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primera parte
RepĂşblica
Los que vivís seguros en vuestras casas caldeadas, los que os encontráis al volver por la tarde la comida caliente y los rostros amigos: Considerad si es un hombre quien trabaja en el fango, quien no conoce la paz, quien lucha por medio pan, quien muere por un sí o un no. Considerad si es una mujer quien no tiene cabellos ni nombre ni fuerzas para recodarlo, vacíos los ojos y frío el regazo como una rama de invierno. Pensad que esto ha sucedido. Os encomiendo estas palabras. Grabadlas en vuestro corazón, al estar en casa, al ir por la calle, al acostaros, al levantaros, repetídselas a vuestros hijos, o que vuestra casa se derrumbe, la enfermedad os imposibilite y vuestros descendientes os vuelvan el rostro. Primo Levi
Unas notas sobre el Moguer republicano (1931-36) Desgraciaíto aquel que come el pan por manita ajena siempre mirando a la cara si la ponen mala o güena.
El Moguer de la época republicana presenta un gran desequilibrio social, económico y cultural. La antigua prosperidad del último tercio del XIX ya sólo es un recuerdo al que muchos, sobre todo los propietarios vinateros, continúan aferrados. La decadencia económica de la población no solo está presente en los textos de Juan Ramón Jiménez, también en las escasas evidencias del periodismo local de finales de los años veinte es un motivo recurrente. En 1927, el perito agrícola Francisco López López escribe un artículo titulado «Moguer ya no es lo que fue y debe serlo» para el único número que vería la luz de la revista Mons Urium, que sintetiza en unos breves trazos la situación por la que atraviesa la población «para nadie es un secreto lo que afirma el título que doy a estas líneas… nuestros paisanos emigran de un pueblo en el que no se puede vivir… hay que sacar a Moguer de la postración en la que se encuentra…» (López López, 1927:2). Francisco López no sólo se limita a criticar, dentro de su ideología conservadora también hace propuestas, invitando en su texto a los grandes propietarios a realizar las modificaciones necesarias en sus explotaciones agrícolas para poner fin al letargo y la decadencia que se cernían sobre la localidad desde hacía más de un cuarto de siglo; pero sus palabras caerán en saco roto, la anomía continuará reinando durante otro tanto. Son muchas las voces críticas con el Moguer de la época y con el estado de «anormalidad económica que hace años padecemos… las viñas se mueren… la carestía del alumbrado… y otras muchas cosas, no hay para qué ocuparse ¿del fomento de la agricultura e implantación de industrias?, ¿de enseñanza, colegio, beneficencia, sanidad, asistencia, etc.? Chifladuras, psicosis… ¿se ha visto por ventura aquí a algún hombre perfectamente equilibrado ocuparse de estas nimiedades?» (Hernández Macías, 1927:1). Durante los años veinte, por perder, Moguer había perdido, por no poder sostenerlo económicamente, hasta su juzgado. Desde principios de siglo el pueblo venía sufriendo una sangría económica y demográfica que podemos cifrar en más de 1.500 vecinos y en la pérdida de su protagonismo de antaño, pasando a convertirse en la
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decimoquinta población onubense y asumiendo un más que discreto papel en la vida económica de una provincia que contaba por aquel entonces con unos 300.000 habitantes, de los que 44.000 estaban en la capital y poco más de 7.000 en Moguer. Estas críticas, que se van haciendo cada vez más duras y, sobre todo, más habituales a medida que nos acercamos a la instauración de la República, habían sido ya inauguradas, como hemos comentado, por Juan Ramón Jiménez que, de forma desvaída y general, las había introducido en algunos de sus textos, empezando por Platero y yo. Será el mismo Juan Ramón el que apunte ya directamente, aunque sin dar su nombre, al que era, a ojos de una facción de la burguesía local, el causante de esta situación de decadencia. Así, a finales de diciembre de 1927, escribe en el periódico El Sol «Moguer, a pesar de su actual y tristísima decadencia, de la que corresponde en buena parte a algunos moguereños, que pudieron, en su hora, sostenerlo y levantarlo» (Bello, 1935). Juan Ramón no sólo se indigna con la situación por la que atraviesa el pueblo, sino que con las palabras que en la prensa de Madrid le dedica Luis Bello a Manuel Burgos y Mazo, durante una visita que le hace en Moguer, donde lo describe «en su despacho, rodeado de libros, altos armarios hasta el techo, mesa revuelta de buen trabajador, vestido severamente de negro, correctísimo cuello inglés y prestancia digna» (Bello, 1927), vuelve a la carga en el mismo periódico, disparando toda su fina ironía en estos términos contra el que él y una cada vez más importante facción de la burguesía local, consideran el culpable de aquella situación: «Precioso, por el momento, el humorístico retrato que hace usted del… moguereño ilustre, que no sé yo quién pueda ser, porque en Moguer existen varios hombres igual de ilustres, con bodega, mesa revuelta, estantes de libros hasta el techo… y correctísimo cuello inglés» (Jiménez, 1927). La decadencia, como recuerda un pasquín antiburguista de 1933, había comenzado cuarenta años antes, con la pérdida de las cosechas vinícolas a consecuencia de la filoxera, «se perdió también un colegio de segunda enseñanza que dirigía D. Carlos Girona... Se dejó cegar el río y se sumió en la penuria a la clase marinera. Se perdió la magnífica oportunidad, única en la vida de un pueblo, del ferrocarril… y se nublaron para siempre los horizontes de Moguer. Cuando advino la dictadura, estaba entrampado nuestro municipio en más de medio millón de pesetas… no tenemos escuelas eficientes, ni fuentes públicas, ni colonias agrícolas, ni en tan largo espacio de tiempo se ha hecho una sola obra beneficiosa para el interés colectivo… Hoy el pueblo de Moguer está reducido a la tercera parte de sus habitantes. La ruina se adueña de casi todos los hogares; la industria vinícola está en la agonía y hasta los más acaudalados propietarios tienen que recurrir a los arados para el cultivo de sus viñas que ya no pagan el laboreo a brazo. Los obreros no encuentran trabajo
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en ningún sitio. Una sequía prolongada o un temporal de quince días, significa para ellos el hambre o la emigración» (AHMM). Por estos testimonios, queda claro que el monolítico bloque que la burguesía rural moguereña había constituido hasta los años veinte, se resquebraja durante la dictadura y estallará durante la República. El enfrentamiento, cuando menos dialéctico, entre facciones de la burguesía rural marca un hito absolutamente novedoso en los años republicanos tal y como se refleja en la prensa. Pero mucho más terrible y silenciosa es la relación de abuso que tanto la burguesía rural como el clero mantienen sobre las clases populares, así como el sentimiento de emancipación que tanto la revolución soviética como la proclamación de la República habían traído para los oprimidos. El problema de la propiedad de la tierra muestra a las claras la situación de tremenda desigualdad que se vivía en el pueblo. Con 7.051 vecinos y un término municipal de 20.650 hectáreas más del 50% de la propiedad de la tierra estaba concentrada en una finca de propiedad estatal de 9.217 hectáreas y 3.779 hectáreas que pertenecían a tres grandes propietarios. El censo agrícola refleja la existencia de 599 obreros agrícolas sin ningún tipo de propiedad y 5 obreros ganaderos. El paro obrero, básicamente engrosado por obreros agrícolas, marineros y albañiles, como se refleja en la lista que todos los meses se enviaba a la Oficina Central de Colocación en Madrid, fue un tema acuciante durante toda la República, sólo en Moguer afectaba a más de ciento cincuenta padres de familia. «Íbamos a la plaza a buscar un jornal… allí estábamos, puestos de pie, esperando a que te cogieran y por lo que te quisieran dar y te tenías que callar porque si no al otro día no ibas… si a las ocho de la mañana no te habían cogido te volvías a casa con una cara de pena… los que eran más atrevidos se iban al monte a hacer un saquito de carbón.» «No, no, qué dices hombre, la plaza del Marqués era demasiado elegante para que estuviéramos nosotros por allí… en Moguer, a donde los señoritos cogían gente, peones pa trabajá, era en la plaza de Abastos, allí te ponías dejao caé de la pared de donde tuvo Polo la tienda
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segunda parte
Genocidio
Los inocentes no saben nada porque son demasiado inocentes, los culpables no saben nada porque son demasiado culpables… Los pobres no dicen nada porque son demasiado pobres, y los ricos no dicen nada porque son demasiado ricos. Los tontos se encojen de hombros porque son demasiado tontos, y los inteligentes se encojen de hombros porque son demasiado inteligentes. A los jóvenes no les preocupa porque son demasiado jóvenes, a los viejos no les preocupa porque son demasiado viejos. Por todo ello nada sucede para impedirlo, y por todo ello ha estado sucediendo y continúa sucediendo como entonces. Erich Fried
Genocidio Tenemos que matar, matar y matar. Son como animales ¿sabe?, y no cabe esperar que se libren del virus del bolchevismo. Al fin y al cabo ratas y piojos son los portadores de la peste. Ahora espero que comprenda lo que entendemos por regeneración de España. Nuestro programa consiste en exterminar un tercio de la población masculina. Con eso se limpiaría el país. También resulta conveniente desde el punto de vista económico: no volvería a haber paro. Capitán Gonzalo de Aguilera Munro (Conde de Alba de Yeltes, Grande de España, oficial de prensa de los militares sublevados; en Paul Preston, Esclavos, alcantarillas y el capitán Aguilera: racismo, colonialismo y machismo en la mentalidad de los oficiales nacionalistas a su paso por Andalucía)
Si el régimen republicano buscó su legitimidad a través de las urnas, el régimen franquista tuvo claro, desde el mismo 17 de julio, que su única legitimidad estaría en el exterminio de todos aquellos que considerara peligrosos, en tanto portadores de ideas y prácticas que ellos estaban dispuestos a cortar de raíz, con la colaboración espiritual de la Iglesia Católica, en su proyecto de Estado totalitario. El ejército se convirtió, una vez más, en el brazo armado de una clase dominante incapaz de mantener sus privilegios y el orden social tradicional por la vía democrática. Sobre los que el franquismo dejaba vivos cayó el peso de la represión. El silencio, la vergüenza y el miedo los acompañarán durante más de cuarenta años, la mayoría incluso morirá pensando que ése es el único horizonte político de los pobres, de los trabajadores. Los que lucharon por la libertad y la emancipación de los hombres murieron por ella o tuvieron que aprender a convivir con un sistema autoritario y paternalista, con unas fórmulas políticas viciadas, basadas en la jerarquía y el vasallaje, con una religión hueca, hipócrita y vacía de contenido evangélico, y todo eso, junto con el miedo, la vergüenza y el silencio se lo dieron en herencia a sus hijos que, para colmo, escarmentados de la experiencia sufrida por sus padres, tratarían, en muchos casos, de alejarse de aquel pasado perverso que les impedía integrarse en la sociedad; con ellos nacería otro tipo de franquismo que aún padecemos, el franquismo sociológico.
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Si ellos, hijos y nietos de fusilados, represaliados, expoliados, torturados y explotados por el franquismo, todavía hoy, después de más setenta años no han reconocido a sus padres, sus madres, sus hermanos, sus familiares y sus amigos es, sencillamente, porque el régimen había dictado desde el inicio de la matanza que eran irreconocibles, que sencillamente, como dicen muchos documentos de la época «habían dejado de existir» o que no habían existido nunca. Así, hubo viudas y huérfanos de nadie y, hubo, para todos los demás, una espesa afonía. Un mutismo que no desapareció ni siquiera con la recuperación de las libertades formales reconocidas por la Constitución de 1978. Porque, ¿quién después de cuarenta años se podía fiar de lo que decía un papel, por muy constitucional que fuera? El franquismo ya les había enseñado que el único lenguaje era el de las pistolas y las víctimas sabían que los cementerios y las fosas comunes de media España estaban llenas de gente que había creído que nada malo les podía pasar a quienes, sencillamente, se habían limitado a respetar un mandato constitucional y sujetarse al imperio de la ley. Sería imposible comprender nuestra forma de relacionarnos y de hacer pueblo sin tener en cuenta desde qué parámetros se construyó la sociedad española durante más de cuarenta años, para entender que, todavía hoy, muchos aspectos del franquismo lejos de apagarse continúan, como si el tiempo de la ignominia fascista no hubiera sido una perturbación histórica sino el estado natural en el que se desenvuelve una sociedad, más vivos que nunca. A pesar de esto, no creo que hoy podamos encontrar a alguien que justifique la matanza de casi ciento cincuenta moguereños, ni que ése era el castigo que merecían por ser de izquierdas. Me gustaría pensar que, al menos, después de setenta años, todos los moguereños estamos de acuerdo en algo. El 18 de julio de 1936 Moguer tuvo la desgracia de encontrarse, desde el punto de vista geográfico, en una de las zonas donde los sublevados desplegaron con más intensidad su plan previo de exterminio. A la violencia puntual de los exaltados durante los días previos a la ocupación del pueblo, respondieron con una oleada de asesinatos que pretendía no sólo eliminar al adversario y provocar el más profundo terror en los que sobrevivieran a ella, sino además involucrar en esa matanza a cuantos más elementos civiles mejor, porque no de otra forma concebían los sublevados que podían garantizarse la fidelidad de una amplia base social en una provincia como Huelva, donde la derecha había tenido, tradicionalmente, una escasa capacidad de movilización social. Sobre ese «pacto de sangre» se sellaba no sólo la impunidad para los verdugos sino también, sobre todo, lo que vendría después, la autoamnistía y el olvido (Espinosa Maestre, 2002:119). «Franco, el Gobierno fascista, por sembrar el terror, empezó a matar y mataban a Dios y a su madre.»
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En aquellas primeras semanas no se podía dejar nada al azar, y por eso la represión fue planificada y realizada conforme a la estrategia y la disciplina propias del ejército, «…los crímenes se produjeron en todo momento con el conocimiento de las autoridades, por medio de fuerzas designadas para la ocasión por esas mismas autoridades e incluso con un cura confesor» (Espinosa Maestre, 2002:57), y afectaron a casi todas las capas sociales, desde industriales, comerciantes, profesionales liberales, artesanos, albañiles y marineros a pequeños propietarios agrícolas y jornaleros, la mayoría de ellos, eso sí, ligados a la experiencia de gobierno republicana pero, sobre todo y esto es lo que sigue causando mayor estupefacción, afectó de modo azaroso a la base obrera de izquierdas que la había hecho posible. Quedaba así claro que los sublevados no sólo buscaban la eliminación de los protagonistas del mundo político y social republicano sino, sobre todo, acabar de raíz con la pujante cultura obrera que los había derrotado en las urnas en febrero de 1936. De otro lado, también se aprovecharon aquellos meses terribles para limpiar el pueblo de delincuentes comunes y hasta para arreglar viejas cuentas entre vecinos. Se saqueó, se maltrató, se violó y, sobre todo, se mató desde niños de doce años a ancianos, y también a varias mujeres. Todos ellos vuelven, desde la memoria particular de sus seres queridos a reunirse aquí, contra el silencio y el mutismo a donde los que los asesinaron también quisieron arrojarlos para siempre. Sólo por romper esa afonía ya este libro nos parece que cobra sentido. Si además ayuda a reconciliar a las familias con su duelo y su dolor, si los jóvenes ven en él la reivindicación de unos ciudadanos que, lejos de nuestra actual anomia, defendieron la legalidad vigente y se mantuvieron firmes en sus ideas democráticas hasta el punto de costarles la vida, nuestra misión estará más que cumplida. Nuestra deuda con ellos, así al menos, también estará simbólicamente saldada.
29 de julio de 1936: entrada de los sublevados Él enseñó a matar a todo el mundo/ Él era un profesor de asesinatos/ Los niños eran como perros pequeños/ Se acostaban y se despertaban, y estaban solos/ no se podía estar seguro en ningún lado/ La vida no valía nada. Antidio Cabal Sobre las ocho de la mañana del 29 de julio fuerzas militares y paramilitares entraron en Moguer. Frente a la versión de los hechos que dará la prensa afecta a los sublevados en los días siguientes afirmando que una fuerza compuesta
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Domicilios de las vĂctimas
Las víctimas del genocidio 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. 25. 26.
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Alfaro García, José. 19 años, soltero, jornalero, calle La Palma. Aloza, Miguel. De la familia de los Frijón, calle Calera. Aragón Ramos, Manuel. Casado, panadero, calle Enmedio. Arenas, Miguel. Marinero, calle Ribera. Barrios Yáñez, Luis. 27 años, soltero, albañil, vecino de Huelva. Batista Cumbreras, Antonio. 29 años, alcalde, agricultor, casado, dos hijos, calle Palos 25. Batista Cumbreras, Manuel Rafael. 16 años, hermano del alcalde, calle Palos. Batista González, Manuel Chicarrón. Hijo de La Colilla, canastero, calle Friseta. Batista Moreno, Francisco El zapaterito. 40 años, soltero, zapatero, calle Fuentes. Batista Rasco, Antonio Rafael. Concejal, agricultor, calle Mercado 18. Batista Rasco, Laureano Navajita. 26 años, agricultor, soltero, con el anterior, primos hermanos del alcalde, calle Mercado 18. Becerril García, Diego. 37 años. Benegas Jiménez, Manuel. 20 años, agricultor, calle Olivos. Bermúdez González, Manuel. 40 años, casado, con tres hijos, calle Picos. Blanco Méndez, Francisco. 19 años, jornalero, soltero, calle Ribera. Capelo Cruzado, Miguel. 16 años, calle Olivos. Carrasco Capelo, Manuel. 19 años, aserrador, soltero, calle Romero Barros. Carrasco Gómez, Manuel. 39 años, agricultor, con tres hijos, calle San Francisco. Carrasco, hijo de Cogollo. Carrasco, Manuel Cogollo. 50 años, carbonero, casado, cuatro hijos, calle Romero Barros. Cartes Hernández, Manuel. 45 años, agricultor, casado, seis hijos, calle San Miguel. Castellano Pulgar, José Antonio. 28 años, concejal, carpintero aserrador, calle Flores 48. Conde Rodríguez, José Antonio. 19 años, jornalero, soltero, calle Galinda 7. Cordero Canto, Francisco Paco Tabique. 21 años, ayudante de chófer, soltero, calle Carretería 11. Cordero Canto, José Balbotín. Panadero. Cordero Díaz, José El Tuerto Corneta. 36 años, guardia municipal (cabo), casado, dos hijas, calle San José 15.
27. 28. 29. 30. 31. 32. 33. 34. 35. 36. 37. 38. 39. 40. 41. 42. 43. 44. 45. 46. 47. 48. 49. 50. 51. 52. 53. 54. 55. 56. 57. 58. 59.
Cordero Gómez, Antonio. 21 años, soltero. Cordero Parrales, Manuel. 19 años. Cumbreras Parrales, José. 19 años. Cumbrera Pérez, Francisco. 19 años. Cumbreras Gómez, Francisco Cuaresma/El Mirlo. 21 años, casado, un hijo, agricultor, calle Escribanos 7. Cumbreras Parrales, Manuel. 50 años, jornalero. Díaz Alza, José María. 12 años, calle San Antonio 1. Díaz Domínguez, Isidoro Jote. 35 años, soltero, chófer, calle Picos. Díaz Garrido, José Antonio Bacalaíto. 22 años, soltero, carpintero, calle Friseta. Díaz Urbano, José. Díaz, José El Melón, calle Romero Barros. Díaz, Manuel El Melón, calle Romero Barros. Domínguez Hernández, Ricardo. 16 años. Domínguez Nicolás, José. 24 años, marinero, soltero, calle Ribera 4. Domínguez Olalla, Antonio Fito. Casado, dos hijos, calle Friseta. Domínguez Pérez, Juan. 33 años. Domínguez Rodríguez, Francisco. 21 años, soltero, calle Fuentes 4. Domínguez Rodríguez, José Lerroux. 33 años, casado, una hija, camarero, calle Betanzos 5. Domínguez Zafra, José. 36 años, fogonero. El Mato. 56 años, jornalero, calle Pozo del Concejo. Santos El Meña, calle Buenavista. Rodríguez Gómez El Tuerto Manzano. Soltero, jornalero, calle Olivos. Fernández Gómez, José Macario. 40 años, marinero, casado, calle Ribera 54. Fernández Villarán, Antonio. 38 años. Ferrer Márquez, Antonio. 34 años, jornalero. Ferrer Rodríguez, Juan. 50 años, marinero. Flores Pérez, Luis Socorrito. 43 años, casado, tres hijos, calderero, calle Buenavista 20. Franco Pérez, José. 30 años, jornalero, casado, con tres hijos, calle Jilascuras 17. Fuentes, «el cobrador de las contribuciones». Fuentes Prieto, Rafael. Carpintero, calle Picos. García Fresneda, Francisco El Encajero. Comerciante, natural de Llerena (Badajoz), casado, dos hijos, calle Vendederas 4. García Márquez, José. 19 años, jornalero. García Rico, Diego El Practicante. Practicante, 44 años.
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60. 61. 62. 63. 64. 65. 66. 67. 68. 69. 70. 71. 72. 73. 74. 75. 76. 77. 78. 79. 80. 81. 82. 83. 84. 85. 86. 87. 88. 89. 90. 91. 92.
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Garrido El Rubio. Jornalero, calle Enmedio. Garrido Gómez, Macario. 16 años, calle Romero Barros. Garrido Quintero, Manuel Manuel Lacana. Casado, calle Monturrio 25. Garrido Reyes, Enrique Pipas. 21 años, calle Limones. Garrido Reyes, José Pipas. 19 años, calle Limones. Garrido Reyes, Manuel Pipas/Yambo. 17 años, calle Limones. Garrido, Manuel Luis. 34 años. Gómez Delgado, Ramón. 46 años. Gómez Expósito, Manuel El Cojo de la Probea. Cabrero, soltero, calle Olivos. Gómez Losada, Isidoro. 39 años, industrial, calle Aceña 39. Gómez Márquez, Manuel. 18 años, calle San José 36. Gómez Mora, Leonardo Potaje. Gómez Quintero, Francisco. Gómez Roldán, Juan El Hortelano. Soltero, calle Picos. Gómez Yáñez, Manuel. González Domínguez, Antonio. 21 años, calle Fuentes 18. González Domínguez, Manuel Quintín. Casado, jornalero, calle Hornos. González Domínguez, Rafael Quintín. 35 años, calle Hornos. González Garrido, Isidoro Otete. 32 años, soltero, calle Picos 19. González López, Manuel El Piñonero. 32 años, jornalero, casado, dos hijos, calle Enmedio. Hernández González, Manuel Morenita. 31 años, concejal, soltero, agricultor, calle Santa María 15. Hernández Villanueva, Rafael. 53 años, guardia municipal. Hernández, Manuel Corteza. Jiménez Ramos, Manuel. 27 años, soltero, jornalero, calle Ribera. Jurado Pérez, Francisco. 48 años, agricultor. Jurado, José Pío. Zapatero, calle San José. Lara, Manuel. Marinero, calle San Francisco (actual edificio de los juzgados). Lara El Pirulín. Hermano del anterior, calle San Francisco (actual edificio de los juzgados). Linares Rodríguez, Andrés El Enterraó. Calle Friseta. Márquez Díaz, Remedios La Mota. 30 años, soltera, vendedora ambulante, calle Escribanos. Márquez Hernández, Rafael Hijo del Fanfarrón. Calle Molinos. Márquez Soriano, Antonio. Márquez Vélez, Juan El Pollo. 16 años, calle Fuentes.
93. Martín Márquez, Antonio Machaco. 47 años de edad, casado, jornalero, calle Palos. 94. Martín Piosa, Sebastiana. 30 años, soltera, costurera, calle Fuentes. 95. Martos Martín, Manuel. 24 años, vendedor ambulante, calle Santa María. 96. Matesta González, Manuel. 36 años, agricultor. 97. Méndez Benegas, Miguel El Perezo. 18 años, calle Escribanos. 98. Mora Guillén, Joaquín Barrilín. Calle Carrahola 6. 99. Mora López, Antonio Metralla. 28 años, casado, dos hijas, jornalero, calle Enmedio 28. 100. Moreno Gutiérrez, José. 101. Moreno Molín, Fernando. 44 años, soltero, maestro de escuela, natural de Bonares y con domicilio en la calle Enmedio 17. 102. Moreno Quintero, José Pepe el de la Paca. Tercer teniente alcalde, tonelero, calle La Cárcel. 103. Moya García, Ángel. Marinero. 104. Naranjo Hijo de la Canastito, recaudador de impuestos, calle Molinos. 105. Núñez Gómez, Francisco. 35 años, agricultor. 106. Olalla García, Ángel Cazón. 37 años, marinero, casado, 3 hijos, calle Andalucía 18. 107. Olivares Díaz, José. Guarda municipal. 108. Olivares Pinzón, José Manuel. Calle Picos. 109. Olivares Garrido, José El Gato de las Pulgas. 16 años, calle Escribanos. 110. Olivares Romero, José. Casado, calle Picos. 111. Orihuela González, Manuel El Piñonero. Carpintero, calle San José. 112. Orihuela Márquez, A ntonio. 33 años, casado, agricultor, calle Escribanos 22. 113. Parrales Barrios, Cristóbal. Camarero, soltero, calle Flores. 114. Pecho Lobo. Calle Ribera. 115. Pepe El Eneo. Jornalero, calle Picos. 116. Pernil Márquez, José. Soltero, plaza del Marqués, notario. 117. Pineda Rebollo, Montemayor La Julay. Casada, calle Hornos 24. 118. Pinzón Molina, José, «el hijo de Mercedes La Catula». 24 años, soltero, jornalero, calle San Miguel 4. 119. Piosa, Salvador Julay. 12 años, calle Hornos. 120. Piosa, José Julay. 16 años, calle Hornos. 121. Ponce Jiménez, Francisco. 29 años. 122. Quintero Cruz, Antonio Malas Ideas. 42 años, plaza Niña 6 (Huelva), tenía un establecimiento de bebidas. 123. Quintero Cruz, Miguel. 38 años, casado, camarero, calle Alonso Sánchez 2 (Huelva).
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124. Ramírez Álvarez, Francisco Paquito el Hueso. Albañil, calle Trasmuros/ Romero Barros. 125. Ramos Garrido, José. 19 años de edad, soltero, agricultor, calle Picos 18. 126. Raposo Sánchez, Manuel El Jorobadito. 31 años, soltero, zapatero, calle Fuentes 51. 127. Rodríguez García, Pablo. 45 años, agricultor. 128. Rodríguez Periañez, Francisco. 42 años. 129. Rodríguez, Antonio. 130. Roldán Márquez, José Cirineo. Primer teniente de alcalde, vendedor ambulante, 28 años, soltero, calle Friseta 26. 131. Romero Pérez. 26 años, marinero, calle San Francisco (actual edificio de los juzgados). 132. Romero Pérez, Tomás. 24 años, marinero, soltero, calle San Francisco (actual edificio de los juzgados). 133. Saá Gómez, José Joaquín Pipón. 21 años, calle Friseta. 134. Saá Gómez, Antonio. Calle Friseta. 135. Sánchez González, Manuel. 21 años, calle San José 17. 136. Sánchez Orihuela, Francisco. 25 años, carpintero, calle San José. 137. Sánchez Orihuela, Manuel. Soltero, calle San José. 138. Sierra, Manuel. 30 años, calle San José. 139. Suárez, José. Calle Ribera. 140. Tello Domínguez, José María. Concejal, carretero, calle Friseta. 141. Tello Domínguez, Juan. 142. Valenciano Rodríguez, Idelfonso. 39 años, vecino de Beas. 143. Valero Núñez, Ángel Valeroso. Jornalero, calle Picos. 144. Vázquez Molina, Juan. 47 años. 145. Vélez, Manuel. Calle Escribanos 27. 146. Villanueva Santos, Juan Aguaíto. 41 años, soltero, jornalero, calle Buenavista 5.
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