IV
después de dejar a indar con su madre, Elena camina con prisa en dirección a Zaramaga. Todos sus pensamientos están centrados en la convocatoria de huelga. Es mucho lo que está en juego. Si las fábricas suman fuerzas y las distintas capas sociales apoyan la movilización, promete ser una jornada para el recuerdo. Y está segura de que lo será, pues la situación es propicia. Durante los años anteriores, los actos de protesta se han sucedido a lo largo y ancho del suelo vasco, incluso habiéndose declarado el estado de excepción; en verdad, el decreto aprobado en noviembre por el consejo de ministros ha terminado de resquebrajar una paz social ya de por sí inestable. Durante el fin de semana se han producido manifestaciones multitudinarias en la ciudad —una vez más, reprimidas con dureza— y han sido detenidas varias personas acusadas de coacción a los esquiroles. Consuelo no ha parado de sacar el tema, aunque la razón de ese repentino interés, piensa Elena, no ha sido la indignación, sino la voluntad de poner el foco de atención lejos de Santos. Nunca ha sentido simpatía hacia él. Si lo ha tolerado, ha sido porque no le ha quedado más remedio, lo mismo que los pantalones de campana, la música rock o el hábito de fumar en las mujeres. En
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