Molly y los animalitos de La Pradera

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Molly y las abejas

Molly la zarigüeya era uno de los seres más felices de

La Pradera. Sus buenos modales, su alegría y su

cordialidad contagiaban a todos los habitantes de ese maravilloso hábitat. A Molly le gustaban mucho las flores. Todas las mañanas iba de paseo a admirarlas, a disfrutar de los aromas de las azaleas, hebes, orquídeas y espigas. Con frecuencia se encontraba con las abejas, sus amigas, a quienes quería y agradecía mucho por mantener la belleza de las flores y las plantas. Las abejas también querían mucho a Molly, y le contaban sus penas. _ ¡El hombre no nos quiere! Cree que somos malas_ decían las abejas. _ ¿Y por qué piensan eso?_ preguntó Molly. _ A menudo destruyen nuestras colmenas. Tendremos que migrar_ respondieron al unísono.


Luego de la migración de las abejas, las flores y las plantas de La Pradera empezaron a marchitarse. El hombre no entendía qué ocurría. No sabía que las abejas eran responsables del buen estado de las plantas.


El hombre sabía que las abejas habían migrado hacia la campiña, y veía a la distancia cómo poco a poco las plantas campestres iban transformándose en bellos árboles frutales, en hermosas flores y en frondosos arbustos. Molly, a quien le gustaba mucho la lectura, decidió hacer que el hombre se diera cuenta de la importancia de las abejas para la conservación de la flora. Tomó un libro de su biblioteca, y lo dejó en la puerta de la casa del hombre. El hombre, al llegar a su casa, seguía lamentándose de la tristeza que se había apoderado de La Pradera. Vio el libro que se hallaba junto a su puerta, lo tomó, y lo leyó en su patio. _ ¿Serán las abejas las responsables del florecimiento de las plantas?_ se cuestionó el hombre, tras leer el libro. Luego de meditarlo mucho, el hombre se dirigió a la campiña, con una bandera blanca en señal de paz.



_ Señoras abejas: Quiero disculparme por haber atentado contra su hábitat. Me haría muy feliz que regresen a La Pradera. Muy contentas, las abejas aceptaron la propuesta del hombre. _ ¡Muchas gracias, señor hombre! Nada nos complacería más que regresar a nuestra casa. Aunque nos encantaría seguir visitando la campiña_ dijeron las abejas. El acuerdo fue satisfactorio para ambas partes. Las abejas regresaron a La Pradera, Molly retomó el contacto con sus amigas y con las flores, y el hombre fue feliz disfrutando de la belleza del medio ambiente que tenía para sí.



Mirla, la pajarita

La Pradera daba refugio a muchas especies animales y

vegetales. Pocos de sus habitantes eran tan alegres y atentos como Mirla, la pajarita. Mirla siempre prestaba ayuda a los otros animales, y su atención se repartía entre colaborar con sus amigos, y cuidar a sus pequeñas crías. Mirla tenía un pequeño problema: olvidaba todo. La pajarita necesitaba poner recordatorios en su pata izquierda. Molly la zarigüeya le recomendó que recordara que cerca de ella rondaba Camilo, el coatí. Camilo no era malo, pero sí muy haragán. Siempre tenía hambre, y no le importaba comerse las crías de los animalitos de La Pradera. _ ¡Hola, Mirla!_ decía Camilo a la pajarita. _ ¡Hola, Camilo! ¿Qué te trae hoy por acá?_ contestaba Mirla. _ Tenía algo de hambre, y me preguntaba si tenías algo que ofrecerme. _ Camilo, todo el alimento que consigo es para mis


pequeños mirlos, pues deseo que crezcan sanos y fuertes. _ ¿Ni un gusanito?_ insistía Camilo. _ Sólo uno, no más_ aceptaba Mirla. De esta manera, Camilo siempre se iba satisfecho. Poco después tocaba la visita de su comadre Mariana, la tingua, quien le recordaba que leyera su recordatorio. No creas las mentiras de Camilo, decía el recordatorio. Pero por suerte ya se había ido. Pasado el tiempo, la sequía se hizo sentir en La Pradera. Había poco alimento, y también pocos gusanitos. Camilo sentía mucha hambre, y decidió ir a visitar a Mirla, la pajarita. _ ¡Hola, Mirla!_ dijo Camilo a la pajarita. _ ¡Hola, Camilo! ¿Qué te trae hoy por acá?_ contestó Mirla, como de costumbre. _ Tenía algo de hambre, y me preguntaba si tenías algo que ofrecerme.


_ Camilo, todo el alimento que consigo es para mis pequeños mirlos, pues deseo que crezcan sanos y fuertes. _ ¿Ni un gusanito?_ insistió Camilo. _ Sólo tengo uno, no más, y es para mis pequeñas crías_ se negó Mirla.


Camilo empezó a sentirse molesto con Mirla. Prefería ir a pedirle el alimento, que dedicarse a buscar el suyo propio. Pensó entonces en un plan para que Mirla descuidase a sus crías, y así podría alimentarse con los pichones. El coatí se acercó nuevamente a la morada de Mirla, y le dijo. _ ¡Hola, Mirla! _ ¡Hola, Camilo! ¿Qué te trae hoy por acá?_ respondió Mirla, atenta como siempre. _ Tenía algo de hambre, y me preguntaba si tenías algo que ofrecerme. _ Camilo, todo el alimento que consigo es para mis pequeños mirlos, pues deseo que crezcan sanos y fuertes. _ ¿No te gustaría que vayamos a buscar gusanitos juntos?_ propuso Camilo. _ ¡Qué buena iniciativa, Camilo!_ exclamó Mirla.


_ Vayamos mañana, al despuntar el alba. Al final del lago, lejos de aquí, se reúnen los gusanitos. _ ¿Estás seguro de eso, Camilo?_ preguntó Mirla. _ Tan seguro como que el cielo es azul, amiga mía. Mirla aceptó, pero quedó dudando sobre la propuesta de Camilo. Poco después pasó por su morada su comadre Mariana, la tingua. _ Comadre Mirla, no olvide leer su recordatorio. _ ¡Gracias, comadre Mariana!_ respondió la pajarita. Mirla leyó el recordatorio, y se puso en alerta. Por desgracia, poco después olvidó por qué estaba preocupada. Al día siguiente, muy temprano, Camilo fue a la morada de Mirla. _ ¡Hola, Mirla! _ ¡Hola, Camilo! ¿Qué te trae hoy por acá? _ Recuerda que vamos a buscar los gusanitos que se reúnen al final del lago.


_ ¡Lo había olvidado, Camilo! Recuerda que tengo muy mala memoria. _ No hay de qué preocuparse, Mirla. Vayamos entonces. Mirla y Camilo se fueron hasta el final del lago, donde cazarían juntos los gusanitos que había prometido el astuto coatí.


_ Camilo, no veo gusanitos acá_ le dijo Mirla. _ Tengo que traer algo que nos ayude a , Mirla. Espérame por acá, que yo buscaré unas frutas secas. _ Está bien, Camilo. No tardes mucho, que debo volver con mis pequeñas crías. Camilo se regresó, maliciosamente, a la morada de Mirla, la pajarita. Se relamía de gusto por el banquete que le esperaba. Se acercó al nido, y dijo: _ Salgan, pequeñas crías, salgan. Camilo saltó dentro del nido para darse un festín, cuando un picotazo en la pata lo hizo gritar del dolor. _ ¡Qué es esto!_ chillaba Camilo. No contaba Camilo con el paso del tiempo. Las “pequeñas crías” de Mirla ya eran unos polluelos grandes, que picotearon a Camilo al sentirse amenazados. _ ¡Ay, ay! ¡En qué rollo me vine yo a meter!


Camilo huyó de la morada de Mirla, a la que regresó la pajarita bien entrada la tarde, sin recordar por qué había ido al final del lago, pero feliz de haber encontrado algunos gusanitos para alimentarse y alimentar a sus ya crecidos pichones.


Nicolás el gato, Andrés el pez y Mariana la tingua

Una de las peores tragedias de La Pradera es la

contaminación ambiental del lugar. Los seres humanos que viven alrededor son educados y conscientes, pero a veces por desatención alguna botella plástica o de vidrio, algún pitillo o algún papel ensucian el lago. Andrés, el joven pez trucha, nada velozmente a través del lago. Se siente como un bólido nadando a toda velocidad, y es feliz haciéndolo. Nicolás, el gato, suele escaparse de su casa para sentarse junto al agua, y delira por atrapar a Andrés para darse un banquete. Pero todos en La Pradera protegen a Andrés, el pez, y lo ponen en alerta para evitar que se acerque mucho a la orilla cuando Nicolás está cerca. Mariana, la tingua, siempre está atenta cuando va de visita a casa de su comadre Mirla. _ ¡Mucho cuidado, Andrés, que se acerca Nicolás!_ dice Mariana de forma preventiva. _ ¡Gracias, Mariana!_ le contesta Andrés.


Nicolás, el gato, tiene fama de embaucador. Siempre quiere hacer jugarretas a los animalitos de La Pradera, pero siempre se defienden todos en su contra. Un día, Nicolás pensó en la manera para atrapar a Andrés, sin necesidad de saltar al lago, puesto que todos los gatos le tienen miedo al agua. Tomó de su casa un empaque plástico, de los que contienen las latas de gaseosas, y lo llevó hasta el borde del lago. _ Andrés, Andrés… Tengo una duda con respecto a tu agilidad. ¿Crees poder pasar a través de espacios reducidos?_ preguntó engañosamente. _ ¡Pero claro, claro que puedo! ¡Soy demasiado veloz y ágil!_ respondió Andrés animosamente. El tramposo Nicolás lanzó al lago el empaque plástico, y le dijo: _ ¿Puedes pasar a través de los agujeros del empaque? Andrés dudó, pero envalentonado respondió:



_ ¡Sí puedo! ¡Claro que puedo! Andrés se dirigió a toda velocidad con la intención de atravesar el empaque, pero se quedó atascado, para delirio de Nicolás. _ ¡Auxilio! ¡Auxilio!_ exclamaba Andrés. Por suerte, Mariana regresaba de su acostumbrada visita a su comadre Mirla, y se percató del apuro en el que se encontraba el joven pez trucha. _ ¡Espera, Andrés, voy en tu auxilio! Mariana bajó a toda la velocidad que pudo, se posó sobre una rama que flotaba en el lago, sacó a Andrés, y con su pico cuidadosamente cortó el plástico. De esta manera, Andrés se salvó milagrosamente. _ ¿Cómo ocurrió esto?_ preguntaba Mariana entre sollozos. _ Nicolás, el gato, me puso un reto_ contestó Andrés, antes de contarle la historia de su altercado a Mariana.


Mariana, la tingua, convocó una junta de los animalitos de La Pradera. Molly, quien por decisión unánime era la protectora del lugar, invitó a decidir qué había que hacer. _ Debemos poner a Nicolás en su lugar_ exclamó Mariana, enojada. _ ¿Y cómo vamos a hacerlo?_ preguntó Molly. _ Yo tengo una buena idea. Aprovecharemos que Nicolás es muy creído, y le pondremos un reto_ respondió la sabia tingua.


Al día siguiente, Andrés el pez trucha, quien ya estaba al tanto del plan, empezó a nadar a toda velocidad por el borde del lago. Nicolás no pudo dejar escapar esa oportunidad, y se acercó al agua. _ ¿Cómo está, don Nicolás?_ saludaba satíricamente Andrés. _ Andrés, Andrés. No pudiste con mi reto_ sonreía malicioso Nicolás. _ Si supieras que ahora tengo un reto para ti, Nicolás. _ ¿Y cuál es ese reto? _ Verás… Es que tengo una duda con respecto a tu agilidad. ¿Crees poder saltar a espacios reducidos? _ ¡Claro que sí! ¡Soy el animal más ágil del lugar!_ respondió Nicolás con soberbia. _ A que no puedes saltar a este tronco, y regresar a la orilla de un salto_ retó el joven pez. _ ¡Lo haré, claro que lo haré!_ respondió el malvado gato, saltando en el acto.



No sabía Nicolás que el tronco que flotaba sobre el agua era hueco, y apenas al sentir el peso del gato la madera crujió, y el tronco se partió. _ ¡Ay, ay, ay!_ maullaba Nicolás. Mariana, quien vigilaba de cerca, lanzó un tronco a Nicolás para ayudarlo a salir. _ Espero que hayas aprendido la lección, Nicolás. No debes lanzar desechos al agua. Esta Pradera es nuestro hábitat, y nuestro lugar más preciado_ le dijo la tingua. Fue así como Nicolás no volvió a contaminar el río, y menos a molestar a los animalitos de La Pradera. Todos ellos vivieron felices, disfrutando alegremente mientras compartían un ambiente limpio y agradable.


Ilustración Royland Viloria Autor Stephanie Veronik González Sevilla y Francisco José García Guinand Iniciativa Área de Calidad La Pradera de Potosí Diagramación y edición Área de Comunicaciones La Pradera de Potosí Reservados todos los derechos, queda rigurosamente prohibida sin autorización escrita la reproducción total o parcial de esta obra. Edición 2018 La Pradera de Potosí Club Residencial



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