La traducción de esta obra ha recibido una ayuda del Goethe-Institut, financiado por el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán.
serie Verbal | Visual consejo editor Joaquín Gallego Arturo Leyte
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© Helena Cortés Gabaudan, 2011, de la edición, traducción, introducción y notas © Arturo Leyte Coello, 2011, del epílogo © © © © © ©
Sampsa Sulonen, Grullas en vuelo Louisa Gouliamaki / AFP / Getty Images, Thick smog covers the city of Athens, 2008 Bundesarchiv, Bild 101 I-165-0419-19A, Bauer/ Mai 1941, Griechenland, Deutsche Wehrmacht in Athen Ramiro Sánchez-Crespo, Sin título, Museo Británico, 2008 Luis Asín, Sin título, Kithera, 2004 Sylvia Plachy, Sunrise, Alicante, 2006 (fragmento), de la fotografía de contracubierta
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Joaquín Gallego Carmen Pérez Sangiao Brizzolis, arte en gráficas Ramos
ISBN: 978-84-93888688 Depósito legal: M-44815-2011
introducción: El Archipiélago. Versos para un mar con destino histórico El acontecer poético de Grecia Aspectos filológicos del Poema
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Der Archipelagus Notas al Poema
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epílogo: El Archipiélago. Zona poética
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El Archipiélago versos para un mar con destino histórico Helena Cortés Gabaudan
A pesar de la escasez de textos alemanes traducidos al castellano, en el caso que nos ocupa se podría hablar casi de abundancia. Siendo Hölderlin un poeta de culto, varios han sido los que desde Cernuda se han aventurado en traducir su poesía y, concretamente, El Archipiélago. Además de la ya clásica traducción de Luis Díez de Corral, sorprenden las posibilidades que nos ofrecen tanto las reconocidas ediciones en papel 1 como las versiones electrónicas más desconocidas y diletantes. Por ello, parecería innecesario publicar una nueva traducción, si no fuera porque el presente intento se desmarca por completo, en dos sentidos, de todo lo hecho hasta ahora. Por un lado, se trata de una edición en la que unas pocas y singulares fotografías desafían al que quiera leer el Poema desde una óptica contemporánea y no como mera arqueología poética. En efecto, las imágenes no solo son actuales, sino que en apariencia contrastan radicalmente con la serena belleza de los versos de Hölderlin y, desde luego, son todo menos lo que respondería a la clásica concepción de «ilustrar un texto»: no ilustran, sino que destruyen, pero la destrucción es deconstrucción activa que desvela el fondo del Poema. Porque, tal contraste, tal contradicción, es solo aparente: en la confrontación del texto con las imágenes actuales es donde mejor se nos revela el desesperanzado nihilismo que puede ocultar tanta sublime y serena belleza. 11
Por otro lado, la presente edición nos ofrece otra novedad: ser la primera y única traducción publicada en castellano (al menos hasta donde sabemos) que reproduce exactamente la métrica del original. Dada la casi insalvable dificultad que supone la adaptación del hexámetro a una lengua tan hostil a este tipo de metro como el castellano, muchos lectores pensarán que la presente traducción es un experimento innecesario, tal vez un mero alarde o simple ejercicio de estilo que puede incluso pecar de forzado. Sin embargo, un mínimo análisis de lo que pretende Hölderlin con su poema nos demuestra que traducir El Archipiélago en hexámetros, como los del texto original, al margen del índice de logro alcanzado, es un requisito para ajustarse a las pretensiones originarias del Poema. Porque, en efecto, ¿qué es El Archipiélago? Y, ¿por qué un poema aparentemente tan demodé sigue fascinando todavía y sigue habiendo tantas personas que se esfuerzan por traducirlo bien que mal? Esta edición es un intento de dar respuesta a ambas preguntas H.C.G.
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EL ACONTECER POÉTICO DE GRECIA
Si sabemos que en tiempos de Hölderlin «archipiélago» no era un vocablo para denominar un conjunto de islas cualquiera, sino un término geográfico concreto que designaba todas las costas bañadas por el Mar Egeo en ambas orillas, la europea y la asiática, esto es, el territorio de la antigua Grecia, estaremos más cerca de entender que el título recoge esencialmente la intención general del Poema. El título también podría haber sido «El Egeo» o bien, «Grecia». A primera vista, y para eso basta una lectura, parece obvio que este largo poema de casi trescientos versos es una evocación nostálgica de la antigua Grecia, un lamento por su desaparición, entreverado de algunos sueños utópicos de resurgimiento de la pasada belleza en el presente alemán. Dado que el Poema presenta dosis casi iguales tanto de evocación exaltada, invocaciones a los dioses y ensalzamiento de la belleza griega, como al mismo tiempo un profundo lamento por ese mundo que fue, surge la duda de si lo que tenemos ante los ojos es más bien un himno o una elegía. Si desde el punto de vista del contenido las dos interpretaciones son posibles y ambas cosas se mezclan, desde la perspectiva de la métrica hay que decantarse por el himno (más libre en la elección de sus metros), ya que la elegía (en principio usada para cantar la pérdida de un ser querido o para expresar el lamento amoroso) usa siempre como norma el dístico elegíaco en pentámetros. Pero lo cierto es que estos tecnicismos aportan poco al esclarecimiento de la obra: si bien encontramos lamento y exaltación, elegía e himno a partes iguales a lo largo del Poema, lo que de verdad acaba prevaleciendo y nos desborda tras su lectura y sus impactantes versos finales es la sensación de pérdida y soledad absolutas, esto es, la elegía. El metro empleado por Hölderlin es el hexámetro –cosa inhabitual en este poeta, sí de metros clásicos en lugar de rima final a partir de 1798, pero de otros, como la oda alcaica o asclepiadea o los versos pindáricos– es decir, el metro habitual de la épica griega, el metro de La Ilíada y de las grandes epopeyas. Si bien el pentámetro es ideal para el tono reflexivo e intimista de la elegía 2, el hexámetro, de aliento largo y fluido, es por el contrario idóneo para la narración. Y es que el Poema 13
es también, y a lo largo de muchos versos, una obra épica que cuenta historias de héroes y batallas gloriosas. El resultado final, completamente ecléctico, es que El Archipiélago es una mezcla de elegía, himno y epopeya, algo que se podría poner en relación con las sugerentes teorías poéticas de Hölderlin sobre la alternancia e interrelación de los distintos «tonos» o caracteres de los géneros poéticos 3, así como la alternancia de los propios géneros en una misma obra. En realidad, El Archipiélago es un poema que condensa todo lo que Grecia pueda significar tanto en fondo como en forma: es un monumento en palabras a la Grecia clásica. Y ya que hemos caído en el uso de la distinción entre fondo y forma, tan pedagógicamente útil como pervertidora, diremos que si en poesía en general tal distinción es imposible, en El Archipiélago en particular es aberrante. ¿Por qué? Porque en este caso, eso que llamamos la «forma» es más de la mitad del Poema, y no solo por su importancia sonora y plástica –y por eso y para eso se ha esforzado Hölderlin en usar un tipo de metro tan constrictivo y difícil en una lengua no griega–, sino por motivos todavía más profundos. Y es que lo que emprende Hölderlin en su poema es más que esa aparente evocación nostálgica, y más que el llanto sentimental de un idealista utópico con la cabeza en las nubes que mira entristecido hacia un pasado que fue: lo que intenta Hölderlin, auténtico poeta, esto es, creador en el sentido más literal del término, es que la antigua Grecia se alce viva ante nuestros ojos y oídos asombrados: que Grecia acontezca durante el instante del Poema. Y, en efecto, si un Heidegger inspirado por los templos griegos, los cuadros de Van Gogh o los poemas de Hölderlin nos dice en su ensayo sobre El origen de la obra de arte que solo en ella y sobre todo en la obra poética, «lo ente sale a la luz en el desocultamiento de su ser 4», o lo que es lo mismo, que solo allí aparece desvelada la verdad, resulta tentador sospechar que lo que ocurre en el Poema de Hölderlin y lo hace tan fascinante es que en él acontece la verdad respecto a Grecia… aunque sea, paradójicamente, bajo la forma de su desaparición. Porque, en efecto, si el Poema resuena como elegía es porque al final de ese viaje poético en busca de Grecia, se llega a la conclusión de su desaparición e imposibilidad definitivas. El encuentro con Grecia resultará ser, a la postre, un desencuentro. Y es precisamente por ello, porque en realidad de lo que aquí se trata no es de pintar con bellas 14
palabras el paisaje de la idílica foto turística, sino de mostrar el espacio de una desaparición, el espacio de un no-ser, por lo que parece probable que en el poema El Archipiélago acontezca Grecia más y de modo más verdadero que si acudiéramos a los lugares –por otra parte irreversiblemente deformados– donde tuvo lugar tal singular devenir histórico. Ahora bien, para que esa singular epifanía sea posible habrá que aportar al espacio poético los requisitos formales necesarios para propiciar tal (des)aparición. Y para ello es tanto o más importante ‘lo que dice’ el Poema que el ‘cómo’ lo dice, porque Grecia no podrá revivir si no es usando su propio lenguaje y su propia sonoridad, y nosotros tampoco podremos ver Grecia ni oír Grecia, si no la escuchamos en sus acentos familiares y a través de una belleza formal propiamente griega. Por eso, Hölderlin necesita el hexámetro, y por eso, porque queremos posibilitarle también y por primera vez esa epifanía al lector español, a su vez nuestra traducción ha tratado de lograr una adaptación del hexámetro al castellano.
Occidente nace en Salamina Lo primero que percibimos cuando nos adentramos en la lectura de este poema dedicado a Grecia es que se trata de una larga conversación con el dios del mar. Y es que la divinidad de la naturaleza es justamente lo que para Hölderlin define Grecia, porque allí: «[…] había una vida divina y el hombre era entonces centro de la naturaleza…La naturaleza era sacerdotisa y el hombre era su dios…» (Hiperión 5). Como, además, el sentimiento religioso es para él ante todo un acto estético: «El primer hijo de la belleza es el arte. En él se perpetúa el hombre divino. La segunda hija es la religión. Religión es amor a la belleza.» (Hiperión), tenemos que naturaleza divina y belleza no son, por lo tanto, sino distintos nombres para esa realidad desaparecida que se pretende plasmar en el Poema. Pues bien, en El Archipiélago, la naturaleza divina o la belleza están representadas por ese viejo dios del mar al que Hölderlin se guarda muy bien de llamar Poseidón, pese a que todas las referencias históricas y culturales del Poema tienen relación más o menos directa con esta deidad, a la que por cierto también vincula 15
Kehren die Kraniche wieder zu dir, und suchen zu deinen Ufern wieder die Schiffe den Lauf? umatmen erwünschte Lüfte dir die beruhigte Flut, und sonnet der Delphin, Aus der Tiefe gelockt, am neuen Lichte den Rücken? Blüht Ionien? ists die Zeit? denn immer im Frühling, Wenn den Lebenden sich das Herz erneut und die erste Liebe den Menschen erwacht und goldner Zeiten Erinnrung, Komm ich zu dir und grüß in deiner Stille dich, Alter!
Immer, Gewaltiger! lebst du noch und ruhest im Schatten Deiner Berge, wie sonst; mit Jünglingsarmen umfängst du Noch dein liebliches Land, und deiner Töchter, o Vater! Deiner Inseln ist noch, der blühenden, keine verloren. Kreta steht und Salamis grünt, umdämmert von Lorbeern, Rings von Strahlen umblüht, erhebt zur Stunde des Aufgangs Delos ihr begeistertes Haupt, und Tenos und Chios Haben der purpurnen Früchte genug, von trunkenen Hügeln Quillt der Cypriertrank, und von Kalauria fallen Silberne Bäche, wie einst, in die alten Wasser des Vaters. Alle leben sie noch, die Heroenmütter, die Inseln, Blühend von Jahr zu Jahr, und wenn zu Zeiten, vom Abgrund Losgelassen, die Flamme der Nacht, das untre Gewitter, Eine der holden ergriff, und die Sterbende dir in den Schoß sank, 50
¿Tornan las grullas de nuevo a tu lado y enfilan de nuevo
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rumbo a tus costas los barcos? ¿Envuelven en calma tu flujo brisas ansiadas y sube del fondo el delfín y su lomo baña al reclamo del sol que le alumbra con luces no usadas? ¿Jonia florece? ¿Ya es primavera? ¿La hora en que siempre
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joven se torna en los vivos el alma y amores primeros nácenle al hombre y despiertan recuerdos de edades doradas, tiempo en que acudo a tu lado y saludo al silente, ¡oh anciano!?
Tú, poderoso, pervives por siempre inmutable a la eterna sombra que arrojan tus montes; con brazos de joven estrechas
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fuerte a tu tierra amorosa y ninguna de todas tus hijas, islas amadas, perdiste, pues siguen cubiertas de flores. Creta persiste y laureada verdece también Salamina. Delos nimbada de un halo a la hora del alba su frente yergue entusiasta, lo mismo que Tenos y Quíos rebosan
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frutos purpúreos y ebrias colinas derraman sin tregua zumo de Chipre y Calauria se viste de arroyos de plata: claras corrientes cayendo en las aguas antiguas del Padre. Héroes parieron tus islas, mas todas conservan la vida; año tras año florecen, por mucho que a veces del fondo suelta le diera el abismo a nocturnas tormentas y llamas, ínclitas islas hundiendo tocadas de muerte en tu seno. 51
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Göttlicher! du, du dauertest aus, denn über den dunkeln Tiefen ist manches schon dir auf und untergegangen.
Auch die Himmlischen, sie, die Kräfte der Höhe, die stillen, Die den heiteren Tag und süßen Schlummer und Ahnung Fernher bringen über das Haupt der fühlenden Menschen Aus der Fülle der Macht, auch sie, die alten Gespielen, Wohnen, wie einst, mit dir, und oft am dämmernden Abend, Wenn von Asiens Bergen herein das heilige Mondlicht Kömmt und die Sterne sich in deiner Woge begegnen, Leuchtest du von himmlischem Glanz, und so, wie sie wandeln, Wechseln die Wasser dir, es tönt die Weise der Brüder Droben, ihr Nachtgesang, im liebenden Busen dir wieder.
Wenn die allverklärende dann, die Sonne des Tages, Sie, des Orients Kind, die Wundertätige, da ist, Dann die Lebenden all im goldenen Traume beginnen, Den die Dichtende stets des Morgens ihnen bereitet, Dir, dem trauernden Gott, dir sendet sie froheren Zauber, Und ihr eigen freundliches Licht ist selber so schön nicht Denn das Liebeszeichen, der Kranz, den immer, wie vormals, Deiner gedenk, doch sie um die graue Locke dir windet. 52
Tú, sin embargo, perduras; pues sabes, divino, que siempre círculo eterno de cosas resurge o se hunde en tu fondo.
Ellos, los astros celestes, que pueblan callados lo Alto,
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ellos, que el día sereno y sus dulces presagios y ensueños portan de lejos llenando la mente del hombre sensible, –tanto su fuerza rebosa–, tus viejos amigos de juegos, siguen morando a tu lado. Y en prueba, cayendo la tarde, nace sagrada la luna detrás de los cerros de Asia,
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cita en tus ondas se dan las estrellas, luceros que flotan; fulges con brillos celestes, si trocan su curso los astros mudan tus aguas con ellos; resuena en tu pecho amoroso eco de canto nocturno que entonan celestes Dioscuros.
Hijo de Oriente es el astro del día y su luz transfigura
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siempre que asoma al que toca, pues obran prodigios sus rayos: súmense todos los vivos en sueños labrados de oro, don que el artista poeta con cada mañana les brinda. Órnate, dios en tu luto, de encanto más grande y dichoso, bien que rebasa en belleza su luz más amable y risueña: signo es de amor, su corona, que hoy como ayer rememora fiel amistad y que en prenda te ciñe en los bucles canosos. 53
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Aber in schwindelnden Traum vom Liede des Tages gesungen, Rollt der König den Blick; irrlächelnd über den Ausgang Droht er, und fleht, und frohlockt, und sendet, wie Blitze, die Boten. Doch er sendet umsonst, es kehret keiner ihm wieder. Blutige Boten, Erschlagne des Heers, und berstende Schiffe, Wirft die Rächerin ihm zahllos, die donnernde Woge, Vor den Thron, wo er sitzt am bebenden Ufer, der Arme, Schauend die Flucht, und fort in die fliehende Menge gerissen, Eilt er, ihn treibt der Gott, es treibt sein irrend Geschwader Über die Fluten der Gott, der spottend sein eitel Geschmeid ihm Endlich zerschlug und den Schwachen erreicht‘ in der drohenden Rüstung.
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Cantos de gloria, no obstante, dorados arrullan al persa,
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mira en redondo y calcula muy ufano su errĂłnea victoria; ruge, suplica, celebra, y envĂa veloces correos, rayos que nunca regresan, pues vana es ya toda estrategia. Cuerpos sangrientos, guerreros sin vida, despojos de naves, flotan en torno, vomita sin cuento la mar vengadora
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ante su trono; sentado en la orilla tremante, contempla mĂsero el persa la huida, la masa le arrastra consigo, burla divina le azuza, a su escuadra en deriva espolea sobre las olas el dios, que el ornato del vano destroza: rota ya estĂĄ finalmente la fiera armadura y su espanto.
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Aber liebend zurück zum einsamharrenden Strome Kommt der Athener Volk und von den Bergen der Heimat Wogen, freudig gemischt, die glänzenden Scharen herunter Ins verlassene Tal, ach! gleich der gealterten Mutter, Wenn nach Jahren das Kind, das verlorengeachtete, wieder Lebend ihr an die Brüste kehrt, ein erwachsener Jüngling, Aber im Gram ist ihr die Seele gewelkt und die Freude Kommt der hoffnungsmüden zu spät und mühsam vernimmt sie, Was der liebende Sohn in seinem Danke geredet: So erscheint den Kommenden dort der Boden der Heimat. Denn es fragen umsonst nach ihren Hainen die Frommen, Und die Sieger empfängt die freundliche Pforte nicht wieder, Wie den Wanderer sonst sie empfing, wenn er froh von den Inseln Wiederkehrt‘ und die selige Burg der Mutter Athene Über sehnendem Haupt ihm fernherglänzend heraufging. Aber wohl sind ihnen bekannt die verödeten Gassen Und die trauernden Gärten umher und auf der Agora, Wo des Portikus Säulen gestürzt und die göttlichen Bilder Liegen, da reicht in der Seele bewegt, und der Treue sich freuend, Jetzt das liebende Volk zum Bunde die Hände sich wieder.
Bald auch suchet und sieht den Ort des eigenen Hauses Unter dem Schutt der Mann; ihm weint am Halse, der trauten 68
Lleno de anhelo regresa a las aguas que tanto le extrañan ático pueblo; ya bajan, cual olas, de patrias montañas todas dichosas mezcladas sus gentes; hermosos tumultos vuelven al valle sin vida, mas son ya cual madres ancianas cuando el infante perdido que daban por muerto de pronto
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vivo regresa a su pecho materno con barbas de adulto: notan sus almas marchitas de tantas angustias y pena, hartas de espera, muy tarde la dicha les llega y escuchan sordas, sin fuerzas, al hijo que amante su gozo les cuenta. Miran también los que vuelven con ojos hastiados su patria.
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Hombres piadosos en vano sus bosques sagrados reclaman. Nunca ya acogen solemnes victorias las puertas amigas, nunca festivas saludan la vuelta de osados viajeros, nunca la madre Atenea les presta ya abrigo en sus muros, nada ya apunta brillando en la cima a los ojos que anhelan.
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Bien reconocen, no obstante, las calles desiertas y mudas, tristes jardines vestidos de luto y el ágora en ruinas; pórticos rotos, columnas caídas y dioses que ruedan hondo conmueven el alma del pueblo, que es fiel en la prueba: nueva alianza se juran uniendo sus manos con fuerza.
Presto ya busca su casa, mas luego ya ruinas contempla, tristes escombros, el hombre; solloza la esposa en su cuello, 69
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Aber du, unsterblich, wenn auch der Griechengesang schon Dich nicht feiert, wie sonst, aus deinen Wogen, o Meergott! Töne mir in die Seele noch oft, daß über den Wassern Furchtlosrege der Geist, dem Schwimmer gleich, in der Starken Frischem Glücke sich üb, und die Göttersprache, das Wechseln Und das Werden versteh, und wenn die reißende Zeit mir Zu gewaltig das Haupt ergreift und die Not und das Irrsal Unter Sterblichen mir mein sterblich Leben erschüttert, Laß der Stille mich dann in deiner Tiefe gedenken.
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TĂş, sin embargo, inmortal, aunque nunca ya el griego te cante, oh, dios del mar, ni tus gestas celebre, permite que siempre sigan sonando en mi alma tus olas. Que sobre las aguas
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nade sin miedo y se entrene mi espĂritu al tĂłnico y fuerte gozo; y eterno mudar, devenir, que es lenguaje de dioses, yo al fin comprenda, y si al cabo el desgarro del tiempo en mi mente rompe con fuerza y la humana penuria y el triste extravĂo entre mortales mi vida mortal con violencia estremecen, deja que al fin yo por siempre en tu fondo el silencio recuerde.
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…al valle do fue cruel batalla; que fluya / desde las cumbres de Eta... Hölderlin alude muy probablemente a la batalla de las Termópilas, derrota de los griegos frente a los persas. El paso o desfiladero de las Termópilas se extiende desde Lócrida, en Tesalia, entre el monte Eta y el mar. La Batalla de las Termópilas, durante la Segunda Guerra Médica, fue anterior a la victoria en Salamina, en la que se enfrentaron una alianza de polis griegas lideradas por Esparta y el Imperio persa de Jerjes I. Una vez más, conocemos los detalles de la batalla por Herodoto. Fue una respuesta tardía a la derrota sufrida en la Primera Guerra Médica, que había finalizado con la victoria de Atenas en la batalla de Maratón. Jerjes reunió un ejército y una armada inmensas para conquistar la totalidad de Grecia y, como respuesta a la inminente invasión, el general ateniense Temístocles propuso que los aliados griegos bloquearan el avance del ejército persa en el paso de las Termópilas. Un ejército aliado formado por unos siete mil hombres aproximadamente marchó al norte para bloquear el paso en el verano de 480 a.C. El ejército persa, que conforme a las estimaciones modernas estaría compuesto por unos trescientos mil hombres, llegó al paso a finales de agosto o a comienzos de septiembre. Enormemente superados en número, los griegos detuvieron mediante una resistencia heroica el avance persa durante siete días antes de que la retaguardia fuera aniquilada. Durante dos días completos de batalla, una pequeña fuerza comandada por el rey Leónidas I de Esparta bloqueó el único camino que el inmenso ejército persa podía utilizar para acceder a Grecia. Tras el segundo día de batalla, un residente local llamado Efialtes traicionó a los griegos mostrando a los invasores un pequeño camino que podían utilizar para acceder a la retaguardia de las líneas griegas. Sabiendo que sus líneas iban a ser sobrepasadas, Leónidas despidió a la mayoría del ejército griego, permaneciendo para proteger su retirada con tan solo trescientos espartanos, setecientos tespios, cuatrocientos tebanos y posiblemente algunos cientos de soldados más, la mayoría de los cuales murieron en ese acto heroico. Dicha batalla ha pasado a ser uno de los mayores ejemplos simbólicos de lo que puede lograr el heroísmo de unos pocos hombres animados por el patriotismo y unidos por el deseo de no caer bajo la tiranía.
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deja que al fin yo por siempre en tu fondo el silencio recuerde. Al final, ante tanto extravío humano, solo queda la calma de las profundidades, el silencio, obviamente la muerte, aunque una muerte que es unión con la divinidad de la naturaleza y, por ende, regreso al origen. El ciclo se ha consumado.
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El Archipiélago zona poética Arturo Leyte
Al final de esta frase, empezará a llover. Y al filo de la lluvia, una vela. Lentamente la vela perderá de vista las islas; La creencia en los puertos de toda una raza Se perderá entre la niebla. La guerra de los diez años ha terminado. El pelo de Helena, una nube gris. Troya, un foso de ceniza blanca Junto al mar donde llovizna. La lluvia se tensa como las cuerdas de un arpa. Un hombre con los ojos nublados la toca con sus dedos Y tañe el primer verso de La Odisea. (De «Mapa del nuevo mundo I», Archipiélagos, Derek Walcott) 1
Desde el Caribe, archipiélago del Nuevo Mundo, Derek Walcott reitera una despedida de Grecia. Ya no se sabe qué islas deja atrás la vela que desaparece, si las viejas griegas –Delos, Creta– o las nuevas americanas –Cuba, Santo Domingo–. Esa niebla en la que se va a perder «la creencia en los puertos de toda una raza» es la historia. Definitivamente, la literatura comienza después, cuando se ha dicho adiós a algo que ya no puede volver a aparecer. Si en Archipiélagos es Troya, en El Archipiélago es Grecia entera. Pero esa despedida se ejecuta lentamente y desdobla el pasado en dos sentidos: uno irrelevante, del que nos sentimos ingenuamente herederos, cuando ya no lo somos, y otro al que no reconocemos y sin embargo nos acompaña de modo inquietante. El Archipiélago de Hölderlin emerge ambiguamente de esa ingenuidad de la herencia y del pasado irreconocible que nos acompañará hasta el futuro. Por eso el Poema no delimita una zona geográfica ni histórica, sino exclusivamente una zona poética: Hölderlin es el único de sus contemporáneos que sabe por primera vez que Grecia –nombre para el pasado– no es una herencia que se pueda reconstruir según reglas clásicas, ni tampoco nuestro futuro destino romántico; ni la utopía ideal que sirva de guía; ni siquiera ya el material poético y documental que nutrió la cultura plástica y literaria, sino una señal irrevocablemente perdida cuyo parpadeo solo se puede registrar poéticamente, sin garantía alguna de éxito. Más bien, bajo el presentimiento del fracaso, pues sabe que el Poema ya no puede presentar directamente la cosa que dice, definitivamente desaparecida. Y sin embargo Hölderlin trata de decir El Archipiélago, a sabiendas de la imposibilidad del intento: anunciar un mundo pasado, al modo de una profecía inversa cuyo destino es no cumplirse, porque tal vez en esa imposibilidad del cumplimiento aparezca el significado secreto de «ideal». 107
En verdad, nuestro tiempo de vida está estrechamente limitado. Vemos y contamos la cifra de nuestros años. Pero los años de los pueblos ¿qué mortal los ha visto? Si tu alma alza nostálgica el vuelo por encima de tu propia época, tú en cambio permaneces triste en la fría ribera junto a los tuyos y jamás los conoces 2 f.h. Lo que ocurre se dice siempre desde una orilla determinada, por encima de cuyo límite es imposible ver. Si acaso, solo interpretar. Bajo la apariencia retórica de una historia de Grecia, El Archipiélago habla de nuestro tiempo: es la recreación de un viaje poético que comienza con una pregunta del viajero a la naturaleza: «¿Ya es primavera?». También con otra a la que no se puede responder inmediatamente al inicio: «¿Tornan las grullas de nuevo a tu lado y enfilan de nuevo rumbo a tus costas los barcos?». Presumiblemente la respuesta será negativa en ambos casos, pero a esas alturas del Poema, en su verso inicial, la pregunta se vuelve condición para comenzar a escribir. En efecto, ¿para qué comenzar si las grullas hubieran vuelto, como cada año, y el alma fuera joven?, ¿para qué si los barcos enfilaran de nuevo el rumbo a las costas y no perdieran, en cambio, de vista las islas? El Poema se haría innecesario, porque viviríamos en el archipiélago y su tiempo. Pero no estamos en él. En realidad no se pregunta por el tiempo de Grecia, sino por el nuestro, que entretanto tampoco es ya el de Hölderlin, sino el que anticipó, en el que ni siquiera se hace posible preguntar por Jonia ni por el mar. Pero esta imposibilidad, que puede volverse negativamente una nostalgia, constituye también el posible punto de arranque para la lectura. Tal vez sea ahora cuando se pueda leer El Archipiélago sin la vana ilusión de que Grecia se encuentra detrás como origen o nos espera románticamente como un ideal para cumplir. Tal vez ahora, en el otoño del final del Poema, sea justamente el tiempo para leer a Hölderlin y a Sófocles, después de la tragedia, en el silencio del nihilismo que el poeta alemán barruntó sobriamente en su último verso: «deja que al fin yo por siempre en tu fondo el silencio recuerde». 108
En consecuencia, la lectura tiene que comenzar hacia delante, bajo el reconocimiento de que al menos una de las dos relaciones que todavía soportaba el Poema –aquella entre los dioses y los hombres– se ha disipado por completo y que solo queda la otra, apenas definible y siempre tormentosa, de los hombres entre sí. La ley del cambio y el devenir, –que es lenguaje de dioses– y por eso no comprendemos, se ha vuelto solo histórica y por eso sin muda. No es que las certezas hayan desaparecido, porque más bien vivimos entre ellas; lo desaparecido es la incertidumbre, como la de Edipo, definitivamente registrada como un complejo psicológico, pero ya no de origen divino. Con la desaparición de los dioses se cumple también la de la naturaleza, cuya dimensión se ha vuelto solo humana y domesticada, despojada del drama y ajena al cambio de estaciones. Como si todavía fuera una epopeya que sabe que no puede serlo, El Archipiélago poetiza un traslado desde el espíritu (la naturaleza, los dioses) al negocio humano y la empresa («orco privado de dioses»), sin que en ningún momento se pueda señalizar cuándo se traspasó la frontera. No hay filosofía de la historia que venga a explicar naturalmente el desarrollo histórico de las épocas, porque entre Grecia y nosotros o, en palabras de Hölderlin, entre Grecia y Hesperia, tal vez no haya nada y el Poema solo pretenda dejar ver esa «nada» a través de diferentes imágenes que no guardan relación dialéctica, porque al final no hay reconciliación: las imágenes coexisten unas al lado de las otras, a veces de modo vacilante, sin que su conjunción vaya tampoco a presentar el Nuevo Mundo, simplemente porque no lo hay. Lo de «nuevo», así, aludiría más bien a la orilla desde la que se puede nombrar a Grecia; el lugar desde el que se pone nombre a las islas, pero cuando estas han declinado. Nos quedan los nombres, pero no las cosas. En el Poema, es el otoño frente a la primavera. Entonces, ¿cómo componer un poema que no sea simplemente un conjunto de palabras y remita, aunque sea inefablemente, a la cosa? Tal vez aquí se encuentre la dificultad y el secreto de nuestro Archipiélago, el de los que leen al Hölderlin que intenta presentar en ese viaje poético lo más difícil: no que el viejo mundo haya desaparecido, sino que el nuestro tampoco nos pertenece, porque no ha podido ser reemplazado al faltar el antiguo, pues ¿cómo podría reemplazarse desde algo que no existe? Si el Poema canta algo no es 109
la pérdida de Grecia, sino la nuestra: la reclamación de lo antiguo no tiene como fin aposentarse en ello, sino reconocerlo para hacer visible el propio hundimiento, para el que todavía no hay nombre (¿nihilismo?). En ese reconocimiento oscila la necesidad de Grecia para nosotros y en esa incierta franja se mueve el poeta. Pero ese movimiento no-dialéctico reactiva mejor que cualquier sucesión histórica una nueva lectura. El poema de Hölderlin se vuelve más actual que en su tiempo, cuando todavía se sobreentendía la posibilidad de una reconstrucción del perdido viejo mundo, aunque solo fuera artística. Hölderlin vio la ruptura, por eso es más moderno que nadie: no produce un mito ni crea un fantasma –Grecia– sino que lo disipa. Esta edición de El Archipiélago intenta esa nueva lectura por medio de dos elementos: la traducción en hexámetros, que nos aproxima al ritmo que el poeta pretendió para su reconstrucción de Grecia, y la introducción de imágenes. El primer elemento es de algún modo natural al Poema, pese a que esconde un artificio (también Hölderlin procede artificiosamente en su lengua al reproducir el hexámetro griego); el segundo surge ya de modo calculadamente artificioso –¿por qué esas imágenes y no otras? ¿por qué en general imágenes?– y guarda una intención: violentar la aparente naturalidad del texto con imágenes visuales de naturaleza prosaica, documental y –en el caso de la última, que cierra el Poema– artística. Las fotografías de la edición no tienen en ningún caso la pretensión de ilustrar el texto, sino, al contrario, la de sugerir doscientos años después una contralectura paralela del Poema, cuando el sentido natural del viaje que lleva de Grecia a Hesperia se ha modificado radicalmente, o lo que es lo mismo: cuando se reconoce que no ha existido naturalmente tal viaje –si no es solo como un sobreentendido irrelevante y una herencia ingenua–, y que ese sentido mortal que late en El Archipiélago presagia por igual el desgarro del Nuevo Mundo, cantado desde el Caribe, y el Archipiélago Gulag, siempre posible en cualquier lugar geográfico al final de un viaje que se pretendió casi festivo a pesar de la batalla, la ruina de los dioses y la muerte.
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¿Tornan las grullas de nuevo a tu lado...
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Sampsa Sulonen, Grullas en vuelo
Walcott contesta con ventaja, porque llega después: «lentamente la vela perderá de vista las islas» y desaparecerá el contorno de las costas. Hölderlin, en cambio, con aparente ingenuidad, se pregunta en los primeros versos por la naturaleza y los dioses. Las grullas anuncian con su paso una nueva estación, de ahí que expresen privilegiadamente el cambio. Pero la imagen actual más acertada, en lugar de la bella y armónica que se propone, hubiera sido seguramente la de las aves agonizando en los empantanados mares de petróleo, inexistente en el tiempo de Hölderlin, pero ahora fuente de nuestra energía, o atrapadas en los tendidos eléctricos de alta tensión que seccionan los campos naturales superponiendo un nuevo trazado. Todavía al principio del Poema se pregunta por el retorno de esas aves y no se ha respondido que resulta imposible, porque no hay orillas ni costas definidas a las que puedan llegar; porque el mismo sentido de «partir» y «llegar» hoy se ha transformado: no hay lugares de referencia para lo uno y lo otro. Pese a todo, la imagen tiene que ser bella y lírica, porque al principio del Poema todavía no se ha negado la posibilidad del retorno. Simplemente se ha formulado una pregunta que el mismo Poema, atravesando una vacilación, acabará contestando negativamente. 111
Dime ora, ¿qué fue de Atenas?...
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Louisa Gouliamaki / AFP / Getty Images, Thick smog covers the city of Athens, 2008
¿Queda algo de aquel ágora del que surgía como una tormenta la voz del pueblo?, ¿huellas de aquellos mercaderes que trazaban con su comercio el límite del archipiélago?, ¿dónde aquel mercado del mar? Sorprende la belleza ideal de la imagen del mercader antes del capitalismo y su conflicto, que hoy tiene lugar en la metrópoli que puede ser la Atenas actual, pero igual que Nueva York, Barcelona o Londres, ciudades que existen indiferenciadas desde la pregunta por el destino de la Atenas desaparecida. Así, para vislumbrar cómo surge la voz del pueblo, incluso si surgió alguna vez o nunca, tiene que aparecer la imagen de la ciudad actual, que bien hubiera podido ser también la desmesurada de Shangai o São Paulo, porque entretanto la disolución del archipiélago se hace evidente en la metrópoli cuya voz no surge del ágora, pero tal vez porque nunca surgió de allí, y el ágora sigue siendo, como apunta Hölderlin, simplemente algo ideal, ligado a la naturaleza y similar a la tormenta. Hölderlin no evoca la ciudad perdida, sino la ideal, que nunca se cumplió, pese a lo cual resulta un deber evocarla. Aquella Atenas real no fue más bella que sus ruinas actuales –que son el verdadero origen de 112
su belleza pasada– y su constitución fue seguramente precaria, nada olímpica, ni siquiera divina: la proximidad a los dioses no era allí seguramente fruto de su perfección, sino solo la otra cara de su proximidad a la naturaleza, que empezaba a perderse de vista. En cierto modo, reparar expresamente en los dioses y hacerlos presentes en el seno de la tragedia –escenario del combate entre las nuevas y las antiguas divinidades– era ya la primera señal de una pérdida.
¡Ay! que ya Atenas, ciudad tan excelsa, ha caído...
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Bundesarchiv, Bauer, Griechenland, Deutsche Wehrmacht in Athen, 1941
Esta imagen responde al verso que expone otra forma de caer la ciudad, militarmente. Pero, ¿cuándo cayó Atenas? Aquí se presenta la contraimagen de Salamina: Atenas finalmente invadida y derrotada, pero no por el invasor persa, sino por la Alemania nazi, que ocupa militar y simbólicamente el Partenón, como buscando en ese gesto una improbable acreditación. La crueldad de la imagen reside en que los llamados mítico-románticamente a reemplazar a los antiguos griegos –Germania– ocupan lo antiguo y acaban revelando así su vacío: Grecia cabe en cualquier barco que transporte sus ruinas. Sin embargo, si esa ocupación fuera simplemente un signo más de la parafernalia nazi, la imagen 113
sería menos relevante: muestra en cambio la paradoja de cómo la moderna Hesperia se vuelve imperialista, conquistadora y destructora, pero no solo simbólicamente de aquella democracia griega, que en realidad nos fue siempre ajena, sino de la nuestra. En todo caso la ocupación nazi del Partenón, que se viste con la grandilocuencia retórica de una continuidad –los alemanes como herederos occidentales de los griegos–, es solo el anticipo de una destrucción mayor que cambiará definitivamente los papeles de Oriente y Occidente, a la vez que confundiendo e igualando la misma relación entre democracia y tiranía bajo el principio de dominación, que acaba reduciendo todo a ruinas, aunque sean bellas: «presto ya busca su casa, más luego ya ruinas contempla». Al final no queda casa alguna, ni Partenón, ni dioses; la conquista se ha extendido: no es ya la tiranía oriental (Persia) la que amenaza la frágil comunidad griega –Maratón, Salamina–, sino la democracia mundial (ingenua y falsificada heredera de Grecia) la que conquista el ajeno país oriental (Vietnam, Afganistán, Irak), pero cuando ya no queda nada ajeno y la lucha propiamente no es de Oriente contra Occidente (o a la inversa), sino de todos contra todos por el poder y la dominación. La casa, el templo, se han vuelto una ruina, pero estructural, porque se ha traspasado un sentido: el bárbaro no viene de fuera sino que habita en el corazón del ilustrado. La propia diferencia entre ilustración y barbarie deja de determinar esferas geográficas, históricas o políticas diferenciadas, para convertirse en una oposición intrínseca a cada forma de cultura: el ejercicio del terror no es particular ni característico del lejano bárbaro, sino también del vecino ilustrado. El terror pasa a ser así la figura propia de la política cuya consecuencia no es solo la destrucción, sino la reconstrucción calculada (y hasta proyectada) de lo destruido. En el fondo, al terror de la destrucción de las ciudades ya precede el de su brutal erección. De la misma manera que la bandera nazi se levanta en el Partenón ocupando el lugar vacío de los dioses, se edifica en el ágora –aquella plaza vacía para que hubiera reunión–, y se urbanizan las costas, disolviendo la frontera entre lo urbano y lo natural. En este momento, que es el nuestro, ya no se conservan las nuevas ruinas: el lugar donde se erigieron las Torres no se conserva sagradamente vacío; se despeja para ser reconstruido. El lugar es solo arbitrario y no define nada: cualquier lugar es la Zona Cero. 114
nueva ciudad en su flor, creación prodigiosa tan firme como los astros fundada...
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Ramiro Sánchez-Crespo, Sin título, Museo Británico, Londres, 2008
La «nueva ciudad», Atenas, renace «tan firme como los astros», para siempre, utilizando el regalo que procura la naturaleza –la madera, el mármol, el bronce– a fin de construir una belleza que se volverá eterna a costa de abandonar el lugar. Pero en realidad la nueva eternidad tampoco refleja la que regulan los astros; no puede ser la del tiempo, sino la histórica del museo, lugar donde vive la belleza de la nueva Atenas, separada del mundo de las cosas. La nueva meta ya ni siquiera es el antiguo templo, sino el Museo del Partenón o el Británico, consecuente por otra parte con la misma falta de verdad de las ruinas, conservadas como fetiche de una grandeza que en todo caso no se medía por los monumentos, sino por el vacío que acogían, por la lucha entre los viejos y los nuevos dioses, por la tragedia. No hay tragedia en los museos, que son los nuevos templos del desarraigo, donde se reclama silencio para ver extraños objetos de arte. Allí se peregrina para acreditarse democráticamente como ilustrados. No hay seguramente figura más refinada y perversa que la del museo, que ejemplifica a un tiempo la 115
devastación del origen de las obras a la vez que las preserva para no aniquilar el último vínculo con el pasado y la tradición, aunque sea impostado. El anuncio de la nueva ciudad, a diferencia de la del Poema –«nueva ciudad en su flor»–, es el anuncio del erial del museo. Porque, ¿qué están viendo propiamente los turistas que miran fijamente el friso del Partenón en el Museo Británico?, ¿acaso un vestigio del mundo antiguo?, ¿tal vez un logro de la moderna Londres? Quizás solo se visiten a sí mismos, pero sin percatarse de su «linaje sin rumbo», que nunca llega a los sitios, porque solo los visita. En verdad es el turismo, más todavía que el mundo del trabajo, el que ilustra esa contraimagen actual del linaje sin rumbo, que ha integrado el antiguo mundo perdido en la esfera temática del entretenimiento y el ocio: lo antiguo es solo lo que se devuelve a cambio de una entrada turística. Pero Hölderlin vacila en este pasaje último del Poema: tras el verso –«pendientes viven del propio faenar del sordo taller estruendoso»– pregunta todavía por los que vendrán en el futuro, como si esperara que alguien viniera a interrumpir el oscuro destino laboral y turístico: «¡No por más tiempo! Que oigo a lo lejos los sones de un coro». Pero el coro vuelve ya en el otoño, nuestro ocaso, nuestra estación tras el solsticio. En realidad, el Poema no comenzó en primavera, como sugieren interrogativamente sus primeros versos –«¿ya es primavera?»–, sino ya en el otoño, «época nuestra». ¿Quiénes son los que vendrán?, ¿los visitantes del Museo Británico? o ¿tal vez los que ya vinieron –el pueblo de París que sustituyó el antiguo régimen monárquico por la república–?, ¿los jacobinos? o ¿tal vez los que van a venir –los bolcheviques, que harán emerger de nuevo la historia–? Seguramente, el Hölderlin «jacobino que no quiso serlo»3, tampoco hubiera sido bolchevique ni desde luego nazi, porque el lugar que presentía para anunciar esa imposible Grecia, el lugar que valía como final del viaje aunque nunca hubiéramos estado en el principio, era la república ajena a cualquier país o nación, pero por eso mismo también irreal, porque parece imposible erigirla sin un suelo concreto y conocido. ¿Qué lealtad despertaría si no la pura abstracción política? Pero entonces la única república posible parece ser la del 116
turismo, que iguala a todos, pero no como ciudadanos, sino como clientes frustrados del pasado y lo exótico. Ninguna figura más extraña al turista que la del Hölderlin que regresa desolado desde Burdeos a Suabia, pasando probablemente por París para visitar las esculturas antiguas, en su definitivo viaje de vuelta, ya seguramente hacia el sueño y el olvido. De ahí la espera en la que «mientras» cabe refugiarse: «Pero, mientras tanto, muchas veces pienso: / mejor dormir que estar así, sin compañeros, / seguir así aguardando, ¿y qué hacer, mientras tanto, y qué decir? / No lo sé, y ¿para qué poetas en tiempos de penuria?»4. Y ¿para qué, se podría quizás preguntar también Hölderlin, revolucionarios que no pueden ser ciudadanos, sino solo turistas, después de El Archipiélago?
deja que al fin yo por siempre en tu fondo el silencio recuerde. 296 Seguramente ningún verso de El Archipiélago recoge mejor su sentido completo que este final: ni siquiera resulta posible separarse de lo más doloroso, el yo que recuerda. Como una herencia pesada, de la que no es posible salir o de la que solo es posible salir construyendo ciudades, industrias y museos, incluso construyendo pasados e historias que nos vinculen y alejen del vacío del silencio, el yo se vuelve también la última oportunidad para comprobar los daños. En El Archipiélago Hölderlin se queda en esa orilla marginal, justo antes de atravesar a la otra –«tú en cambio permaneces triste / en la fría ribera»–, alejado del espejismo del nuevo mundo, cuya falsedad muestra a partir de la imposibilidad del antiguo reconstruido. Porque definitivamente el Poema nos señala que lo antiguo no se puede reconstruir y que la Historia es solo un relato de ficción, cuya validez no remite al pasado sino a justificar la legitimidad del presente. En todo caso, lo antiguo solo puede ser una aparición poética cuya verdad no depende del tiempo cronológico. En realidad, el Poema ha comenzado ya en sus primeros versos con el hundimiento que aparece en su verso final, pero en su desarrollo se ha diferido su sentido. El hundimiento tampoco es un presagio y no ocurre de una vez por todas: como muestra la quieta imagen del barco, el hundimiento se mantiene 117
como una figura real pero ya no humana, entre la línea del mar y del cielo, fuera de la tierra que no sostiene nada, pero también del mar, del que ha huido su dios: no se sabe si lo que se hunde perpetuamente es el barco o la propia isla, archipiélago que emergió solo ideal y poéticamente. Figura permanente el naufragio, hasta bella, como la del barco que no se decide a ingresar en la profundidad después de haber desalojado a sus ocupantes, tirados por la borda de la historia que acaba. El barco, como el islote, expresa así el silencio, sin hombres, definitivamente hundidos en una obra que ha transformado el mundo en un archipiélago infinito y fragmentado que puede recibir muchos nombres:
Lentamente la vela perderá de vista las islas; La creencia en los puertos de toda una raza, se perderá entre la niebla.
NOTAS 1
D. Walcott, Islas, ed. de José Carlos Llop, Comares, Granada, 1993.
2
«An die Deutsche», en M. Heidegger, Aclaraciones a la poesía de Hölderlin, ed. de H. Cortés y A. Leyte, Alianza Editorial, Madrid, 2000.
3
La expresión procede de F. M. Marzoa, De Kant a Hölderlin, Visor, Madrid, 1992. Su capítulo 3.7 lleva por título «Jacobino que no quiere serlo» y el eco de mi referencia no es solo nominal.
4
«Pan y Vino», en M. Heidegger, Aclaraciones a la poesía de Hölderlin, ed. de H. Cortés y A. Leyte, Alianza Editorial, Madrid, 2005.
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Luis Asín, Sin título, Kithera, 2004