consejo editor Arturo Leyte Helena Cortés Joaquín Gallego
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© Jesús Adrían Escudero, 2015, de la traducción © Luis Asín, 2015, de las fotografías (páginas 69, 70-71, 72-73, 74-75 y 86-87 y contracubierta) © Jesús Adrían Escudero y Arturo Leyte Coello, 2015, de sus textos respectivos © SLUB Dresden/Deutsche Fotothek, Richard Peter sen., de la fotografía de la página 8 © Oficina de Arte y Ediciones, S. L., 2015, de la presente edición calle de Buen Suceso, 32. 28008 Madrid www.laoficinaediciones.com info@laoficinaediciones.com diseño Joaquín Gallego coordinación Raquel González de Lara producción gráfica Brizzolis, arte en gráficas encuadernación Ramos ISBN: 978-84-944401-0-6 DL: M-34216-2015
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BAUEN WOHNEN DENKEN
MARTIN HEIDEGGER
Sprache fällt ihr eigentlich Gesagtes zugunsten des vordergründig Gemeinten leicht in die Vergessenheit. Das Geheimnis dieses Vorganges hat der Mensch noch kaum bedacht. Die Sprache entzieht dem Menschen ihr einfaches und hohes Sprechen. Aber dadurch verstummt ihr anfänglicher Zuspruch nicht, er schweigt nur. Der Mensch freilich unterläßt es, auf dieses Schweigen zu achten. Hören wir jedoch auf das, was die Sprache im Wort bauen sagt, dann vernehmen wir dreierlei: 1. Bauen ist eigentlich Wohnen. 2. Das Wohnen ist die Weise, wie die Sterblichen auf der Erde sind. 3. Das Bauen als Wohnen entfaltet sich zum Bauen, das pflegt, nämlich das Wachstum, -und zum Bauen, das Bauten errichtet. Bedenken wir dieses Dreifache, dann vernehmen wir einen Wink und merken uns folgendes: Was das Bauen von Bauten in seinem Wesen sei, können wir nicht einmal zureichend fragen, geschweige denn sachgemäß entscheiden, solange wir nicht daran denken, daß jedes Bauen in sich ein Wohnen ist. Wir wohnen nicht, weil wir gebaut haben, sondern wir bauen und haben gebaut, insofern wir wohnen, d h. als die Wohnenden sind. Doch worin besteht das Wesen des Wohnen? Hören wir noch einmal auf den Zuspruch der Sprache: das altsächsische «wunon», das gotische «wunian» bedeuten ebenso wie das alte Wort bauen das Bleiben, das SichAufhalten. Aber das gotische «wunian» sagt deutlicher, wie dieses Bleiben erfahren wird. Wunian heißt: zufrieden sein, zum Frieden gebracht, in ihm bleiben. Das Wort Friede meint das Freie, das Frye, und fry bedeutet: bewahrt vor Schaden und Bedrohung, bewahrt-vor... d. h. geschont. Freien bedeutet eigentlich schonen. Das Schonen selbst besteht nicht nur darin, daß wir dem
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lenguaje sucede que lo que es propiamente dicho cae con facilidad en el olvido a expensas de significados aparentemente evidentes. El hombre apenas ha ponderado el misterio de este proceso. El lenguaje priva al hombre de su propio hablar simple y alto. Pero no por ello enmudece el llamamiento inicial del lenguaje. Simplemente guarda silencio. El hombre, sin embargo, deja de prestar atención a este silencio. Pero si escuchamos lo que el lenguaje dice en la palabra bauen [construir], oiremos tres cosas: 1. Construir es propiamente habitar. 2. El habitar es el modo en que los mortales son sobre la tierra. 3. El construir como habitar se despliega en el construir que cultiva las cosas que crecen y en el construir que levanta edificios. Si consideramos estas tres cosas, encontraremos una indicación y observaremos lo siguiente: mientras no tengamos en cuenta que todo construir es en sí mismo un habitar, no podemos preguntar de una manera adecuada –ni siquiera decirlo apropiadamente– en qué consiste la esencia del construir edificios. No habitamos porque hemos construido, sino que construimos y hemos construido en la medida en que habitamos, es decir, en cuanto somos los que habitan. ¿Pero en qué consiste la esencia del habitar? Escuchemos una vez más lo que nos dice el lenguaje: la antigua palabra sajona «wunon» y el gótico «wunian» significan –al igual que el antiguo bauen– el permanecer, el demorarse. Pero la palabra gótica «wunian» dice de una manera más clara cómo se experimenta este permanecer. Wunian significa: estar satisfecho y en paz; ser llevado a la paz, permanecer en ella. La palabra «paz» [Friede] indica lo libre [das Freie], das Frye; y fry significa preservado de daños y peligros, preservado de algo, es decir, resguardado. Liberar quiere decir propiamente preservar. El preservar mismo no consiste solo en el hecho de no dañar a aquello de
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des Gevierts entsprochen. Auf dieses Entsprechen bleibt alles Planen gegründet, das seinerseits den Entwürfen für die Risse die gemäßen Bezirke öffnet. Sobald wir versuchen, das Wesen des errichtenden Bauens aus dem Wohnenlassen zu denken, erfahren wir deutlicher, worin jenes Hervorbringen beruht, als welches das Bauen sich vollzieht. Gewöhnlich nehmen wir das Hervorbringen als eine Tätigkeit, deren Leistungen ein Ergebnis, den fertigen Bau, zur Folge haben. Man kann das Hervorbringen so vorstellen: Man faßt etwas Richtiges und trifft doch nie sein Wesen, das ein Herbringen ist, das vorbringt. Das Bauen bringt nämlich das Geviert her in ein Ding, die Brücke, und bringt das Ding als einen Ort vor in das schon Anwesende, das jetzt erst durch diesen Ort eingeräumt ist.11 Hervorbringen heißt griechisch τίκτω. Zur Wurzel tec dieses Zeitwortes gehört das Wort τέχνη, Technik. Dies bedeutet für die Griechen weder Kunst noch Handwerk, sondern: etwas als dieses oder jenes so oder anders in das Anwesende erscheinen lassen. Die Griechen denken die τέχνη, das Hervorbringen, vom Erscheinenlassen her. Die so zu denkende τέχνη verbirgt sich von altersher im Tektonischen der Architektur. Sie verbirgt sich neuerdings noch und entschiedener im Technischen der Kraftmaschinentechnik. Aber das Wesen des bauenden Hervorbringens läßt sich weder aus der Baukunst noch aus dem Ingenieurbau, noch aus einer bloßen Verkoppelung beider zureichend denken. Das bauende Hervorbringen wäre auch dann nicht angemessen bestimmt, wollten wir es im Sinne der ursprünglich griechischen τέχνη nur als Erscheinenlassen denken, das ein Hervorgebrachtes als ein Anwesendes in dem schon Anwesenden anbringt. 11 3. Auflage 1967: her-vor-bringen.
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ha respondido ya al llamamiento de la cuaternidad. Todo planificar se funda en esta correspondencia. Y planificar, por su parte, abre al diseñador los ámbitos adecuados para sus diseños. Tan pronto intentamos pensar la esencia de los edificios desde el dejarhabitar, llegamos a conocer con mayor claridad en qué consiste el proceso de producir por medio del cual se da cumplimiento al construir. Solemos concebir la producción en términos de una actividad que tiene como resultado un edificio terminado. Es posible representarse el producir de la siguiente manera: aprehendemos algo que es correcto y, sin embargo, nunca tocamos su esencia, que es un traer algo que pone delante. En efecto, el construir trae la cuaternidad a una cosa –el puente– y pone la cosa delante como un lugar en el que ya está presente y que solo ahora está dispuesta en el espacio por este lugar.11 Producir o traer delante se dice en griego τίκτω. A la raíz tec de este verbo pertenece la palabra τέχνη, técnica. Para los griegos, techne no significa ni arte ni oficio sino: dejar aparecer algo en lo que está presente, como esto o aquello, de un modo o de otro. Los griegos conciben la techne, el producir, en términos de un «dejar aparecer». La techne concebida de esta manera se oculta desde hace mucho tiempo en el elemento tectónico de la arquitectura. De hecho, todavía permanece oculta, y de un modo más decisivo, en la tecnología de los motores. Pero la esencia del producir que construye no se deja pensar adecuadamente a partir de la arquitectura ni de la ingeniería ni de una simple suma de ambas. El producir que construye tampoco estaría determinado de una manera apropiada si quisiéramos pensarlo en el sentido originario de la techne griega solo como un «dejar aparecer» que trae algo producido, como algo presente, al ámbito de la presencia ya constituida. 11 3ª edición, 1967: traer-delante.
NOTA A LA EDICIÓN La presente traducción se ha realizado a partir del texto alemán editado en el marco de las Obras completas: Martin Heidegger, «Bauen Wohnen Denken», en Vorträge und Aufsätze (GA 7), Frankfurt am Main, Vittorio Klostermann, 2000, pp. 145-164. La conferencia ha sido traducida a muchas lenguas europeas. Entre ellas cabe mencionar: la castellana de Eustaquio Barjau (en Heidegger, Conferencias y artículos, Barcelona, Serbal, 1994); la inglesa de David Farrell Krell (en Heidegger, Basic Writings, Londres, Routledge, 1993); la francesa de André Préau (en Heidegger, Essais et Conférences, París, Gallimard, 1958); y la italiana de Gianni Vattimo (en Heidegger, Saggi et Discorsi, Milán, Mursia, 1976). Asimismo, en Internet pueden encontrarse diferentes traducciones y ediciones comentadas –como, por ejemplo, la francesa de Emmanuel Martineau y la italiana de Marcello Barison.
HABITAR EL DESARRAIGO J ES Ú S AD RI ÁN
FOTOGRAFÍAS Puente mudéjar, Zuera [Zaragoza] Lina Bo Bardi, Cabaña [Sao Paulo] Lina Bo Bardi, Casa de Vidrio [Sao Paulo] Le Corbusier, Unité d’habitation [Berlín] Death Valley [California]
LU I S AS Í N
LO INHABITABLE ARTU RO LEY TE
HABITAR EL DESARRAIGO J ES Ú S AD RI ÁN
El 5 de agosto de 1951, Heidegger imparte una conferencia con el título Construir, habitar, pensar. El auditorio de la localidad de Darmstadt está compuesto en su mayoría por arquitectos, ingenieros, urbanistas, empresarios y políticos locales. Se hallan reunidos para debatir el acuciante problema de la escasez de viviendas de una Alemania que se encuentra en pleno proceso de reconstrucción de las ciudades arrasadas durante la guerra. Sin embargo, Heidegger sorprende a los asistentes. La conferencia no dice nada sobre el tema ni aborda el asunto de la planificación urbana. Tampoco se ocupa del diseño arquitectónico de los edificios. La cuestión que le interesa es bien otra: se trata de la pregunta filosófica acerca del significado del habitar. El verdadero problema no sería tanto la falta de viviendas como la necesidad de pensar en la esencia de la construcción misma y hacer frente al sentimiento de desarraigo que parece embargar a la sociedad occidental. La conferencia desplaza el problema de la construcción de viviendas hacia el significado de la relación que existe entre habitar y construir. La edificación de residencias, la selección de materiales, la optimización de recursos, la distribución de espacios urbanos y las técnicas arquitectónicas están regidas por la técnica. El construir está sometido a criterios utilitaristas y funcionales, de modo que aumentar la construcción de bloques de viviendas no soluciona el dilema de fondo. De hecho, el núcleo del problema reside precisamente en la misma planificación técnica y la estructura que esta impone al modo de vida de los seres humanos. Ante este planteamiento de la conferencia, no es de extrañar que el auditorio se mostrara desconcertado. ¿Por qué tenemos que volver a aprender a habitar? ¿Por qué el habitar es un asunto más fundamental que la construcción de viviendas? A juicio de Heidegger, nuestro mundo está sometido al dominio de la tecnología. Con todo, el problema no radica en la tecnología. El peligro residiría en otra parte: en la esencia de la técnica y en la relación instrumental que esta impone sobre el mundo, la naturaleza
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Todo ello explica que Construir, habitar, pensar sea uno de los textos heideggerianos más leídos y apreciados por arquitectos y urbanistas. En él encontramos una crítica solapada de la arquitectura formal y abstracta; una crítica que reprende la inadecuación al medio, que recrimina la solitaria arrogancia de las torres de oficinas, que denuncia el carácter inhumano e inhospitalario de las ciudades satélite, que lamenta la falta de espíritu de almacenes, universidades y palacios de congresos, que deplora la ausencia de un profundo sentido de lo urbano, que detecta los síntomas de desamparo y el efecto de descolonización de los mundos vitales. Durante el período de reconstrucción que se inicia tras la Segunda Guerra Mundial se empieza a imponer el estilo internacional, pero también a cuestionar el modelo de la arquitectura moderna. Se toma plena conciencia de la creciente contradicción entre las necesidades del mundo vital y los imperativos derivados del poder y el dinero. La ciudad y las casas ya no deberían representar tanto un espacio funcionalmente organizado como una forma de vida. La reflexión de Heidegger se inicia en el filo mismo de esa contradicción.
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Resulta difícil comprender el texto sobre habitar y construir sin tener en cuenta el inquietante panorama de ruinas del que surge. La propia ciudad de Darmstadt que acogía la conferencia de Heidegger en 1951 estaba todavía emergiendo de los escombros en cuyos huecos sus habitantes llevaban años improvisando habitaciones desde las cuales comenzar cada mañana su vida cotidiana. Solo seis años antes la ciudad había sido arrasada casi en su totalidad y su casco histórico había desaparecido por completo, y con él también se había volatilizado una historia secular que nunca más retornaría. Varios miles habían encontrado la muerte víctimas de los bombardeos aliados y más de la mitad de la población se encontraba sin hogar. El mismo panorama se repetía por casi todas las ciudades alemanas, castigadas sin piedad. Solo este marco de destrucción justifica las palabras teñidas de un tono evangélico que Heidegger, casi al final de la conferencia, dirige a la comunidad: «… la auténtica penuria del habitar no consiste simplemente en la ausencia de viviendas. La auténtica penuria de viviendas es más antigua que las guerras mundiales y sus destrucciones…». ¿Qué sentido tenía anunciar una penuria superior, una que incluso precedía a la recién vivida, sin que por otra parte pudiera materialmente mitigarla? Toda la ambigüedad de la propia filosofía, capaz de exhortar sobre las ruinas pero incapaz de prevenirlas (ya se sabe, la lechuza de Minerva siempre emprende el vuelo después del ocaso), se vuelve a revelar en el breve opúsculo que traza una diferencia fundamental entre construir y habitar. En realidad, para hacer justicia a la situación recién vivida, el texto debería haber tratado más bien la relación entre destruir y habitar, lo que hubiera sido más coherente con su propio descubrimiento: que a partir de la catástrofe ya no iba a ser posible construir de modo natural una habitación de la que pudiera decirse que fuera propiamente humana. En pocas ocasiones se revela en Heidegger tan expresamente esa ambigüedad que caracteriza su obra como en las extrañas páginas de este escrito, tan verdaderas por lo que descubren y tan inquietantes por lo que silencian.
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El lector actual debería comenzar preguntándose por el propio título del texto y el orden de sus términos: ¿se expresa acaso una jerarquía filosófica ascendente en la sucesión «construir/habitar/pensar»?, ¿se va de la actividad solo material de construir a la intelectual de pensar? En definitiva, ¿qué relación guardan esos tres significados? El propio texto se encargará de diferenciar inicialmente entre el sentido de construir –casas, edificios, fábricas, hangares, estaciones, carreteras–, y el de habitar, que es justamente lo que no cabe construir. El «pensar» (del título), a su vez, cumpliría también una doble tarea: indicar la prioridad del habitar frente al construir y remitir a algo que en el fondo todavía precede a ambos significados y a lo que ni siquiera le cabe un concepto: lo in-habitable. En realidad, este debería haber sido el título genuino del texto y, por otra parte, el que mejor correspondería al panorama que se encontraba a primera vista: el desnudo hecho, que superaba cualquier representación política, de que millones de personas, en la que seguramente fue la mayor confusión histórica producida por una guerra, perdieron la vivienda y, con ella, la misma posibilidad de sobrevivir. Eso los vivos. En esos años posteriores a la Guerra, la necesidad de «vivienda» había pasado incluso por la reutilización de los antiguos campos de concentración y exterminio, vueltos ciudades improvisadas para el albergue de millones de desplazados que incluso allí recluidos morirían sin remedio, carentes de alimento, medicinas y de un simple techo para cobijarse. Aquellos prisioneros y desplazados jamás recuperarían ya de por vida sus lugares natales, como si aquellos campos de prisión y muerte se hubieran vuelto el modelo del nuevo urbanismo que esperaba a los seres humanos. Después de la catástrofe, la elección del lugar para vivir así como la de un determinado modo de construir, ya no dependería de las viejas costumbres ni de los materiales vinculados naturalmente al lugar de nacimiento. Eso lo vio bien Heidegger. Incluso el sentido mismo de dicho lugar habría cambiado por completo: en realidad nunca más se volvería a nacer en la tierra natal, porque la misma noción de «tierra natal» habría desaparecido para siempre. El discurso de Heidegger se inicia subrepticiamente a la vista de esa inhabitabilidad, que el filósofo eleva a categoría de la existencia y a rasgo esencial de la historia futura. Desde Alemania a Japón, pasando por Rusia o Grecia, jamás se volvería a habitar de la misma manera: inhabitabilidad se habría convertido en el destino insoslayable que ninguna construcción, por afortunada y extendida que fuera, podría paliar. El problema fundamental no residiría entonces en la construcción, sino en el sentido del habitar o, más certeramente todavía, en el reconocimiento de que habitar solo puede entenderse como sentido. La cuestión que subyacería al texto entonces, no es ya si tras la destrucción total cabe hablar todavía de sentido, sino si la propia destrucción no era ya un resultado de la pérdida anterior de aquel sentido de habitar, definitivamente reducido al