trabajo de chica para todo y unos aviones que ya no vas a tocar en tu puta vida.
II
50
Lo peor era que Raquel había decidido pasar de los aviones y conseguir que le subieran el sueldo en el consultorio. Así que no paraba de sonreír en ese sitio aunque había personas que la trataban como si no hubieran pensado nunca en su vida que existe algo llamado amabilidad. Y en vez de desahogarse conmigo lo que hacía era defenderse de mí, se iba a las antípodas con tal de evitar que yo le recordara que no era eso, que ese trabajo no valía la pena. En cuanto me veía una cara rara empezaba a meterse conmigo: por lo menos ella trataba con gente, me decía, en cambio yo era un poste, como si no existiera, estaba en el instituto igual que un fantasma y aunque no me pudieran echar tampoco iba a «promocionarme». Promocionarme, no se me quita la palabra de la cabeza, quién se la habría dicho, dónde la habría leído, qué cosas habría estado pensando antes de dormirse o quizá mientras se abrazaba a mí, qué cosas para llegar a decirme eso. Seguro que yo metí la pata varias veces. A lo mejor ella estaba esperando que le diera ánimos, que la felicitara por haber encontrado algo más o menos fijo y me pusiera de su parte. Es lo que pienso ahora. Primero debí haberme puesto de su parte. Luego, en los ratos buenos, cuando ella estuviera más segura y tranquila, sí podría haberle dicho que el consultorio era un poco deprimente pero que encontraríamos algo mejor. Y si se cabreaba y me echaba en cara mi oposición, en vez de mosquearme, habría podido decir: muy bien, de acuerdo, entonces busquemos otras cosas que hacer, porque hay otras cosas que hacer en la vida. Entre los dos habríamos podido pensar cuáles. Pero no fue así. Nos enconamos y nos hicimos daño.