Jorge Riechmann
ENTRE LA CANTERA Y EL JARDÍN
la oveja roja
Entre la cantera y el jardín © Jorge Riechmann, 2010 © de la presente edición, ALDEA (Asociación Libre de Difusión, Edición y Acción) Apdo. 2008 Sucursal 2 28850 Torrejón de Ardoz (Madrid) Impresión: Bookprint (Barcelona)
La edición de este libro ha contado con la colaboración de Ediciones del Genal
ISBN: 978-84-935829-8-2 Depósito Legal: B-13.619-2010 La Oveja Roja www.laovejaroja.es
Índice
Tres minutos antes de medianoche ............................. 11 ¿Dominadores de la naturaleza... o arrendatarios de la misma? . ............................. 22 ¿Seguiremos mirando hacia otro lado? ....................... 25 Belleza que sepultarán las aguas .................................. 31 Sobre poesía y ecocidio ................................................ 36 Cuentos de las 1001 experiencias ................................ 49 Acerca del producir ...................................................... 51 Sobre faraones, príncipes de las finanzas y la gente común y corriente de hoy en día .......... 60 Sobre ecología y lujos sencillos ................................... 62 Metamorfosis . .............................................................. 65 Una comunidad que incluya a los muertos, las encinas y las abejas ......................................... 75 ¿No hay alternativas? ................................................... 93 Ciencia y supervivencia, retraso y anticipación . ....... 100 Sostenibilidad: una cuestión política y moral . .......... 108 Para una cultura de la sostenibilidad ......................... 130 La luz de una candela . ............................................... 133 Epílogo: acerca de Jorge Riechmann ......................... 136
«Nadie se da cuenta de lo que ocurre, pero la arquitectura de nuestro tiempo/ está convirtiéndose en la arquitectura siguiente. Y el destello/ del sol sobre las aguas no es nada comparado con los cambios/ labrados ahí...» Mark Strand
¿Seguiremos mirando hacia otro lado?
1 En septiembre de 2008, el hielo ártico ocupa apenas la mitad de la superficie que en septiembre de 198019. Se trata del segundo peor registro del que se tiene noticia desde que se mide ese fenómeno de deshielo estival (sólo 2007 fue un año peor)20. Y los habitantes de las grandes ciudades europeas que comenzamos a sentir fresco por las mañanas y las tardes, que nos vamos adaptando al otoño entrante y nos preguntamos dentro de cuántas semanas habrá que empezar a poner la calefacción, ¿habríamos de inquietarnos por esas nuevas sobre el verano polar? ¿Tendrán razón los agoreros que insisten en considerar el deshielo estival de esa región tan lejana como un «canario dentro de la mina», según reza la expresión inglesa? Lo cierto es que septiembre nos ha puesto sobre la mesa una noticia todavía peor. El buque científico ruso «Jacob Smirnitsyi» ha informado de que millones de toneladas de metano están escapando a la atmósfera desde los fondos marinos del Ártico21. Si se confirma, querrá decir que se están fundiendo las capas de permafrost que impedían escapar al metano de los depósitos submarinos formados antes de la última glaciación. El metano es un gas de «efecto invernadero» 25 veces más potente que el dióxido de carbono, por lo que su liberación provocaría 19 Una versión más breve se publicó en Barcelona Metrópolis, 74, primavera de 2009. 20 Datos del National Snow and Ice Data Center de Colorado, EE UU. 21 Agencia EFE, «Millones de toneladas de metano salen a la superficie en el Ártico», El Mundo, 23 de septiembre de 2008.
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un intenso efecto de realimentación, acelerando el calentamiento. Los científicos han identificado numerosos bucles de realimentación positiva susceptibles de acelerar el calentamiento (la liberación del metano sólo es uno de ellos)22. Superado cierto umbral, el calentamiento gradual podría disparar varios de estos mecanismos, lo que conduciría a un cambio rápido, incontrolable y seguramente catastrófico. Tenemos todas las razones para temer estarnos acercando a ese punto sin retorno... Cómo no sentir inquietud al releer la advertencia del cosmólogo y astrónomo Martin Rees: «Tal vez no sea hipérbole absurda, ni siquiera exageración, afirmar que el punto más crucial en el espacio y en el tiempo (aparte del propio big bang) sea aquí y ahora. Creo que la probabilidad de que nuestra actual civilización sobreviva hasta el final del presente siglo no pasa del 50%. Nuestras decisiones y acciones pueden asegurar el futuro perpetuo de la vida (...). Pero, por el contrario, ya sea por intención perversa o por desventura, la tecnología del siglo xxi podría hacer peligrar el potencial de la vida»23. 2 La crisis socio-ecológica mundial, cuya manifestación más visible y peligrosa a corto plazo es el calentamiento global, amenaza el futuro de la civilización humana. Dennis Meadows, uno de los autores principales del ya clásico informe al Club de Roma Los límites del crecimien22
Otro de los más preocupantes sería el colapso de los ecosistemas marinos (por encima de cierto nivel de calentamiento oceánico habría extinción masiva de algas, con su capacidad de reducir el nivel de dióxido de carbono y crear nubes blancas que reflejan la luz del sol), que probablemente originaría una brusca subida de las temperaturas promedio en más de 5ºC. 23 Martin Rees, Nuestra hora final, Crítica, Barcelona, 2004, p. 16.
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to (1972)24, fue entrevistado en La Vanguardia el 30 de mayo de 2006. El viejo sabio lanzaba otra vez la alarma: «Dentro de cincuenta años, la población mundial será inferior a la actual. Seguro. [Las causas serán] un declive del petróleo que comenzará en esta década, cambios climáticos... Descenderán los niveles de vida, y un tercio de la población mundial no podrá soportarlo». Detengámonos en la enormidad que acabamos de leer. Las perspectivas hoy son de colapso social generalizado25, lo que Meadows evoca explícitamente en su entrevista: «El crecimiento económico tiene un límite. Los actuales síntomas de cambio climático son una señal con la que no contábamos hace 34 años [al publicarse The Limits of Growth]. ¿El límite? El colapso. A mayor crecimiento, mayor posibilidad de colapso». Por tanto: la previsión racional que hoy podemos hacer es que, de seguir la senda emprendida (el business as usual que dicen los anglosajones), podemos sufrir un colapso que se lleve por delante a un tercio de la población mundial —¡o incluso más!— en unos pocos decenios. Y no son Doomsday prophets ni verdes apocalípticos quienes avisan de esto, sino científicos bien informados26. 24
Véase Donella Meadows, Jorgen Randers y Dennis Meadows, Los límites del crecimiento (30 años después). Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2006. 25 Véase Jared Diamond, Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, Debate, Barcelona, 2006. 26 Es así de grave: un incremento de 5 ó 6ºC sobre las temperaturas promedio de la Tierra (con respecto a los comienzos de la industrialización), incremento hacia el que vamos encaminados si no «descarbonizamos» nuestras economías rápidamente y a gran escala, nos retrotraería a una biosfera inhóspita, probablemente similar a lo que los paleontólogos designan con la gráfica expresión de «infierno del Eoceno». En un mundo así, cientos de millones de seres humanos perecerían antes de finales del siglo xxi, y cabe suponer que la vida de los supervivientes no tendría mucho de envidiable.
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En estos días de septiembre de 2008, la debacle financiera en Wall Street es uno de esos acontecimientos que deberían ilustrar incluso a los más reticentes sobre la clase de sistema socioeconómico donde realmente viven. Evidencia el rotundo fracaso histórico del capitalismo neoliberal. Pero más allá de esto, el cambio climático —o más en general la crisis ecológico-social— evidencia el fracaso histórico del capitalismo tout court. 3 Es otra enormidad la que acabo de escribir: «fracaso histórico del capitalismo». Pero si es así ¿dónde están los movimientos sociales críticos que a lo largo de esta historia desafiaron la estructuración capitalista de la sociedad? Más o menos entre 1848 y 1948 —valgan estas dos fechas clave para fijar ideas—, estos movimientos, entre los que por supuesto descollaba el movimiento obrero, trataron de disputar la dirección de la sociedad al poder del capital. Pero en la segunda mitad del siglo xx —tras la derrota de la revolución en Centroeuropa en 1918-21, y tras el final de la segunda guerra mundial y el comienzo de la Guerra Fría—, en términos generales el movimiento obrero occidental renunció a plantear la «cuestión del sistema»: se aceptó la dirección del capital sobre el conjunto de la sociedad 27. Se aceptó esa concepción del progreso, el crecimiento económico y la riqueza cuyas desastrosas consecuencias hoy se muestran con claridad a todo aquel que no quiera cerrar los ojos28. 27 Constatar esto no implica en absoluto desvalorizar las luchas obreras que llevan a la creación de los Estados sociales y democráticos de derecho con sus políticas de welfare. 28 Véase José Manuel Naredo, Raíces económicas del deterioro ecológico y social, Siglo XXI, Madrid, 2006.
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Pero hoy, si las perspectivas son de colapso, ¿puede el movimiento obrero seguir aceptando la dirección del capital sobre el conjunto de la sociedad? Si lo que racionalmente cabe prever son catástrofes que se lleven por delante a un tercio de la población mundial, o más, ¿cabe seguir adelante sin cuestionar las bases del modelo económico, la estructura de propiedad, la lógica de la acumulación de capital? ¿Pueden hurtarse estos sindicatos nuestros —a menudo demasiado acomodaticios— a la responsabilidad a que los convocaba Pierre Bourdieu poco antes de su muerte: construir —junto con los demás movimientos sociales críticos— un verdadero movimiento social europeo capaz de rupturas radicales con el insostenible presente?29 ¿Acaso no estamos, definitivamente, en otra fase que la que podía justificar alguna clase de «compromiso histórico» entre trabajo y capital? 4 El límite para el «cambio climático peligroso» se sitúa en unos 2ºC (con respecto a los niveles preindustriales). La diferencia entre el promedio de temperaturas en el último milenio, y la edad del hielo que finalizó hace unos 12.000 años, es sólo de 3ºC. El tiempo está corriendo rápidamente en contra nuestra (y más si tenemos en cuenta la considerable inercia del sistema climático y de los sistemas socioeconómicos humanos). Para descarbonizar nuestra economías y así comenzar a «hacer las paces con la naturaleza», hay que adaptar los procesos productivos en la tecnosfera a las condiciones de nuestra vulnerable biosfera, de tal modo que estos procesos lleguen también a ser cíclicos o cuasi-cíclicos; y poner en marcha la 29 Véase Pierre Bourdieu, Contrafuegos 2: por un movimiento social europeo, Anagrama, Barcelona, 2001.
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transición hacia un sistema energético basado en la explotación directa o indirecta de la luz solar, fuente en última instancia de toda la energía disponible en la Tierra; así como limitar el tamaño de los sistemas socioeconómicos humanos con enérgicas medidas de autocontención30. Incluso los editoriales de prensa en el centro del Imperio del Norte lo dicen ya con toda claridad: «Debemos cambiar radicalmente nuestra forma de vivir y trabajar, con la certeza de que es la única oportunidad de poner coto a un cambio radical en la naturaleza»31. Llevamos un retraso de decenios en la acción eficaz para contrarrestar la crisis socioecológica planetaria (a veces designada con el eufemismo de «cambio global»). La creación del Programa Mundial sobre el Clima, y la publicación de Los límites del crecimiento —el primero de los informes del Club de Roma—, tuvo lugar en 1972: no en esta legislatura ni en la legislatura anterior. No podemos permitirnos seguir perdiendo el tiempo. 5 Según la teoría de los seis grados de separación —nos recuerda Manolo Rodríguez Rivero—, cualquiera puede estar conectado a cualquier persona de este mundo a través de sólo seis enlaces. (Esto lo esbozó Frigyes Karinthy en 1929, y parece que fue confirmado por Stanley Milgram en los años sesenta del siglo xx.) Seis grados: lo que separa la biosfera acogedora que conocemos, donde se han desarrollado los logros humanos que apreciamos y eso que llamamos «civilización», y el infierno climático hacia el que avanzamos a toda velocidad. 30
Véase Jorge Riechmann, Biomímesis, Libros de la Catarata, Madrid, 2006. Editorial «Broken ice in Antarctica», The New York Times, 28 de marzo de 2008.
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Sobre poesía y ecocidio
1 Como voy a tratar un asunto trágico34, me permitirán ustedes que comience con una broma. Durante el siglo xx, los poetas han perseguido con proverbial ahínco al «amigo sueco»: traductores al sueco, profesores suecos, académicos suecos, editores suecos, antólogos suecos, y todo eso sin desdeñar a los ocasionales lectores suecos de poesía... Pues bien, en el siglo xxi esta querencia por lo escandinavo debería seguir siendo igual de perentoria. Pero no se tratará, en este caso, de soñar con la gloria literaria identificada con el premio Nobel de la Academia sueca: sino de tratar de salvar la vida (o el nombre) en una de las pocas zonas del planeta de las que cabe esperar sigan siendo habitables en caso de calentamiento climático rápido y descontrolado. Esta crisis climática forma parte de una crisis ecológico-social más amplia35 y se encuentra, por lo demás, del lado de los efectos: las causas de la misma hay que buscarlas en el uso irresponsable de los combustibles fósiles (la columna vertebral del modelo energético del capitalismo industrial) y del territorio desde hace siglo y medio. En efecto: si las cosas van mal —y de momento están yendo peor que mal—, dentro de pocos decenios puede que subsistan sólo los restos de una humanidad diezmada en las tierras próximas al Círculo Polar Ártico, mientras 34 Intervención en León, 18 de enero de 2008, y luego en Sevilla, 31 de enero de 2008. 35 Asunto que he abordado en varios lugares, sobre todo en mis libros Un mundo vulnerable (segunda edición en Libros de la Catarata, Madrid, 2005) y Biomímesis (Libros de la Catarata, Madrid, 2006).
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que el resto de las tierras emergidas sean sólo desierto inhabitable. Las amenas riberas del Tajo que cantó Garcilaso, la Granada de Federico García Lorca, la Mancha cervantina y quevediana, las tierras altas castellanas de Claudio Rodríguez, los campos leoneses que dan frío a Antonio Gamoneda, la campiña onubense y el Moguer de Juan Ramón Jiménez, o las huertas mediterráneas de Gil-Albert y Brines y César Simón, pueden ser entonces parajes más semejantes al actual desierto del Sáhara que a ningún otro lugar. Pero cabe esperar que el norte de Suecia, Finlandia, Rusia o Canadá sigan siendo habitables para la humanidad residual que quizá sobreviva. 2 ¿Exageraciones catastrofistas? Lean, por favor, la literatura científica que trata sobre estas cuestiones. Asómense a los muy ponderados y demasiado prudentes informes del IPCC (Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático). Presten atención a las advertencias cada vez más desesperadas que los climatólogos y los expertos en otras disciplinas vienen lanzando desde hace años... En un editorial de Science, en la primavera de 2006, leíamos: Nada en los registros sugiere que un modelo climático de «equilibrio» sea el término adecuado de comparación. Estamos dentro de un sistema altamente cinético, y en el pasado cambios climáticos dramáticos tuvieron lugar en el lapso de sólo algunas décadas. Nuestro confort durante el Holoceno [los últimos diez mil años] puede haber fortalecido nuestro sentimiento de seguridad, pero la expectativa de que los cambios son improbables no constituye una posición razonable. (...) Una fusión glacial acelerada y cambios de gran calado en el nivel del mar (por ejemplo) no deberían considerarse posibilidades hipotéticas, sino acontecimientos probables.36 36 Kennedy, D. y Hanson, B. (2006), «Ice and history», Science, vol. 311, 24 de marzo de 2006, p. 1673.
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Las conservadoras previsiones del IPCC —que sin embargo parecen a muchos desinformados «catastrofistas»— corren el riesgo de quedar muy por detrás de la realidad. Si se deshielan del todo Groenlandia y la Antártida —y se están deshelando con escalofriante rapidez en estos primeros años del siglo xxi— el nivel del mar no subirá un metro, ni dos, sino entre 12 y 25 metros, quizá incluso más. Esto significaría más de 500 millones de desplazados37. Pero desplazados ¿adónde? Hoy los niveles de emisión de dióxido de carbono y metano son similares a los que se dieron durante el período que los paleontólogos llaman gráficamente «infierno del Eoceno», hace 55 millones de años. Entonces la temperatura subió unos 5ºC en promedio en los trópicos, y 8ºC en las latitudes templadas, y el planeta tardó más de 200.000 años en recuperar cierto equilibrio climático. ¿Esto les parece poco? El catedrático de la Universidad de Alcalá Antonio Ruiz de Elvira explica que: El nuevo informe del IPCC que se publica en 2007 indica que si las emisiones se mantienen al ritmo actual, la subida de la temperatura media global (TMG) será de 5ºC debido a la pérdida de reflectividad del hielo que desaparece en el Ártico y a la emisión acelerada de metano. Una subida de 6ºC de la TMG causará la desaparición del 90% de las especies vivas, incluida, claro está, la especie humana. 38
El científico James Lovelock sostiene que hemos pasado ya el punto sin retorno en lo que se refiere a cambio climático, y que resulta improbable que nuestra civilización 37 Tim Flannery, La amenaza del cambio climático. Historia y futuro, Taurus, Madrid, 2006. 38 Antonio Ruiz de Elvira entrevistado por Salvador López Arnal en El Viejo Topo, enero de 2007.
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sobreviva. Su perspectiva no puede ser más sombría: para él, antes de que acabe el siglo xxi miles de millones de personas habrán muerto, y las pocas parejas reproductoras que sobrevivan estarán en el Ártico, donde el clima aún resulte soportable. «Hoy sabemos que la Tierra se autorregula, pero (...) hemos descubierto demasiado tarde que esa regulación está fallando [debido al desarreglo climático antropogénico] y que el sistema de la Tierra avanza rápidamente hacia un estado crítico que pondrá en peligro la vida que alberga.»39 Por desgracia, hasta ahora las peores previsiones se van cumpliendo. Si hace pocos años los expertos en la criosfera del planeta (su cubierta de hielos y nieve) pensaban que el Océano Ártico podía dejar de ser glacial, quedando completamente libre de hielos en verano, hacia 2070, ahora estiman que esa catástrofe podría ocurrir incluso en 2013 —apenas dentro de un lustro—. «El análisis de los últimos seis años [2000-2006] por el Global Carbon Project muestra que la tendencia del calentamiento se ha acelerado y rebasa con mucho la peor de las alternativas [el peor de los escenarios de futuro del IPCC], debido al incremento, mayor del previsto, de las emisiones en estos años.» 40 El catedrático de la UAB Jaume Terradas prosigue explicando que dos previsiones básicas del IPCC respecto al dióxido de carbono emitido han resultado demasiado optimistas. En principio, el 48% del dióxido de carbono emitido se queda en la atmósfera, y el 52% es asimilado, a partes iguales, por la vegetación de los continentes y por dilución en los océanos. El IPCC supuso que el aumento 39
James Lovelock, La venganza de la Tierra, Planeta, Barcelona, 2007, p. 23. Jaume Terradas, «El milenio de la ecología», en AAVV, 150 años de ecología en España. Ciencia para una tierra frágil, Museo Nacional de CC. Naturales/ Fundación Banco de Santander, Madrid, 2007, p. 96.
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de gas carbónico actuaría como un fertilizante, aumentando la producción vegetal primaria y, por tanto, la fijación de carbono por los ecosistemas, al menos durante unas décadas. Pero tal previsión no se está cumpliendo por dos razones. En los continentes, el aumento de las sequías está reduciendo la producción primaria, pese al efecto fertilizador del dióxido de carbono. Y en los océanos meridionales parece que el aumento de la velocidad de los vientos —que es una consecuencia del calentamiento— reduce la captación de carbono. De modo que estos dos sumideros básicos de carbono funcionan peor de lo previsto, y la cantidad de carbono que permanece en la atmósfera es mayor que la esperada. La conclusión es muy alarmante: Hoy se puede descartar ya el escenario de estabilización del CO2 alrededor de 550 ppm a fines del siglo xxi, considerado alcanzable por el IPCC. No podrá ser. Ni siquiera es creíble una estabilización a 650 ppm. Por lo tanto, hay que suponer que habrá un calentamiento bastante superior, por encima de los 6ºC, a menos que se produzcan cambios que hoy por hoy no son previsibles 41 [las cursivas son mías].
3 Se diría que, en cuanto ciudadanos, sabemos (o deberíamos saber) lo que hay que hacer: luchar juntos para que se produzcan esos «cambios que hoy por hoy no son previsibles» (porque todavía hoy nos seguimos aferrando a un statu quo energético insostenible). Cambios que tenderían a «descarbonizar» nuestras economías y nuestras sociedades, lo cual exigiría otro modelo energético, de transporte, de ocupación del territorio: otra forma de producir, trabajar, consumir, desplazarnos, divertirnos... Por 41
Jaume Terradas, op. cit., p. 97.
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no mencionar sino un detalle —pero importante—, el automóvil privado sería estigmatizado como un bien antisocial y tendríamos que asegurar nuestra movilidad sobre todo a partir de transporte colectivo, pedalear, caminar... Eso, en cuanto ciudadanos. Pero ¿en cuanto poetas o aficionados a la poesía? ¿Puede la poesía suministrar algún recurso valioso en estos difíciles tiempos que se avecinan? Sin pretender en modo alguno agotar el tema, voy sólo a sugerir cinco ideas.
(A) La doble dimensión —crítica y utópica— de la función poética del lenguaje No cabe ignorar que hay en la poesía, con independencia de que aborde o no temas «sociales» o ecológicos, un elemento intrínsecamente cuestionador, subversivo, insurreccional. Con sus recursos propios, metonímicos y sobre todo metafóricos, lo que la poesía hace incesantemente es aproximar lo lejano, conectar lo desconectado, establecer vínculos que antes no existían. Este trabajo de creación de vínculos, ínsito a la función poética del lenguaje, resulta profundamente perturbador para el orden de las categorías establecidas: se trata de una potencia dinámica que continuamente busca poner en movimiento lo quieto, y sin cesar desbarata los equilibrios estabilizados. Es el gran viento de las comparaciones, y todavía más de las metáforas: «Un viento que refresca, reúne y separa./ Elimínalo y cubrirás el mundo con cemento,/ serás siervo de las cosas» (Harry Martinson, Entre luz y oscuridad, Nórdica, Madrid, 2009, p. 242). La función poética del lenguaje pone siempre en acción esa dimensión crítica. Pero se puede ir un paso más allá y señalar que igualmente pone en acción una dimensión
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utópica, en la medida en que remite, de alguna forma, a un profundo anhelo de unidad total. Señala un horizonte utópico de vinculación entre lo vivo y lo inanimado, entre lo visible y lo invisible, entre lo próximo y lo lejano. Como dice el texto siux, «todo lo viviente está unido por un cordón umbilical. Las altas montañas y los arroyos, el maíz y el búfalo que pace, el héroe más valiente y el tramposo coyote...» (de la compilación de poesía aborigen Colibríes encendidos). No hay ser humano sin lenguaje, no hay lenguaje sin metáfora, y no hay metáfora que no ponga en movimiento esta doble dimensión. Dimensión crítica —puesta en entredicho de los sistemas categoriales petrificados— y dimensión utópica —sueño de vinculación cósmica— consustanciales a la función poética del lenguaje en todos sus usos, y no sólo en los usos poéticos del mismo. Otro mundo es posible no es en primera instancia una consigna política: es la experiencia de la poesía.
(B) Nuevas propuestas de sentido para la existencia humana En una sociedad sostenible deberían disminuir los flujos de energía y materiales que atraviesan nuestro sistema productivo: eso quiere decir que nuestra producción industrial tendría que ser distinta, más ahorradora de recursos naturales, menos generadora de residuos, y que en general la vida de los seres humanos sería menos dependiente del consumo creciente de nuevos bienes materiales y servicios mercantilizados. Esto último tendría como consecuencia, tal vez, que las actividades de relación con otros seres humanos (y de nuevo volvemos a la idea de vinculación) tomarían una nueva y mayor
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relevancia —y que dentro de ellas tendrían más importancia las actividades artísticas, poéticas en el sentido etimológico de la palabra (creación)—. Si se quiere en forma de consigna: más diálogo, más sexo y más canción; menos automóviles, menos televisores y menos viajes al Caribe. A lo largo de la historia de la humanidad, el arte siempre ha hecho propuestas de sentido a la existencia humana; y ahora necesitamos cambiar radicalmente el sentido de nuestra existencia. Los centenares de millones de personas que hoy buscan este «sentido de la vida» en la capacidad de provisión de cada vez más mercancías deberían quizá considerar que una existencia plena tiene mucho más que ver con actividades satisfactorias en el terreno de la creación y de la relación con los demás. Ahí es donde tanto el arte como la educación, la filosofía y la ciencia podrían desempeñar un papel fundamental.
(C) Caminar ligeramente sobre la Tierra Para el potente movimiento de autolimitación en lo que se refiere a uso de materiales, energía y territorio, todas las actividades poco intensivas en energía y materiales, y muy intensivas en tiempo y esfuerzo, serán bienvenidas. Entre estas últimas, el cultivo de artes como la música o la literatura son ejemplos sobresalientes. Una vida humana rica en logros puede suponer sólo una ligera carga sobre la biosfera –a condición de reorientar hábitos, valores y prioridades.42
42 Sobre este importante asunto, que aquí dejo sólo apuntado, insistiré en el breve ensayo «Acerca del producir», unas páginas más adelante.
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(D) Compensaciones La creación humana puede compensar las carencias y frustraciones de otros deseos. Éste es un tema que Sigmund Freud desarrolló ampliamente, como se sabe (la libido desplaza instintos que no se pueden satisfacer, sublimándolos en forma de creaciones artísticas o científicas). Entre los filósofos contemporáneos, Odo Marquard ha analizado profundamente los tejemanejes de la compensación, hasta el punto de proponer una visión del ser humano como Homo compensator: «Lo absoluto —lo perfecto sin más, lo extraordinario— no es humanamente posible, porque los seres humanos son finitos. ‘Todo o nada’ no es para ellos una divisa practicable: lo humano yace en el medio, lo verdadero es lo medio. Los seres humanos son así, deben y pueden hacer algo en vez de otra cosa, y lo hacen: cada ser humano es, en primer término, un bueno-para-nada que, secundariamente, se convierte en un Homo compensator» 43.
(E) Arte de vivir ¿Qué nos recuerda la poesía? Que lo esencial de la vida, lo que realmente importa, es algo que está más allá de la 43
Marquard, Felicidad en la infelicidad, Katz, Buenos Aires, 2006, p. 9. Véase más por extenso Marquard, Filosofía de la compensación, Paidos, Barcelona, 2001. Por otra parte, no debemos pensar que este sistema de compensaciones y sublimaciones quede reservado a una élite intelectual para aplicarlo a «altas ocupaciones», como el arte o la ciencia. «Los procesos creativos, según los investigadores de nuestro siglo, son los mismos al cultivar un jardín, hacer una colcha o enunciar las leyes de la termodinámica. Maslow es uno de los psicólogos contemporáneos que más ha luchado contra el prejuicio de mantener la creatividad en la reserva del arte y la ciencia alejada de la gente ‘normal’», explica Josep Muñoz Redon (Filosofía de la felicidad, Anagrama, Barcelona 1999, p. 142).
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estadística y la máquina, de la prisa y las ocupaciones, del ruido y el progreso: algo que tiene que ver con la respiración, el vínculo y el silencio. Y que ese algo difícil de cerner está siempre ahí. El poeta turco Nazim Hikmet aconseja: «Has de tomar tan en serio el vivir/ que a los setenta años, por ejemplo,/ si fuera necesario plantarías olivos/ sin pensar que algún día serán para tus hijos;/ debes hacerlo, amigo, debes hacerlo/ no porque, aunque la temas, no creas en la muerte,/ sino porque vivir es tu tarea». Y el poeta venezolano Eugenio Montejo describe su labor: «Ando buscando una música donde quepan las cosas y un poco de tiempo donde quepa la música» 44. «Perfeccionar el arte de vivir» en vez de «estar absorbidos por la preocupación constante por el arte de progresar» (vale decir, de crecer económicamente), recomendaba John Stuart Mill ya en 184845. ¿Le haremos caso alguna vez? Si se lo hacemos, no deberíamos dudar de que la poesía puede ser una excelente maestra en el arte de vivir. 4 Por último, unas palabras sobre la cuestión del apocalipsis, que barrunto no les parecerán injustificadas: seguro que más de uno y más de una de ustedes ha pensado para sus adentros que mi discurso era «apocalíptico», y éste es un género de discurso más bien desacreditado, hoy en día. Como en la siguiente anécdota, que me transmitió mi tío, el ingeniero de minas y ambientalista industrial Paco Román: un cura de la vieja escuela predicaba sobre los males del infierno, sobre la infinitud de las penas y de los sufrimientos del condenado. En 44 Entrevista en Laura Antillano, La palmera luminosa: entrevistas, Universidad de Carabobo, Venezuela, 1999, p. 89. 45 John Stuart Mill, Principios de economía política, FCE, México,1985, p. 643.
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medio de un silencio sobrecogedor, se levantó uno de los feligreses y dijo: «Padre, si hay que ir al infierno se va, ¡pero sin acojonar!». Por una parte, «uno requiere lo que yo llamo imaginación apocalíptica para aprehender las realidades de nuestro tiempo. Hay que vivir con una imaginación apocalíptica porque así lo impone la naturaleza misma de nuestras posibilidades destructivas». Esto nos lo advertía un importante estudioso, Robert J. Lifton, en 1973. Era verdad entonces y todavía es más verdad ahora. Desde hace más de siete lustros —desde el primer informe al Club de Roma en 1972, si se quiere fechar un acontecimiento—, la prognosis de que seguir adelante con el crecimiento económico cuantitativo nos lleva al desastre está sólidamente fundada. Casi cuarenta años después, las sociedades industriales siguen siendo sociedades de crecimiento —eso sí, adjetivando «crecimiento sostenible» por mor de la corrección política—, donde el norte del rumbo económico-social continúa imperturbablemente cifrado en el crecimiento. Por eso no podemos dejar de hablar de nihilismo. El poeta sueco Artur Lundkvist lo formulaba así en aquellos años (en su libro Demoníaco Edén, de 1973): ¡Ya vienen! ¡Ya vienen los tan esperados y temidos jinetes! ¡Ya llegan los cuatro jinetes! Pero no tienen el aspecto que habíamos imaginado. No parecen amenazadores ni espantosos, ni repulsivos ni terribles. Al contrario, parecen alegres y joviales, llevan ropas de vivos colores, y sus caballos brillan lustrosos, con cascos de laca roja y crines que flamean en rubias olas...
Pero por otra parte, en el discurso apocalíptico hay casi siempre algo de confort intelectual, o al menos una pendiente que nos inclina hacia ese confort. Y precisamente
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la crisis ecológico-social debería vedar que nos acomodásemos en cualquier clase de confort –tampoco el confort intelectual. En efecto, en la idea de apocalipsis, como ha observado con acierto Claudio Magris, hay algo tranquilizador: la grandeza de un final definitivo que da sentido —aunque sea de esa forma negativa y atroz— a toda la historia anterior, y el consuelo de morir acompañado y pensar que no habrá supervivientes. «La tradicional visión apocalíptica de un fin del mundo (...) permite dominar la angustia de la propia muerte con la imagen de una muerte universal, de hogueras y diluvios en los que todo arde y queda sumergido. Es nuestra muerte individual, solitaria y olvidada en medio del bullicio de las cosas, lo que nos llena de pesadumbre el corazón.» 46 Pero la vida real no es una película de Hollywood —ni comedia romántica ni drama de catástrofes—, y hay que evitar que nuestra propia dinámica psíquica reproduzca esas pautas deleznables. Lo que de verdad debería ocuparnos no son las fantasías del Armaggedón final sino la omnipresencia del apocalipsis cotidiano. El daño a la biosfera y el socavamiento de la autonomía del ser humano se están produciendo ahora; el trabajo de los poderes económico-políticos contra las alternativas que nos salvarían está teniendo lugar ahora. El momento de la verdad es ahora. 5 Por tanto, no deberíamos olvidar nunca lo que hay de pereza cognitiva en la fascinación por el apocalipsis. (Y a mi entender todas las formas de pereza son viciosas.) 46
Claudio Magris, «Los consuelos del Apocalipsis», en Utopía y desencanto, Anagrama, Barcelona, 2001, p. 22..
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El gran poeta chino Wang Wei (701-761), uno de los clásicos de la literatura universal, tituló uno de sus poemas Insufrible canícula. En él leemos los siguientes versos47: Un sol de brasas envuelve cielos y tierra,/ nubes de fuego se acumulan como montañas.// Árboles y hierbas se queman./ Ríos y estanques se han secado.// La ropa delgada se siente pesada;/ el denso follaje apenas da sombra.// (...) ¡Ay, si pudiera salir de este universo/ y sentirme libre en la vasta inmensidad!...
El mundo de «efecto invernadero» reforzado donde estamos ingresando puede dejar chiquitas a todas las canículas anteriores que han experimentado nuestros antepasados; y aunque lo deseemos, no hay forma de «salir de este universo». No podemos seguir escondiendo la cabeza bajo el ala y posponiendo la acción eficaz: el tiempo se nos está acabando. «Niños, descainizaos con paciencia», escribe el poeta Francisco Pino. «Alabad a Dalila, la más ilustre peluquera de la historia. Leed las Bucólicas. No cortéis las alas de las moscas. No atéis botes a los rabos de los perros. Alabad al que trepa a las palmeras para colectar los dátiles, al que ordeña, al que barre la puerta de la escuela, al maestro. Bebed la vida descainizada con leche.» ¿Vamos a lograr descainizarnos lo suficiente, antes de que sea demasiado tarde? Ligero, lento, cerca, silencioso, solar. Cinco adjetivos que bastan para definir esa otra manera de estar en el mundo que necesitamos desesperadamente. ¿Vamos a ser capaces de cambiar?
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Traducción de Guillermo Dañino, publicada por eds. Hiperión en 2004.
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