El imposible capitalismo verde Del vuelco clim谩tico capitalista a la alternativa ecosocialista
Daniel Tanuro pr贸logo y postfacio de Jorge Riechmann
la oveja roja
Sumario
Prólogo: Resistamos ahí..........................................................13 de Jorge Riechmann Introducción............................................................................17 1
El saber indispensable para la decisión.......................23
2
La enormidad del caso..................................................37
3
Una falsa conciencia «antrópica».................................53
4
Lo necesario y lo posible...............................................71
5
El doble obstáculo capitalista.......................................87
6
Una política de mentecatos.........................................105
7
Con el pie atorado al acelerador................................. 117
8
Pobres de más y aprendices de brujo.........................133
9
¿Reverdecimiento o marchitamiento?........................149
10
La única libertad posible............................................ 171
Epílogo: Copenhague, Cancún... y la esperanza..................197 Postfacio: La ecología de Marx (y Engels)............................ 217 de Jorge Riechmann Agradecimientos...................................................................241
La libertad sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente ese metabolismo suyo con la naturaleza poniéndolo bajo su control colectivo, en vez de ser dominados por él como por un poder ciego; que lo lleven a cabo con el mínimo empleo de fuerza y bajo las condiciones más dignas y adecuadas a su naturaleza humana. Karl Marx 1
1 Karl Marx, El Capital, tomo III, sección VII, cap. XLVIII, Siglo XXI, México, 1981, p. 1044.
Introducción Por un lado, tres mil millones de personas viven en condiciones indignas de la humanidad. Enseñanza, salud, energía, agua, alimentación, transporte, vivienda... Individualmente sus necesidades son modestas; en total, enormes. Satisfacerlas sólo es posible aumentando la producción material. Y por tanto, la transformación de los recursos extraídos del medio. Y por tanto, el consumo de una energía que, hoy, es en un 80% de origen fósil, es decir, fuente de gases de efecto invernadero. Por otra parte, doscientos años de productivismo han conducido al sistema climático al borde del infarto. Para algunas comunidades —en los pequeños estados insulares, las regiones árticas, las zonas áridas, los valles de montaña en los que el régimen del agua está perturbado por el deshielo de los glaciares— el umbral de peligrosidad ya se ha superado. Evitar que los cambios climáticos se aceleren y golpeen a cientos de millones de seres humanos impone una reducción radical de las emisiones de gases de efecto invernadero. Y por tanto, el consumo de las energías fósiles hoy necesarias para transformar los recursos extraídos del medio. Y por tanto, la producción material. ¿Cómo estabilizar el clima y satisfacer al tiempo el derecho legítimo al desarrollo de aquellas y aquellos que no tienen nada, o tan poco.... y que son al mismo tiempo las principales víctimas del cambio climático? Es el rompecabezas del siglo. Según los gobiernos neoliberales y el mundo de los negocios, la economía de mercado podría resolverlo. La solución no residiría en la ralentización de la máquina económica sino en su reactivación. Para reducir las emisiones en la proporción necesaria, bastaría con dar al carbono un precio suficientemente disuasivo. El mercado respondería entonces ofreciendo nuevas perspectivas. Las economías del Sur podrían valorizar la protección de sus bosques, vender derechos de contaminar, exportar biomasa y, con los réditos, comprar tecnologías limpias a las empresas del Norte, que reabsorberían así el desempleo de los países desarrollados... En realidad, este círculo virtuoso no existe más que en la imaginación de sus autores. En primer lugar, el razonamien-
17
El imposible capitalismo verde to está «viciado» en su origen ya que los poderosos lobbies de las energías fósiles y de los sectores dependientes de ellas se niegan a pagar su coste. Ante la obligación de admitir la necesidad de salir antes o después del petróleo, los monopolios exigen dirigir esta necesidad a su forma, a su ritmo y conservando el control sobre la energía, para proteger así sus sobrebeneficios. Ahora bien, esta voluntad resulta incompatible con la necesidad de una transición muy rápida. Por mucho que moleste a los émulos de Adam Smith, sólo será posible respetar los plazos indicados por la ciencia del clima si las inversiones indispensables a la formación de un nuevo sistema energético eficiente, basado en las renovables, se planifican independientemente de sus costes. En segundo lugar, no puede cambiarse de fuente de energía como se cambia de carburante en la gasolinera: resulta necesario un sistema de producción y distribución diferente. Su instauración requiere enormes inversiones... generadoras de emisiones suplementarias. Para compensarlas, hay que reducir la actividad en otros sectores, luego producir menos, y transformar y transportar menos materiales. Y es imposible asumir ese desafío en un modo de producción en el que cada inversor intenta remplazar a los trabajadores por máquinas más productivas para conseguir una ventaja respecto a los competidores. El productivismo es inherente al capitalismo. La bulimia energética del sistema resulta de su lógica de acumulación ilimitada, causa última de la crisis ecológica y climática. El problema es estructural. Y la solución, por tanto, dista mucho de ser tecnológica. Bien es cierto que los desafíos prácticos que deben asumirse son muy complejos, pero no hay por qué creerlos irresolubles. El potencial de economías de energía es considerable, y el potencial técnico de las renovables permitiría cubrir más de diez veces las necesidades de la humanidad. El problema no es pues físico, sino social. El fondo de la cuestión es político. En última instancia, la elección que se nos propone es dramáticamente simple: —o bien reducimos radicalmente la esfera de la producción capitalista, y es posible limitar al máximo los estragos del cambio climático garantizando al tiempo a todas y todos un desarrollo humano de calidad, basado exclusivamente en
18
Introducción las energías renovables y bajo la perspectiva de una sociedad basada en otra economía del tiempo; —o bien nos quedamos en la lógica capitalista de una acumulación cada vez más frenética, y el desajuste climático que conlleva reduce radicalmente el derecho a la existencia de cientos de millones de seres humanos y las generaciones futuras quedan condenadas a pagar los platos rotos de la huida hacia delante con tecnologías peligrosas: nuclear, agrocarburantes, transgénicos y almacenaje geológico de CO2. El sistema, completamente atascado en sus propias contradicciones, incapaz de renovar con el crecimiento de los «treinta gloriosos» y confrontado a unos límites físicos que sus parámetros ni siquiera le permiten identificar (¡y ni hablemos siquiera de integrarlos!), intenta saltar por encima de sí mismo. Y al mismo tiempo, suspende una espada de Damocles por encima de una enorme cantidad de mujeres y de hombres que, en su mayoría, no tienen sino una responsabilidad insignificante en la crisis climática. Ésa es, en resumidas cuentas, la situación actual. Veinte años después de que un filósofo creyera poder decretar el fin de la historia, una alternativa es más necesaria que nunca. Decir que el desafío es enorme se queda corto: es hercúleo. Resultan indispensables profundos cambios estructurales, que implican no sólo la redistribución de las riquezas, sino también, más fundamentalmente, una redefinición de la riqueza social. ¿Qué bienes y servicios necesitamos? ¿Qué debemos producir, cómo, en qué cantidades? ¿Quién lo decide? ¿En qué medio queremos vivir? ¿Cómo escuchar, por así decirlo, «la opinión» de la biosfera sobre los impactos de nuestras elecciones? ¿Cuáles serán las consecuencias probables de esto, cómo las manejaremos y qué posibilidades de cambiar tendremos si resulta que nos equivocamos? Las respuestas a estas cuestiones decisivas se topan a fin de cuentas siempre con el mismo obstáculo: la libertad, para los propietarios de capitales en competencia, de invertir y producir siempre más, donde quieran, como quieran, cuando quieran, en función de sus beneficios. Gravando a aquellas y aquellos que tienen los medios para acceder al estatus de «consumidores». Y dejando morir al resto.
19
El imposible capitalismo verde La alternativa necesaria no es sólo política en el sentido común de la palabra. Lo que se plantea es una cuestión sobre el modelo de civilización. El cambio climático es un fenómeno global con consecuencias impresionantes y hace el agosto de los gurús que siembran el pánico esperando pintar a Malthus de verde sin que nos demos cuenta. Resulta inquietante la cantidad de esos presuntos filósofos para los que el cuestionamiento del derecho a la existencia de una parte de la humanidad parece más fácilmente concebible que la existencia del capitalismo. El alcance de sus elucubraciones reaccionarias no debe ser subestimado, ya que se abre camino hasta las más altas esferas de la clase dominante. Y para ello no se necesita complot alguno: la lógica del capital entregada a sí misma esboza un posible desenlace bárbaro. Una ecología de izquierdas, una ecología social, un ecosocialismo son urgentes y necesarios. La ambición de este libro es ayudar a la izquierda a avanzar en esa vía. El punto de partida: ya no puede haber proyecto emancipador que no tome en consideración los límites y condicionantes naturales. Desafíos sociales y medioambientales son ahora indisociables. El cambio climático nos confronta a la siguiente constatación: la humanidad ya no sólo produce su propia existencia social y su entorno local, sino también su entorno global. A partir de ahora, tenemos la responsabilidad de definir no sólo la sociedad sino también la naturaleza que queremos —o que no queremos— para nuestros hijos. No basta pues con sumar un capítulo ecológico al programa por una sociedad diferente: con la cuestión de los límites del desarrollo cuantitativo ya planteada, no en un futuro más o menos lejano sino como límite inmediato, resulta indispensable un aggiornamento. Hay que aceptar que la cuestión ecológica condiciona tanto la alternativa como los pasos a dar, ahora, en el camino que conduce a ella. Tenemos que inventar estrategias para fusionar luchas sociales y ecológicas. Y no es fácil. Esto apela a una práctica radical, ya que el capitalismo implica la apropiación de los recursos naturales y éstos, una vez en manos de los propietarios del capital, se alzan frente a los productores como fuerzas hostiles. La «cuestión social» ha dominado los siglos xix y xx. El xxi será dominado por una nueva cuestión ecosocial. Sólo una
20
Introducción izquierda que conteste al capitalismo puede aportar ahí una respuesta digna de ese nombre. Pero hay que atenerse a ciertas condiciones. La hermosa seguridad cientificista debe dejar paso la prudencia. Los sueños de dominación sobre la naturaleza deben borrarse en beneficio de un sentimiento colectivo de responsabilidad, benevolente y atento. Por ello, la concepción misma de la emancipación y la libertad no escaparán al examen. Porque aceptar los límites naturales, respetar los ciclos y los ritmos ecológicos significa a fin de cuentas aceptar los lí mites de la emancipación posible en relación al trabajo, los límites del aumento de su productividad. Luego también los límites de la libertad humana. No hay otra elección. Si la izquierda intentara eludir la cuestión, traicionaría a los cientos de millones de pobres que ya sufren los efectos del cambio climático... Traicionaría también a un Karl Marx desconocido. Aquél que, al analizar el agotamiento de los suelos durante la Revolución Industrial, concluía de forma premonitoria que «la libertad sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente ese metabolismo suyo con la naturaleza». La redacción del original en francés de este libro terminó al mismo tiempo que la cumbre climática de las Naciones Unidas de Copenhague, en diciembre de 2009, y su traducción concluye poco después de la de Cancún, al año siguiente. Pese a la urgencia, seguimos sin un tratado internacional vinculante. Los gobiernos tienen otras prioridades: tras dedicar ingentes cantidades a salvar a los bancos, y siguiendo una buena lógica neoliberal, pretenden echar a hombros del pueblo el esfuerzo de eliminar el déficit público. De todas formas, el acuerdo que hubieran firmado —y que seguramente terminarán firmando algún día— habría sido execrable: ecológicamente insuficiente, socialmente criminal y tecnológicamente peligroso. Necesitamos una política diferente. Otro mundo y otro clima son posibles, y emergerán de la movilización social.
21