de tener setenta y muchos años si no se había muerto. Pensé en la cantidad. Parisi, él solo, podía ser un hombre con personalidad psicopática, pero doscientos como él se convertían en un problema de Estado, sin matar a nadie, sin golpear a nadie, sólo quemando buzones. Jack London podría haber escrito su historia. Se había puesto verde el semáforo para los coches y yo seguía mirando las astillas blancas, pequeñas llamaradas de papel despegado en el poste del buzón. Jack London estaba muerto. Los cuentos tampoco sirven para mucho. Sirven para unas cosas pero no sirven para otras. No era dentro de un cuento donde yo quería mover las cosas sino fuera, en esa calle cercana a un instituto de mierda, en un barrio situado a diez estaciones del centro de Madrid. Apunté en mi cabeza el nombre de los que habían hecho ese cartel. Crucé por fin, al llegar a casa estuve buscando en la red quiénes eran y qué decían.
VII Tenían un local cerca de Tirso de Molina. Un sábado a las cuatro y media de la tarde me presenté allí. Encontré por casualidad a cinco personas, estaban redactando un comunicado sobre los seiscientos despidos de la OPEL en Figueruelas, Zaragoza. Vaya plan para un sábado por la tarde, me diréis. Bueno, a mí esos tíos, y tías, eran tres y dos, se me quedaron grabados. ¿Que no tenían otra cosa mejor que hacer? No lo sé, a mí me cayeron bien, no se les veía particularmente colgados ni chungos ni nada. Y les dije que quería trabajar con ellos pero que no sabía cuál era el procedimiento. Estaban organizados por zonas. Me preguntaron por mi barrio y me dijeron que muy cerca había un local, se reunía los lunes a las siete, me dieron la dirección para que el lunes fuera allí. Ahora, antes de seguir, tengo que deciros una cosa. Bueno, varias. Si estáis leyendo esto es que he entrado en la boca del
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