Entrar en conversación

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Prólogo

Entrar en conversación Constantino Bértolo

Lo que Salvador López Arnal ha conseguido con este libro es construir un lugar para el lector. Un buen lugar. Un lugar de privilegio. Un espacio desde donde oír, escuchar, medir y calibrar las palabras —y los silencios— de la inestimable conversación entre dos muy señalados pensadores del marxismo, György Lukács y Manuel Sacristán, que ocupan a su vez, juntos y por separado, un lugar fecundo en la larga y a veces tortuosa tradición del marxismo emancipador. Entiendo que ninguno de ellos necesita especial presentación; la talla intelectual de ambos es evidente y reconocida aun en tiempos como éstos en los que reina la figura del «intelectual comunicativo» y el rigor, el análisis, el esfuerzo y las aspiraciones revolucionarias sufren de escaso predicamento dentro de esa turbia atmósfera cultural en la que últimamente convivimos y en la que los paradigmas del periodismo —lo inmediato y fugaz sustituyendo a lo memorable o lo conveniente como valores para la atención— parecen haber erosionado la necesidad de pensar sobre las razones y causas que han dado origen a que los proyectos revolucionarios se vivan más como ausencias confortables que como tareas que llevar a cabo. De ahí que haya que felicitarse, como lectores interesados en la transformación revolucionaria de la sociedad, de que ese lugar de privilegio que se nos ofrece resulte ser un lugar incómodo, más propio de silla dura que de sofá al uso, que aleja toda posibilidad de entender su lectura como un tiempo de descanso, de grata autoafirmación o de pesimista nostalgia por la revolución extraviada. El libro que presentamos obliga a escuchar y por tanto obliga a pensar, exponiendo con diáfana claridad que la única posibilidad de realizar ambas cosas —escuchar, pensar— viene encaminada por las exigencias del actuar porque —y los aquí ahora de ambos pensadores lo ratifican— fuera de la acción todo saber deviene inútil o estéril erudición. Ese requerimiento es sin duda el primer rasgo en común que une a ambos pensadores al tiempo que los aparta de otros que pueden hoy gozar de más renombre en la Academia (de derecha o de izquierda, que de esta última también hay). Tanto Lukács como Sacristán son pensadores que «hacen re-

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volución» aunque cada uno trace su propio trayecto personal en lo político y adopte frente al fluir concreto de la Historia posiciones muy diversas pero que, siempre y en todo caso, miran a la revolución como horizonte y sentido. Manuel Sacristán, y creo no exagerar ni estar cayendo en ese culto a la personalidad que denunció y rechazó, sigue siendo el pensador marxista español más significativo de nuestro siglo XX lo cual, también conviene señalarlo, no sería por si solo mucho decir dada la escasa nómina de autores que pueden citarse al respecto. Significativo porque al tiempo que se mantuvo en el centro de las batallas que sacudieron al movimiento comunista internacional y, más en concreto, español, durante toda la segunda mitad de su siglo, supo, sin caer en la marginalidad, mantenerse en el margen de unas aguas superficiales que canalizadas por el pragmatismo oportunista tantas veces imposibilitan ver las fuerzas y materiales que, en última instancia, están determinando el trazado y la hondura de los cauces. Marginado, represaliado habría por mejor decir, por el establishment (?) académico universitario franquista que le tocó padecer, y situándose en su momento y por voluntad propia al margen (pero mojándose) de aquellos precipitados cauces del PCE o del PSUC que naufragaron en las playas del eurocomunismo, Sacristán, aun siguiendo en su empeño de abrir y abrirse a nuevos espacios revolucionarios y, obligado acaso por las circunstancias que su sobrevivir económico le imponían, va a mantener como traductor y durante largos años una larga y feraz conversación con uno de los pensadores centrales y más paradigmáticos del marxismo contemporáneo. Denostado por unos (en la izquierda y en la derecha), respetado por otros (en la izquierda) y estudiado por muy pocos, Lukács, y eso es algo también en común con Sacristán, ocupa extrañamente un lugar al tiempo central y al margen en el pensamiento europeo revolucionario (en el caso de Sacristán esa ubicuidad reúne además una «paradoja cuántica»: si ocupa el centro y el margen en el pensamiento marxista español se debe no tanto a su «marginalidad» como a la no existencia de ningún centro reconocible en ese improbable campo). Con la etiqueta de ortodoxo colgada a sus espaldas por tantos y tantos heterodoxos que encontraban en la heterodoxia el capital simbólico más conveniente para no mancharse jamás ni las manos ni el prestigio ni las prebendas, la trayectoria personal de György Lukács como militante comunista resume en buena parte las glorias y miserias del movimiento emancipador. Hablar con él, escuchar su conversación, sus reservas, sus matizaciones y sus silencios resulta ser una experiencia intelectual impagable. Y si su interlocutor es Manuel Sacristán es fácil considerar el alto alcance de este libro. La inteligencia lectora de Sacristán, adiestrado en las aulas germanas en la precisión de las herramientas propias de la Lógica Formal, va a dar ocasión al autor de Panfletos y materiales para que se muestre como un traductor de

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calidad difícilmente repetible, máxime si, como en su caso, domina los hilos de la filosofía posthegeliana y los caminos de la teoría y las praxis marxistas. Traducir a Lukács será para él, aparte de una especie de «servicio interno al marxismo», un poner en conversación dos lenguas, dos miradas, dos entendimientos y dos voluntades apasionadamente revolucionarias. La inteligencia como pasión, como proyecto. Asistir a esa conversación es lo que este libro nos ofrece al facilitarnos con orden y esforzada documentación cada una de las etapas de esa relación que apoyándose en el traducir se extiende hacia el interpretar. Cada traducción, cada texto lukácsiano es el pretexto sobre el que avanza la sintaxis estructural del ensayo sin que falten ocasiones para que otras cuestiones urgentes —la entrada en Praga de las tropas del pacto de Varsovia por ejemplo— hagan acto de presencia. Imposible no mantener la atención cuando las precisiones sobre el irracionalismo o el antirracionalismo salen a relucir, cuando el papel de los intelectuales entra a debate, cuando el positivismo y su posible relación con el estalinismo ideológico se ponen en contacto, o cuando Lukács explica las raíces de su etapa idealista, expone su versión del realismo literario, desbroza el camino hacia una Estética, se hace entrar en juego los conceptos de la dialéctica materialista y la dialéctica histórica, se refutan de las tesis sobre arte de Zhdánov, se indica la problemática herencia romántica presente en el hablar de «una visión del mundo», se hurga en las razones y causas del retroceso de los movimientos revolucionarios o se analizan las funciones y límites del partido dirigente antes de la revolución, en la revolución y después de la revolución. Asistir a esa dialéctica política que se juega en el campo de la semántica es una experiencia inolvidable en tanto que nos permite trasladar problemas, enseñanzas e interrogaciones al presente más actual. A miles de kilómetros de cualquier manual o recetario, la conversación entre los dos pensadores nos obliga a observar y meditar sobre nuestro entorno actual y sobre las posibilidades o modos de intervenir sobre la realidad actuante para romper con esa «conciencia desgraciada», cuando no culpable, en la que sobrevive malamente buena parte de la tradición comunista. La edición que se nos ofrece va más allá de un aplicado recoger el fructífero diálogo de ambos pensadores. El libro encierra materiales más inesperados. El conocimiento, exhaustivo me atrevería a afirmar, que Salvador López Arnal posee de la obra y el legado de Manuel Sacristán y del que ya ha dejado sobresalientes muestras editoriales, nos permiten presenciar otra conversación en voz baja —ahora en forma de apunte, nota, texto o conferencia— del traductor con los textos. Porque Sacristán no se acomoda a la simple tarea (llena de complejidad por otra parte como bien se pone de manifiesto) de trasvasar con rigor una lengua a otra sino que mantiene con los

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textos un diálogo crítico —socrático en parte, montaigneano en otra— que la excelente labor de edición va mostrando página a página hasta construir un edificio intelectual autónomo en el que se plasma la envergadura intelectual del creador principal de aquella revista Materiales, en la que durante largo tiempo se refugió la inteligencia marxista española no atrapada en las falacias del electoralismo oportunista. Aun cuando pueda discreparse de un uso acaso excesivamente teórico de los criterios con que se enfrenta al pensamiento lukácsiano, es de admirar la iconoclastia intelectual con que el filo crítico de Sacristán poda todo aquello que juzga como ramas muertas, elimina posibles frutos muertos y seca lo que considera brotes estériles, tratando siempre de fortalecer el tronco vivo del marxismo y de mantener el terreno sobre el que éste crece. Que todo aprender conlleva un desaprender sería la lección de esta entrega que una vez más deja patente que Manuel Sacristán es un referente ineludible del pensamiento marxista contemporáneo. Mucho hay en él para aprender y acaso, lección obliga, para desaprender si fuere el caso.

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