nos dio permiso para abrir, iniciamos un remate. Llegaron más de diez mil personas en quince días a buscar la oportunidad del libro barato o gratis. La segunda etapa de desalojo fueron esos días en los que los libros se caían de sus estantes, y la gente se apelotonaba frente a las pilas devastadas. Como siempre, la muchedumbre esconde diferentes intenciones. Yo me sentaba a llorar detrás del mostrador: la librería de mi madre se desbarataba frente a mis ojos. La tercera etapa fue de mudanzas y camiones. Compré dos contenedores y guardé en ellos 45 toneladas de papel y maderas forradas con plástico. En casa quedaron las mejores flores para ser trasplantadas y abrir un nuevo jardín, en la obscuridad de los contenedores en un estacionamiento en Tlanepantla, los restos demolidos a la espera de formar nuevas construcciones.

Este año de confinamiento he pasado por varias etapas, todas ellas entre libros. De los libros, unos construcción, otros barricada, unos más caminos y otros más viajes, todos conversaciones. De las conversaciones, mi preferida fue con el París del siglo xix de Walter Benjamin.

Arrancar una cita de su lugar de origen, del texto original, es, como veremos, un proceso completamente característico (un gestus benjaminiano); la destrucción es aquí un modus operandi inesperadamente agradable. (Jameson, 2020).

El propio libro [Calle de sentido único] está construido como una calle que, al ser recorrida en la lectura, nos lleva al encuentro, fortuito y accidental, de palabras y consideraciones, lo mismo que en la ciudad moderna el caminante se ve interpelado por el reclamo de la publicidad, el escaparate y el ruido. Sus materiales son aforismos, juegos de palabras, sueños, pequeñas prosas (Marion, 1992).

Referencias

Alejandro, A., & Manguel, A. (2014). Para cada tiempo hay un libro. Sexto Piso.

Benjamin, W. (2015). Calle de sentido único. Akal.

Benjamin, W., & Muñoz, A. B. (2015). Calle de sentido único. Akal.

Benjamin, W., & Ortega, F. (2015). Desembalo mi biblioteca: El arte de coleccionar. José J. de Olañeta.

Benjamin, W. (1971). París, capital del siglo XIX. Libreria Madero.

Fourier, C., & Novella, J. M. (1980). Doctrina social (el falansterio). Júcar.

Jameson, F. (2020). The Benjamin files. Verso.

Madden, P. (2014). Quotidiana. Univ Of Nebraska Press.

Marion, F. J. (1992). Walter Benjamin: Tiempo, lenguaje, metrópoli. Arteleku; Departamento de cultura y turismo.

Paz, O. (1973). El signo y el garabato. Joaquín Mortiz.

Paz, O. (1997). Trazos. El equilibrista.

Solnit, R., & Matus, A. (2015). Wanderlust: Una historia del caminar. Capitán Swing.

Sontag, S. (2007). Bajo el signo de Saturno. Debolsillo.

Sussman, A., & Goode, R. (1980). The magic of walking. Simon and Schuster.

Zaid, G. (2004). El costo de leer y otros ensayos. CONACULTA.

Las fotografías que integran este ensayo son de Alex Dorfsman, para el libro Nostalgia adquirida 2 (inédito) (páginas 18, 32, 48, 58, 66), Ilán Rabchinskey para el libro Libreros (Ediciones Acapulco, México, 2017) (páginas 44-45, 61 y 62) y Selva Hernández (todas las demás) para sus diarios de vida (2014-2021).

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