Salvador López Arnal
Entre clásicos Manuel Sacristán y la obra político-filosófica de György Lukács
2011
LA OVEJA ROJA
Sumario Prólogo Entrar en conversación, de Constantino Bértolo.......................................13 Introducción Un filósofo represaliado por el franquismo estudia y traduce al autor de Historia y consciencia de clase.......................................17 I. II. III. IV. V. VI. VII. VIII. IX. X. XI. XII.
Praga, agosto de 1968. Pocos días después....................................23 El irracionalismo contemporáneo fue un antirracionalismo.........29 El joven Hegel: estalinismo y neopositivismo..................................35 El realismo en el arte: estética, poética e intencionalidad política...................................................43 La Estética lukácsiana......................................................................51 Los Prolegómenos, las Aportaciones y la edición de las obras completas de Lukács...............................59 Barcelona, años sesenta: conferencias sobre arte literario y contemporáneo.............................................65 El asalto destructivo a la razón.......................................................73 Del hombre nuevo..........................................................................91 Goethe y su época.............................................................................101 La consciencia de clase en la historia...........................................107 Lukács en la versión castellana del Diccionario de filosofía editado por Dagobert D. Runes................119
XIII. Cartas y propuestas a un editor que fue director general de la Generalitat republicana............................123 XIV. Teniendo por Lukács el debido respeto.......................................135 XV. Ortodoxias y heterodoxias............................................................145 XVI. Últimas traducciones....................................................................153 XVII. Observaciones sobre textos juveniles...........................................161 XVIII. Desde la tierra que acogió el exilio republicano..........................177 XIX. ¿Volver a empezar?.......................................................................185 XX. La utilidad del realismo................................................................193 XXI. Las conversaciones de 1966..........................................................197 XXII. Coda final: carta a un preso político............................................213 Epílogo En la casa de Brecht: versos socialistas para acompañar un cuarteto de Haydn....................................................215 Anexo 1 Contra el zhdanovismo.............................................................................217 Anexo 2 Ediciones Grijalbo y las obras completas de Lukács...............................221 Bibliografía..............................................................................................225 Índice analítico y nominal....................................................................229
«Cuando la lucha estuvo verdaderamente entablada, se notó cuán pocas cosas de algún valor había en el viejo mundo de la esclavitud y de la desigualdad. ¿Comprendéis lo que esto quiere decir? En la época en la cual pensáis, y que tan bien parecéis conocer, no había ni aun el impulso de la esperanza y se recorría el camino con la tarda andadura de una mula de noria, obligada a caminar sólo por el yugo y el látigo, y en la época de combate todo fue esperanza; los rebeldes se sintieron bastante fuertes para rehacer el mundo de sus cenizas. ¡Y lo hicieron! —exclamó el viejo con los ojos flameantes bajo los espesos párpados—. Sus adversarios aprendieron algo —¡y ya era tiempo!— de la realidad de la vida y de sus dolores, que ellos y su clase no conocían…» William Morris, Noticias de ninguna parte.
«El realismo permitió a Lukács construir y construir, durante muchos años, donde otros, menos dispuestos a someterse al principio de realidad, tal vez habrían abandonado. Lo inquietante, como suele pasar con los cachazudos cultivadores de la weberiana “ética de la responsabilidad”, es que uno tiene a veces la sensación de que tantas construcciones pesen ya demasiado sobre la Tierra y sobre los que la habitamos.» Manuel Sacristán, «¿Para qué sirvió el realismo de Lukács?»
«La apologética indirecta tiende, de un modo general, a rechazar también de ese modo la realidad en su conjunto (la sociedad en su conjunto), a negar que la consecuencia última de esta negación conduzca a la afirmación del capitalismo o, por lo menos, a su benevolente tolerancia» (G. Lukács, El asalto a la razón, p. 247). Nota de lectura de Manuel Sacristán: «Estos análisis son el Lukács grande».
Introducción
Un filósofo represaliado por el franquismo estudia y traduce al autor de Historia y consciencia de clase
Antonio Gramsci era un clásico, un autor que tenía derecho a no estar de moda nunca y a ser leído siempre, y por todos, comentaba Manuel Sacristán en una entrevista de 19771. Nadie tenía derecho a meterse un clásico en el depósito de su coche. Tampoco a György Lukács ni al que fuera su traductor, editor y corresponsal. No siempre había sido así, no siempre se había obrado en la tradición marxista siguiendo esta prudente consideración. El traductor de Los métodos de la lógica había comentado años antes de su conversación con Diario de Barcelona, en el que fuera uno de sus escritos filosóficos más influyentes y recordados, las razones de un peligro que acechaba con frecuencia el desarrollo creativo, no meramente didáctico, de las tradiciones políticas emancipatorias. Por regla general, señalaba en su presentación del Anti-Dühring2 , el texto engelsiano que también él tradujo al castellano, un clásico de una disciplina científica no era para las personas que cultivaban ese saber más que una fuente de inspiración que definía, con mayor o menor claridad, las motivaciones básicas de su pensamiento. Euclides y sus Elementos eran un ejemplo de ello; Darwin y El origen de las especies, y «la inauguración de una nueva era del pensamiento científico y filosófico», con palabras del propio Sacristán, es otra ilustración que se ha recordado en su reciente aniversario. Los clásicos de las tradiciones socialistas, comunistas y anarquistas eran otra cosa. Definían, además de esas motivaciones intelectuales, centrales también para su ideario, los fundamentos de la práctica política del movimiento, sus finalidades poliéticas más importantes, sus aspiraciones esenciales. Sus grandes esperanzas. Los clásicos eran los referentes básicos de lo que entonces Sacristán llamó, con una categoría que apenas volvería a usar posteriormente, una «concepción del mundo». No eran, sin matización añadida, la 1 «Gramsci es un clásico, no una moda. Entrevista con Diario de Barcelona», Sacristán (2004), pp. 81-90. 2 «La tarea de Engels en el Anti-Dühring». Sacristán (2009), pp. 73-90.
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columna vertebradora de un determinado ámbito científico, no abonaban al modo usual terrenos como el de la biología molecular, la teoría de las supercuerdas, la lógica dialógica o la economía keynesiana. Además de —no «en lugar de»— la construcción de hipótesis y teorías explicativas y la generación de observaciones y prácticas de interés, los clásicos políticos revolucionarios, junto a activistas y ciudadanos de la propia tradición y corrientes próximas, recogían y proponían fines y contribuían a la elaboración de programas de acción, generando una praxis enriquecedora y su imprescindible prolongación en intervenciones políticas transformadoras. Conocimiento generado, también el adquirido de otras tradiciones político-culturales y de la decisiva praxis ciudadana; nuevo lenguaje con metáforas y conceptos fructíferos; práctica meditada, democrática y documentada, y acción política realista intentaban generar una síntesis consistente, dinámica y no cerrada, una «síntesis dialéctica» por decirlo en términos de la propia tradición. Una usual consecuencia de ello, comprensible desde atalayas sociológicas no elitistas, era la configuración de una relación de adhesión militante, no siempre abierta a la discusión crítica y a los riesgos de la revisión, entre estos movimientos de orientación emancipatoria y las obras, estilo de vida y acciones de sus máximos inspiradores. Era bastante natural que nuestra habitual tendencia a no ser críticos, a preocuparnos centralmente de nuestra propia seguridad moral, práctica, se impusiera con frecuencia en la lectura de esos autores, con un corolario de alta tensión que Sacristán no cesó nunca de señalar y comentar críticamente: la consagración, nefastamente practicada, injusta, improductiva sin restos aprovechables, además de claramente inconsistente con los valores intelectuales de los grandes autores de la tradición, la consolidación, decía, de cualquier estado histórico de la teoría y sus conceptos básicos con la misma o similar intangibilidad que tenían «para un movimiento político-social los objetivos programáticos que lo definen». No fue ésta la forma de proceder del editor de las OME3 en su aproximación a György Lukács, en su lectura e interpretación de la obra del autor de Historia y consciencia de clase, uno de los grandes textos filosóficos del siglo XX que también él tradujo y estudió. Tampoco aquí, como en los casos de Marx, Engels, Lenin, Gramsci, Labriola, Bernal, Benjamin, Korsch, Marcuse, Mattick, Zelený, Rubel o Harich, se deslizó el autor de Sobre Marx y marxismo por las poco fructíferas aguas de la confirmación diseñada, del entusiasmo del creyente, del seguidor fiel sin pensamiento ni cabeza propios y sin matices enriquecedores ni observaciones críticas, empujando sin tensión creativa la conocida (y algo oxidada) noria de siempre. 3 Las obras de Marx y Engels editadas por Crítica-Grijalbo.
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A pesar de las, durante un tiempo, usuales afirmaciones al respecto4, no fue Sacristán un filósofo lukácsiano stricto sensu pero tuvo por el filósofo y revolucionario húngaro, según él mismo comentara en una carta de inicios de los 70 dirigida a Francisco Fernández Santos, el debido respeto, el respeto que debía tenerse por los representantes de una tradición político-filosófica que seguía defendiendo, con errores, injusticias e incluso en ocasiones con barbarie, un horizonte de emancipación, por autores que, como él mismo dijera refiriéndose al autor de los Cuadernos de la cárcel, merecían no estar nunca de moda y ser leídos siempre aunque no se estudiaran en todo momento desde la misma perspectiva, desde el mismo punto de vista, centrándose plácidamente y sin tensión en las mismas aristas y encrucijadas de su obra. Una ilustración de estas diferencias filosóficas. En la VII sección, «Marxismo», de un artículo de 1968, «Corrientes principales del pensamiento filosófico», escrito para la Enciclopedia Labor5, en momentos en que ya llevaba años manteniendo relaciones editoriales y carteándose con el pensador húngaro, Sacristán señalaba que él mismo había negado que pudiera «hablarse de filosofía marxista en el sentido sistemático tradicional de filosofía». El marxismo debía entenderse de forma radicalmente distinta, «como otro tipo de hacer intelectual, a saber, como la conciencia crítica del esfuerzo por crear un nuevo mundo humano». En general, era posible distinguir tres líneas principales entre los filósofos marxistas de aquellos años: una tendencia que veía entre los componentes de la tradición una filosofía de corte clásico; otra que lo entendía como una filosofía no especulativa, esencialmente como filosofía moral, «como una “filosofía de la práctica”». Una última línea veía connatural con el marxismo «un filosofar analítico, crítico y praxeológico, pero no una filosofía sistemática». Sacristán abonó con su hacer y reflexión metafilosóficos, y sin reducir el marxismo a ello, la tercera de estas tendencias; el filosofar de Lukács no
4 Ejemplo destacado: Subirats (1979). Un paso representativo de este «cuaderno ínfimo», el 89, un texto rebosante de descalificaciones («al comparar a Sacristán con un profesor no he querido elogiarle. En realidad, ni siquiera tiene la dignidad que correspondería a semejante figura patriarcal», p. 22), podría ser el siguiente: «La crítica aquí expuesta se concibe como una dúplica y a este respecto se sirve del pretexto de la reivindicación de la razón moderna que el Sr. Sacristán ha escenificado representativamente para el bloque en España. Ella persigue un doble objetivo: por una parte, delata la función legitimatoria que la defensa de la razón ha desempeñado históricamente en el marco de la filosofía política, desde Hobbes, para el estalinismo; por otra parte, y ésta es sin lugar a dudas el aspecto más importante desde la perspectiva programática de una filosofía crítica, denuncia, bajo esta defensa apologética de la razón y la consiguiente crítica del “irracionalismo”, una medida profiláctica de bloqueamiento de la crítica de la dominación moderna y de inhibición de las formas radicales de protesta contra ella» (pp. 10-11) [las cursivas son mías]. 5 Ahora en Sacristán (1984), pp. 381-410, el segundo volumen, el más filosófico, pensando en términos tradicionales, de sus «Panfletos y Materiales».
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se ubicó en esas coordenadas. El siguiente apartado del artículo de 1968, «György Lukács: orientación filosófica clásica», se iniciaba recordando que la orientación filosófica tradicional era la dominante en la Unión Soviética, pero que contaba también con autores de relieve en otros países. De tal modo que «el pensador marxista más notable de esta orientación clasicista» no era un ruso, «sino el húngaro György Lukács». Para todos estos autores, el marxismo contaba «con una filosofía sistemática, compuesta por una teoría del conocimiento y de la naturaleza (materialismo dialéctico) y una filosofía del hombre (materialismo histórico)». Desde su punto de vista, el marxismo llevaba incorporada una filosofía general de corte tradicional salvo «en la importancia cognoscitiva dada a la práctica». De ese cuerpo filosófico, se derivarían sistemáticamente «las diversas disciplinas filosóficas conocidas por filosofía clásica». El ejemplo destacado de ese proceder, señalaba el que fuera su traductor, era la monumental Estética de Lukács. Las diferencias filosóficas entre una y otra aproximación son evidentes. Sacristán trabajó intensamente durante años la obra de Lukács. Fue, junto con Marx, el autor que más tradujo 6, unas cinco mil páginas. Sobre sus ensayos escribió artículos, presentaciones, contraportadas, reseñas, solapas y notas; dictó conferencias sobre algunos de sus grandes temas; colaboró con él editorialmente; estudió, analizó y anotó su amplísima obra; le escribió, se escribieron, durante casi una década, y elaboró informes y propuestas para Ediciones Grijalbo sobre la edición de los grandes ensayos del marxista húngaro durante sus largos años de trabajador editorial, después de ser expulsado por razones políticas de la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona en 1965. Todo ello hasta el final de sus días. Su penúltima conferencia, de abril de 1985, en el primer centenario del nacimiento del filósofo húngaro, estuvo dedicada al análisis de las reflexiones y propuestas político-filosóficas de las Conversaciones de 19667, un Lukács lúcido, abierto a las novedades y al ya entonces delicado y difícil momento de crisis y reformulación de los procedimientos y marcos teóricos de la tradición comunista, una fase de la evolución de su pensamiento que él valoró muy positivamente, influyendo netamente en sus propias consideraciones sobre la necesidad de profundización y revisión del ideario marxista revolucionario.
6 Una relación detallada de las obras de Lukács traducidas por Sacristán puede verse en Lema Añón (2008), pp. 87-108. También, en el que sigue siendo un trabajo de referencia imprescindible: Capella (1987), pp. 193-223. 7 El volumen fue publicado en 1969 por Alianza Editorial (Madrid), con el título Conversaciones con Lukács en traducción de J. Deike y J. Abásolo.
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Como era característico en él, como era signo distintivo suyo, Sacristán hizo todo ello con estudio y rigor, exprimiendo con restos significativos el variado y amplísimo arco temático del pensador húngaro, analizando críticamente, sin beatería alguna, sus escritos e introduciendo en el área hispanohablante una parte esencial de su obra, la de uno de los grandes filósofos del siglo XX. Despojarse en verdad de todo respeto reverencial por los clásicos, sin dar en la mezquindad de dejar de admirarlos y de aprender de ellos, y sin olvidar la advertencia de D’Ors según la cual todo lo que no es tradición es plagio, fue un programa filosófico-cultural que este profesor expulsado de metodología de las ciencias sociales sugirió en otra destacada ocasión, al impartir una no olvidada conferencia sobre «El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia»8. Ésta fue la forma en la que él mismo estudió la obra de Lukács: aprendiendo de ella, aproximándose críticamente a sus escritos, reconociendo, sin pérdida del propio sentido, su obra y sus numerosas facetas, cultivando a la altura de las nuevas circunstancias una tradición de marxismo político no entregado ni talmúdico, sin reverencias ni improductivo acriticismo. Fue la suya una prolongada relación político-filosófica-editorial, una relación entre dos clásicos de la filosofía y el marxismo europeos. Aproximarnos a ella con detalle es el objetivo de estas páginas que cuentan además, para beneficio de los lectores y lectoras y honor mío, con un prólogo de Constantino Bértolo, a quien agradezco muy sinceramente su amable y generosa colaboración. Daniel Lacalle, un sólido intelectual marxista con una columna vertebral opuesta a todo tipo de genuflexión, ha sido imprescindible para la edición de este ensayo. Miguel Candel, Mercedes Iglesias Serrano, Joaquín Miras y Jordi Torrent Bestit han leído versiones previas del mismo. Agradecerles sus sabios y críticos comentarios es lo mínimo que debería hacer; quede aquí constancia de mi deuda. El profesor, activista e investigador Miguel Manzanera ha tenido la amabilidad de permitirme el uso de los anexos de su importante trabajo de doctorado sobre la obra de Manuel Sacristán. He intentado alejarme siglos-luz de toda ubicación próxima a un tipo de escritura filosófica cercana a líneas opacas, demasiado opacas, del tipo —por decirlo de un modo algo trillado—, «estilo, lacanizado, Heidegger-DeleuzeDerrida». Lamentablemente no siempre he podido conseguirlo. Apartados
8 Sacristán (1983), pp. 333-334. El interesante coloquio que siguió a la conferencia puede verse ahora en Sacristán (2009), pp. 147-163.
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del capítulo XVII, o incluso páginas del capítulo XI, presentan dificultades de lectura —netamente inconsistentes con el legado y hacer de Lukács y Sacristán— que no he sido capaz de evitar. Además de pedir disculpas por ello, sugiero al lector/a una solución: la práctica de saltos cuánticos en la lectura de estas páginas no parecen ser causa de ninguna pérdida significativa de comprensión global de la información y sentido, si lo tuviere, de este ensayo sobre clásicos admirados muy lejos de toda obsolescencia
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Capítulo I
Praga, agosto de 1968. Pocos días después
Abril de 1968. El comité central del Partido Comunista Checoslovaco (PCCH) acaba de aprobar el «Programa de Acción». El documento sintetiza los principios en los que debe basarse el socialismo de rostro humano que postulan Alexander DubČek y la nueva dirección del partido. El amplio programa de rectificación y renovación abonaba un socialismo no falsario a la altura de las circunstancias y defendía, en el terreno político y en los ámbito social y ciudadano, la libre creación de partidos y organizaciones que aceptasen las instituciones socialistas, la igualdad nacional de checos y eslovacos, los derechos de huelga y manifestación, la existencia de sindicatos independientes y la libertad religiosa. El nuevo rumbo político emprendido contaba con fuertes apoyos populares. Había sido empujado y posibilitado de hecho por esa misma movilización ciudadana. Florecieron asociaciones, surgieron nuevos periódicos, una profunda euforia socialista y democrática se extendió por el país y entre amplísimos sectores populares. En política exterior, se siguieron manteniendo lazos de amistad con la Unión Soviética y el resto de países socialistas, y Checoslovaquia continuaba formando parte del Pacto de Varsovia. Seguía fuertemente acuñado en la memoria de los pueblos checo y eslovaco el recuerdo del decisivo papel del Ejército Rojo y los pueblos soviéticos en la liberación europea del yugo del nazismo. Sin apenas tiempo para poder desplegarse y alcanzar resultados, la «primavera checoslovaca» fue vista con aprensión por Moscú. Breznev, el máximo dirigente de la URSS en aquellos años, al visitar Praga en febrero de 1968, obligó a modificar uno de los discursos de DubČek, el secretario general del PCCH. Las presiones sobre la dirección del partido fueron múltiples y crecientes. El Kremlin deseaba que fueran los propios dirigentes del PCCH los que frenaran o incluso anularan el proceso de transformación democráticosocialista que apenas se había iniciado. Era la inversión, la cara opuesta, de los frenos de emergencia de los que había hablado Benjamin. Dos meses había bastado para entender, sin llegar a comprender, la letra y tonalidad del cambio
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deseado, las finalidades de la renovación. Un juicio político apresurado sin garantías se había celebrado; la desinformada y sesgada sentencia condenaba duramente el proceso. En mayo de ese mismo año de 1968, mientras se celebraban en la propia Checoslovaquia maniobras militares del Pacto de Varsovia9, se diseñó un primer plan de agresión. Dos meses más tarde, a 14 y 15 de julio de 1968, los partidos comunistas de la URSS, Polonia, Bulgaria, Hungría y la RDA, los cinco países aliados que más tarde formarían el núcleo de la invasión, se reunían en Varsovia. Del encuentro surgió una carta dirigida al comité central del PCCH en la que «los cinco partidos hermanos» manifestaban su preocupación por la evolución que estaba tomando la situación, recordando los peligros que el camino iniciado podía significar para la totalidad del bloque socialista. Lo hacían con gastadísimas palabras: «Los ataques de las fuerzas de la reacción, apoyadas por las fuerzas del imperialismo, contra vuestro partido y contra el fundamento del sistema socialista en Checoslovaquia amenazan —según nuestra profunda convicción— desviar a vuestro país del camino del socialismo». La experiencia checoslovaca, aseguraban, representaba un peligro para los intereses del sistema socialista en su conjunto. Con cínica inconsistencia añadían que no era su propósito intervenir en asuntos que interesaban exclusivamente a Checoslovaquia y al PCCH. Proclamaban que no pretendía violar los principios de independencia e igualdad entre países socialistas. Pero advertían amenazadoramente, cubiertos de falsos y viejos ropajes, que los países de Europa del Este estaban vinculados por tratados y acuerdos y que, por ello, los respectivos partidos no sólo eran responsables de sus acciones y omisiones ante su propia ciudadanía sino que también lo eran ante el movimiento comunista internacional. Las organizaciones nacionales de los partidos comunistas no podían sustraerse de sus obligaciones internacionalistas: «Debemos pues unirnos y mantenernos solidarios en la defensa de las realizaciones socialistas, de nuestra seguridad y de nuestra posición internacional». El Presidium del comité central del PCCH afirmaba en su respuesta que la alianza y amistad del partido y de Checoslovaquia con la URSS, y con los otros países socialistas, tenían profundas raíces en el sistema social, las tradi9 Organización disuelta tras la desintegración de la URSS. No así la OTAN, la alianza militar que se publicitó durante décadas como organización defensiva frente al expansionismo político-militar de la Unión Soviética y países aliados. Algunas de sus últimas intervenciones, la guerra contra Afganistán por ejemplo, acaso también la de Libia, pueden haber perseguido transmitir, además de las conocidas finalidades geopolíticas y económicas, la necesidad de su propia existencia, Garet Porter «Una guerra para salvar a la OTAN», IPS (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=119805).
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ciones y las experiencias históricas compartidas, al igual que en sus intereses y sentimientos más profundos, sin olvidar que la liberación de la ocupación nazi y la iniciación del camino de una nueva vida se encontraban constantemente vinculadas «en la conciencia de nuestro pueblo a la victoria histórica de la URSS en la segunda guerra mundial, al respeto por los héroes que dieron su vida en ese combate»10. La muy meditada carta del PCCH finalizaba con una petición: deseaban que se les escuchara lo más rápidamente posible, querían conversar sobre las medidas positivas que asegurasen la continuación de la fraternal colaboración entre sus respectivos pueblos, deseaban manifestar nuevamente su voluntad de desarrollar y consolidar las relaciones de amistad, en el interés común de la lucha contra «el imperialismo, por la paz y la seguridad de las naciones, por la democracia y el socialismo». No fueron oídos, no se les quiso escuchar, nunca fueron atendidos, no pudieron convencer de la justicia de sus razonables finalidades. En agosto de 1968, la dirección política encabezada por DubČek y las corrientes de renovación del PCCH dieron un nuevo y arriesgado paso adelante publicando en la prensa los nuevos estatutos del partido que incluían nociones como socialismo humanitario y democrático. Para los inmovilistas dirigentes del PCUS y partidos afines, también para el sector conservador del propio partido, alertado y en plena conspiración política, las nuevas propuestas, las nuevas categorías, el lenguaje usado, eran claro indicio de claudicación, de traición, de subordinación política, de abandono de las finalidades comunistas, de inadmisible restauración del programa, la cultura y los valores conservadores y burgueses. Mientras tanto, mientras se aireaban falsaria y jubilosamente escenarios de acuerdo y conciliación, se estaba organizando la ejecución práctica de la falsaria sentencia. Los tanques del tratado de Varsovia estaban llenando sus depósitos; Danubio fue el nombre en clave del antidemocrático y anticomunista plan de agresión político-militar. Doscientos días que también transformaron el mundo. Ésta fue la duración aproximada de la esperanzadora primavera praguense. En la noche de 20 de agosto de 1968, las tropas del Pacto, con la oposición de Rumania y Yugoslavia y el beneplácito de la URSS, la RDA, Polonia, Bulgaria y de una 10 Sobre los efectos de la victoria de la URSS en la segunda guerra mundial, señalaba Sacristán algunos años después (1979) en una entrevista sobre el legado y significado de Nous Horitzons: «Nuestro marxismo estaba todavía empapado de euforia por la victoria de la URSS sobre el nazismo, por la victoria de la revolución china y, en aquellos mismos meses, de la cubana; y también por el derrumbamiento del viejo sistema colonialista. Esa euforia alimentó un marxismo muy alegre (lo cual estaba muy bien) y asombrosamente confiado (lo cual estuvo muy mal, y visto desde hoy pone los pelos de punta)». Sacristán (1985a), p. 281.
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Hungría fuertemente presionada, cruzaron la frontera checoslovaca. Seis horas más tarde, los tanques ocupaban Praga. Los efectivos militares doblaron los usados, doce años antes, en la invasión del país donde Lukács había nacido a finales del siglo XIX. Paradoja de paradojas: la Unión Soviética, un país que había sido salvajemente invadido varias veces a lo largo de su breve historia, había patrocinado en 1966, apenas dos años antes del atropello, una resolución, aprobada con amplia mayoría en las Naciones Unidas, en la que se condenaba rotundamente las injerencias de estados extranjeros en los asuntos internos de otro país. Cuatro días después de la agresión, el 25 de agosto de 1968, desde Puigcerdà (Girona), donde estaba pasando unos días de descanso con su familia y trabajando probablemente en los compases finales de la traducción, anotación y presentación de su influyente y pionera Antología de Antonio Gramsci11, Sacristán, en carta dirigida a Xavier Folch12, amigo y compañero suyo en las tareas editoriales de Ariel y en las filas del PSUC, daba su opinión sobre lo sucedido: Tal vez porque yo, a diferencia de lo que dices de ti, no esperaba los acontecimientos, la palabra «indignación» me dice poco. El asunto me parece lo más grave ocurrido en muchos años, tanto por su significación hacia el futuro cuanto por la que tiene respecto de cosas pasadas. Por lo que hace al futuro, me parece síntoma de incapacidad de aprender. Por lo que hace al pasado, me parece confirmación de las peores hipótesis acerca de esa gentuza, confirmación de las hipótesis que siempre me resistí a considerar. La cosa, en suma, me parece final de acto, si no ya final de tragedia13.
Incapacidad de aprender, el acontecimiento más grave ocurrido en muchos años en la tradición socialista, confirmación de la peor hipótesis sobre las élites dirigentes de la URSS, final de tragedia, luz sobre el futuro y nuevas pistas para una reinterpretación más ajustada y crítica de la historia reciente. No erró en sus apreciaciones el autor de Pacifismo, ecologismo y política alternativa. 11 Editada por Siglo XXI en México, tras ser prohibida por la censura franquista. 12 Carta facilitada al autor por el propio Xavier Folch. Puede verse ahora en una de carpeta de correspondencia depositada en Reserva de la Biblioteca Central de la Universidad de Barcelona (RBCUB), fondo Sacristán. 13 En parecidos términos se ha manifestado el dirigente político comunista e intelectual italiano Lucio Magri (2010), pp. 197, 225 y 227: «La invasión de Checoslovaquia truncaba cualquier optimismo acerca de la capacidad de autorreforma económica y política de la Unión Soviética… Entre los mismos militantes comunistas, desde la cúpula hasta la base, estas «medias tintas» en torno a la cuestión de Praga satisfacían un poco a todo el mundo a corto plazo, pero a más largo plazo, en el fondo de las conciencias, estaba destinada a crear progresivamente un nuevo tipo de «duplicidad» entre lo que se decía y lo que se pensaba».
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Unos dos meses después, 15 de octubre de 1968, en carta dirigida a Lukács, Sacristán hacía referencia de nuevo a la invasión solicitando al autor húngaro su verdadera opinión sobre lo sucedido14: Estoy, estamos todos, muy interesados por conocer su auténtica opinión, aunque estuviera formulada lacónicamente, sobre la ocupación de la República Socialista de Checoslovaquia. ¿Será posible?
No llegó Lukács a responder el requerimiento ni tan siquiera con laconismo. El autor de El joven Hegel consideraría probablemente que no era posible atender en aquellas circunstancias, en su singular situación, la petición de su interlocutor. Hungría, precisamente Hungría, había sido uno de los países que había acordado y apoyado la aniquilación via militari del esperanzador proceso de renovación que había irrumpido exitosamente en el país del buen soldado Švejk. Pero, a pesar de su aparente silencio, no transitó por ningún camino de resignación el autor de Historia y consciencia de clase. El 24 de agosto de 1968, un día antes de la carta que Sacristán había escrito a Xavier Folch hablando de final de acto y de incapacidad de aprender, Lukács15, desde Budapest, entonces su ciudad de residencia, escribía a György Aczél, el que fuera años más tarde, entre 1974 y 1982, vicepresidente del gobierno húngaro y miembro del buró político del POSH: Estimado camarada Aczél: Considero mi deber comunista informarle que no puedo estar de acuerdo con la solución de la cuestión checa y, dentro de ésta, con la posición del MXZMP [Comité Central del Partido]. Como consecuencia de esto debo retirarme de mi participación en la vida pública húngara de los últimos tiempos. Espero que el desarrollo no conduzca a una situación tal que los estatutos de la organización marxista húngara nuevamente me obliguen a la reclusión intelectual de las últimas décadas. Ruego informe sobre el contenido de esta carta al camarada Kádár16. Con saludos comunistas, György Lukács
Desacuerdo explícito, retirada de la vida pública, deber comunista de crítica, reclusión intelectual como en las últimas décadas. La valiente y desolada toma de posición lukácsiana, el nada servil posicionamiento del autor de Die Zerstörung der Vernunft, a sus ochenta y tres años de edad, no podía ser más 14 Manzanera Salavert (1993), tesis doctoral dirigida por José Mª Ripalda, anexo «Correspondencia Sacristán-Lukács». La traducción castellana es del propio autor. Sobre esta temática, véase también Manzanera (2006), pp. 143-148. 15 Lukács (2008), p. 212. 16 Entonces el máximo dirigente del partido húngaro.
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claro ni más coincidente con los análisis y posiciones de su editor, entonces un dirigente político clandestino en activo que estaba traduciendo aquellos mismos días, junto a su amigo y compañero de partido Alberto Méndez, escritos del propio DubČek17. Es fácil explicar la coincidencia. A pesar de sus diferencias filosóficas y políticas, Sacristán tradujo, anotó y estudió durante largos años la obra del filósofo húngaro quien, por lo demás, y contrariamente a tópicos asentados y escasamente documentados, fue inspirador de disidencias socialistas de clara orientación antiestalinista. El programa del «Grupo Harich» de 195718, por ejemplo, se iniciaba con las siguientes consideraciones: Somos un grupo de funcionarios del SED [Sozialistische Einheitspartei Deutschlands, Partido Socialista Unificado de Alemania] que nos ponemos a disposición de nuestros muchos seguidores conscientes y otros, que son más todavía, que no son conscientes. Estos seguidores proceden sobre todo de las instituciones culturales de la RDA, de las universidades, de los centros superiores de enseñanza, de las redacciones periodísticas, las editoriales y los lectorados. Nos conocimos en la clausura del XX Congreso del PCUS y a través de nuestros contactos con camaradas extranjeros. A través de conversaciones con nuestros camaradas polacos, húngaros y yugoslavos, confirmamos la validez de nuestras intuiciones. Una influencia especial en nuestro desarrollo ideológico la tuvo el camarada Georg Lukács. Bertolt Brecht simpatizó fuertemente con nuestro grupo hasta su muerte y en él vemos a las fuerzas saludables del partido. [la cursiva es mía]
El primer contacto directo entre estos dos clásicos del marxismo europeo estuvo relacionado con la traducción de Der junge Hegel. El ensayo, que mostraba en su título una significativa conjunción, «y los problemas de la sociedad capitalista», estaba dedicado, con veneración y amistad, a Mijaíl Alexandrovich Lifschitz, quien había escrito sobre la filosofía del arte de Marx, asunto que también estudiaría años más tarde un discípulo de Sacristán, Francisco Fernández Buey, compañero suyo y cofundador con él, junto a otros amigos y amigas, de Mientras tanto, la revista que el redactor de Laye y Qvadrante más hizo suya. Pero ya algunos años antes, en el apartado de las motivaciones de su tesis doctoral sobre la gnoseología del que fuera rector de Friburgo en tiempos de tempestades de acero y barbarie, la referencia a la obra del autor de la Ontología del ser social era nítida.
17 Sacristán y Alberto Méndez editaron y tradujeron, y el primero prologó: Dubček (1968). El texto de presentación lleva por título: «Cuatro notas a los documentos de abril del Partido Comunista de Checoslovaquia». Ahora en Sacristán (1985a), pp. 78-97. 18 Harich (2010), p. 12.
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